20
Me quedé tan cerca del retablo como pude, sin tocarlo, sólo mirándolo. Todavía no se había espolvoreado el altar en busca de huellas; no se había hecho nada, aunque deduje que sí se habrían tomado fotos. Oh, cómo deseaba llevarme a casa una de esas fotos... Ampliada, a todo color, sin pizca de rojo. Si era obra mía, era un artista mejor de lo que ni siquiera yo había sospechado. Incluso a corta distancia las cabezas parecían flotar en el espacio, suspendidas sobre la tierra mortal en una parodia eterna y exangüe del paraíso, cortadas literalmente de sus cuerpos...
Sus cuerpos: miré a mi alrededor. No había señal de ellos, nada que indicara la presencia de aquellos paquetes cuidadosamente envueltos. Sólo aquella pirámide de cabezas.
Miré más a fondo. Unos momentos después Vince Masuoka se acercó lentamente, boquiabierto y pálido.
—Dexter —dijo, sacudiendo la cabeza.
—Hola, Vince —dije. Volvió a sacudir la cabeza—. ¿Dónde están los cuerpos?
Se limitó a contemplar las cabezas durante unos minutos. Después dirigió la vista hacia mí con una cara rebosante de inocencia.
—En otro lugar —dijo.
Se oyó un tumulto en las escaleras y el hechizo se rompió. Me aparté del retablo justo cuando entraba LaGuerta acompañada de un escogido grupo de reporteros: ese Nick Algo, y Rick Sangre, de la cadena local, y Eric el Vikingo, un extraño y respetado columnista del periódico. Por un momento la sala se alteró. Nick y Eric echaron un vistazo y corrieron escaleras abajo con una mano tapándose la boca. Rick Sangre frunció el ceño, miró las luces y después se volvió hacia LaGuerta.
—¿Hay algún enchufe? Tengo que traer al cámara —dijo.
LaGuerta sacudió la cabeza.
—Espera a que lleguen los otros —respondió ella.
—Necesito fotos —insistió Rick Sangre.
El sargento Doakes apareció detrás de él. El reportero volvió la cabeza y le vio.
—Nada de fotos —dijo Doakes. Sangre abrió la boca, miró al policía y después volvió a cerrarla. Una vez más, las duras cualidades del sargento habían salvado la partida. Se retiró, manteniéndose con aire protector junto a las cabezas cortadas, como si fuera el guardián de un proyecto científico.
Se oyó a alguien que tosía en la puerta y poco después ese tal Nick y Eric regresaron, subiendo lentamente las escaleras y entrando de nuevo en la sala como dos ancianos. Eric no se atrevía a mirar al fondo. Nick intentaba no hacerlo, pero no podía evitar volver la cabeza en dirección a aquella horrenda visión, para luego mirar directamente a LaGuerta.
Esta empezó a hablar. Me acerqué lo suficiente como para oírla.
—Os pedí a los tres que vinierais a ver esto antes de que autoricemos ningún seguimiento por parte de los medios —dijo la inspectora.
—¿Pero podemos cubrir la noticia extraoficialmente? —interrumpió Rick Sangre. LaGuerta no le hizo caso.
—No queremos que la prensa se lance a especulaciones salvajes sobre lo sucedido aquí —prosiguió—. Como veis, se trata de un crimen depravado y extraño... —hizo una pausa y después dijo, con mucho énfasis—: Distinto a Cualquier Otro que Hayamos Visto con Anterioridad. —Casi podías oír cómo ponía las mayúsculas.
—Ya —dijo Nick con aspecto pensativo.
Eric el Vikingo lo captó de inmediato.
—Hey, espere un momento. ¿Está diciendo que se trata de un nuevo asesino? ¿El inicio de una serie de asesinatos distintos? LaGuerta le miró con intención.
—Es demasiado pronto para asegurar nada, por supuesto —dijo ella, aunque en su tono había toda la certeza posible—, pero abordemos la cuestión desde una perspectiva lógica, ¿de acuerdo? En primer lugar —levantó un dedo—, tenemos a un tipo que confesó haber cometido todo lo anterior. Está en la cárcel, y os juro que no le dejamos salir para que se entretuviera con esto. En segundo lugar, esto no se parece a nada que yo haya visto antes, ¿cierto o no? Hay tres víctimas y están tan... bien dispuestas, ¿sí o no? —Que Dios la bendiga, lo había advertido.
