CAPÍTULO 16
La lanzadera giraba a izquierda y derecha mientras Han tejía una complicada ruta entre los cientos de naves estacionadas a la sombra de la Rueda. Casi todas las naves y cargueros estaban vacíos, pero también había otros con las mismas ganas de escapar que Han, y se movían a toda velocidad en la dirección que mejor les parecía.
Han viró a babor, en paralelo a la curva de la estación, ascendiendo o descendiendo en función de los escombros que surgían del interior, debido a los efectos de la terrible arma de los yuuzhan vong. A un cuarto del camino alrededor de la Rueda, apareció una enorme nave de guerra enemiga, negra como la noche y con parejas de brazos de coral yorik que la hacían aún más repugnante. Retrayéndose hacia una abertura de su casco estaba la colosal criatura obviamente responsable de las tres enormes brechas que lucía la cara exterior de la estación.
—Eso debe de ser la cosa que se tragó a Fasgo y a Roa —gruñó Han al ryn—. Tú y yo podríamos estar ahora ahí dentro.
Pisó a fondo el acelerador del transbordador y se dirigió directamente hacia la criatura, ignorando la expresión de terror de su copiloto.
—¿Qué haces? —gritó el ryn.
Han señaló con la barbilla a la ventana.
—Mis amigos están atrapados dentro de esa cosa.
El ryn se quedó sin voz por unos momentos, pero exclamó:
—¡Así no vas a poder sacarlos!
—Tú mira —dijo Han entre dientes.
—¡Estás loco!
—Dime algo que no sepa.
—Vale, ¡no tenemos armas!
Han se dio cuenta de repente de que no estaba a bordo del Halcón, y se maldijo a sí mismo. Si estuviera solo, o aunque sólo fuera con el ryn, igual se arriesgaba a atacar de todos modos a esa terrorífica arma. Pero el compartimento de pasajeros estaba lleno de inocentes que ya habían escapado a una guerra y que, definitivamente, no se merecían verse arrojados al combate por un loco a los mandos de una lanzadera sin armas ni escudos.
Han se dio cuenta de que estaba en la misma posición en la que se encontraba Anakin en Sernpidal, obligado a elegir entre las vidas de un montón de extraños o la de un único amigo. Aquella verdad se le clavó en el corazón como una vibrocuchilla, y se juró a sí mismo que, si conseguía llegar a casa de una pieza, arreglaría las cosas con su pobre hijo.
Aun así, Han no pudo evitar acosar a la criatura con un vuelo rasante. Cuando el morro de la cosa estuvo casi al alcance de la mano, y el ryn medio fuera del asiento por el susto, Han giró bruscamente a babor, con la esperanza de que la asquerosa aberración sintiera en la boca el regusto del combustible iónico de la nave.
El hecho de que la criatura saliera disparada de repente de la nave de guerra y estuviera a punto de atrapar la lanzadera de un bocado dio a entender a Han que se había cumplido su deseo.
—¡Muy bien! —gritó el ryn—. ¡Ya has conseguido llamar su atención!
Un poco atónito a su vez, Han elevó la lanzadera y luego describió toda una serie de bucles y giros evasivos mientras la criatura continuaba intentando atraparla.
—¡Esa maldita cosa tiene la mala leche de una babosa espacial!
—¡Sí, y nosotros somos el mynock que la ha sacado de quicio! —dijo el ryn.
Han agarró con fuerza los controles. Apretando a fondo los pedales del freno, tiró del timón de vacío hacia la derecha, y ejecutó una caída en picado que hizo que la lanzadera rodeara el cuello de la rabiosa criatura hasta situarse bajo el casco de la nave enemiga.
—¿Quién va a limpiar la cabina de pasajeros? —preguntó el ryn una vez se hubo limpiado la boca.
—Ya pensaremos luego en eso.
Por el bien de los pasajeros, Han aumentó la actividad del compensador de inercia y disminuyó la velocidad. El transbordador ya emergía por el otro extremo de la nave enemiga cuando empezó a pitar el panel de instrumentos.
Han se quedó boquiabierto.
—¿Qué? —preguntó el ryn nervioso—. ¿Qué pasa? —Miró los indicadores—. ¿Por qué vas más despacio?
Han manipuló los mandos.
—¡Nos ha atrapado un dovin basal! ¡La nave nos está succionando!
El ryn se enderezó en el asiento y se puso a los controles auxiliares. Mientras Han luchaba con el volante, el ryn puso al máximo los motores, intentando que la lanzadera ascendiera a plena potencia para llegar a lo alto de la nave de guerra y alejarse por el otro lado.
—Bien pensado —dijo Han mientras la lanzadera escapaba hacia lo que parecía ser espacio abierto—. Menos mal que nos hemos alejado de esa cosa…
Otro respingo del ryn hizo que Han se callara. Cuatro coralitas que habían despegado del vientre inferior de la nave de guerra ya abrían fuego contra ellos.
Han se echó hacia la derecha, alejándose de los coralitas e iniciando una serie de maniobras evasivas.
—¡Se te tenía que ocurrir meterte con su mascota! —exclamó el ryn mientras los terribles misiles pasaban rozando las naves a ambos lados.
