CAPÍTULO 20
Luke miraba por el ventanal circular de transpariacero, dando la espalda a la habitación, cuando entraron Kyp Durron, Wurth Skidder, Cilghal y los demás Jedi a los que había pedido que acudieran a Coruscant. La estancia ocupaba el último piso del edificio del Ministerio de Justicia, que, si bien estaba lejos de ser el edificio más alto, seguía gozando de majestuosas vistas de la ciudad en todas direcciones. Los cristales estaban tintados, pero no eran impenetrables, y la luz del sol poniente bañaba la habitación con los mismos rojos y naranjas que teñían el cielo.
Luke parecía absorbido en la contemplación del incesante flujo de tráfico. Cuando se apartó de la ventana, los veinte Caballeros Jedi que habían entrado ya se sentaban a la mesa redonda, o simplemente permanecían en pie, con las capuchas bajadas, esperando a que Luke les explicara por qué les había pedido cruzar prácticamente la mitad de la galaxia.
—La Nueva República tiene dos desertoras enemigas bajo custodia —anunció sin más preámbulos—. Una es una Sacerdotisa, y la otra parece ser su mascota o su compañera. Los datos de carácter militar que nos proporcionaron fueron buena parte del motivo por el que ganamos en Ord Mantell. Las desertoras están siendo trasladadas a Coruscant para un interrogatorio más a fondo.
—Ahora sí que estamos llegando a algo —dijo Kyp Durron por encima de los comentarios de sorpresa y alegría—. Sabía que tenía que haber algún insurrecto entre los yuuzhan vong —mostró a Luke una sonrisa ansiosa—. ¿Y cuándo podremos acceder al interrogatorio?
—Pero eso tiene que ser un truco, ¿no? —dijo Cilghal antes de que Luke pudiera responder—. Por muchos datos estratégicos que hayan proporcionado.
Sus manos membranosas estaban ocultas en las mangas de su túnica Jedi, y miró a Luke y a Kyp a la vez con sus ojos saltones.
Luke asintió mientras se acercaba a la mesa.
—La Nueva República está actuando con cautela. Si las desertoras continúan proporcionando datos auténticos, gozarán de una mayor credibilidad.
—¿Han accedido a proporcionar más? —preguntó Wurth Skidder. No era el único sin túnica Jedi, aunque el aspecto desaliñado de su pelo rubio parecía indicar que había pasado todo el viaje desde Yavin 4 con la capucha puesta.
—Con condiciones.
Los Jedi se miraron unos a otros, pero nadie dijo nada. Luke se sentó en el borde de la mesa, con una pierna apoyada en el suelo.
—Han solicitado reunirse con nosotros.
Streen, de pelo canoso y barba, soltó una risilla.
—Es exactamente lo que suponía —miró a Luke—. ¿Y han expresado por qué quieren hacerlo?
Luke se levantó y dio unos pasos hacia el exminero de Bespin.
—Afirman tener información sobre una enfermedad que los agentes yuuzhan vong propagaron mucho antes de que las primeras mundonaves aterrizaran en Helska 4.
Los presentes se quedaron mudos de asombro.
—No voy a engañaros —dijo Luke tras una pausa—. Quiero creer con todas mis fuerzas que esa enfermedad es la misma que padece Mara, pero eso está por ver.
—Y de ser la misma, ¿cómo saber que los yuuzhan vong saben que Mara la padece? —dijo Cilghal, todavía un tanto sorprendido por la revelación.
Luke apretó los labios y negó con la cabeza.
—Creo que no deberíamos precipitarnos en sacar esa conclusión.
—Pues claro que lo saben —dijo Wurth con firmeza—. Y lo que es más, yo diría que utilizan a Mara para atacarnos, como la atacaron a ella.
—Eso no puedes saberlo —replicó Anakin al momento—. Las desertoras han sido investigadas en busca de algo parecido, y serán examinadas de nuevo antes de reunirse con nosotros.
Atónito, Wurth se apoyó en el respaldo y miró a Luke.
—¿Entonces ya has dado el visto bueno al encuentro?
Luke asintió.
—Como gesto de buena voluntad hacia la Nueva República, más que nada. Para demostrarles que podemos trabajar en equipo.
Muchos se miraron entre sí con recelo.
—Entendemos tus razones, Maestro —dijo Ganner Rhysode—, pero si vamos a hacer esto, hagámoslo por Mara y no por la Nueva República. Después de todo lo que ha pasado, me da exactamente igual lo que piensen el ejército o el Senado de la Nueva República.
La habitación se llenó de murmullos de asentimiento. Luke esperó a que se hiciera el silencio.
