Antes de que en Sicilia se hablara de la omertà (el silencio) y de que en Chile y en todos los países oprimidos de la Tierra la gente gritara por las calles que «el pueblo unido jamás será vencido», en una villa de Andalucía sus vecinos acuñaron una frase que es ya un eslogan de la unidad y la solidaridad de los oprimidos contra los opresores: «Fuenteovejuna, todos a una». Fue en el año 1476, cuando alguien mató al comendador del pueblo, un tal Fernán Gómez de Guzmán al que se le atribuían abusos y excesos de todo tipo, aunque el suceso no sería inmortalizado hasta muchos años después, cuando en 1614 Lope de Vega escribió la obra inspirada en ella.
Aunque, a decir verdad, los sucesos no ocurrieron como él los cuenta en su obra. Al menos, no exactamente. Ni siquiera el nombre del pueblo es el de la realidad (este se escribe separado y con b en vez de con v: Fuente Obejuna), lo cual se explica seguramente porque Lope escribía de oídas y ni siquiera llegó a estar nunca en la célebre villa cordobesa. De ahí que apenas describa sus paisajes (y que, cuando lo hace, confunda las ovejas, que las hay, con las abejas a las que se refiere el nombre; incluso una de ellas campea en el escudo del lugar, junto con su castillo y la cruz de Calatrava, recordando la miel de sus orígenes, la de la Fons Mellaria romana, que fue su nombre primitivo) y que Lope mezcle en su historia la verdadera con la que imaginó. Así, mientras que en la primera el móvil de la revuelta fue la rivalidad entre Córdoba y la Orden militar de Calatrava, a la que pertenecían Fuente Obejuna y todo su término, y de fondo las injusticias sociales, en la comedia de Lope es una cuestión de honor —una mujer ofendida— la que lleva a los vecinos de la villa a levantarse contra el comendador. Como también es fruto de la imaginación de Lope el que se presente a aquel enfrentado a los Reyes Católicos por su apoyo en sus aspiraciones dinásticas a la Beltraneja, lo que justificaría que aquellos dejaran su asesinato sin castigo: «Pues no puede averiguarse / el suceso por escrito, / aunque fue grave el delito, / por fuerza ha de perdonarse», dice en la obra de Lope el rey Fernando el Católico dando por cerrado el caso ante la incapacidad de determinar quiénes fueron los autores de la muerte del comendador, ya que todos los vecinos respondían: «¡Fuenteovejuna, todos a una, señor!».
Seis siglos después de aquellos sucesos, la verdadera Fuente Obejuna sigue orgullosa de la fama que le proporcionaron. Incluso sus vecinos representan cada dos años la obra que los glosó en su moderna plaza mayor, un espacio escalonado de granito cuyo mal gusto comparte con el del panel cerámico que a los pies del ayuntamiento rinde homenaje a Lope de Vega. Algo que por fortuna se circunscribe solo a ese espacio, ya que el resto de la villa sigue teniendo el aroma de los pueblos cordobeses y andaluces de su entorno, si bien que ya adulterado por algunas construcciones más modernas. Se lo dan ese palacio que domina el caserío por el norte, un gran casón modernista de inspiración catalana insólito en este lugar, pero de gran belleza formal, y la media docena de edificios que destacan sobre el resto, especialmente vista la villa de lejos: la iglesia parroquial, del siglo XV, que ocupa el mismo lugar que el antiguo castillo de la villa (de ahí que se llame así: Nuestra Señora del Castillo); la de la Presentación, de extraordinaria traza barroca; el convento de los Padres Franciscanos, abandonado ya hace algún tiempo como el palacio, y las ermitas que se reparten las cofradías de la Semana Santa, que son tres: la de Jesús Nazareno, en la que, según la historia, se reunió el cabildo del pueblo cuando el levantamiento contra el comendador; la de la Caridad, antigua enfermería y asilo para pobres; y la de San Sebastián, el patrón de Fuente Obejuna, levantada en el siglo XV, pero reconstruida a mitad del XX tras su destrucción a causa de un rayo el año antes de la guerra. Aunque la más curiosa de todas está extramuros del pueblo, dominando su perfil desde una loma y rodeada por la campiña de la que este vive desde que existe. Es la de Nuestra Señora de Gracia, de no mucho interés arquitectónico, pero famosa en toda la región porque sus muros están cubiertos por las fotografías de los soldados del pueblo que sus madres o sus novias llevan para que la Virgen les proteja. Un gran panel fotográfico que impresiona por lo insólito tanto como por sus dimensiones.
