9
Después de atiborrarnos en el Haru Sushi & Roll Café y de vaciar nuestras carteras en el Beverly Center, Jamie y yo nos sentamos con un jarra llena de tequila, limonada helada y un poco de Cointreau. Ya habíamos bebido sake con la cena, así que estábamos lo bastante bebidas como para cantar el rap navideño del principio de Jungla de cristal.
Estamos justo en el momento en el que Bruce Willis está sacándose los trozos de cristal de las plantas de los pies en el baño cuando suena el teléfono de Jamie. Lo mira, da un grito y salta de la cama para ir a su habitación en busca de algo de intimidad.
Bryan Raine, imagino.
Considero la posibilidad de seguir viendo la película; por lo que yo sé, va a pasarse al teléfono toda la noche, pero, entonces, mi teléfono también suena. Ni me molesto en mirar la pantalla; simplemente pulso el botón del manos libres y respondo.
—¿Damien?
—¿Estás bien?
Necesito como un minuto para darme cuenta de qué me está hablando. Los paparazzi.
—¿Cómo es que sabes todas y cada una de las cosas que me pasan? ¿Utilizas un satélite? ¿Hay pequeños transmisores ocultos en la ropa que me has comprado?
—Todas las personas del mundo con smartphone y una cuenta en una red social han visto fotos de ti hoy —explica—. Y, francamente, me gusta la idea del satélite. Haré que mi división aeroespacial estudie el tema.
—Genial.
—Te he hecho una pregunta, Nikki. ¿Estás bien?
Me gustaría echarle la bronca por no confiar en que soy capaz de cuidar de mí misma, pero su tono de preocupación es genuino. Así que me limito a decir:
—Sí, estoy bien.
—Han mencionado a Ashley.
Su voz suena más amable que nunca y es ese tono, junto con la referencia a mi hermana, lo que hace que broten lágrimas de mis ojos.
—Sé lo que estás pensando, pero no habría cambiado nada —digo—. No había nadie en los alrededores del edificio cuando llegué. Vinieron después. Aunque Edward me hubiese llevado, ya no habría estado allí para entonces.
—Hablaremos de eso después —concede, y aunque sé que debería haberle replicado, me alegra poder posponer la discusión para un futuro indeterminado—. Cuéntame qué tal el resto del día.
—¿Tengo que hacerlo?
—¿No ha ido bien?
Sopeso la pregunta.
—No ha estado mal, pero me he tenido que pasar todo el día con un tipo de mi equipo llamado Tanner que ha resultado ser un cretino traicionero. Jamie cree que es él quien llamó a los paparazzi.
—¿Y el que ha sugerido la idea del espionaje industrial? —pregunta. Me sorprende percibir un rastro de burla en su voz—. Tengo que reconocer que eres una espía adorable.
—¿No estás enfadado?
—Estoy furioso —reconoce—. No me tomo las acusaciones a la ligera. Si tu cretino es el que las ha iniciado, lo averiguaré.
—Oh, pues parecía que te hacía gracia.
—La situación, no. Simplemente me estoy anticipando al placer de machacar al que ha lanzado un rumor así. Puedo tolerar muchas cosas, pero, desde luego, el espionaje industrial no es una de ellas. Y sugerir que mi novia es mi espía lo empeora todo.
Trago saliva. Me burlo todo el tiempo del tamaño de su imperio, pero a veces olvido lo lejos que puede llegar su red y cuánto poder tiene en realidad. Acabará averiguando quién ha lanzado el rumor, ya sea Tanner u otro, y no me cabe la menor duda de que los destruirá.
Como Ollie me advirtió una vez: «Damien es peligroso». Al menos para sus enemigos.
—Esta no era mi primera opción como tema de conversación —dice.
—Ni la mía —aseguro, aliviada—. Cuéntame qué tal tu día.
—Yo preferiría saber qué estás haciendo ahora mismo. ¿Dónde estás?
—En nuestra cama, pensando en ti.
—¿De verdad? Puedo imaginarte tumbada, con tu suave pelo sobre la almohada y tu cuerpo desnudo extendido sobre el edredón.
No puedo evitar echarme a reír.
