5.
Miedo
La Isla...
A pesar de que acordé con la policía no entrometerme en la investigación, el nombre de esa organización se convirtió en una especie de obsesión que me robaba el sueño. Revisé las hemerotecas en versión digital de los diarios con mayor difusión, y busqué en aquellas publicaciones más relevantes para mi investigación. Comparé sus contenidos con los de mi blog, con el fin de descubrir alguna pista que me llevara hasta la banda, aunque con resultados poco satisfactorios.
Tal y como indicó Laia, las noticias relacionadas con los asuntos más delicados eran poco frecuentes en los medios. A Mayra le conté el otro día, que en las noticias se suelen mostrar los titulares que el dueño del medio quiere que se sepa. Todo lo demás, o era poco importante, o no interesaba que saliera a la luz.
Según los maderos, se hacía un gran esfuerzo para evitar que ciertos sucesos salieran a la luz. Aunque una nueva teoría surgía en mi mente. Si una gran organización criminal como La Isla existía, ¿no harían ellos también lo posible para evitar que sus actividades se hicieran públicas? La población vivía sin ser consciente de lo que ocurría. Y yo, que me moría de ganas de entrar en el juego, decidí que sería mejor quedarme al margen antes que colaborar con las fuerzas de la ley. Me dedicaría a denunciar a los cerdos habituales como mucho si reabría el blog.
Decidí tomar un descanso y echarme una pequeña siesta. Por desgracia, encima de la cama había un montón de ropa por recoger. Me daba mucha pereza ordenarla, y tenía sueño. Me levanté de la silla, y con desgana, me puse a guardar todo en su sitio.
Mientras doblaba la ropa observé el barrio a través de la ventana. Hacía un espléndido día de primavera. El sol estaba medio escondido en la lejanía dejando poco a poco lugar a la noche. Debería pasar más tiempo afuera. Un fin de semana paseando por Collserola sería buena terapia para desconectar un poco de todo.
Cuando mis padres estaban juntos, solíamos ir a menudo a pasear por las montañas que rodean la ciudad. Disfrutábamos cada fin de semana en los que el sol nos regalaba su brillar. Echaba mucho de menos esas épocas. Apenas recordaba qué era la felicidad, pero sé que sentía algo parecido esos días con mi familia. Ojalá volviera a revivir esos momentos algún día.
De repente, algo llamó la atención. Una extraña sensación recorría mi cuerpo en forma de escalofrío. Miré dentro de mi habitación. Nada fuera de lugar. Entonces desvié mi atención a la calle y vi a un chico con sus ojos puestos en mí. En cuanto entramos en contacto visual, él apartó su mirada y continuó su camino. Qué alivio, solo era un cotilla. Falsa alarma. Si ya era susceptible, desde mi cumple lo era aún más.
Aún me quedaba mucha ropa por recoger, pero tenía demasiado sueño y poca paciencia. Cerré la persiana y fui al comedor a visitar mi segundo mueble más amado: el sofá. Me estiré del todo e intenté relajarme. El piso estaba muy silencioso sin la presencia de Mayra y Dragomir. Gerard estaba a un lado arreglando el soporte de su cámara. Al principio no le di importancia, pero al rato, el ruido que emitía se volvió molesto. Como había mencionado, paciencia era algo que precisamente no tenía.
—¿Por qué no te compras un soporte nuevo? —protesté.
—Si ya tengo uno, ¿para qué quiero otro?
—¿Precisamente porque ese está hecho una mierda? Se te están cayendo todo el rato las piezas al suelo.
—Esto lo arreglo enseguida. Ya lo verás.
—Ya lo verás tú como me jodas la siesta…
Me giré a un lado intentando no escuchar el molesto sonido de las piezas al caer. Del cansancio acumulado pude lograr quedarme traspuesta. Sin embargo, el empanado de mi amigo aún no se había percatado que quería dormir y siguió con su tarea. Me desperté de golpe en cuanto una pieza de su cámara salió volando por los aires, aterrizando sobre mi cabeza.
—¡Ay! —grité en cuanto el trozo de metal me atizó.
—¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón! ¿Te has hecho daño?
—¡Dios! ¡Te dije que parases!
—Disculpa, ha sido sin querer… Déjame que te mire.
Gerard se levantó y comprobó si tenía alguna herida.
—No te has hecho nada.
—¡Imbécil! ¡Me podrías haber matado!
—Tranquila. Te he pedido perdón. No hace falta que te pongas así.
—¡Es que te lo he dicho mil veces! ¡Hostia!
Mi amigo se sentó de vuelta otra vez en la silla, arreglando la cámara en silencio. Ahora no estaba en su mundo, sino mordiéndose la lengua. Se había cabreado conmigo, y mucho.
—Discúlpame si me he pasado —dije.
—No te preocupes. Ha sido culpa mía.
—Lo siento si te he tratado así. Estoy un poco alterada últimamente.
—¿Últimamente?¡Siempre estás alterada! Lo raro es que estés tranquila.
—No siempre lo estoy. Lo sabes muy bien.
—Sí lo estás. A la mínima saltas Patty. Te lo he dicho muchas veces. Estoy cansado de que me trates así por tonterías.
—No puedo hacer nada. Soy así. Sabes el peso que llevo encima y lo que me cuesta controlarme.
—Sí, pero tampoco es culpa mía lo que te pasa para que las pagues conmigo.
—¡Cómo siempre no lo entiendes! —interrumpí—. Si hubieras pasado por lo mismo no dirías eso.
—No lo he pasado, pero me sé de sobras tu historia. Te entiendo perfectamente. Pero eso fue hace mucho tiempo ya. ¿Por qué no tiras hacia adelante de una puta vez?
—¡Oh! ¡Dios! —dije, llevándome las manos a la cara—. Sabes que lo he intentado y que no puedo.
—¿Por qué no te dejas ayudar?
Otra vez con la misma historia de siempre. No quería que nadie me ayudase. No se podía hacer nada conmigo, y pasaba de darle vueltas al mismo tema de siempre. Era hora de iniciar tácticas de distracción.
—Por cierto, se ha presentado Roberto en el bar… —dije haciéndome la interesante.
—Me dices que estoy empanado, pero siempre que tengo razón desvías el tema de conversación. Esta vez no voy a caer.
Segundo intento.
—Fue muy agradable conmigo...
—Eso explica la revolución que llevas encima —dijo. Ya sabía yo que caería al final—. Seguro que os pusisteis melosos.
—Sí… ¡No! Quiero decir… Se pasó por el bar e intentó ligar conmigo otra vez.
—Y seguro que le has dicho que no.
—Le dije que no estoy preparada.
—Patty, siempre estás igual. ¿Cuándo vas a dejar ser tan estrecha?
—No soy una estrecha, imbécil. Sabes de sobras que no puedo. Las cosas son así. No quiero acabar mal por alguien que solo quiere echar un polvo y punto.
—«Que solo quiere echar un polvo y punto» —dijo imitando mi forma de hablar, burlándose de mí—. ¿Tú qué sabes? No todos somos así. Mira a Dragomir y a mí. Eres nuestra amiga y te respetamos. Además, por idiota, por intentar despistarme con el tema de antes, tú misma solita has vuelto.
Touché. Ahora era momento de omitir su observación para no darle la razón.
—Dragomir aún, pero tú te has metido en más de un lío. Lo sé. Si no me conocierais seguro que intentarías lo mismo que el resto. Los tíos solo pensáis con la polla.
—Mira Patty, mejor que dejemos la conversación aquí. No te puedo ayudar si tú no quieres.
—Sí, mejor que lo dejemos. Me parece que me voy a dar un paseo. En un rato vuelvo, a ver si me entero de algo interesante por ahí.
—¿Pero no habías dejado el blog?
—¿Quieres dejar de meterte donde te no te llaman?
—Joder. Parece que este mes se te ha adelantado la regla.
—Vete a la mierda.
—Eso, ve a descargar tu frustración cazando delincuentes. Si un día te vuelan la cabeza, será solo culpa tuya.
