CINCO
Mientras estaban tomando el desayuno en el patio, bajo el sol de la mañana, Vin comenzó la indagación.
—Si empiezo a salir regularmente contigo, Superman —decía Judy—, voy a engordar.
Estaba entretenida tomando un desayuno compuesto de pomelo, huevos con jamón cocido, tostadas y café, y comía como si no lo hubiera hecho en días.
Vin se había decidido por un jugo de naranja, café y un cigarrillo. Sonrió afectadamente.
—Esto es lo que sucede por andar con chicos, nena —dijo—. No pueden darse el lujo de alimentar a una chica como tú. No te preocupes por la gordura. Te haré hacer suficiente ejercicio como para que mantengas el peso.
Judy se sonrió tontamente.
—Tienes algo... consérvalo.
—Cuéntame de tu viejo —dijo Vin como al pasar—. No se llevan bien ustedes dos, ¿no?
—Éste es el eufemismo del año— dijo Judy, poniendo manteca a una tostada—. No quiero hablar de él. Me fastidia.
—Pero esas estampillas de las que me hablabas...
Vin sacó otro cigarrillo.
—Dijiste que alguien le ofreció un millón por ocho estampillas. ¿Estabas exagerando?
—No. Vi la carta sobre su escritorio.
Ella puso un montón de mermelada sobre la tostada.
—Te lo aseguro.
— ¿Quieres decir que algún chiflado ofreció realmente todo ese dinero por ocho malditas estampillas?
—Así es. Me dio dolor de estómago. ¡Toda esa plata! ¡Lo que podría hacer yo con ella! El bastardo estúpido simplemente tiró la carta al tacho de basura.
—Exactamente, ¿qué son esas estampillas?
Ella se encogió de hombros.
—Oh, algo que consiguió. La gente siempre le está mandando estampillas. No sé. Mira, Superman, olvidemos al viejo. Hablemos de otra cosa.
Vin se sirvió otra taza de café.
— ¿Quién es ese tipo que ofreció toda esa cantidad, de dinero?
Judy hizo una pausa mientras comenzaba a enmantecar una tostada. Sus verdes ojos se pusieron indagadores.
— ¿Por qué razón debería importarte?
Vin se dio cuenta de que estaba pisando terreno peligroso.
— ¿Así que no sabes?
— ¿Y si sé?
—Bueno, muy bien, nena, si quieres convertirlo en un misterio —encogió los hombros—. Simplemente tenía curiosidad.
—Oh, olvidemos las estampillas.
Masticó la tostada.
—Vamos a nadar. Conozco un lugar maravilloso donde se puede nadar desnudos.
—Muy bien.
Recordando la advertencia de Elliot de no apurar las cosas. Vin decidió de mala gana dejar la indagación para otro momento.
Después que terminaron el desayuno y que Vin pagó la cuenta por la estadía de la noche, fueron juntos al Jaguar.
Anduvieron unas veinte millas por el camino de la costa y luego bajaron por una senda angosta y arenosa que llevaba a una abierta ensenada que tenía acceso al mar.
Dejaron el auto, se desnudaron y nadaron; luego, poniéndose bajo la sombra de un grupo de palmeras, se tendieron, uno al lado del otro.
—Esto es vida —dijo Judy—. ¡Hombre! ¡Si pudiera hacer esto todos los días! ¿Te quedas por mucho tiempo, Superman?
— ¿Qué harías si tuvieras un millón de dólares, nena? —preguntó Vin, mirando fijo hacia arriba las colgantes hojas de palmera.
— ¿Todavía estás pensando en eso?
Judy se dio vuelta de costado y lo estudió.
— ¿Qué pasa con eso?
—Te estoy haciendo una pregunta —dijo Vin, sin mirarla.
—Bueno, muy bien... con esa cantidad de dinero me iría de este maldito país. Iría a París y me compraría un lujoso departamento y me metería en la vida de allí... la vida que quiero vivir. Me divertiría. Tendría otro lugar en Capri. Allí también me divertiría. Con todo ese dinero aparecerían los hombres. Ni siquiera tendría que ir en su búsqueda.
—Si tu viejo tiene todas esas estampillas, ¿se daría cuenta de que le faltan esas ocho, si tú las robaras? —preguntó Vin.
Judy se quedó callada por tanto tiempo que Vin, preocupado, pensó que se había apurado demasiado,
—Sí, se daría cuenta de que le faltan. Se pasa la mayor parte del tiempo encima de las estampillas mirándolas con codicia y ahora que este tipo le ofrece todo ese dinero, te apuesto que las mira a éstas con más codicia que a las otras.
— ¿Qué tipo?
Judy estaba sentada, cubriéndose los pechos desnudos con las manos.
—Podrás pensar que soy tonta, Superman, pero te voy a sorprender. ¿Estás pensando en tratar de conseguir esas estampillas y vendérselas al hombre que hizo esa oferta?
Era esto, pensó Vin. Lo había apurado, pero ésta podía ser la única oportunidad. Se volvió de costado y la miró.
—Es una idea que se me ocurrió a mí —dijo—. Si conseguimos una ganancia así, la dividiríamos por la mitad o si quieres quedarte conmigo podríamos compartir el total y divertirnos juntos.
Se miraron fijamente.
— ¿Verdaderamente, quién eres? —preguntó ella—. Ese ejecutivo contable de mierda, no me convence. ¿Quién eres?
—Un tipo que está en el negocio del robo.
Vin se sonrió burlonamente.
—Como tú: sediento de plata. Tú y yo podemos trabajar esto... como compañeros.
