A mis hijas, Julia y Cristina, para que cuando crezcan se den cuenta de que la vida sin anhelos y sueños no vale nada.
A mis padres, que, al sacrificarse para que yo estudiara, me abrieron la puerta al mundo de los sueños y me dejaron un legado superior a todas las fincas existentes sobre la tierra.
A Susana, que lo dejó todo para venir a España a soñar conmigo.
A mis amigos de Águilas, donde mis propios sueños nacieron y maduraron.
Y a todos aquellos que están en el secreto, es decir, a los que son capaces de distinguir la diferencia entre un sombrero mejicano y una serpiente que acaba de tragarse una boa.