CUATRO
Mientras Louis de Marney estaba bajando la cortina de hierro que protegía las vidrieras de la galería, vio venir por la calle, desde la playa de estacionamiento, a Elliot.
Se dirigió apresuradamente al cuarto de Kendrick para ponerlo sobre aviso. Kendrick, que estaba preparándose para ir a su casa, esbozó una sonrisa.
—Estaba esperándolo. Hágalo pasar, cheri, y quédese por allí, lo puedo necesitar.
Mientras Louis volvía a la galería, Elliot abrió la puerta y entró.
— ¡Pero, señor Elliot! ¡Qué lindo! —dijo Louis amaneradamente—. ¿Quería hablar unas palabritas con Claude?
—Sí.
Los ojos de Elliot tenían la mirada dura y la cara estaba tensa.
—No se habrá ido todavía, ¿no?
—Está a punto de irse. Pero estoy seguro de que lo atenderá. Pase directamente, señor Elliot.
Elliot encontró a Kendrick sirviéndose un whisky.
— ¡Mi querido Don! ¡Qué agradable sorpresa! ¿Toma un poco de este veneno conmigo? ¡Es tan malo tomar solo, y Louis, ese querido estúpido, ha dejado de beber! Todo lo que le preocupa es su figura.
—Gracias.
Elliot cerró la puerta, se dirigió a un sillón y se sentó. Kendrick trajo su bebida, la colocó en una mesa de arrimo y luego volvió al escritorio, acomodando su humanidad en el sillón.
— ¿Qué lo ha traído por acá?
Elliot encendió un cigarrillo.
—Cuénteme algo sobre esas estampillas rusas en que está interesado, Claude.
—Si usted las puede conseguir, Donny querido, yo le...
—Yo sé todo eso, Louis me lo aclaró. Déme los datos sobre ellas, y, por Dios, no me llame Donny querido.
—Lo siento tanto... se me escapó la lengua.
Kendrick sonrió afectadamente.
—Bueno... esas estampillas. Tienen una historia entretenida. Hace unos dos años, un ruso de primera línea (no doy nombres, por supuesto, querido Don, aunque tuvo derecho a que su cara apareciera impresa en una estampilla). Llamémoslo señor J. Well; por ese tiempo, el señor J. Well era suficientemente poderoso como para persuadir a la alegre pandilla de que aceptara y se dio la orden de imprimir las estampillas. El señor J. tenía un celoso enemigo, que repentina e inesperadamente, presentó pruebas que atestiguaban que no era un camarada leal sino un capitalista ladrón. La alegre pandilla dirigente se horrorizó, paró la impresión de las estampillas y ordenó que se destruyeran todas. Fue inevitable que en el proceso el señor J también llegara a ser destruido. La alegre pandilla se dio cuenta que, aunque pararan la impresión, las estampillas que ya estaban impresas iban a ser de un valor enorme en el mundo capitalista. Se habían impreso quince mil. Fueron contadas y descubrieron que faltaban ocho. Se supuso que uno de los imprenteros las había sacado del país de contrabando, pues aparecieron poco tiempo después en París. Un comerciante de estampillas francés fue asesinado y las estampillas robadas. Desde entonces han desaparecido, pero es seguro que alguien las tiene y no los rusos. Un cliente mío está dispuesto a pagar una fuerte suma por ellas.
Durante todo el año pasado he hecho indagaciones. Todo gran coleccionista se ha acercado diciendo que si tuvieran las estampillas aceptarían el convenio ofrecido. Mi cliente está convencido de que han sido veraces El único e importante filatelista que ignora a mi cliente es Larrimore. Esto parecería indicarnos que las tiene y que no se desprenderá de ellas por ningún precio, pero podríamos estar equivocados. Simplemente podría ser un empecinado. Como usted es amigo de él, creemos que podría asegurarse de esto.
— ¿Todo este lío por ocho estampillas?—dijo Elliot, mirando fijo a Kendrick—. ¿Y todas iguales? ¿Cuánto quiere pagar su cliente por ellas?
Kendrick se sacó la peluca, la miró por dentro como si esperara encontrar algo que creciera allí y luego se la volvió a colocar.
—No necesitamos entrar en eso, querido Don. Todo lo que necesita saber usted es cuánto le vamos a pagar.
—Pero, ¿por qué yo? Soy un amateur. Si su hombre está tan ansioso por conseguir las estampillas, por qué no contrata expertos que entren en la casa de Larrimore y las roben. ¿Por qué yo?
Kendrick terminó el whisky, se secó la boca con un pañuelo de seda y sonrió.
— ¡Mi querido Don! Larrimore tiene cerca de trescientas mil estampillas. ¿Cómo podría encontrar un ratero las que queremos entre todas ellas? Lo que necesita descubrir usted es cómo las clasifica. En qué caja guarda las estampillas rusas y cómo llegar a ellas rápidamente. Sin saber esto, llevaría semanas encontrarlas.
Elliot lo consideró.
—Sí. Supongamos que las tengo cerca. ¿Cómo sé que son las estampillas que usted quiere?
—Ésa es una buena pregunta.
