Capítulo 10

¡Qué bien lo había pasado la noche anterior! Leigh se reclinó en el sillón de su despacho y se desperezó mientras bostezaba. No le importaba el agotamiento; la emoción le había proporcionado energía de sobra. Y hoy el traje nuevo y, sobre todo, los pendientes que lucía habían merecido muchos piropos por parte de sus compañeros.

Conn llamó a la puerta del dormitorio muy temprano, cuando Leigh acababa de ducharse. Tenía el pelo aún revuelto de dormir y llevaba el chándal, seguramente para ir a nadar a la playa. Preciosa. Aunque sus ojos transmitieron un cálido saludo, enseguida fue al grano:

—Tengo algunas cosas para ti. —Entregó a Leigh un finísimo teléfono móvil, como el que la propia Conn había utilizado en el restaurante el día anterior—. Tus teléfonos, incluido el móvil, están pinchados. Éste queda fuera de su alcance. Si intentan escuchar, sólo oirán voces distorsionadas. Aprieta este botón y me localizarás en cualquier lugar. Este otro es para hablar con Jen. Puedo programar otros números más tarde. No es sólo para casos de urgencia ni para ponerte en contacto conmigo. Utilízalo para llamadas personales o para aquéllas en las que puedas dar pistas sobre lo que estamos haciendo. Procura que nadie te vea usarlo, pero no manifiestes preocupación si te ven.

A continuación, sacó un disco del bolsillo con gesto dudoso.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Puede ser peligroso. Muy peligroso.

Leigh dedicó un momento a analizar sus opciones y se recordó a sí misma que ya se había comprometido, así que, antes de amilanarse, dijo:

—Completamente segura.

Conn le entregó el disco.

—Cuando estés sola, instálalo en el disco duro de tu ordenador de la oficina. Luego tráelo, no lo guardes en un cajón. Tal vez hagan registros periódicamente. Con eso podré introducirme en la red, identificar a quiénes mueven los hilos y descubrir qué están haciendo para ver la participación de otras personas en tu empresa. De momento, supongamos que todos están en el ajo.

Leigh se sentía un poco desbordada, pero al mismo tiempo le hacía ilusión participar en la solución de aquel embrollo.

Conn seguía ante ella con aire apocado, moviéndose sin parar, hasta que se armó de valor y la miró a los ojos:

—Ten cuidado, Leigh. No conozco a tu ex, pero los que están metidos en la operación son profesionales y van en serio. No te arriesgues. Ah, otra cosa más. —Le entregó la cajita de Tiffany's—. Toma, son para ti.

Leigh abrió la caja y vio los pendientes que Conn había comprado el día anterior.

—¡Oh, Conn, son tuyos! No podría...

—Hacen juego con tu nuevo traje. Póntelos hasta que todo vuelva a la normalidad. Te protegerán.

Leigh iba a reírse ante el último comentario, pensando que se trataba de un chiste, pero la expresión de Conn se lo impidió.

—¿Por qué me protegerán?

Conn se puso colorada.

—Porque te los he dado yo. —Leigh enmudeció. El corazón se le desbocó y se quedó sin aliento. ¿Qué significaba aquello?

Tras unos instantes, Leigh reaccionó:

—¿Cuándo regresas a Washington? —No sabía por qué, pero disfrutaba de cada segundo que pasaba con Conn.

Conn contempló la caja de los pendientes.

—Seguiré aquí unos días. Tengo una reunión y puedo trabajar desde el despacho de Jen, y con Marina y todo lo demás...

Leigh estaba recordando lo mucho que le había costado no abrazar a Conn y dedicarle, en cambio, una ridicula sonrisa, cuando su secretaria Mary la arrancó de su ensimismamiento al anunciarle una visita. Leigh consultó su agenda de trabajo y vio que no tenía ninguna cita prevista para las once y media.

Estaba a punto de pedirle a Mary que despidiese al visitante cuando llamaron a la puerta. Se levantó, decidida a decirle a aquel idiota sin educación que se fuera, pero se encontró con su mejor amigo, Pat Hideo, que le sonreía a dos metros escasos de distancia.

—¡Pat! ¡Guau! ¡Pat! —Leigh agarró a su amigo y ambos se pusieron a bailar, mientras Mary los miraba, sonriendo—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no me has llamado? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? ¡Qué alegría verte! —Lo abrazó casi hasta estrangularlo y se lo presentó a Mary.

