19
Tholie se acercó al frente del gran hogar y permaneció de pie. Su silueta se recortaba contra el resplandor rojizo de las brasas moribundas y el cielo vespertino enmarcado por los altos muros laterales del valle. La mayoría de la gente continuaba en el lugar de reunión, bajo el saliente de piedra arenisca, dando cuenta de las últimas moras o bebiendo la infusión favorita, o un vino de bayas recién fermentado y un tanto espumoso. El festín de esturión fresco había comenzado con el primer y único bocado de caviar de la hembra atrapada antes. El resto de las aceitosas huevas de pescado sería aplicado a un uso más prosaico: la fabricación de suaves pieles de gamuza.
—Dolando, quiero decir algo, ahora que todavía estamos todos reunidos aquí —dijo Tholie.
El hombre asintió, aunque en verdad su aprobación poco importaba. Tholie continuó sin esperar que él la autorizara.
—Creo que puedo hablar por todos cuando digo que nos alegramos mucho de tener aquí a Jondalar y a Ayla —dijo Tholie. Varias personas manifestaron verbalmente su asentimiento—. Todos estábamos preocupados por Roshario, no sólo por el sufrimiento que padecía, sino porque temíamos que perdiera el uso de su brazo. Ayla cambió la situación. Roshario dice que ya no siente dolor y, con suerte, hay buenas perspectivas de que vuelva a recuperar totalmente su brazo.
Se oyó un coro de comentarios positivos que expresaban gratitud e invocaban la buena suerte.
—También debemos dar las gracias a nuestro pariente Jondalar —continuó Tholie—. Cuando estuvo aquí antes, sus descubrimientos permitieron cambiar las herramientas que usamos y fueron una gran ayuda; ahora nos ha explicado el dispositivo de su lanzador, y el resultado es este festín. —de nuevo el grupo expresó verbalmente su conformidad—. En el tiempo que ha vivido con nosotros, ha cazado tanto el esturión como la gamuza, pero nunca habló de sus preferencias sobre el agua o la tierra. Creo que sería un buen hombre del río…
—Tienes razón, Tholie. Jondalar es un ramudoi —gritó un hombre.
—¡O por lo menos la mitad de uno! —agregó Barono, en medio de grandes risas.
—No, no, estuvo aprendiendo las cosas del agua, pero conoce la tierra —dijo una mujer.
—¡Así es! ¡Preguntádselo! Arrojó la lanza antes que su primer arpón. ¡Es un shamudoi! —comentó un hombre de más edad—.
—¡Incluso le gustan las mujeres que cazan!
Ayla quiso saber quién había hecho este último comentario. Era una joven, un poco mayor que Darvalo, llamada Rakario. Le gustaba estar siempre cerca de Jondalar, y eso irritaba a la joven. Se había quejado de que Rakario siempre se le cruzaba en el camino.
Jondalar sonreía con agrado ante la amable discusión. Aquel revuelo era una demostración de la competencia cordial entre los dos grupos; una rivalidad en el seno de la familia, que introducía un poco de acaloramiento, pero a la que nunca se permitía sobrepasar límites bien definidos. Las bromas, los alardes y cierto nivel de insultos eran admisibles. Pero todo lo que pudiera ofender impropiamente o provocar verdadera cólera era reprimido rápidamente, y los dos bandos unían fuerzas para calmar los ánimos y suavizar rápidamente los sentimientos heridos.
—Como he dicho, creo que Jondalar sería un buen hombre del río —continuó Tholie, cuando todos se callaron—, pero Ayla está más familiarizada con la tierra, y yo preferiría alentar a Jondalar a continuar con los cazadores de tierra, si él está dispuesto y ellos le aceptan. Si Jondalar y Ayla permanecieran aquí y se convirtieran en sharamudoi, nosotros estaríamos dispuestos a cruzamos con ellos, pero como Markeno y yo somos ramudoi, ellos tendrían que ser shamudoi.
Se produjo una explosión de nerviosismo entre la gente, con comentarios alentadores e incluso felicitaciones dirigidas a las dos parejas.
—Tholie, es un plan maravilloso —dijo Carolio.
—Roshario me sugirió la idea —dijo Tholie.
—Pero, ¿qué piensa Dolando de la posibilidad de aceptar a Jondalar y a Ayla, una mujer que fue criada por los que viven en la península? —preguntó Carolio, mientras observaba los ojos del jefe shamudoi.
Hubo un súbito silencio. Todos comprendieron las implicaciones que había detrás de la pregunta. Después de su violenta reacción frente a Ayla, ¿estaría Dolando dispuesto a aceptarla? Ayla había confiado en que el colérico exabrupto de Dolando sería olvidado y se preguntó por qué Carolio había traído a colación el asunto; pero, en realidad, tenía que hacerlo. Era responsabilidad suya.
Al principio Carlono y su compañera habían formado parejas cruzadas con Dolando y Roshario, y juntos habían fundado ese grupo de Sharamudoi, el día en que ellos y algunos más se retiraron de su lugar de origen, que estaba demasiado poblado. Las posiciones de liderazgo generalmente se otorgaban por consenso fáctico, y ellos fueron los candidatos naturales. En la práctica, la compañera de un jefe generalmente asumía la responsabilidad de una dirección compartida, pero la mujer de Carlono había muerto cuando Markeno era joven. El jefe ramudoi nunca volvió a unirse formalmente, y su hermana melliza, Carolio, que se había prestado a cuidar del niño, comenzó a asumir las obligaciones de la compañera de un jefe. Con el correr del tiempo, se la aceptó en esa posición, y por tanto, era su deber formular la pregunta.
La gente sabía que Dolando había permitido que Ayla continuase tratando a su mujer, pero Roshario necesitaba ayuda, y era evidente que Ayla seguía ayudándola. Ello no significaba necesariamente que él quisiera tenerla cerca para siempre. Era posible que se limitase a controlar momentáneamente sus sentimientos, y aunque todos necesitaban un curandero, Dolando era miembro de su propio grupo. No deseaba incorporar a una extraña que podía provocar un problema al jefe y hasta la división del grupo.
