19
Me despierto con el olor a beicon y descubro no solo que mis brazos están libres, sino que estoy acurrucada bajo las sábanas. Sonrío y me estiro, sintiéndome bien follada y bien cuidada.
Salgo de la cama, busco una camisa en el armario y persigo el aroma hasta la enorme cocina de color negro y acero. Escucho el chisporroteo de una sartén eléctrica en la isla de granito mientras veo a Damien de pie frente al fuego sosteniendo una sartén para tortilla. Aguacate cortado, queso cremoso en cubos y algo más que no reconozco cubriendo perfectamente una pequeña tabla de cortar apartada a un lado.
Dos copas de champán medio llenas, y a su lado una jarra de zumo de naranja.
—¿Celebramos algo? —le pregunto acercándome a él por detrás y echando un vistazo a la sartén.
—Así es. Después del día de ayer, creo que deberíamos celebrar las cosas importantes.
—¿El día? —repito. Mi cuerpo aún está deliciosamente dolorido y magullado. Me estiro y sonrío despacio—. ¿Qué me dices de la noche?
—Aquello fue una celebración en sí mismo —me responde.
Pasea los ojos por todo mi cuerpo. Llevo puesta una de sus camisas y me llega hasta la mitad del muslo. Está arremangada y los botones desabrochados revelan algo más que un poco de escote. El deseo en sus ojos es tan inconfundible como su pausada y sexy sonrisa. Tengo la certeza de que me derrito un poco.
Desliza su dedo a lo largo del cuello abierto de la camisa.
—Me gusta cómo te queda mi ropa.
—A mí también.
—También me gustas sin ella.
Me río y retrocedo, danzando fuera del alcance de sus dedos.
—Ni se te ocurra. Estoy hambrienta.
Se ríe.
—Entonces ¿qué celebramos exactamente?
Roza rápidamente mis labios con un beso.
—A nosotros mismos.
Esa sencilla frase hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo.
—Brindaré por ello —respondo.
—Bien. Puedes llenar nuestras copas de zumo de naranja y luego ir a sentarte. —Señala uno de los taburetes de la barra de desayuno—. Si te quedas aquí detrás solo conseguirás distraerme y, a pesar de que eso derivaría en un más que interesante sexo en la cocina, también quemaría sin lugar a dudas las tortillas.
—Estoy hambrienta —admito mientras vierto el zumo y le acerco una copa. Cojo la mía y voy a sentarme a la barra que está unida a la isla. Eso me ofrece una hermosa visión de Damien luciendo deliciosamente casero—. No sabía que supieses cocinar.
—Soy una caja de sorpresas —me responde.
—Yo soy una cocinera espantosa —reconozco—. No tiene mucho sentido aprender a cocinar cuando tu madre está convencida de que todo lo que realmente necesitas comer son zanahorias y lechuga iceberg.
—Cuando murió la mía, mi padre nos arrastraba de restaurante en restaurante para cada comida —me cuenta Damien—. No soportaba estar tan cerca de aquel hombre durante tanto rato, de modo que le dije que si esperaba que fuese más competitivo, necesitaba alimentarme mejor. Yo cocinaba, luego cogía mi plato y me lo llevaba a mi habitación, y él comía con el suyo frente al televisor. Funcionó de maravilla.
—Y tú aprendiste una valiosa herramienta.
Sonrío, pero se me parte el corazón. Mi infancia había sido de todo menos brillante, pero al menos tuve a Ashley durante los años en que mi madre distribuía las calorías tan mezquinamente como el tiempo libre. Damien no tuvo a nadie salvo a un padre ruin y un entrenador que abusaba de él.
—¿Tuviste amigos? —le pregunto—. Cuando estabas compitiendo, quiero decir. ¿Hiciste amigos entre los demás jugadores?
—¿Otros aparte de Alain y Sofia? La verdad es que no.
Pone con una cuchara queso, aguacate y el ingrediente misterioso dentro de la tortilla, luego lo dobla con maestría sobre el plato.
—Háblame de Sofia.
Su sonrisa es triste.
—Teníamos mucho en común. Nuestros padres eran unos cretinos.
—¿Estamos hablando de amiga o novia?
—Amiga, luego novia. Luego amiga otra vez.
Asiento con la cabeza, absorbiendo con avidez esas pinceladas del pasado de Damien.
—¿Ella fue la primera? —pregunto.
Su rostro se torna sombrío.
—Sí. Pero no fue una experiencia placentera para ninguno de los dos. Éramos jóvenes y, definitivamente, no estábamos preparados.
—Lo siento. No quería sacar un tema incómodo.
—No pasa nada —me tranquiliza con un atisbo de sonrisa que le quita dureza a sus palabras—. De verdad. —Toma un sorbo de zumo, añade beicon al plato y luego me lo alcanza—. ¿Y bien?
Cojo el tenedor que me ofrece, pruebo un pequeño bocado y gimo de placer.