—Por mucho que me guste tu fantasía, unos vaqueros y una camiseta raída se acercan más a la realidad. Jamie está en la otra habitación. Lo que me recuerda, ¿dónde estás tú? Ya no estás en Palm Springs, ¿no?
—El día ha sido interminable. Ahora mismo estoy en la limusina, cerca de Los Ángeles. Voy a enviarte un chófer para que te recoja. Quiero que estés en casa cuando llegue.
Su voz ardiente basta para derretirme, y suelto un pequeño suspiro mientras me tumbo en la cama con los ojos cerrados y me dejo inundar por sus palabras, suaves como el whisky.
—Te quiero en mi cama —continúa—. Te quiero desnuda.
Mi sonrisa es asimétrica y algo achispada.
—Pero la cama está aquí —le recuerdo.
Me doy la vuelta y estiro mi brazo como si estuviera intentando tocar a Damien.
—En el apartamento —insiste—. Te darán el código de acceso en el mostrador de seguridad. Desnuda, Nikki. Deja la ropa amontonada junto a la puerta para que pueda verla cuando llegue a casa. Quiero saber que estás allí, y que estás húmeda y esperándome.
Entreabro los labios y mi respiración se vuelve superficial. Pequeñas descargas eléctricas atraviesan mi piel y cierro los ojos, perdida en el poder de sus palabras.
—Hay vino en la nevera. Sírvete una copa y bebe un sorbo. Llévatela al salón. Estarás pensando en mí, Nikki, sola en mi casa. Sola en todos esos lugares en los que te he follado. Estarás tumbada en el sofá con el vino a tu lado, con una mano en la copa y la otra en tu pecho. Quizá con unas gotas de vino en la punta de tus dedos mientras tu mano recorre distraída tu cuerpo. Estarás pensando en mí, ¿verdad, cariño?
—Sí —murmuro; a duras penas puedo hablar.
—Tus pechos. Tus pezones. La parte interior de tus muslos. Quiero que estés preparada para mí, nena. Algo borracha y aún más excitada.
—Damien —digo y a duras penas soy capaz de susurrar su nombre.
Sus palabras se me han subido a la cabeza como el vino que quiere que me beba, como los margaritas que ya me he bebido. Mis dientes rozan mi labio inferior y me doy cuenta de que estoy haciendo pequeños movimientos circulares con las caderas, sintiendo la presión de las costuras de los vaqueros en mi sexo palpitante, que me lleva al borde del precipicio.
—¿Me has entendido? —pregunta.
—Mmm.
—Y cuando recibas un mensaje mío diciendo que estoy en el garaje, quiero que vayas al dormitorio y que te tumbes bocabajo en la cama con las piernas abiertas. Tardaré poco en llegar y, cuando entre en el dormitorio, lo primero que quiero ver es a ti, abierta de piernas y toda para mí. Te he echado de menos hoy, Nikki —añade, con una voz suave que parece un gruñido lleno de anhelo—. Necesito tocarte. Quiero sentir tu sexo en mi mano cuando te corras y quiero abrazarte con fuerza mientras te estremeces entre mis brazos. Y, sobre todo, quiero oírte gritar mi nombre.
No puedo evitarlo y empiezo a gemir en voz alta.
—¿Qué? —grita Jamie desde su dormitorio.
Su voz inunda el apartamento y borra de un plumazo la bruma sensual a la que he sucumbido.
Me siento. La cabeza me da vueltas por el movimiento y por haberme dado cuenta de que he estado a punto de correrme con mi mejor amiga en la habitación de al lado.
—Nada —grito—. Estoy hablando con Damien.
—No te oigo. ¿Qué? —dice sacando la cabeza por la puerta—. Ya he colgado. ¿Retomamos la película?
—Yo… —dudo e inspiro profundamente.
Todavía estoy sin fuerzas y agitada por las palabras de Damien, y lo único que quiero es sentir su tacto. Pero he visto tan poco últimamente a Jamie y ahora estamos en mitad de una noche de chicas y…
Inspiro.
—Espera un momento —le digo a Jamie—. Estoy al teléfono.
—Oh, vale —dice y desaparece en la cocina.