—¿Por qué no puedo hacer venir al cámara? —preguntó Rick Sangre.
—¿No se encontró un espejo en otro de los asesinatos? —dijo débilmente Eric el Vikingo, haciendo auténticos esfuerzos por no mirar.
—¿Han identificado los, eeeh...? —dijo Nick. Había empezado a girar la cabeza hacia la obra del asesino, pero se contuvo y se volvió hacia LaGuerta—. ¿Las víctimas eran prostitutas, inspectora?
—Escuchad —dijo LaGuerta. Su tono indicaba preocupación y su voz denotó un leve rastro de acento cubano durante un segundo—. Dejad que os esplique algo: no me importa si son prostitutas. No me importa que haya un espejo. No me importa nada de eso. —Tomó aire y prosiguió, mucho más tranquila—. Tenemos al otro asesino a buen recaudo. Tenemos una confesión. Esto es algo completamente nuevo, ¿de acuerdo? Eso es lo que importa. Podéis verlo: es un caso distinto.
—¿Entonces por qué se le ha asignado también a usted? —preguntó Eric el Vikingo, con toda la razón, me dije.
LaGuerta mostró sus afilados dientes.
—Resolví el otro caso —afirmó.
—¿Pero está segura de que estamos ante un nuevo asesino, inspectora? —preguntó Rick Sangre.
—Sin ninguna duda. No puedo daros más detalles, pero tengo pruebas de laboratorio que lo confirman. —Estaba seguro de que se refería a mí y sentí que me embargaba un cierto orgullo.
—Pero se parecen, ¿no? La misma zona, la misma técnica general... —empezó Eric el Vikingo. LaGuerta le cortó.
—Es totalmente distinto. Totalmente.
—De manera que afirma con toda seguridad que McHale cometió los anteriores asesinatos y que éste es obra de otra persona —dijo Nick Nosequé.
—Al cien por cien —dijo LaGuerta—. Además, nunca dije que McHale fuera el responsable de los otros.
Durante un segundo los reporteros olvidaron el horror de no tener fotos.
—¿Qué? —dijo Nick, por fin.
LaGuerta enrojeció, pero insistió:
—Nunca dije que McHale lo hiciera. McHale dijo que lo había hecho, ¿de acuerdo? ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Decirle que se largue, que no le creo?
Eric el Vikingo y Nick Nosequé intercambiaron una mirada llena de intención. Yo también lo habría hecho de haber tenido a alguien a quien mirar. En su lugar observé la cabeza situada en el centro del altar. No me guiñó el ojo, pero seguro que estaba tan alucinada como yo.
—Eso es una chorrada —murmuró Eric, pero su voz quedó cubierta por la de Rick Sangre.
—¿Le importa que entrevistemos a McHale? —preguntó Sangre—. ¿Delante de una cámara?
La llegada del capitán Matthews nos salvó de la respuesta de LaGuerta. Sus pasos resonaron por los peldaños, y se quedó paralizado al contemplar nuestra pequeña exhibición artística.
—Por Dios —exclamó. Su mirada se posó en el grupo de reporteros que rodeaba a LaGuerta—. ¿Qué coño estáis haciendo aquí, chicos? —preguntó. LaGuerta miró a su alrededor, pero nadie se ofreció voluntario para responder.
—Yo los dejé pasar —dijo al final—. Extraoficialmente. Confidencialmente.
—No dijo nada de confidencialidad —soltó Rick Sangre—. Sólo dijo extraoficialmente. LaGuerta le miró con desdén.
—Extraoficialmente es sinónimo de confidencialmente. —Fuera —vociferó Matthews—. Oficialmente y a voz en grito. Fuera.
Eric el Vikingo carraspeó.
—Capitán, ¿está usted de acuerdo con la inspectora LaGuerta en que se trata de una serie totalmente nueva de crímenes, obra de un asesino distinto?
—Fuera —repitió Matthews—. Contestaré a sus preguntas abajo.
—Necesito una conexión eléctrica —dijo Rick Sangre—. Será sólo un minuto. Matthews hizo un gesto en dirección a la salida.