—Mi propuesta será que Mara y yo nos reunamos a solas con ellos.
Jacen se puso en pie.
—¡Entonces crees que es una trampa!
Luke se volvió hacia él.
—No sé si lo es.
—Entonces, deja que se reúnan conmigo, con Streen o con Kam Solusar —dijo Jacen—. Cualquiera de nosotros estaría dispuesto a arriesgar sus vidas para salvar a Mara.
Cilghal miró a Jacen y a Luke con su gran boca ligeramente abierta.
—Tu sobrino tiene razón, Maestro. Si hay algún tipo de riesgo, Mara y tú deberíais ser los últimos en asumirlo.
—¿Qué estáis sugiriendo, que nos reunamos todos con él?
—Podéis contar conmigo —dijo Kyp—. No hay nada que desee más que unos minutos a solas con un yuuzhan vong.
—Lo mismo digo —dijo Wurth.
Lowbacca bramó con intensidad. Emetedé, el androide traductor miniatura que flotaba cerca del hombro de Lowie, sobre sus propios motores retropropulsores, dijo:
—Somos todos para uno. Juntos somos más fuertes que la suma de nuestro potencial individual.
Construido por Chewbacca y programado por C-3PO, Emetedé hablaba con la misma voz que el androide de protocolo, pero sin el mismo tono afectado.
—Yo estoy con Lowbacca —dijo Streen—. Todo lo que se averigüe de los yuuzhan vong debe ser compartido por los demás.
—Opino lo mismo —añadió Tenel Ka.
Luke se llevó las manos a la espalda y se acercó a los ventanales. La camaradería le animaba. Recordó los primeros años de la academia, cómo sus estudiantes se unieron para vencer el espíritu de un Jedi oscuro que intentaba poseer Yavin 4. Algunos de los presentes estuvieron entonces allí: Cilghal, Streen, y hasta sus sobrinos. Y algunos de los participantes en aquel enfrentamiento habían muerto, como Cray Mingla, Nichos Marr, Miko Reglia, Daeshara’cor…
Luke respiró lentamente, se giró y asintió.
—Informaré al Servicio de Inteligencia de la Nueva República de nuestra decisión. Nos reuniremos con las desertoras en cuanto lleguen a Coruscant.
***
—Una para el humano —dijo el crupier, sacando una carta chip de sabacc de la baraja.
Un portacartas ithoriano equipado con un apéndice en lugar de brazo retiró el delgado dispositivo de la parte inferior de la carta electrónica y la depositó boca arriba, frente a Han.
—Seis de sables —anunció el crupier a la mesa.
Han calculó el total de las tres cartas que tenía e hizo un sutil gesto al crupier con el dedo índice y el corazón de la mano derecha, indicando que él se plantaba.
El crupier, un bith cuyos dedos facilitaban un hábil manejo de las cartas, miró al sullustano sentado a la izquierda de Han, esperando sus instrucciones. La criatura de grandes mandíbulas y orejas protuberantes golpeó con el puño la enorme superficie pulida de la mesa y no pudo suprimir una sonrisa cuando la carta que giró el crupier resultó ser la Resistencia.
El bothano del asiento de al lado se retiró, así como el diminuto chadrafan que estaba junto a él. Eso dejó a Han jugando solo contra el sullustano de la izquierda, y un ithoriano y un rodiano, a izquierda de éste, ambos comerciantes sin escrúpulos. Este último agarraba con fuerza las dos cartas que se le habían repartido desde el principio, y no tenía ninguna en la mesa.
Han se echó hacia atrás para mostrar a Droma las cartas que llevaba: el as de monedas, que valía quince, y el uno de pentagramas, recientemente alterada desde la carta de la Reina de Aire y la Oscuridad por el aleatorizador de sabacc. Con el seis de sables descubierto, la mano tenía un valor total de veintidós, a tan sólo un punto de un sabacc puro. Estaba seguro de que el sullustano no tenía más de veinte, pese a la carta descubierta de Resistencia. Las dos cartas descubiertas del ithoriano valían doce, y tal como había apostado el alienígena, Han dudaba que tuviera más de dieciocho o diecinueve. En cuanto al rodiano, sus dos cartas ciertamente subían de veinte, pero probablemente no sumaban más de veintidós. Un sabacc completo que había conseguido en una partida anterior le había hecho saltar en el asiento, pero nada en su mirada cristalina de ojos saltones indicaba otra victoria instantánea, por mucho entusiasmo que mostrara al recibir la siguiente mano.
Nadie había fijado el valor de ninguna carta electrónica, poniéndola en el campo de interferencia del centro de la mesa.