—¿Sigues ahí? —digo al teléfono.
—Siempre.
—Oye, lo que acabas de decir suena genial…
—Me alegra saberlo.
—Pero no puedo. Esta noche no.
Se produce el silencio.
—¿Damien? ¿Estás ahí?
—Sí, estoy aquí.
Su tono de voz no me dice nada.
—Lo que pasa es que Jamie y yo estamos en plena noche de chicas y…
—No pasa nada —dice, y esta vez sí puedo notar cierta emoción en su voz. Lo lamenta. Pero creo que también lo comprende—. Estoy desilusionado.
—Yo también. ¿Podrás sobrevivir sin mí? —añado intentando suavizarlo.
—Lo veo complicado —responde—, pero seguramente sea lo mejor.
—Muchas gracias —digo y me río.
—Tengo una tonelada de informes a los que tengo que echar un vistazo este fin de semana. Si lo hago esta noche, el sábado y el domingo serán todos para ti.
—En ese caso, ya no me siento culpable. Adelante. Revisa, compra, negocia o intercambia. Haz lo que sea que hagas para evitar que el universo de Damien Stark se desmorone.
—Eso haré —dice sin alterar la voz—. Te veré mañana. Ya me contarás cómo te ha ido tu primer día.
—Vale.
—Hasta entonces —susurra—, imagíname acariciándote.
—Siempre lo hago —contesto antes de poner fin a la llamada.
Sonrío mientras dejo el móvil a mi lado en la cama, y cuando me giro y veo a Jamie volviendo con una bolsa de patatas fritas y un bol de salsa, no puedo evitar sonreír aún más.
—¿Cómo puedes seguir comiendo? Estoy llena.
—Como si alguien pudiera cansarse de comer patatas fritas —dice sentándose en la cama y señalando el teléfono con la cabeza—. ¿Quería que fueras a verle esta noche?
—Quería que le esperara en su apartamento para cuando volviera del desierto—digo y, sí, todavía estoy sonriendo. Quizá no vaya, pero la sola idea sigue siendo agradable.
—¿En serio? —dice Jamie inclinándose y poniendo la mano en mi frente.
Me aparto.
—¿Qué estás haciendo?
—Comprobando si tienes fiebre. ¿Estás enferma? Creía que bastaba con que Damien moviera un dedo para que tú corrieras hacia él.
—Le he dicho que hoy tocaba noche de chicas —anuncio, y entonces, simplemente porque no puedo evitarlo, continúo—: Y solo para que conste, tienes razón. Basta con que él mueva un dedo para que yo me corra.
Jamie suelta una carcajada y yo, tras otro margarita, también. Nos ponemos cómodas sobre las almohadas y Alan Rickman se une a la fiesta. Bruce no tarda nada en ponerse a patear culos y matar a gente, y nosotras estamos pegadas a la pantalla. Como es la peli de acción favorita de Jamie, la he visto, al menos, una docena de veces, pero todavía salto cuando Rickman mata al jefe.
Y, por supuesto, justo entonces vuelve a sonar mi móvil.
Es Ollie.
—¡Hola! —digo—. ¿Qué pasa?
—¿Estás con Stark?
Es una pregunta inocente, supongo, pero de todas formas me pongo tensa.
—No. ¿Por?
Suspira y me doy cuenta enseguida de que ha notado la tensión en mi voz.
—Simplemente no quería interrumpir. Te lo juro.
—Lo siento. No, estoy en casa.
—¿Sí? Estupendo. Entonces ¿te vendría bien quedar a tomar algo?
—¿Ahora?
Lo cierto es que hubo un tiempo en el que no lo habría dudado un segundo. ¿Qué habría pasado si nos hubiera pillado en mitad de una noche de chicas? Pues que Ollie se habría unido a nuestro maratón de cine o habríamos salido los tres a emborracharnos.
Pero las cosas han cambiado tanto entre nosotros que, en vez de estar encantada de quedar con él, estoy a la defensiva, y eso me entristece. Últimamente, cada vez que veo a Ollie se derrumba una parte de mi vida y, mientras pueda evitarlo, no quiero que se desmorone nada más.
