33
Jondalar cerró los ojos, incapaz de presenciar el último y violento instante de la vida de Ayla. Su propia vida carecería de sentido para él cuando ella hubiese desaparecido… Entonces, ¿por qué estaba allí de pie, temeroso de las lanzas amenazadoras cuando no le importaba vivir o morir? Tenía las manos atadas, pero sus piernas estaban libres. Tal vez pudiera correr hacía allí y derribar de un golpe a Attaroa.
Oyó una conmoción cerca de la puerta del cercado, en el momento mismo en que decidió ignorar las afiladas lanzas y tratar de ayudar a Ayla. El ruido procedente del cercado distrajo a sus guardianas y entonces él se abalanzó repentinamente hacia delante, apartó las lanzas y corrió hacia las dos mujeres que se debatían en el suelo.
De pronto, una mancha oscura pasó frente a las personas que observaban la escena, rozó la pierna de Jondalar y saltó sobre Attaroa. El impulso del ataque echó hacia atrás a la jefa y sus afilados y poderosos colmillos se cerraron sobre el cuello de la mujer y atravesaron la piel. La jefa se encontró de espaldas en el suelo, tratando de rechazar a una furia de dientes y piel que gruñía con ferocidad. Consiguió asestar una puñalada al cuerpo pesado y peludo antes de soltar el arma, pero el único resultado fue un gruñido siniestro y una desgarradura más profunda provocada por las mandíbulas que presionaban más y más, en un apretón que la privaba del aire.
Attaroa trató de gritar mientras la oscuridad se cernía sobre ella, pero justo en ese momento, un afilado canino seccionó una arteria y el sonido que todos oyeron fue un gorgoteo horrible y un espantoso estertor. Después, la mujer alta y hermosa quedó inerte y ya no luchó. Siempre gruñendo, Lobo la sacudió para convencerse de que no ofrecía más resistencia.
—¡Lobo! —gritó Ayla, quien consiguó dominar su propia impresión y se sentó—. ¡Oh! ¡Lobo!
Cuando el lobo soltó la presa, un caño de sangre brotó de la arteria seccionada y le salpicó. El animal se arrastró hacia Ayla, con la cola entre las patas en actitud de disculpa, como si pidiera la aprobación de su ama. La mujer le había ordenado que permaneciese oculto y él sabía que había desobedecido sus deseos. Sin embargo, al ver el ataque de que ella era víctima, se precipitó a defenderla, porque comprendió que corría peligro. Pero ahora no estaba seguro de la reacción que su desobediencia provocaría. Más que cualquier otra cosa, detestaba que la joven le reprendiese.
Sin embargo, cuando Ayla abrió los brazos, tendiéndolos hacia él, comprendió enseguida que se había comportado bien y su transgresión le era perdonada, por lo que se arrojó alegremente sobre ella. Ayla le abrazó, hundiendo el rostro en el pelaje de Lobo, mientras lágrimas de alivio brotaban de sus ojos.
—Lobo, me has salvado la vida —sollozó. Él la miró, manchándole la cara con la sangre tibia y húmeda de Attaroa que conservaba sobre el hocico.
Los habitantes del Campamento retrocedieron ante aquel espectáculo, contemplando boquiabiertos, maravillados, a la mujer rubia que abrazaba a un corpulento lobo que acababa de matar a otra mujer en un furioso ataque. Ella se había dirigido al animal con el vocablo mamutoi que significaba lobo, la cual era análoga al nombre con el que ellos designaban al cazador carnívoro, y sabían que estaba hablándole, exactamente como si él pudiera entenderla, del mismo modo que hablaba con los caballos.
Por consiguiente, no tenía nada de extraño que aquella forastera no hubiera demostrado temor ante Attaroa. Su magia era tan poderosa que no sólo conseguía imponerse a los caballos, sino también a los lobos. Advirtieron que tampoco el hombre daba muestras de preocupación, y le vieron arrodillarse al lado de la mujer y el lobo. Incluso había ignorado las lanzas de las Lobas, quienes, atónitas, habían retrocedido unos pasos y permanecían a la expectativa. De pronto, descubrieron a un hombre detrás de Jondalar, ¡un hombre con un cuchillo! ¿De dónde lo habría sacado?
—Jondalar, voy a quitarte las cuerdas —dijo Ebulan, mientras cortaba sus ligaduras.
Jondalar miró alrededor cuando sintió las manos libres. Otros hombres se habían mezclado con la gente, varios más se dirigían hacia la hoguera tras haber abandonado el Cercado.
—¿Quién los ha puesto en libertad?
—Tú —dijo Ebulan.
—¿Qué quieres decir? Yo estaba maniatado.
—Pero nos diste los cuchillos… y el coraje para intentarlo —dijo Ebulan—. Ardemun se deslizó detrás de la mujer que estaba de guardia a la entrada y la golpeó con su báculo. Después, cortamos las cuerdas que cierran la entrada. Todos seguían con gran atención la lucha, y entonces apareció el lobo… —Su voz se apagó y sacudió la cabeza, mientras miraba a la mujer y al lobo.
Jondalar no advirtió que el hombre estaba demasiado impresionado para continuar hablando, ya que había algo que le importaba mucho más.
—¿Estás bien, Ayla? ¿Te hirió? —preguntó, abrazando tanto a la mujer como al lobo. El animal pasó de lamer a Ayla a lamer a Jondalar.
—Un pequeño rasguño en el cuello. No es nada —contestó ella, aferrándose al hombre y al excitado lobo—. Me parece que logró herir a Lobo, pero espero que no sea grave.
—Jamás habría permitido que regresaras si hubiera imaginado que intentaría matarte, Ayla, y nada menos que aquí, en el festín. Pero debería haberlo pensado. Fui un estúpido, porque no comprendí cuán peligrosa era —dijo Jondalar, abrazando con fuerza a Ayla.
—No; no eres ningún estúpido. Yo tampoco pensé que intentaría atacarme, y no supe cómo defenderme. De no haber sido por Lobo…
Ambos miraron al animal, rebosantes de gratitud.
—Debo reconocer que durante este Viaje hubo ocasiones en que quise dejar atrás a Lobo. Pensé que era una carga excesiva, que dificultaba aún más nuestro Viaje. Cuando descubrí que habías ido a buscarle después de cruzar el río de la Hermana me enojé mucho. La idea de que hubieras corrido peligro por causa suya me trastornó.
Jondalar abarcó con ambas manos la cabeza del lobo y le miró a los ojos.
—Lobo, lo prometo, jamás te dejaré atrás. Arriesgaré mi vida por salvar la tuya, bestia gloriosa y colérica —dijo el hombre, revolviendo el pelaje del animal y frotándole detrás de las orejas.
Lobo lamió el cuello y la cara de Jondalar, y aferró entre sus mandíbulas con infinita suavidad el cuello y el mentón del hombre, para demostrarle su afecto. Lobo experimentaba casi los mismos sentimientos por Jondalar que por Ayla, y gruñó satisfecho ante la atención y la aprobación de que era objeto por parte de los dos.
Pero la gente que estaba observando prorrumpió en exclamaciones, mezcla de asombro y temor cuando vio que el hombre exponía al animal su cuello vulnerable. Habían visto al mismo lobo apretar el cuello de Attaroa entre sus mandíbulas poderosas y matarla; por tanto, para ellos la actitud de Jondalar guardaba estrecha relación con la magia, puesto que revelaba un control inconcebible sobre los espíritus de los animales.
Ayla y Jondalar se incorporaron, con el lobo entre ellos, mientras la gente vacilante les contemplaba, indecisa acerca de lo que se avecinaba. Varias personas miraron a S'Armuna. La mujer se adelantó hacia los visitantes, observando con cautela al lobo.
—Al fin nos hemos librado de ella —dijo.
Ayla sonrió. Adivinó la ínquietud de la mujer.
—Lobo no te lastimará —aseguró—. Atacó sólo para protegerme. S'Armuna advirtió que Ayla no traducía al zelandoni el nombre del animal, y advirtió que usaba la palabra como nombre propio de la bestia.
—Es lógico que su muerte se haya producido por obra de un lobo. Sabía que habíais venido aquí por una razón concreta. Ya no estamos dominados por su fuerza, sojuzgados por su locura —dijo la mujer—. Pero, ¿qué haremos ahora?
Era una pregunta retórica, que ella misma se hacía, en vez de estar dirigida a los oyentes.
Ayla contempló el cuerpo inmóvil de la mujer que tan sólo unos momentos antes había manifestado tanta malevolencia pero también una vida tan vibrante, y la joven cobró conciencia de la fragilidad de la vida. De no haber sido por la intervención de Lobo, hubiera sido ella la que yacería muerta. Se estremeció al pensarlo.
—Creo que alguien debería retirar el cuerpo y prepararlo para la sepultura. —Ayla habló en mamutoi, con el fin de ser entendida sin que fuera necesaria la traducción.