Todos rechazaron más cartas adicionales, y se hicieron las apuestas finales. A menos que al aleatorizador cambiara de nuevo las cartas, Han sabía que se llevaría el fondo.
El sullustano cerró, y todos mostraron sus cartas.
Los instintos de Han no habían fallado respecto al dinero, y ganó su tercer fondo consecutivo. El crupier recogió las cartas, y el tesorero juntó las ganancias de Han en montoncillos y se los acercó, deslizándolos por la mesa ante la atenta mirada de uno de los supervisores de juego con visión aumentada para ver skifters, cartas con el chip trucado que se colaban en las partidas, o jugadores que intentasen ver reflejos de color por la ionización del campo de interferencias.
La partida se desarrollaba en el único salón de juego que quedaba en el Reina: Un par de vídeos y ruletas giraban ruidosamente al fondo, y media docena de twi’lekos con las antenas tatuadas iban de un lado a otro con bandejas de bebidas gratuitas, drogas transdérmicas y un montón de sustancias fumables.
Curiosamente, Droma se había reído de la propuesta de Han de entrar en la partida, a costa de casi todos sus créditos, incluso cuando Han lo justificó como la mejor forma de retrasar el regreso al repugnante camarote en el que Han había pasado, más mal que bien, la noche anterior y gran parte del día, y ni siquiera la victoria actual consiguió evitar que el ryn mostrara su desdén.
—Esto es algo carente de toda complejidad —comentó con arrogancia a un Han que amontonaba cuidadosamente sus ganancias—. Y los humanos, quizá por su buena fortuna evolutiva, parecen ser más propensos que cualquier otra especie a dejarse engañar.
El comentario de Han fue una risilla sorda, pero no pudo evitar recordar un sentimiento similar escuchado más de veinte años antes.
«De todas las razas que ponen en juego su bienestar a cambio de dudosos beneficios, y estadísticamente no hay muchas, el rasgo es mucho más abundante en los humanos, una de las formas de vida más afortunadas».
Lo había dicho un académico ruuriano llamado Skynx que había acompañado a Han en la búsqueda del tesoro de Xim El Déspota.
—Búrlate todo lo que quieras —dijo Han a Droma—, pero llevo jugando desde que tenía catorce años, y el sabacc me hizo ganar una nave en cierta ocasión, por no mencionar que también un planeta.
—Sigue siendo algo superficial —dijo Droma.
Han esbozó una caballerosa sonrisa.
—Prefiero mil veces un puñado de buena suerte antes que una carga de sabiduría.
El bith metió otra baraja en el repartidor y mostró las palmas de las manos, la garantía ritual de que no tenía nada en la manga, así como la señal que marcaba el comienzo de una nueva ronda.
Las partidas tradicionales de sabacc consistían en dos jugadores que se enfrentaban para acercarse lo más posible, en positivo o en negativo, a veintitrés, pero sin pasarse o usar cartas que equivalieran a cero. Y aunque el casino del Reina empleaba la típica baraja de cuatro palos y setenta y seis cartas, con aleatorizador y campo de interferencia incluidos, la casa no sólo exigía una fuerte suma para entrar en el juego, sino que se llevaba el veinte por ciento de todos los fondos, o el fondo entero si se retiraban todos los jugadores, la mitad del mismo se destinaba a un depósito especial de cara a las partidas que se jugaban contra la casa.
El Reina también tenía normas especiales para las manos de sabacc puro. Un veintitrés positivo valía más que un veintitrés negativo, pero un veintitrés de dos cartas era mejor que un veintitrés de tres cartas, y no se permitían más de tres cartas adicionales a las dos que se repartían de salida.
En la siguiente ronda, Han se encontró con un valor inicial de catorce, luego el aleatorizador le dio un valor de veinte, y finalmente uno de trece. Aun así, sacó el cinco de monedas, y gracias a un faroleo experto, consiguió que tres de sus oponentes siguieran apostando hasta que se cerró la partida, y volvió a llevarse el fondo.
La siguiente ronda fue bastante similar, aunque acabó ganando al sullustano por un solo punto, pues tenía cartas por valor de quince. Con el dinero de la entrada en la partida, más lo que había ganado, Han tenía casi ocho mil créditos amontonados en la mesa.
—Si se retiran cada vez que apuestas en una buena mano, juegas ante sus ojos —bromeó con Droma, a un volumen suficiente para que le oyeran.
Estaba a punto de ir a por otra ronda cuando Droma exclamó:
—¡Banca!
Mientras Han se quedaba boquiabierto, el supervisor de juego se acercó para hablar en privado con el tesorero, que anunció que Han necesitaba 7800 créditos para jugar la mano contra la casa.