Mientras Dolando pensaba su respuesta, Ayla sintió que se le contraía el estómago y se le formaba un nudo en la garganta. Tenía la ingrata sensación de que había cometido una falta y de que se la juzgaba por eso. Sin embargo, sabía que no se trataba de nada que ella hubiese hecho. Comenzó a inquietarse y a irritarse un poco; estuvo tentada de ponerse en pie y salir de allí. El error estaba en ser lo que era. Lo mismo le había sucedido con los Mamutoi. ¿Así sucedería siempre? ¿Así sucedería con la gente de Jondalar? Bien, pensó, Iza y Creb y el clan de Brun la habían cuidado, y ella no estaba dispuesta a negar a los seres amados; pero en realidad, se sentía aislada y vulnerable.
Entonces sintió que alguien se le había acercado en silencio. Se volvió y sonrió agradecida a Jondalar; se sintió mejor, pero sabía que de todos modos estaban juzgándola y que él esperaba el resultado. Ayla había estado observándole atentamente y sabía cuál era su respuesta al ofrecimiento de Tholie. Pero Jondalar esperaba la reacción de Dolando antes de formular su propia réplica.
De pronto, en medio de la tensión, hubo un estallido de risa de Shamio. Después, ella y varios niños más salieron corriendo de una de las viviendas; Lobo estaba en el centro del grupo.
—¿No es sorprendente cómo juega con los niños ese lobo? —preguntó Roshario—. Hace pocos días yo jamás hubiera creído que podría ver un animal así en medio de los niños a los que amo, sin temer por su vida. Quizás valga la pena no olvidar eso. Cuando uno llega a conocer un animal al que antes odió y temió, es posible amarlo mucho. Yo creo que es mejor tratar de comprender que odiar ciegamente.
Dolando había estado cavilando en silencio acerca del modo de responder a la pregunta de Carolio. Sabía por dónde iba la pregunta y cuántas cosas dependían de su respuesta, pero aún no estaba tan seguro del modo de decir lo que pensaba y sentía. Sonrió a la mujer amada, agradecido al comprobar que ella le conocía tan bien. Roshario había percibido la comprometida situación de Dolando y le había apuntado la forma de contestar.
—He odiado ciegamente —comenzó a decir—, y he arrebatado ciegamente la vida de aquellos a quienes odiaba, porque creí que habían arrebatado la vida de aquel a quien yo amaba. Pensé que eran animales perversos y deseaba matarlos a todos. Pero eso no me devolvió a Doraldo. Ahora he descubierto que no merecían tanto odio. Animales o no, fueron provocados. Debo vivir soportando esto, pero…
Dolando se interrumpió, empezó a decir algo acerca de los que sabían más de lo que le habían dicho y que, sin embargo, habían fomentado sus explosiones de cólera… y después cambió de idea.
—Esa mujer —continuó, mirando a Ayla—, esta curandera dice que fue criada por ellos, instruida por los que yo creía que eran animales perversos, los seres a los que yo odiaba. Incluso si todavía los odio, a ella no puedo odiarla. Gracias a ella he recuperado a Roshario. Quizás sea el momento de tratar de comprender. Creo que la idea de Tholie es buena. Me sentiría feliz si los Shamudoi aceptaran a Ayla y a Jondalar.
Ayla se sintió profundamente aliviada. Ahora comprendía realmente por qué ese hombre había sido elegido por su pueblo para que lo encabezara. En el curso de su vida cotidiana habían llegado a conocerle bien y sabían cuál era su cualidad fundamental.
—Bien, Jondalar —dijo Roshario—. ¿Qué respondes? ¿Crees que es hora de renunciar a tu largo Viaje? Ha llegado la hora de que te asientes, de que organices tu propio hogar, de que ofrezcas a la Madre la oportunidad de bendecir a Ayla con un niño o dos.
—No encuentro palabras para deciros cuán agradecido me siento —comenzó Jondalar—, porque tú, Roshario, nos has dado la bienvenida. Siento que los Sharamudoi son mi pueblo, mi estirpe. Sería muy fácil organizar aquí un hogar entre vosotros y me tienta vuestra oferta. Pero debo retornar a los Zelandonii —vaciló un momento— aunque sólo sea por el recuerdo de Thonolan.
Hizo una pausa y Ayla se volvió para mirarle. Sabía que él rehusaría, pero no esperaba que dijese aquello. Percibió un gesto sutil, casi invisible, como si hubiera estado pensando en otra cosa. Después, Jondalar le dirigió una sonrisa.
—Cuando murió, Ayla ofreció al espíritu de Thonolan todo el aliento posible para que emprendiese su viaje al otro mundo, pero su espíritu no descansó, y yo temo y pienso que anda errante, perdido y solo, tratando de hallar el camino de regreso a la Madre.
Su observación sorprendió a Ayla, quien le miró atentamente mientras continuaba:
—No puedo dejar así las cosas. Alguien tiene que ayudarle a encontrar su camino, pero sólo conozco una persona que sabe hacerlo: Zelandoni, un shamud, un shamud muy poderoso que estaba presente cuando él nació. Quizás, con la ayuda de Marthona, su madre y la mía, Zelandoni pueda hallar su espíritu y guiarlo por el camino verdadero.
Ayla sabía que ésa no era la verdadera razón por la cual él deseaba retornar, o por lo menos no era la razón principal. Intuía que lo que él decía era perfectamente cierto, pero de pronto advirtió que, como la respuesta que ella misma le había dado cuando él le preguntó acerca de la planta de hilo dorado, no era toda la verdad.
—Jondalar, hace mucho que te ausentaste —dijo Tholie, con evidente decepción—. Aun cuando pudieran ayudarle, ¿cómo saber si tu madre o ese Zelandoni viven aún?
—No lo sé, Tholie, pero debo intentarlo. Incluso si no pueden ayudar, creo que Marthona y el resto de su linaje querrán saber si aquí fue feliz, con Jetamio, contigo y Markeno. Estoy segura de que mi madre habría simpatizado con Jetamio, y sé que simpatizaría contigo, Tholie. —La mujer trató de disimularlo, pero no pudo evitar la sensación de placer que le producía el comentario de Jondalar, pese a que ahora se sentía decepcionada—. Thonolan realizó su gran Viaje, y siempre fue su Viaje. Yo le seguí sólo para cuidarle. Quiero contar lo que fue su Viaje. Recorrió la distancia hasta el fin del Río de la Gran Madre, pero, lo que fue incluso más importante, aquí encontró un lugar habitado por personas que le amaron. Es una historia que merece ser contada.