Kendrick abrió un cajón de su escritorio, sacó una caja de hierro, buscó una llave y abrió la caja.
—Aquí hay una fotocopia de las estampillas. No es complicado visualmente y como va a ver es fácilmente identificable. Le pasó la fotocopia por encima del escritorio.
Elliot la examinó. Era sencilla, como había dicho Kendrick: la cabeza de un hombre con cara de toro a punto de embestir y CCCP a la derecha.
—Bueno, muy bien... voy a ver qué puedo hacer —dijo Elliot, colocando la fotocopia nuevamente sobre el escritorio.
—Debe cuidar la forma de acercarse a Larrimore —dijo Kendrick en voz baja—. Ya se le ha ofrecido una suma enorme por las estampillas y ha rechazado el ofrecimiento. Si las tiene y si entra a sospechar que puede ser presionado, podría ponerlas en la caja de seguridad de un banco y sería el fin de la operación. De modo que la palabra es precaución.
Elliot asintió.
—Esto es realmente como tirar un tiro en la oscuridad —siguió Kendrick—. Aunque creemos que es muy probable que Larrimore las tenga, no tenemos la seguridad absoluta. Como le he dicho, mi cliente se ha acercado a cada posible coleccionista y no sacó nada en limpio. Puede existir un pequeño coleccionista que las tenga y no Larrimore. Así que primeramente debe descubrir si las tiene y, si es así, dónde las guarda.
Kendrick hizo una pausa, luego continuó.
—He estado pensando, querido Don, que podría ser más inteligente que usted me consiguiera esta información (que tiene las estampillas y dónde las guarda) y que yo la pase a mi cliente para que actúe por su cuenta. Nosotros le pagaríamos de todos modos los doscientos mil y usted no correría ningún riesgo. ¿Qué le parece?
Elliot se sintió un poco aliviado.
La idea de entrar en lo de Larrimore, aun con ayuda de Vin, le molestaba. Si Kendrick quería sólo información, entonces la puesta en escena parecía más razonable.
—Estoy de acuerdo con eso. Muy bien, Claude, déjelo por mi cuenta.
Kendrick se levantó.
—Tengo que correr, cheri. Tengo por delante un cocktail desastroso, pero es provechoso para los negocios. Uno debe sacrificarse. Si hay algo más que pueda hacer, pregúnteme. ¿Puedo confiar en que usted actuará lo más cuidadosamente posible?
—Seguro... estoy en esto por el dinero... igual que usted.
Elliot se levantó.
Kendrick esperó hasta oír que Louis cerraba y le echaba llave a la puerta de la galería detrás de Elliot, luego tomó el teléfono, marcó un número y esperó. Cuando le dieron la comunicación dijo:
"¿Hotel Belvedere? Por favor, déme con el señor Radnitz. Habla el señor Kendrick."
Barney interrumpió para secarse los ojos con el dorso de la muñeca.
—Estas salchichas, señor Campbell, tienen una patada fuerte como la de una mula, pero son buenas para la digestión. Tome una.
Le dije que una mula y la digestión eran cosas aparte y que prefería no comer.
Barney encogió sus inmensos hombros, enjuagó la boca con un poco de cerveza, recogió sus pensamientos que aparentemente habían sido perturbados por la última salchicha y se ubicó nuevamente en su historia.
—Ahora traigo a escena otro personaje más —dijo—. Hermán Radnitz.
Hizo una pausa y resopló.
—Radnitz viene a esta ciudad de vez en cuando y alquila por todo el año el departamento de la terraza de este hotel, el Belvedere. Permítame contarle que el departamento cuesta una gran cantidad de dinero pero Radnitz es rico. Lo he visto dos o tres veces y francamente si no lo viera nunca más, no dejaría la cerveza por él. Permítame describírselo. Imagínese un hombre bajo, cuadrado, de ojos tan saltones que avergonzarían a una rana, y una nariz ancha y ganchuda. Me han dicho que es uno de los hombres más ricos del mundo y, según mi modo de ver, el más hijo de puta que he visto hasta ahora, señor, y eso es mucho decir.
Me han dicho que es conocido internacionalmente por sus maquinaciones financieras, tiene poder sobre las embajadas extranjeras, tiene las manos metidas en todo convenio internacional que valga más de cinco millones de dólares, es poderoso detrás de la Cortina de Hierro, y es uno de los nombres que está en primer término entre los más importantes políticos de todo el mundo.
Éste es el hombre que quería las estampillas del señor J. Tiene una vasta organización de esclavos que trabajan para él y (por rumores de la gente) son matones a sueldo. Había ordenado a esta gente que encontrara las estampillas y después de un año de excavar sistemáticamente, la brecha se había hecho más estrecha para Larrimore.
Radnitz encontró que era una coincidencia extraordinaria que las estampillas pudieran estar justamente en su ciudad favorita, donde pasaba algunas semanas por año para descansar. Había tratado con la galería de Kendrick y como creía que siempre había que conseguir informaciones sobre cualquiera con quien le tocara tratar, lo hizo investigar. Supo que no sólo era un comerciante en arte sino también un reducidor. Después de haber tratado de acercarse a Larrimore y de haber fracasado, Radnitz decidió ver qué podía hacer Kendrick.