—¿Merece que la enterremos? ¿Por qué no arrojamos su cuerpo a los comedores de carroña? —inquirió una voz masculina.
—¿Quién habla? —preguntó Ayla.
Jondalar conocía al hombre que se adelantó, un poco vacilante.
—Me llaman Olamun —dijo.
Ayla hizo un gesto de saludo.
—Olamun, tienes derecho a sentirte irritado, pero Attaroa fue empujada a la violencia por la violencia que otros ejercieron sobre ella. El mal que había en su espíritu ansía perdurar, quiere dejarte un legado de su violencia. Abandona eso. No permitas que tu justa cólera te lleve a caer en la trampa tendida por el espíritu inquieto de esta mujer. Es hora de poner fin a ese sistema. Attaroa era un ser humano. Enterrémosla con la dignidad que ella no pudo encontrar en vida y dejemos en paz su espíritu.
Jondalar se sorprendió ante la respuesta de Ayla, propia de un zelandoni, una respuesta sensata y moderada.
Olamun asintió en silencio.
—Pero, ¿quién la enterrará? ¿Quién la preparará? —preguntó Ayla a continuación.
—Eso incumbe a La Que Sirve a la Madre —dijo S'Armuna.
—Quizás con la ayuda de quienes fueron sus cómplices en esta vida —propuso Ayla, en vista de que el cadáver era excesivamente pesado y la mujer mayor no podía manipularlo sola.
Todos se volvieron entonces para mirar a Epadoa y a las Lobas. Pareció que éstas estrechaban sus filas, como si cada una de ellas extrajera valor de las demás.
—Y después, que la acompañen al otro mundo —dijo otra voz masculina.
Hubo gritos de aceptación entre la gente y se produjo un movimiento de amenaza hacia las cazadoras. Epadoa se mantuvo firme y blandió su lanza.
De pronto, una joven Loba se apartó de sus compañeras.
—Yo nunca quise ser Loba. Sólo deseaba aprender a cazar, porque no quería pasar hambre.
Epadoa la miró hostil, pero la joven adoptó una actitud desafiante.
—Que Epadoa descubra lo que significa tener hambre —dijo de nuevo la voz masculina—. Que esté sin comer hasta que llegue al otro mundo. De ese modo, también su espíritu sentirá el hambre.
La gente que avanzaba hacia las cazadoras y Ayla provocó en Lobo un gruñido de advertencia. Jondalar se arrodilló rápidamente para calmarle, pero su reacción hizo que la gente retrocediera. Miraron con cierto sobresalto a la mujer y al animal.
—El espíritu de Attaroa todavía está entre nosotros —dijo Ayla sin preguntar esta vez quién había hablado—, alentando la violencia y la venganza.
—Pero Epadoa debe pagar el mal que hizo.
Ayla vio que la madre de Cavoa se adelantaba. Su joven hija embarazada estaba detrás, ofreciéndole apoyo moral.
Jondalar se incorporó y permaneció de pie al lado de Ayla. No podía evitar el pensamiento de que la mujer tenía derecho a la venganza por la muerte de su hijo. Miró a S'Armuna. La Que Servía a la Madre debía ser la que contestara, se dijo Jondalar, pero también ella esperaba la respuesta de Ayla.
—La mujer que mató a tu hijo ya se ha ido al otro mundo —habló Ayla—. Epadoa tendrá que pagar sólo por el mal que ella haya causado.
—Tiene que pagar por mucho más. ¿Qué me dices del daño que infligió a estos niños? —Ebulan era quien hablaba. Retrocedió un paso para permitir que Ayla viera a dos jovencitos apoyados en un anciano de expresión cadavérica.
Ayla se sobresaltó cuando vio al hombre; ¡por un instante pensó que estaba mirando a Creb! Era alto y delgado; en cambio el santón del Clan había sido bajo y robusto, pero su rostro arrugado y los ojos oscuros tenían el mismo aire de compasión y dignidad, y era evidente que despertaba la misma clase de respeto.
El primer pensamiento de Ayla fue brindarle el gesto de respeto usado en el Clan, sentándose a sus pies y esperando que él la tocase el hombro, pero comprendió que esa actitud sería mal interpretada. Así pues, decidió ofrecerle la consideración de la cortesía formal. Se volvió hacia el hombre alto que se mantenía a su lado.
—Jondalar, no puedo hablar de forma adecuada con este hombre sin una presentación en regla —dijo.
Jondalar comprendió enseguida lo que ella sentía. También él experimentaba un sentimiento de especial respeto por el hombre. Se adelantó y condujo a Ayla junto al anciano.
—S'Amodun, el muy respetado de los S'Armunai, te presento a Ayla, del Campamento del León de los Mamutoi, Hija del Hogar del Mamut, Elegida por el Espíritu del León Cavernario y Protegida por el Oso Cavernario.
Ayla se sorprendió al oír que Jondalar agregaba la última parte. Nadie había designado al Oso Cavernario como protector de la joven, pero cuando pensó en ello, consideró que podía ser cierto, por lo menos a causa de Creb. El Oso Cavernario la había elegido —era el tótem de Mog-ur— y Creb aparecía con tanta frecuencia en los sueños de Ayla que ella estaba segura de que la guiaba y protegía, quizás con la ayuda del Gran Oso Cavernario del Clan.
—S' Amodun de los S'Armunai da la bienvenida a la Hija del Hogar del Mamut —dijo el anciano, mientras sostenía entre las suyas las manos de Ayla. No era el único que consideraba el Hogar del Mamut como el más impresionante de los antecedentes de Ayla. La mayoría de las personas que estaban allí comprendían la importancia del Hogar del Mamut para los Mamutoi; la convertía en la igual de S'Armuna, La Que Servía a la Madre.
Ésta pensó que lo del Hogar del Mamut aclaraba muchos de los interrogantes que se había planteado. Pero, ¿dónde estaba su tatuaje? ¿Acaso no se marcaba con un tatuaje a los que eran aceptados en el Hogar del Mamut?
—Me complace que me des la bienvenida, Muy Respetado S' Amodun —dijo Ayla, hablando en s'armunai.
—Conoces bien nuestra…1engua —el hombre sonrió—, pero acabas de decir dos veces lo mismo. Mi nombre es Amodun. S' Amodun significa «Muy Respetado Amodun» o «Muy Honrado», o lo que desees expresar y sobre lo cual quieras llamar especialmente la atención —explicó—. Es un título impuesto por la voluntad del campamento. No estoy seguro de merecerlo.
Ella intuía el motivo por el que el anciano había hablado así.
—Te agradezco la aclaración, S' Amodun —contestó Ayla, mientras bajaba los ojos y asentía con gratitud. De cerca, le recordaba todavía más a Creb, con sus ojos profundos, oscuros y luminosos, la nariz prominente, las cejas espesas y los rasgos en general acentuados. Tuvo que imponerse conscientemente a la educación recibida en el Clan, según la cual las mujeres no debían mirar directamente a los hombres, para alzar la cabeza y hablarle.
—Te haré una pregunta —dijo ella, en mamutoi, lengua en la que se expresaba mejor.
—Responderé si puedo —repuso S' Amodun.
Ayla miró a los dos muchachos que estaban de pie, uno a cada lado del anciano.
—La gente de este campamento quiere que Epadoa pague por el mal que hizo. Sobre todo estos niños han sufrido mucho por su causa. Mañana veré si puedo hacer algo para aliviarles. Pero, ¿qué castigo debe sufrir Epadoa por haber cumplido los deseos de su jefa?
Involuntariamente, la mayoría de los presentes miró el cuerpo de Attaroa, todavía tendido donde Lobo lo había dejado; luego, centenares de ojos se clavaron en Epadoa. La mujer permanecía erguida inmutable, preparada para aceptar su castigo. En el fondo de su corazón, siempre había sabido que le llegaría el momento de pagar sus culpas.
Jondalar miró a Ayla, un tanto atemorizado, diciéndose que había hecho exactamente lo que correspondía. Cualquier cosa que pudiera decir, incluso con el temeroso respecto que se había granjeado, las palabras de una extraña nunca serían aceptadas por aquella gente tan fácilmente como las pronunciadas por S' Amodun.
—Creo que Epadoa debe pagar por el mal que hizo —dijo el hombre. Muchas personas asintieron satisfechos, en especial Cavoa y su madre—. Pero en este mundo, no en el otro. Tenías razón al decir que era hora de interrumpir la cadena de los acontecimientos infaustos. Ha habido un exceso de violencia y mucha maldad en este Campamento durante demasiado tiempo. Los hombres han sufrido mucho en los últimos años, pero algunos de ellos lastimaron primero a las mujeres. Ha llegado el momento de terminar con todo eso.
—Entonces, ¿cómo pagará Epadoa sus culpas? —preguntó la dolorida madre—. ¿Cuál será su castigo?