—Jondalar, creo que todavía estás tratando de seguir a tu hermano, que intentas buscarle incluso en el otro mundo —dijo Roshario—. Si eso es lo que debes hacer, sólo nos queda desearte suerte. Creo que Shamud nos habría dicho que tú debes seguir tu propio camino.
Ayla reflexionó sobre lo que Jondalar había hecho. El ofrecimiento de Tholie y de los Sharamudoi para que se convirtiera en uno de ellos no había sido formulado a la ligera. Era generoso y constituía un honor importante; por esas razones era difícil rehusar sin ofender. Sólo la profunda necesidad de alcanzar una meta más elevada, de perseguir un objetivo más apremiante, podía lograr que el rechazo fuese aceptable. Jondalar decidió no mencionar que, a pesar de que los consideraba a todos como parientes, no eran los parientes que él añoraba; pero su verdad incompleta le había permitido rechazar con elegancia y al mismo tiempo evitar el agravio.
En el Clan, abstenerse de mencionar ciertas cosas era aceptable para propiciar algún elemento de intimidad en una sociedad en la que parecía difícil ocultar algo, porque podían discernirse muy fácilmente las emociones y los pensamientos a partir de las posturas, las expresiones y los gestos sutiles. Jondalar había decidido exteriorizar una consideración necesaria. Ayla tenía la sensación de que Roshario había sospechado la verdad y de que había aceptado la excusa de Jondalar por la misma razón que él la había formulado. Esa sutileza no pasó inadvertida para Ayla, pero siguió dando vueltas al asunto y comprendió que en aquellos generosos ofrecimientos podían ocultarse otras cosas.
—Jondalar, ¿cuánto tiempo permanecerás aquí? —preguntó Markeno.
—Hemos llegado más lejos de lo que yo creía que sería el caso por estas fechas. No esperaba llegar aquí antes del otoño. Creo que gracias a los caballos estamos avanzando más rápidamente de lo previsto —explicó—, pero todavía nos falta un largo trayecto y nos esperan obstáculos difíciles. Me gustaría partir cuanto antes.
—Jondalar, no podemos irnos tan deprisa —intervino Ayla—. No puedo marcharme antes de que cure el brazo de Roshario.
—¿Cuánto tiempo llevará eso? —preguntó Jondalar, frunciendo el entrecejo.
—Roshario deberá mantener inmóvil el brazo envuelto en la corteza de haya durante una luna y la mitad de la siguiente —dijo Ayla.
—Es demasiado tiempo. ¡No podemos permanecer aquí tanto tiempo!
—¿Cuánto podemos quedarnos? —preguntó Ayla.
—No mucho.
—Pero, ¿quién retirará la corteza? ¿Quién sabrá cuándo es el momento oportuno?
—Hemos enviado en busca de un shamud —dijo Dolando—. ¿Otro curandero no sabrá hacerlo?
—Imagino que sí —dijo Ayla—, pero me gustaría hablar con él. Jondalar, ¿no podemos esperar por lo menos hasta que llegue el shamud?,
—Si no es mucho tiempo. Pero quizás deberías pensar en explicárselo a Dolando o a Tholie, por las dudas.
Jondalar estaba cepillando a Corredor; parecía que el pelaje del animal había crecido y se espesaba. Jondalar tuvo la sensación de que esa mañana había percibido una oleada más fría y el caballo parecía especialmente inquieto.
—Creo que ansías partir tanto como yo, ¿verdad, Corredor? —dijo. El caballo movió las orejas en dirección a Jondalar al oír su nombre; su madre agitó la cabeza y relinchó—. Tú también quieres partir, ¿verdad, Whinney? A decir verdad, éste no es un lugar apropiado para los caballos. Necesitan un terreno más abierto para correr. Creo que tendría que recordar eso a Ayla.
Descargó una última palmada sobre el anca de Corredor y después regresó hacia el saliente. «Roshario parece sentirse mucho mejor», pensó cuando vio a la mujer que estaba sentada sola, cerca del amplio hogar, cosiendo con una mano y usando uno de los pasahilos de Ayla.
—¿Sabes dónde está Ayla? —le preguntó.
—Ella y Tholie se fueron con Lobo y Shamio. Dijeron que irían al lugar donde se fabrican los botes, pero creo que Tholie deseaba mostrar a Ayla el Árbol de los Deseos y hacer una ofrenda pidiendo un parto fácil y un hijo sano. Tholie comienza a mostrar claramente su bendición —dijo Rosario.
Jondalar se puso en cuclillas junto a la mujer.
—Roshario, deseaba preguntarte algo —dijo— acerca de Serenio. Me sentí muy mal cuando la dejé de ese modo. ¿Ella… se sentía feliz cuando se marchó de aquí?
—Al principio estaba muy afectada y se sentía muy desgraciada. Dijo que tú propusiste permanecer en este lugar, pero ella te dijo que fueses con Thonolan. Él te necesitaba más. Después, llegó imprevisiblemente el primo de Tholie. Se parece a ella en muchas cosas. Dice la que piensa.
Jondalar sonrió.
—Así son.
—También se le parece. Es una cabeza más bajo que Serenio, pero es fuerte. Se decidió deprisa. La miró una vez y llegó a la conclusión de que era la persona indicada para él… dijo que era su «bello sauce», la palabra mamutoi correspondiente. Nunca pensé que la convencería y estuve a punto de decirle que no se molestara, aunque nada de la que yo dijera hubiera podido detenerle, pero, de todos modos, imaginé que era un caso desesperado y que ella jamás se sentiría a gusto con nadie después de conocerte. Y de pronto, un buen día, vi que reían juntos y comprendí que me había equivocado. Era como si ella hubiese revivido después de un invierno prolongado. Floreció. No creo que la haya visto tan feliz después de su primer hombre, cuando tuvo a Darvo.
—Me alegro por ella —dijo Jondalar—. Merece ser feliz. La realidad es que, cuando partí, estaba inquieto… ella dijo que creía que quizás la Madre le había concedido su bendición. ¿Serenio estaba embarazada? ¿Había comenzado a formar una nueva vida, tal vez a partir de mi espíritu?
