ESCENA CUARTA
(Noche del mismo día. En escena, Chusa cortándose las uñas, de muy mal humor. Se abre la puerta de la calle y entra Jaimito, cargado de nuevo con cervezas de litro, ginebra, patatas fritas, etc).
JAIMITO.— Y estoy aquí. ¿Qué? ¿He tardado mucho?
CHUSA.— Dos horas. Te lo puedes volver a llevar por donde lo has traído todo, si quieres. Aquí ya no hace falta.
JAIMITO.— ¿Dónde están? ¿Se han ido?
CHUSA.— (De mala uva). Ahí. (Señala con la cabeza el cuarto).
JAIMITO.— (Se queda un momento en silencio, mirando la puerta cerrada). ¡Joder! ¡También! Encima de que voy a por… ¿Y qué hacen?
CHUSA.— ¿Tú qué crees?
JAIMITO.— (Sigue mirando descorazonado a la puerta). ¿Hace mucho que…?
CHUSA.— Un rato.
JAIMITO.— No se oye nada.
CHUSA.— No. (Se quedan los dos en silencio. Sólo se oye el cortaúñas con el que Chusa sigue cortándose las uñas, ahora de los pies, haciéndose todo el daño que puede). No corta. Seguro que lo has estado usando con las sandalias.
JAIMITO.— ¿Antes tampoco se ha oído nada?
CHUSA.— No, antes tampoco se ha oído nada.
JAIMITO.— Haberles dicho que esperaran, ¿no?
CHUSA.— Se lo he dicho.
JAIMITO.— ¿Y qué?
CHUSA.— Ya lo ves.
JAIMITO.— (Acercándose más a la puerta, intentando escuchar). ¿Y no has oído nada, nada, nada?
CHUSA.— Te crees que lo radian o qué. (Se fija en que sigue con todo en sus brazos como un pasmarote. Le coge las bolsas y las pone sobre la mesa). Ginebra y todo.
JAIMITO.— Era para animar esto un poco.
CHUSA.— No les ha hecho falta. Se la beberá su madre cuando venga.
JAIMITO.— (Reaccionando). Ese Alberto es que es un cabronazo. Me tiene ya hasta la… Se mete ahí, con ella, y ¡hala! Ni cerveza, ni ginebra, ni nada. (Gritando). ¿Para eso he traído yo las patatas fritas?
CHUSA.— No grites.
JAIMITO.— A mí, como un gilipollas, me manda a por patatas fritas. Y a ti, que eres su novia, te pone aquí de guardia.
CHUSA.— No soy su novia, y no estoy de guardia.
JAIMITO.— ¿Se ha quitado el uniforme?
CHUSA.— Ha entrado con él, pero supongo que se lo habrá quitado.
JAIMITO.— (Merodea alrededor de la puerta, intentando adivinar cómo va lo de dentro). No se lo quita ni para mear. Decía que no se iba a acostumbrar a llevarlo, ¿te acuerdas? Fíjate ahora. Todo el día de madero.
(Sigue al lado de la puerta. Parece que va a llamar).
CHUSA.— ¿Te quieres quitar de ahí y dejarlos en paz?
JAIMITO.— ¡Que no me da la gana! ¿Qué pasa, eh? Se mete ahí el tío que te gusta con otra chorba y tú aquí, tan tranquilamente. Es que eres, tía, como la sábana de abajo. ¡Qué pachorra, y qué…!
CHUSA.— ¿Quieres que me ponga a llorar o que llame a los bomberos? Además, ayer se lo pedimos nosotros, ¿no?
JAIMITO.— Ayer era ayer, y hoy es hoy. Estábamos los cuatro… era otra cosa. ¡Así no me da la gana!
CHUSA.— Tú no tienes nada que ver en esto, ni yo tampoco. No sé cómo no te das cuenta.
(Coge un jersey grandón de su armario, se lo pone y va hacia la puerta de la calle).
JAIMITO.— ¿A dónde vas?
CHUSA.— Por ahí, a dar una vuelta hasta que acabe el numerito. (Dolida). No me importa nada, ¿sabes?, pero no me apetece estar aquí de guardia, como tú dices.