Ante ellos, un auténtico enjambre de coralitas huía de vuelta a la nave de guerra, seguidos de cerca por los cazas de la Nueva República. Han frenó y viró la nave, y entonces se encontró de frente con el casco alargado de un destructor estelar que aparecía desde detrás de una de las lunas de Ord Mantell. Furiosas líneas azules de energía brotaron de las torretas delanteras de la fortaleza, acosando a los coralitas que se batían en retirada, y estuvieron a punto de dar al transbordador. Entonces, la nave de guerra yuuzhan vong respondió con disparos de plasma tan cegadores como las formaciones estelares.
Han aceleró y se apartó del campo de batalla, olvidando toda precaución. Pero seguían teniendo pegados a la cola los cuatro coralitas a los que se había enfrentado.
—No cabe duda —murmuró Han—. Mi pasado me persigue.
El ryn le miró.
—¡Será porque no corres lo suficiente!
Han apretó los labios.
—Eso lo veremos. Introduce una ruta hacia la Rueda.
—¿Vamos a volver?
—Ya me has oído.
—¿Serviría de algo que me negara?
—Deja de graznar —gruñó Han—. Desvía toda la potencia a los motores.
El ryn puso manos a la obra sin dejar de farfullar.
—No sé por qué tiene que perseguirme tu pasado a mí.
—Debe de ser por tu gorra —dijo Han—. Además, ¿quién te pidió que te pegaras a mí?
—Tienes razón. La próxima vez escogeré a otro.
Han llevó la lanzadera hasta el borde exterior de la Rueda, pero en el último momento pasó por encima de ella, dejándola caer luego entre dos de los radios tubulares de la estación. Los cuatro coralitas les siguieron, pero sólo tres de ellos consiguieron imitar las difíciles maniobras. El piloto de la última nave no pudo virar en el momento adecuado y chocó de frente con uno de los radios, pulverizándose.
Ya lejos de la Rueda, Han hizo ascender la nave y se adentró en el espacio.
—¡Proyectiles! —advirtió el ryn.
Han frenó bruscamente y viró la nave hacia un lado. Después volvió a acelerar y giró 180 grados, conduciendo el transbordador de vuelta a la Rueda. El trío de coralitas ni se molestó en intentar imitar la maniobra y, cuando terminaron de girar, el transbordador volvía a estar junto al borde exterior de la estación espacial.
Han tiró de los mandos y los empujó, llevando la lanzadera por encima del borde. Pero esta vez, cuando estaba a punto de llegar al centro, viró repentinamente a estribor, pasando por debajo de uno de los radios, y volvió a girar a babor, alzando el morro para que pasara por encima del siguiente radio. Los coralitas intentaron seguirle, perdiendo en el proceso a otro de sus compañeros, y entonces Han dio marcha atrás, invirtiendo el rumbo y realizando un bucle perfecto en la maniobra.
Pero al salir de debajo del borde, Han y su copiloto volvieron a encontrarse como al principio, abriéndose paso entre un montón de naves estacionadas, muy cerca unas de otras.
—¿Hay rastro de los coralitas? —preguntó Han en cuanto pudo.
El ryn estudió los monitores.
—Sólo quedan dos. Pero los tenemos en la cola.
Han describió un giro cerrado mientras el ryn intentaba que los retro-motores no se colapsaran. Ya volvían hacia el anillo cuando un yate de lujo TaggeCo de color azul y rojo salió de repente de uno de los hangares, y no sólo iba hacia ellos sino que estaba abriendo fuego a discreción con la intención de abrirse camino.
Han dio un grito y giró la nave, evitando por los pelos ser alcanzado por los rayos láser, y de paso la más que probable colisión. Alzó la mirada mientras el yate pasaba entre ellos, y por un momento pudo ver a los ocupantes de la cabina. Dio un puñetazo en el panel.
—¡Me apuesto lo que sea a que es la nave del Gran Bunji!
—Con amigos así… —comentó el ryn.
Pero justo en ese momento, uno de los coralitas que les perseguían se vio interceptado por uno de los láseres del yate, y explotó.
—Bueno, ahí va eso —dijo Han, negando con la cabeza y lleno de asombro.
—Todavía nos queda uno —le recordó el ryn.
—¿Quieres apostar algo?
El transbordador saltó hacia la Rueda, pero Han no confiaba en que sus arriesgadas maniobras pudieran dejar atrás al coralita yuuzhan vong que quedaba. En lugar de eso, se dirigió a la porción incompleta del borde exterior, donde las grúas de construcción, las plataformas de flotación y una serie de naves robot inertes creaban una especie de pista de obstáculos.
Agarró los mandos con ambas manos y se lanzó en una caída vertical que le permitiría esquivar una plataforma y luego girar a babor, para que la nave pasara por debajo de la grúa más grande de todas. Pero cuando estaba a medio camino, una descarga de plasma del coralita desestabilizó la grúa, obligando a Han a virar rápidamente en dirección al eje. En el camino, estuvo a punto de perder un ala, ante una antena que se proyectaba desde la parte inferior de uno de los radios, pero el problema real era la nave enemiga, tan hábil empleando las armas como Han el volante.