—No lo sé, Jondalar. Recuerdo que cuando te fuiste ella dijo que quizás fuera así. Si así era, se hubiera tratado de una bendición especial para su nueva unión, pero ella nunca me lo dijo.
—Pero, Roshario, ¿tú qué crees? ¿Parecía que estaba embarazada? Quiero decir, ¿puedes saberlo con tanta anticipación nada más que con la vista?
—Jondalar, ojalá pudiese hablarte con más certeza, pero no lo sé. Sólo puedo decirte que quizás fuera así.
Roshario le miró fijamente y se preguntó por qué sentía tanta curiosidad. No era lo mismo que si el niño hubiese nacido en el hogar de Jondalar —él había renunciado a ese derecho al partir— aunque si ella hubiese estado embarazada, el niño que Serenio habría tenido ahora probablemente sería de la estirpe de Jondalar. De pronto, sonrió ante la idea de un hijo de Serenio, que alcanzara la estatura de Jondalar y que naciera en el hogar del mamutoi de pequeña estatura. Roshario pensó que probablemente eso le complacería.
Jondalar abrió los ojos y vio las mantas arrugadas que ocupaban el lugar vacío de al lado. Las apartó, se sentó en el borde de la plataforma que cumplía la función de cama, bostezó y se estiró. Al mirar alrededor, comprendió que había dormido hasta tarde. Todos estaban levantados y habían salido. La noche anterior se había hablado alrededor del fuego de la posibilidad de salir a cazar la gamuza. Alguien las había visto descendiendo de las altas escarpadas, lo que significaba que pronto comenzaría la temporada para cazar los antílopes, que, con su andar seguro, se asemejaban a las cabras monteses.
Ayla se había entusiasmado ante la perspectiva de participar en la caza de la gamuza, pero cuando fueron a acostarse y conversaron en voz baja, como hacían a menudo, Jondalar le recordó que pronto partirían. Si la gamuza comenzaba a descender, eso significaba que estaba descendiendo la temperatura de los altos prados, lo cual, a su vez, marcaba el cambio de las estaciones. Aún debían recorrer mucho camino y tenían que partir cuanto antes.
No podía decirse que hubiesen discutido, pero Ayla había confirmado que no deseaba irse. Habló del brazo de Roshario y él comprendió que la joven deseaba cazar la gamuza. En realidad, Jondalar estaba seguro de que ella quería permanecer entre los Sharamudoi, y se preguntó si ella no estaría intentando retrasar la partida, con la esperanza de que él cambiase de idea. Ella y Tholie ya eran muy amigas y todos parecían simpatizar con la joven. Jondalar se sentía complacido de que ella despertase tanta simpatía, pero esa circunstancia dificultaría aún más la partida, y cuanto más tiempo permanecieran allí más difícil sería separarse del grupo.
Permaneció despierto hasta bien entrada la noche, pensando. Se preguntó si debían quedarse allí, por el bien de Ayla; pero en ese caso, lo mismo habrían podido quedarse con los Mamutoi. Finalmente llegó a la conclusión de que debían alejarse cuanto antes, dentro de un día o dos. Sabía que Ayla no se sentiría complacida con eso, y no encontraba el modo de decírselo.
Se levantó, se vistió y caminó hacia la entrada. Apartó la cortina, salió de la morada y sintió un golpe de viento frío en el pecho desnudo. Pensó que necesitaría ropas más abrigadas y caminó deprisa hacia el lugar en el que los hombres orinaban por la mañana. En lugar de la nube de coloridas mariposas que generalmente revoloteaban por allí —varias veces se había preguntado por qué las atraía aquel lugar maloliente— de pronto vio cómo caía una hoja de vivo color; y después advirtió que casi todas las que quedaban en los árboles comenzaban a cambiar de color.
¿Por qué no se había percatado antes? Los días habían pasado con tanta prisa y el tiempo había sido tan grato que no había advertido el cambio de estación. De pronto recordó que estaban orientados hacia el sur en una región meridional del país. Quizás la temporada había avanzado mucho más de lo que él creía, y el frío era mucho más intenso en el norte, hacia donde se encaminaban. Cuando volvió rápidamente a la vivienda, estaba más decidido que nunca a partir lo antes posible.
—Ya estás despierto —dijo Ayla, que entró con Darvalo mientras Jondalar se vestía—. He venido a buscarte antes de que se distribuyese todo el alimento.
—Estaba poniéndome algo más abrigado. Ahí fuera hace frío —dijo Jondalar—. Pronto será tiempo de que me deje crecer la barba.
Ayla sabía que estaba diciéndole más de lo que expresaban sus palabras. Seguía refiriéndose a lo mismo que había sido el tema de la conversación de la noche anterior; la estación estaba cambiando y tenían que ponerse en camino. Ella no deseaba abordar el tema.
—Ayla, probablemente deberíamos sacar nuestras ropas de invierno y asegurarnos de que están en condiciones. ¿Los canastos continúan en la morada de Dolando? —preguntó.
«Sabe que es así. ¿Por qué me lo pregunta? —Ayla se dijo—: Sabes cuál es la razón», mientras trataba de pensar algo que le permitiese cambiar de tema.
—Sí, allí están —dijo Darvalo, tratando de colaborar.– Necesito una camisa más cálida. Ayla, ¿recuerdas en qué canasto están mis ropas de invierno?
Por supuesto, ella lo sabía y él también.
—Jondalar, las ropas que usas ahora no se parecen a las que tenías la primera vez que viniste aquí —dijo Darvalo.
—Ésas me las regaló una mujer mamutoi. Cuando vine antes, aún usaba mis ropas zelandoni.
—Me probé esta mañana la camisa que me regalaste. Todavía es demasiado grande para mí, pero ya no tanto.
—Darvo, ¿todavía tienes esa camisa? Casi me he olvidado cómo es.
—¿Quieres verla?
—Sí. Sí, quisiera verla.
A pesar de sí misma, Ayla también sentía curiosidad. Caminaron los pocos pasos que les separaban del refugio de madera de Dolando. De un estante dispuesto sobre su cama, Darvalo retiró un envoltorio cuidadosamente confeccionado. Desató el cordel, abrió la envoltura de cuero suave y mostró la camisa.
Ayla pensó que era una prenda poco común. Los dibujos que la adornaban, así como la longitud y el corte más suelto no se asemejaban en absoluto a las prendas mamutoi que ella conocía. Algo la sorprendió más que nada en aquella prenda. Estaba adornada con colas de armiño blancas, con la punta negra.