JAIMITO.— Es un mariconazo. Siempre hace lo que le da la gana, y cuando le da la gana.
CHUSA.— Pues ella tampoco es manca. Ha sido la que menos ha querido esperar, qué te crees. (Mira hacia la puerta). Al fin y al cabo fue idea mía. Prepárales la cerveza y las patatas fritas para cuando salgan que tomen algo. Estarán cansados.
(Llaman a la puerta de la calle. Se miran).
JAIMITO.— Abre, a ver si hay suerte y es otra vez su madre, y se les jode el plan.
(Al abrir Chusa, vemos en el descansillo a dos chicos jóvenes, el pelo muy corto, buena ropa, y evidentemente de clase social alta).
ABEL.— (Desde fuera). Venimos de parte de Sebas (Cara de Chusa de no saber quién es), el camarero del Pub Valentín, que os conoce; uno alto, con bigote…
CHUSA.— No sé quién es. (A Jaimito). ¿Tú sabes quién es? ¿Le conoces?
JAIMITO.— De vista. Es amigo de Ricardo, me parece.
(Entran, Abel delante, y detrás el otro, Nancho, con pinta muy nerviosa y algo extraño en la cara).
ABEL.— Nos ha dicho que vosotros a lo mejor teníais algo para vendernos.
JAIMITO.— No nos queda casi nada. (A Chusa). ¿Verdad?
ABEL.— Lo que sea…, unos gramos… Lo necesitamos, aunque sólo sea para un pico.
CHUSA.— De eso no tenemos, tú. No tenemos nada.
ABEL.— (A Jaimito). Has dicho antes que tenías un poco. Pues lo que sea, ya. No jodas ahora. A ver si te vas a volver atrás.
JAIMITO.— Oye, no, te he dicho que teníamos un poco, pero de chocolate, nada más. Nosotros a eso no le damos.
ABEL.— ¿Chocolate? Vamos, no jodas. (Al otro, que está con el mono, cada vez más nervioso). Éste se cree que somos gilipollas. ¡Saca la navaja, mecagüen su puta madre!
(Saca de pronto Nancho una navaja y amenaza, nerviosísimo, a Jaimito y Chusa, que retroceden asustados).
ABEL.— ¡Venga! ¡Tráelo aquí ahora mismo, todo lo que tengáis! Si no (A Nancho) le metes un navajazo a ese muerto de hambre de mierda. (Se oyen en este momento ruidos y jadeos en la habitación. Abel retrocede asustado al oírlo. Coge luego de un rincón una especie de barra de hierro que se encuentra. Va hacia Jaimito, hablando a Nancho). ¡Coge a ésa, que no grite! (Nancho lo hace, poniendo amenazador el cuchillo en el cuello de Chusa, tapándole la boca con la otra mano. Abel amenaza con el hierro a Jaimito). ¡Di al que esté ahí que salga! ¡Con cuidado! ¡Vamos!
JAIMITO.— (Golpeando la puerta, tratando de aparentar normalidad, quedando muy falso su intento). ¿Alberto? ¿Estás ahí? Oye, Alberto, a ver si puedes salir un momento. Sal si puedes. No pasa nada, pero sal. (Se oye la voz de Alberto dentro refunfuñando, y las risas de Elena. Nancho acerca más el cuchillo a la garganta de Chusa). ¡Alberto! (Golpea ahora más fuerte). ¡Sal, joder! ¡Sal de una vez! (Se oye dentro a Alberto protestar, y ruidos confusos).
ALBERTO.— (Apareciendo en calzoncillos por detrás de la puerta). ¡A ver qué coño pasa ahora…!
(Abel llega hasta él, con la barra en alto, y le empuja contra la pared).
ABEL.— ¡Quieto ahí! (Da una patada a la puerta abriéndola del todo. Al fondo vemos a Elena, paralizada y desnuda. Reacciona tapándose con lo primero que pilla). Estaban chingando, no te jode. ¡Sal, sal para fuera, no te quedes ahí, que te queremos ver bien!
(Sale Elena despacio, aterrada. Alberto trata de meterse, avanzando).
ALBERTO.— ¿Qué pasa? ¿A qué viene esto…?
