TRES
A la mañana siguiente, me contó Barney, Elliot estaba sentado en su patio al sol, esperando con impaciencia que Louis de Marney completara e1 inventario de sus bienes.
Finalmente éste salió al patio y Elliot, controlando su ansiedad por saber el veredicto, le ofreció un trago.
—Absolutamente, no, gracias. ¡Nada de bebidas... nada de vida sedentaria! No conservaría jamás mi figura si descansara un momento —Louis le dirigió una mirada—. Usted todavía se mantiene bien
Elliot con el torso desnudo, de pantalones, medias y sandalias, se encogió de hombros. Odiaba usar medias, pero sin ellas, el brillo de su pie artificial al sol lo deprimía.
—Creo que estoy bien. Siéntese —hizo una pausa y luego continuó—. Bueno, ¿cuál es el veredicto?
—Tiene algunas cosas muy lindas, señor Elliot —dijo Louis, sentándose—, un poco especializadas, pero muy lindas.
—Sé lo que tengo —dijo Elliot impacientemente—.
Lo que quiero saber es qué valor tienen en total.
—Por supuesto —Louis meneó las manos—. No le puedo dar una cantidad justa, señor Elliot. Usted comprende, tendré que consultar a Claude, pero yo diría alrededor de setenta y cinco mil.
Elliot se puso tieso y enrojeció. No esperaba que Louis fuera generoso, pero esta cantidad era un robo en pleno día.
— ¿Está bromeando?—preguntó enojado—, ¡Eso es menos de una cuarta parte de lo que pagué originariamente!
Louis parecía estar triste.
—No suena tan desastroso, ¿no? Justo ahora, señor Elliot, no hay mercado comprador. Si pudiera esperar...
Se mordió el labio inferior, frunciendo el ceño mientras aparentaba estar pensando.
—Claude podría aceptar el jade y el Chagal en consignación, con una comisión básica y exponerlos en la galería. De esa forma podría obtener mejor precio, pero, por supuesto, tomaría tiempo.
— ¿Cuánto mejor?
—Eso no se lo puedo decir. Claude tendrá que fijar el precio.
— ¿Cuánto tendría que esperar... dos o tres meses?
Louis sacudió la cabeza. Parecía que iba a prorrumpir en llanto.
— ¡Oh, no, señor Elliot, podría llegar a ser tanto como dos años. Vea, el jade... pero estoy seguro de que el jade se va a poner de moda y nuevamente alcanzará precios altos, pero por un año o dos no va a suceder esto.
Elliot se golpeó la rodilla con el puño.
— ¡No puedo esperar tanto! ¡Claude está en condiciones de esperar! Háblele Louis. Dígale que puede llevarse el jade y el Chagal pero que necesito efectivo y un precio decente... ¡no una oferta groseramente desmedida de setenta y cinco mil!
Louis se estudió las uñas de los dedos, hermosamente manicuradas.
—Por supuesto que le voy a hablar.
Una pausa y luego siguió.
—Claude me mencionó que usted quería dinero urgentemente, señor Elliot. Todo esto queda estrictamente entre nosotros, podríamos hacerle una proposición interesante ya que usted necesita plata imperiosamente Sería una suma importante: algo de doscientos mil. Esto además de los setenta y cinco mil por sus cosas, le significarían una cantidad que haría su vida más feliz.
Elliot lo miró fijo.
— ¿Doscientos mil?
Se incorporó.
— ¿Cuál es esa proposición?
— ¿Usted es amigo de Larrimore, el filatelista?
Los ojos de Elliot se achicaron.
— ¿Esa proposición tiene que ver con él?
Louis miró a Elliot, desviando luego la mirada.
—Así es.
—Claude y yo ya hemos hablado de eso. Le dije que no tenía esperanzas.
—Los pensamientos de Claude han ido más lejos desde que usted habló con él —dijo Louis, como el que siente que camina sobre una delgada capa de hielo.
—Está dispuesto a ofrecerle doscientos mil por su colaboración.
Elliot hizo una inspiración profunda. Pensó en lo que podría significar para él esa cantidad de dinero en la situación actual.
— ¿Mi colaboración? Mire, Louis, ¿podría dejarse de hablar como un maldito político y explicarme a qué quiere llegar?
—El señor Larrimore tiene unas estampillas rusas especiales —dijo Louis desviando la mirada nuevamente a las uñas—. Claude tiene un cliente que las quiere comprar, pero él no contesta nuestras cartas. Si usted nos consiguiera esas estampillas, Claude le pagaría una comisión de doscientos mil.
—Por amor de Dios! ¿Cuánto valen?
—Para usted o para mí... muy poco, pero para un coleccionista una gran cantidad.
— ¿Cuánto?
—No creo que sea necesario entrar en eso, señor Elliot.
Louis le dirigió a Elliot una astuta sonrisa.
—El punto que estamos tratando es que esas estampillas, si las puede conseguir, valen para usted doscientos mil.
Elliot se sentó hacia atrás. Éste podría ser el camino para resolver sus problemas actuales, pensó, pero, ¿podría persuadirlo a Larrimore de la venta?
—Para ir a hablarle, tengo que tener una suma —dijo—. Es obvio, ¿no? Tengo que darle la suma que su hombre quiere pagar. ¿De qué otro modo lo puedo persuadir de la venta?