Ella se levantó y se limpió con una toalla la arena de las nalgas y de las piernas. Él estaba allí tendido, observándola, tenso, preguntándose si había hecho una mala o una buena jugada, pero demasiado apresurada. Sintió una ansiedad que iba en aumento, mientras ella se vestía en silencio.
—Bueno, ¡por amor a Pedro, di algo!
Ella miró hacia abajo.
—Déjame decirte algo, Superman. No tengo confianza en nadie y eso te incluye a ti. Si piensas que eres lo suficientemente astuto como para conseguir esas estampillas, te ayudaré, pero no te voy a dar el nombre de quien las quiere comprar. Yo manejaré el punto final de esto. Y si es que va a haber una división, va a ser con mis condiciones. Siete cincuenta para mí y dos cincuenta para ti.
"Una chica tramposa —pensó Vin—. Muy bien, sigamos el juego. Consigue las estampillas, después yo controlaré el asunto. Si se imagina que va a ser ese tipo de división, necesita hacerse ver de la cabeza, pero muy bien, sigamos el juego."
Se levantó y se vistió, mientras Judy iba caminando hacia el Jaguar. Cuando terminó de vestirse fue junto a ella
—Tomemos un trago —dijo ella entrando al auto—. Estoy sedienta como un camello.
La llevó a un bar de la playa y le pagó un doble gin tonic, él tomó una cerveza. Era demasiado temprano como para que el bar estuviera lleno de gente, así que se sentaron a una mesa solitaria debajo del toldo y Vin comenzó el juego.
— ¿Cómo conseguimos las estampillas nena? —preguntó.
Ella lo miró.
—Eres perspicaz, ¿no?
—Deja el diálogo astuto —dijo Vin en forma cortante—. ¿Vamos a trabajar juntos en esto o no?
Ella tomó la bebida mientras lo seguía mirando.
— ¿Te imaginas, Superman, que de habérseme presentado una oportunidad, yo no hubiera tomado y vendido inmediatamente las estampillas y me habría ido? No hay caso. El viejo asqueroso tiene la colección protegida.
—Tal vez trabajando los dos en ello, podríamos llevarlo a cabo.
Ella sacudió la cabeza.
—Esto es perder el tiempo. No las vas a conseguir, así que olvídalo. Conversemos sobre lo que haremos esta noche.
—Donde entra a tallar el dinero —dijo Vin—, nada es pérdida de tiempo, ¿dónde guarda su colección?
—En la casa. Tiene un gran cuarto, lleno de cajones puestos en fila. En cada cajón hay estampillas colocadas bajo vidrio y cada uno de ellos está conectado por un cable a una alarma contra robos. Hay cientos de cajones y miles de estampillas. Créeme, buscar una determinada estampilla, es como buscar una virgen en esta ciudad... exclusivamente para estúpidos.
— ¿Cómo es el sistema de seguridad?
—Alarmas complicadas conectadas con la policía. Cada cajón se cierra con llave automáticamente en el momento que baja la palanca del interruptor, cuando él no está en el cuarto. El interruptor está en una caja de acero embutida en la pared y siempre tiene la llave encima. Hay un circuito cerrado de televisión y la pantalla es observada por la guardia de seguridad día y noche cuando él no está.
Ella hizo una mueca.
—Cuida sus estampillas... eso es lo que más le importa.
Vin almacenó esta información en la memoria. Después de una larga pausa dijo:
—Muy bien... pero supongamos que entro en el cuarto sin que se ponga en funcionamiento la alarma, ¿cómo encuentro estas ocho estampillas?
Ella lo miró fijamente y luego se rió.
—No puedes entrar.
—Dije, suponiendo que lo hiciera.
Ella se encogió de hombros.
—Encontrarás algo como ochocientos cajones todos con miles de estampillas dentro, todas bajo vidrio y los cajones conectados por cables a la comisaría y vigilados por guardias de seguridad, así que si tocas sólo uno de los cajones, te meterás en un montón de líos.
Las alarmas contra robos, los circuitos cerrados de televisión y la policía no le preocupaban a Vin. Era un experto en su terreno, pero lo que le preocupaba era la idea de entrar en el cuarto y luego tratar de encontrar ocho determinadas estampillas.
—Mira, nena —dijo—, tu viejo no puede tener una memoria milagrosa. ¿Supongamos que quiere una estampilla particular entre todas esas miles? Debe tener un sistema para encontrarla rápidamente.
—Lo tiene. Los dos juntos lo inventamos... eso fue antes de que muriese mamá y antes de que me diera cuenta de que había algo más en la vida que pavear con un montón de estampillas aburridas.
Vin sintió que se le aceleraba el pulso.
— ¿Cómo es el sistema, entonces?
—Es simple. Cada cajón tiene un número. Él tiene un registro. Por ejemplo, las estampillas de U. S. A. están en cajones numerados del uno al ciento cincuenta. Estos cajones están clasificados por fechas y por estampillas raras. Durante el día lleva el registro encima y de noche lo guarda en la caja fuerte de su dormitorio.
— ¿Cómo es?
—Un pequeño libro de cuero con hojas sueltas que lleva en el bolsillo interior de su saco. Si no es golpeando al viejo buitre en la cabeza, nadie lo conseguirá.
Vin terminó su trago.
—Entonces, ¿qué pasa si le golpeamos la cabeza?
—No hay ninguna posibilidad. Sólo sale una vez por semana para jugar al golf, de lo contrario está en el cuarto de las estampillas. Cuando va al club de golf sale con el chofer. El camino siempre está imposible de tráfico, de modo que nadie puede asaltar su auto. No hay posibilidad tampoco de entrar a la casa. Tiene un equipo de cinco personas y están siempre alrededor. Puedes olvidarlo. Sin el registro, te puedes olvidar de las estampillas... de modo que sácate de la cabeza el millón de dólares.