—Antes de salir voy a picar algo. Discutir contigo me ha dado hambre.
—Si encuentras algo en la nevera será un milagro.
—¿No me digas que no hay nada? ¿No habías ido a comprar?
—No, se me olvidó ir esta mañana.
—Mira, no te doy una buena hostia no sé por qué. Mejor me voy al súper a hacer lo que te tocaba. ¡Adiós!
Me marché de casa tras dar un portazo. Al final el niñato se salió con la suya.
Recorrí Collblanc enfurecida. Me tranquilicé tras cruzar el barrio donde vivía y que tanto había marcado mi infancia. Recordaba cada calle, cada plaza, cada esquina con gente sonriente, con un propósito en la vida y la felicidad en sus caras. ¡Qué tiempos aquellos! En cambio, mi corazón albergaba una oscuridad latente, pero que no pasaba desapercibida. Nunca he podido ser una chica feliz. Desde que la catástrofe llegó a mi familia, no he vuelto a reír como lo hacían otros niños. Los demás querían ayudarme, pero no podían. Como decía Gerard, nunca me dejaba, y aunque me costase admitirlo, eso empeoraba aún más las cosas. Mi vida se evaporó a muy temprana edad. Sentía mucha envidia de los demás.
No obstante, años atrás, cuando empezó la crisis económica, toda la alegría del barrio se desvaneció de golpe. Para muchos fue como despertar de un sueño en el que todo iba bien. La oscuridad que tocó el mundo, hizo que la mía pasara a ser imperceptible. Las familias perdieron sus trabajos y se ahogaron en las deudas. Aquellos afortunados que aún lo mantenían, pasaban largas jornadas en condiciones precarias. Me recordaban a Dragomir. Se aprovechaban de su necesidad para pagarle una miseria. Si no fuera porque él me lo ha rogado, ya hubiera escrito algo sobre su jefe en mi blog.
Lo que tuvo la gente un día se perdió. Hemos perdido derechos y sufrido recortes en sanidad y educación. Con ello, las personas presumían de disfrutar de una vida digna, pasaron a convertirse en criminales y a delinquir, no para hacer daño a los demás, sino para sobrevivir.
¿Y la policía? Como siempre, nunca hacía nada. Por eso he odiado a los maderos desde la Catástrofe. Solo han intervenido cuando les ha interesado. Nunca para proteger al ciudadano. Sí, noches atrás me salvaron la vida. Incluso me han pedido ayuda de la manera más rocambolesca. Reconozco que llegué incluso a pensar que podían cambiar. Pero eso no era más que una patraña. La naturaleza de los cerdos no se puede cambiar.
Y ahora, Barcelona, una ciudad de la que siempre habíamos presumido se estaba muriendo, dejando paso a las bandas criminales, a todo tipo de gentuza invadiendo las calles. Para añadir más leña al fuego, estaban empezando a organizarse, a construirse como negocios reales. Seguía frustrada e impotente por no haber oído hablar nunca de La Isla. Me daba mucha rabia el hecho de que la policía fuese, en esta ocasión, un paso por delante de mí.
Me encontraba en una encrucijada de la cual no sabía cómo salir. Le daba vueltas constantemente a la proposición de la policía de colaborar juntos. Les odiaba, pero tenía que reconocer, por mucho que me jodiera, que tenían más recursos que yo. Por otro lado, me moría de ganas por hacerle frente a una organización que se dedicaba a la prostitución, a las drogas y a las estafas. Era necesario limpiar la ciudad de tanta escoria. Por desgracia, nuestra ciudad no contaba con un hombre disfrazado de murciélago por las noches que nos ayudase. Salir adelante era responsabilidad del pueblo.
La otra cosa que me inquietaba era Roberto. Tenía curiosidad por saber más de él, aunque con todo lo que me había pasado últimamente, menos me atrevía a acercarme.