Con el instinto asesino reflejado en sus ojos, Han se giró hacia Droma.
—¿Es que esa horrible peluca tuya te está fundiendo el cerebro? ¡Si pierdo me quedaré sin nada!
Droma se limitó a encogerse de hombros.
—El aleatorizador es el único oponente digno en este juego. El aleatorizador es el destino. Juega contra eso si realmente quieres impresionarme.
—¿Impresionarte? —repitió Han, furioso—. ¿Impresionarte a ti? Pero tú…
—Ha llamado a la banca —le recordó el supervisor de juego en tono amenazador—. ¿Va a jugar o no?
Todos los de la mesa miraron a Han, y una multitud de pasajeros se reunió alrededor de la mesa. Negarse no sólo sería una cobardía, sino un insulto a los jugadores que había dejado sin nada. Empujó los créditos hacia el centro de la mesa.
—Banca —dijo entre dientes.
Mientras el bith repartía las cartas, los pasajeros se apretujaron para ver mejor. Aparte de los torneos, no era frecuente ver tantos créditos encima de la mesa en una sola partida.
Han miró con cuidado sus dos cartas y las tapó de nuevo: veintiuno.
Casi inmediatamente, el aleatorizador redujo su valor a trece.
Tiró el Comandante de redomas, que valía doce, al campo de interferencia, justo antes de que otro golpe de aleatorizador convirtiera su as de monedas en el Idiota, cuyo valor era cero.
Pidió otra carta y soltó el Maligno, que valía menos quince, lo que le dejó con un valor total de menos tres. La multitud empezó a susurrar su decepción.
La tensión aumentó mientras Han estudiaba la baraja, miraba al aleatorizador y volvía a contemplar la baraja. Cuando anunció que se plantaba, la audiencia se quedó de piedra. Un doce en el campo de interferencia y un menos quince sobre la mesa; o era un jugador inspirado o un perdedor nato.
El bith giró las dos cartas de la casa, el as de pentagramas y el Comandante de monedas, que sumaban trece. Las normas de la casa exigían que el crupier sacara una tercera carta si tenía doce o trece.
La mano del bith se acercó a la baraja, y la multitud congregada aguantó la respiración. Una figura haría que la casa se pasara de veintitrés, y una carta de menor tamaño podría hacer que la casa se quedara en negativo. Han parecía tener una lucha interna. Un hilillo de sudor le bajó por la cara y cayó desde su barbilla.
Pero cuando el crupier levantó la carta, Han vio su reflejo en el campo de interferencia.
El nueve de sables.
Un veintidós para la casa.
Su corazón se detuvo por un momento.
En ese mismo momento, el aleatorizador se puso en marcha por tercera vez, algo sin precedentes. El Maligno de Han se convirtió en la Dama de Pentagramas, aumentando su total a veinticinco. Pero el Idiota también cambió, a la Reina del Aire y la Oscuridad, que tenía un valor de menos dos, lo cual daba un total de veintitrés.
Un sabacc puro.
Enderezándose nuevamente en la silla, Han mostró sus cartas. La gente prorrumpió en aplausos. Había vuelto a ganar.
El tesorero le acercó sus ganancias y cerró la mesa. Mientras los descorazonados jugadores se marchaban y la multitud se dispersaba (a excepción de una twi’leko que intentaba desesperadamente llamar la atención de Han), Han contó la importante apuesta inicial y la puso aparte para dársela a Droma.
—Toma —sonrió, burlón—. Cómprate ropa nueva… Algo menos chillón.
Droma sonrió y se metió los créditos en la gorra bicolor.
—Conozco gente en las cubiertas inferiores a la que le vendrá muy bien estos créditos.
Han le perforó con la mirada.
—Tú sabías que iba a ganar.
—Quizá tuviera una corazonada —admitió Droma.
—Así que tú también juegas.
Droma negó con la cabeza.
—Pero estoy familiarizado con las cartas. Las inventaron los ryn. Los arcanos mayores y menores.
Han hizo una mueca.
—Esto tengo que oírlo.
—Cada carta representaba un principio espiritual —prosiguió Droma—. Lo cierto es que eran un recurso para entrenarse de cara a un crecimiento espiritual, por así decirlo. Pero no se idearon como juego de azar.
Alargó las manos para coger una de las barajas descartadas. Sujetándola con una mano, le quitó todas las cartas que iban del as al once, y desplegó el resto en la mesa.