Barney hizo una pausa para comer la última salchicha y esperó hasta que se produjo la reacción esperada. Cuando se recobró, dijo:
— ¿Se imagina bien las cosas, señor Campbell? ¿Está bien que siga adelante o quiere hacerme algunas preguntas?
Le contesté que estaba escuchando y que no tenía preguntas que hacer.
Ko-Yu, el chofer y valet japonés de Radnitz abrió la puerta de la lujosa suite y con una reverencia le indicó a Kendrick que entrara.
—El señor Radnitz lo espera, señor —dijo Ko-Yu—. Por favor, lo va a encontrar en la terraza.
Kendrick pasó por el gran living y salió a la terraza donde Radnitz, en camisa de manga corta y pantalón de algodón, estaba sentado junto a una mesa cubierta de documentos.
—Ah, Kendrick, venga y siéntese —dijo Radnitz—. ¿Desea tomar algo?
—No gracias, señor —dijo Kendrick y se sentó alejado de la mesa.
Radnitz lo asustaba, pero estaba seguro de que con este sapo rechoncho podía hacerse de dinero y el dinero para él era lo más importante en la vida, aparte, por supuesto, de los muchachitos atrayentes que zumbaban alrededor de él, como abejas alrededor de la colmena.
— ¿Me trae alguna noticia?—preguntó Radnitz girando un cigarro entre los dedos regordetes—. ¿Las estampillas?
—Hemos avanzado algo, señor.
Kendrick le explicó lo de Elliot.
Radnitz escuchó, los ojos saltones.
—Larrimore no tiene amigos —continuó Kendrick—, excepto Elliot; yo pensé...
—No perdamos tiempo —Radnitz interrumpió bruscamente—. Sé todo lo de Larrimore. Cuénteme algo sobre Elliot... un actor de cine, ¿recuerdo mal?
Kendrick explicó la situación financiera de Elliot: cómo había perdido el pie, cómo él (Kendrick) lo había acosado y cómo ahora Elliot había aceptado colaborar.
— ¿Y usted cree que va a tener éxito?
—Así lo espero, señor.
—Y si no lo tiene, ¿qué otras sugerencias me puede hacer?
Kendrick comenzó a transpirar.
—Por el momento me apoyo en él, pero si falla, pensaré algo.
— ¿Y qué significa eso?
—Larrimore tiene una hija —dijo Kendrick—. Tal vez la podamos utilizar para presionar al padre.
—Estoy enterado de que tiene una hija —dijo Radnitz con voz dura—. Por supuesto yo he considerado esa posibilidad. Pero primero debemos estar seguros de que Larrimore tiene las estampillas. Si las tiene y si Elliot nos falla, podemos utilizar a la hija.
—Si —dijo Kendrick—, pero tengo esperanzas de que Elliot no nos va a fallar... tiene el incentivo.
—Muy bien. Téngame al corriente —Radnitz hizo un gesto de despedida—. Gracias por venir a verme.
Y tomó un documento de la mesa.
Cuando se fue Kendrick, Radnitz dejó el documento y golpeó las manos tres veces
Después de una corta demora apareció en la terraza su secretario y asistente personal. Este hombre era alto, delgado, calvo, de ojos profundos y boca cruel, de labios finos. Su nombre era Holtz. Era tan importante para Radnitz como la mano derecha. Un genio matemático, un hombre sin escrúpulos, que poseía ocho idiomas al dedillo y que con perspicaz habilidad política manejaba bien a Radnitz.
—Don Elliot —dijo Radnitz sin mirar—. Fue cineasta en un tiempo. Inicie un fichero sobre su persona. Tenga cubierto su radio de acción. Quiero que me informen de todos sus movimientos, un informe diario. Asegúrese de que no se dé cuenta de que lo vigilan. Ocúpese de esto inmediatamente.
—Sí, señor Radnitz —dijo Holtz.
Como sabía que su orden sería escrupulosamente obedecida, Radnitz tomó el documento y se lo sacó a Elliot de la cabeza.
Mientras Elliot volvía al bungalow, pensó en cosas importantes.
Ahora que querían ayudarlo Vin, Cindy y Joey, estaba entusiasmado de apoderarse de las estampillas rusas. Esto no sólo le parecía una aventura emocionante y una solución a sus problemas financieros sino también un desafío digno de un argumento cinematográfico de la mejor tradición. Después de la advertencia de Kendrick, se dio cuenta de que tratar de acercarse directamente a Larrimore estaba fuera de consideración. Hacía más de tres meses que no lo veía. Nunca había estado en su casa. No podía abordarlo "accidentalmente" en el club de golf. Tenía que desaparecer de allí. Muchos de sus acreedores eran miembros del club y además estaba más que en mora en el pago de las cuotas. No iba a ser fácil y la cabeza le empezó a trabajar buscando la solución.
Cuando estacionó el auto frente al bungalow todavía estaba pensando.
Encontró a Vin solo, Joey y Cindy acababan de salir en el Jaguar para una rápida incursión a un negocio de autoservice.