Louis deslizó los dedos por el teñido pelo, color de marta cibelina.
—No creo que llegue a ninguna parte con Larrimore, sea cual fuere la suma que le ofrezca. Nuestro cliente ya le escribió y no quiere vender. No, acercarse al señor Larrimore puede terminar en un desastre.
Elliot frunció el ceño.
—Entonces, ¿a qué quiere llegar?
Louis se estudió nuevamente las uñas ya que las encontró fascinantes.
—Pensamos que como usted está en buenos términos con él y tiene acceso a la casa, podría encontrar la forma de conseguir las estampillas. Si lo hiciera, podríamos pagarle inmediatamente doscientos mil en efectivo.
Louis se puso de pie, mientras Elliot lo miraba fijo, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—Y por supuesto no se le haría ninguna clase de preguntas.
Elliot se quedó en silencio por un largo rato y luego dijo, con una nota áspera en la voz.
— ¿Está sugiriéndome que robe esas estampillas para Claude?
Louis hizo un gesto con las manos, sin mirar a Elliot.
—No le sugerimos nada, señor Elliot. Resulta que usted tiene la oportunidad de conseguirlas (cómo las consiga no es asunto nuestro), se las tomaremos, no haremos preguntas y le daremos doscientos mil dólares.
Elliot se paró. La mirada de sus ojos hizo que Louis diera un paso atrás apresuradamente.
— ¡Váyase!
El enojo de su voz hizo que retrocediera más todavía.
— ¡Dígale a Claude que no trato con estafadores! ¡Encontraré quien me compre la mercadería! ¡Dígale que no me verá nunca más!
Louis levantó los hombros en un gesto de resignación.
—Le advertí que usted podía no estar de acuerdo con su forma de pensar, pero Claude es totalmente optimista. Sin resentimientos, señor Elliot. Por supuesto la oferta sigue en pie, por si cambia de idea.
— ¡Váyase!
Louis suspiró y dándose vuelta hizo el camino por el sendero que llevaba abajo, al lugar de estacionamiento.
Volvió a la galería y fue inmediatamente al cuarto de Claude.
—El hijo de puta no quiere entrar en el juego —dijo, mientras cerraba la puerta—. Lo llamó estafador y dijo que no quería volver a verlo. Le advertí, Claude. Ahora, ¿qué hacemos?
Kendrick se sacó la peluca y la colocó sobre el escritorio, mientras pensaba.
—Fue una posibilidad y todavía puede seguir siendo una buena posibilidad. Lo presionaré un poco al querido Don.
Caviló, luego abriendo el cajón de su escritorio tomó un libro encuadernado en cuero.
— ¿Quién diría usted que es el acreedor más grande que tiene Elliot?
—Luce y Fremlin —contestó Louis rápidamente—. Le ha regalado una joya a cada mujer con la que se ha acostado. La última vez se llevó un anillo de diamantes y rubíes que debe haber costado un mundo.
Kendrick consultó el libro y luego llamó a Luce y Fremlin, la mejor y más costosa joyería de la ciudad. Pidió que le comunicaran con el señor Fremlin, el socio más joven y un homosexual apasionado.
—Sydney, mi hermosa azucena, soy tu devoto Claude. ¿Cómo estoy? Oh, bastante bien, luchando para que se encuentren los dos extremos.
Se rió tontamente.
— ¿Y tú? ¡Cuánto me alegro!
Una pausa.
—Sydney, una palabra al oído. No sé si Don Elliot te debe algo… sí, el ex actor de cine. ¿Te debe? Pensé que podía ser, simplemente. Estoy preocupado por él. A mí también me debe. Mandé a Louis para que le hablara esta mañana. Sabes cómo soy de discreto. Louis trató de sacarle un cheque, pero Elliot se puso bastante ofensivo. Tenemos la impresión de que no está en condiciones de pagar. Terrible, ¿no? Por supuesto, el pobre tipo está en desventaja ahora, sin el pie y sin trabajo en el cine, pero me imaginaba que era solvente económicamente. ¿Te debe mucho?
Claude escuchó, luego levantó una ceja y soltó un leve chiflido.
— ¡Mi pobre querido! ¡Cincuenta mil! ¡Pero eso es una fortuna! A mí me debe sólo cinco.
Volvió a escuchar.
—Bueno, en tu lugar yo actuaría rápidamente. Me imagino que no va a valer demasiado ahora. Desde que perdió el pie que no anda con chicas. Terrible, terriblemente triste. Pensé que debía advertirte. Sí, a ver si nos encontramos algún día. Hasta luego.
Mientras cortaba, Louis dijo:
—Esto tendría que movilizar las cosas.
—Pobre Sydney., bastante tonto, pero me gusta. Bueno, no perdamos el tiempo. Las cuentas de licores, despensa y sastre de Elliot deben ser impresionantes.
Kendrick volvió a colocarse la peluca.
—Tal vez una palabra a esos queridos oídos podría ser un acto de caridad.
Y volvió a tomar el auricular.
Toyo, el chofer, recibió a Winston Ackland en el aeropuerto de Paradise City y lo llevó a la "villa" de Elliot. Ackland llegó en su propia avioneta, desde Miami por urgente pedido de aquél.