—No será un castigo, Esadoa, será una restitución. Debe devolver todo lo que cogió e incluso más. Puede empezar por Doban. No importa lo que la Hija del Hogar del Mamut pueda hacer por él, es improbable que Doban se recobre por completo. Sufrirá las consecuencias del mal por el resto de su vida. Odevan también padecerá, pero tiene madre y parientes. Doban no tiene madre ni parientes que lo cuiden, nadie que se ocupe de que aprenda un oficio o desarrolle una habilidad. Yo haría a Epadoa responsable de Doban, como si ella fuera su madre. Quizá nunca lo ame, y es posible que él la odie, pero ella debe asumir la responsabilidad.
Hubo gestos de aprobación. No todos estaban de acuerdo, pero alguien tenía que cuidar a Doban. Aunque todos habían lamentado su sufrimiento, no era un joven apreciado cuando vivía con Attaroa, y nadie deseaba acogerle en su hogar. La mayoría consideró que si se oponían a la idea de S' Amodun, tal vez se les pidiera que abriesen sus puertas al joven.
Ayla sonrió. Pensó que era una solución perfecta, y aunque al principio quizás existiera odio y falta de confianza, era posible que la relación llegara a ser más cordial. Era indudable que S' Amodun era un hombre sabio. La idea de la restitución parecía mucho más útil que el castigo, y además hizo que se le ocurriera algo.
—Yo propondría otra sugerencia —dijo—. Este Campamento no está bien abastecido para el invierno y hacia la primavera todos podrían llegar a pasar hambre. Los hombres están débiles y hace muchos años que no han cazado. Lo más lógico es que muchos hayan perdido su destreza. En la actualidad, Epadoa y las mujeres adiestradas por ella son las mejores cazadoras del Campamento. Creo que sería sensato que ellas continuaran cazando; pero deben compartir la carne con todos.
La gente asentía. La perspectiva de afrontar el hambre no era atractiva.
—Apenas algunos de los hombres hayan recobrado las fuerzas y quieran comenzar a cazar, será responsabilidad de Epadoa ayudarles y cazar con ellos. El único modo de evitar el hambre en la primavera próxima es que las mujeres y los hombres cooperen. Un Campamento necesita la contribución de todos para prosperar. El resto de las mujeres y los hombres mayores o más débiles, deben recoger la mayor cantidad posible de alimento.
—¡Es invierno! Ahora no hay nada que recoger —rebatió una de las jóvenes Lobas.
—Es cierto que en invierno no puede recogerse demasiado y que cosechar lo que haya exigirá trabajo; pero es posible hallar el alimento, y lo que se encuentre aliviará la situación —dijo Ayla.
—Tiene razón —confirmó Jondalar—. He visto y comido alimentos que Ayla encontró, incluso en invierno. Es más, esta noche habéis saboreado algunas cosas que ella recogió. Recogió los piñones de los pinos que están cerca del río.
—Los líquenes que les gustan a los renos son comestibles —dijo una de las mujeres más ancianas—, si se sabe cómo prepararlos.
—Y el trigo, el mijo y otras plantas y hierbas todavía tienen semillas —añadió Esadoa—. Podemos recolectarlas.
—Sí, pero tened cuidado con el raigrás. Puede contener elementos perjudiciales y a menudo fatales. Si tiene mal aspecto y huele mal, probablemente está repleto de hongos, y hay que evitarlos —aconsejó Ayla—. Pero ciertas bayas y frutos comestibles subsisten incluso hasta bien entrado el invierno; es más, descubrí un árbol que aún tenía algunas manzanas, y también es comestible la corteza interior de la mayor parte de los árboles.
—Necesitaremos cuchillos —se preocupó Esadoa—, los que tenemos no son demasiado buenos.
—Yo os fabricaré algunos —prometió Jondalar.
—Zelandonii, ¿me enseñarás a fabricar cuchillos? —preguntó Doban.
—Desde luego —la pregunta complació a Jondalar—; lo haré con mucho gusto, y también te enseñaré a hacer otras herramientas.
—A mí también me gustaría aprender más acerca de eso —dijo Ebulan—. Nos harán falta armas para cazar.
—Le enseñaré a todo el que desee aprender, o por lo menos le iniciaré. Se necesitan muchos años para llegar a la maestría. Quizás el verano próximo, si asistís a la Asamblea S'Armunai, encontraréis a alguien que continuará enseñándoos.
La sonrisa del muchacho se convirtió en un gesto de contrariedad; comprendió que el hombre de elevada estatura no permanecería en el poblado.
—Mientras permanezca aquí os explicaré todo lo que pueda —dijo Jondalar—. En este Viaje hemos tenido que fabricar muchas armas de caza.
—¿Qué me dices de ese… palo que arroja lanzas… como el que ella usó para liberarte?
Era Epadoa quien había hablado, y todos se volvieron a mirarla. La jefa de las Lobas había permanecido en silencio y su repentino comentario les recordó que Ayla había liberado a Jondalar de sus ataduras con un tiro de lanza muy preciso desde bastante distancia. Les había parecido algo tan milagroso que la mayoría no creyó que se tratara de una habilidad que pudiera aprenderse.
—¿El lanzavenablos? Sí; les enseñaré a utilizarlo a todos los que estén interesados en ello.
—¿Incluidas las mujeres? —preguntó Epadoa.
—Desde luego. Cuando hayáis aprendido a usar buenas armas de caza, no tendréis que ir al Río de la Gran Madre a empujar caballos para que caigan al abismo. Aquí contáis con uno de los mejores territorios de caza que he visto jamás… y está allí, cerca del río.
—Así es —dijo Ebulan—. Recuerdo sobre todo que allí cazábamos mamuts. Cuando yo era niño, solían apostar un centinela y encender hogueras al divisar las futuras presas.
—Me lo había imaginado —dijo Jondalar.
Ayla sonreía.
—Creo que la cadena está rompiéndose. Ya no se oye hablar al espíritu de Attaroa —dijo mientras acariciaba la piel de Lobo. A continuación se dirigió a la jefa de las Lobas—: Epadoa, cuando empecé aprendí a cazar depredadores de cuatro patas y entre ellos había lobos. El cuero del lobo debe ser cálido y útil para fabricar capuchas, y el lobo que amenaza en serio debe ser sacrificado; pero aprenderías más observando a los lobos vivos que tendiéndoles trampas y devorándolos después de muertos.
Todas las Lobas se miraron unas a otras con expresión culpable. ¿Cómo lo sabía? Entre los S'Armunai la carne de lobo estaba prohibida y era considerada especialmente perjudicial para las mujeres.
La jefa de las cazadoras escudriñó a la mujer rubia, tratando de descubrir en ella algo más de lo que se apreciaba a simple vista. Ahora que Attaroa había muerto y que ella sabía que no iban a matarla por lo que había hecho, experimentaba un sentimiento de liberación. Se alegraba de que todo hubiera concluido. La jefa había sido una mujer tan imperiosa que la joven cazadora había llegado a sentirse subyugada por aquélla, razón por la que solía hacer muchas cosas para complacerla, aunque ahora no le agradaba pensar en ello. En numerosas ocasiones le había disgustado tener que actuar como Attaroa quería, aunque no lo reconociese, ni siquiera en su fuero interno. Cuando vio al hombre de elevada estatura mientras ella y sus compañeras cazaban caballos, había confiado en que si se lo llevaba a Attaroa, ésta lo convertiría en su juguete, y tal vez fuese a salvar a alguno de los hombres del Campamento, prisioneros en el Cercado.
No había deseado lastimar a Doban; sin embargo, temió que, de no cumplir las órdenes de Attaroa, la jefa la mataría de la misma manera en que había destruido a su propio hijo. ¿Por qué aquella Hija del Hogar del Mamut habría preferido a S' Amodun antes que a Esadoa, pidiéndole que la juzgara? Era una decisión que le había salvado la vida. Ya no sería fácil vivir en el Campamento. Muchos la odiaban, pero Epadoa agradecía la oportunidad de redimirse. Se ocuparía del niño, aunque él la detestase. Le debía eso al menos.
Pero, ¿quién era aquella Ayla? ¿Había venido para acabar con la tiranía que Attaroa ejercía sobre el Campamento, como todos parecían creer? ¿Y qué decir del hombre? ¿Qué clase de magia poseía, que las lanzas no le alcanzaban? ¿Y cómo se las habían arreglado los hombres del cercado para conseguir cuchillos? ¿Era él quien les ayudó? ¿Montaban a caballo porque éste era el animal más cazado por las Lobas, pese a que el resto de los S'Armunai eran cazadores de mamuts, lo mismo que sus parientes los Mamutoi? ¿Era el lobo un espíritu lobo, que había venido a vengar a su especie? De una cosa sí estaba segura: jamás volvería a cazar lobos, y renunciaría a darse a sí misma el nombre de Loba.