Después de que Elliot hubo explicado las posibilidades del robo de las estampillas, Vin cooperaba más.
La idea de que le pagaran cincuenta mil dólares por robar unas pocas estampillas postales, lo atraía. En lugar de sentir rencor por la forma en que lo había manejado físicamente, Vin quedó impactado por este buen mozo cineasta. Instintivamente sintió que si alguien podía planear este robo debía ser justamente Elliot.
De modo que cuando Elliot se le acercó, en el jardín del fondo, Vin le clavó los ojos con expectativa. Sabía que Elliot había ido a hablar con Kendrick y tenía curiosidad por saber el resultado.
Elliot le contó lo conversado.
—Por lo que me dijo Kendrick —concluyó—, me parece imprudente acercarse a Larrimore. Tenemos el problema de que yo no debo aparecer. Todos mis malditos acreedores ya me deben estar buscando. Si me alcanzan estamos listos. Usted tiene que ser el que va adelante.
—Me gusta el papel —dijo Vin—. Entonces, ¿qué debo hacer?
—Hay una gran probabilidad de que consigamos la información que necesitamos por la hija de Larrimore. Judy Larrimore es una salvaje. La encontré varias veces en distintos night clubs. Decididamente no es mi tipo. Toma demasiado, es muy buscona y representa la idea que tengo de una peste juvenil. Su padre no puede soportar verla, ni ella a él. A pesar de que vive con él, casi nunca están juntos. La tiene corta de plata, de modo que siempre está en busca de novios que tengan dinero para gastar en ella. Estoy seguro de que usted la va a poder manejar. Creo que Judy puede tener la información que necesitamos. Antes de la muerte de la mujer de Larrimore en un accidente, Judy lo ayudaba a clasificar las estampillas. Sólo cuando perdió a su madre fue que la chica se descarriló y desde entonces sigue así. De modo que debe saber algo de estas estampillas rusas, siempre suponiendo que Larrimore las tenga.
Vin escuchaba con interés.
—Suena correcto desde mi punto de vista. Entonces, ¿cómo hago para encontrar a esa chica?
—No hay ningún problema... un levante directo. Uno de los lugares favoritos que frecuenta es el club Adán y Eva. Generalmente empieza allí su ronda nocturna alrededor de las diez de la noche. La va a ver inmediatamente. Tiene alrededor de dieciocho años, alta, de buena figura y pelirroja. Heredó el pelo de su madre, que era italiana. Es el pelirrojo veneciano, es único... raramente se lo ve por aquí. Si ve una chica pelirroja de mirada salvaje, que usa la menor cantidad de ropa posible, puede estar seguro de que es Judy Larrimore.
—Me gusta más todavía —dijo Vin mirando de reojo—. Esto me suena a diversión y negocio combinados.
—Manéjela cuidadosamente —le advirtió Elliot—. No es de dejarse atropellar y picotea como las más salvajes de este lugar, pero buscará sangre nueva si se le acerca en la forma adecuada. No la apure. Tenemos tiempo. Después de tres o cuatro encuentros puede empezar a ponerla a prueba y yo le diré cómo tiene que manejarla. Por ahora sólo intime con ella … ¿Está bien?
Vin asintió.
—Iré por ella esta noche.
Mientras estaban conversando, Joey y Cindy estaban recorriendo el supermercado local, Cindy ocupada en llenar su bolsa maternity con artículos para la comida de la noche. Planeaba hacer de ésta una comida especial. Elliot le había explicado que no podía volver a su casa y podía ser riesgoso instalarse en un hotel, de modo que, ¿qué les parecía si se mudaba a la casa de ellos? Joey y Cindy recibieron con agrado esta idea. Vin no se alegró demasiado con la sugerencia, pero cuando Elliot dijo que pondría en el pozo común los nueve mil dólares para gastos y financiaría el robo, aceptó rápidamente.
Mientras Elliot estuvo explicando lo de las estampillas. Vin, que percibía casi todo, había observado la forma en que Cindy miraba a Elliot y empezó a darse cuenta de que ella se mostraba más interesada en él de lo conveniente. Tuvo una sensación sospechosa de que ahora, desde el momento en que Elliot lo había podido por la fuerza, Cindy transfería el afecto que tenía por él a Elliot.
Después que Elliot salió a ver a Kendrick, y Joey y Cindy fueron al supermercado, Vin, solo, tuvo tiempo de pensar. Elliot era la clave para el gran robo que él (Vin) siempre soñó. Se preguntaba a sí mismo cuánto significaba Cindy para él. No estaba enamorado de ella; Vin simplemente no conocía el significado del amor. Había pensado que hubiera sido divertido casarse con ella, sacarla a pasear y pasarla bien pero, ¿había algo más que esto? Había miles de chicas tan lindas como Cindy; miles tan graciosas. Si ella lo quería a Elliot, sería una locura de parte de él echar a perder lo que parecía ser el Gran Robo. Cuando consiguieran las estampillas y Elliot hubiera pagado los cincuenta mil dólares, si Cindy optara por quedarse con Elliot, sería demasiado malo para ella y Joey. Vin sonrió de golpe sarcásticamente. Él se metería en el bolsillo todo el dinero y los dejaría. Elliot podría cuidar de ellos. ¿Por qué no? Si ella no se fuera con él, espléndido, pero no iba a derramar lágrimas si no lo hiciera.