Era bajo, gordo y muy bullicioso. Uno de los anticuarios más importantes y expertos en arte de Miami, era dueño de una floreciente galería y siempre andaba a la búsqueda de pichinchas.
Cuando Elliot le dijo que tenía un Chagal para vender y una colección de jade, Ackland dijo que iría esa misma tarde.
Elliot lo observó mientras miraba el Chagal. La expresión de la cara rechoncha de Ackland no le dijo nada. Finalmente dejó de mirar el cuadro y se dio vuelta.
—Éste podría ser un Emil Houry, pero con seguridad no es un Chagal —dijo—. Una buena copia. Espero que no le haya costado demasiado, señor Elliot.
—Cien mil —dijo Elliot con voz ronca—. ¿Está seguro de que es una copia?
—Nunca se puede estar completamente seguro, pero ésa es mi opinión —dijo Ackland con calma—. Supongo que se lo vendió Kendrick, ¿no?
—Sí.
—Kendrick no es tan bueno para este tipo de arte como piensa —dijo Ackland—. Pudo haberse engañado. Hasta los más grandes expertos han sido engañados por Houry, pero yo me especializado en Chagal y estoy seguro de que no es de él... al menos casi seguro.
Elliot sintió que le corría una transpiración fría por la frente.
—Y el jade... no me diga que también es una copia.
— ¡Oh, no! Ésta es una colección muy linda. Yo le ofrecería veinte mil por ella.
— ¿Puede darme algo por el Chagal?
Ackland sacudió la cabeza.
—Yo no lo quiero. Es un cuadro que podría traer problemas a cualquier comerciante.
— ¿Y el resto?
—Nada me convence, pero si quiere desprenderse de todos los demás cuadros, le ofrecería diez mil. Siento ofrecerle tan poco, pero estos cuadros son simplemente decorativos... No tienen ningún otro valor.
Elliot vaciló y luego se encogió de hombros.
—Muy bien... déme un cheque al portador por treinta mil y la mercadería es suya.
Ackland le dio el cheque. Cuando se fue, Elliot se puso a pensar. "Tal vez", pensó, Claude no sabía que el Chagal era una copia. Dudó por un momento y luego llamó a su galería.
Louis contestó.
—Déme con Claude —dijo Elliot.
— ¿Es el señor Elliot?
—Sí.
—Un momento.
Entonces apareció Kendrick en la línea.
—Si quiere el Chagal se lo puedo dar —dijo Elliot.
—Mi querido muchacho... ¡Qué agradable sorpresa! Por lo que me dijo Louis usted estaba furioso conmigo —dijo Kendrick asombrado de haber recibido ese llamado.
—Eso no tiene importancia. ¿Cuánto me da por el Chagal antes de que se lo ofrezca a Winston Ackland?
— ¿Ackland? ¡No debe hacer eso, querido! ¡No le daría absolutamente nada! Probablemente le diga que es una falsificación. ¡Ackland es realmente bastante ofensivo!
— ¿Cuánto ofrece?
—Preferiría tomarlo en consignación, querido Don, podría conseguirle...
—Quiero efectivo... ¿recuerda?, ¿cuánto?
—Treinta mil.
—Lo pagué cien mil.
—Ya lo sé, pero éstos son momentos terribles.
—Se lo doy por cuarenta y cinco: al contado.
—Cuarenta, mi querido. Es el último precio.
—Mándelo Louis con un cheque al portador y puede llevárselo —Elliot dijo y cortó.
—El pobre querido estúpido nos vendió el Chagal por cuarenta, ¡imagínese! La tonta de la señora Van Johnson está penando por un Chagal. Si no le saco cien mil, me comeré la peluca.
—Tenga cuidado, Claude —dijo Louis—. Si lo tienen fichado.
—Por supuesto que no, como no lo tenía Elliot.
Kendrick se sentó hacia atrás, su cara rechoncha adornada de sonrisas.
—Mi palabra es garantía para ellos.
A las tres de la tarde Elliot tenía setenta mil dólares en efectivo. Había cobrado los cheques de Ackland y de Kendrick en lugar de depositarlos en su cuenta corriente. Sabía que si hubiera tratado de hacerlo, habría salido a luz el triste asunto del descubierto.
Mientras ponía el dinero en el cajón con llave, sintió que podía respirar más tranquilo. Podría pagar las deudas y continuar su vida por unos pocos meses más. Por primera vez desde hacía semanas, se sentía relajado.
Entonces sonó el teléfono.
Frunciendo el ceño, Elliot se lanzó sobre el auricular. El que llamaba era Larry Kaufman, el agente del Rolls Royce.
— ¿Señor Elliot? —la voz de Kaufman sonaba penetrante y hostil—. Le pido que salde la cuenta del Rolls. Mi gente está presionándome. Hace dos meses ya que lo tiene. Insisten en que lo salde inmediatamente.
Elliot dudó, pero sólo por un momento. Todavía tenía el Alfa que ya estaba pagado y hubiera estado loco de desprenderse de treinta mil dólares por mucho que le gustara el Rolls. Sabía que tenía que aferrarse a cada dólar que cayera en sus manos.
—Puede llevárselo, Larry. Cambié de idea. No lo quiero.
— ¿No lo quiere? —la voz de Kaufman se levantó.