—¿Sargento Doakes?
Doakes se materializó y cogió a Rick Sangre del codo.
—Caballeros —dijo con su voz suave y terrorífica. Los tres reporteros se volvieron hacia él. Vi cómo a Nick le costaba tragar. Después los tres giraron al unísono, sin decir palabra, y salieron en tropel.
Matthews los vio marcharse. Cuando estuvieron lo bastante lejos como para que no le oyeran, se volvió hacia LaGuerta.
—Inspectora —dijo con una voz tan letal que parecía aprendida de Doakes—, si se le ocurre provocar esta clase de mierda, otra vez tendrá suerte de conseguir un empleo aunque sea de aparcacoches en un Wal—Mart.
LaGuerta se puso de un tono verde pálido y después de un rojo encendido.
—Capitán, sólo quería... —balbuceó. Pero Matthews ya había dado media vuelta. Se ajustó la corbata, se echó el pelo hacia atrás con una mano y bajó las escaleras tras los reporteros.
Volví a contemplar el altar. No había cambiado, pero ya estaban empezando a espolvorearlo en busca de huellas. Después lo desmontarían y analizarían las piezas. Pronto sería sólo un bello recuerdo.
Bajé las escaleras en busca de Deborah.
En el exterior Rick Sangre ya tenía la cámara en marcha. El capitán Matthews estaba bajo los focos con micrófonos apuntándole a la barbilla, ofreciendo la declaración oficial.
—... la política de este departamento ha sido siempre dar autonomía al inspector encargado del caso, hasta el momento en que resulta evidente que una serie de errores de criterio cuestionan la competencia de dicho inspector. Ese momento aún no ha llegado, pero controlo de cerca la situación. Con todo lo que hay en juego para la comunidad...
Vi a Deborah y me abrí paso hacia ella. Estaba en la barrera de cinta amarilla, vestida con el uniforme azul de patrulla.
—Bonito traje —le dije.
—Me gusta —respondió—. ¿Lo has visto?
—Sí. También he visto al capitán Matthews discutiendo el caso con la inspectora LaGuerta.
Deborah contuvo el aliento.
—¿Qué decían?
Le di una palmada en el brazo.
—Me parece recordar que papá utilizó una vez una colorida expresión que lo define por completo. El «le estaba abriendo un agujero nuevo en el culo». ¿Conocías la frase?
Primero se quedó sorprendida, pero su semblante enseguida dio paso a la complacencia.
—Genial. Ahora sí que necesito tu ayuda, Dexter.
—¿Acaso no te he estado ayudando ya?
—No sé qué crees que has estado haciendo, pero no basta.
—Eso es injusto, Deb. Y no muy amable por tu parte. Al fin y al cabo, ahora estás en el lugar de un crimen y vestida de uniforme. ¿Acaso preferías el modelito sexy?
Se estremeció.
—Esa no es la cuestión. Me has estado ocultando algo acerca de todo esto y quiero saberlo ya.
Por un momento no se me ocurrió nada que decirle, lo que siempre resulta bastante incómodo. No tenía ni idea de que fuera tan perspicaz.
—Deborah...
—Mira, tú crees que no entiendo cómo funciona todo el rollo político, y tal vez no sea tan lista como tú, pero sé que van a estar bastante ocupados protegiéndose el culo. Lo que significa que nadie hará nada en relación con el caso.
—¿Lo que significa que tienes la oportunidad de hacer algo por tu cuenta? Bravo, Debs.
—Y también significa que necesito tu ayuda como nunca. —Puso una mano sobre la mía y apretó—. Por favor, Dexy.
No sé qué me causó mayor sorpresa: su intuición, el apretón de manos, o el uso de mi apodo infantil, Dexy. No lo oía en sus labios desde que tenía diez años. Lo pretendiera o no, cuando me llamaba Dexy nos devolvía a los dos con firmeza al terreno de Harry, un lugar donde la familia tenía importancia y donde las obligaciones eran tan reales como aquellas putas decapitadas. ¿Qué podía decir?
—Por supuesto, Deborah. —Dexy. Casi me emociono.
—Bien —dijo ella, pasando de nuevo al trabajo, un cambio maravillosamente rápido que me dejó admirado—. ¿Qué es lo primero que llama la atención en este momento? —preguntó, señalando con la cabeza hacia el segundo piso.