Una vez que tuvo esto claro en la cabeza sintió que estaba en condiciones de llevarse bien con Elliot.
Cindy había decidido hacer un pollo a la cacerola, cosa que hacía muy bien. Le llevó un poco de tiempo encontrar dos pollos que la dejaran satisfecha. Mientras examinaba las aves, Joey la miraba con ojos llenos de amor. Él había visto el cambio obrado en ella desde la pelea entre Elliot y Vin y, por un lado estaba aliviado, pero por otro, preocupado. Vin por lo menos pertenecía a su clase social pero Elliot no. Este podría simplemente tomarla para pasar el rato y dejarla plantada después y el temor de Joey siempre había sido que Cindy pudiera quedar herida.
Cuando terminaron con las "compras" y mientras iban caminando hacia el lugar donde Cindy había estacionado el Jaguar, Joey le dijo:
—Elliot parece un buen tipo, Cindy. ¿Qué opinas?
Asintió con la cabeza. Cuando entró al auto dijo:
—Papá... estuve pensando que cometí un error con respecto a Vin.
Joey suspiró.
—Todas las mujeres están en condiciones de cometer errores, nena —dijo—. ¿Hay otra persona?
—Como si no supieras.
Cindy le dirigió una sonrisa pícara.
—Don... desde el momento que lo vi por primera vez.
— ¿Siente él lo mismo por ti?
— ¡Por supuesto que no! No significo nada para él
Arrancó el auto y se metió en el tránsito.
—Un gato puede mirar a un rey, pero eso es todo, papá.
Hizo una pequeña mueca
—Quiero que sepas que terminé con Vin, se lo voy a decir. Podemos trabajar juntos, pero ahora no me quiero casar con él.
—Nadie dijo nunca que tuvieras que hacerlo —dijo Joey—. Cuando se haya cumplido este trabajo nos iremos juntos, Cindy Con nuestra parte del dinero podemos encontrar un lugarcito y estar tranquilos por un tiempo.
Cindy asintió.
Pero hubo una expresión en sus ojos que estremeció a Joey.
— ¿Ha estado alguna vez en el night club Adán y Eva? —preguntó Barney.
Estaba mirando melancólicamente el plato vacío donde antes habían estado las salchichas.
La pena que había en su cara rechoncha hubiera derretido un corazón de piedra.
Le dije que no me dedicaba a los night clubs y le pregunté si quería unas salchichas más.
Se le iluminó perceptiblemente la cara.
—Sí... Eso es lo que yo llamo una sugerencia constructiva.
Le hizo señas a Sam.
—El problema con estas salchichas es que le dan a uno sed, señor Campbell.
Sam trajo otro plato de salchichas y otra cerveza.
—Los night clubs son especiales —dijo Barney cuando Sam volvió al bar—. O le gustan a uno o no. El Adán y Eva es estrictamente para los más salvajes. Por lo que he oído sobre el lugar, a un caballero culto como usted no se lo encontraría ni muerto allí.
Mordió una salchicha, masticó, refunfuñó, se secó los ojos y continuó.
—Vin no tuyo problemas en localizar a Judy Larrimore. Estaba trepada al bar con un par de hippies y tomaban gin con agua Los hippies eran más o menos de su edad, de pelo largo y tupido y sucias barbas.
Tenían puestos pantalones de toreros y camisas arrugadas y aparte del olor a suciedad parecía que hubieran salido de los avisos de "Playboy".
Vin se acercó y pidió whisky. No le llevó más de unos pocos minutos a Judy notar su presencia. Los dos hippies se estaban emborrachando y Vin se dio cuenta de que Judy se estaba aburriendo con ellos. Vio que se le iluminaban los ojos cuando lo miró. Pensó que era el manjar más sexy que había visto en muchos años.
Él le dirigió una amplia sonrisa de invitación y ella se la devolvió.
Uno de los hippies —el más grande de los dos— se dio vuelta y lo miró a Vin echando fuego por los ojos y éste recibió la mirada con esa sonrisa sarcástica que tenía reservada para los jóvenes. El hippie la miró entonces a Judy para ver cómo reaccionaba ella, pero ésta seguía mirándolo a Vin:
Vin pensó que era el momento de iniciar algo, así que dijo:
—Si está aburrida con estos chicos, nena, ¿qué tal un trago conmigo?
— ¡Andá a mear! —gruñó el hippie, con rencor creciente en los ojos.
—Tranquilo putito —dijo Vin con calma—, o voy a tener que darte una paliza.
Judy se rió nerviosamente y deslizándose atrás de los hippies, fue junto a Vin colocándose suavemente detrás de él.
El otro hippie tiró el contenido del vaso a la cara de Vin, pero éste truco no era novedad para él. Se inclinó hacia un lado y la chica que se estaba acercando al bar, fue salpicada.