—Es impresionante. ¿Qué lleva?
—Langosta.
—¿Resulta que tienes langosta en tu frigorífico, así, sin más?
—Pues claro —responde muy serio—. ¿Tú no?
—Ni por asomo. Al parecer los coches, hoteles, aviones privados y fábricas de chocolate no son las únicas ventajas de ser inmensamente rico.
Se echa a reír y yo me dedico a mi desayuno mientras Damien se queda de pie frente al fogón preparando su propio desayuno. Me sorprendo cuando mi teléfono suena hasta que veo que Damien lo ha enchufado al cargador y dejado en la barra de desayuno. Por un momento pienso en dejar que salte el buzón de voz, porque no tengo ningún interés en permitir una intromisión del mundo real. Pero es Jamie, así que contesto.
—Maldita sea —dice en lugar de molestarse en saludar con el tradicional «hola»—. Douglas acaba de venir a contarme que estás por todas partes en internet. Como si yo no lo supiese ya. ¡Douglas! —añade como si eso fuera el peor agravio de todos.
Quiero decirle que si está tan irritada con nuestro vecino y polvo de una noche, entonces no debería haber dormido con él. Pero no lo hago. Ya hemos hablado de todo esto antes.
—¿Así que estoy realmente por todas partes? No he querido mirar.
—Lo siento —responde, comprensiva—. Incluso tu madre me ha llamado.
—¿A ti?
—Qué afortunada, ¿eh? Dijo que todavía estaba demasiado molesta como para hablar contigo, pero que ella… joder, Nikki. ¿Qué más te da lo que piense?
—Ya sé lo que piensa —respondo—. Que soy una decepción. Que he arruinado el nombre de la familia. Que ella no crió a una golfa.
Puedo notar por el silencio de Jamie que estoy en lo cierto. Damien está observándome atentamente. A pesar de ello, no se acerca a mi lado. Tengo la impresión de que teme que me derrumbe.
No lo haré. El mero hecho de pensar en mi madre más preocupada por lo que dice la prensa rosa que por lo que realmente ocurrió, me cabrea y me hace fuerte. Bueno, más fuerte, de cualquier modo.
—Así que ¿estoy por todas partes?
—Sí —responde Jamie—. No han perdido ni un minuto. Las revistas, las redes sociales y blogs, incluso los programas de noticias serios. Has conseguido un millón de dólares por posar desnuda para un millonario como Damien e incluso la CNN va a cubrir la noticia. Lo que significa que las audiencias se han disparado.
—¡Jamie!
—¡Lo siento, lo siento! Entonces ¿estás bien? Quiero decir, ¿qué vas a hacer?
—Estoy bien —respondo. Las mejillas me arden mientras miro fijamente a Damien y repaso detalladamente cómo he pasado de ser un completo desastre a sentirme normal—. Al menos por ahora.
No he encendido la televisión. Ni siquiera he revisado mi correo electrónico. Considerando lo que podría haber dejado mi madre en la bandeja de entrada, estoy segura de que no quiero verlo.
Capto la mirada de Damien y me doy cuenta de que se está preguntando lo mismo que yo: ¿seguiré estando bien una vez vuelva a poner un pie en el mundo real?
—Te vas a quedar hoy ahí, ¿no es así? —me pregunta Jamie.
—No puedo, tengo que ir a trabajar.
Damien niega con la cabeza.
—Tómate el día libre. Bruce lo entenderá.
—Lo he oído —me dice Jamie—. Hazle caso a Damien. Es inteligente. Y, de todos modos, tienes que hablar con Bruce antes de ir a la oficina. Ha llamado aquí preguntando por ti.
—Lo llamaré, pero voy a ir.
Aunque parece que no va a ser así. Porque cuando llamo a Bruce me cuenta que considera que lo más beneficioso para la compañía es que me tome una excedencia.
—Lo siento, pero se trata de algo más que unos cuantos fotógrafos buscando una foto de la novia de Damien Stark. Son un enjambre alrededor de esta historia. Y no puedo tener a la prensa dando vueltas alrededor del edificio en busca de una foto tuya. No ahora.
—¿Ahora? —repito—. ¿Por qué ahora en concreto?
Le escucho exhalar ruidosamente por el teléfono.
—Giselle y yo nos estamos divorciando. No he querido mencionarlo antes, pero el caso es que tengo que estar completamente limpio y mi abogado cree que…
—Lo entiendo. —Termino la frase—. Estoy despedida.
—Con una excedencia —insiste él—. Por favor.
—Esto está empezando a ser un día horrible, Bruce. ¿Podemos, al menos, llamarlo por su nombre?
Hace una pausa. Luego vuelve a hablar.
—Lo siento de verdad, Nikki. Es un cuadro encantador y es injusto que estés recibiendo esta clase de trato. Y sí que me vendría bien un talento como el tuyo aquí, en Innovative. Pero seguro que te recuperas de esto.