Incluso a Jondalar le pareció extraña. Tantas cosas habían sucedido desde la última vez que había usado esa camisa, que casi le parecía extraña y anticuada. No la había usado mucho durante los años en los que había vivido con los Sharamudoi, porque prefería vestirse como los demás, y aunque se la había regalado a Darvo hacía apenas unas pocas lunas más que un año, tenía la sensación de que había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que había visto prendas de su hogar.
—Darvo, tienes que llevarla muy suelta. Va ceñida con un cinturón. Vamos, póntela. Te lo mostraré. ¿Tienes algo para atarla? —preguntó Jondalar.
El joven pasó por encima de su cabeza la camisa de cuero que tenía forma de túnica y profusos dibujos como adorno; después entregó a Jondalar una larga cinta de cuero y éste le dijo a Darvo que se enderezara; después ajustó la cinta bastante abajo, casi en las caderas, de modo que la camisa se ensanchara y las colas de armiño colgaran libremente.
—¿Ves? No es tan grande para ti, Darvo —dijo Jondalar—. ¿Qué te parece, Ayla?
—Es extraña. Nunca he visto una camisa así, pero creo que te sienta bien, Darvalo —dijo.
—Me gusta —dijo el joven, extendiendo los brazos y mirando su propio cuerpo para ver el aspecto que ofrecía. Quizás la usaría la próxima vez que fuesen a visitar a los Sharamudoi que vivían río abajo. Tal vez le gustase a aquella muchacha a la que él había visto.
—Me alegro de haber tenido la oportunidad de mostrarte cómo se usa… —dijo Jondalar— antes de partir.
—¿Cuándo os vais? —preguntó Darvalo, que parecía sobresaltado.
—Mañana, o a lo sumo pasado mañana —dijo Jondalar, mirando a los ojos de Ayla—. Apenas estemos preparados.
—Es posible que las lluvias hayan comenzado al otro lado de las montañas —dijo Dolando—, y tú recuerdas cómo es la Hermana cuando se desborda.
—Ojalá la cosa no sea tan grave —dijo Jondalar—. Necesitaríamos cruzar en uno de tus botes grandes.
—Si deseáis ir en bote, os llevaremos hasta la Hermana —dijo Carlono.
—De todos modos, tenemos que conseguir más arrayán del pantano —agregó Carolio—. Y generalmente vamos a buscarlo allí.
—De buena gana remontaría el río en el bote, pero no creo que los caballos puedan viajar en él —dijo Jondalar.
—¿No dijiste que saben atravesar a nado los ríos? Quizás puedan nadar detrás del bote —sugirió Carlono—. Y embarcaremos al lobo.
—Sí, los caballos pueden atravesar a nado un río, pero hay mucho camino hasta la Hermana; por lo que recuerdo, varios días —dijo Jondalar—, y no creo que puedan nadar río arriba una distancia tan larga.
—Hay un camino a través de las montañas —dijo Dolando—, Tendréis que retroceder un poco, para después subir y rodear uno de los picos más bajos, pero el sendero está marcado; finalmente os llevará cerca del lugar en el que la Hermana se une con la Madre. Hay un alto risco exactamente al sur, y es fácil verlo incluso desde lejos, apenas uno llega a la pradera baja que se extiende hacia el oeste.
—Pero, ¿será ése el mejor lugar para cruzar la Hermana? —preguntó Jondalar, que recordaba el río ancho de aguas remolineantes que había visto la última vez.
—Quizás no, pero desde allí puedes seguir el curso de la Hermana hacia el norte, hasta que encuentres un lugar mejor, si bien no es un río fácil. Sus afluentes descienden de las montañas y las aguas corren veloces y golpean con fuerza, y la corriente es mucho más veloz que la de la Madre; además, el río es más traicionero —dijo Carlono—. Algunos de los nuestros remontaron su curso durante casi una luna. El río continuó siendo un curso de aguas rápidas y difíciles en todos los tramos que visitaron.
—Necesito seguir el curso de la Madre para regresar, y eso significa que tendré que cruzar la Hermana —dijo Jondalar.
—En ese caso, te deseo suerte.
—Necesitarás alimentos. —dijo Roshario—, y tengo algo que desearía darte, Jondalar.
—No disponemos de mucho espacio para llevar más carga —dijo Jondalar.
—Es para tu madre —dijo Roshario—. El collar favorito de Jetamio. Lo guardé para entregárselo a Thonolan si regresaba. No ocupará mucho espacio. Después de morir su madre, Jetamio necesitaba saber que pertenecería a un lugar. Le dije que recordara que ella seguía siendo sharamudoi. Confeccionó el collar con dientes de gamuza y las vértebras de un pequeño esturión, para representar la tierra y el río. Pensé que a tu madre le gustaría algo que perteneció a la mujer elegida por su hijo.
—Tienes razón. Le gustaría algo así —dijo Jondalar—. Gracias. Sé que significará mucho para Marthona.
—¿Dónde está Ayla? También a ella tengo que darle algo. Ojalá disponga de espacio para guardarlo.
—Está con Tholie, preparando las cosas —dijo Jondalar—. En realidad, no desea marcharse todavía, porque tu brazo no está aún curado. Pero el caso es que no podemos esperar más.
—Estoy segura de que curaré perfectamente. —Roshario caminó al paso de Jondalar cuando regresaron a las viviendas—. Ayla me retiró la vieja corteza de haya ayer y colocó un trozo nuevo. Aun cuando el brazo es más pequeño por la falta de uso, lo cierto es que ahora parece curado. Pero ella quiere que mantenga esta envoltura algún tiempo más. Dice que apenas comience a usar de nuevo mi brazo, se fortalecerá.
—Estoy seguro de que así será.
—No sé por qué el mensajero y el shamud tardan tanto, pero Ayla explicó lo que hay que hacer y habló no sólo conmigo, sino con Dolando, Tholie, Carolio y varios más. Nos arreglaremos sin ella, estoy segura… aunque preferiríamos que ambos continuaseis aquí. No es demasiado tarde para cambiar de idea…
—Roshario, para mí significa más de lo que puedo decirte el que nos hayas recibido con tan buena voluntad… especialmente en vista de la actitud de Dolando y la crianza… de Ayla…
Roshario se detuvo y miró al hombre de elevada estatura.