—Las figuras: el Comandante, la Dama, el Maestro y el As, representaban individuos con una inclinación específica. Los pentagramas se relacionaban con las iniciativas espirituales, las redomas con los estados emocionales, los sables con las búsquedas mentales y las monedas al bienestar material. Pero mira los ocho pares de cartas del arcano menor y pregúntate por qué incluiría un juego nombres como Equilibrio, Resistencia, Moderación y Muerte.
Droma cogió el Maestro de pentagramas del semicírculo y lo puso delante de Han.
—Éste eres tú —dijo—. Un hombre moreno, de fuerza e intuición formidables, que a menudo es demasiado brusco y egocéntrico. Pese a los años, se lanza con valentía a cualquier aventura, independientemente del riesgo, y algunas veces se da de bruces con las cosas. Pero lo que realmente busca es el conocimiento.
—Religiones sentimentaloides —dijo Han en un susurro, aunque procuró que Droma le oyera.
Sonriendo, Droma se apartó un poco, atusándose la punta del bigote.
—¿Eso crees? A ver qué averiguamos.
Dejando al Maestro de pentagramas, cogió el resto de las cartas, las barajó con destreza, cortó con una mano y colocó la baraja en la mesa. Cogió la primera carta y la puso boca arriba bajo el Maestro de pentagramas.
—El Maestro de redomas —dijo Droma—. Una figura paterna, un protector, o un amigo íntimo. Lleno de amor, de dedicación y leal hasta la extenuación —cogió otra carta de la baraja y la puso en perpendicular sobre el Maestro de redomas. Luego frunció el ceño—. Cruzada por el Maligno. Puede tratarse de una adicción dañina, pero suele ser un enemigo poderoso.
Han tragó saliva pero no dijo nada.
La tercera carta, la Muerte, cruzó la carta de Han de la misma manera. Han sintió que Droma lo miraba fijamente.
—¿Has perdido a un amigo… a un protector? —preguntó Droma.
Han puso su mejor cara de sabacc.
—Vamos, termina con tu pequeña adivinación.
Droma puso una carta a la izquierda del Maestro de pentagramas.
—El Idiota. El inicio de un viaje o una búsqueda que suele discurrir por un camino desconocido. Una inmersión inquietante en lo desconocido —colocó la siguiente carta sobre el Maestro—. Moderación…, pero está invertida. Una necesidad de compensación, o de venganza.
Han asintió y se rió.
—Eres bueno, eres realmente bueno. Observas, prestas atención a lo que dice la gente, y así te haces una idea de cómo son o por lo que están pasando. Luego lo envuelves todo en papel de regalo —señaló las cartas—. Y lo sueltas. Como cuando adivinas lo que va a decir alguien.
Droma puso cara de fingido asombro.
—Yo sólo estoy echando las cartas.
Han hizo un gesto de rechazo.
—Has colocado las cartas al barajarlas. O quizá las tenías en la manga.
Droma alzó las manos y señaló con la barbilla a la baraja.
—Saca las cuatro cartas que quieras y ponlas junto al Maestro de pentagramas.
Han dudó un momento y lo hizo, pero antes de que Droma pudiera decir nada, señaló a la primera de las cuatro.
—No me digas lo que significa, dime sólo lo que significa su ubicación.
—Alguien que podría verse afectado por tus actos.
La inquietud hizo que a Han se le tensaran las comisuras de los labios mientras observaba la carta.
—El Comandante de sables —dijo lentamente—. Podría ser una versión más joven del Maestro. Obstinado, inteligente…
—Y valiente —añadió Droma—. Un luchador hábil.
¿Anakin?, se preguntó a sí mismo. Señaló la siguiente carta.
—Ésa es la carta que indica las consecuencias imprevistas o el peligro oculto —le informó Droma.
—La Reina del Aire y de la Oscuridad —musitó Han, examinando su dibujo en busca de pistas—. Podría ser una persona ocultando algo. O un engaño, quizá.
Droma asintió.
—Algo que está oculto —señaló la siguiente carta—. Ésta es la mejor forma de proceder.
—El Equilibrio —dijo Han—. Poder permanecer en pie cuando las cosas van mal y todo tiembla a tu alrededor.
—Acomodarse a lo que te depare la vida —añadió Droma—. La persistencia frente a la adversidad. Y el poder espiritual.
Han puso el dedo en la última carta.
—¿El futuro?
Droma asintió, balanceando la cabeza.
—Un resultado probable. En este caso, lo que encontrará el Idiota.
Han hizo una mueca y observó la carta.
—La Estrella. Pero del revés… invertida —miró a Droma—. No es todo lo que podría llegar a ser. No llega a ser un éxito completo.
Droma sonrió cálidamente y asintió.
—Felicidades, Roaky. La fortuna te ha dejado ver un resquicio de sus designios más ocultos.