CAPITULO VI TIERRA DESIERTA

Craigh Browning esperaba impacientemente en la espesura, varios kilómetros al norte del rancho «Círculo D», junto al río Sauces. Varias veces se había sentado a la sombra, junto a donde estaba atado su caballo; pero, incapaz de permanecer inactivo, volvía a pasear por el pequeño claro tratando de oír la llegada del hombre a quien había enviado a Paso Lucero para que ayudase a los ganaderos.

Por el camino hacia el punto de reunión a que había sido citado por el «Coyote», Browning encontró unos cuantos tarjetones de desafío al californiano. Arrancó algunos de ellos y, aunque conocía de memoria el texto, de cuando en cuando los sacaba para releerlas.

Al fin, oyó, rió abajo, un batir de cascos sobre la tierra y un momento más tarde apareció al galope un caballo montado por don César de Echagüe.

Browning fue a su encuentro y luego caminó a su lado hasta el lugar elegido por el jinete para dejar a su caballo, el roano que le había salvado la vida al cruzar el Sauces.

- Es un magnífico caballo -explicó, acariciando al animal-. No lo vendería ni por diez mil dólares.

Aflojó la cincha y quitó el bocado para que el caballo pudiera pastar cómodamente.

- Estoy impaciente -dijo Browning.

- Ya lo he notado. Eso es un defecto. Debes corregirte o no irás muy lejos. Conocí a un impaciente que para ir más de prisa siempre saltaba por el balcón en vez de bajar por la escalera. Era un salto de tres metros hasta la calle. Un día se fue a San Francisco. Le dieron una habitación en el último piso del hotel. A la mañana siguiente, al despertarse demasiado tarde, mi amigo creyó que estaba en Los Angeles, se vistió a la carrera, abrió la ventana y bajó en un segundo los ocho pisos. -Don César sonrió-. Ya puedes imaginar lo que le sucedió.

- ¡Muy gracioso! Pero… No he venido a que me cuentes historias de tus curiosos amigos. ¿Qué ha pasado aquí?

- No sé a qué te refieres. Pueden haber ocurrido muchas cosas. En realidad han ocurrido.

- Todo el ganado de Paso Lucero está en el «Circulo D».

- Sí.

- Eso no nos interesaba. Ha sido caer de la sartén al fuego. Nos hubiéramos entendido mejor con Sinton que con esos ganaderos ensoberbecidos.

- No acabo de comprenderte.

- Han llevado sus ganados al rancho de Daniels y ahora piden cincuenta dólares por cada res. Antes estaban dispuestos a venderlas por cinco. Sinton estaba dispuesto a vender por cuarenta o por menos. Ahora tienen el ganado en los magníficos pastos de Daniels. Pueden conservarlo allí durante el tiempo que quieran, porque saben que el ferrocarril no tiene más remedio que comprar al precio que ellos quieran.

- ¿No pensabais ayudar a los campesinos? -preguntó, irónico, don César.

- Sí; pero no hasta el extremo de perjudicarnos. Un ferrocarril cuesta mucho dinero. No podemos derrocharlo.

- Pues creo que no puedo hacer gran cosa por vosotros, si los hechos se han producido en contra de vuestros intereses. Yo me he limitado a colaborar en beneficio de los que compraron los terrenos muy caros y se han visto obligados por la Ley a venderlos muy baratos a vuestro ferrocarril. Lo demás ha ocurrido inesperadamente. Harper Daniels ha recobrado la razón y lo primero que ha hecho ha sido acordarse de que en un rincón de su bodega guardaba ciento sesenta mil dólares.

- Ya lo sé -suspiró Browning-. La Compañía quiso comprarle al banco la hipoteca sobre el «Círculo D». Aún no ha vencido; pero el banco ya ha sido advertido de que Daniels tiene a su disposición el dinero para liquidarla. Irán a buscarlo dentro de unos días. El «Círculo D» enriquecido es otro contratiempo. Yo he de hablar con Daniels. ¿Crees que nos permitirá atravesar sus tierras y tender el puente sobre el Sauces?

- No lo sé.

Browning puso gesto de haber mordido un limón.

- ¡Oh! Cuando uno se encuentra en un lío de éstos maldice el día y hora en que tuvo la ocurrencia de meterse en los negocios ferroviarios. Llegará momento en que estos lugares serán un paraíso de paz y alegría y un emporio de riqueza gracias al ferrocarril; pero hasta entonces, hasta que eso ocurra, tendremos que pasar por muchos apuros.