Sin embargo, se trata de Ollie y no estoy preparada para renunciar a nosotros.
—¿Solo quieres tomar algo o es que tienes algo que contarme? —pregunto.
Guarda silencio un momento y sé que él también es consciente de los nubarrones que hay sobre nosotros. Nos conocemos demasiado bien.
—Ambas cosas —admite por fin—. Oh, joder, Nikki. Esto es un asco y lo sabes.
Lo sé, pero no estoy dispuesta a admitirlo.
—¿Qué te pasa?
—Charles me ha hablado de la fiesta de mañana en la casa de Stark —dice refiriéndose a Charles Maynard, su jefe y el abogado que ha representado a Damien durante más de una década—. Simplemente dio por hecho que yo también estaba invitado, teniendo en cuenta quienes somos.
Está intentando mantener la compostura, pero puedo notar el dolor en su voz.
—Ollie…
A mi lado Jamie deja de prestar atención a su iPhone para centrarse en mí. Según parece, esta conversación le resulta más interesante que borrar correos basura.
—Creo que esta es la primera vez que dais una fiesta sin invitarme —declara Ollie.
—No soy yo la que da la fiesta —respondo, pero las palabras suenan vacías a pesar de ser verdad.
Si se lo hubiera pedido, Damien habría permitido que Ollie viniese a la fiesta. Si hubiera sido importante para mí, estoy segura de que habría dejado a un lado su orgullo.
Pero yo no se lo había pedido porque entendía los motivos de Damien para no invitar a Ollie. Había escogido a mi amante antes que a mi amigo de toda la vida y no me arrepentía de mi decisión.
Suspira.
—Es solo que… Mira, lo siento, ¿vale? Sé que sales con él y, sí, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero si eso significa que ya no podemos seguir siendo amigos…
No ha terminado la frase y yo frunzo el ceño.
—Yo tampoco quiero perder nuestra amistad —digo por fin y lo dejo ahí.
En lo que a mí respecta, ha sido Ollie el que ha construido el muro, así que también debe ser él quien empiece a derrumbarlo.
—Entonces ¿qué te parece? —pregunta—. Vamos a tomar algo. A dar una vuelta. Inventémonos lo que dicen las personas de la mesa de al lado.
No puedo evitar sonreír. Cuando yo estaba en la universidad y él estudiaba Derecho, esa era nuestra forma favorita de divertirnos por poco dinero. Íbamos al café Magnolia o al Z’Tejas, en Austin, y observábamos a la gente de las otras mesas. Cómo se movían, cómo interactuaban. Y entonces, él escribía sus diálogos, convirtiendo a amigos en amantes, inventando discusiones y declaraciones de profundo amor. Nunca nos sentábamos lo suficientemente cerca como para escuchar lo que estaban diciendo realmente. Lo importante era inventárselo todo.
—Esta noche está difícil —digo mirando a Jamie—. Pero espera un segundo.
Pulso el botón para silenciar el teléfono y miro a Jamie.
—¿Qué te parece? ¿Te apetece un trío esta noche?
—A mí no me van esas guarradas.
Pongo los ojos en blanco.
—En serio. Ollie quiere quedar para que tomemos algo.
—¿Con las dos?
Noto su tono escéptico.
—Solo me ha invitado a mí, pero si ahora hay problemas entre vosotros, quizá deberías habértelo pensado antes de meterte en la cama con él. En serio, James. Tienes que pasar página.
Levanta las manos en señal de rendición.
—¡Eh, vale! Pero, vamos, yo no soy la única que está rara. No has estado mucho en el equipo pro-Ollie últimamente.
—Pues quizá los tres necesitemos hacer algo al respecto. Salir. Divertirnos. Fingir que las cosas vuelven a ser lo que eran.
Creo que duda, pero quizá solo sea producto de mi imaginación.
—¿Así que Courtney no viene? —pregunta refiriéndose a la prometida de Ollie.
—No lo ha dicho. Supongo que no. Seguramente está de viaje esta semana. Entonces ¿qué te parece?
—Sí, claro —dice—. Pero nada de beber.
—Jamie, si no quieres…
—No, no —interrumpe—. Sí que quiero. Y esta noche me va bien. Es solo que tú y yo ya teníamos planes para esta noche. Ollie puede unirse.