—Eso es lo que dije.
— ¡No puedo recibirlo de vuelta simplemente así... demonios! ¡Es un auto de segunda mano ahora!
—Muy bien, tómelo como auto de segunda mano. ¿Cuánto me ofrece?
—Le haré un convenio honesto, ya que puedo vender el auto en cuanto lo tenga. ¿Supongamos que me debe tres mil?
— ¿Usted cree que eso es honesto?
—Es honesto, y usted lo sabe, señor Elliot.
—Muy bien…muy bien. Venga a buscarlo. Tendré listo un cheque para usted.
Elliot trató de tomarlo con indiferencia, pero se sintió angustiado al ver a Kaufman que se llevaba el Rolls y un cheque por tres mil dólares en el bolsillo Se preguntaba si el cheque rebotaría. Esperaba que el gerente del banco le ampliara el descubierto. De todos modos valía la pena probar.
Después del almuerzo, mientras se instalaba en el patio para dormir una siesta, llamó el agente del banco.
—Don... Kaufman acaba de venir y presentar su cheque por tres mil. Lo pagué porque usted y yo somos buenos amigos, pero ésta es la última vez. Tendrá que hacer algo con este descubierto. No más cheques, Don. ¿Comprende?
—Seguro... seguro. Venderé algunas cosas —dijo Elliot—, Para el fin de semana lo solucionaré.
Los lobos se estaban acercando, pensó. Bueno, por lo menos tenía setenta mil en efectivo en el cajón del escritorio. Podría ser una buena idea meterse en el Alfa e ir a Hollywood, quedarse en un motel por un par de semanas y dejar que las deudas se cuiden solas. Cuanto más lo pensaba más le gustaba la idea, pero éste no era su día. Cuando se levantaba con la intención de hacer la valija y salir, su mayordomo salió al patio.
—Hay un caballero...
Un hombre alto, de cara dura, que traía un portafolio, entró caminando con el mayordomo y se acercó a Elliot.
—Soy Stan Jerrold, señor Elliot.
Hizo una pausa hasta que el mayordomo se hubo ido y luego siguió:
—Tengo órdenes de Luce y Fremlin y de Handcock y Ellison, de cobrar dos deudas pendientes. Me han instruido para que le libre una citación para ser entregada al juzgado, con plazo de pago hasta fin de mes, si no consigo un cheque certificado ya mismo.
— ¿De verdad? —Elliot forzó una sonrisa.
Una vez que se librara una citación, todos los lobos se precipitarían.
— ¿Por cuánto es la deuda?
—Sesenta y un mil dólares.
Esto sacudió a Elliot pero se las arregló para conservar la sonrisa.
— ¿Tanto como eso?
Sabía que no estaría en condiciones de cumplir con la citación.
—Le daré efectivo.
Diez minutos después, Jerrold partió, con el portafolio abultado, y el dinero en efectivo de Elliot disminuyó abruptamente a nueve mil dólares.
Encendió un cigarrillo y reclinándose en el sillón del escritorio, consideró su futuro. Parecía más desolador que nunca. Sabía que se correría la voz de que estaba pagando deudas. Al día siguiente, tal vez, los otros acreedores vendrían a golpearle la puerta. Era el momento de irse y rápidamente. Se iría a Hollywood y cuando se le acabaran los nueve mil dólares tomaría suficientes pastillas somníferas como para aparecer por última vez en los titulares de los diarios.
Fue al dormitorio, hizo la maleta, seleccionando lo mejor del guardarropa, consciente de que no había pagado ninguna de las ropas que ponía dentro. Agregó una botella de whisky y un cartón de doscientos cigarrillos.
Tomó tres mil dólares del decreciente rollo de billetes y fue en busca de su mayordomo. Cuando lo encontró en la cocina le dijo que se iba y le dio el dinero.
—Esto debe alcanzarle hasta que vuelva. Voy a ver al señor Lewishon.
El mayordomo hizo una reverencia y le dirigió a Elliot una mirada triste e indagadora mientras tomaba el dinero. La mirada le hizo comprender a Elliot que el viejo estaba enterado del lío en que estaba metido.
—Escribiré si me quedo más de una semana —dijo Elliot, incómodo por la mirada indagatoria y triste que tenía el viejo.
Volvió al dormitorio, se detuvo para echar una mirada alrededor del cuarto, seguro de que sería la última vez que llamaría suyo a este cuarto. Luego encogiéndose de hombros tomó su valija y caminó hasta el garaje.
Mientras entraba al Alfa Romeo, vio a una chica que subía lentamente por el camino para autos: una rubia que llevaba una remera blanca y short escarlata.
"¡Cindy Luck!", pensó sorprendido, y fue con el auto hasta donde estaba ella.
—Hola —sonrió—. ¿Qué la trae por acá?
Cindy parecía inquieta y con una sonrisa forzada dijo:
Yo, yo quería verlo nuevamente.
Vin, Joey y ella habían discutido los detalles del plan del rapto. Vin estaba seguro de que Cindy podría llevar a Elliot al bungalow.
—Tráelo acá —dijo—, después yo lo manejaré.
Cindy había vacilado.
—No le vas a hacer daño, Vin, ¿no?