Cuando se calmaron, Pat dijo:

—Hasta ayer no supe que vendría. Uno de nuestros agentes está enfermo y esta semana se celebra aquí un congreso cuya inscripción cuesta una fortuna, así que me ofrecí voluntario. Me quedo cuatro días. El congreso empieza mañana y termina el viernes a mediodía, así que fenomenal. ¿Estás libre para comer?

—Naturalmente. Vamos. Mary, ¿tengo citas por la tarde? A lo mejor no vuelvo. Ah, un momento. Cambia a Johnson para las tres...

Mary asintió y le hizo la señal de la victoria. Estaba buscando el número de teléfono de Johnson cuando Leigh y Pat salieron zumbando del despacho.

Cogidos del brazo, Leigh y Pat caminaron por las concurridas calles del distrito financiero de San Francisco, recorriendo las manzanas que los separaban del restaurante Rubicon en unos minutos. Se sentaron en el piso de arriba, pidieron té y se dedicaron a degustar los bollitos que daban fama al lugar.

Leigh pidió una mesa en un rincón, con vistas a toda la sala y alejada del paso de los camareros, para vigilar si había alguien interesado en su conversación. «Hum. La paranoia y la precaución enseguida se pegan.» Había instalado el disco nada más llegar a la oficina aquella misma mañana y estaba nerviosa. Luego lo había guardado en el bolso.

—¡Pat, qué contenta estoy de verte! Estas semanas han sido una verdadera locura. He roto con Peter, ese canalla. Lo sorprendí haciéndolo con una empleada temporal de la oficina. Al parecer, sus nuevos socios y él se dedican a correrse juergas con mujeres y cocaína. Está claro que me salió el tiro por la culata. —Se mesó los cabellos con gesto nervioso.

La expresión de Pat no era de sorpresa, sino de rabia.

—Sabía que ese cabrón tramaba algo. No era sólo intolerancia o celos de nuestra amistad. ¿Puedo ayudarte, cariño? He venido por poco tiempo, pero siempre te queda la opción de volver a Boston y vivir conmigo.

Leigh le cogió la mano y la estrechó para agradecerle su apoyo.

—Aunque debo reconocer que, para haber pasado lo que acabas de pasar, estás estupenda. Y no es sólo por la ropa. A propósito, ¿dónde la has comprado? Es más que eso. ¿Qué ocurre? —Leigh sintió un calor repentino que ascendía por su cuello.

—¿Has conocido a alguien? ¿A alguien especial? —Pat se reclinó en la silla y sonrió—. ¡Sí! \Suéltalol Vamos. Cuéntamelo todo sobre él. —Se acercó a Leigh con un brillo de curiosidad en sus cálidos ojos pardos.

Leigh lo miró. «¿Cómo?»

—Oh, no se trata de eso, Pat. Tengo una nueva amiga. Al menos creo que nos estamos haciendo amigas. Una mujer que me ha ayudado en todo esto y que prácticamente me salvó la vida. Se llama Conn, y su tía es una de mis dientas. ¡Han sido tan buenas conmigo!

Leigh le contó la historia a Pat, incluido el rescate en el aparcamiento del restaurante, pero omitió la parte en la que había conocido a Marina Kouros porque la consideraba privada.

—¿A qué se dedica tu nueva amiga? Por lo visto conoce tu negocio. ¿Es corredora de bolsa?

—No, trabaja en una empresa que desarrolla software para la industria de servicios financieros. Me comentó que la Comisión del Mercado de Valores utilizaba sus programas para detectar fraudes y por eso localizó a Peter. Está desarrollando más instrumentos en esa línea y ha venido a San Francisco a celebrar una reunión o a algo relacionado con su trabajo. Seguramente tu empresa utiliza software creado por ella. Es perfecto para una compañía de responsabilidad legal.

Leigh se dio cuenta de que Pat la observaba mientras untaba el bollito con mantequilla. De pronto, sus ojos se desorbitaron.

—¡Oh, Dios mío! Esa mujer. Descríbela.

Leigh obedeció, encantada.

—Pat, te aseguro que es despampanante. Más alta que yo, calculo que medirá uno ochenta, con largos cabellos castaños que forman rizos naturales y unos ojos azules como nunca había visto. Tiene una figura sensacional, las piernas largas y la nariz...