Vin le dio una trompada con la izquierda en la cara al primer hippie y la nariz estalló quedando convertida en una masa colorada y blanda. Cuando Vin pegaba, pegaba. El otro hippie trató de ponerse atrás pero Vin lo alcanzó con un gancho de derecha que lo levantó y lo dejó tendido en el piso.
La chica que había sido salpicada estaba ahora chillando como el pito de un tren y el resto de la gente del bar gritando. Todo sucedió en segundos Vin tomó a Judy del brazo y la llevó apresuradamente a la salida y afuera a la noche calurosa. Ella lo acompañó voluntariamente, sofocando la risa y juntos se metieron en el Jaguar. Vin se estaba yendo antes de que el tipo que estaba plantado en la puerta del club pensara ponerse en acción.
Barney se detuvo para comer otra salchicha.
—No voy a perder tiempo entrando en detalles, señor Campbell. Basta con decir que Vin manejó hasta una parte desierta de la playa y bajaron del auto. Apenas terminó de cerrar la puerta vio que ella había empezado a desvestirse. Todo fue muy rápido y salvaje.
Luego Vin trató de conversarle, pero ella le dijo que se callara y la llevara a su casa. Vin pensó que la particular forma de hacer el amor que tenía la había hecho tambalear tan violentamente que no estaba con ánimos de conversar, así que siguió adelante.
Estaba satisfecho consigo mismo. Se imaginaba contándole a Elliot todos los detalles de cómo había logrado dar el primer paso a los diez minutos de conocerla. Esta hazaña le devolvió la confianza en sí mismo. Tendría oportunidad de demostrarle a Elliot que era más hombre que él, pero se llevó una sorpresa desagradable cuando estacionó el auto frente al portón de la casa de Larrimore.
—Bueno, nena —dijo bajándose del Jaguar — ¿Qué te parece mañana a la noche? ¡Vamos a divertirnos!
—No...
Ella salió del auto y se dirigió hacia el portón.
— ¡Ehh! ¡Espera un momento!
Se detuvo y se dio vuelta.
—Dije que no.
— ¿Qué pasa? —preguntó Vin desconcertado, y la alcanzó.
—No me pongas más las manos encima— dijo ella en forma cortante—. No nos vamos a encontrar otra vez... no eres mi tipo.
Y volvió a ponerse en movimiento hacia el portón.
Por un momento Vin quedó clavado, sin creer lo que había oído, luego se le subió la sangre a la cabeza, la agarró del brazo y la hizo dar vuelta. Él recibió una bofetada que lo hizo parpadear y ella se liberó.
En ese momento salieron de entre las sombras los dos hippies. Habían estado esperando una hora. Tenían cadenas de bicicleta en las muñecas de la mano derecha y se acercaron a Vin por los dos lados.
— ¡Agárrenlo, muchachos!—gritó Judy—. ¡Marquen al porquería!
Vin había pasado una vida de violencia. No podía recordar cuántas veces se había encontrado en aprietos semejantes y había sobrevivido. Cuando Larry, el más grande de los hippies, le tiró la cadena a la cara, Vin se agachó y el cortante acero le pasó por encima, agarró a Judy y la arrojó contra Larry. Ambos cayeron despatarrados. El otro hippie lo alcanzó a Vin con la cadena atravesándosela por el cuello. Después que se la desenroscó, lo embistió, lo tomó de la muñeca, lo retorció y le dio una trompada que le reventó un riñón. El hippie cayó de rodillas gimiendo.
Larry se había levantado y nuevamente la cadena volaba silbando hacia Vin, que se las arregló para agacharse justo por debajo, entonces dio un salto hacia adelante y le dio un cabezazo a Larry en la cara. Los dientes de éste cedieron mientras era arrojado hacia atrás. Trató de recobrar el equilibrio, tropezó con sus propios pies y cayó. Dando unos pasos hacia donde estaba, Vin lo pateó en el costado de la cabeza y Larry se quedó tendido.
Vin se tocó el costado del cuello. Le goteaba sangre del corte que le había producido la cadena. Miró a los dos hippies, satisfecho de comprobar que no iba a tener más problemas con ellos y luego se dio vuelta y miró a Judy.
— ¿Qué te parece mañana a la noche, nena?—preguntó con calma— ¿Te paso a buscar por aquí alrededor de las nueve?
Judy lo miraba fijamente, con los ojos bien abiertos y de golpe sonrió.
— ¡Hombre! ¡Eso fue algo digno de verse! Sí... estaré aquí.
Él se le acercó y la atrajo hacia sí. La sangre del tajo del cuello goteó sobre la espalda desnuda de ella.
—Estate aquí, nena —dijo él—. No quisiera tener que irrumpir en tu casa y arrastrarte afuera,… ¿entendido?
——Si.
Recorrió con los dedos el cuerpo de ella. Ésta se quedó parada y lo dejó hacer complacida. Después, la apartó de un empujón, cruzó la calle hacia donde estaba el auto y arrancó.
De vuelta en el bungalow, lo llamó aparte a Elliot y le contó lo que había sucedido.