Ayla regresó al sitio donde se encontraba el cadáver de la jefa y vio a S'Armuna. La Que Servía a la Madre lo había presenciado todo pero había comentado poco, y Ayla recordó su angustia y su remordimiento. La habló directamente, en voz baja.
—S'Armuna, aunque el espíritu de Attaroa se aleje por fin de este Campamento, no será fácil modificar las viejas costumbres. Los hombres han salido del Cercado —me alegro de que hayan logrado liberarse y estoy segura de que recordarán con orgullo este hecho—, pero pasará mucho tiempo antes de que olviden a Attaroa y los años que vivieron encerrados allí. Tú eres la que puede ayudar, pero será una grave responsabilidad.
La mujer asintió. Se daba perfecta cuenta de que se le ofrecía la oportunidad de pagar por su actitud anterior, así como por haber abusado del poder de la Madre; era más de lo que se había atrevido a esperar. Ante todo, era necesario sepultar a Attaroa y convertirla en algo perteneciente al pasado. Con aire decidido se volvió hacia la gente.
—Todavía hay comida. Concluyamos juntos este festín. Es hora de derribar la empalizada que fue levantada por los hombres y las mujeres de este Campamento; hora de compartir el alimento y el fuego, además del calor de la comunidad. Ha llegado el momento de que volvamos a ser un mismo pueblo, ninguno de cuyos miembros será más importante que otro. Todos poseéis cualidades y habilidades, y si cada uno contribuye y ayuda, este Campamento prosperará.
Los hombres y las mujeres asintieron. Abundaban las parejas que habían vuelto a encontrarse, tras largos años de obligada separación. Otras personas se mezclaron con el resto para compartir el alimento, el fuego y la compañía humana.
—Epadoa. —S'Armuna le hizo señas para que se acercara, mientras la gente comenzaba a comer. Cuando la cazadora estuvo a su lado, agregó—: Conviene trasladar el cuerpo de Attaroa y prepararlo para la sepultura.
—¿La llevaremos a su vivienda?
—No —dijo S'Armuna tras vacilar unos segundos—. Llevadla al Cercado y depositadla en el refugio. Creo que los hombres deben disfrutar esta noche del calor de la vivienda de Attaroa. Muchos están débiles y enfermos. Quizás necesitemos esa morada durante algún tiempo. ¿Tienes tú sitio donde dormir?
—Sí. Cuando podía separarme de Attaroa, dormía en casa de Unavoa.
—En mi opinión deberías mudarte allí por ahora, si Unavoa y tú estáis de acuerdo.
—Creo que a las dos nos gustará.
—Después, nos ocuparemos de Doban.
—Sí; lo haremos.
Jondalar observó a Ayla que se alejaba con Epadoa y las cazadoras, transportando el cuerpo de la jefa, y se sintió orgulloso de ella y hasta algo sorprendido. En realidad, Ayla había demostrado sabiduría poniéndose a la altura del propio Zelandoni. Las únicas ocasiones en las que había visto antes a la joven asumir el control era cuando alguien estaba herido o enfermo, o bien necesitaba sus conocimientos específicos. Entonces, al pensar en ello, comprendió que todos los habitantes del poblado estaban heridos y enfermos. Quizás no fuera tan extraño que Ayla supiese cómo manejar la situación.
Por la mañana, Jondalar fue a buscar a los caballos y a recoger las cosas que habían apartado al abandonar el curso del Río de la Gran Madre para seguir la pista de Whinney. Parecía como si aquel episodio hubiera sucedido mucho tiempo atrás, y en ese momento Jondalar comprendió que el Viaje se había retrasado considerablemente. Habían recorrido una parte tan grande de la distancia que él creía preciso salvar para llegar al glaciar, que llegó a tener la certeza de que realizarían la travesía con tiempo sobrado. Sin embargo, el invierno estaba ya muy avanzado y se encontraban demasiado lejos de la meta.
El Campamento, desde luego, necesitaba ayuda, y Jondalar presentía que Ayla no partiría antes de haber hecho todo lo que ella considerase necesario. Recordó que también él había prometido, y estaba entusiasmado ante la perspectiva de enseñar a Doban y a los otros a trabajar el pedernal, así como a manejar el lanzavenablos; pero había comenzado a nacer en él una particular inquietud. Tenían que cruzar el glaciar antes de que el deshielo de primavera lo convirtiera en una zona demasiado traicionera; por consiguiente, debían ponerse en marcha cuanto antes.
S'Armuna y Ayla cooperaron para examinar y tratar a los muchachos y los hombres del Campamento. Su ayuda fue demasiado tardía para uno de ellos, el cual murió en la vivienda de Attaroa la primera noche que pasó fuera del Cercado, de una gangrena tan avanzada que tenía ambas piernas paralizadas. Casi todos los demás necesitaban ser tratados de una herida o una enfermedad, y todos sin excepción estaban desnutridos. Por añadidura, de sus cuerpos se desprendía el hedor característico del cercado, y todos estaban increíblemente sucios.
S'Armuna decidió no encender todavía el horno. No disponía de tiempo, aunque la hechicera pensaba que, en el momento oportuno, podría ser una poderosa ceremonia curativa. En lugar de ello, utilizaron el fuego encendido en la cámara interior para calentar agua destinada a los baños y el tratamiento de las heridas; pero lo que todos necesitaban especialmente era alimento y calor. Después de que las curadoras prestaron la ayuda posible, aquellos que no padecían heridas ni trastornos graves y tenían madres, compañeros o parientes con quienes convivir, se trasladaron a sus respectivas moradas.
El estado en que se encontraban los niños y los adolescentes irritaba profundamente a Ayla. Incluso S'Armuna se sentía abrumada, sobre todo porque antes había cerrado los ojos ya que prefería ignorar la gravedad de la situación.
Esa noche, después de compartir otra comida, Ayla y S'Armuna describieron algunos de los problemas con que se habían encontrado, explicaron las necesidades generales y respondieron a las preguntas que les fueron hechas. Pero el día había sido largo y Ayla, finalmente, expresó su necesidad de descansar. Cuando se puso en pie para partir, alguien formuló una última pregunta acerca de uno de los niños. Cuando Ayla contestó, otra mujer hizo un comentario acerca de la jefa perversa, achacando toda la culpa a Attaroa e inhibiéndose virtuosamente de toda responsabilidad. Semejante actitud provocó la ira de Ayla, quien entonces hizo unas declaraciones dictadas por la profunda cólera que había ido acumulándose en ella a lo largo de toda la jornada.
—Attaroa fue una mujer fuerte, con una voluntad fuerte, pero por muy fuerte que sea una persona, dos personas, o cinco o diez son más fuertes. Si todos vosotros os hubierais mostrado dispuestos a resistir, habría sido posible poner coto a sus desafueros mucho antes. Por tanto, todos vosotros, como Campamento, hombres y mujeres, sois responsables en parte del sufrimiento de estos niños. y podéis estar seguros de que tanto ellos como los adultos sufrirán mucho tiempo a consecuencia de esta… esta abominación. —Ayla trató de contener su furia—. Tendrán que ser atendidos por todo el Campamento. Son responsabilidad vuestra, y será así por el resto de sus vidas. Han sufrido, y en su sufrimiento se convirtieron en los elegidos de Muna. Quien rehúse ayudarles tendrá que responder ante Ella.
Ayla les volvió la espalda para salir, seguida de Jondalar, pero las palabras que la joven acababa de pronunciar tenían más importancia de lo que ella pensaba. La mayoría de la gente estaba convencida de que no era una mujer común y corriente, hasta el punto de que muchos afirmaban que era una encarnación de la Gran Madre Misma; una munai viva, en forma humana, que había aparecido para apoderarse de Attaroa y liberar a los hombres. Si no era así, ¿cómo podía explicarse el prodigio de los caballos, que acudían cuando ella silbaba? ¿O el del lobo, enorme incluso teniendo en cuenta que pertenecía a una especie norteña de animales corpulentos, el cual la seguía a donde quiera que ella iba, sentándose tranquilamente a sus pies, obediente a sus órdenes? ¿Acaso no era la Gran Madre Tierra quien había originado el espíritu de todos los animales?
De acuerdo con los rumores, la Madre había creado tanto a los hombres como a las mujeres por una razón, y Ella les había otorgado el Don de los Placeres con el fin de que La honrasen. Los espíritus de los hombres y de las mujeres eran necesarios para crear vida nueva, y Muna había llegado para dejar bien claro que quien intentara crear de otro modo a Sus hijos cometería una abominación. ¿Acaso Ella no había traído al zelandonii para demostrarles lo que sentía? ¿Aquel hombre, que era la expresión de Su amante y compañero? Más alto y más apuesto que la mayoría de los hombres, con la piel clara y los cabellos rubios, como la luna. Jondalar advirtió un cambio en el trato que el Campamento le dispensaba, y eso le inquietaba. No le gustaba gran cosa.