—¿Qué planes?
Es la primera noticia que tengo.
—Raine nos ha invitado a una fiesta en el Rooftop y Garreth Todd va a estar allí.
—¿Quién es Garreth Todd? —pregunto.
—Mi querida amiga desinformada, es el tío más bueno de Hollywood en estos momentos y nosotras vamos a conocerlo.
—Si fuera Alan Rickman o Sean Connery, estaría emocionada, pero con Garreth Todd, no tanto.
—Bueno, pero vas a ir de todas formas. Esta es nuestra noche de chicas, ¿recuerdas?
Miro hacia la televisión. Estaba deseando ver La jungla II (Alerta roja), pero tengo que admitir que suena divertido. Nunca he ido a una fiesta en Hollywood y solo porque no tenga ni idea de quiénes son las últimas estrellas del momento no significa que la fama y el glamour no sean divertidos. Pero, claro, las estrellas implican paparazzi y eso, obviamente, suena mucho menos divertido.
—¿Estará la prensa allí? No estoy de humor para lidiar con ellos.
—No, Raine me ha explicado cómo funciona. Seguramente estarán por allí, pero dado que no te esperan, solo tienes que ponerte un sombrero y bajar la cabeza. Ollie y yo podemos flanquearte. No es complicado. Y una vez estemos en la fiesta, los únicos fotógrafos serán los de la empresa de relaciones públicas de Garreth. Así que será una noche libre de buitres. Te lo juro.
Suena el teléfono y veo que es Ollie, que, según parece, se ha cansado de estar en espera y ha decidido colgar.
—Lo siento —digo, y entonces le explico todo el tema de la fiesta hollywoodiense de Garreth Todd.
Al contrario que yo, Ollie no vive en una burbuja cultural y sabe perfectamente quién es Garreth, así que está encantado con la idea. Al final, resulta que tengo razón en cuanto a la ausencia de Courtney, pero no he acertado en los motivos. Yo creía que estaba fuera por temas profesionales, pero Ollie me explica que ha ido a San Francisco a ver vestidos de novia con su madre.
Me dice que estará listo en menos de una hora y que podemos ir todos juntos. Aunque estoy un poco nerviosa por eso de salir los tres por primera vez desde que Jamie y Ollie se liaron, también estoy deseando hacerlo. Después de todo, ellos dos son mis mejores amigos y, sí, los echo de menos.
Cojo el teléfono para llamar a Damien y contarle que he cambiado de planes. Si todavía no está demasiado metido en el trabajo, quizá le apetezca venirse con nosotros. Pero mis dedos dudan si pulsar sobre su nombre. Damien no quiere pasar tiempo con Ollie. De hecho, aunque parecía no importarle que estuviera con Jamie, tengo la sensación de que no estaría precisamente encantado si le digo que Ollie se nos ha unido. Además, no ha cambiado nada de lo que le he dicho: sigo estando con Jamie. Solo se ha sumado una persona más.
Vuelvo a dejar el teléfono sobre la cama, me levanto y me dirijo a mi habitación para buscar algo que ponerme para salir. Sin embargo, esa ilusión que había sentido antes se ha apagado un poco y eso me frustra.
No estoy haciendo nada malo. Pero entonces ¿por qué me siento culpable?
Una mujer que solo lleva un biquini y unas alas forradas de plumas me roza mientras lleva una bandeja de champán de todos los colores del arcoíris. Hasta donde yo sé, han tintado el champán para que haga juego con la piscina, que cambia de color cada treinta segundos, cuando las luces atraviesan los diferentes colores del espectro.
Si me hubiesen traído a punta de pistola y me hubieran obligado a inventar la fiesta más ostentosa de Hollywood, jamás habría llegado a algo medianamente parecido a lo que me rodea en estos momentos. Los camareros y camareras llevan un bañador dorado minúsculo que deja poco a la imaginación y unas alas decorativas para que sea más difícil maniobrar entre la multitud. Estamos en la azotea de uno de los edificios más altos del centro de Los Ángeles y supongo que el mensaje que subyace es que nosotros, los invitados, ocupamos un lugar tan prominente en el cielo que los propios ángeles están ahí para servirnos.