—Eso te molestó, ¿verdad?
A Jondalar se le encendió el rostro.
—Así es —reconoció—. En realidad ya no me molesta; pero sabiendo lo que Dolando sentía hacia ellos, el que, aun así, tú la aceptes, hace que… no puedo explicarlo. Me alivia. No quiero que ella sufra. Ya ha soportado demasiado.
—Sin embargo, es muy fuerte. —Roshario miró atentamente a Jondalar, vio el gesto preocupado, la expresión turbada en aquellos ojos tan azules—. Has estado ausente mucho tiempo, Jondalar, has conocido a mucha gente, has aprendido otras costumbres, otros modos, incluso otras lenguas. Es posible que tu propia gente ya no te reconozca; ni siquiera eres la misma persona que eras cuando saliste de aquí y ellos no serán la misma gente que tú recuerdas. Cada uno pensará del otro cómo era, no cómo es ahora.
—Me he preocupado mucho por Ayla; no había pensado en eso, pero tienes razón. Ha pasado mucho tiempo. Tal vez ella se adapte mejor que yo. Resultarán extraños, pero Ayla llegará a conocerlos muy pronto, como siempre le sucede…
—Y tú te mantendrás a la expectativa —dijo Roshario, y reanudó la marcha hacia los refugios de madera. Antes de entrar, la mujer se detuvo de nuevo—. Jondalar, siempre serás bien recibido aquí. Ambos seréis bien recibidos.
—Gracias, pero es un Viaje muy largo. Roshario, no tienes idea de lo largo que es.
—Es cierto, no lo sé. Pero tú sí lo sabes y estás acostumbrado a viajar. Si alguna vez decides que quieres regresar, no te parecerá tan largo.
—Para quien nunca soñó con realizar un largo Viaje, yo ya he recorrido más de lo que había deseado —dijo Jondalar—. Cuando retorne, creo que mi época de viajar habrá terminado. Tenías razón cuando has dicho que era hora de asentarse, pero tal vez sea más fácil acostumbrarse al hogar sabiendo que hay una alternativa.
Cuando apartaron la cortina, descubrieron que dentro estaba únicamente Markeno.
—¿Dónde está Ayla? —preguntó Jondalar.
—Ella y Tholie fueron a buscar las plantas que Ayla estaba secando. ¿No las has visto, Roshario?
—Venimos del campo. Creí que estaba aquí —dijo Jondalar.
—Estaba. Ayla ha estado explicando a Tholie las propiedades de algunas de sus medicinas. Ayer, después que examinó tu brazo y comenzó a explicar lo que había que hacer, estuvieron hablando de las plantas y de sus aplicaciones. Jondalar, esa mujer sabe mucho.
—¡Lo se! Pero no comprendo cómo puede acordarse de todo.
—Salieron esta mañana y regresaron con canastos llenos. Toda clase de plantas. Incluso minúsculas plantas de hilos amarillos. Ahora le está explicando cómo prepararlos —dijo Markeno—. Jondalar, es una vergüenza que os marchéis. Tholie echará de menos a Ayla. Todos os echaremos de menos a ambos.
—No es fácil alejarse, pero…
—Ya lo sé. Thonolan. Eso me recuerda algo. Quiero darte una cosa —dijo Markeno, y comenzó a rebuscar en una caja de madera llena de diferentes herramientas y de implementos de madera, hueso y cuero.
Extrajo un objeto de extraño aspecto, fabricado con la rama principal de una cornamenta, con las ramificaciones cortadas y un orificio exactamente debajo de la bifurcación. Estaba adornado con tallas, pero no eran las formas geométricas y estilizadas de aves y peces típicas de los Sharamudoi. En cambio, alrededor del mango podían verse animales muy hermosos y realistas, ciervos e íbices. Algo en ese objeto provocó un escalofrío en Jondalar. Cuando lo miró más atentamente, sintió una punzada: lo reconocía.
—¡Es el aparato que Thonolan empleaba para enderezar el cuerpo de las lanzas! —dijo. Cuántas veces había visto a su hermano usando ese instrumento. Incluso recordaba dónde lo había conseguido Thonolan.
—Pensé que tal vez lo querrías, para recordarlo. Y también me dije que podía serte útil cuando buscases su espíritu. Además, cuando tú lo pongas… pongas su espíritu… a descansar, tal vez él quiera tener esto —dijo Markeno.
—Gracias, Markeno —dijo Jondalar, mientras recibía el sólido instrumento y lo examinaba con admiración y reverencia. Había sido un artefacto tan típico de su hermano, que ahora le evocaba recuerdos instantáneos—. Esto significa mucho para mí. —Lo sostuvo, lo movió un poco para comprobar su equilibrio, para sentir en su peso la presencia de Thonolan—. Creo que quizás tengas razón. Hay mucho de él en esto. Casi puedo sentirlo.
—Tengo que dar algo a Ayla, y me parece que éste es el momento adecuado —dijo Roshario, y salió de la vivienda. Jondalar se reunió con ella.
Ayla y Tholie adoptaron una actitud de alerta cuando entraron en la morada de Roshario; durante un momento la mujer tuvo la extraña sensación de que estaban curioseando en algo personal y secreto; pero su sonrisa de bienvenida anuló ese sentimiento. Caminó hacia el fondo, y de un estante retiró un envoltorio.
—Ayla, esto es para ti —dijo Roshario—, porque me has ayudado. Lo envolví de modo que se mantuviese limpio durante tu Viaje. Después, muy bien puedes usar la envoltura como toalla.
Sorprendida y complacida, Ayla desató el cordel; las suaves pieles de gamuza se abrieron y descubrió el cuero amarillo, bellamente adornado con cuentas y plumas. Lo sostuvo en las manos y se le cortó el aliento. Era la túnica más hermosa que había visto. Bajo ella estaban plegados unos pantalones de mujer, adornados por delante, en las piernas y alrededor de los dobladillos, con un diseño que hacía juego con el de la túnica.