Vin tenía ahora la mayor parte de la información que quería. No era cuestión de perder más tiempo con esta chica.
—Muy bien..., lo pensaré. Si se me ocurre una idea, ¿quieres que hagamos un trato?
— ¿Qué trato?
—Yo consigo las estampillas. Me das el nombre del comprador y dividimos el botín.
—Ésa no es la idea que yo tengo de lo que es un trato, Superman —dijo ella y terminó el trago—■. Yo me quedo con siete cincuenta y tú te quedas- con el resto.
Vin se sonrió sarcásticamente.
—Muy bien... muy bien.
—Y yo me manejo con el comprador, Superman
Vin vaciló sólo un momento, luego, al darse cuenta de que lo tenía atrapado por todos lados, se sonrió nuevamente.
—Trato hecho.
Ella asintió.
—Bueno, vamos.
Se levantó.
—Tengo que hacer. ¿Qué te parece mañana en la noche?
— ¿Por qué no hoy en la noche?
Él sacudió la cabeza.
—Estoy comprometido. Mañana en la noche te llevo
al club Low-Life. Confórmate, nena... es cosa tuya.
— ¿Con quién estás comprometido esta noche?
Ella lo estaba estudiando suspicazmente.
—Oh, un muchacho... vamos, nena, salgamos.
Fue con él al Jaguar.
— ¿Quieres que te deje en tu casa? —le preguntó al arrancar el auto.
— ¿Quién quiere volver a casa? Déjame en Plaza Beach. Pasaré el día allí.
Mientras ponía en movimiento el auto, Judy continuó:
—Dame algo de plata. Superman. Si no te veo esta noche, tengo que comer. Dame cien dólares.
—Los chicos amigos tuyos te pueden alimentar. Yo sólo cambio plata por especias.
— ¿No recibiste especias ya, maldito hijo de puta? —preguntó. Pero cuando la dejó a la entrada de Plaza Beach él le dio treinta dólares.
Le arrebató el dinero de las manos, le sacó la lengua y luego se fue, meneando las caderas.
Por primera vez desde que era secretario de Hermán Radnitz, Hotz falló en el cumplimiento de las instrucciones de su amo.
Le habían dicho que vigilara a Don Elliot y que presentara un informe diario de sus actividades. De vuelta en su oficina, había llamado por teléfono a Jack Lessing, que tenía a su cargo un equipo de expertos, especializados en esta clase de trabajo. Lessing le había dicho que no había ningún problema y que pondría cuatro hombres ya mismo a trabajar. Seis horas más tarde Lessing, bajo, delgado con ojos de lobo y pelo ralo, entró a la oficina de Holtz. Sin perder tiempo, le informó que Elliot había desaparecido y que sus hombres no podían encontrar ni rastros de él.
—Tengo diez hombres que están a la caza, pero hasta ahora no hay señales —dijo Lessing—. No abandonó la ciudad por tren ni por avión, pero pudo haber usado el auto. Su Alfa no está. No podemos sacar nada de sus sirvientes. Así que, ¿qué quiere que haga?
Holtz lo miró fijo y la expresión de sus ojos hicieron que Lessing se sintiera inquieto.
— ¡Encuéntrelo!—gruñó Holtz—. ¡Éste es su trabajo... para eso se le paga! No puede ser difícil. Es conocido por todos lados. Ponga a trabajar en esto al sindicato... consiga a todo hombre capaz... pero encuéntrelo.
Cuando Lessing salió, Holtz se quedó sentado pensando si debía esperar otras seis horas antes de decírselo a Radnitz. Existía una gran probabilidad de encontrar a Elliot, con toda la organización de Lessing en su búsqueda, pero decidió que iba a tener que avisarle a Radnitz de que había una dificultad.
Salió a la terraza donde éste estaba hablando por teléfono con Berlín. Trataba un negocio en ese momento y Holtz esperó a que colgara el receptor.
— ¿Qué hay? —preguntó, dándose vuelta para mirar a Holtz.
Holtz le contó y siguió explicándole qué se había hecho. Mientras Radnitz escuchaba, su cara rechoncha se iba poniendo sombría y los ojos saltones echaban chispas de enojo.
Holtz esperaba recibir una crítica feroz. Estaba preparado aun para que lo despidieran y se quedó pasmado cuando Radnitz pareció controlar su enojo y señalándole una silla, dijo con voz tranquila:
—Siéntese.
Un poco incómodo, pues nunca se había sentado antes en su presencia, Holtz tomó una silla.
— ¿Cuánto hace que trabaja para mí? —preguntó Radnitz, sacando un cigarro de una cigarrera de cuero de chancho y cortándolo con un cortador de oro.
—Van a ser cinco años el mes que viene, señor.
Radnitz asintió.
—Estoy conforme con usted. Tiene mi confianza. Pienso que debía haberle dicho por qué hay que encontrar a Elliot.
Holtz se quedó duro. Esto era lo último que esperaba oír y, como estaba sorprendido, decidió callarse
Radnitz encendió el cigarro, luego clavó la mirada en la distante playa, llena de gente que tomaba sol y nadaba.