ABEL.— (Empujándole otra vez contra la pared, mucho más fuerte ahora, y levantando la barra sobre su cabeza). ¡Que te estés quieto, mierda! (A Elena). ¡Venga, aquí! ¡Y no te tapes tanto, suelta eso! ¿Te da vergüenza? ¡Que lo sueltes, que te doy…! (A Nancho, que está mirándola fijamente mientras sigue sujetando a Chusa). ¿Está buena, eh? ¿Te la quieres tirar? ¡Vosotros quietos!
(Alberto mira a Jaimito desconcertado, y éste trata de ganar tiempo y bajar un poco el clima de violencia).
JAIMITO.— Han venido a por caballo, de parte del Sebas… un amigo; pero ya les hemos dicho que no teníamos… y se han puesto, fíjate. (A Nancho). ¡Suéltala, que no va a hacer nada, ¿verdad, Chusa? Cuidado con la navaja… Vamos a hablar… lo que sea… pero suéltala! (Abel ha cogido la punta del vestido con que se medio tapa Elena poniéndoselo delante, y tira, mientras ella trata de retroceder sin soltar la prenda).
ALBERTO.— Oye… que le vas a hacer daño a la chica… Nos sentamos y hablamos tranquis, tíos, entre colegas, ¿no? Nos lo hacemos bien… sin jaleos… lo que queráis.
JAIMITO.— ¡Pero suelta…! ¡Suéltala! ¡Que la sueltes!
(Se pone en medio. Abel amaga con la barra y Jaimito retrocede).
ABEL.— (A Jaimito). ¡Te parto la cabeza como te metas otra vez! (A Elena). ¡Que te doy a ti, gilipollas! Estabas chingando, ¿eh?
(Da un fuerte tirón y se queda con la ropa en la mano. Ella se refugia desnuda detrás de Alberto).
ALBERTO.— (Cubriéndola, trata de ganar tiempo, y poder hacer algo). Bueno, bueno, ¿qué pasa? Que queréis caballo. Es eso sólo. ¿Si os lo damos nos dejáis en paz? (A Jaimito). Pues dales el caballo de una vez. ¿A que lo necesitáis? Pues ya está. Yo os lo traigo si queréis, que sé dónde está, pero sin hacer nada a nadie. No armar lío por estas cosas. Si necesitáis caballo…
ABEL.— (A Jaimito, amenazador). ¿No teníais, eh? ¡Te voy a partir a ti…!
JAIMITO.— ¡Pero suéltala! ¡Que la sueltes, que la vas a ahogar! (Jaimito retrocede asustado ante el amago de Abel. A una señal de Abel, Nancho destapa la boca a Chusa. Jaimito ahora intenta seguir con el plan de Alberto). Casi la ahogas. Es que tenemos poco, y no os conocíamos. Luego, si os ponéis así, a lo bestia… Dáselo, Alberto…
ALBERTO.— A ver, que preparen el dinero.
ABEL.— Ahora gratis, ¿está claro? Y sin cachondeos. ¡Todo lo que tengáis, sácalo! Si no nos tiramos a ésta, y a ti también…
JAIMITO.— A ti te ha entrado el mono violador hoy. No te lo montes así, tío, de verdad, que así no vas a ningún lado.
ALBERTO.— Si quieres pincharte, te pinchas y ya está. Te chutas bien y tranquilo.
JAIMITO.— Y si luego quieres follar, pues follamos, y no pasa nada, pero por las buenas, ¿verdad, Chusa?
ALBERTO.— Anda, guarda la navaja esa, y vamos a hablar…
ABEL.— Lo primero la harina. Venga, traedlo aquí, todo.
ALBERTO.— Está ahí dentro. Un momento, que lo saco. (Va al cuarto).
ABEL.— ¡Quieto! Que lo traiga este gilipollas. Venga, y cuidado.
JAIMITO.— (Va hacia el cuarto y mira a Alberto sin saber bien qué hacer. Finalmente decide seguir adelante como sea con lo que cree que pensaba hacer él). Bueno, pues voy yo, pero no te enrolles mal. (Trata de hacer una broma). Anda, Elena, sígueles haciendo un strip-tease aquí a los amigos mientras yo les traigo la harina: «Tariro, tariro…».