—Sí —respondo mirando a Damien—. Lo sé.
—Creo que voy a tomarme el día libre —dice Damien cuando cuelgo el teléfono.
—No es necesario que me mimes. —Señalo la parte trasera del apartamento, donde hay una puerta privada que da a su oficina—. Vete. Gana dinero.
—Afortunadamente he realizado suficientes buenas inversiones como para no tener que hacer, de hecho, nada para ganar dinero. —Ladea la cabeza como si oyese algo—. ¿Y eso? ¿Has oído ese ruido?
—¿El qué?
—El tintineo de las monedas, porque acabo de ganar unos cuantos miles más.
Pongo los ojos en blanco.
—En serio, si te tomas el día libre simplemente me sentiré una carga.
—Tal vez Suiza. O Grecia.
—Damien.
—Hawái es bonito también. Y, de hecho, tengo una casa allí. La otra noche hablamos sobre cenar sushi. Podríamos ir a Japón.
Ya me estoy riendo.
—Creo que si quiero sushi podemos simplemente ir a ese pequeño lugar en Sunset que nos gusta.
—Me parece bien. Pero hablo en serio acerca de las vacaciones. Los periodistas son como los tiburones. Una vez el cebo está fuera del agua, desaparecen. El lunes ya habrá un nuevo escándalo, y tú podrás regresar a un Los Ángeles mucho más tranquilo.
No puedo negar que es tentador. Pero no. No quiero ser la chica que desaparece.
—Salí corriendo de Texas huyendo de mi madre —le respondo—. Me vine a Los Ángeles porque este era el lugar donde quería empezar una nueva vida. Lo escogí. Estoy aquí. Me quedo. —Me encojo de hombros—. Como has dicho, acabarán olvidándolo. Voy a ser discreta.
Damien está mirándome con una expresión extraña.
—¿Qué?
—Te han lanzado a los tiburones y aun así clavas los tacones y les plantas cara. Si alguna vez me dices de nuevo que no eres fuerte te tumbaré sobre mis rodillas y te azotaré.
—Promesas, promesas —canturreo bajándome del taburete—. Si estás decidido a tomarte un tiempo libre tú también, entonces ya tengo pensado lo que podemos hacer hoy.
Hay un innegable deseo en su mirada.
—Puedo imaginarme todo tipo de cosas que hacer hoy.
—Eso no —le respondo—. Aunque tengo la sensación de que lo que tengo en mente te excitará también.
—Qué bromista eres. Entonces, cuéntame, ¿qué vamos a hacer en el día de hoy?
—Bueno, esperaba que pudiésemos hablar de dinero.
—Eso depende realmente de cuáles sean tus objetivos —me dice Damien tamborileando con el extremo de su lápiz sobre un trozo de papel.
Asiento, esperando aprender tanto como pueda enseñarme. Dados los últimos acontecimientos, no tengo ingresos fijos, pero Jamie tiene razón. Realmente tengo un millón de dólares. Y si van a estar mirándome pasmados y chismorreando sobre ello, voy a darle un buen uso a ese dinero.
—El millón es para mi negocio. Ya lo sabes, pero quiero asegurarme de que queda claro. No quiero que se esfume.
—El capital —me dice.
—Sí. El capital debe estar aquí, y en líquido, cuando yo lo necesite. Pero si voy a estar sin empleo, entonces quiero ser capaz de vivir de los intereses y dividendos. Mi aplicación para el móvil me proporciona una pequeña cantidad cada mes, y tengo otro par más que están casi listas para salir al mercado. —Tuerzo el gesto—. No las he lanzado aún porque no he tenido tiempo, pero supongo que eso ya no es excusa.
Me toma de la mano y la estrecha.
—Vas a estar bien.
—Lo estoy —le contesto con firmeza.
He decidido que el único modo de enfrentarme a esto es paso a paso. No estoy segura de qué va a liberarme de la tortura de estar en el ojo del huracán de las revistas del corazón, pero al menos puedo hacerme cargo del resto. Y si voy a ser vilipendiada por conseguir un millón, entonces tengo muy claro que voy a proteger ese dinero.
—Entonces, ¿puedes ayudarme a organizarlo? Quiero saber qué porcentaje del dinero debo transformar en acciones o bonos y todo ese tipo de cuestiones.
—Te enseñaré todo lo que quieras saber —contesta él.
Asiento, dubitativa, y Damien me mira con cautela.
—A los agentes se les paga por negociar en bolsa, ¿no es así?
Puedo ser brillante en matemáticas, pero nunca he tenido la cabeza enredada en planes de inversión. Sinceramente, nunca lo he intentado. Siempre he tenido miedo de cometer el mismo error nefasto que mi madre, y la idea de ser como ella me resulta más que perturbadora.
—Correcto —me responde—. Podemos incluso concertar entrevistas con asesores financieros. Se llevan un porcentaje, pero si saben lo que se hacen el dinero crece lo suficiente como para cubrir el coste.