—¿Se apellida Stryker, por casualidad?

A Leigh casi se le cae el bollito.

—¿Cómo lo sabes?

—Pequeña, ¿acaso no sabes quién es? —Pat le dio una palmada en el hombro.

—Está claro que no y tú vas a explicármelo. —¿Y si Pat sabía algo malo de Conn? Leigh se encogió, porque no quería oír nada negativo sobre ella.

—Si Conn significa Constantina, no trabaja para esa empresa de software, sino que ella es la empresa. Stryker Software, Inc. Una dio... Disculpa, una verdadera diosa en nuestro campo. No sólo desarrolla programas, también crea innovaciones. Su software de contabilidad legal es el patrón de referencia para los demás. Contratos del gobierno, contratos con el extranjero, lo que se te ocurra. Muy ética y muy, muy rica. Tiene muchos millones.

Leigh abrió la boca, pero no fue capaz de articular palabra.

—Una cosa más, Leigh. He visto vídeos de sus conferencias, pero no la conozco en persona. Al parecer es muy distante e inaccesible, muy misteriosa. Todo el mundo quiere saber más de ella. Y la mayoría de la gente la llama doctora Stryker.

«¿Cómo es posible? Conn es un poco tímida, sí, pero generosa, cariñosa, divertida, agradable...»

Pat la obligó a volver a la realidad,

—Esa es la persona que creo que se corresponde con tu amiga Conn y la oradora de la conferencia de mañana. ¿Quieres acompañarme?

Leigh se entusiasmó con la invitación. Le encantaba estar con Conn, pero la oportunidad de verla en su ambiente de trabajo era demasiado buena para dejarla pasar. Y la descripción que había hecho Pat de ella, calificándola de «misteriosa y distante», la fascinaba. Naturalmente, tendría que preguntarle a Conn sí le parecía bien, lo cual, por otro lado, le daba una buena excusa para llamarla. Había intentado buscar algo que no sonase quejica. Instalar el software la había puesto muy nerviosa y le vendría bien un empujoncito. Tal vez no fuese ésa la palabra adecuada, aunque Conn era cariñosa y... «Espera. Llámala más tarde.»

Leigh centró la conversación en Pat mientras comían. Su amigo le contó que había conocido a alguien semanas atrás, un banquero de San Francisco especializado en finanzas internacionales, y comentó que esperaba verlo durante su visita.

—¡Qué picaro! —exclamó Leigh—. Ya sabía yo que no habías venido sólo a verme. Háblame de él.

En ese momento le tocó a Pat ponerse colorado.

—Mide uno ochenta y cinco, tiene grandes ojos color chocolate, una excelente constitución física y...

—Increíble, ¿ahora te interesa la constitución física?

Pat no le hizo caso.

—Fue a Boston para hablar con nuestra empresa. La suya quiere que analicemos su división internacional y que todo se haga según su criterio. Congeniamos. Pasamos juntos dos días maravillosos y me temo que estoy enganchado. No puedo dejar de pensar en él, Leigh.

La expresión del rostro de Pat resultaba muy elocuente. Leigh se sentía protectora, pero, como nunca había visto a su amigo tan enamorado, optó por actuar con delicadeza.

—¿Crees que él siente lo mismo que tú, Patty? —Hacía a ños que no utilizaba aquel diminutivo cariñoso con él, pero le salió espontáneamente.

—Dice que sí, aunque sólo hemos estado juntos dos días. Es rico, sofisticado y atractivo, Leigh, y seguramente tiene un novio en cada puerto. Asegura que soy especial, pero ¡yo qué sé!

—Pat, se trata de una relación nueva. —Leigh le acarició el brazo—. Tenéis que pasar más tiempo juntos y vivir experiencias. Hace poco he conocido a dos mujeres que llevan dieciocho años juntas. Una de ellas, que es muy famosa, viaja continuamente y vive para su trabajo. Le pregunté si le resultaba muy difícil. Seguramente ha tenido montones de oportunidades y tentaciones.

Pat asintió con gesto abatido.

—Me respondió que, antes de conocer a su compañera, aceptaba algunas invitaciones—. Leigh le dio un

cálido apretón en el brazo a Pat—. Pero, cuando conoció a Jen, dejaron de importarle. Las dos dicen que es cuestión de ser una misma y no adocenarse. Por tanto, si le importas a ese hombre, no mirará a otros. Dale tiempo, cariño.