¿Hacerle daño? ¡Olvídalo! Simplemente le voy a clavar un revólver en las costillas y se caerá a pedazos. Conozco a estos falsos matones. Son macanudos allí arriba en la pantalla, pero muéstrales un revólver en la vida real y se quedan como fideos mojados.
Elliot la miró.
Realmente está para comérsela. Si no fuera por el maldito pie artificial, la llevaría a la cama.
—Bueno, acá estoy —dijo—. Justo salía para Hollywood.
Los ojos de Cindy se agrandaron, esto era inesperado.
— ¡Oh, señor Elliot! Mi padre se va a desilusionar. Es un tremendo admirador suyo. Cuando le conté que había estado aquí y que usted me había invitado a almorzar, honestamente, casi se muere de envidia. Estaba realmente trastornado, de modo que le dije que iba a tratar de persuadirlo a usted de que fuera a verlo.
Su mente obró con rapidez al ver los ojos alarmados de Elliot.
—Yo sé que es mucho pedir, pero mi padre está inválido y tiene muy pocas alegrías. Ha visto todas sus películas y piensa que usted es el número uno... como lo pienso yo.
Elliot dudó, luego pensó: ¿Qué puedo perder? En este momento no tengo ningún amigo en el mundo, y aquí está esta chica... ¡qué manjar! No me voy a matar por ver al viejo. Les daré una gran satisfacción. Sonrió.
—Muy bien. ¿Dónde vive, Cindy?
—En el bulevar Seaview.
—Perfecto, voy en esa dirección. Entre.
Elliot se estiró y abrió la puerta delantera.
—No puedo quedarme mucho tiempo, pero si eso le va a dar alegría a su viejo, es un placer para mí.
Cindy se sintió mal repentinamente. Se había dejado persuadir por Vin de que participara en el rapto, ya que el dinero no significaba nada para Elliot, pero ahora que éste demostraba ser tan bueno con ella, empezó a tener remordimientos. Por un largo rato se quedó parada, dudando, luego cuando él le pidió que se apurara, obedeció y subió al auto.
—No terminaré de agradecerle —dijo, sin mirarlo—. Usted no se imagina lo que significará esto para mi padre.
— ¡Olvídelo!—dijo Elliot mientras se dirigía a la autopista—. Estoy pagando una pequeña deuda Usted me dijo algo muy lindo... algo que nunca nadie me dijo antes.
— ¿Sí?
—No lo recordará porque le salió del corazón. Usted estaba hablando de mi casa. Dijo que me la merecía por haber brindado tanta alegría a tanta gente.
Le sonrió.
—Ahora estoy tratando de comportarme de acuerdo con la imagen que tiene de mí.
Cindy desvió la mirada. Por un momento estuvo a punto de decirle que lo estaba llevando a una trampa, pero pensando en Vin y en su padre y todo lo que significaba ese dinero para ellos y que este amable actor no perdería gran cosa dándoles cincuenta mil dólares, cuando debía ganar millones, se resistió al impulso.
—Gracias —dijo—. Realmente pensaba lo que dije y usted se está comportando de acuerdo con la imagen que tengo de usted.
Elliot fue a gran velocidad hacia Seaview Boulevard. Estaba un poco intrigado por la tensión en que parecía estar esta chica a su lado. Como ella se quedó en silencio, preguntó abruptamente:
— ¿En qué está pensando, nena? ¿Pasa algo malo?
Cindy se puso rígida.
— ¿Malo? No. Estaba pensando qué suerte tengo y qué bueno es usted conmigo.
Elliot se rió.
— ¡Vamos, Cindy! No me adule tanto. Me estoy comportando como cualquier ser humano.
— ¿Sí?
Cindy pensó en Vin, y por primera vez desde que se había enamorado de él, se dio cuenta, con un poco de dolor, que no existía ninguna bondad en él. Era fuerte, tenaz y encantador, pero no era bueno, y Cindy pensó de repente que la bondad era tan importante como el encanto. Comparó a Vin con Elliot y luego a Elliot con Joey. Elliot y Joey eran muy parecidos: tenían calidez, pero Vin no.
—No mucha gente famosa y adinerada como usted —dijo quedamente— se molestaría por personas como mi padre y yo.
— ¿No?
Tal vez tuviera razón, pensó. Se preguntaba si él se hubiera molestado por ella en el caso de que Pacific Picture le hubiera renovado el contrato. Decidió que no. Pensaba a qué se estaría prestando. El viejo probablemente sería de un gran aburrimiento para él. Bueno, no era necesario quedarse mucho tiempo.
—Voy a ver a mi agente mañana —dijo— Tal vez empiece mi trabajo nuevamente
Cindy se dio vuelta. Su cara se iluminó y parecía tan encantada que Elliot se maldijo por haber dicho semejante estúpida mentira.
— ¡Estoy tan contenta! Leí algo sobre su accidente. Me hizo sentir mal. Fue tan terrible para usted.
Elliot se encogió de hombros,
—Esas cosas pasan.
Vaciló y luego continuó.
—Mi pie izquierdo es artificial ahora
Le dirigió una mirada penetrante
— ¿Le impresiona?
— ¿Impresionarme? ¿Por qué? Camina perfectamente. Nadie se daría cuenta.
—Lo saben cuándo me quito el zapato.
La nota amarga en su voz la hizo retroceder.