Jamie se acerca y me pone una copa de champán rosado en la mano. Lleva una falda roja extremadamente corta con una blusa de encaje negro sobre un sujetador rojo. Como siempre, está impresionante. Yo llevo una falda pareo negra con una camiseta sin mangas negra a juego y un pañuelo rosa anudado al cuello como única nota de color. Teniendo en cuenta la ropa que veo pasar, se puede decir que Jamie va vestida igual de conservadora que yo.
—Increíble, ¿verdad? —pregunta.
—Es justo lo que cabría esperar de una fiesta de Hollywood —digo con indiferencia.
Junto a mí, Ollie suelta una carcajada y Jamie nos frunce el ceño.
—No seas cínica —replica—. Según cuenta Raine, esta es una de las fiestas del verano y es increíblemente exclusiva.
Hace un vago gesto señalando al lugar del que venía.
—Steve me ha dicho que se ha pasado meses intentando conseguir una invitación —continúa.
—¿Steve está aquí? —pregunto poniéndome de puntillas para buscarle entre la multitud—. ¿Y Anderson?
Steve es la primera persona que conoció Jamie después de que me dejara durante nuestros años de universidad y se mudara a Los Ángeles en busca de fama. Lo conocí durante mis visitas antes de la graduación, pero no lo había visto desde que me mudé definitivamente a Los Ángeles.
—Sí. Le he dicho que estábamos junto a los huevos —explica Jamie refiriéndose a las extrañas camas de agua con forma ovalada—. Están haciendo el circuito.
No me sorprende. Steve es guionista, aunque no ha encontrado aún un productor para sus películas. Según Jamie, esto es algo muy habitual en Hollywood. Su marido, Anderson, es agente inmobiliario. Adoro a Steve, pero a no ser que se apiade de mí y hable de películas clásicas, se me pondrán los ojos vidriosos tras diez minutos de conversación. Sin embargo siempre puedo encontrar algo interesante que decir sobre casas.
—Esto es increíblemente ostentoso —dice Ollie—, pero también está genial. Es decir, ¡mira este sitio!
Tengo que reconocer que el lugar es impresionante. La noche está despejada y parece que flotamos entre los rascacielos. Veo las montañas a lo lejos, amenazantes, salpicadas de puntos de luz sobre un cielo gris grafito. Desde una cabina al otro lado de la azotea, un DJ pincha música y muchos de los invitados aprovechan la enorme pista de baile. Los ángeles itinerantes proporcionan las bebidas, pero también se pueden conseguir en la barra que hay junto a la piscina. Y, para que no olvidemos que estamos en una fiesta en pleno Hollywood, se están proyectando una serie de vídeos de películas, imagino que protagonizadas por Garreth Todd, en una pantalla de dos pisos de altura.
—Vale —digo—. Vosotros ganáis. Esto es genial.
Doy un sorbo largo y me acabo el champán porque esta noche estoy aquí para pasármelo bien con mis amigos.
—Bueno, ¿dónde está tu chico? —pregunto, lo que hace que Jamie estire el cuello y mire a su alrededor.
—A menos que se haya caído de la azotea, debe de estar por aquí. Esperemos a Steve y Anderson, y luego vayamos a dar una vuelta, a ver si le vemos.
—¿Y vas en serio con ese tío? —le pregunta Ollie—. Es decir, después de haber estado con un tipo como yo, se me hace difícil imaginar que quisieras ir con otro.
Es una provocación clara, pero creo que también hay algo de orgullo herido. Espero que me lo esté imaginando. Por su bien, por el bien de Jamie y, sobre todo, por el bien de Courtney.
—Sí —responde Jamie esbozando una tímida sonrisa—. Todavía no podemos hablar de «relación seria», pero sí, esa es la idea.
—Bien —replica Ollie con brusquedad.
Frunzo el ceño, intentando pensar en algo breve y cortante que decir, pero no se me ocurre nada.
—Aunque si quieres hablar de algo realmente serio… —dice Jamie, pero interrumpe la frase, me mira y mueve las cejas con malicia.