—Ese fue el error de mi madre —digo.
No pretendía decirlo en voz alta, y cuando miro la cara de Damien veo una tierna comprensión en su mirada.
—Ella tomó malas decisiones —comenta—. Tú no lo harás.
—No estoy segura, he tomado un montón de malas decisiones en el pasado.
No lo hago a propósito, pero me doy cuenta de que mi pulgar está acariciando con suavidad la cicatriz de mi muslo.
—El simple hecho de que estés siendo tan cuidadosa y haciendo tantas preguntas me demuestra que vas a estar bien. Y tu dinero también. Trabajo con varios agentes de bolsa y gerentes. Si quieres, puedo decirle a Sylvia que concierte algunas citas, traerlos hoy a la oficina si te apetece.
—Eso sería estupendo —respondo, pero me retracto inmediatamente—. No, no, da igual.
—Está bien —dice pausadamente, y puedo ver en sus ojos que está dolido—. Como quieras.
—Es que ese es el tema. Yo ya sé a quién quiero. —Inspiro profundamente—. ¿Podrías encargarte tú? No puedo imaginar a nadie en quien confiara más.
No hay rastro del anterior resentimiento en su rostro. En su lugar, solo hay algo dulce y tierno. Su sonrisa es serena, y niega con la cabeza aún más despacio.
—No —responde, y me quedo sin respiración—. No es a eso a lo que me dedico. Pero lo que sí hago es supervisar a mis propios gerentes tan concienzudamente que imagino que me consideran uno de sus clientes más irritantes. Por suerte, el porcentaje que se llevan es lo suficientemente elevado como para que les compense soportarme. No voy a gestionar tu dinero, pero lo voy a cuidar. Te presentaré a mi gerente, te ayudaremos a establecerte, te explicaremos tus opciones, y entonces yo vigilaré tus ahorros. ¿Suena bien?
—¿Me explicarás las decisiones de inversión?
—Te explicaré todo lo que quieras. Esto lo haremos juntos, ¿de acuerdo? Y quién sabe, tal vez pronto estés pidiéndome ayuda para la puesta en marcha.
—No me presiones —le respondo.
Le he explicado por qué quiero tomármelo con calma, aunque creo que él está en el lado de Jamie en esta ecuación. Damien simplemente se lanzaría y lo haría de un modo excelente. Yo quiero empezar poco a poco y hacerlo de manera brillante.
Levanta una mano frente a mí en señal de defensa.
—No te estoy presionando. ¿Por qué te presionaría para que vayas por tu cuenta cuando preferiría mucho más que te establecieras como una división de Stark Applied Technology?
Me echo a reír.
—Una vez que esté ahí fuera por mi cuenta y me sitúe entre las mayores fortunas, podrás comprarme por una ingente cantidad de dinero. Pero voy a empezar por mi cuenta.
—Me parece bien. Yo tan solo quiero asegurarme de que empieces. Estoy a la espera, ya lo sabes. Tengo plena intención de comprar la licencia de algunos de tus programas para su uso en mis oficinas. El sistema de notas multiplataforma del que me hablaste podría resultar muy útil.
—Razón de más para no lanzarme a ello antes de estar lista —digo con firmeza—. No quiero decepcionarte.
—Tú no podrías decepcionarme nunca —me contesta. Tira de mí para darme un beso rápido pero firme—. Y Nikki… Gracias.
—¿Por qué?
—Por confiar en mí para ayudarte con tu dinero.
Asiento despacio. ¿He tomado esa decisión porque el hombre en el que confío resulta ser brillante con el dinero? ¿O estoy siguiendo la pauta de la noche anterior, rindiéndome a su control en lugar de afrontarlo por mí misma?
Me ha dicho más de una vez que puede ver la fuerza en mi interior. Y, aunque las palabras son un consuelo, no estoy segura de creerle. No me sentí fuerte la pasada noche. Y cada vez que pienso en la prensa comportándose como energúmenos con mis asuntos personales, la náusea me golpea.
Pero Damien me está mirando con tanta ternura que no digo nada de eso.
—Te he confiado mi corazón —le digo porque esa es una verdad innegable—. ¿Por qué no iba a confiarte mi dinero?
Pronuncio las palabras a la ligera. Su expresión, sin embargo, es grave.
—¿Sabes que yo también confío en ti?
—Por supuesto —le aseguro.
—El hecho de que me tome algún tiempo no quiere decir que no confíe en ti.
—Lo sé —insisto, porque en mi cabeza sí que lo entiendo, y tengo que admitir que ya me ha contado mucho, realmente.
En mi fuero interno, sin embargo, deseo que deje aflorar todo lo que aún mantiene encerrado en su interior. Pero ¿es lo que quiero? ¿Poder ser un apoyo para él como él lo es para mí? ¿O estoy siendo simplemente egoísta, buscando una confirmación tangible de cómo se siente él respecto a mí, a pesar de que ya sé con cada mirada y cada caricia que me ama?