(Entra en el cuarto canturreando música de strip-tease, y se le oye seguir cantándolo dentro. Como la puerta ha quedado entreabierta y pueden acercarse y mirar lo que pasa dentro, Chusa trata de llamar la atención para que dejen de estar pendientes de él).
CHUSA.— (A Elena). Vas a coger frío, y tú, Alberto, también. Estás guapísimo en calzoncillos. Nos podíamos desnudar todos, y así estábamos todos igual… (Tararea ahora la misma música de Jaimito). «Tariro, tariro…».
(De pronto aparece en la puerta del cuarto Jaimito con la ropa de policía de Alberto a medio poner, pistola en mano apuntando nerviosísimo).
JAIMITO.— ¡Manos arriba! ¡Aquí la policía! ¡Os mato si os movéis! ¡Arriba las manos! ¡Arriba las manos ahora mismo, y suelta eso! ¡Y tú! ¡Drogadictos, a la comisaría los dos, y a la cárcel! ¿Es que no oís? Cuento tres y disparo: ¡Una, dos y tres!
(De pronto se le escapa un tiro, que hace que todos reaccionen: Alberto y las dos mujeres tirándose al suelo, y Abel y Nancho abriendo la puerta y desapareciendo escaleras abajo a toda velocidad. Alberto se levanta, va hacia Jaimito, que se ha quedado paralizado mirando la pistola, se la quita, va a la puerta y sale detrás de ellos en calzoncillos. Se le oye fuera hablar con alguien).
OFF ALBERTO.— No, no es nada, padre. No se preocupe. Es que se me ha disparado al limpiarla, sin querer. ¿Un agujero en la pared? Ponga usted otro tapón.
(Entra y cierra. Coge su ropa que se está quitando Jaimito, y se la pone. Elena se viste también).
ALBERTO.— Era el cura. Esos están ya a diez kilómetros. (Mira a Jaimito). Tú estás pirao. Si nos das a uno, ¿qué?, pero ¿has visto dónde has apuntado?
JAIMITO.— Se me ha escapado, Alberto, de verdad. No sé lo que ha pasado.
ALBERTO.— Ha pasado que has quitado el seguro, y casi matas a alguien. Has apretado el gatillo, si no no se dispara sola. Eso es lo que ha pasado. ¡La madre que le…! Trae la gorra, anda… Inútil.
CHUSA.— Ya está bien. Gracias a él no nos ha pasado nada, con tiro o sin tiro.
ELENA.— Voy a devolver.
CHUSA.— Pues échalo en el water, guapa, a ver si nos colocas aquí el zumo.
JAIMITO.— (Sorprendidísimo aún de su propia heroicidad). Anda que… (A Chusa). ¿Te has fijado? (Simula con la mano la pistola y hace el tiro con la boca, soplando después el cañón). ¡Pum!… (Le da la risa).
CHUSA.— (Siguiéndole). Muy bien, pistonudo. ¿Has visto cómo corrían? Y la cara que han puesto cuando te han visto salir con la pinta esa y la pistola. Es que parecías del Oeste. (Se ríe también).
ALBERTO.— (Acabando de vestirse). Eso, reíros. Casi matas a alguien, me puedo buscar un follón por tu culpa, y os reís.
JAIMITO.— Como vi que ibas tú a…, pues yo…
ALBERTO.— No es lo mismo. ¿Pero tú te crees que se puede manejar una pistola sin saber? Y yo no iba a disparar, ni mucho menos. ¡A quién se le ocurre liarse a tiros! Si estaban ya medio convencidos. Dos minutos más, y tan amigos. Como mucho ponerte el uniforme, o coger la pistola y darles un susto en último extremo, pero no ponerte a disparar, que estás loco.
CHUSA.— Y dale.
ALBERTO.— No se te ocurra volver a tocarla. ¿Me oyes?, que no tienes ni puta idea de nada. Una pistola es muy peligrosa, las carga el diablo. (Se ha acabado de vestir, y ahora ilustra, pistola en mano, su disertación). Si no sabes, se te disparan por nada.
(Como para mostrar lo que dice, maneja la pistola, apunta, y dispara, metiendo un tiro a Jaimito en el brazo izquierdo. Se quedan todos de piedra).