—La falta de los cuerpos —dije—. ¿Sabes si hay alguien buscándolos?
Deborah me dedicó una de esas miradas de Poli Mundano, versión amarga.
—Por lo que sé, hay más agentes ocupados en alejar las cámaras que haciendo algún tipo de labor policial.
—Bien —dije—. Si conseguimos encontrar los cadáveres, quizá demos un pequeño salto hacia delante.
—De acuerdo. ¿Dónde miramos?
Era la pregunta justa, lo que naturalmente me situó en desventaja. No tenía ni idea de dónde buscar. ¿Habría dejado los miembros en la sala donde cometió los crímenes? No lo creía: me parecía sucio, y sería imposible volver a usar esa estancia con aquellos restos dando vueltas por allí.
Muy bien, entonces tendríamos que suponer que el resto de la carne había ido a parar a otra parte. ¿Pero adonde?
O, tal vez, pensé mientras lentamente se hacía la luz en mi cabeza, la pregunta real debería ser: ¿por qué? La disposición de las cabezas obedecía a una razón. ¿Cuál sería la razón de colocar el resto de los cuerpos en otro lugar? ¿Simple ocultación? No: con este tipo nada era simple, y la ocultación no era una virtud que él apreciara demasiado. Sobre todo ahora que se estaba exhibiendo un poco. Dada la situación, ¿dónde habría dejado las sobras?
—¿Y bien? —insistió Deborah—. ¿Qué me dices? ¿Dónde deberíamos buscar? Sacudí la cabeza.
—No lo sé —dije despacio—. Sea donde sea, está claro que forma parte del mensaje que quiere transmitir. Y no estamos seguros de qué quiere decirnos realmente, ¿no?
—Joder, Dexter...
—Sé que quiere restregárnoslo por las narices. Tiene la necesidad de decir que hemos cometido una tontería increíble, y que, aunque no la hayamos cometido, él sigue siendo más listo que nosotros.
—Y hasta el momento tiene razón —dijo ella, poniendo de nuevo cara de mero.
—Así que... dondequiera que los haya arrojado forma parte de su declaración de principios. Está clamando a gritos que somos idiotas... No, me equivoco. Que hemos hecho una idiotez.
—Cierto. Un matiz importante.
—Por favor, Deb, se te va a quedar la cara así. Es importante porque supone una observación sobre el ACTO, no sobre los ACTORES.
—Ah. Eso está muy bien, Dex. Así que lo que deberíamos hacer es acercarnos al teatro más próximo en busca de un actor con sangre hasta los codos, ¿no crees?
Sacudí la cabeza.
—Nada de sangre, Deb. Ni una gota. Es uno de los puntos más importantes.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque no ha habido sangre en ninguno de los lugares anteriores. Es algo deliberado, y resulta vital para lo que se propone hacer. Y en esta ocasión su intención es repetir todas las partes importantes, haciendo hincapié en lo que ya ha hecho antes para echarnos en cara lo que no hemos sabido ver, ¿no lo ves?
—Claro que lo veo. Tiene mucho sentido. ¿Y por qué no vamos a echar un vistazo al Office Depot Center? Tal vez haya vuelto a dejar los cadáveres en la red.
Abrí la boca para emitir alguna réplica maravillosamente inteligente. La pista de hockey ciertamente no era el lugar adecuado; buscar allí sería cometer un error total y obvio. Había sido un experimento, algo distinto, pero sabía que no iba a repetirlo. Empecé a explicárselo a Deb: la única razón por la que repetiría la pista sería... Me quedé paralizado, con la boca abierta. Claro, pensé. Naturalmente.
—¿Y ahora quién pone caras raras, eh, Dex?
Me quedé en silencio durante un segundo. Estaba demasiado ocupado intentando enlazar los pensamientos que me rondaban sueltos. La única razón por la que repetiría la pista de hockey sería para demostrarnos que hemos encerrado a un inocente.
—Oh, Deb —dije, por fin—. Por supuesto. Tienes razón, la pista de hockey. Partes de premisas equivocadas, pero aun así...
—Es bastante mejor que llegar a conclusiones equivocadas —dijo ella, corriendo hacia el coche.