Fuera de esos edificios, Fuente Obejuna es una villa normal. Alzada sobre una loma («El cerro de los ladrones, / al que acuden los aldeanos / a pagar las contribuciones», dice la copla popular), se apiña en torno a su iglesia (antiguamente castillo), dejando que las casas se desparramen por las laderas del altozano hacia la campiña; una campiña cerealista que rodean encinares y dehesas en los que pastan miles de ovejas y numerosas piaras de cerdos negros que son la joya de la comarca. No en vano Fuente Obejuna, como las catorce aldeas que dependen administrativamente de ella (las de los aldeanos de las contribuciones), son los principales suministradores de cerdo ibérico para las fábricas de embutidos y de jamones no solo de la provincia de Córdoba, sino también de Huelva y de Salamanca. Y es que la globalización ha llegado también al cerdo de pata negra.
Pero Fuente Obejuna no sería nada sin las catorce aldeas a las que administra. Catorce aldeas diminutas surgidas de los antiguos cortijos que se reparten el territorio de su término, el más extenso de la provincia de Córdoba, y que conservan aún el sabor y la vieja arquitectura de otros tiempos. Son pueblos blancos, humildes, que oscilan entre los 25 habitantes del más pequeño, Los Pánchez, y los más de 400 del mayor, La Coronada, y cuyos moradores, colonos todavía muchos de ellos de los terratenientes de Fuente Obejuna y Córdoba, sostienen con su trabajo no solo a estos, sino la economía de todo el municipio. Sobre todo desde que de un tiempo acá la minería de Peñarroya y de Pueblonuevo dejara de producir y de dar riqueza a este.
Así pues, en El Alcornocal, en Cuenca, en los Ojuelos Altos y Bajos, en Argallón o en El Porvenir de la Industria (¡qué bello nombre para una aldea!) es donde se encuentran hoy las esencias de una tierra que permanece prácticamente igual que hace siglos. Porque, a seiscientos años ya del levantamiento que hizo a Fuente Obejuna famosa en todo el país, las estructuras sociales de sus aldeas siguen siendo las mismas de aquellos tiempos, si bien que disimuladas por su progreso económico y su desarrollo. En lugar de pagar sus impuestos al comendador, ahora lo hacen a la Hacienda Pública, y en vez de trabajar para los terratenientes de Fuente Obejuna (la mayoría, porque todavía hay algunos que lo continúan haciendo), ahora trabajan para el Estado, lo cual explica que todavía haya gente que continúe viendo a Fuente Obejuna como el lugar al que acuden, como sus antepasados, a pagar las contribuciones a los ladrones, o al médico, o al abogado, que son lo mismo.
Pero Fuente Obejuna hoy no es ni la sombra de lo que fue. Mermada su población, como las de sus catorce aldeas, por el éxodo emigratorio de la segunda mitad del siglo pasado y trasladadas muchas de sus familias ricas a Córdoba, Fuente Obejuna hoy languidece aferrada a unas estructuras económicas que ya no sirven para mantenerla en pie. El decaimiento de la actividad agrícola junto con su alejamiento de cualquier ciudad importante (situada en una esquina de la provincia de Córdoba, la villa está a casi 100 kilómetros de la capital de esta y a más de 150 de Sevilla y de Badajoz, las de las dos provincias más próximas) han dejado a Fuente Obejuna al margen de cualquier área de expansión, perdida en medio de sus dehesas. Así que han de ser sus gentes las que, con sus propios medios, intenten superar una vez más el enésimo desplome demográfico que ha sufrido a lo largo de la historia.
Mientras tanto, cada dos años, aunque sea solo de forma simbólica, representan en la plaza de la villa, al pie de donde estuvo el castillo del comendador del rey, la comedia de Lope a la que da nombre, lo que atrae a ella a muchos turistas. No será una representación muy buena comparada con las que hacen las compañías profesionales de teatro, pero tiene el interés de que son los propios vecinos, herederos de aquellos que protagonizaron los hechos que en ella se cuentan, los que los interpretan y que lo hacen en el lugar en el que ocurrieron. Orgullosos de su historia y su pasado a pesar de la decadencia en la que hoy se ven, los habitantes de Fuente Obejuna se unen para recitar a coro aquellos famosos versos que inmortalizaron el nombre de su pueblo y lo hicieron famoso universalmente: «¿Quién mató al comendador? / Fuenteovejuna, señor. / ¿Y quién es Fuenteovejuna? / El pueblo, todos a una».