Durante el resto de la tarde hacemos poco más que vaguear en la cama. Nuestros brazos se rozan, nuestras piernas se cruzan la una sobre la del otro. Damien lee en su iPad algunos informes que Sylvia le envía por correo electrónico. Yo hojeo revistas, doblando la esquina de las páginas con ropa que me gusta o que pienso que le sentaría bien a Jamie. A veces encuentro un mueble interesante y le enseño la foto a Damien, y él me indica que marque la página y luego me promete que iremos al Pacific Design Center pronto y trataremos de encontrar algunas de esas piezas para la casa de Malibú.
—Pensaba que decorar tu casa era algo que hacías solo —comento.
—No, dije que todo lo que hay en la casa es especial para mí. Y si elegimos algo juntos, lo hará mucho más valioso.
Sus palabras son tan tiernas como una caricia, y me deslizo para acercarme aún más a él, mientras él me rodea con el brazo izquierdo y sostiene su iPad con la mano derecha.
—Creía que estabas tomándote el día libre.
—¿Sugieres algo mejor? —me replica con un delicioso matiz de lujuria.
—En realidad, sí.
No creo que Damien se espere mi sugerencia de hacer palomitas de maíz y más mimosas, el cóctel de champán y zumo de naranja, para luego recostarnos en la cama durante el resto de la tarde viendo la saga de detectives basada en la novela El hombre delgado, pero lo acepta de buena gana, y me sorprende enterarme de que él, de hecho, conoce las películas tan bien como yo.
—William Powell está genial, pero creo que tengo un flechazo con Myrna Loy.
—Me vuelve loca su ropa —admito—. Podría haber vivido en aquella época. Vestidos ajustados y trajes de noche vaporosos.
—Tal vez tengamos que llevarte de compras.
—Me encantaría —le respondo—. Pero la verdad es que tengo un armario lleno en Malibú, y el resto de la casa permanece vacía. —Le lanzo la copia de Elle Decor que he estado ojeando antes—. Si vamos de compras, será a por muebles.
—De acuerdo. Es una cita.
Pero ninguno de los dos dice cuándo. Sé que es ridículo esconderme en el apartamento de Damien; si quiero esconderme, debería aceptar su oferta de abandonar el país. Nunca he estado en Suiza, después de todo. Pero justo ahora, holgazaneando despreocupadamente al lado de Damien, no es el miedo a la prensa lo que me mantiene aquí, sino el dulce placer de estar con el hombre que me completa.
Acaba de terminar la primera película y estamos empezando a ver la segunda, Ella, él y Asta, cuando suena mi teléfono. No reconozco el número y dudo si contestar, pero si ignoro la llamada, entonces sí que me estaré escondiendo, y no quiero ser esa chica.
—¿Hola? —digo con cautela.
—¿Nikki? Soy Lisa. Nos conocimos en la cafetería.
—¡Ah! —Me sorprende saber de ella—. Si estás buscándome para tomar café, hoy no estoy en la oficina.
No menciono que no volveré a estar nunca más en la oficina.
—Lo sé —me contesta—. Escucha, he oído lo que ha pasado y solo quería decirte que lo siento. Los de la prensa son una panda de buitres, y no es justo que te estén haciendo esto.
—Gracias.
—Me he dejado caer por la oficina para verte, Bruce me ha dado tu número. Solo quería hacerte saber que mi ofrecimiento para tomar un café o almorzar sigue en pie. En cualquier momento. Tú solo llámame.
—Lo haré —contesto y no estoy siendo simplemente cortés. Pensé al conocerla que sería agradable tener unos cuantos amigos más en Los Ángeles, y me siento contenta de saber que ella no va a salir corriendo ahora que soy objeto de las burlas.
Blaine y Evelyn llaman también, igualmente horrorizados, para darme su apoyo. Blaine me dice que se siente culpable. Después de todo, es la naturaleza erótica de su arte la que ha dado alas a la prensa.
—No es por eso —le miento—. El motivo de todo esto es el dinero.
No creo que eso le tranquilice, pero le prometo que estoy bien y que Damien y yo volveremos a verlos pronto.
Cuelgo. Me percato de que la única persona que me importa de la que no sé nada aún es Ollie. Casi le menciono eso a Damien, pero no lo hago.
Por lo que a él se refiere, Ollie encabeza la lista de sospechosos de la filtración, y la falta de noticias solo echa más leña al fuego.
También es cierto que, considerando lo brillante y observador que es Damien, seguramente se ha dado cuenta de que Ollie no se ha tomado la molestia de saber cómo estoy.
No creo que él sea el topo, pero no puedo negar que me siento un poco dolida.
—¿Quieres más palomitas? —me pregunta Damien.