—Sí... comprendo. Lo siento.
— ¿Por qué lo siente?
Ella vaciló.
—Bueno, siga, dígalo
—Debo ser franca con usted. Estoy segura de que ha tenido una cantidad de chicas… no debería permitir que una cosa así arruine su vida.
Nuevamente vaciló.
— ¿Qué tiene que ver un pie cuando una mujer y un hombre están enamorados?
Elliot soltó un silbido entre los dientes.
—Usted no sabe, nena. Es una diferencia del diablo. Usted simplemente no sabe.
—Yo digo cuando un hombre y una mujer están enamorados. No quiero decir sólo acostarse quiero decir amor
— ¿Sería distinto para usted?
—Pienso casarme muy pronto —dijo Cindy sin mirarlo
— ¿Sí?
Elliot estaba sorprendido de sentir que lo que ella le había dicho le produjera una sensación de abatimiento. Esta repentina desilusión lo irritó. ¿Qué significaba para él esa chica? Era un manjar, por supuesto, pero nada más y ahora que se había enterado que se iba a casar se sentía deprimido.
— ¿Quién es el afortunado?
—Lo conocerá. Está parando con nosotros— señaló Cindy—. Es el último bungalow a la derecha
Elliot examinó el pequeño bungalow, oculto, a medias, por arbustos. No se sorprendió por su aspecto decadente. En realidad, más bien le gustaba el aspecto deteriorado que tenía… tan distinto del de su lujosa casa.
Se adelantó, frente al portón, y estacionó el auto al lado del Jaguar azul de Vin.
— ¿Éste es el auto de su novio? —le preguntó a Cindy mientras ella se 1e acercaba por la vereda
—Sí.
—Buenos autos... bueno, vamos, linda, no me puedo quedar mucho tiempo.
Cindy lo guió por el camino del jardín hasta la puerta principal.
Joey y Vin observaban detrás de las cortinas de red. Joey estaba transpirando y sentía las piernas flojas. Vin sostenía una 38 automática y respiraba pesadamente.
— ¡Lo logró! —dijo—. ¡Sabía que lo haría! Bueno, ¡acá llegan cincuenta mil dólares! Déjelo por mi cuenta.
—No le haga daño —imploraba Joey—. Tenga cuidado, Vin. No me gusta nada esto. Yo...
—Cállese, ¿quiere?—refunfuñó Vin—. Yo lo manejaré.
Cindy abrió la puerta.
—Pase, por favor.
Su voz estaba tan ronca que Elliot la miró. Había perdido el color y ahora estaba aterrada.
— ¿Qué pasa, nena? —preguntó, perplejo—. ¿Se siente bien?
Luego oyó un ruido detrás de él y miró hacia atrás. Vin estaba parado en la arcada del living, el revólver apuntando a Elliot.
—Calma, nene —dijo con voz cascada—. Entre. Un movimiento en falso y le haré otro ombligo.
Por un momento Elliot se quedó azorado; luego se recobró rápidamente, se sonrió.
—Este diálogo parece salido de una película B. —dijo, luego miró a Cindy—. Me ha decepcionado ¿Quién iba a pensar que era la novia de un gángster?
Se rió.
Aquí Barney hizo una pausa. Me dirigió una astuta mirada y luego dijo:
— ¿Le gustaría probar una de las salchichas de Sam, señor Campbell? Son una de las especialidades de la casa. Se remojan en run antes de freirlas en una salsa Se las puedo recomendar.
Le expliqué que ya había comido y debía vigilar mi peso.
—Se le presta demasiada atención al peso —dijo Barney con una nota de desprecio en su voz—. Se vive una sola vez, señor. Me disgustaría pensar en toda la comida que podía haberme perdido si vigilara mi peso. ¿Sigue mi razonamiento?
Dije que había pescado la idea y que tal vez él quisiera una o dos salchichas, pero para mí absolutamente no.
Sonrió e hizo una señal a Sam levantando el dedo gordo. Esta señal debía haber estado arreglada de antemano, porque Sam llegó apurándose con un plato con una docena de pequeñas salchichas, color caoba, de piel arrugada y brillante.
—Pruebe una —dijo Barney, empujando el plato hacia mí, pero algo me previno de que me resistiera, le dije que no contara conmigo y que empezara a comer.
—Están calientes —dijo Barney, llevándose una de las salchichas a la pequeña boca Masticó y vi que sus ojos empezaban a lagrimear y agradecí haber tenido una decisión firme. Después de un largo y vehemente trago de cerveza, Barney se secó los ojos con el dorso de la mano y se acomodó.
—Verdadera dinamita —dijo, aprobándolo con un movimiento de cabeza—. He visto tipos que se dicen fuertes, saltar un metro por el aire después de sólo una de estas pequeñas bellezas.
—Usted llegó al rapto ese —dije—. ¿Y qué pasó?
Barney tomó otra salchicha y respondió:
—Bueno, Vin actuó rudamente y podía llegar a ser rudo cuando estaba en disposición de ánimo. Los asustó tremendamente a Cindy y a Joey, pero no produjo ningún impacto en Elliot.
Elliot entró al living y se sentó en el mejor sillón. Ignoró a Vin y al revólver amenazador y se concentró en Joey. Le gustaba la mirada de éste y se sorprendió al ver que el viejo temblaba.