—Es una pequeña fiera, pero la tengo conmigo
—dijo—. Conozco ese tipo de mujeres. Cuanto más rudamente se las trata, tanto más se entregan.
Pero Elliot estaba preocupado. Le parecía que esto se movía demasiado ligero.
— ¿Y si no está mañana a la noche?
Vin se sonrió burlonamente.
—Estará allí, tengo lo que se necesita, compañero. Sé cómo manejar a las mujeres.
Estaba parada allí, frente al portón de la casa, cuando Vin se detuvo a las nueve y un minuto con el Jaguar.
Se sonrió mientras se inclinaba para abrir la puerta delantera. Judy tenía puesta una camisa mexicana con dibujos, hotpants y botas hasta la rodilla. El sedoso pelo colorado le caía en indómitas ondas por la espalda y Vin pensó nuevamente que era el manjar más sexy que había visto.
— ¡Hola, Superman!—dijo mientras entraba al auto y cerraba la puerta de un golpe—. ¿Viste? Acá estoy.
—Muy bien, estás como para comerte —dijo Vin—. Y hablando de comida, vamos a comer.
Mientras la radio del auto vociferaba una música, se dirigía a toda velocidad al restaurante Lobster y Crab, al final de la costa. Era un restaurante que le había indicado Elliot, chico, caro, que tenía "algo".
—Justo para ella —le había dicho Elliot mientras le daba trescientos dólares para gastos—. Tómeselo con calma. No apure las cosas.
Judy hizo impacto mientras entraba contorneándose al restaurante. La gente le clavaba la mirada y ella se sentía encantada de que la mirasen. Vin, que la seguía, se dio cuenta de que Elliot había elegido bien. Estaba lejos de la decoración hippie y a pesar de ello era lo suficientemente "in" como para atraer a Judy.
El maitre vestido de pirata, sin faltarle el parche negro sobre un ojo y una calavera con huesos cruzados en el sombrero a lo Napoleón, los llevó a una mesa para dos que estaba en reservado, apartada del resto de los comensales.
Había una banda de negros que tocaba un violento jazz, con un trompetista de la calidad de un Louis Armstrong. Había que gritar para oírse.
Judy se sentó y miró alrededor con ojos centelleantes.
— ¡Hey, Superman! ¡Éste es el lugar que me gusta!
— ¿Ninguno de tus chicos te trae aquí? —preguntó Vin, sus verdes ojos humo endurecidos.
—No me digas eso. No son tan chicos y me llevo bien con ellos.
—Bienvenidos.
Vin se dio vuelta hacia el maítre que había venido para tomar el pedido.
—Tráiganos cóctel de cangrejos, bifes y todas las guarniciones, y whisky sours.
Elliot le había dicho también lo que debía pedir.
—Sí, señor.
El maitre se retiró.
—No me preguntes qué quiero comer— dijo Judy echando fuego por los ojos.
— ¿Por qué había de hacerlo? Tú perteneces a la clase hamburgueses. Elige lo que quieras cuando estés con tus chicos. Yo elegiré por ti cuando estés conmigo.
— ¡Hombre! ¿Piensas que eres perfecto?
—Eso es lo que soy —le sonrió burlonamente— y tú tampoco eres tan incompetente.
Empujó hacia atrás la silla.
—Vamos a bailar.
Bailaron y comieron y Vin se dio cuenta de que Judy estaba divirtiéndose. Por la forma en que comió Vin notó que era exactamente una chica de hamgurgueses. En cuanto terminaron, pagó la cuenta, dejando ver el rollo de billetes de cinco dólares que sacó, como al descuido, de su bolsillo y luego la llevó afuera al aire caluroso de la noche.
—Vamos, nena, dejemos esta ciudad —dijo, entrando en el Jaguar.
— ¿Adónde vamos ahora?
—Al Alligator Club —dijo Vin—. ¿Lo conoces?
Los ojos de Judy se agrandaron de golpe.
—Bueno, no... eso es estrictamente para el gran mundo. ¿Eres socio?
—Seguro. ¿Quiere decir que ninguno de los chicos te llevó jamás al Alligator? —preguntó Vin.
Él mismo no había estado nunca allí, pero Elliot, nuevamente, había arreglado todo por teléfono con la secretaría del club... probablemente era el único club de la ciudad donde no debía dinero.
— ¡Hombre!—dijo Judy sin respiración—. ¡Vamos!
Bailaron, tomaron y finalmente nadaron en la gran pileta, antes de dejar el club a las dos de la madrugada.
—Ahora vamos a acostarnos —dijo Vin, que se estaba divirtiendo auténticamente.
Descubrió que Judy era una compañera divertida.
—Iremos al motel Blue Heaven. ¿Está bien?
— ¿Por qué no?
Durante la noche él le había contado que era un ejecutivo contable, que trabajaba para una agencia de publicidad en Nueva York y que estaba en vacaciones. Elliot le había dado suficientes detalles de antecedentes como para impresionarla. Judy no parecía interesada con respecto a su vida sino que sólo prestaba atención cuando hablaba de dinero. Vin notó que su único interés era éste.