—Estoy buscando ocho estampillas rusas —dijo—. Provienen de un lote que nunca fue impreso para el público. Cayeron en manos de un científico ruso, que se había enamorado de una norteamericana a quien había conocido en Berlín Oriental. Le habían advertido que no siguiera con ella. Aparentemente aceptó, pero en su interior planeó desertar. Sabía que las estampillas iban a ser valiosas y tenía que tener reservas para él y esta mujer, una vez que dejaran Rusia. Redactó un informe de su trabajo. Este informe es de considerable valor para los enemigos de Rusia. Lo dividió en ocho micropuntos, cada uno de los cuales correspondía a una de las estampillas, otorgándoles un valor inapreciable. No necesitamos entrar en detalles sobre el informe pero se trata de algo por lo que la C. I. A. pagaría enormes cantidades de dinero. Este científico persuadió a un amigo de que llevara de contrabando las estampillas, de Rusia a Berlín Oriental. La norteamericana las recibió pero el científico había salido demasiado tarde y fue arrestado. Torturado, reveló lo que había hecho. Enterada del arresto de su amante, la mujer viajó por avión a París. Vendió las estampillas a un comerciante francés y con la ganancia fue a Nueva York. El comerciante, sin saber nada de los micropuntos, vendió las estampillas a un cliente que fue raptado, pero murió de un ataque al corazón antes de que sus capturadores descubrieran lo que había hecho de las estampillas.
Éstas desaparecieron.
Radnitz hizo una pausa mientras dejaba caer con unos golpecitos la ceniza del cigarro.
—Como usted sabe yo hago considerables y provechosos negocios con el gobierno soviético. Me pidieron si podía colaborar y he prometido hacerlo. Hice una investigación muy completa de las estampillas, financiada por ellos. Desgraciadamente, las noticias se han transmitido a la C. I. A. y ellos también están buscándolas. Tengo que moverme con cautela. Por el momento la C. I. A. está concentrando la investigación en los pequeños coleccionistas, especialmente en los coleccionistas rusos. Mi investigación me ha llevado hasta un hombre llamado Paul Larrimore que vive en esta ciudad. Yo creo que él las tiene y le he hecho una generosa oferta que él ha ignorado. Esto no quiere decir nada. O las tiene y no las quiere vender o no las tiene y no tiene la amabilidad de decirlo. Raptarlo y obligarlo a declarar sería una solución simple, pero esto podría provocar publicidad y alertaría a la C. I. A.
Radnitz aspiró una bocanada de humo, la cara como de piedra.
—Ahora me he acercado a Claude Kendrick, quien conoce a este actor llamado Elliot, que parece ser el único contacto con Larrimore. Elliot está desesperado por dinero y ha aceptado tratar de conseguir las estampillas.
Tengo mis razones para no confiar en Kendrick. Si Elliot las consigue y se las da a Kendrick, éste podría tratar de encontrar un mejor postor que yo, así que es importante para mí saber cuándo Elliot recibe información y cuando tiene las estampillas. De modo que hay que encontrarlo en seguida.
Holtz pensó por un momento.
—Si él tiene intención de conseguirlas, señor, todavía debe estar en la ciudad. Esto limita el campo, voy a alertarlo a Lessing.
—Lo dejaré en sus manos.
Radnitz hizo una pausa y miró fijo a Holtz.
—Le he explicado esto porque quiero que se dé cuenta de lo importante y seria que es esta operación. Si tengo las estampillas estaré en una posición excelente para negociar con los rusos. El proyecto de la central hidroeléctrica de Kazan camina lentamente. Si les entrego esas estampidas, me darán el contrato para la central. Es tan simple como eso. No tengo necesidad de decirle lo valioso que es este contrato. Espero que me comuniquen que Elliot ha sido localizado en las próximas veinticuatro horas.
A modo de despedida, Radnitz tomó el teléfono.
Un montón de preguntas se le cruzaron por la mente a Vin mientras manejaba de vuelta al bungalow.
¿Sabía Elliot el valor real de las estampillas?, ¿lo sabía Kendrick? ¿Cuánto le había ofrecido Kendrick a Elliot?; mucho más de los cincuenta mil que éste les ofrecía a ellos, esto era seguro. Pero, ¿cuánto más? Luego meditó sobre la información que había conseguido de Judy. El robo en sí no le preocupaba, estaba seguro de que iba a poder manejar las alarmas y el circuito cerrado de televisión, pero, ¿cómo apoderarse del registro? Se le ocurrieron varias ideas, pero las fue rechazando uno a una por ser demasiado peligrosas. Vin sabía que sus propias habilidades no eran suficientes como para organizar un robo complicado como éste. Una falla, un movimiento en falso y se le escaparía un millón de dólares. La idea lo hizo transpirar. No, tendría que pasarle a Elliot algo de la información de Judy. Luego, si tenían éxito y conseguían las estampillas, tendría que arreglar con él y también con Judy. Ya se había decidido, no iba a haber reparto de este robo. Iba a ser el Gran Robo para él y nada para el resto.
Encontró a Elliot, Cindy y Joey en el jardín. Lo miraron con expectativa mientras se acercaba. Tomó la cuarta silla.
— ¿Dónde has estado?—preguntó Joey—. Estábamos preocupándonos. ¿Qué ha pasado?
—Bastante —Vin se sonrió irónicamente—. La tengo amansada a esa chica Larrimore y poseo la mayor parte de la información que necesitamos.
— ¡Qué rapidez!
Elliot parecía asombrado.
— ¿Quiere decir que usted ya le habló de las estampillas?
—Seguro... era natural. Ella sola trajo el tema.
— ¿Las tiene Larrimore?
Vin señaló con el dedo a Elliot.
—Un momento, compañero... Yo haré las preguntas. ¿Cuánto le ofreció Kendrick por las estampillas?