Llegué a un parque donde me senté en un banco. Veía a las parejas tonteando, agarradas de la mano, haciendo el idiota como si tuvieran cinco años. Me daban muchísima envidia. ¿Cuándo iba a tener el valor de dejar que se me acercara un chico? Me sentía muy sola y quería tener a alguien en mi vida. Sí, tenía a mis amigos, pero no era suficiente. Tenía veinticinco años y no me había acostado todavía con nadie, y lo que es peor, ni siquiera besado. Cómo me odiaba a mí misma a veces.
He tratado este tema con mi psicóloga desde que tenía dieciséis años, pero no hemos podido hacer nada al respeto. Después de cinco años de terapia, concluí que nada ni nadie podía ayudarme, que mis terrores y rabia estaban tan arraigados en mi corazón que nada se podía hacer. Ella no estaba de acuerdo conmigo, pero tiré la toalla. Estaba cansada de luchar.
Una lágrima se cayó encima de mi pierna. He pasado varios años escribiendo en el blog, descargando mi rabia contra la estúpida policía y el resto de cerdos que destruyen esta sociedad, con la finalidad de encontrar al culpable de todo y hacérselo pagar. Lo peor de todo, es que en vez de llenar el vacío tan grande que tengo en mi interior, lo he ido llenando aún más con rabia y desesperación, hasta el punto en que mis amigos pagaban cada día por ello.
¿Cuántas veces he gritado a Gerard cuando me quería ayudar?
¿Cuántas veces he discutido con Dragomir acerca de su trabajo y cómo se aprovechaban de él?
¿Cuántas veces he evitado que Mayra tuviera un ligue por miedo a quedarme sola?
Era una desgraciada. Todo lo que me pasaba era culpa mía.
Observé la lágrima caer por mi pierna, bajando lentamente hasta tocar el suelo. Lo mejor era dejar todas estas batallas a un lado, ayudar a mi padre con el bar y darle el apoyo que necesitaba.
Se hizo de noche. Me levanté del banco y me dirigí al súper. Si seguía regocijándome en la mierda, no íbamos a cenar nada.
De camino al súper me encontré con Dragomir con cara de muy pocos amigos. A saber qué le había pasado.
—Hoy sales muy tarde de trabajar, ¿no? —pregunté con simpatía. Mejor no arriesgar cuando está así.
—Prefiero no hablar del tema. Estoy muy cabreado.
—Ya somos dos. A Gerard se le ha olvidado hacer la compra. ¿Me acompañas?
—Lo que me faltaba por oír —resopló—. Vamos, o al final me cargaré a alguien.
Al llegar al supermercado, una mendiga pedía limosna a los transeúntes cerca de la entrada. La reconocía. Su madre era dueña de una mercería bastante popular en el barrio. Cuando falleció la heredó su hija, pero como a tantos otros, la crisis arrasó con su pequeño negocio y la dejó en la calle.
—Luego nos quejamos de lo que nos pasa. ¿Verdad? Al menos tenemos un lugar donde vivir —dije.
—Pero ella tiene la suerte de no tener que aguantar a un gilipollas como jefe todos los días.
—¡Vaya! Veo que has tenido un mal día. ¿Quieres hablar?
—No, no. Tranquila. Se me pasará. ¿Qué necesitamos en casa?
—De todo. Leche, huevos, carne, cerveza, refrescos, verdura…
—Vamos, la compra entera. Cuando pillé a Gerard se va a acordar de mí.
Cogimos un cesto y recorrimos la tienda de arriba abajo. Me agotaba tener que aprender de nuevo las nuevas posiciones que tomaban los productos. Estúpidas técnicas de merchandising. En mis odiseas por el súper siempre acababa con el doble de cosas de las que pretendía comprar. Así es la sociedad tan consumista en la que vivimos.
Tomé tres paquetes de pasta del estante. Entonces fui a buscar a Dragomir, que había ido a coger fruta. Se había quedado pensativo, en su mundo, con la cabeza en otro lugar.
—Qué curioso. Te has quedado aplatanado justo delante de los plátanos de Canarias —bromeé.
Mi amigo forzó una sonrisa y miró hacia otro lado.
—¿Qué te pasa? —pregunté.