Yo sonrío inocentemente.
—Una dama no cuenta esas cosas.
—Es demasiado pronto —dice Ollie al instante—. Y… —Ollie no termina la frase.
—¿Qué? —pregunto.
—Todo me preocupa. Stark me preocupa.
—Joder, Ollie —suelta Jamie—. ¿Es que no piensas dejarlo?
Agradezco la intromisión de Jamie. Creía que la guerra Ollie-Damien quedaría fuera de la mesa esta noche después de nuestra conversación anterior, pero, aparentemente, dos copas de champán verde habían bastado para soltarle la lengua.
—Por eso la quiero —dice Ollie rodeando a Jamie con un brazo—. Dice las cosas como son y no aguanta mis chorradas.
—¿Y qué? —pregunto—. ¿Courtney no te lo dice cuando te comportas como un cretino?
No es buena idea sacar el tema de Courtney ahora, lo sé, pero estoy cabreada. Además, se supone que voy a ser el padrino de Ollie en su próxima boda y, aunque nunca he sido padrino antes, estoy segura de que una de sus funciones es parar los pies al novio cuando se pasa de la raya y se comporta como un cretino.
—No —dice Ollie con seriedad—. No lo hace.
Se agacha y se sienta en el borde del colchón de agua. Se mueve y rueda hasta que alcanza y coge el plástico moldeado que forma parte del techo ovalado.
—Espera a que los problemas crezcan y, entonces, rompe conmigo.
Me siento junto a él sin prestar atención a la forma en que nuestro asiento chapotea bajo nosotros.
—Creía que no ibas a permitir que eso ocurriera.
Ollie y Courtney habían estado rompiendo y volviendo durante años. Esta era la primera vez que habían llegado a un compromiso oficial. Courtney me cae bien y espero que esto se arregle. Pero cuanto más tiempo pasa, más me preocupa que Ollie la vuelva a fastidiar. O, para ser más exactos, que ya la haya fastidiado.
—Soy como Pigpen, el amigo de Charlie Brown —dice Ollie—. La mierda se me pega. No todos tenemos la vida maravillosa de cierto millonario que conocemos.
—¡Maldita sea, Ollie!
Levanta las manos en señal de rendición.
—Lo siento, lo siento, soy un completo cretino.
—Sí —coincido—. Lo eres. —Inspiro—. Mira, siento mucho que tengas problemas con Damien, pero él es importante para mí. Y si yo te importo, entonces tienes que buscar alguna forma de solucionarlo.
—Ese es justo el problema —dice Ollie—. Que sí que me importas y que no aguanto a Stark. No puedo siquiera ignorar todos los trapos sucios que averigüé sobre él en tan solo una hora, en la sala de archivos de Bender y Twain —añade refiriéndose al bufete de abogados en el que trabaja—. El problema no es él, bueno, al menos no el principal problema, sino todo lo que le rodea.
—¿De qué estás hablando?
—Venga, Nikki, prácticamente te has tenido que disfrazar para poder venir aquí esta noche —replica señalando el sombrero que me he tenido que poner, como sugirió Jamie—. ¿Es esa la vida que quieres? Maldita sea, ¿realmente puedes soportarlo? —añade y, entonces, me roza levemente el muslo con la mano antes de entrelazar sus dedos con los míos—. Solo me preocupo por ti.
Se me seca la garganta y bajo la cabeza para evitar su mirada. Sé que su preocupación por mí es auténtica. Ollie había visto mis cicatrices y también me había visto derrumbarme y, lo que es más importante, me había ayudado a recomponerme.
—A Damien le preocupa lo mismo —admito en voz baja—. Pero puedo soportarlo —añado alzando la mirada para que pueda ver mis ojos—. Lo estoy soportando y además quiero hacerlo porque Damien lo merece.
Sus hombros languidecen.
—¿Quién me iba a decir que acabaría teniendo algo en común con Damien Stark?
Me echo a reír y Ollie sonríe.
—En serio —dice—. Puedo haber tenido mis más y mis menos con Stark, pero también sé que se preocupa por ti.
—Lo hace.