- Oye una cosa, Craigh: En todos los negocios en que yo me meto me gusta saber adonde voy. En éste he caminado a ciegas desde el primer instante. Tú me llamaste para pedirme que viniera aquí y ayudase a los ganaderos en contra de David Sinton, que, apoyado por un banco, trataba de sacar ventajas de sus miserias. Les habían vendido las tierras sabiendo que por ellas iba a cruzar un ferrocarril. Se las vendió a veinticinco dólares el acre, enterado de que la Compañía estaba obligada a pagar dos dólares por cada acre adquirido por expropiación forzosa. Dos dólares era el precio original de cada uno de los acres adquiridos por Sinton. Pero éste, que conocía los planos del tendido del ferrocarril, sólo vendió una cinta de terreno a lo largo de Paso Lucero, el único paso practicable en estas montañas. Los que compraron las tierras imaginaron que podrían vivir siempre en ellas y ahora se encuentran con que las pierden por expropiación forzosa. Que las tienen que vender perdiendo muchos dólares y, además, todo el ganado, porque no teniendo más tierras ni dónde llevarlo, tenían que vendérselo a Sinton. Este se lo pagaba a bajo precio. Ellos no tenían otra elección posible. Sólo podían vender a quien tuviera pastos donde guardar el ganado. Yo vine a lograr que Sinton pagase mejor o que los ganaderos pudiesen situar sus reses en un punto donde hubiera pastos. Así el ferrocarril podría comprar carne barata para sus obreros. Ahora todo el ganado, sin faltar una res, está en el «Círculo D». Está engordando. ¿No era eso lo que tú querías?

- Ya te he dicho que ahora nos han comunicado que si queremos carne para nuestros obreros tendremos que pagarla al precio que los ganaderos quieran.

- Querido Craigh: Mi intervención en este asunto ha sido de simple espectador. No obstante, me he visto con la vida pendiente de un hilo y considero un milagro el estar hablando contigo. Pocas veces he estado en un peligro semejante al que corrí cuando la gente de Sinton me encerró en un círculo de fuego o de plomo y me tuvo todo el día esquivando tiros y viendo como el círculo se cerraba a mi alrededor.

- No imaginé…

- No te preocupes -interrumpió don César-. Me he divertido mucho. Mucho. Como pocas veces. Y todo porque pocas veces me había encontrado metido en un avispero tan humano como éste. En David Sinton veo al hombre codicioso que alcanza sus propósitos sin preocuparse de los que caen ni de los que sufren. Es capaz de todas las traiciones y de todos los engaños. Opina que lo honrado es triunfar, como sea, a costa de quien sea. Y a quien le pique que se rasque.

- Es un canalla.

- No, Craigh. No lo es.

- ¿Le admiras?

- No le admiro. Como no admiro a los buitres; pero sería tonto decir que los buitres son crueles y despreciables porque comen carroñas. Es su manjar. Han nacido así. No pueden hallar placer en comer trigo, como los gorriones. Sinton ha sido durante toda su vida un amoral. Pero no ha creído nunca ser un lobo cruel. Es el halcón que se come a la paloma, de la misma forma que los vencejos se comen los mosquitos, y los mosquitos chupan nuestra sangre. Sinton ha nacido así y a veces se horroriza al ver que la gente le cree malo. El sólo se considera muy listo en el juego de la vida, donde, la verdad sea dicha, cada cual busca su medro a costa de quien sea: de su vecino, de su amigo o de su hermano. Fue protegido por Harper Daniels. Además, fue su hombre de confianza y vio cómo Daniels, ayudado por él, creaba un imperio en California. Daniels daba a su protegido, a su «hijo adoptivo», las migajas del banquete. Sinton hacía todo el trabajo y él fue, en realidad, quien levantó el poderío del «Círculo D». Harper Daniels no hizo apenas nada. El muchacho era listo como una centella. Compró tierras para su jefe. Hizo mil trabajos y sólo recibió unos dólares para sus gastos personales. Es cierto que Daniels le daba plena libertad para meter las manos en el tesoro y sacarlas bien llenas; pero Sinton no pensaba en aprovecharse de aquel dinero. Lo invertía en nuevas tierras, en mayor número de reses, en financiar expediciones mineras. No fue Harper Daniels quien fundó el imperio de la cuenca del río Sauces. Este imperio fue obra de David Sinton. Una obra fabulosa y fenomenal.