El primer día fue de intenso trabajo, a pesar de la colaboración de las dos curanderas y la ayuda de la mayor parte del Campamento, tanto que Ayla retrasó el tratamiento especial que deseaba aplicar a los niños que sufrían dislocaciones. S'Armuna incluso había aplazado el entierro de Attaroa. A la mañana siguiente, elegido el lugar, se cavó una tumba. Una sencilla ceremonia dirigida por La Que Servía devolvió por fin a la jefa al seno de la Gran Madre Tierra.
Unos pocos incluso experimentaron cierto pesar. Epadoa había creído que no sentiría nada; sin embargo, no era así. A causa de la actitud de la mayoría del Campamento, no podía expresar nada, pero Ayla adivinó, gracias al lenguaje del cuerpo de Epadoa, a sus posturas y expresiones, que la mujer trataba de contenerse. También el comportamiento de Doban era extraño, y Ayla supuso que tenía que luchar con sus emociones contradictorias. Durante la mayor parte de su breve vida, Attaroa había sido la única madre que Doban había conocido. Se había sentido traicionado cuando ella le volvió la espalda, pero el amor de Attaroa siempre había sido inconstante, y Doban, por mucho que se lo propusiera, no podía ignorar por completo los lazos de afecto que le habían unido a aquella mujer.
Había que liberar el dolor. Ayla lo sabía por la experiencia acumulada a través de sus propias pérdidas. Se había propuesto intentar el tratamiento del muchacho inmediatamente después del entierro. Pero ahora se preguntaba si no sería conveniente esperar más. Tal vez no fuera aquel el día apropiado para intentarlo, aunque era posible que la necesidad de concentrar la atención en otra cosa les beneficiase a ambos. Se acercó a Epadoa en el camino de regreso al campamento.
—Intentaré arreglar la pierna dislocada de Doban y necesitaré ayuda. ¿Quieres colaborar conmigo?
—¿No sería demasiado doloroso para él? —preguntó Epadoa. Recordaba muy bien los gritos de dolor de Doban y comenzaba a adoptar una actitud protectora con respecto al muchacho. No era su hijo, pero, por lo menos, estaba a su cargo, y ella se tomaba en serio el asunto. Además, estaba segura de que su propia vida dependía de que lo hiciera.
—Le dormiré. No sentirá nada, aunque sufrirá algo cuando despierte, y tendrá que moverse con mucho cuidado durante algún tiempo —explicó Ayla—. No podrá caminar.
—Le llevaré en brazos —dijo Epadoa. Cuando regresaron a la morada grande, Ayla explicó al muchacho que iba a tratar de enderezarle la pierna. Doban intentó alejarse de ella, dominado por el temor, y cuando vio que Epadoa entraba en la vivienda, sus ojos expresaron verdadero terror.
—¡No! ¡Me hará daño! —gritó Doban al ver a la Loba. Si hubiera podido echar a correr, con gusto lo habría hecho.
Epadoa se detuvo, erguida y rígida, junto al lecho que el joven ocupaba.
—No te lastimaré. Te lo prometo. Jamás volveré a hacerte daño —aseguró—. Y no permitiré que nadie te lastime… tampoco esta mujer.
El la miró, aprensivo, pero deseoso de creerla. Necesitaba desesperadamente creerla.
—S'Armuna, asegúrate de que entiende lo que voy a decirle —pidió Ayla. Después, se inclinó hasta clavar su mirada en los ojos asustados de Doban.
—Escucha, Doban, te daré una bebida. No tiene muy buen sabor, pero de todos modos deseo que la bebas. Al poco rato empezarás a sentir mucho sueño. Cuando te pase, debes acostarte aquí mismo. Mientras duermes, trataré de arreglar tu pierna, de ponerla en la posición que tenía antes. No lo notarás, porque estarás durmiendo. Cuando despiertes, sentirás un poco de dolor, pero también es posible que la pierna haya mejorado. Si te duele demasiado, dímelo, o díselo a S'Armuna o a Epadoa, alguien te acompañará todo el tiempo, y ellas te traerán algo de beber que te aliviará. ¿Entiendes?
—¿Zelandon vendrá aquí a verme?
—Sí, le traeré ahora mismo, si lo deseas.
—¿Y S' Amodun?
—Sí, los dos, si así lo deseas.
—¿Y no permitirás que ella me lastime? —Doban miraba a Epadoa.
—Lo prometo. No le permitiré que te haga daño. No permitiré que nadie te haga daño. Doban miró a S'Armuna, y después a Ayla.
—Dame la bebida —dijo.
El proceso no fue diferente del trabajo que había hecho Ayla con el brazo roto de Roshario. La bebida relajó los músculos del paciente y le adormeció. Fue necesario un gran esfuerzo físico para enderezar la pierna, pero cuando ésta recuperó la posición correcta, todos lo advirtieron. Ayla comprendió que la pierna había sufrido daño y que nunca volvería a su estado inicial; pero el cuerpo de Doban parecía ahora casi normal.
Epadoa retornó a la vivienda grande, pues la mayoría de los hombres y los muchachos se habían distribuido en las moradas de sus parientes, y permaneció casi constantemente al lado de Doban. Ayla percibió los comienzos vacilantes de la confianza que comenzaba a establecerse entre ellos. Tenía la certeza de que eso era precisamente lo que S' Amodun había previsto.
Realizaron la misma operación con Odevan, pero Ayla temió que el proceso de curación en este caso sería más difícil, y que en el futuro la pierna de Odevan tendería a salirse de su sitio y a dislocarse con facilidad.
Ante Ayla, S'Armuna se sentía impresionada y un tanto temerosa, preguntándose en su fuero interno si los rumores acerca de la joven no encerrarían una parte de verdad. Parecía una mujer común y corriente, hablaba, dormía y compartía los Placeres con el hombre alto y rubio, como cualquier otra mujer, pero su conocimiento sobre la vida vegetal y las propiedades médicas de cada planta era extraordinario. Todos lo comentaban. Merced a su cooperación con Ayla, se acrecentó el prestigio de S'Armuna, y aunque la hechicera aprendió a dominar el sentimiento de temor frente al lobo, era imposible verle al lado de Ayla y no creer que la joven controlaba el espíritu del animal. Cuando él no la seguía, sus ojos no la perdían de vista. Sucedía lo mismo con el hombre, aunque lógicamente su actitud no despertaba tanta curiosidad.
La mujer mayor no prestaba demasiada atención a los caballos, porque éstos estaban pastando la mayor parte del tiempo. Ayla decía que se sentía contenta de permitir que descansaran. En cualquier caso, S'Armuna había visto a Ayla y Jondalar montándolos. El hombre cabalgaba con bastante destreza en el corcel castaño, pero ver a la joven a lomos de la yegua inducía a pensar que formaban una unidad perfecta.
No obstante, La Que Servía a la Madre observaba una actitud escéptica. Había sido adiestrada por los Zelandonii y sabía que, a menudo, eran alentadas tales ideas. Había aprendido y utilizado con frecuencia los trucos para desorientar a la gente, la manera de inducir a hombres y mujeres a creer lo que ellos deseaban creer. No concebía esos métodos como una forma de engaño —nadie estaba más convencida que la propia S'Armuna de la validez de su vocación—, pero utilizaba los medios que tenía al alcance de la mano para allanar el camino y persuadir a otros de que la siguieran. A menudo era factible ayudar a la gente valiéndose de tales recursos, sobre todo cuando se trataba de individuos cuyos problemas y enfermedades carecían de causa discernible —excepto, tal vez, las maldiciones de seres perversos y poderosos.
Aunque S'Armuna no estaba dispuesta a aceptar todos los rumores, tampoco los refutaba. Los habitantes del Campamento deseaban creer que todo lo que Ayla y Jondalar decían equivalía a un pronunciamiento de la Madre, y S'Armuna utilizaba esta convicción para fomentar algunos cambios necesarios. Por ejemplo, cuando Ayla habló de un Consejo Mamutoi de Hermanas y del Consejo de Hermanos, S'Armuna organizó el Campamento y logró que se designaran consejos análogos. Cuando Jondalar mencionó la posibilidad de buscar a alguien de otro Campamento, con el fin de que continuara la instrucción en el oficio de trabajar el pedernal, es decir, las enseñanzas que él había comenzado a impartir, S'Armuna impulsó el plan de enviar una delegación a otros Campamentos S'Armunai con el propósito de renovar los lazos de afecto y amistad con parientes y amigos, restableciendo así las relaciones.