La camarera se presentó con los entrantes, y ambos se dedicaron a la comida.

—Por cierto, ¿cuándo lo voy a conocer? Nadie se lleva el corazón de mi chico sin pasar mi inspección.

La mirada de Pat se enterneció.

—Gracias por actuar como mi hermana mayor y protegerme. Llega hoy de Hong Kong. Pero no lo veré hasta mañana por culpa de las reuniones con los malditos clientes y del congreso. ¿Quieres cenar mañana con nosotros? Vamos a la conferencia de la doctora Stryker a mediodía. Luego nos saltamos el latazo de la cena del congreso y escogemos un sitio bonito. En realidad, te invitó él cuando le dije que eras mi mejor amiga.

Como Leigh dudaba, Pat añadió:

—Lleva a Conn si puede escabullirse. Me encantaría conocerla, tanto profesional como personalmente. Tus nuevas amistades también tienen que pasar mi inspección. Tenemos nuestros criterios, ya sabes. ¡Será divertido!

Las dudas desaparecieron, pero, por un momento, a Leigh le preocupó que Conn no quisiera relacionarse con sus amigos. «Bueno, por preguntar no pierdo nada.»

—Ya veremos. Aunque ella no pueda ir, iré yo. Al menos por la cena.

Después de que Pat la acompañase hasta el edificio en el que estaba su oficina, Leigh bajó del ascensor varios pisos antes del suyo y buscó un lugar tranquilo para utilizar el teléfono móvil especial. Al apretar el botón mágico, oyó una serie de clics.

Conn respondió al primer timbrazo.

—Hola, desconocida. ¿Dónde has...? Hum, ¿qué tal el día?

—Mi mejor amigo me ha dado una sorpresa y se ha presentado en la oficina. Ha venido a un congreso, y hemos ido a comer. ¿Te he hablado de Pat? Es el que iba a aikido conmigo. Sigue viviendo en Boston y ¿adivina a qué se dedica?

—De acuerdo, ¿a qué se dedica, Leigh?

—Trabaja en una empresa de responsabilidad legal.

Silencio al otro lado de la línea y luego una exclamación:

—Oh.

—¿Y sabes qué más?

—No, ¿qué más?

—¡Te he pillado! ¿Por qué no me hablaste de tu empresa, de que eres famosa y de que los programas son tuyos? Eso dijo él y añadió: «Una diosa dentro del negocio». ¿Qué te parece eso?

Hubo una pausa, larga e incómoda. Leigh no lo soportaba, así que se rió y dijo:

—Te has puesto colorada, ¿verdad? Lo siento, Conn. No quería avergonzarte. En realidad, te honra que no dijeras nada. Pero tengo dos preguntas. Conn, ¿estás ahí?

Conn tosió.

—Sí, estoy aquí. Habría dicho algo si supiese que tu amigo trabajaba en el mismo campo. La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de la «responsabilidad legal». Y en cuanto oyen la palabra «responsabilidad», se les ponen los ojos vidriosos. Por lo que respecta a lo de diosa, tu amigo es muy amable, pero se trata sólo de software y yo soy una pirada de la informática. Hum, has dicho dos preguntas. ¿Cuáles son?

—En realidad, tengo muchas preguntas, Conn, pero de momento dejémoslas en dos. Ya puestas, en tres.

—De acuerdo, dispara. —Conn parecía resignada.

—Primero, ¿te parece bien que mañana asista a tu conferencia con Pat? Segundo, ¿después te gustaría ir a cenar con Pat, un amigo suyo y conmigo? Y tercero, ¿te molesta que alguien sea gay?

Leigh oyó ruidos y, luego, un taco al otro lado.

—¿Conn? ¿Te encuentras bien? Conn.

—No pasa nada... Se me ha caído una cosa. —Se aclaró la garganta varias veces—. Supongo que no hay inconveniente en que vayas a la conferencia, siempre que no te importe aburrirte. A la segunda pregunta, claro que sí, me encantará conocer a tu amigo. Y a la tercera, ¿por qué me preguntas si me molesta que alguien sea gay? Anoche viste a Jen y a Marina, ¿no? Son dos de las personas más importantes de mi vida.