—Lo que me ofreció no es asunto suyo —dijo Elliot serenamente—. Ustedes tres aceptaron trabajar para mí por cincuenta mil dólares.
Vin sacudió la cabeza.
—Ahora no, compañero, yo estoy hacienda el trabajo. No podrían llegar al punto principal sin mí. Estas estampillas valen mucho dinero... así que díganos qué le ofreció Kendrick.
Elliot dudó, luego se encogió de hombros.
—Doscientos mil. Como la idea y la conexión son mías, cincuenta mil es un reparto justo para ustedes tres.
— ¿Le parece? —Vin estaba muy seguro de sí mismo—. Digo que no. Va a ser más que eso.
Elliot miró a Cindy y Joey.
— ¿Están conformes con el reparto... quieren más?
—No se ocupe de ellos. Yo quiero más —dijo Vin—, y lo voy a obtener. Aquí está el nuevo convenio. Yo me quedo con cincuenta, ellos con cincuenta para los dos y usted se queda con cien.
Habiendo escuchado y sabiendo que una vez que la operación se terminara, él y Cindy se liberarían de Vin, Joey dijo con calma:
—Esto todavía lo deja al frente, señor Elliot.
Éste pensó por un momento. Esta reducción de la ganancia significaría unos pocos meses menos de vida y se dio cuenta de que ahora estaba dejando de importarle.
—Muy bien, trato hecho. ¿Tiene las estampillas?
—Sí —Vin siguió hablando sobre el registro—. Éste es el problema. Sin ese índice, no las encontraremos nunca. Pero apenas sepamos el número del cajón en el que están, las puedo conseguir.
—Ése no es problema nuestro —dijo Elliot—. El trato que yo hice con Kendrick es que si yo le puedo dar seguridad de que Larrimore tiene las estampillas y le digo cómo encontrarlas, él me paga. Usted me ha dado la información necesaria. No tenemos que hacer nada más. Conseguirlas es problema suyo. Mañana a esta hora tendremos la plata y podremos irnos de la ciudad.
Vin lo miró de soslayo.
—Si un desgraciado como Kendrick quiere pagarle doscientos mil, ¿cuánto se imagina que va a sacar él cuando las venda?
—Eso es negocio suyo —dijo Elliot con impaciencia—. Cien mil son suficientes para mí. Voy a ir a verlo ya mismo, le doy la información y arreglo el pago.
— ¡Espere! ¿Supóngase que yo le diga que puedo averiguar quién es el comprador con el que está tratando Kendrick? ¿Supóngase que yo le diga que este comprador pagaría quinientos billetes de los grandes y eso pudiera llegarnos a nosotros en lugar de llegarle a Kendrick?
Elliot lo miró fijo.
— ¿Sabe quién es el comprador?
—Puedo averiguarlo.
— ¿Cómo?
Vin se sonrió sarcásticamente.
—No se preocupe por eso. No estoy bromeando. Yo puedo averiguarlo. Ahora oiga, sería una locura tratar directamente con Kendrick. Ese desgraciado le pagará doscientos y se guardará en el bolsillo trescientos, por nada. Con mi información podemos robarlas y luego vendérselas al hombre de Kendrick por quinientos mil, dejando a éste fuera del convenio.
Observando la excitación de la cara de Vin y la voracidad de sus ojos, Elliot sintió repentinamente la seguridad de que Vin estaba planeando traicionarlos no sólo a Kendrick, sino a Cindy, a Joey y a él mismo. No tenía idea precisa de cómo iba a funcionar la traición, pero estaba seguro de que esto era lo que planeaba.
Sintió una ola de entusiasmo que lo atravesaba. Esto podía ser más divertido que vivir endeudado y compadeciéndose porque tenía un pie artificial. Había hecho seis películas en las que él, como héroe, había enfrentado con su ingenio a ladrones como Vin. Los autores del guión habían tenido cuidado de que su ingenio fuera siempre más agudo, y que al final saliera airoso. Pero ahora esto sucedía en la vida real: no era una película de suspenso que se colocaba en un envase de lata y era exhibida en todos los cinematógrafos del mundo. Ningún guionista iba a cuidar de él. No iba a haber ningún director que gritara: ¡Corten!, cuando la secuencia se hiciera demasiado cruda.
"Muy bien —pensó—, comprueba cómo eres de inteligente. Vamos a actuar como si fuera una película. ¿Qué puedo perder de todos modos? ¿Unos meses más de vida? Si no consigo el dinero, están las pastillas somníferas para ocuparse del oscurecimiento final. Así que simularé que sigo jugando con usted. Podría ser que yo fuera más tramposo de lo que pienso que es usted. Por lo menos, podría ser divertido... actuando como en una de mis películas, pero esta vez en la realidad."
—Es una idea —dijo—. Entonces, ¿qué piensa hacer?
Vin se movió con inquietud.
—Repasemos otra vez esto: ahora tenemos la oportunidad de conseguir quinientos mil. Vamos a pensar otro convenio. Joey y Cindy reciben cien y usted y yo doscientos cada uno, ¿qué les parece?
Joey escuchaba y se preocupaba. ¡Cien mil dólares! Ésta era una cantidad de dinero que nunca había soñado. Se amilanó ante la idea de la sentencia de prisión que tendrían Cindy y él si se frustraba esta operación.
"— ¡No... no nos cuente! —exclamó—. ¡Nunca hemos hecho un trabajo de este calibre y no queremos hacerlo ahora!
Vin miró despectivamente al viejo.
—Muy bien, entonces, apártese. Elliot y yo podemos lograrlo sin ustedes dos. Así que muy bien... vuelva a su vida mezquina si eso es lo que quiere
Cindy se inclinó hacia adelante, sus ojos centellantes.
