EPÍLOGO

Susana Cortiz escuchó atentamente las palabras de Duke.

—Hasta él último momento creí que el doctor era un amigo —dijo—. Sólo cuando me aplicó a la boca un trapo con cloroformo comprendí la verdad; pero, no tuve tiempo de pensar en nada, pues hasta ahora no he recobrado el conocimiento.

Susana calló un momento y luego mirando a Duke preguntó:

—¿Y hubiera pagado los dos millones de mi rescate?

Duke tardó un momento en replicar, y cuando lo hizo fue con una amplia sonrisa y declarando:

—Una secretaria como usted vale dos millones y mucho más.

—¿Sólo porque soy su secretaria?

—¿Es que le gustaría que le dijese que estoy enamorado locamente de usted?

—¿De mí?

—Sí, de ti.

—¿No será de los dos millones que he heredado de mi tío?

—Es posible que también por eso, Susana. Creo que eran los que me faltaban para ser dueño de unos cincuenta.

Max Mehl, que entraba a conocer, por fin, a la señorita Cortiz, tuvo que salir precipitadamente so pena de ser indiscreto y exponerse a tener que ruborizarse.

—Nunca creí que encontrara una mujer capaz de cazarle —dijo a uno de sus ayudantes.

—Hay quien dice que Duke Straley es más escurridizo que una anguila —replicó el otro—. Quizá escape.

—Tal vez; pero ahora me parece qué está bien cogido. No hay mano tan fuerte como la débil mano de una mujer. Y eso es una verdad completa que leí en un libro de proverbios chinos.

—Entonces si que es toda una verdad —rió el otro policía.

FIN

Digitalización: Antonio González Vilaplana

Publicada por: Editorial Molino, mayo de 1945