— ¿Éste es su padre? —preguntó.
—Sí.
Cindy también estaba temblando.
Elliot hizo un movimiento de cabeza a Joey.
—Lo felicito. Tiene una hija encantadora, señor Luck. Y ese caballero que me apunta con el revólver... ¿es su novio?
—Ahora, escuche nene —gruñó Vin—. ¡Cállese la boca! ¡Yo soy el que habla aquí!
Elliot continuó ignorando a Vin. Le dijo a Cindy:
—No hubiera pensado que él era su tipo. Esta actuación suya no se haría ni siquiera por televisión. Pensé que podría haber apuntado más alto.
Vin reconoció que lo estaban desafiando. Vio la mirada molesta de Cindy y también la reacción de Joey.
—Muy bien, nene —dijo con rencor.
En el pasado había lidiado con tipos fuertes y con gusanos que buscaban problemas. Este actor de cine alto y buen mozo tenía que ser tumbado y colocado en su lugar y tenía que saber ya mismo quién era el jefe. Adelantándose lo agarró de la camisa. La idea era sacarlo de un tirón del sillón, lanzarlo con violencia por el cuarto contra la pared y darle una trompada que le cortara la respiración, pero no resultó así.
Elliot se le prendió de la cintura, levantó el pie y le dio una patada en el pecho que lo mandó volando por encima de él y del sillón, estrellándolo contra una mesa que estaba en el camino y aplastándola, mientras el revólver se le caía de las manos.
Elliot estaba parado y había levantado el revólver, mientras Vin yacía tendido, inmóvil y aturdido.
—Lo siento, señor Luck —dijo Elliot suavemente—. Espero que esa mesa no sea valiosa.
Joey estaba parado sin decir una palabra, consciente de que Elliot tenía el revólver. Por su mente pasó la visión de un auto patrullero que estacionaba, Cindy y él maniatados dentro y las puertas de hierro de la prisión cerrándose de golpe detrás de ellos por lo menos por diez años.
¿Por qué lo había escuchado a Vin? ¿Por qué no había insistido en que Cindy no tuviera nada que ver en este asunto?
Cindy, apoyada contra la pared, miraba a Vin con ojos aterrados, preguntándose si estaría mal herido.
—No se desconcierte tanto —le dijo Elliot—. Está lo más bien. ¿Qué significa una pequeña caída para un hombre fuerte como él?
Vin sacudió la cabeza tratando de despejársela.
Luego se paró tambaleante. Miró a Elliot con mirada feroz, la boca moviéndose con furia, los puños apretados.
—Haga un movimiento en falso, pibe —dijo Elliot con sonrisa sarcástica—, y le haré un segundo ombligo.
Al mirar a Vin con su maldad, y luego a Elliot, calmo, divertido y completamente equilibrado, Cindy sintió un repentino cambio en el corazón Se dio cuenta de que Vin no era el hombre para ella. La comprensión de este hecho la golpeó. Se movió rápidamente al lado de Joey y le tomó la mano. Éste, que era sensible, supo con tremenda alegría que tenía a su hija de vuelta.
— ¿Qué les parece si nos sentamos y conversamos?—dijo Elliot—. Usted por aquí.
Le señaló a Vin una silla al lado de la ventana a unos tres metros de donde él estaba parado.
—Vamos... siéntese al menos que quiera que deje que se empeoren las cosas y llame a la policía.
Rezongando, pero acobardado, Vin fue a la silla y se sentó.
Elliot le sonrió a Cindy.
—Usted y papá siéntense allí, por favor —y les señaló el sofá.
Contento de sentarse, Joey fue hacia el sofá y se ubicó junto a Cindy, uno junto al otro.
Elliot tomó un sillón alejado de todos. Puso el revólver en el brazo de éste, sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno mientras observaba a Vin.
—Bueno, ahora Cindy. Me debes una explicación. ¿De qué se trata?
Joey le apretó el brazo a Cindy.
—Cuéntale, nena —dijo—. La verdad nunca lastima a nadie.
— ¡Oh! ¡Cállese!—gruñó Vin—. ¡Cállate la boca, Cindy! ¡No lo escuches!
Cindy enrojeció de rabia y le chispearon los ojos. Ningún hombre le había hablado de esa manera y comenzó.
—Señor Elliot... ¡Estoy tan avergonzada!—dijo, mirándolo directamente a los ojos—. Parecía tan fácil... necesitamos dinero desesperadamente. Fue idea de Vin. Al oír que yo lo había conocido a usted, dijo que sería fácil raptarlo y usted pagaría por el rescate. No parecía mal del modo que lo presentó. Prometió no herirlo. Como usted es rico, papá y yo pensamos que no le haría falta el dinero del rescate y nosotros podíamos empezar una nueva vida. Ahora, por supuesto, veo qué mal estaba. Por favor, perdónenos.
Elliot la miró boquiabierto.
— ¿Rescate? ¿Cuánto iban a pedir?
Cindy miró a Joey para guiarse y éste asintió con la cabeza.
—Cincuenta mil dólares. Con todo el dinero que tiene, señor Elliot... no lo sentiría, ¿no?
Elliot se echó a reír. Entretanto, Joey y Cindy lo miraban fijo y Vin lo miraba enfurecido, con ojos que echaban chispas. Elliot se rió hasta el punto de tener que secarse los ojos con el pañuelo.