—¡Roshario! Es muy hermoso. Nunca vi nada tan bello. Es demasiado hermoso para usarlo —dijo Ayla. Después dejó a un lado las prendas y abrazó a la mujer. Por primera vez desde la llegada de la joven al valle, Roshario advirtió el extraño acento de Ayla, y sobre todo el modo en que pronunciaba ciertas palabras; pero no le pareció desagradable.
—Ojalá te siente bien. ¿Por qué no te lo pruebas, y así podremos salir de dudas? —dijo Roshario.
—¿Crees realmente que debo hacerlo? —preguntó Ayla, casi temerosa de tocar el regalo.
—Tienes que saber si te está bien de medidas, para ponértelo cuando tú y Jondalar os unáis. ¿No lo crees?
Ayla sonrió a Jondalar, nerviosa y feliz a causa de las prendas, pero se abstuvo de mencionar que ya tenía una túnica para la unión, la que le había regalado la compañera de Talud, Nezzie, del Campamento del León. No podía ponerse las dos, pero ya encontraría una ocasión especial para estrenar aquel hermoso conjunto nuevo..
—Ayla, yo también tengo algo para ti. No es tan hermoso, pero es útil —dijo Tholie, y le entregó un puñado de láminas de cuero suave que había guardado en un bolso que colgaba de su muñeca.
Ayla las elevó en el aire y evitó mirar a Jondalar. Sabía exactamente qué eran.
—¿Cómo has sabido que necesitaba material nuevo para mi período lunar?
—Una mujer siempre puede necesitar algunas piezas nuevas, sobre todo cuando está viajando. También tengo un hermoso acolchado para ti. Roshario y yo hemos hablado de eso. Ella me mostró el conjunto que había preparado, y yo también quise darte algo hermoso, pero en viaje uno no puede llevar demasiado, por eso he estado pensando en lo que podrías necesitar —dijo Tholie, para justificar su práctico regalo.
—Es perfecto. No podrías haber pensado en algo que yo necesitara o deseara más. Tholie, eres muy considerada —dijo Ayla; después se volvió y parpadeó—. Te echaré de menos.
—Vamos, aún no nos hemos separado. Eso llegará mañana por la mañana. Entonces sobrará tiempo para derramar lágrimas —dijo Roshario, si bien sus propios ojos ya comenzaban a humedecerse.
Aquella noche, Ayla vació sus canastos y ordenó todo lo que deseaba llevar consigo, tratando de decidir cómo ordenaría el conjunto, e incluso las cantidades de alimento que les habían suministrado. Jondalar llevaría una parte, pero él tampoco disponía de mucho espacio. Habían hablado varias veces del bote redondo, tratando de decidir si su utilidad en el cruce de los ríos justificaba el esfuerzo de trasladarlo a través de las pendientes boscosas de la montaña. Finalmente decidieron llevarlo, pero no sin cierto reparo.
—¿Cómo meterás todo en tan sólo dos canastos? —preguntó Jondalar, contemplando los misteriosos bultos y paquetes, todo cuidadosamente envuelto, y preocupado por el exceso de carga—. ¿Estás segura de que necesitas todo eso? ¿Qué hay en ese paquete?
—Toda mi ropa de verano —dijo Ayla—. Es uno de los paquetes que dejaré aquí si lo considero necesario. Pero, de todos modos, tendré que llevar prendas que ponerme el verano próximo, y me alegro de no tener que seguir cargando tantas prendas de invierno.
—¡Hmmm! —gruñó Jondalar, que no podía contradecir el razonamiento de Ayla, pero aún así estaba preocupado por la carga. Revisó la pila y vio un paquete que ya había observado antes. Ella lo llevaba desde el principio del viaje, pero Jondalar no sabía aún qué guardaba en él. ¿Qué es eso?
—Jondalar, no estás ayudándome mucho —dijo Ayla—. ¿Por qué no te ocupas de esos alimentos que nos ha dado Carolio para consumir durante el viaje, y ves si puedes encontrarles acomodo en tu canasto?
—Tranquilo, Corredor. Cálmate —dijo Jondalar, tirando de la cuerda y sosteniéndola cerca de su cuerpo mientras palmeaba la mejilla del corcel y le acariciaba el cuello, en un esfuerzo por tranquilizarle—. Creo que sabe que estamos listos y está impaciente por iniciar la marcha.
—Estoy seguro de que Ayla llegará pronto —dijo Markeno—. Estas dos han intimado mucho en el escaso tiempo que habéis estado aquí. Tholie ha estado llorando esta noche, deseando que os quedarais. Si he de decirte la verdad, yo también lamento que os marchéis. Hemos buscado y hablado con varias personas, pero no encontramos a nadie con quien nos interesaría compartir nuestra vivienda… hasta que llegasteis vosotros. Tendremos que comprometernos muy pronto. ¿Estás seguro de que no deseas cambiar de propósito?
—Markeno, no sabes cuánto me ha costado tomar esta decisión. ¡Quién sabe lo que encontraré cuando llegue allí! Mi hermana será una mujer adulta y probablemente no me recordará. No tengo idea de lo que está haciendo mi hermano mayor, ni tampoco dónde se encuentra: sólo espero que mi madre aún viva —dijo Jondalar—, sin hablar de Dalanar, el hombre de mi hogar. Mi prima cercana, la hija de su segundo hogar, seguramente ya es madre, pero yo ni siquiera sé si tiene compañero. Si lo tiene, probablemente no lo conozco. En realidad, ya no conozco a nadie; en cambio, me siento muy próximo a todos los que se encuentran aquí. Pero debo marcharme.
Markeno asintió. Whinney se movió inquieta, y ambos miraron hacia la vivienda. Roshario, Ayla y Tholie, que tenía en brazos a Shamio, salían de la morada. La niña se agitó para desprenderse de su madre cuando vio a Lobo.
—No sé qué haré con Shamio cuando se marche ese lobo —dijo Markeno—. Ella quiere que siempre esté cerca. Dormiría con él si se lo permitiese.
—Tal vez puedas encontrar un cachorro de lobo para Shamio —dijo Carlono, que se unió al grupo. En ese momento venía del muelle.
—No había pensado en eso. No será fácil, pero tal vez deba conseguir un cachorro en la madriguera de un lobo —murmuró Markeno—. Por lo menos, puedo prometerle que lo intentaré. Tendré que decirle algo.
—En ese caso —dijo Jondalar—, asegúrate de que sea muy pequeño. Lobo todavía mamaba cuando su madre murió.