—Eso es lo que quiero —dijo Judy—. Quiero dinero. Me quiero ir de casa, alejarme de ese padre asqueroso, vivir mi propia vida.
— ¿Qué pasa con tu padre? —preguntó Vin mientras manejaba por la autopista en dirección al motel.
— ¿Qué pasa? ¡No hables pavadas! Todo padre es insoportable y de todos modos mi padre en especial. Sólo piensa en estampillas postales, ¡por Dios!
— ¿Qué hay en especial con respecto a esas estampillas?
— ¡Oh! ¡Al diablo con eso! ¿Por qué hablar sobre él?
—Cuéntame... estoy interesado. ¿Gana dinero con las estampillas?
— ¡Gasta dinero, el viejo cabrón! Tiene miles de malditas estampillas. ¿Sabes algo? ¡Le han ofrecido un millón de dólares por ocho estampillas rusas! ¡Un millón de dólares y el viejo rufián no quiso aceptar!
Vin casi se sale de la autopista. Dobló violentamente el volante y volvió al camino mientras el automovilista que estaba detrás tocaba la corneta.
— ¿Estás borracho? —preguntó Judy.
El viraje a la velocidad que llevaban la había asustado.
— ¿Nunca has estado borracha?—dijo Vin—. Cálmate. Estaba escuchándote y me distraje.
— ¡Hombre! No te distraigas nuevamente.
Siguieron en silencio mientras Vin trasladaba a su cabeza este sensacional trozo de información.
"¡Éstas deben ser las estampillas que buscaba Elliot!, pensó. ¡Bendito sea! Elliot ofrecía cincuenta mil y aquí tenía a la piba que le contaba que valían un millón!"
¡Un millón!
Sintió que se le secaba la boca. ¡Aquí estaba el gran Robo! ¡El verdadero Gran Robo! La mente le trabajó con velocidad. Si manejaba esto con cuidado y usaba la cabeza, no había necesidad de desparramar la ganancia por los cuatro costados. Elliot, Cindy y Joey podían irse al diablo. Después de todo él (Vin) era el hombre principal. Todo lo que tenía que hacer era conseguir información de esta estúpida chica y podría guardarse en el bolsillo un millón. La idea lo hizo transpirar.
— ¿Qué te pasa de repente?—preguntó Judy enojada—. Te has quedado mudo.
Se esforzó por volver a prestarle atención.
—Espera, nena —dijo, consciente de que su voz sonaba cascada—. Vamos al motel... te demostraré si soy mudo o no.
Después de andar cinco minutos más, salió de la autopista y siguió por un camino largo lleno de vueltas que llevaba al motel.
Se deslizó fuera del auto y dijo:
—Iré a arreglar las cosas. Espera aquí.
Unos minutos después volvió, abrió la puerta de adelante para que bajara Judy y caminaron juntos hasta una de las cabañas.
La advertencia de Elliot de no apurar las cosas le golpeaba en la cabeza. Tenía todo el resto de la noche. Debía actuar con calma. ¡Un millón de dólares! ¿Quién podría ser el loco que ofreciera toda esa plata por ocho estampillas? Esto, se dijo, tenía que averiguarlo!
Abrió la puerta de la cabaña con la llave y entraron. El motel Blue Heaven, recomendado por Elliot también, tenía cabañas de lujo. Los recibió una gran habitación, decorada con modernos sillones para recostarse, un juego de té, una televisión en colores, y un bar con el stock completo de bebidas. Había un dormitorio con una enorme cama a la izquierda y un baño a la derecha.
—Elegante —dijo Judy aprobando, mientras miraba alrededor.
Vin cerró la puerta con llave.
La cama estaba preparada invitándoles.
— ¡Desnúdate, nena —dijo—, y dúchate. Quiero pescar las últimas noticias.
Caminó hacia donde estaba la televisión y la encendió.
— ¿Qué noticias hay tan importantes? —preguntó Judy mientras se sacaba la ropa.
—No importa... apúrate —dijo Vin en forma cortante.
Judy entró al baño y cerró la puerta.
¡Un millón de dólares!
Éste era el único pensamiento de Vin.
Miró fijo la brillante pantalla, sin registrar lo que pasaba, mientras pensaba. Esta chica quería dinero. Lo había dicho. Si la manejaba bien, ella y él podrían conseguir las estampillas y con la información que ella tenía, venderlas por ese montón de dinero. Tal vez ella podía averiguar quién había hecho la oferta y seguro podría decirle cómo conseguirlas. ¡Un millón! ¡Dulce Judas! La idea le hizo saltar el pulso.
Una vez que tuviera el dinero, podría pactar con Judy. Ella no era su tipo. Era muy tramposa y las chicas tramposas no eran para él. Cuando tuviera el dinero la dejaría.
Pero debes tener cuidado, se advirtió a sí mismo. No debes apurarlo.
Así que, muy bien, actuaría con calma. Apagó el televisor cuando Judy salió del baño.
Se levantó y le sonrió.
—Ven a buscarlo —dijo Judy y, yendo a la cama, revoleó sus largas piernas y le hizo señas para que fuera.