Una noche en que hacía mucho frío y el cielo estaba tan claro que las estrellas brillaban en lo alto, un grupo de personas se reunió frente a la entrada de la amplia morada de la ex jefa, lugar que se estaba convirtiendo en un centro de actividades comunitarias después de haber servido como un centro hospitalario en el que se atendía y rehabilitaba a los heridos y tullidos. Hablaban de las misteriosas luces que parpadeaban en el cielo, y S'Armuna respondía a las preguntas o sugería interpretaciones. Tenía que pasar tanto tiempo allí —curando con medicinas y ceremonias, o bien reuniéndose con la gente para trazar planes y analizar problemas— que había comenzado a trasladar algunas de sus cosas, y a menudo dejaba solos en su pequeña morada a Ayla y a Jondalar. La organización comenzó aparecerse a la de otros campamentos y cavernas conocidos por Ayla y Jondalar con la residencia de La Que Servía a la Madre transformada en punto de reunión de la gente.
Después de que los dos visitantes se apartaran de los que contemplaban las estrellas, alejándose seguidos por Lobo, alguien preguntó a S'Armuna acerca del lobo que nunca se separaba de Ayla. La Que Servía a la Madre señaló uno de los puntos luminosos en el cielo.
—Ésa es la estrella del Lobo —fue todo lo que dijo.
Los días pasaron deprisa. Cuando los hombres y los muchachos comenzaron a recobrarse y ya no la necesitaron como curandera, Ayla decidió acompañar a los que buscaban los escasos alimentos invernales. Jondalar estaba atareado enseñando su oficio y el modo de fabricar los lanzavenablos y emplearlos para cazar con ellos. El campamento comenzó a acumular una diversidad de alimentos que podían ser conservados y almacenados fácilmente cuando la temperatura era muy baja; sobre todo, se hacía acopio de carne. Al principio habían tropezado con algunas dificultades para acostumbrarse a la nueva organización, y varios hombres se habían instalado en viviendas que las mujeres consideraban suyas. Pero poco a poco comenzaban a allanarse los obstáculos.
S'Armuna consideró que era el momento oportuno para cocer las figuras en el horno, e incluso había hablado con sus dos visitantes de la posibilidad de organizar una nueva Ceremonia del Fuego. Estaban en el lugar en el que había sido instalado el horno de cerámica, utilizando parte del combustible recogido durante el verano y el otoño para alimentar el fuego, tanto con fines médicos como para el uso cotidiano. S'Armuna explicó que sería necesario obtener más combustible, y eso significaría mucho trabajo.
—Jondalar, ¿puedes fabricar algunas herramientas para cortar árboles? —preguntó.
—Estoy dispuesto a fabricar hachas, mazos y cuñas, lo que quieras; pero lo malo es que los árboles verdes no arden bien.
—También quemaré hueso de mamut; claro que para eso primero necesitamos encender un fuego muy vivo, y tiene que arder mucho tiempo. Hace falta gran cantidad de combustible para realizar la Ceremonia del Fuego.
Cuando salieron del pequeño refugio, Ayla volvió los ojos hacia el lugar que ocupaba el Cercado. Aunque la gente había estado utilizando fragmentos del material, no lo habían demolido. Ayla había mencionado en cierta ocasión que las estacas podían usarse para construir un espacio cerrado, una especie de corral que serviría para encerrar a los animales. A raíz de este comentario, los habitantes del Campamento tendían a evitar la utilización de la madera; y ahora que todos se habían acostumbrado a su presencia, casi no la veían.
—No necesitáis talar árboles —dijo Ayla de repente—. Jondalar puede fabricar herramientas para cortar la madera que os permitirán aprovechar las tablas del Cercado.
Miraron la empalizada con ojos distintos; S'Armuna incluso vio más allá. Empezó a concebir los planes para su nueva ceremonia.
—¡Eso es perfecto! —exclamó—. ¡Destruiremos este lugar y comenzaremos una ceremonia nueva y beneficiosa! Podrá participar todo el mundo, y todos se alegrarán de ver que el Cercado desaparece. Será un comienzo nuevo para nosotros y también vosotros lo presenciaréis.
—No estoy muy seguro de eso —dijo Jondalar—. ¿Cuánto tiempo durará?
—No podemos darnos excesiva prisa. Esto es demasiado importante para nosotros.
—Es lo que pensaba. Tenemos que marcharnos pronto.
—Pero la época más fría del año no tardará en llegar —objetó S'Armuna.
—Y poco después se iniciará el deshielo de primavera.
—S'Armuna, tú atravesaste el glaciar. Te consta que podemos cruzarlo únicamente en invierno. Prometí a algunos losadunai visitarles en su Caverna en el camino de regreso y que pasaríamos unos días con ellos. Aunque no nos detengamos allí mucho tiempo, sería un lugar apropiado para descansar y prepararnos para cruzar.
—Entonces —S'Armuna hizo un gesto de asentimiento—, aprovecharé la Ceremonia del Fuego para anunciar vuestra partida. Muchos de nosotros concebimos la esperanza de que permaneceríais aquí, y todos lamentaremos vuestra ausencia.
—Confiaba en la posibilidad de presenciar una Ceremonia del Fuego —dijo Ayla—, y de conocer al bebé de Cavoa, pero Jondalar tiene razón. Es hora de que partamos.
Jondalar decidió fabricar enseguida las herramientas para S'Armuna. Había descubierto en las inmediaciones del Campamento una provisión de buen pedernal, y con la ayuda de dos de los habitantes fue a buscar la cantidad suficiente para hacer hachas y otros instrumentos destinados a cortar la madera. Ayla se dirigió a la pequeña morada para recoger las pertenencias de los dos y ver si les hacía falta algo más. Acababa de distribuirlo todo en el suelo, cuando oyó un ruido en la entrada. Levantó la mirada y vio a Cavoa.
—Ayla, ¿te molesto? —preguntó ésta.
—No, pasa.
La joven, con su avanzado embarazo, entró en la vivienda y se acercó al borde de una plataforma para dormir situada enfrente de Ayla.
—S'Armuna me ha dicho que os marcháis.
—Sí; dentro de un día o dos.
—Pensé que os quedaríais para asistir a la Ceremonia del Fuego.
—Yo lo deseaba, pero Jondalar ansía partir cuanto antes. Dice que debemos cruzar un glaciar antes de la primavera.
—He hecho una cosa para ti, algo que pensaba darte después de la Ceremonia —dijo Cavoa, sacando un envoltorio de cuero que guardaba entre sus ropas—. Todavía deseo dártelo, pero si se moja se estropeará.
Entregó el envoltorio a Ayla, quien, al abrirlo, descubrió en su interior una cabecita de leona, exquisitamente modelada en arcilla.
—¡Cavoa! Es hermosa. Más que hermosa. Es la esencia de una leona cavernaria. Ignoraba que fueses tan hábil.
La joven sonrió.
—¿Te gusta?
—Conocí a un hombre, un mamutoi, que hacía obras en marfil, un excelente artista. Me enseñó a mirar las cosas talladas y pintadas, a apreciar su valor y sé que esto le hubiera gustado mucho —aseguró Ayla.
—He tallado figuras en madera, marfil y asta. Lo he hecho desde que tuve uso de razón. Por eso S'Armuna me pidió que trabajara con ella. S'Armuna ha sido maravillosa conmigo. Trató de ayudarnos… También fue buena con Omel. Permitió que Omel mantuviera el secreto y nunca le exigió nada, a diferencia de lo que habrían hecho algunos. Muchas personas sentían una enorme curiosidad.
Cavoa bajó los ojos y pareció luchar por contener las lágrimas.
—Creo que echas de menos a tus amigos —dijo dulcemente Ayla—. Seguramente fue difícil para Omel mantener un secreto así.
—Omel tenía que hacerlo.
—¿A causa de Brugar? Según S'Armuna parece ser que Brugar profirió terribles amenazas.
—No, no a causa de Brugar ni de Attaroa. No me gustaba Brugar, y recuerdo que él atribuía a Attaroa la culpa del defecto físico de Ome1… aunque en esa época yo era pequeña; pero creo que temía a Omel más de lo que Omel le temía a él, y Attaroa conocía la razón.
Ayla adivinó lo que inquietaba a Cavoa.
—Y tú también la conocías, ¿verdad?
La joven frunció el ceño.
—Sí —murmuró; después miró a Ayla—. Confiaba en que estarías aquí cuando llegase el momento. Quiero que todo salga bien con mi hijo, no como…
No era necesario añadir más. Cavoa temía que su hijo naciera con alguna anormalidad, y decirlo claramente la asustaba aún más.
—Bien; todavía no me he ido, ¿y quién sabe? Creo que puedes tener ese hijo de un momento a otro —afirmó Ayla—. Quizás estaremos aún aquí.
—Así lo espero. ¡Ya has hecho tanto por nosotros! Ojalá hubieseis llegado antes de que Omel y los otros…
Ayla vio lágrimas en los ojos de la joven.
—Sé que echas de menos a tus amigos, pero pronto darás a luz tu propio hijo, el hijo de tu cuerpo. Creo que eso te ayudará. ¿Has pensado en algún nombre?