JAIMITO.— ¡Huy, la…! ¡Que me ha dado un tiro éste…!
ALBERTO.— Perdona. Se me ha disparado… Joder…
JAIMITO.— (Intentando sentarse). Me parece que me mareo. Sí, me mareo. Me voy a desmayar… ¡Ay!
(Elena, que ha salido del lavabo al oír el tiro, al ver así a Jaimito, le dan de nuevo arcadas y vuelve a entrar).
CHUSA.— (Sujetando a Jaimito). ¡A un hospital! (Habla a Alberto, que sigue mirando sin reaccionar). ¡Hay que llevarle a un hospital, o a La Casa de Socorro…!
ALBERTO.— (A Jaimito). Has quitado el seguro, no me dices nada, y te pones ahí delante.
CHUSA.— Deja de decir memeces. Hay que llevarle a algún sitio. ¡Una ambulancia!
JAIMITO.— ¡No, en una ambulancia no, que me da mucha aprensión! Mejor en un taxi. Me mareo, me estoy…, se me va la…
CHUSA.— (A Alberto). Sujeta, que se cae. ¡Que se cae!
(Le cogen entre los dos, medio desmayado, y van hacia la puerta. Abren y van a salir, cruzándose en ese momento con doña Antonia que Ilesa).
ANTONIA.— ¿Pero qué hacéis? ¡Anda que…! Luego decís que fumar eso no es malo, ¡Virgen Santísima!
CHUSA.— Que no, señora. Que no es eso. Es que su hijo le ha pegado un tiro.
ANTONIA.— Algo habrá hecho. Todo esto os pasa por lo que os pasa. Verás cuando se entere tu padre, con lo formal que se ha vuelto desde que ha salido de la cárcel.
ALBERTO.— Así no le podemos bajar. Agua, dale agua.
ANTONIA.— Una copa de coñac es lo que hay que darle a este chico.
CHUSA.— (Va a por agua a la cocina). Que aquí no tenemos coñac, señora.
ANTONIA.— Lo digo por la tensión, que es muy bueno. Si hubierais estado en la reunión, conmigo, no os pasarían estas cosas.
CHUSA.— (Dándole agua a Jaimito, que se recupera un poco). ¿Qué? ¿Estás mejor? ¿Te duele?
JAIMITO.— Estoy bien, sólo un poco mareado.
ALBERTO.— Me va a costar esto un lío en la jefatura de no te menees.
CHUSA.— Venga, deja eso ya y agarra. (A Jaimito). Vamos a bajar para llevarte a algún sitio, a que te curen. ¿Puedes?
JAIMITO.— Sí, pero en una ambulancia no.
CHUSA.— Vamos en un taxi.
JAIMITO.— Me ha dado en el brazo, aquí arriba. No lo puedo casi mover… ¡Ay!
ANTONIA.— Pues te ha salvado Dios, porque si te da en la cabeza, o en el corazón… Has tenido suerte.
JAIMITO.— (Mientras le sacan por la puerta entre los dos). Sí, suerte. Yo siempre tengo mucha suerte. (Salen).
ELENA.— (Saliendo del lavabo). ¿Se han ido? ¡Ay, Dios mío!
ANTONIA.— ¡Ginebra! (Descubre la botella encima de la mesa). ¡Hay ginebra! Mira, si te encuentras mal, te tomas una copa de esto y se te pasa, ya verás. (Trae de la cocina dos vasos y echa ginebra después de abrir la botella). Bebe, para la tensión. ¡Ay, Dios, qué hijos éstos! ¡Qué disgustos dan! (Beben las dos). Mira cómo lo han puesto todo de sangre. Hay que quitarla, que si se seca no hay quien la saque.
(Elena, entre la ginebra que le cae fatal, y ver la sangre, tiene que ir corriendo, otra vez, al lavabo).
ANTONIA.— Oye, ¿no estarás embarazada? Éstos, cualquier guarrería. ¡Ay Señor, Señor!
(Se sirve una nueva copa, se la bebe de un trago, y se limpia cuidadosamente la boca con un babero que saca del bolso. Oscuro, y fin del primer acto).