Me doy la vuelta para quedarme de lado frente a él, y simplemente me quedo observándole, deleitándome en esa preciosa cara y esos ojos que me ven mejor que nadie.
—Damien.
—¿Qué?
—Nada. —Le sonrío—. Simplemente me gusta decir tu nombre.
—A mí me gusta escucharlo.
Él extiende la mano y acaricia mi cuello por encima de la camisa.
—Damien —digo otra vez.
—¿Sí?
—¿Te molestaría mucho si nos saltamos la película? Tengo otra cosa en mente.
—¿Ah, sí?
Salgo de la cama y extiendo mi mano. Luego pongo un dedo sobre mis labios.
—Sin hablar. No hasta que volvamos a la cama. Esas son mis reglas, ¿de acuerdo?
Movido por el espíritu del juego, él asiente. Sonrío abiertamente, tomo su mano y tiro de él en dirección al baño.
Es tan impresionante como el de Malibú, pero no estoy interesada en la ducha multichorro o el vestidor monstruosamente grande o incluso el toallero con calefacción. Todo mi interés se centra en la bañera, grande hasta el delirio. Abro el grifo y dejo que empiece a llenarse. Entonces me vuelvo hacia Damien y lentamente, sin palabras, comienzo a desvestirle.
Es un trámite delicioso porque me concedo a mí misma un beso en cada diminuta región de piel que queda expuesta. Los hombros. Los brazos. Los pectorales. Mi lengua juega alrededor de su pezón. Lamo su ombligo de arriba abajo.
Y ahí están los vaqueros, que bajo muy lentamente, y le rozo con los labios las caderas. Esos firmes y seductores músculos de sus abdominales inferiores. Y su pene, erecto y listo para mis besos cuando le bajo los calzoncillos.
No rompe las reglas, pero cuando le rodeo la punta con mi boca y saboreo el sabroso, almizclado sabor de este hombre, sus dedos me agarran bruscamente del cabello, y esa es una reacción tan potente como oírle gemir a gritos mi nombre.
Saboreo y jugueteo con su miembro. Le acaricio y le lamo los testículos. Exploro cada pulgada de este hombre cuyo cuerpo he llegado a conocer tan bien, y que conoce el mío con idéntico detalle.
Siento una inmensa satisfacción cuando su mano se agarra con fuerza a la mampara de la ducha, porque sé que sin ese apoyo se habría derrumbado, y he sido yo la que lo ha llevado hasta ese punto.
Sin embargo, no le permito correrse, porque eso no forma parte de mi plan. Todavía no. Pero continuo mi reconocimiento hasta que la bañera está llena por completo y los ojos de Damien muestran tal ardor que sé que voy a ser plenamente complacida.
Ese pensamiento me hace sonreír.
He añadido unas sales de baño al agua, y ahora me meto dentro para luego extender una mano hacia él a modo de invitación. Él me sigue y, a pesar de que queda claro que este es mi juego y que soy yo quien tiene la última palabra, me doy cuenta bastante pronto de que Damien ha llegado a su límite. Ahora es su turno, y cuando me agarra por la cintura y tira de mí, el violento movimiento hace que rebose el agua de la bañera. No protesto.
Al contrario, separo las piernas anticipándome y soy recompensada cuando me coloca sobre su regazo. Me deslizo ligeramente, usando mi cuerpo para acariciarle, y entonces grito sorprendida cuando él me agarra por las caderas y me sienta firme y profundamente sobre su polla. Sonríe abiertamente, y posa un dedo sobre sus labios. Tremendamente húmeda e increíblemente excitada, me inclino hacia delante, deleitándome con la presión que ejerce su miembro en mi interior y la sensación que provoca el roce de su vello púbico sobre mi clítoris.
Comienzo un lento y constante balanceo, un movimiento diseñado para llevarnos a ambos hasta la locura, y a juzgar por la cara de Damien, mi plan funciona a la perfección.
Una y otra vez el placer crece y el único sonido es el chapoteo del agua y el de nuestros cuerpos resbaladizos al encontrarse.
Ese sonido es excitante por sí solo, y me pone mucho más caliente, me excita mucho más. Y mientras estoy montada sobre él, me agarra las caderas y sus fuertes brazos me ayudan a balancear mi cuerpo sobre su tremenda erección. Me empapo de esta sinfonía sexual y miro hondamente a sus ojos conforme ambos, silenciosamente, serenamente, estallamos el uno en los brazos del otro.
A la mañana siguiente me despierto sola e inmediatamente salgo de la cama, planeando ir al encuentro de Damien. El sonido de unas voces, sin embargo, hacen que me detenga y retrocedo hacia el vestidor en busca de algo que ponerme.
Como en la casa de Malibú, Damien ha llenado un armario para mí. Me pongo una camiseta negra y una falda vaquera, luego asomo la cabeza hacia el salón para ver quién hay allí.