—¿Cómo lo alimentaba Ayla si no tenía la madre que le daba leche? —preguntó Carlono.
—Yo también me pregunté eso mismo —dijo Jondalar—. Ayla me dijo que un niño pequeño debe comer todo lo que su madre come, pero tiene que ser un alimento más blando, de modo que sea más fácil masticarlo. Ella preparaba caldo, empapaba con el líquido un pedazo de cuero blando y se lo daba a chupar al cachorro, y, además, le cortaba en trozos muy pequeños la carne. Ahora, Lobo come de todo lo que nosotros comemos, pero todavía le gusta en ocasiones cazar por su cuenta. Incluso levanta a los animales para que podamos cazarlos; él nos ayudó a cobrar ese alce que traíamos al llegar.
—¿Cómo conseguís que haga lo que vosotros queréis? —preguntó Markeno.
—Ayla le dedica mucho tiempo. Le enseña y lo repite constantemente, hasta que el animal entiende. Es sorprendente cuánto puede aprender y, además, él ansía complacerla —dijo Jondalar.
—Eso es evidente. ¿Crees que sólo porque es ella? Después de todo, Ayla es shamud —dijo Carlono—. ¿Es posible que otra persona cualquiera pueda obligar a los animales a hacer lo que ella desea?
—Yo monto a Corredor —dijo Jondalar—. Y no soy shamund.
—De eso no estaría yo tan seguro —dijo Markeno, y luego se echó a reír—. Recuerda que te he visto hablar con las mujeres. Creo que conseguirías que cualquiera de ellas hiciera lo que deseas.
Jondalar se sonrojó. A decir verdad, desde hacía cierto tiempo no pensaba en el asunto.
Cuando Ayla se acercó a los hombres, le llamó la atención el rostro acalorado de Jondalar, pero entonces Dolando se unió a ellos. Venía del sendero que circunvalaba la pared de piedra.
—Os acompañaré parte del camino para mostraros los senderos y el mejor modo de cruzar las montañas.
—Gracias. Eso será muy útil —dijo Jondalar.
—Yo iré también —dijo Markeno.
—Me gustaría acompañaros —dijo Darvalo. Ayla miró al joven y vio que vestía la camisa que Jondalar le había regalado.
—Digo lo mismo —afirmó Rakario.
Darvalo la miró con un gesto irritado, creyendo que ella tendría los ojos clavados en Jondalar; en cambio, la joven miraba a Darvalo con una sonrisa de veneración. Ayla vio que la expresión de Darvalo pasaba de la irritación al desconcierto, a la comprensión y después a un sonrojo de sorpresa.
Casi todos se habían unido en el centro del campo para despedir a sus visitantes, y varios de los que estaban allí formularon el deseo de acompañarles parte del camino.
—Yo no iré —dijo Roshario, mirando a Jondalar y después a Ayla—, pero ojalá os quedarais aquí. A ambos os deseo un buen Viaje.
—Gracias, Roshario —dijo él, y abrazó a la mujer—. Quizás necesitemos tus buenos deseos antes de que haya terminado todo esto.
—Necesito agradecerte, Jondalar, que hayas traído a Ayla. No quiero ni pensar lo que me habría sucedido si ella no hubiese estado aquí.
Buscó la mano de Ayla. La joven la aceptó, y después cogió también la otra mano, sostenida aún por el cabestrillo, y apretó las dos complacida al sentir la fuerza del apretón de ambas manos. Después, las dos mujeres se abrazaron.
Hubo otras despedidas, pero la mayoría de la gente se proponía acompañarles por el sendero al menos cierto tiempo.
—¿Vienes, Tholie? —preguntó Markeno, que se había puesto al lado de Jondalar.
—No. —Los ojos le brillaban a causa de las lágrimas—. No quiero ir. No será más fácil despedirse en el sendero que hacerlo aquí. —Se acercó al zelandonii de elevada estatura—. Jondalar, es difícil para mí mostrarme ahora amable contigo. Siempre simpaticé mucho contigo, y me gustaste más aún después de haber traído a Ayla. Ansié profundamente que tú y ella os quedarais, pero no quisiste. Y aunque comprendo por qué te marchas, eso no hace que me sienta bien.
—Tholie, lamento que lo sientas así —dijo Jondalar—. Ojalá hubiese algo que yo pudiera hacer para que te sintieras mejor.
—Hay algo, pero no quieres hacerlo —dijo ella.
Era muy propio de Tholie decir exactamente lo que pensaba. Era una de las cosas que le gustaban a Jondalar de ella. Uno nunca necesitaba adivinar lo que quería decir realmente.
—No te enojes conmigo. Si pudiera quedarme, nada me agradaría más que unirme contigo. No sabes cuán orgulloso me sentí cuando nos manifestaste tus preferencias, o cuán difícil es para mí marcharme precisamente ahora; pero hay algo que me impulsa. Para ser sincero, ni siquiera estoy seguro de lo que es, pero, Tholie, tengo que irme.
La miró con sus sorprendentes ojos azules colmados de sincera pena, de preocupación y consideración.
—Jondalar, no debes decirme cosas tan hermosas y mirarme así. Consigues que desee aun más que te quedes aquí. Basta, abrázame —dijo Tholie.
Él se inclinó y rodeó con los brazos el cuerpo de la joven; sintió que ella temblaba a causa del esfuerzo por controlar las lágrimas.
Tholie se apartó y miró a la mujer alta y rubia que estaba al lado de Jondalar.
—¡Oh, Ayla! No quiero que os vayáis —dijo con un enorme sollozo, mientras se abrazaba a su amiga.
—Yo no quiero marcharme, ojalá pudiésemos quedarnos aquí. No sé muy bien por qué es así, pero Jondalar tiene que irse y yo debo acompañarle —dijo Ayla llorando tan intensamente como Tholie.
De pronto, la joven madre se apartó, alzó en brazos a Shamio y se volvió corriendo a los refugios.
Lobo partió tras ella.
—¡Aquí, Lobo! —ordenó Ayla.
—¡Lobito! ¡Quiero a mi Lobito! —gritó la niña, extendiendo las manos hacia el carnívoro peludo de cuatro patas.
Lobo gimió y miró a Ayla.
—Quédate, Lobo —dijo ella—. Nos vamos.