CAPITULO X

John Blaine acercóse al sillón en que estaba sentado Valentín Florentz y sentándose frente a él pidió permiso para coger uno de los periódicos que Florentz tenía a su lado.

- Gracias -sonrió Blaine, y también en voz baja, agregó-: No esperé ni por un momento que usted no me reconociera.

- ¿Ha adelantado algo en sus pesquisas?

- ¿Quiere que juguemos una partida de cualquier cosa? Algo para justificar nuestra conversación, senador.

- Subamos a mi cuarto…

- No sería lógico que usted y yo nos encerrásemos en su habitación. Yo soy un jugador y usted un político famoso. Podemos jugar a la vista de todos; pero no podemos ser amigos íntimos. Ambos perderíamos prestigio.

- Sólo juego bien al «póker» -dijo Florentz.

Blaine sacó una baraja y mezcló las cartas, sirviendo luego cinco de ellas al senador y colocando entre ambos una mesita cercana.

- Las pruebas deben de estar en la haciéndale Estrada -dijo el agente de Pinkerton, que se ocultaba bajo la apariencia de John Blaine, jugador profesional.

- Eso ya lo sabía -respondió Florentz-; pero no hay quien se acerque a la hacienda. Lo intenté esta mañana y por poco provoco un desastre.

- Ya lo sé. No se atrevieron a matarle porque no quieren que se produzca ningún escándalo nacional. Si no fuese usted quien es hoy le habrían asesinado. Y con usted a todos sus acompañantes.

- Han estado a punto de hacerlo. ¿No sería conveniente reunir una partida de voluntarios o de vigilantes y asaltar la hacienda Estrada, expulsando de ella a «Los Compañeros del Silencio»?

- Nos expondríamos a perderlo todo -replicó Blaine, mostrando su juego y recogiendo el medio dólar perdido por el senador-. Es casi seguro que el retrato está en la hacienda. Si «Los Compañeros del Silencio» se vieran a punto de ser echados de ella prenderían fuego al edificio y es posible que lograsen destruir el retrato.

- ¿Por qué no lo hacen ahora? -preguntó Blaine.

- Porque no están seguros de que el retrato se encuentre en la hacienda Estrada. Si queman la hacienda y encuentran a Estrada, él puede decirles que el retrato estaba en cualquier tabique de la casa y que se quemó al mismo tiempo que la hacienda. Pero a ellos les quedará la duda de si ha sido así. Sólo sabrán que el retrato está destruido si lo destruyen ellos. No se pueden conformar con la duda. No pueden dejar ese retrato como una espada pendiente de un hilo sobre sus cabezas. Tienen que encontrar a Estrada, hacerle hablar, con tormentos o como sea, una vez tengan en sus manos el retrato y lo hayan destruido, entonces vivirán tranquilos los jefes.

- Es cierto -admitió Florentz. -Nunca imaginé que la cosa fuera tan complicada. ¿Cree poder dar con Estrada?

- Sí. En realidad he dado ya con él.

- ¿Y ha dicho donde está…?

- No, no. No quiere hablar. Espera entrevistarse con el «Coyote» para decirle a él donde está el retrato. Sólo confía en el «Coyote».

- ¿Está aquí el «Coyote».

- Sí.

- ¿Y sabe usted quién es?

- Un ciego lo sabría.

- Pues yo no debo de ser ciego puesto qu» no lo sé.

- Usted debiera saberlo mejor que nadie. Fueron los hombres del «Coyote» los que salvaron a Estrada. No lo olvide.

- ¡Oh! ¿Ese viejo cascarrabias? Florentz no daba crédito a sus oídos.

- ¡No es posible!

- Claro que lo es. Un simple estudio del pasado del coronel Paz nos demuestra que él es y ha sido siempre el «Coyote». Luchó contra los norteamericanos en la guerra de California. Nunca ha ocultado su odio hacia nosotros. Vive en Los Angeles. Sus criados, los hermanos Lugones, salvaron a Estrada.

- Pero fue él quien dijo que los muertos no eran los Lugones. Si fuese el «Coyote» no lo habría dicho.

- Sabía que lo mismo que él decía lo podía decir don César de Echagüe. Además no ignoraba que «Los Compañeros del Silencio» estaban tan bien enterados como él que los Lugones y Estrada vivían.

- Puede que tenga razón, Blaine. ¿Qué piensa hacer?

- Tengo un plan atrevido; pero prefiero reservarlo para mí.

- Como quiera. Si cree que con ello puede acabar con «Los Compañeros del Silencio»…

- Por lo menos con algunos de sus jefes.

- Lo más asombroso -murmuró Florentz -es eso de que ese viejo tan cargante sea el «Coyote». Voy a pedir informes acerca de él. ¿Cree que puedo hacerlo por telégrafo?

- Yo le enviaré una serie de informes escritos obtenidos hace tiempo, cuando pensé que valía la pena intentar cobrar el premio que aún se ofrece por la captura del «Coyote».

- ¿Ha desistido de ello?

- Viendo como fue capaz de salvar a Estrada de la horca, creo que el hombre que se enfrente con él lleva siempre las de perder.

- Pero es un viejo…

- No se fíe de su aspecto normal. No lo vea como don Goyo Paz. Véalo como el «Coyote».

- Cueste trabajo verlo así -suspiró FÍorentz.