LORENZO MEGALOTTI
LORENZO MEGALOTTI llegó a Madrid en 1668 integrando el séquito itinerante de Cosme III de Toscana, último representante de la dinastía de los Medicis florentinos. A él se atribuye la autoría del cuaderno de notas de aquel viaje que aparecería publicado en italiano años después con ilustraciones de Pier María Baldi y que sería traducido al castellano por Ángel Sánchez Rivero en su libro Viaje de Cosme III por España.
El viaje de la comitiva italiana se prolongó durante cerca de dos años, extendiendo su periplo de Madrid a toda la península y visitando después, ya de regreso, Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda. A Madrid corresponden, no obstante, la mayor parte de las páginas del libro. En ellas aparecen desde impresiones de la Corte a apuntes costumbristas de la vida de las gentes madrileñas.
Así, por ejemplo, Megalotti nos ofrece una de las descripciones más detalladas y frescas de los jardines y las fuentes de Madrid, conocidas por él y por el séquito toscano con ocasión de la excursión campestre que una tarde de verano el rey Cosme III realizó por las orillas del río Manzanares: "Su S.A. se apeó del coche para ver la Casa de Campo, antigua casa de recreo de los Reyes de España hasta que, construido el Retiro por el Conde Duque, empeorando de condición, se convirtió en lugar dedicado a los placeres menos inocentes de Felipe IV. Por un portón, que nada tiene de regio, situado en el camino que bordea el Manzanares, se entra en un pequeño prado. A mano izquierda se encuentra una especie de taberna. Enfrente, el terreno se levanta hacia unos montecillos poco amenos, y a mano derecha se estrecha en un paseo muy corto que conduce a la Casa del Rey, la cual en Toscana no sería nada impropia de un particular acomodado. Podría decirse que es un pedazo de casa construida toda ella de ladrillo, excepto las columnas de una mísera galería que está en medio de las dos alas del edificio. La anchura de la indicada galería es la de toda la casa, pues por la puerta contraria a aquélla donde está la entrada se sale al jardín, que aparece como un cuadro cercado de muros. Tal como es, resulta muy bello, si para rey tan grande puede decirse bella cosa tan estrecha, reducida al entrecruce de dos paseos con una plaza en medio circundada de árboles altísimos que encierran en el centro una fuente de mármol blanco compuesta de tres tazas, una sobre la otra, sin agua".
Parece clara, pues, la desilusión de quien, acostumbrado a los lujos y palacios de Florencia, se encontraba en España con una realeza que ni si quiera poseía agua suficiente para llenar tres tazas. Cuestión que, por lo demás, y aunque sin la gravedad de aquella época, todavía sigue vigente. Pero sigamos con Megalotti y su paseo por la Casa de Campo: "Entre la fuente y la casa está, sobre un pedestal muy gracioso de mármoles de Carrara, un caballo de bronce, dado por un Gran Duque de la Serenísima Casa de Medicis, con la estatua de Felipe III, armado, estatua que disuena delante de un edificio tan desdichado. El paseo abajo por el río, como se hace en verano, no puede ser más hermoso, extendiéndose las orillas con gran amplitud y no más altas de lo que es el lecho del río, cubiertas, en toda su extensión, por chopos altísimos y otros árboles de sombra. La vista encuentra allí por todas partes satisfacción. Por un lado se contempla desde la cima de una larga cuesta extendida por igual en gran trecho, el palacio del Rey con una larga cinta de edificios interrumpida de cuando en cuando por frondosos jardines y por las varias plantaciones de árboles que, rompiendo con su verdura la continuación de las casas, hacen una mezcla agradable de ciudad y de campo. Por encima se extiende una amplia vista que, más allá de una magnífica quinta del Marqués de Castel Rodrigo, llamada La Florida, acaba en la perspectiva de unas montañas lejanas; y del otro lado, que cierra la tapia de la Casa de Campo, los árboles de ésta, alzándose por encima del muro, no dejan faltar la verdura por esta parte. Debajo se ve todo el bellísimo puente del Manzanares, de 770 pasos de longitud y 23 de ancho, completamente fabricado de piedra y adornado en los bordes de gruesas bolas, igualmente de piedras, colocadas encima de pedestales que descansan sobre cada uno de los pilares del mismo. Entre éstos, solamente nueve arcos están abiertos por la parte inferior, de los cuales sobra la mitad para el agua que lleva el río. Todo el resto es macizo, hecho más bien por magnificencia que por necesidad".
De la Casa de Campo y las riberas del Manzanares, pasa luego Megalotti a describir algunas de las fuentes de Madrid. La Fuente Castellana, por ejemplo, "que es un agua proveniente de montañas próximas. Es recogida a una milla de Madrid en un pozo desde el cual pasa a un grueso caño que la conduce y reparte por muchos sitios de la ciudad", o, un poco más abajo, "una fuente o más bien un abrevadero de piedra, para comodidad de los viajeros y de las bestias. Esta agua es considerada la mejor de Madrid, aunque para la boca del Rey se use otra que surge a media legua de Alcalá. El manantial vierte en un depósito que está cerrado por dos llaves, una guardada en la Corte y la otra por el Corregidor del lugar. Ninguno, por tanto, puede llegar al sitio donde mana; sólo pueden utilizar las filtraciones en un punto que permanece abierto".
Precauciones, pues, encaminadas a salvaguardar al Rey y su familia de posibles envenenamientos, que a Megalotti, como buen florentino, le parecieron normales. Aunque otras fuentes, más populares, estuvieran abiertas al libre acceso del público. Como la de Húmera, "que brota a una legua de Madrid", o la del Membrillo, así llamada, según escribe, "porque hace algunos años surgía al pie de uno de estos árboles por debajo de la
Casa de Campo; ahora vierte en una fuente colocada en el paseo del río".
La excursión del séquito toscano terminó al atardecer de nuevo al lado del Manzanares. Durante todo el día, habían recorrido los alrededores de Madrid y de aquella jornada, aparte de las fuentes y del río, le quedó a Megalotti una impresión final: "Toda la excursión de este día hecha por su S. A. fuera de la ciudad, fue por un país desigual, arenoso y, por consiguiente, pelado e infecundo, como es todo el distrito de Madrid".