— ¿Qué tiene de gracioso? ¡Es el mejor chiste del año! Pobre gente engañada, apuesto que estoy tan arruinado como ustedes. Todo lo que tengo en el mundo es mi auto, una valija con ropa y nueve mil dólares en efectivo, y el dinero no me pertenece. Me voy de aquí antes de que me alcancen mis acreedores. Ciertamente han elegido la víctima equivocada. ¿Qué sucede con ustedes? ¿No preguntaron por allí? ¿No saben que no deben tomar nunca a nadie por el valor que representa?
—Está simulando —dijo Vin e intentó levantarse del sillón.
Elliot dejó caer la mano sobre el revólver.
—No lo haría, pibe —dijo—. Aun con un pie artificial podría arreglármelas con usted.
— ¿Quiere decir que realmente no tiene dinero... no es rico?—preguntó Cindy—. ¡Pero el Rolls y la maravillosa "villa"! ¿Supongo que no espera que le creamos?
—El Rolls volvió a la agencia hace unas horas. La "villa" no me pertenece. Estoy en fuga, nena. Estoy liquidado.
— ¿Sí? Nadie está liquidado con nueve mil dólares —dijo Vin.
— ¿Cuánto durarán? Cuando se vayan... eso es todo. No tengo forma de ganarme la vida. Estoy terminado.
—Pero todo ese dinero... podría vivir de él por años por lo menos —dijo Cindy, pensando con qué poco se arreglaban para vivir ellos.
Mucha gente podría vivir por años con eso, pero no yo —dijo Elliot—. Yo mantengo mi standard de vida o prefiero no seguir viviendo.
Hubo una pausa, luego Joey, hablando por primera vez, dijo:
—No creo que sea la forma correcta de pensar, señor Elliot, si me disculpa que se lo diga. Nosotros vivimos con doscientos dólares semanales y sobrevivimos.
—No quiero sobrevivir —dijo Elliot—. Quiero vivir. Si usted estuviera tan satisfecho viviendo con doscientos dólares semanales, ¿para qué se mete en un secuestro?
Joey titubeó.
—No quise hacerlo —dijo sinceramente—. No lo hubiera hecho; señor Elliot.
—Tiene razón —dijo Cindy—. Vin y yo lo persuadimos. ¡Necesitamos dinero! ¡Estoy enferma de vivir así! ¡Estoy harta de robar todos los días! Quiero una gran cantidad de dinero para disfrutarlo y no tener que salir a robar de los bolsillos de la gente.
Elliot levantó las cejas.
— ¿Eso es lo que hace?
— ¡Sí! ¡Papá hace lo mismo! ¡Todos los días! Y todo lo que sacamos son unos miserables doscientos por semana.
— ¿Y él qué hace, aparte de amenazar con revólveres a la gente? —preguntó Elliot, haciendo señas con la cabeza hacia donde estaba Vin.
—Un trío interesante —Elliot les sonrió—. Siento no poder ayudarlos. Tal vez en épocas mejores para mí, me hubiera sentido tentado de darles cincuenta mil, pero llegaron un poco tarde.
Se levantó.
—Tengo que irme.
Dejó el revólver sobre el brazo del sillón y caminó hacia la puerta.
—Llévense de mi consejo... dejen el negocio del secuestro. No creo que puedan pertenecer a ese gremio.
—Tiene razón, señor Elliot —dijo Joey.
Hizo una pausa, dudó y luego agregó abruptamente:
— ¿No estará pensando en traernos problemas? Quiero decir... la policía.
—Por supuesto que no —dijo Elliot—. ¿Quién sabe? En poco tiempo la policía podrá venir a buscarme a mí.
Dijo esto bromeando, pero la verdad que encerraba lo sacudió. Se dio cuenta, con una sensación de abatimiento, de que no estaba en mejor situación que estos tres ladrones profesionales. Ellos robaban en pequeña escala, pero él había estado robando en gran escala. Al irse de esa manera, estaba robando al banco y a sus acreedores. Los nueve mil dólares que tenía en el bolsillo eran robados. La ropa que llevaba y la valija eran robadas. "¡Maldito sea!", pensó. "¡Soy un ladrón! ¡Soy tan deshonesto como estos tres!" Entonces se le cruzó por la mente el recuerdo de Louis de Marney cuando dijo: usted tiene la oportunidad de conseguir las estampillas. Cómo las consiga no es asunto nuestro. Se las tomaremos, no haremos preguntas y le daremos doscientos mil dólares. Repentinamente Elliot los estudió a los tres, sentados, mirándolo. Tal vez con su ayuda podría conseguir esas estampillas. Suponiendo que les pagara cincuenta mil. Con esa suma de dinero podría darse la gran vida, antes de que llegue el día.
La idea prendió en la cabeza.
—Si ustedes tres quieren realmente cincuenta mil —dijo— ¿qué les parece si se los ganan? —Volvió al sillón y se sentó—. ¿Les gustaría hacer un trabajo conmigo?
Vin lo miró con desconfianza.
— ¿Qué clase de trabajo?
—Dentro de vuestra línea.
Inclinándose hacia adelante, Elliot les contó lo de las estampillas rusas.