Escocia, isla de Skye
Siglo xv
La lluvia arreciaba en el exterior de la cabaña
cuando unos golpes en la puerta alertaron a Nimue. La sorpresa no
la invadió: era una mujer preparada para recibir todo tipo de
visitas. Vivía sola a las afueras de la aldea, cerca del comienzo
del bosque. Enseguida hizo pasar a una joven cubierta por una
gruesa capa de lana. Al momento reconoció a su hija Yvaine, quien
arropaba un bulto envuelto en el tartán de los Mcleod de Harris,
clan que dominaba la zona noroeste de la isla de Skye.
La hora de la visita extrañó a la mujer. Nimue no necesitó echarle más de un vistazo al rostro de su hija para saber que algo no iba bien. Junto al fuego y tras servirle un caldo caliente, cogió el bulto de entre sus manos para descubrir el rostro de una niña de unos dos años de edad. Ajena al frío, al largo camino en brazos de su madre y al agua de la lluvia, Aila estaba sumida en el más profundo sueño. A Nimue no se le permitía pasar mucho tiempo con su nieta, por lo que las esporádicas visitas de la pequeña las disfrutaba con deleite. No eran buenos tiempos para personas como ellas, por lo que entendía la renuncia de su hija al don familiar. No lo compartía en absoluto, pero hacía años que había descubierto que el amor de Yvaine hacia su esposo merecía ese sacrificio. En cambio, los dioses le habían hablado, y sabía que el futuro de Aila sería muy distinto. Escondió su sonrisa mientras acunaba a la niña. Comprendió que se avecinaban los cambios que llevaba tiempo esperando.
Nimue pasaba los cuarenta años de edad; su experiencia se dibujaba en las hebras canosas que recorrían su melena, recogida en la nuca. Sus profundos y expresivos ojos verdes, marcados por líneas de expresión, interrogaron con la mirada a su hija. Esta, tras desentumecerse con un caldo, que sorbía de un cuenco cerámico, se encogió incómoda y clavó su mirada en el fuego para comenzar a hablar.
—Lean lo ha descubierto. —Suspiró, cansada de la lucha que se libraba en su interior—. Apenas tiene dos años y no he podido evitar que se dé cuenta. Creí que tardaría varios años más en manifestar nuestro don. A la mañana siguiente de Candlemas la niña apareció en el gran salón; ya la conoces, parlotea demasiado para su edad, aunque a veces no se le entiende del todo, pero ayer expresó con absoluta claridad que el Hada del Invierno la visitó portando una vela con una luz muy bonita, y pidió a su padre ir al bosque a hablar con los espíritus.
—Imagino que Lean no puede temer a su propia hija —respondió con sorna Nimue.
—Madre, ya sabes que él no nos teme, solo quiere evitar que los demás murmuren y nos causen problemas —intentó defenderlo Yvaine.
—Cuando haces referencia a «los demás», te refieres a ese hombre de un solo Dios que repudia la sabiduría de nuestros ancestros y convence a nuestra gente de que escuche a ese tal Cristo y no a lo que la Madre Naturaleza nos dice. —Nimue meneó la cabeza con enfado, incapaz de comprender los acontecimientos de los últimos siglos.
—El padre Damian es un buen hombre, y la palabra de Cristo… Bueno, es inútil hablar de esto contigo. —Yvaine desistió en su intento de hacerle ver la bondad que la nueva religión expresaba.
—Hija, ¿a qué has venido? —la increpó Nimue—. Quiero escucharte decir la verdad.
Yvaine no pudo dejar que sus ojos rasgados se inundaran de lágrimas. Hacía varios años que había decidido ignorar su don e integrarse en la vida del clan. Había acogido con sumisión la palabra del nuevo Dios y se había enamorado perdidamente de Lean Mcleod, laird del clan. Aunque este no era un devoto cristiano, nunca entendió la magia que Yvaine manejaba, ni se sentía cómodo ante Nimue y sus predicciones. Todos en aquellas tierras habían crecido escuchando cuentos de hadas, de seres escondidos en los bosques y de personas que conectaban de manera especial con Elphame. Formaba parte de su cultura, y el laird así lo tomaba, como pura mitología. Lean creía que el hombre se hacía a sí mismo, que llevaba siglos dominando la naturaleza y que el papel de la mujer desde el punto de vista del padre Damian generaba armonía en su entorno.
Su fuerte carácter se resquebrajó al conocer a Yvaine: se enamoró de ella, pasando por alto su naturaleza feérica. La quiso como esposa exigiéndole a cambio que olvidara su don. Al año de su matrimonio recibieron la noticia del embarazo de Yvaine y rezaron al Señor para que los honrara con un varón que asegurara la línea de sucesión. Nimue rio para sí cuando la pequeña Aila llegó al mundo la noche de Sanheim, una noche tan especial para aquellos que andan entre los dos mundos como ellas. Este suceso supuso que la niña fuera bendecida con una sensibilidad mayor a la heredada por sus antecesoras.