— ¡No es ésa la forma de vida que quiero! —dijo ella—. Estoy harta de la existencia mezquina.
Lo miró a Joey.
— ¡Muy bien, papá, si tú quieres abrirte yo no voy a tratar de persuadirte, pero yo me quedo adentro!
Joey la miró fijo, indefenso, luego levantó las manos con un gesto de desesperación.
—Pero escucha, nena...
—¡Me quedo adentro! ¡Esto es definitivo!
Joey miró a Elliot.
—Bueno, señor Elliot, entonces nos quedamos adentro, pero, ¿cómo podemos ayudar? No sé cómo entramos en esto.
—Ahí es donde el niño prodigio tiene la oportunidad de actuar —dijo Vin—. Yo puedo arreglar las alarmas y robar las estampillas si sé dónde están. Ése es mi trabajo y lo puedo hacer. Elliot tiene que imaginar la forma de sacarle el registro a Larrimore. Si no los puede utilizar a ustedes dos, quedan afuera. Esto es únicamente para trabajadores.
Cindy miró a Elliot con esperanzas.
—Sabemos que Larrimore lleva el registro en el bolsillo interior de su saco —dijo Elliot después de pensar un momento. De noche el registro está en una caja fuerte en su dormitorio.
Miró a Vin.
— ¿Correcto?
—Sí.
—Joey... ¿cree que podría sacarle el registro a Elliot si lo tuviera cerca?
Joey no se inquietó.
—Sí... eso no es problema.
— ¿Qué le parece si hace una demostración?
Elliot se levantó y entró al bungalow. Tomó un librito de un estante de libros y lo colocó en el bolsillo interior de su saco, luego salió nuevamente al jardín.
—Tengo un libro en el bolsillo de mi saco, Joey. Veamos si lo puede sacar.
Cindy estaba de pie al lado de Elliot, se movió, pareció tropezar con él y lo empujó.
—Perdón —dijo—. Me resbalé. Vamos, papá, muéstrale:
Joey se sonrió incómodo.
—No está más, ¿no, señor Elliot?
Cindy tenía el librito en la mano.
—Impresionante— dijo Elliot—. Muy bien, lo pensaré.
Dejándolos, se fue al dormitorio y se tiró sobre la cama.
Estuvo tirado pensando, mirando fijo al cielo raso durante una hora. Luego, cuando Cindy llamó a almorzar, se levantó y se reunió con los otros tres en el pequeño comedor.
— ¿Tiene alguna idea, compañero? —preguntó Vin mientras cortaba el bife que tenía en el plato.
—El problema es llegar a Larrimore —dijo Elliot—. Sólo sale en su auto No recibe visitas, pero tengo una idea que puede resultar.
Miró a Cindy.
—Tú tendrás que manejar esta parte. Después de haber visto tu demostración creo que podrías hacerlo. Acá tienes la idea: Larrimore recibe una carta donde la firmante, ésa eres tú Cindy, le cuenta que ha recibido en herencia una colección de estampillas de su abuelo. Ha oído que los comerciantes ofrecen muy poco o nada por estampillas valiosas. No tiene idea si la colección es valiosa o no. Le hace la consulta pues ha oído que es un famoso filatelista. Le pide si podría verle la colección y, si tiene algún interés en aconsejarle. Creo que ésta es la clase de carnada que puede hacer que Larrimore reaccione. Dirás que tu abuelo empezó la colección cuando era joven. Esto le puede hacer pensar que podría haber algunas estampillas de valor en el álbum. Podría ser que te invitara a visitarlo. Si lo hace, depende entonces de ti que consigas sacarle el registro. Sabemos que las estampillas están ordenadas por países. Si te apoderas del registro y mientras él esté examinando tus estampillas, busca la sección CCCP. Podrías tener la suerte de encontrar el número del cajón que contiene las ocho estampillas que queremos. Es un tiro al aire pero puede salir bien. ¿Qué piensas?
—Es brillante —dijo Vin, disgustado porque no había pensado en esto él mismo—. Podría resultar.
—Lo haré yo —dijo Joey—. No quiero que Cindy lo haga.
Elliot sacudió la cabeza.
—Lo siento, Joey, pero lo tiene que hacer Cindy. Con sus miradas lo va a dejar indefenso a Larrimore. Le va a halagar que una chica joven le vaya a. pedir consejo.
La miró a Cindy.
— ¿Vamos a probar?
Cindy asintió.
—Muy bien. Haré un borrador de carta para que tú la escribas.
Elliot miró a Joey.
— ¿Puede ir a la costa y echar una mirada por los negocios de baratijas que hay por allí? Estoy seguro de que va a encontrar un viejo álbum de estampillas Lleno de cosas sin valor que podrá llevar por unos pocos dólares. Cuanto más viejo parezca, mejor. Luego vaya a uno de los mejores comerciantes de estampillas y compre tres o cuatro. Tienen que ser de alrededor del 1900, no más actuales. Dígale al comerciante que quiere hacer un regalo y que no entiende nada de esto. Pague hasta cuatrocientos dólares. Tenemos que hacer que el álbum tenga algo de interés, o Larrimore puede entrar en sospechas.
Joey asintió.
Elliot terminó su bife y empujó el plato.
—Ahora usted, Vin.... ¿cómo va a averiguar el nombre del comprador?
Vin pensó rápidamente. Se dio cuenta de que sin Cindy no podría conseguir el registro. Debía tener cuidado de que Elliot no sospechara que planeaba traicionarlo.
—Judy Larrimore sabe quién es.