—El hijo de puta de mi jefe. Quiere acabar la obra pronto y nos obliga a hacer horas extras el sábado.
—¿Os las pagará al menos?
—¿Estás de coña? Nos ha dicho que no, y encima nos ha amenazado con despedirnos si nos escaqueamos.
—Sólo pídeme que reabra el blog y escribo acerca de vuestra situación.
—Te lo agradezco, pero no. Necesito el trabajo para mantener a mi familia en Bulgaria.
—¿Por qué no te cambias de trabajo?
—Patty, sé que tienes buenas intenciones, pero no quiero hablar de ello. Vámonos a casa.
—Está bien. Como quieras…
Tras hacer quince minutos de cola, logramos pagar y salir de allí. Una vez afuera, pasamos por delante de los contenedores del súper en la calle que nos llevaba a Collblanc. En ese instante, un empleado salió con una bolsa de basura y la lanzó en su interior. En cuanto volvió al interior, la mendiga emergió de las sombras y rebuscó en la basura. En apenas segundos, apareció el guardia de seguridad para llamarle la atención. Nos detuvimos en el sitio para ver la escena.
—Oiga. Márchese. Usted no puede estar aquí —ordenó el guardia.
—Por favor. Son sándwiches caducados. Mi hijo necesita comer.
—O los compra o los deja donde están.
—Pero…
—Ya se lo he dicho señora. O se va, o llamo a la policía.
No me pude contener ante tal injusticia y me acerqué. Dragomir me siguió detrás, pero se quedó a un margen. Cuando me cabreaba era mejor dejarme espacio.
—¡Oiga! Esa comida no se va a vender. Incluso ya la han dado de baja en el inventario. ¿Por qué no deja que se lleve uno al menos? —dije.
—Porque no. Cuando se tira, se tira y punto. Si quiere uno, que entre y lo pague como todo el mundo.
—¿Pero no ve en sus pintas que no tiene un duro? Apenas se sostiene en pie. Por favor, haga la vista gorda. Nadie se va a enterar.
—Mire —insistió el guardia—. Si no se van llamaré a la policía.
Al levantarme la voz, mi amigo saltó en mi defensa y se puso en medio.
—Como le vuelva a hablar así a ella le parto la cara.
—¡Qué se marchen de aquí! ¡Ladrones! —voceó el segurata.
—Dragomir. Déjale. —Desvié mi atención al gorila—. Está bien. Nos vamos. El sándwich lleva el precio y pone que cuesta dos euros con cincuenta—. Saqué dinero de la cartera, tomé su mano y se lo puse en su palma—. Cuente, cuente. Es el precio exacto. Ahora vaya a caja a entregarlo.
La mendiga se quedó al final con el sándwich y el guardia con el dinero y la cara de gilipollas.
—Muchas gracias. Mi hijo podrá comer algo después de dos días —dijo la mujer.
—¿Por qué no lo lleva a los comedores sociales? —sugerí.
—Solemos ir, pero somos muchos en la calle y no siempre hay para todos.
—Cuánto lo siento —susurró Dragomir.
—Sois gente muy buena. Ojalá todo el mundo fuese como vosotros. ¿Cómo os llamáis? Yo me llamo Enriqueta.
—Es un placer Enriqueta, Yo soy Patricia y él es Dragomir.
—Curioso nombre. No debes de ser de aquí.
—No —sonrió—. Soy de Bulgaria. Entiendo mucho su situación. Sé lo que es tener que alimentar antes a tu hijo antes que a ti mismo. Aunque yo no veo al mío desde hace meses. Está en nuestro país con su madre.
—Qué duro debe de ser, pero seguro que se acuerda de ti todos los días.
—Mire, si necesita ayuda, vaya al bar de mi padre. Le diré quién es usted para que le prepare un bocadillo a su hijo todos los días—. Saqué una tarjeta con la dirección y se la entregué.
—¡Gracias! ¡Muchas gracias! Tienes un corazón de oro. Qué Dios te lo pague. Lo siento, pero debo marchar al descampado donde vivo.
La mujer se despidió de nosotros con un tierno abrazo.