Lo que veo me hace detenerme en seco. Damien está de pie sin camiseta en el centro de la habitación. Lleva unos pantalones amplios atados alrededor de las caderas. Se balancea sobre una pierna, sus brazos están extendidos. Estoy tras él y puedo ver los músculos de su espalda conforme mueve sus brazos con un lento y controlado movimiento. Es poderoso y grácil y es solo tras comenzar a sentir una incómoda presión en mi pecho cuando me percato de que estoy, en realidad, conteniendo la respiración.
Tomo aire, y Damien apoya su pie en el suelo, se da la vuelta y me sonríe.
—Taichi —me explica sin esperar a que yo pregunte—. Me mantiene flexible. Continúa. Adelante, Charles. ¿Qué estabas diciendo?
Esa perspectiva de Damien ha acaparado mi atención haciendo desaparecer cualquier cosa alrededor de él. Pero ahora mi campo de visión se amplía y veo a Charles Maynard en el sofá de cuero y acero y un puñado de documentos esparcidos sobre la mesa de café. La habitación está inundada de la luz procedente del muro de cristaleras y eso, junto con la visión de Damien, me hace sonreír a pesar de todo lo que ha ocurrido.
—Nos las estamos arreglando para mantener todas las imágenes originales fuera de los escenarios más destacados —dice Charles—. Estoy un poco sorprendido de que los diferentes editores cedieran frente a la demanda de ayer, pero lo atribuyo a tu reputación y la profundidad de tus bolsillos. Nadie quiere entrar en batalla con Damien Stark.
—Probablemente saben que si me presionan acabaré comprándolos.
—Si lo dices en serio, sin duda transmitiré esa información si recibo cualquier presión.
—Lo digo en serio —le confirma Damien—. Si eso es lo que cuesta acabar con esto, entonces eso es lo que haré.
Está mirándome mientras habla, su expresión tan salvajemente protectora hace que me tiemblen las rodillas. Cruzo la sala hacia el sofá y me siento en el reposabrazos.
—Blaine ha enviado por fax tu declaración de ayer —continúa Charles—. Hemos presentado la solicitud para la orden de restricción temporal a primera hora de la mañana.
—¿De verdad puedes impedirles que hablen de esto?
Charles se vuelve hacia mí. Su expresión es compasiva, pero no deja de ser la de un hombre de negocios.
—Me temo que no podemos hacer eso. Podemos ponerles un pleito por difamación, pero eso requiere que la declaración sea falsa, y Damien me confirma que los rumores son ciertos.
Me arden las mejillas, pero hago un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Entonces ¿qué estás haciendo?
—Queremos detener la publicación del cuadro. O de cualquier otro trabajo de Blaine. Es su estilo el que, en parte, está avivando el fuego. El hecho de que la imagen sea oscura, sensual y erótica.
—Ah. —Las mejillas me arden todavía más—. Pero ¿cómo podéis impedirles que publiquen las fotografías? Vi a los periodistas sacar fotos en la fiesta. Y debe de haber docenas de cuadros de Blaine en el sur de California. Cualquiera puede invitar a los periodistas a pasar dentro para hacer unas cuantas fotos por algo de dinero extra.
—El dueño del cuadro no posee los derechos de autor —me explica Damien—, sino que siguen perteneciendo a Blaine. Así es como estamos manejando esto.
—Por supuesto, ellos pueden seguir publicando fotos tuyas —apunta Charles. Y sé que hay muchas, muchas fotos de Damien y yo juntos.
—Lo entiendo. Supongo que cualquier ayuda es poca. Pero ¿cómo demonios habéis puesto esto en marcha tan rápido?
—Imagino que sabes que Damien es uno de mis clientes más importantes.
—¿«Uno de»? —interrumpe Damien, indignado.
—Mi cliente más importante —rectifica Charles riendo—. Cuando me envía un mensaje resumiendo un asunto urgente, pongo toda la maquinaria a funcionar.
Me quedo mirando a Damien percatándome de que en algún momento de la pasada noche, a pesar de todo lo demás, él ciertamente encontró tiempo para hacer esto por mí.
—Gracias. Gracias a los dos.
—Es solo el comienzo. —Damien mira a Charles—. ¿Has traído el vídeo?
Charles aparta algunos papeles de la mesa de café y saca un DVD de su maletín.
—Todo lo que se ha emitido hasta ahora, y la mayoría de las imágenes sin editar de los exteriores de la urbanización de Nikki que hemos podido obtener.
—¿Por qué? —les pregunto.
—Alguien ha filtrado esta noticia —responde Damien—. Trato de averiguar quién.
—Pero acabáis de decir que si esa es la verdad no hay nada que podáis hacer legalmente.
—No —dice Damien con una leve pero peligrosa sonrisa—. No hay ni una puñetera acción legal que pueda llevarse a cabo. Pero quiero saber quién te hizo esto. No me pidas que me detenga, Nikki, porque no lo haré.