Elliot se cortó una rebanada de queso y luego le pasó el plato a Vin.
— ¿Cómo lo averiguó ella?
—Leyó una carta que encontró en el escritorio del viejo.
— ¿Por qué no le ha dicho quién es el comprador?
Vin sintió que le caía una gota de transpiración por la cara.
—Me lo dirá. Tengo que ablandarla un poco.
— ¿Y cómo lo hace, Vin?
Los ojos indagadores de Elliot hicieron que Vin alejara la mirada.
—Yo lo arreglaré. Déjelo por mi cuenta.
—Perdón, Vin, hay cosas que no me convencen —dijo Elliot—. Vamos a poner las cosas en claro. Acabamos de hacer un convenio... ¿recuerda? Nosotros cuatro somos socios ahora. Usted está guardándose algo. Yo quiero saber qué es. Quiero saber alguna cosa más sobre esa chica, que como usted dice, está amansada.
Vin cambió de posición en la silla.
—Ella quiere dinero, pero yo le pagaré…, lo haré sacándolo de la parte que me corresponde. Por mil dólares dará el nombre del comprador. Eso es todo.
—Entonces, ¿por qué no lo dijo antes?
—Es un trato que hice con ella. ¿Por qué iba a molestarlo a usted con eso, por Dios?
— ¿Así que usted le contó a ella que planea robar las estampillas?
Vin sacó su pañuelo y se secó la cara. Vio que Joey y Cindy lo miraban fijo y que había sospechas en sus ojos.
— ¿Qué hay? Mire… esta chica odia a su viejo. No podría importarle menos de lo que le importa lo que pueda pasar con las estampillas.
— ¿Pero ella sabe que usted planea robarlas?
— ¿Y qué hay si lo sabe?
—Pregúnteselo usted mismo, Vin.
Elliot se levantó.
—Haré el borrador para la carta, Cindy.
Volviéndose a Joey, siguió:
— ¿Usted se ocupará del álbum?
Los tres abandonaron el cuarto.
Vin cortó una rebanada de pan y se cortó otro pedazo de queso.
"Tendré que vigilar a este hijo de puta —se dijo a sí mismo—. Va a ser tramposo."
Jack Lessing volvió a su oficina. Holtz le había dado un ultimátum: encuentra a Elliot o pierde la cuenta de Radnitz y como la cuenta le significaban varios miles por año y como sus diez hombres todavía no habían encontrado rastros de Elliot, estaba preocupado.
—Inténtelo todo —dijo Holtz—. ¡Hay que encontrarlo urgente! Sabemos que está en la ciudad y que puede tratar de conectarse con Paul Larrimore, el filatelista. Como debe plata por todas partes no lo va a encontrar en los lugares que frecuenta siempre. Debe estar parando en algún sitio. Registren todos los hoteles chicos, aun las casas de pensión. Busquen el Alfa: tienen el número de patente. Hay que encontrarlo.
Lessing puso otros veinte hombres que cubrían el terreno desde Miami a Jacksonville, con instrucciones de registrar los hoteles, y rápidamente. Luego hizo venir a Harry Orson y Fay Macklin, dos de los más importantes detectives y les explicó el problema. Orson, un hombre de físico fuerte que estaba en sus maduros treinta años, era notable por su paciencia y su decisión de bull-dog. De aspecto indefinido, perspicaz y de fácil adaptación, era el cazador de hombres ideal.
Fay Macklin parecía un ratón: pequeño, de alrededor de treinta y cinco años, tenía la habilidad de estar en cualquier lugar sin que lo vieran.
—Se piensa que Elliot está tratando de conectarse con Paul Larrimore... Holtz no dijo exactamente para qué —dijo Lessing.
Tomó una carpeta del escritorio.
—Esto les va a proporcionar todos los datos sobre Larrimore. Parece que él es nuestro principal objetivo. Bastante cerca de su casa hay una "villa" vacía. Arreglé para que ustedes se ubiquen allí y la vigilen. Quiero informes de todos lo que vayan a visitarlo. Puede ser que Elliot, como es actor, proceda astutamente. Tal vez aparezca disfrazado. Así que controlen a todos lo que lleguen. Habrá dos hombres que los van a ayudar. Quiero que vigilen y les avisen si llega alguien.
Una hora más tarde, Orson y Macklin estaban instalados en un cuarto alto de la "villa", que ofrecía una vista completa del portón, el jardín y la puerta principal de la casa de Larrimore. Se organizaron para vigilar alternadamente, equipados con poderosos anteojos de largavista, un transmisor, banquitos de camping y una canasta con comida. La espera era larga y sin novedades, pero estaban acostumbrados y era por eso precisamente que Lessing los había elegido a ellos para vigilar la casa de Larrimore. Al final del camino, en una playa de estacionamiento, esperaban dos detectives sentados en sus autos. Durante el día se les avisó dos veces que controlaran unos camiones que habían llegado a la casa, pero el informe fue negativo: simple entrega de alimentos. Luego, alrededor del mediodía, Orson vio a Judy que salía de la casa, se metía en su desvencijado Austin Cooper y lo conducía hasta el portón. Inmediatamente avisó a uno de los detectives, que la alcanzó mientras esperaba que cambiaran las luces de los semáforos.
—La chica es la hija de Larrimore —le dijo Orson al detective por el transmisor.
—No la pierdas de vista, Fred. Voy a conseguir a Alec para que te reemplace más tarde.
—Muy bien, cambio y fuera —dijo Fred Nisson.
Media hora después, Nisson comunicó que Judy estaba en Plaza Beach rodeada de melenudos homosexuales. ¿Qué debían hacer?
