SIR ARTHUR DE CAPELL BROOKE
SIR ARTHUR de Capell Brooke, el celebrado autor de las Escenas de España y Marruecos, es quizá de todos los viajeros del siglo XIX quien mejor describió el sórdido y castizo mundo de las posadas y las fondas españolas de la época. El militar inglés, fundador del Raleigh Club (asociación precursora de la Royal Geographical Society) y viajero empedernido e indesmayable, había llegado a Madrid procedente de Andalucía en el año de gracia de 1828.
Sir Arthur de Capell Brooke hizo el viaje entre Córdoba y Madrid en una de aquellas diligencias que hoy forman parte ya de la leyenda de los viajeros decimonónicos y cuyo propio relato constituye, a mi entender, uno de los más hermosos del género: "Imaginen ustedes una larga recua de mulas tozudas, unidas de dos en dos o de tres en tres, sin orden alguno, y atadas con viejas cuerdas desiguales, y ahí tienen el equipo. Los españoles tienen la costumbre de dar nombre a todos sus animales y los nuestros se veían distinguidos con apelativos no poco pintorescos: Coronela, Señora, Chiquita, Condesa… A todas se dirigía el mayoral con énfasis y el tono cantarín característico de los andaluces, aunque también recurría a métodos más contundentes que las palabras, dándoles patadas y golpeándoles los lomos con una vara. Tras ímprobos esfuerzos, por fin conseguía que las cabalgaduras cogieran un buen trote y en este punto comenzaba la lucha para que se lanzaran al galope. Para mejor lograrlo se proveían todos de una colección de piedras de todas las formas y tamaños y se las entregaban al postillón para que las pusiera a su alcance y las usara según conviniere. Se producía entonces una espantosa algarabía organizada por los gritos y blasfemias de los muleros, en cuyo punto el postillón echaba mano de sus municiones y pasaba a la acción con una cerrada descarga sobre los lomos de los malhadados animales que hacía que el cortejo de las mulas accediera unánimemente a lanzarse al galope tendido y mantuviera ese ritmo durante largo rato… De esta suerte, repitiendo el proceso cada cierto tiempo y estando al menos otras tantas a punto de volcar aparatosamente, llegamos a Madrid. Por supuesto, renuncio a describir la forma en que cada minuto escapamos a las catástrofes más diversas".
Por fortuna, el bueno de Capell Brooke vivió para contarlo. Como vivió también para contarnos la no menor aventura que en las posadas de Madrid estaba ya esperándole. Y eso que el célebre Hotel Francés, de tan ingrata memoria entre muchos viajeros anteriores, había sido sustituido por una nueva posada, La Fontana de Oro, que incluso poseía un café "con cabida suficiente para varios centenares de holgazanes".
Allí fue sir Arthur de Capell Brooke a dar con sus pobres huesos y pronto pudo comprobar con decepción que, aunque el perro había cambiado de collar, no lo había hecho de costumbres: "Lo habitual es que los españoles no utilicen platos, ni tenedores, sino sólo una cuchara y la ayuda de los dedos". Por lo demás, y según cuenta sir Arthur y corroboran otros viajeros, sobre la mesa no ponían más que el pan y despedazaban los pollos y, en general, cualquier tipo de carne con las manos. El compatriota y contemporáneo de Capell Brooke, George Dennis, llegaría incluso a percibir lejanos resabios árabes en las costumbres gastronómicas de los madrileños, tales como la fórmula de cortesía utilizada para rechazar amablemente la invitación de quien está comiendo: "¡Que aproveche!", y que no es más, según él, que la traducción literal de la expresión árabe Henee-an.
Paralelamente a sus observaciones en materia de gastronomía, sir Arthur de Capell Brooke entretuvo también su tiempo en observar las idas y venidas de los clientes del café de La Fontana hasta que, satisfecha su curiosidad y conociendo ya la ciudad, tomó la valerosa decisión de coger la diligencia de Irún y echarse nuevamente a los caminos de una España que no se distinguía precisamente ni por la amabilidad de los caminos ni por el lujo de las posadas. Como muestra vaya el detalle de que a sir Arthur le atracaron hasta en un par de ocasiones, como él mismo se encargó de recoger en su libro.