- Exterminó a sus oponentes.

- De la misma forma que vosotros, con vuestro ferrocarril, pasáis por encima de los cadáveres de cuantos se intentan oponer a vuestro avance.

- Nosotros creamos la civilización y la llevamos a las sitios más salvajes.

- Sinton ayudó a Daniels a poblar esto. Cuando ellos llegaron a California el país no era una balsa de aceite…

- Si no lo es ahora, al cabo de veintitantos o treinta años de su llegada, menos debía de serlo entonces.

- Desde luego, no lo era. Cada cual atropellaba a sus vecinos. No voy a meterme en la Historia; pero sí te diré que si se ha reconocido ya que la independencia de la América de España se produjo cincuenta años antes de lo conveniente para las propias naciones que se independizaron, el suceso tuvo para California peores consecuencias. La separación de España se produjo mucho antes de que se cumpliera el siglo de la conquista de California. Aún no se había podido crear en este país un sentimiento de patria. Aún vivían los conquistadores. El país era como una casa a medio construir. Sin tejado. Cuando llegaron las lluvias torrenciales, el agua se metió en todos los rincones y lo destrozó todo. Si en vez de haber sido conquistada por España, California hubiera sido la conquista de otro país cualquiera, hoy no quedaría ni un leve rastro del carácter de los conquistadores. Rusia ha estado mas de ciento veinte años en Alaska, y hoy, actualmente, no queda huella alguna de su paso por allí. Y si quedan algunas, caben en un puño. En California perduran en misiones y pueblos los recuerdos de España. Y perdurarán durante siglos. Pero el idioma y las costumbres de origen se perderán, aunque luego tal vez se recuperen artificialmente. Y todo porque no hubo tiempo de reposar la conquista. Los californianos pasaron de españoles a mejicanos y lo primero que hicieron fue destruir la columna vertebral de California: el sistema de las misiones. La casa no estaba terminada y ya echaban abajo el andamiaje. Así se creó un espíritu de codicia que ha sido fatal. Los colonos robaron a los misioneros e implantaron un sistema que luego se volvió contra ellos, porque fueron despojados por vosotros, los… yanquis.

- ¡Yo no soy yanqui! -protestó Browning.

- Para nosotros lo eres. Aunque no te guste. Pero volviendo a Sinton. El se adaptó al sistema californiano de robar al vecino, al hermano y al amigo. No inventó nada. Aplicó las costumbres ya establecidas. Fundó con los medios de su protector el «Círculo D». Lo hizo grande y rico.

- Y luego apuñaló a traición a su padre.

- No te pongas sentimental, Browning. Cuando dos lobos se pelean y uno de ellos lleva las de perder, no hay que cometer el error de sentir simpatía por el más débil. Sigue siendo tan lobo como su adversario. Sinton no era peor que Daniels.

- ¡Por Dios! Todo el mundo sabe que Sinton engañó…

- Un momento. No te desboques. Daniels vino a California y trajo consigo a un muchacho sacado del hospicio. No por cariño. No por amor. Ni siquiera por caridad. Sacó a Sinton del hospicio porque necesitaba un ayudante barato y fiel. Sabía que el chico era listo, trabajador y agradecido. Y que siempre le sería fiel. Que defendería sus intereses con el entusiasmo de quien defiende su fortuna. Y para acentuar en Sinton tal seguridad, Daniels redactó y firmó un testamento declarando a Sinton heredero absoluto de todos sus bienes, «por no haber hijos propios ni herederos directísimos». ¿Lo comprendes? Sinton trabajó como un forzado para su protector, creyendo que el día de mañana todo sería para él. Por eso no pidió sueldo mayor ni exigió premio anticipado. Diez años enteros de su vida los dedicó, sin vacilar, a crear los cimientos de esta fortuna. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, cuando creía que Harper Daniels estaba pensando en retirarse a vivir cómodamente su ancianidad, se encontró con que, lejos de sentirse viejo, Daniels pensaba en casarse y en fundar una familia.

- Tenía derecho a hacerlo.