—Porque Pat es gay, y me daría mucha pena que... mi mejor amigo y mi nueva amiga no se cayesen bien por culpa de eso.

A continuación, se produjo un silencio que puso nerviosa a Leigh, hasta que al fin Conn habló en voz baja:

—Será un placer conocer a tu amigo Pat y a cualquier persona relacionada contigo que sea gay, heterosexual o lo que se te ocurra. La única referencia que necesito es saber que tú lo quieres. Así que te acompañaré. Además, me hacía falta una excusa para no comer dos veces en el mismo día esa típica comida de banquete de hotel. Me has rescatado.

Conn hizo una pausa y, luego, continuó:

—Cambiando de tema, el programa que has instalado está en mi pantalla y funciona. No empezaré a hacer diagnósticos hasta mañana temprano, en torno a las dos de la madrugada. Aunque el programa resulta virtualmente indetectable, no tiene sentido arriesgarse. Hum, me pregunto si te importaría pasar una noche más en casa de Jen. Puedo pasar a recogerte después del trabajo y, si te apetece, vamos a tomar algo. Necesito que me aclares algunos archivos.

—Me gusta la idea. ¿A las seis?

A Conn le pareció bien y así acabó la llamada.

Leigh se puso eufórica ante la perspectiva de ver de nuevo a Conn. Pensó uno momento en aquella palabra, «eufórica». ¿Era correcta? «Sí, Leigh, “eufórica”». Debía reflexionar, pero en aquel momento estaba demasiado emocionada.

Cuando se disponía a subir por las escaleras hasta su despacho, se dio cuenta de que tendría que pasar por delante del despacho de Peter. «¿Por qué no le hablo? Tal vez me entere de algo que pueda interesar a Conn.»

Asomó la cabeza en la zona de recepción y vio a Georgia hablando por teléfono. Estaba tan absorta que ni siquiera se fijó en que se abría la puerta.

—No lo sé. El nombre no me sonaba. Era corto, asiático. ¿Importa tan...? —Cuando vio a Leigh apoyada en la puerta, se apresuró a decir—: Lo llamaré para darle el presupuesto, señor Jones. Adiós. —Colgó y miró a Leigh con mala cara—. Leigh, me has asustado. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—Sólo quería saber si está Peter.

—Está en una reunión. ¿Quieres hablar con él? —Georgia le habló en un tono despectivo, otra forma de manifestar el cambio de estatus de Leigh de novia a empleada. A Leigh le daba igual, aunque el nerviosismo que transmitía la voz de Georgia le llamó la atención.

—Sí. ¿Podría ser mañana por la mañana?

Leigh salió del despacho de Peter pensando que aquella trama proverbial se volvía cada vez más complicada; en su oficina encontró a Mary buscando algo en su mesa.

—Hola. ¿Has perdido algo?

—La llave de repuesto de tu despacho. La tenía en mi cajón y ahora no la encuentro. Debo de estar envejeciendo. Me voy a volver loca.

—¿Para qué la quieres? —Leigh se puso en guardia al instante.

—Georgia dijo que se habían perdido varias llaves de la oficina y que Peter estaba preocupado. Le enseñé las cuatro que teníamos. Durante la comida lo pensé mejor y decidí guardarlas en un lugar más seguro, pero cuando volví ya no estaban. —Mary parecía angustiada y triste, y Leigh decidió que ya había tenido bastante aquel día.

—Mary, vete a casa y no te preocupes. Yo las buscaré. No sabía que Georgia y tú hablaseis a menudo. ¿Sois amigas?

—En realidad, no. —Mary se encogió de hombros—. Nunca viene por aquí. —De pronto la expresión de Mary cambió—. ¿Crees que las cogió ella?

—No importa. Seguro que están donde menos lo esperamos. ¿Para qué iba a cogerlas? Peter tiene un juego de llaves: con pedírselas a él, asunto solucionado. Estás cansada. Márchate. Ya verás como aparecen.

Leigh cerró la puerta cuando Mary se fue y se dedicó a revolver su despacho como si buscase las llaves. Localizó un micro y cerró su maletín, alegrándose de haber tomado la precaución de llevar el disco en el bolso. Ojalá no tuviese que esperar demasiado tiempo a Conn en su apartamento. Estaba aterrorizada.