Yvaine, tras el alumbramiento, supo que la vida y la felicidad de Aila corrían peligro si su don era descubierto. Ella tenía el amor de Lean, pero a Aila no le bastaría el amor de sus padres para sacrificar un don tan especial. Intentó engañarse a sí misma ignorando las señales, pero Lean le había dejado clara su opinión. Y ella, por más doloroso que fuera, debía pensar en el bien de su hija. El distanciamiento con su propia madre se debía a la sensación de haberla traicionado y la culpa por no haber sabido encontrar un equilibrio. En aquel momento, sentada frente a ella, pidió comprensión con su mirada, pues sabía que necesitaba más que nunca la ayuda de su madre.
—Lean y yo —Yvaine tragó saliva para continuar con su petición— queremos que cuides de Aila. No es seguro que viva con nosotros. —La ceja que Nimue levantó le recordó que le debía la verdad—. Más bien, no es bueno para el clan que la hija del laird tenga poderes que dicen estar relacionados con Lucifer. El padre Damian aconsejó enviarla al convento de Iona. Al parecer, allí pueden curarla y sacar al demonio que lleva dentro. —El bufido de su madre la urgió a terminar—. Pero no lo haremos, no creemos que esté endemoniada, eso Lean no lo piensa. Y aunque no lo creas, quiere a Aila y le preocupa su bienestar; por eso desea que cuides de ella. Todos pensarán que la hemos enviado a las monjas. Lean está convencido de que esto lo acercará al rey Jacobo, quien suele estar acompañado por los obispos de la Iglesia.
—Entiendo, y buscarán varón —afirmó más que preguntó al comprender la situación tanto del clan como de su hija. Un varón no solo aseguraba la línea de sucesión, sino que también tenía menos probabilidades de tener el don—. Está bien, hija, Aila será un regalo para mí, no una carga como lo es para él —respondió Nimue al percibir la turbación y el dolor en su hija—. Nos iremos a las montañas. Desde que te casaste con Lean Mcleod, las personas de los otros clanes son más reacias a pedirme consejo. Me desvincularé del clan, no perteneceremos a ningún otro. Y así tendremos la protección de todos. Siempre he sabido arreglármelas sola.
—Madre, la idea de que Aila se quedara contigo surgió de la posibilidad de verla cada cierto tiempo. —El dolor de la separación comenzó a aflorar en Yvaine.
—Hija, si es cierto que Aila puede correr peligro entre los tuyos, debes cortar todo tipo de lazos con ella. No te resultó difícil mentir sobre tu madre —terminó por recriminarle Nimue.
Yvaine calló ante la verdad. Los servicios de Nimue solían hacerla viajar por las islas Hébridas y parte de la costa de las Highlands. A la vuelta de un largo viaje acompañando a su madre conoció a Lean Mcleod. A todos se presentó como aprendiz y no como hija de Nimue. Yvaine había heredado los rasgos físicos de su padre, un marinero que murió al poco de nacer ella, lo cual ayudó a que su mentira fuera aceptada. De su madre heredó lo más preciado que podía darle: el don de viajar a Elphame, y lo había rechazado. Nimue, aunque dolida, aceptó la decisión de su hija y se dejó aconsejar por los espíritus, que la animaban a ser paciente, pues le tenían encomendada una misión: Aila.
—Aila me llamará abuela, pero jamás sabrá de ti —comenzó a planear Nimue—. Pocos son los que saben de nuestra verdadera relación. Aila estará a salvo y yo me encargaré de que desarrolle su don y consiga los objetivos que el destino tiene previstos para ella.
—¿Has… sabes algo sobre…? —Yvaine no quería preguntar sobre la existencia de algo que había negado desde que contrajo matrimonio—. ¿Al Otro lado qué dicen de Aila?
Nimue sonrió con ternura, reconociendo por primera vez en años a su verdadera Yvaine. Era Gente de Astucia, una bruja, y siempre llevaría con ella esa capacidad para conectar con lo natural y lo sobrenatural. Sabía que no podía negar lo que sus sentidos habían percibido.
—Por ahora solo me hablan de una misión —le confesó—. Aila tendrá un gran poder premonitorio, nuestro mundo y el Otro serán mucho más fáciles de franquear para ella de lo que lo son para nosotras. Si la Sabia-que-todo-lo-sabe la visitó en Candlemas, no puede auspiciar otra cosa que algo bueno y maravilloso para ella. Como bien sabes, el camino estará lleno de luz y de sombra, pero yo conseguiré que logre el equilibrio. —Con gran emoción, Nimue se levantó con Aila en brazos y le tendió a su hija el tartán que la envolvía diciendo—: Ahora vete, Yvaine, hija del clan Mcleod de Harris, esposa del laird Lean Mcleod y discípula de la religión de los hombres. Despídete de quien no volverá a ser jamás tu hija.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Yvaine. Se despedía de su verdadera familia. Se prometió que con la sabiduría femenina que las mujeres poseían, tal y como había aprendido de su madre, conseguiría velar por ellas desde la distancia.