Han describió con la lanzadera un círculo concéntrico en torno al eje central, con los indicadores silbando y relampagueando, en un ángulo cada vez más cerrado, luego salió fuera de él, acelerando hacia el arco del borde exterior.
Colocándose en el asiento, el ryn se aproximó con recelo al ventanal.
—¡No me creo que vayas a hacer eso! —soltó.
Han contempló el borde de la estación carente de piel, con los ejes expuestos y los elementos estructurales a través de los que pensaba dirigir la nave.
—Al otro lado tampoco hay piel —dijo con el tono más tranquilizador que pudo emplear—. Ya lo he comprobado.
—¿Qué lo has comprobado? ¿Cuándo?
—Antes —dijo Han, arrogante—. Confía en mí, saldremos al espacio por el otro lado. Tú sólo mira.
Los instrumentos de la nave se volvieron locos, chirriando y parpadeando alarmas de peligro inmediato, pero Han hizo todo lo posible por ignorarlos. Aumentó la velocidad, con el coralita pegado a la cola, y cuando estuvo cerca del borde, hizo como que ascendía, jugueteando con los propulsores de posición delanteros. El piloto del coralita mordió el anzuelo y empezó a ascender. Dándose cuenta de su error, el yuuzhan vong intentó aumentar el ángulo de su subida y ejecutar un bucle hacia atrás, pero ya estaba demasiado cerca del borde. El coralita chocó contra una viga tras otra, perdiendo pedazos en cada impacto, antes de escorar y chocar contra una curva del casco que aún aguantaba en su sitio, entre un radio y el borde de la estación.
Cinco grados a babor, fiel a su plan original, Han llevó la nave directamente al borde, esquivando un bosque de columnas de refuerzo, radios, vigas, andamios y puntales. Pero, tal y como él había imaginado, el otro extremo del borde estaba también al aire y el espacio a un tiro de piedra.
—¿Ves cómo no ha sido tan grave? —comenzó a decir, cuando algo chocó con gran estruendo contra el ventanal de transpariacero.
Han y el ryn se llevaron instintivamente los brazos a la cara. Han estaba seguro de que la nave había sufrido daños mayores, pero cuando miró, sólo vio un androide de protocolo con los brazos abiertos, colgando en una situación de vida o muerte sobre el ventanal.
—Un autoestopista —dijo el ryn.
Se les ocurrieron varias opciones para deshacerse del androide, pero Han no llevó a cabo ninguna de ellas.
—Qué daño hace —dijo.
Mantuvo la lanzadera en rumbo fijo hasta que estuvieron a cierta distancia de la Rueda, y después iniciaron una larga curva descendente. En la zona no había coralitas, y la nave de guerra yuuzhan vong ya empezaba a alejarse, con los dovin basal devorando la mayor parte de los ataques del destructor estelar y de un grupo de cazas.
—Introduce una ruta a Ord Mantell —dijo Han al fin. Vio por el rabillo del ojo que el ryn asentía con aprobación.
Han sonrió.
—Yo… —empezó a decir, pero se detuvo.
El ryn se le quedó mirando con gesto interrogante.
—… tengo mis momentos —terminó Han con calma, casi por rutina y carente de toda emoción.
Pero, en nada había sido como en los viejos tiempos. Roa y Fasgo eran prisioneros o habían muerto, y la mano con la que Han rodeaba el mando del transbordador temblaba de forma descontrolada.
El vicealmirante Poinard y el general Sutel contemplaron desde el puente del Erinnic cómo una lanzadera con forma de proyectil pasaba entre los restos que rodeaban a la Rueda del Jubileo y llegar a Ord Mantell. Más allá de las lunas del planeta, lo que quedaba de la flota de los yuuzhan vong se batía ya en retirada.
—Señores, el mando técnico informa de que los escudos han sufrido daños graves —dijo un técnico desde la cabina de tripulación de estribor—. Y no aconseja, repito, no aconseja emprender la persecución.
—Afirmativo —dijo Poinard—. Dígale al mando técnico que nos quedaremos aquí. A salvo en el cuartel general.
—Quizá sea lo mejor —comentó Sutel—. Ver a los suyos volver a casa con el rabo entre las piernas será un duro golpe para los yuuzhan vong.
Con los ojos fijos en las naves en retirada, Poinard no respondió.
—Señores, nos están llegando los últimos informes —dijo el mismo miembro de la tripulación—. Además del crucero, hemos perdido una fragata de escolta y tres artilleros. —Se detuvo un momento—. Según las estimaciones, las pérdidas del enemigo son considerablemente mayores. La Rueda del Jubileo está en mal estado, pero sigue en pie. Ord Mantell informa de daños graves en algunos centros de población, pero añade que los escudos protegieron las ciudades costeras de lo peor, y los incendios están bajo control.
Sutel se giró hacia su camarada.
—Eso debería alegrarle, almirante.
Poinard soltó un gruñido equívoco, y se alejó del puesto de observación.
—Informe al cuartel de que los datos eran correctos —informó a su ayudante—. No sé cómo, pero hemos conseguido echarlos de aquí.