—Durante mucho tiempo no me preocupé de eso. Sabía que no tenía mucho sentido pensar en el nombre de un varón, y no sabía si me permitirían elegir el nombre de una niña. Pero ahora, si es varón, no sé si ponerle el nombre de mi hermano, o… de otro hombre que conocí. Pero si es una niña, quiero que lleve el nombre de S'Armuna. Ella me ayudó a… verme con él…
Un sollozo de angustia interrumpió sus palabras. Ayla abrazó a la joven. El dolor tenía que manifestarse y era bueno que ella lo expresara. El Campamento aún estaba saturado de un sufrimiento del que tenía que liberarse. Ayla confiaba en que la ceremonia planeada por S'Armuna contribuiría a mejorar la situación. Cuando al fin cesaron sus lágrimas, Cavoa se apartó un poco y se limpió los ojos con el dorso de la mano. Ayla miró en torno suyo para buscar algo que darle a la joven y enjugar sus lágrimas. Abrió entonces un paquete que llevaba consigo desde hacía varios años y entregó a la joven la envoltura de cuero suave. Pero cuando Cavoa vio lo que había adentro, sus ojos se abrieron como platos, en un gesto de incredulidad. Era una munai, la figurilla de una mujer tallada en marfil; pero esa munai tenía cara, ¡y la cara era la de Ayla!
Desvió la mirada, como si hubiera visto algo que no debía contemplar, se enjugó las lágrimas y salió deprisa sin aceptar el obsequio. Ayla frunció el ceño mientras devolvía la talla realizada por Jondalar a la protección del cuero suave. Comprendía que había asustado a Cavoa.
Trató de apartarla de su mente, ocupándose en guardar sus escasas pertenencias. Cogió el saquito que contenía las piedras de hacer fuego y lo vació para ver cuántos restos metálicos de la pirita de hierro amarillo-grisácea le quedaban aún. Quería regalar un trozo a S'Armuna, pero no sabía si sería fácil encontrarla en abundancia cerca del hogar de Jondalar, y Ayla deseaba reservar algunas para regalarlas a los parientes del hombre. Decidió separarse de una, pero sólo una, y eligió un nódulo de buen tamaño, guardando el resto de nuevo.
Al salir, Ayla vio que Cavoa abandonaba la vivienda grande, en el momento mismo en que ella entraba. Sonrió a la joven, quien respondió con una sonrisa nerviosa, y una vez dentro de la casa, Ayla tuvo la impresión de que S'Armuna la miraba de un modo extraño. Al parecer, la talla de Jondalar había originado cierta inquietud. Ayla esperó a que otra persona saliera de la vivienda, para quedarse a solas con S'Armuna.
—Tengo algo que quiero darte antes de partir; algo que descubrí cuando vivía sola en mi valle —dijo, y abrió la mano para mostrar la piedra—. Se me ha ocurrido que podría serte de utilidad para tu Ceremonia del Fuego.
S'Armuna miró la piedra, y después a Ayla, con una expresión interrogadora en su semblante.
—Sé que parece increíble, pero en esta piedra hay fuego. Te lo demostraré.
Ayla se aproximó al hogar, apartó la yesca que los S'Armunai usaban, y reunió pequeñas astillas alrededor del tejido esponjoso y seco de la espadaña. Luego se inclinó y golpeó la pirita con el pedernal. Saltó una chispa grande y candente que cayó sobre la yesca, y cuando Ayla sopló encima, surgió milagrosamente una llamita. Agregó más astillas para alimentarla, y al levantar la mirada vio que la aturdida mujer la contemplaba incrédula.
—Cavoa me dijo que vio una munai con tu cara, y ahora haces fuego. ¿Eres… eres lo que dicen que eres?
—Jondalar creó esa talla por el amor que me profesaba —sonrió Ayla—. Dijo que deseaba capturar mi espíritu, y después me la regaló. No es una donii ni una munai. Es tan sólo un símbolo de sus sentimientos; por mi parte, desde mañana te enseñaré de buena gana cómo se hace fuego. No se trata de mí, sino de algo que hay en la piedra.
—¿Puedo pasar? —La voz procedía de la entrada, y las dos mujeres se volvieron a mirar a Cavoa—. Olvidé mis manoplas, y vengo a buscarlas.
S'Armuna y Ayla se miraron.
—No veo inconveniente —dijo Ayla.
—Al fin y al cabo Cavoa es mi ayudanta —observó S'Armuna.
—Entonces, os enseñaré a las dos cómo funciona la piedra del fuego.
Después de repetir el proceso, invitó a S'Armuna y Cavoa a que probaran suerte. Con ello consiguió que las dos mujeres se sintieran más tranquilas, aunque no menos asombradas ante las propiedades de la extraña piedra. Cavoa incluso tuvo valor suficiente para preguntarle a Ayla acerca de la munai.
—Esa figura que me enseñaste…
—Jondalar la hizo para mí, al poco tiempo de conocernos. Su propósito fue demostrar lo que sentía por mí —explicó Ayla.
—Eso significa que si yo deseara demostrar a una persona lo mucho que me importaba, ¿podría hacer una talla que reprodujera el rostro de esa persona? —preguntó Cavoa.
—Claro que sí. Cuando tallas una munai, sabes por qué lo haces. En tu interior experimentas un sentimiento especial, ¿no es verdad?
—Sí; y también existen ciertos ritos —dijo la joven.
—Creo que la diferencia estriba en el sentimiento que pongas en ello.
—Por lo tanto, yo podría tallar la cara de alguien, si el sentimiento que pusiera en ello fuese positivo.
—No creo que hubiera nada de malo. Además, Cavoa, eres una excelente artista.
—Pero quizás sería mejor —advirtió S'Armuna— que no tallaras la figura entera. Si te limitases a la cabeza, no habría confusión.
Cavoa asintió para indicar que estaba de acuerdo; después, las dos miraron a Ayla como si esperaran la aprobación de la visitante. En lo más hondo de sus pensamientos las dos mujeres todavía se preguntaban quién era en realidad la forastera.
Ayla y Jondalar despertaron a la mañana siguiente con la intención de partir, pero en el exterior la nieve seca caía con tanta fuerza que incluso resultaba difícil ver las restantes casas del poblado.
—No creo que debamos partir hoy, con una ventisca como ésta —dijo Jondalar, aunque detestaba la idea de retrasarse—. Espero que amaine pronto.
Ayla salió al campo y silbó llamando a los caballos, pues deseaba comprobar que estaban bien. Se sintió aliviada cuando les vio aparecer surgiendo de la bruma de la nieve impulsada por el viento, y los condujo a un lugar que estaba más cerca del Campamento, el cual se encontraba protegido del viento. Al regresar, pensaba en el viaje de retorno al Río de la Gran Madre, pues era ella la que conocía el camino. Estaba tan enfrascada en sus pensamientos que, al principio, no oyó su nombre murmurado por una voz.
—¡Ayla! —Ahora el murmullo era más audible. Ayla miró alrededor y vio a Cavoa en una esquina de la pequeña vivienda; la joven se ocultaba y le hacía señas.
—¿Qué sucede, Cavoa?
—Quiero mostrarte algo, y saber si es de tu gusto —dijo la joven.
Cuando Ayla se acercó, Cavoa se quitó la manopla. Tenía en la mano un objeto pequeño y redondeado, del color del marfil de mamut. Lo depositó con cuidado en la palma de Ayla—. Acabo de terminarlo —dijo.
Ayla lo sostuvo delante de sus ojos y sonrió con expresión de asombro.
—¡Cavoa! Sabía que eras buena artista, pero ignoraba que fueras tan excelente —dijo, mientras examinaba cuidadosamente la pequeña talla que representaba a S'Armuna.
Sólo era la cabeza de la mujer; el cuerpo no estaba tan siquiera sugerido, tampoco el cuello había sido reproducido, pero no cabía duda de que se trataba de S'Armuna. Los cabellos estaban recogidos en un rodete cerca de la coronilla, y la cara afilada aparecía levemente desviada, con uno de los lados un poco más pequeño que el otro; pero la belleza y la dignidad de la mujer eran visibles. Parecían emanar del interior de la pequeña obra de arte.
—¿Crees que está bien hecha? ¿Te parece que le gustará? —preguntó Cavoa—. Quise hacer algo especial para ella.
—A mí me gustaría —contestó Ayla—, y creo que expresa muy bien lo que sientes por ella. Cavoa, posees un don extraordinario y maravilloso, pero debes tener la certeza de que lo usas bien. En él puede residir un gran poder. S'Armuna demostró sabiduría cuando te eligió como su colaboradora.
A última hora de la tarde se había desatado una ventisca estremecedora, y era peligroso alejarse unos metros más allá de la entrada de la vivienda. S'Armuna acababa de coger un manojo de plantas secas que colgaban del bastidor instalado cerca de la entrada, disponiéndose a agregarlo a un nuevo montón de hierbas que estaba mezclando con el propósito de preparar una bebida fuerte destinada a la Ceremonia del Fuego. En él sólo había unas ascuas, y Ayla y Jondalar terminaron de acostarse. La hechicera proyectaba retirarse apenas concluir su trabajo.