—Quédate cerca de ella —dijo Orson—. Sigue informándonos.
A las tres Orson llamó a Lessing. Hasta entonces, la operación había sido negativa. No tenían señales de Elliot. Cada visitante, y fueron solamente tres, han sido controlados. Nisson estaba vigilando a la chica que parecía haberse instalado a pasar el día en Plaza Beach.
Lessing lanzó una maldición, le dijo a Orson que le mandaría un relevo a Nisson y luego informó a Holtz.
Barney hizo una pausa para ordenar sus ideas. Tomó la última salchicha que quedaba en el plato y la miró pensativamente antes de llevársela a la boca.
—Estas salchichas son como para levantar a un muerto —dijo—. No sabe lo que se pierde.
Dije que creía que había que dejar que los muertos descansaran en paz.
—Sí.
Barney tomó un sorbo de cerveza, empujó el plato vacío, suspiró y continuó hablando.
—Joey eligió un álbum arruinado, lleno de cosas sin valor pero compró cuatro buenas estampillas en lo de un comerciante de la costa, por valor de cuatrocientos dólares. Elliot las colocó en el álbum y le pidió a Cindy que pasara en limpio la carta para Larrimore, ya escrita en borrador, y la despachó. No podían hacer otra cosa que esperar.
Pero Vin tenía que hacer. Había concertado una cita con Judy para la noche siguiente. Tenía que dedicarse a pensar y como no era su fuerte, estaba preocupado.
Mientras no supiera que Cindy había tenido éxito en la parte del operativo que le tocaba, no podía hacer planes. Pero si Cindy lograba descubrir en qué cajón estaban las estampillas, entonces iba a tener que pensar rápidamente y eso siempre le molestaba.
Tenía la sospecha de que Elliot estaba en contra de él. También tenía la sospecha de que si no vigilaba de cerca a Judy, ella podía traicionarlo, Vin no estaba preparado para esta clase de situaciones y lo sabía, pero estaba decidido a manotear el millón de dólares.
Elliot le dijo que no debían esperar contestación (si es que la recibían) de Larrimore, antes de una semana por lo menos. Tenían que tratar de tranquilizarse y de tener paciencia.
Esto era algo que Vin no podía hacer en el estado de ánimo en que estaba, y salió en el Jaguar a explorar el terreno, echar un vistazo a uno o dos bares e ir a nadar.
Cindy y él habían tenido una conversación. Era algo que él esperaba. El tipo de conversación al estilo: "no habrá campanas de casamiento y lo siento Vin", no lo inmutó. Le sonrió y se encogió de hombros.
—Muy bien, nena, si lo quieres así. Tal vez tengas razón. Quédate con tu viejo. De esa forma no vas a quedar embarazada.
Ésa era la manera de hablar de Vin: ninguna consideración para las mujeres.
Barney hizo una mueca.
—Yo, siempre digo que se le debe tener consideración a la mujer, señor Campbell... ¿no es así?
Yo dije que era una cosa aceptada, pero que había mujeres y mujeres.
Barney lo dejó pasar.
—Así que en la noche Cindy se encontró sola con Elliot. Joey era adicto a la televisión y estaba adentro, pegado a la pantalla, Cindy y Elliot estaban sentados en el jardín de atrás con una enorme luna amarilla que los miraba, el perfume del jazmín en el aire y el chistido lejano de una lechuza, para que la puesta en escena fuera bastante romántica
Elliot había descubierto algo en Cindy que no había encontrado antes en ninguna otra chica. Había una quietud en torno de ella que hacía cómoda su compañía. Sentía que no tenía que estar hablando para mantener el interés: el simple hecho de estar sentado junto a ella le proporcionaba placer. Esto no le había ocurrido nunca.
—Cindy... con respecto a Vin —dijo él repentinamente—. Me dijiste que proyectaban casarse.
—Sí.
Cindy miró hacia arriba, a la luna.
—Pero ahora no. He cambiado de idea Le he dicho a Vin… creo que está contento.
— ¿Y tú?
—Sí. Estoy contenta.
Se encogió de hombros.
Parecía tan atrayente y tan de fiar, no había conocido a nadie parecido. Pero ahora...
— ¿Confías en él, Cindy?
Ella se puso tensa y lo miró rápidamente.
— ¿Qué quieres decir?
—Mira, Cindy, todo esto es algo nuevo para mí... esta sociedad de cuatro. Siento que puedo confiar en tu padre y en ti pero no en Vin. Puedo equivocarme, pero eso es lo que siento justamente ahora.
—Papá y yo hemos hablado sobre eso... sí, nosotros sentimos lo mismo... no le tenemos confianza, pero sin él no podemos trabajar esto, ¿no?
—Sin nosotros, él no puede trabajar tampoco.
Cindy asintió.
—Papá dijo que no me preocupe, que tú te ocuparías de Vin.
—Es emocionante.
Elliot le tomó la mano.
—Bueno, vamos a ver. Ese dinero significa mucho para ustedes dos, ¿no?
El corazón de Cindy ahora latía tan ligero que apenas podía respirar. El contacto fortuito de la mano de Elliot le trastornó la cabeza.
—No sé... papá arreglará algo.
Se soltó y se puso de pie.
—Mejor que vaya a ver qué hace... no le gusta que lo dejen solo mucho tiempo.
— ¡Cindy!
Ella se detuvo, y lo miró ruborizada Él le sonrió.
—Olvidémonos de él... olvidémonos de todo... vamos a nadar.
La miró intencionadamente.
—Quiero mostrarte mi pie artificial.