—No voy a pedírtelo —le respondo. La verdad es que yo también quiero saberlo—. Pero ¿cómo va a ayudar revisar las imágenes?
—Voy a identificar a todos los periodistas que te estuvieron haciendo preguntas. Luego Charles o yo mismo tendremos una pequeña charla con cada uno de ellos.
Puede que esté muy mal por mi parte, pero no puedo evitar desear ser una mosca que revolotee por la habitación durante esas conversaciones.
—¿Algo más? —pregunta Damien.
—No respecto a este tema. —Charles me dirige la mirada—. Pero lo de Alemania se está caldeando, Damien. Ellos tienen al conserje ahora. Debemos esperar lo peor.
—Yo siempre espero lo peor. Así es como he sobrevivido tanto tiempo.
—Hay otros asuntos en Europa. Realmente deberías…
—Lo sé —le interrumpe Damien al mismo tiempo que me lanza una rápida mirada—. Pero estoy atado aquí por ahora.
—Un momento. Puede que no conozca los detalles de lo que está ocurriendo, pero si la compañía está teniendo problemas legales en el extranjero y necesitas estar allí, ve. Yo estaré bien.
—Ella tiene razón —insiste Charles—. Te reclaman en Londres.
Me sorprende que Charles haya mencionado Londres y no Alemania.
—¿Sofia? —pregunto, y no puedo evitar percatarme del rostro de asombro con el que Charles mira a Damien.
—Hay problemas financieros de los que debo ocuparme —me aclara Damien.
—Puedes ocuparte de todo en unas pocas horas —añade Charles—. Pero tienes que estar allí.
—De acuerdo —claudica Damien. Cruza la sala hacia el ventanal y contempla la cuidad que se extiende tras el cristal—. Saldré el viernes por la noche.
—Esa es la noche del homenaje en el club de tenis —le recuerda Charles—. Damien, debes acudir.
—Pero no voy a hacerlo. Ya he explicado por qué. Es definitivo.
Miro alternativamente a los dos hombres. Es un pulso, y mi apuesta es por Damien.
Muy pronto, compruebo que he acertado.
—Está bien —cede Charles—. Te marchas el viernes, entonces. Que estés fuera del país es otro argumento que podemos lanzarle a la prensa.
—Me importa un cuerno lo que le digas a la prensa —responde Damien. El tono de irritación de su voz resulta violento—. Ir y volver de inmediato, Charles, y si no puedes conseguir que vaya y vuelva rápidamente en vuelos comerciales, entonces dile a Grayson que volaremos en el Lear.
—Me encargaré de todo.
Damien se gira hacia mí.
—¿Estás segura?
—Hay un montón de cosas en tu currículum, pero estoy bastante segura de que hacer de niñera no es una de ellas. Sí. Estoy segura.
—Está bien, pero quiero que te quedes aquí mientras yo esté fuera.
Me cruzo de brazos.
—Estaré bien en casa.
—Te acosarán. Y acosarán a Jamie —añade, porque me conoce lo bastante bien como para saber que me importa—. Más que nada, eso hará que me sienta mejor. Por favor, Nikki, te lo estoy pidiendo, no me hagas exigírtelo.
Es su modo de dejar claro que él es quien pone las reglas en este juego en el que he aceptado seguir. Asiento con la cabeza como muestra de conformidad. Lo cierto es que yo también prefiero quedarme aquí. Quiero ser lo bastante fuerte como para decir que no me importa si ellos me abordan en las escaleras de mi adosado. Quiero serlo, pero no lo soy.
—Está bien, me quedaré aquí.
—Gracias. Por otro lado, me gustaría instalar un sistema de seguridad más eficaz en tu casa. Charles, cuando salgas dile a Sylvia que se encargue de eso y que le haga saber a la señorita Archer cuándo se llevará a cabo la instalación. ¿Qué? —Me pregunta al percatarse de mi sonrisa.
—Nada.
Por suerte no creo que a Jamie le importune que un equipo de seguridad irrumpa en casa. Y Damien está simplemente siendo Damien.
Como es habitual, me lee el pensamiento.
—Corrijo —le dice a Charles—. Dile a Sylvia que le pregunte a la señorita Archer si le parece bien que le instalen un equipo de seguridad y, si es así, qué momento le parece mejor para realizar la instalación. ¿Mejor así?
Asiento con la cabeza.
—Y gracias.
Acompañamos a Charles a la salida, y tan pronto como se cierran las puertas tras él me acerco a Damien y pongo las palmas de las manos sobre su pecho desnudo.
—Londres, ¿eh? Ya te echo de menos.
—Solo para asegurarnos de que queda claro, no quiero que te quedes en mi apartamento porque me preocupe por ti.
—¿No?
—Te quiero aquí porque me gusta la idea de que estés en mi cama.
—Entonces no hay problema porque a mí también me gusta estar en tu cama. Sin embargo, lo que me gusta más que nada es estar entre tus brazos.