- Desde luego; pero Sinton también tenía derecho a opinar de otra manera. El había renunciado a los placeres y derechos de su juventud a fin de no entorpecer la marcha de las ambiciones de Daniels. Todo lo qué compraba lo adquiría para su jefe. Todas sus ideas se las regalaba a su protector. Todas sus ilusiones se las cedía a su padre adoptivo. De pronto la obra de diez años de trabajos forzados se le iba de entre sus creadoras manos. El había renunciado al amor de las mujeres. Ignoró las invitadoras miradas de los ojos más bellos de California. Nada le apartó de su trabajo. Y no porque no le gustaran los ojos bonitos ni los bellos cuerpos. Es que él sólo pensaba en levantar un imperio en California. Un imperio para Harper Daniels. Un imperio en el cual David Sinton tenía asignado el papel de príncipe heredero.

- Que quiso heredar antes de tiempo, ¿no?

- Tal vez. Pero ponte en el lugar de Sinton. Es el primer estafado. Daniels se ha encaprichado de una mujer joven y bonita. Como tiene dinero, compra a esa mujer. Y como es menos viejo de lo que Sinton ha creído…

- ¿No conocía Sinton la edad de Daniels?

- Sí; pero ya sabes como es el ser humano. Cuando niño, considera que un hombre de treinta años es un viejo. A los veinte piensa que se es viejo a los cincuenta. A los treinta ya no cree en la vejez antes de los sesenta o setenta. Recuerdo a un amigo mío que estaba a punto de cumplir los cien años. Un día, en Los Angeles, viendo pasar a una mujer joven y guapa, dijo, nostálgicamente: «¡Si yo tuviera setenta años!» Estaba pensando en su juventud. Pues lo mismo le ocurrió a Sinton. Los cincuenta años de Daniels se le antojaban una vejez total. Lo veía viejísimo. Ahora no cree que un hombre de cincuenta años sea un viejo. Pero entonces fue una sorpresa. Luego, al examinar la realidad, comprendió que, lejos de ser un viejo, Daniels podía fundar una familia. Tener hijos y… dejarles herederos de todo lo que Sinton había conseguido. Y si no de todo, por lo menos de gran parte de ello. Sinton reaccionó muy humanamente. Si Daniels pensaba jugarle una sucia pasada, antes de que pudiese hacerlo él se le anticiparía. Y aprovechando la candidez de Daniels, que imaginaba que Sinton seguiría siendo su esclavo sin exigir ni un solo mendrugo, puso a su nombre las tierras que fue comprando y, pos? último, le quitó a Harper Daniels la novia.

- ¿Eso no es una cochinada?

- Yo mismo le quité la novia a otro. Y se la quité cuando estaba a punto de casarse, ya ante el cura y en la Iglesia. Y nunca me he considerado muy malo por ello.

- Tú debías de amar a esa mujer, ¿no?

- Claro; pero también amaba Sinton a Esperanza Gables. Se enamoró de ella al mismo tiempo que Daniels. Este no imaginó que tenía un rival más joven. Al fin, como ocurre siempre en el amor, ganó el más joven, aunque estuvo a punto de ganar el más rico. Daniels se volvió tonto; pero no creo que fuera, nunca un ser completamente normal. He sabido cosas de él que demuestran que siempre estuvo algo chiflado. Al faltar la mano directora de Sinton, todo el «Círculo D» se vino abajo. Sinton era el alma. Por eso, mientras que Daniels lo perdía todo, Sinton fue ganando mucho. Lo malo para Sinton fue que ya había pasado el tiempo de las grandes oportunidades.

- ¿Crees que ese tiempo ha pasado ya? -preguntó, irónicamente, Browning.

- Cada época tiene su espíritu y sus hombres. Los mismos hombres que en un siglo son conquistadores de imperios, no pasarían en otro de simples soldados. Si acercas la llama de una antorcha a los resinosos matorrales de un bosque de la Alta California se produce un incendio terrible. Si esa antorcha la tiras en medio de un desierto de la California Central, no pasa nada. Si Hernán Cortés hubiera nacido ahora, no hubiese podido conquistar Méjico ni nada. A Sinton le ocurrió lo mismo. El era el hombre ideal para sacar partido de la situación de la California del cuarenta al cincuenta, Luego, aunque siguió siendo el mismo, las cosas ya no eran iguales y su capacidad no podía rendir los frutos que dio en tan propicia época. Ganó mucho, aumentó sus tierras y sus riquezas; pero no logró conquistar todo el imperio de Daniels. Se tuvo que conformar con unas migajas arrancadas al enorme pan. Y como al crear el «Círculo D» Sinton lo previo todo y quiso garantizarlo contra cualquier peligro, luego las cosas siguieron marchando solas y el «Círculo D» resistió, por sí solo, todos los embates. Ni Sinton pudo acabar con su propia obra. Y ahora Daniels, ayudado por alguien, está haciendo la más fenomenal de las jugadas. Se pondrá en pie más fuerte que nunca y hasta es posible que el propio Sinton sea derrotado.