Estoy a punto de añadir que también sé que Ollie se preocupa por mí, pero mis palabras se ven interrumpidas por la llegada de Steve y Anderson, acompañados de dos hombres realmente guapos.
—¡Gracias a Dios! —exclama Jamie—. Habéis llegado en el momento perfecto.
Dado que estaba desesperada por cambiar de tema, estoy totalmente de acuerdo, y dejo que Steve y Anderson me abracen, me lancen un beso y me feliciten, mientras Ollie les da la mano, aunque parece triste. Reconozco al tipo que se ha abalanzado sobre Jamie; es Bryan Raine, y tampoco necesito un gran esfuerzo mental para identificar al último miembro de mi fiesta de rescate como Garreth Todd. Después de todo, su cara no ha dejado de aparecer en la pantalla de cine toda la noche.
—Bueno, hola —dice invadiendo mi espacio personal—. No creo que nos hayan presentado.
—Nikki —contesto colocándome la máscara.
Ya no estoy en «modo fiesta», y lo que me apetece hacer es pasar de los refinamientos sociales y salir corriendo.
—Espero que te estés divirtiendo —comenta acercándose aún más.
Doy un paso atrás y acabo topándome con Ollie. Pone su mano firme sobre mi hombro y ese simple contacto me hace desear llorar. Así solía ser: Ollie sujetándome cuando siento que me voy a romper en pedazos.
—Nos decantamos por un tema celestial —explica Todd—. ¿Lo pillas?
—Es muy colorido.
—Pero su brillo no es comparable al tuyo.
Ahora está a escasos centímetros de mí, y estoy atrapada entre Ollie y él. Si Damien me hubiera hablado así, seguramente yo me habría derretido. Sin embargo, pronunciadas por Garreth, esas palabras simplemente me irritan.
Espero que Jamie intervenga, pero ella está perdida en la tormenta Raine, así que no creo que venga a rescatarme en breve. Estoy sola ante el peligro y sé que solo hay una forma de recuperar mi espacio personal con éxito.
—Estoy en desventaja, querido —señalo con la más amplia de mis sonrisas y mi mejor acento texano—. Tú sabes mi nombre, pero yo no tengo ni la más mínima idea de cuál es el tuyo.
—Oh —dice dando un paso atrás, seguramente para permitir que su ahogado ego coja algo de aire—. Soy Garreth Todd.
—Encantada de conocerte. ¿Y a qué te dedicas?
Detrás de mí, Ollie se mueve y estoy segura de que va a soltar una carcajada en cualquier momento. Jamie, por suerte, no está prestando atención.
—Creía que íbamos a bailar —declara Ollie entrelazando sus dedos con los míos.
—Por supuesto —afirmo mientras tira de mí—. Ha sido un placer charlar con usted, señor Todd.
—Acabas de humillar a una estrella del cine —anuncia Ollie mientras me lleva a la pista de baile.
—Oh —digo inocentemente batiendo las pestañas para darle mayor efecto—. ¿De verdad era una estrella del cine?
Ollie no le da importancia a mi desplante.
—Jamie va a matarte.
—Lo sé —aseguro. En lo que respecta a Jamie, cualquiera que pueda ayudarle a avanzar en su carrera debe ser tratado con la mayor de las deferencias—. Pero tienes que admitir que se lo merecía.
—No voy a admitir nada —responde Ollie sonriendo—. Bueno, pues ya que estamos aquí ¿vamos a bailar?
Era eso o volver a casa, así que opto por disfrutar de nuestra tregua.
—Claro —digo, le sigo a la pista y me dejo llevar.
La música está al máximo y tiene los graves muy altos, y eso es justo lo que necesito para desconectar de todo, pero no puedo evitar desear que la canción fuera una lenta y que fuera Damien quien estuviera conmigo en vez de Ollie.
De hecho, el deseo es tan ardiente que mi imaginación lo conjura. Su porte alto, cruzando entre la multitud. Su boca apretada, su rostro impenetrable, sus ojos como una tormenta en el mar. Solo cuando todo el mundo se gira hacia él, atraídos por la fuerza de Damien Stark, me doy cuenta de que el auténtico Damien está cruzando la estela de luces de colores y viene directamente hacia donde estamos Ollie y yo.