CAPÍTULO 10º

EL VERDADERO ROSTRO DE ROBERTO GINER

Roberto Giner sonríe mientras acaricia con gesto lujurioso el amplio y desnudo torso del hombre que hay tendido sobre la camilla metálica.

Luego, se inclina levemente junto a su oído derecho, y con voz suave y sugerente le susurra:

―Eres sin duda un bellísimo ejemplar de macho ibérico, y si las circunstancias fueran otras, no me importaría follarte bien follado.

Tras esto, hace un gesto al hombre del capuchón rojo, que ha permanecido en silencio junto a la puerta de la sala de torturas jugando con dos afiladísimos cuchillos de enormes dimensiones.

―Quiero oírlo gritar, querido Bertrand.

El llamado Bertrand, un gigante negro de más de dos metros de altura y espaldas tan anchas como las de un oso pardo, emite un gruñido de difícil interpretación bajo el capuchón rojo sangre, y luego da un paso hacia el prisionero, que empieza a retorcerse frenéticamente sobre la camilla, pugnando con todas sus fuerzas por liberarse de las correas que lo sujetan.

Entonces, Giner se acerca a él, le quita la mordaza que le impide hablar, y en tono amistoso y amable le pregunta:

―¿Estás dispuesto a colaborar, amigo Hernández, o tendré que dar permiso al bueno de Bertrand para que se divierta?

―¿¡PERO QUÉ COÑO QUIERE QUE LE CUENTEEE!? ―Chilla el llamado Hernández fuera de sí, al tiempo que sus ojos se abren como platos del espanto, al ver al gigantesco Bertrand acercarse a él, acariciando con dulzura casi maternal sus afilados instrumentos de trabajo.

Al oír esto, Roberto Giner simplemente se encoge de hombros con gesto indiferente, y hace un gesto al gigante de ébano, dándole vía libre para iniciar su particular y desagradable tarea.

Luego, se vuelve por última vez al prisionero, emite un triste suspiro y abandona la estancia susurrando en tono apenado:

―Es una verdadera lástima que seas taaan cabezota, amigo Hernández, una verdadera lástima.

Minutos después, los alaridos de dolor y angustia llenan la pequeña sala de torturas insonorizada.

Esa noche, Giner cena con su novio en uno de los restaurantes más caros y prestigiosos de la ciudad.

―¿Qué te pasa, cariño? Estás muy pensativo esta noche ―Inquiere su novio Mathew en un momento dado de la velada.

―Oh. No es nada, mi amor ―responde Giner a su pareja, que no sabe en qué trabaja realmente su amado―. Es sólo que hoy tuve que reprender duramente a uno de mis subordinados; y ya sabes lo malo que soy para esas cosas.

―Oh, cariño… ―Matt estira su mano por encima de la mesa del local para oprimir con gesto cariñoso la de Roberto―. Con lo sensible y dulce que tú eres. ¡Ha debido ser una experiencia realmente horrible! ¿Qué digo horrible? ¡Espantosa!

―No lo sabes tú bien, Matty querido ―replica Giner dibujando en su semblante una falsa mueca de malestar tan perfecta, que su pareja a punto está de romper a llorar ante la atónita mirada del resto de clientes del lujoso y exclusivo restaurante.

Esa noche, después de haber hecho el amor y antes de quedar dormidos abrazados el uno al otro, el bueno de Mathew vuelve a la carga con el tema:

―Imagino que si lo has hecho ha sido porque se lo merecía.

―Oh, por supuesto ―responde Giner ya medio dormido, para luego agregar en tono pícaro mientras se gira levemente para acariciar el rostro de su amante, adornado por una descuidada y varonil barba de tres días―: ¿Por quién me tomas? ¿Por uno de esos malvados tiranos que pululan por ahí, que disfrutan haciendo la vida imposible a sus empleados?

―Oh, my God! ―Exclama Mathew como respuesta ante la insinuación de su hombre, al tiempo que se incorpora en el lecho, y con gesto netamente femenino, se lleva la diestra a la altura del musculoso y oscuro pecho.

―¡Ya lo sé, tontín! ―Ríe entonces Giner, mientras estira su mano hacia el tremendo paquete de su amante de raza negra―. Sólo estaba bromeando.

FIN 1ª PARTE

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agente K: Intrépida y sexy
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