- Ya lo sé. Pero, ¿quién es ese cerebro que le guía?

- No es el mío.

- Pues… llegué a creer que tú te escondías detrás del telón.

- No me escondo. Contemplo la comedia. Y, salvo la vida, no arriesgo nada.

- ¿Y ese desafío? ¿Lo has tomado en serio?

Browning mostraba a don César uno de los tarjetones.

- Claro que lo tomo en serio -sonrió el californiano-. Es muy serio.

- Ya lo imagino. Todo es terriblemente serio y peligroso en esta tierra. Creo que ese Olsen es más peligroso que una serpiente de cascabel.

- Sí. Pero sin el cascabel, que, al fin y al cabo, sirve de aviso.

- ¿Irás a pelear con él?

- Ya he dicho que sí. No puedo ignorar su reto. Perdería mi prestigio y me interesa conservarlo.

- ¿Le matarás?

- Así lo espero.

- El puede matarte. ¿O no?

- Puede. Y tiene muchas probabilidades. Es un magnífico y rápido tirador. Tiene un cementerio lleno de pruebas de su capacidad en el arte de disparar antes que su contrario.

- Tal vez sería mejor que te marchases y no corrieras semejante riesgo. Al fin y al cabo no vale la pena. Todo se ha complicado…

- Puede que unos tiros bien disparados resuelvan el problema.

- No lo sé… Y lo que menos me explico es la aparente confusión de un asunto que parecía clarísimo.

- Tú me dijiste que deseabas proteger a los campesinos y a los ganaderos. ¿Decías la verdad?

- Deseaba protegerlos, pero no perjudicarnos nosotros.

- ¿Habéis tenido algún tropiezo con la «Sociedad Protectora de Ganaderos»?

- Sí. Con la Asociación. Atravesamos tierras que pertenecían a sus asociados y nos hicieron mucha guerra; pero al fin los vencimos y tuvieron que rendirse.

- Pues ahora son ellos quienes tienen la sartén por el mango. No hay enemigo pequeño. Y esa Asociación no tiene nada de pequeña y, además, es enemiga. Han enviado a varios agentes secretos, para organizar a los ganaderos de Paso Lucero. Y ya lo han conseguido. Todos, inclusive Daniels, han ingresado en la Unión y ahora se disponen a presentaros batalla.

- ¿Has tomado partido por ellos?

- No. Porque en la lucha ellos no protegen a los ganaderos. Los usan como tropas de choque. Reúne en el palacio de Daniels a todos los ganaderos de Paso Lucero y ofréceles buenas condiciones. Un pago justo de sus ganados. La seguridad de tierras cerca del ferrocarril y la garantía de un transporte de mercancías y ganado a precios razonables. Y a Daniels ya le convenceré yo.

- Dicho así todo parece fácil; pero ya verás como no lo será.

- Ya lo veremos. Al final tendremos sorpresas para todos.

Desde hacía unos momentos oíanse en la cercana carretera pasos de caballos al trote corto.

- ¿Quiénes andan por ahí? -preguntó Browning.

- Los nuevos vaqueros de Daniels -sonrió don César-. Los ha contratado su sobrino, Bradford Jenkins.

Browning dio un respingo.

- ¿Has dicho Brad Jenkins?

- Bradford; pero supongo que significa lo mismo.

- ¿Qué hace aquí ese hombre?

- Hace de sobrino político de Daniels.

- No lo es. Ese hombre pertenece…

- Ya lo sé. No te preocupes. Codicia, ambición, amor, pasión, locura. Todos los «buenos» sentimientos de la humanidad se hallan representados entre nosotros en esta tierra. Darán sus frutos y no precisamente de la forma que muchos esperan.