De pronto, una bocanada de aire frío y un golpe de viento acompañaron el ruido que hizo al abrirse la pesada cortina colgada a la entrada. Esadoa irrumpió en la habitación, y en su rostro se manifestaba claramente su inquietud.
—¡S'Armuna! ¡Deprisa! ¡Es Cavoa! Le llegó la hora… Ayla apartó las mantas y comenzó a vestirse antes de que la mujer pudiera contestar.
—Vaya noche que ha elegido para dar a luz —dijo S'Armuna, sin perder la calma, en parte para tranquilizar a la inquieta futura abuela—. Todo marchará bien, Esadoa. No tendrá el niño antes de que lleguemos a tu vivienda.
—No está en mi morada. Insistió en salir con esta noche para ir a la casa grande. No conozco la causa, pero quiere que su hijo nazca allí. Y desea que también Ayla esté presente. Dice que es el único modo de tener la certeza de que todo irá bien. S'Armuna frunció el ceño preocupada.
—Esta noche no hay nadie allí, ha sido una insensatez empeñarse en salir con este tiempo.
—Lo sé, pero no pude impedirlo —se disculpó Esadoa, dirigiéndose hacia la entrada.
—Espera un momento —dijo S'Armuna—. Más vale que salgamos juntas. En una tormenta como ésta es fácil perderse entre una casa y la siguiente.
—Lobo no permitirá que nos perdamos —dijo Ayla, señalando al animal acurrucado junto a la cama de los dos viajeros.
—¿Estará mal que yo vaya también? —preguntó Jondalar. En realidad no tenía gran interés en presenciar el alumbramiento, pero le angustiaba la salida de Ayla en medio de la terrible ventisca. S'Armuna miró a Esadoa.
—No me opongo, pero, ¿puede un hombre asistir aun parto? —inquirió Esadoa.
—No hay nada que lo impida —dijo S'Armuna—, y quizás sea bueno tener un hombre cerca, puesto que ella carece de compañero.
Así pues, las tres mujeres y el hombre salieron dispuestos a afrontar los embates del viento que aullaba. Cuando llegaron a la morada grande, encontraron a la joven tumbada frente a un hogar frío y vacío, con el cuerpo tenso a causa del dolor y una expresión de temor en los ojos. Su rostro reflejó alegría y consuelo cuando vio entrar a su madre que llegaba con los otros. Instantes después, Ayla había encendido el fuego —con gran sorpresa de Esadoa—, mientras Jondalar salía a buscar nieve para fundirla, pues necesitaban agua; Esadoa sacó la ropa de cama que tenía guardada y preparó una plataforma a modo de lecho, en tanto S'Armuna elegía diversas hierbas que podían hacerle falta de la provisión que antes había depositado allí.
Ayla acomodó a la joven, disponiéndolo todo de manera que pudiera sentarse cómodamente o acostarse si lo prefería, pero esperó a S'Armuna, y enseguida ambas examinaron a Cavoa. Luego de tranquilizarla y dejarla con su madre, las dos curanderas regresaron junto al fuego y hablaron en voz baja.
—¿Lo has visto? —preguntó S'Armuna.
—Sí. ¿Sabes lo que significa?
—Tengo una idea, pero creo que tendremos que esperar y ver. Jondalar había tratado de mantenerse apartado, fuera del paso de las mujeres, y ahora se aproximó lentamente a S'Armuna y Ayla. Algo en la expresión de las dos le indujo a pensar que estaban preocupadas, lo que acabó inquietándole también. Se sentó sobre la plataforma para dormir y acarició distraídamente la cabeza del lobo.
Mientras esperaban, Jondalar se puso en pie y paseó nervioso, observado por Lobo. Deseaba que el tiempo pasara más deprisa o que la tormenta amainara, o que tuviese algo que hacer. Le dijo unas palabras de aliento a la joven y le sonrió con frecuencia, pero, en definitiva, se sentía totalmente inútil. No había nada que él pudiera hacer. Finalmente, mientras avanzaba la noche, dormitó un poco acostado en uno de los lechos, mientras el sonido espectral de la tormenta que rugía de puertas afuera contrastaba con la escena de los que esperaban en el interior de la morada, todo ello acompañada por los gemidos periódicos emitidos por la parturienta. Los sonidos, lenta pero inexorablemente, acabarían confundiéndose.
Despertó cuando oyó voces excitadas en medio de una febril actividad. La luz se filtraba por las grietas alrededor del respiradero. Se incorporó, estiró los brazos y se frotó los ojos. Ignorado por las tres mujeres, salió de la morada para orinar. Le alegró comprobar que la tormenta había amainado, aunque algunos copos secos todavía revoloteaban arrastrados por el viento.
Cuando se disponía a entrar en la vivienda, oyó el vagido inconfundible de un recién nacido. Sonrió pero esperó fuera, pues no estaba seguro de que fuese el momento adecuado para entrar. De pronto, sorprendido, oyó otro vagido, al que se unió el primero formando dúo. ¡Eran dos! No pudo resistir más. Tenía que entrar. Ayla, que sostenía en sus brazos una criatura envuelta en una manta, sonrió al verle.
—¡Un varón, Jondalar! —exclamó.
S'Armuna se ocupaba del segundo recién nacido, y se disponía a anudar el cordón umbilical.
—Y una niña —anunció la hechicera—. ¡Mellizos! Es un signo favorable. Desde que Attaroa se convirtió en jefa nacieron muy pocos niños, pero creo que eso ahora cambiará. En mi opinión es la manera que tiene de decirnos que el Campamento de las Tres Hermanas pronto tendrá más habitantes y volverá a llenarse de vida.
—¿Regresarás algún día? —peguntó Doban al hombre de elevada estatura. Ahora se movía con mucha más soltura, aunque todavía usaba la muleta que Jondalar le había fabricado.
—No lo creo, Doban. Con un Viaje largo basta. Es hora de volver a casa, de asentarme y fundar mi hogar.
—Zelandon, ¡ojalá vivieras más cerca!
—Lo mismo digo. Serás un buen tallador de pedernal y me gustaría continuar enseñándote. A propósito, Doban, debes llamarme Jondalar.
—No. Tú eres Zelandon.
—¿Quieres decir zelandonii?
—No, quiero decir Zelandon.
—No se refiere al nombre de tu pueblo. —S' Amodun sonrió y aclaró—: te ha denominado Elandon, pero te honra llamándote S'Elandon.
—Gracias, Doban. —Jondalar se sonrojó, halagado—. Tal vez yo debería llamarte S'Ardoban.
—Todavía no. Cuando aprenda a trabajar el pedernal como tú lo haces, podrás llamarme S' Ardoban.
Jondalar abrazó fuertemente al joven; luego apoyó la mano en los hombros de algunos otros y departió con ellos. Los caballos, cargados y preparados para partir, se habían alejado un poco. Lobo estaba acostado en el suelo y observaba al hombre. Se incorporó contento cuando vio que Ayla y S'Armuna salían de la vivienda. Jondalar también se alegró de ver a la joven.
—Es hermoso —decía la mujer de más edad—, y me abruma que su afecto por mí la llevara a hacerlo, pero… ¿no crees que es peligroso?
—Mientras se limite a tallar tu cara, ¿por qué habría de ser peligroso? Puede acercarte a la Madre, puede aportarte un mayor conocimiento —dijo Ayla.
Se abrazaron, y después S'Armuna estrechó con fuerza a Jondalar. Retrocedió un paso cuando llamaron a los caballos, pero extendió la mano y tocó el brazo del hombre para retenerle un momento más.
—Jondalar, cuando veas a Marthona dile que S' Armu… no, dile que Bodoa le envía su afecto.
—Lo haré. Estoy seguro de que eso la complacerá —dijo Jondalar, mientras montaba en Corredor.
Se volvieron y saludaron con la mano, pero Jondalar se sintió aliviado de partir. Nunca podría recordar aquel campamento sin experimentar sentimientos contradictorios.
La nieve comenzó a caer de nuevo cuando se pusieron en marcha. Los habitantes del Campamento agitaban las manos en señal de despedida y les deseaban buena suerte.
—Buen viaje, S'Elandon.
—Buen viaje, S'Ayla.
Mientras se alejaban bajo la lluvia de copos blancos que enturbiaban la visión, entre quienes contemplaban su partida no había uno solo que no creyera —o no quisiera creer— que Ayla y Jondalar habían aparecido allí para salvarlos del yugo de Attaroa y libertar a los hombres. Apenas la pareja montada a caballo desapareció de la vista, se transformarían en la Gran Madre Tierra y Su Rubio y Celestial compañero, y se montarían en los vientos para atravesar los cielos, seguidos por su fiel protector, la Estrena del Lobo.