—Se ha marchado muy feliz —dijo Dragomir—. Se me ha pasado el cabreo.
—Es triste que a una persona, por coger comida de un contenedor para alimentar a su hijo, la puedan meter en la cárcel. Luego ves a políticos defraudar millones de euros que dejan libres pagando una fianza. ¡Todo es tan injusto!
—¿Por qué no reabres el blog y le pateas el culo a quien se lo merece?
—Lo he pensado, pero no sé si sería buena idea. De hecho, dudo sobre si seguir con esto.
—Sé que te da miedo, pero creo que deberías continuar con tu cruzada.
—No creo que sea buena idea. El otro día me amenazaron de muerte. ¿Y si os hacen daño por mi culpa?
—Escucha. Mira lo que acabas de hacer con la mendiga. Otro hubiera seguido su camino sin ayudar a esa pobre mujer. Pese a tus miedos, tus dudas, tu odio hacia las fuerzas de la ley, dentro de ti existe una persona con una gran predisposición a ayudar a los demás. Eso es lo que te define. Tú misma lo has dicho. No es normal que a una persona la quieran denunciar por llevarse un mísero sándwich en un contenedor, cuando otros roban millones y se ríen en nuestra cara. ¿Cuántos estafadores han acabado en la cárcel gracias a ti? Inspiras a la gente con tu blog. Has demostrado que una persona tiene un gran poder para cambiar las cosas.
—Gracias por tus palabras Dragomir, aunque no estoy convencida del todo. Te confesaré una cosa. Solo te lo contaré a ti. La policía me ha propuesto ayudarles en la lucha contra el crimen, y no sé qué hacer. Por una parte me atrae la idea, pero por otra, no quiero aliarme con mis enemigos.
—Patty, no creo que la policía sea tan mala como crees. Si te han pedido ayuda será por qué tendrán una mínima predisposición para cambiar las cosas.
—Puede ser que tengas razón. ¿Sabes qué? Prometo que lo pensaré.
—Espero que lo hagas y tomes la decisión correcta. Este mundo necesita a más gente como tú, que plante cara y luche contra las injusticias. ¿O no dices tú que «A cada cerdo le llega su San Martín»? Tú misma lo has demostrado haciendo de este un mundo mejor.
—No lo hago tan bien. Mira alrededor. La ciudad se está muriendo. Cada vez todo va a peor.
—Te equivocas contigo misma. Hay dinero que ha vuelto a las arcas públicas, algunos se han librado de estafas, e incluso esa mujer dará de comer a su hijo gracias a ti. A lo mejor todo está hecho una mierda, pero por gente como tú, las cosas no han ido a peor. Deberías sentirte orgullosa de ti misma.
—No sé cómo lo haces, pero siempre me acabas animando. No sé qué haría sin ti, amigo mío.
Alcé mi mano y jugueteé con la pulserita que me regaló. Como podía un simple objeto tener un gran valor sentimental.
—Veo que aún no has visto a una cigüeña. Espero que te la puedas quitar algún día —dijo él.
—Es un poco difícil ver una en Barcelona. Pero me gusta cómo me queda. Cada vez que la miro me lleno de fuerzas. Me recuerda mucho a ti.
Dragomir posó su mano en mi hombro y lo acarició con dulzura. La tomé y planté un beso en el dorso. Le quería, como amigo, pero le amaba con locura. Sus palabras, siempre tan sabias, cambiaban la manera en la que veía las cosas y a mí misma. Sanaba cualquier herida, por más dolorosa y profunda que fuese. Ojalá nunca tuviera que volver a su país en cuanto las cosas mejoraran. No quería que ese día llegara jamás, aunque también deseaba por él que pudiera volver con su familia.
—Me parece que tenemos que ir tirando.
—Sí, o la comida que va en la nevera se estropeará —apunté.
—Además, tenemos un asunto pendiente con Gerard.
—Me parece que merece sufrir un poquito. Vamos a darle su merecido.
Me agarré al brazo de mi amigo y volvimos a casa entre risas. Por el camino planeamos cómo escarmentar a Gerard.