SIETE
Un Volkswagen 1500 estaba detenido al borde del camino cerca de la imponente entrada al Obermitten Schloss. Un gigante de pelo plateado y raído traje estaba revisando el motor. Otro hombre, de aspecto indescriptible, estaba sentado en la banquina, fumando.
De vez en cuando pasaba rugiendo algún coche, camino de Munich. Ningún conductor se detenía para preguntar si podía ayudar. Los rayos mortecinos del sol del atardecer atravesaban los árboles dibujando sombras en el techo del auto.
Malik aflojó por quinta vez una de las bujías de encendido. Quería dar la impresión de que el auto estaba descompuesto. Aunque estaba seguro de que nadie lo vigilaba, no quería correr riesgos. Cuando comenzaba a ajustar la bujía, los portones de hierro forjado del Schloss se abrieron y un T.R.4 rojo escarlata salió cautelosamente al camino principal.
Malik se enderezó y miró al coche que adquirió velocidad y pasó a su lado. Él sabia que el auto pertenecía a Rosnold, pero éste no iba al volante.
El coche era guiado por un hombre robusto y rubio que vestía un traje de calle de confección barata.
La mente de Malik funcionaba rápidamente. Tomó una decisión instantánea. Cerró de golpe el capot del auto y dijo:
— ¡Sigúelo!
Lintz ya estaba de pie. Se deslizó bajo el volante.
— ¿Y tú? —preguntó, poniendo en marcha el motor.
— ¡No te preocupes por mí!—contestó Malik ásperamente— ¡Sigúelo! ¡No lo pierdas de vista! Cuando sepas dónde ha ido, informa a Skoll.
Lintz asintió, puso el motor en marcha y salió detrás del T.R.4, que desaparecía rápidamente en dirección a Munich.
Malik fue hasta el bosque circundante. Se sentó en el suelo seco y polvoriento, refugiándose bajo un arbusto. Cinco minutos después, un Mercedes que él reconoció como el que había estado guiando Girland, atravesó los portones y giró a la izquierda. Un hombre desconocido para Malik que usaba el mismo tipo de traje ordinario que el conductor del T.R.4, estaba al volante. El Mercedes se dirigió hacia Garmisch.
Malik se frotaba la mandíbula mientras pensaba. Parecía que había acertado. Girland, la chica y Rosnold habían caído en una trampa. Librarse de los coches era el primer paso para librarse de ellos. No había nada que hacer por el momento. Tendría que esperar que se hiciera de noche. Con la paciencia característica de los agentes disciplinados, se apoyó contra un árbol para esperar.
Dos horas después estaba lo suficientemente oscuro como para comenzar a actuar. Se puso de pie y salió silenciosamente del bosque. Empezó a caminar alrededor del alto paredón que rodeaba el Schloss.
A unos cuatrocientos metros del portón de entrada se detuvo y miró para arriba a la altísima pared de piedra. Contempló las púas en el borde del muro. Sacó de su raída chaqueta una delgada cuerda de nylons En un extremo tenía un gancho forrado de goma. Arrojó el gancho hacia las púas. Al segundo intento tuvo éxito. El gancho cayó silenciosamente alrededor de una de las púas y quedó firme. Malik miró a derecha e izquierda y convencido de que no era observado, se tomó de la cuerda, apoyó los pies contra la pared y se izó sin esfuerzo, ayudándose con sus fuertes manos, hasta llegar arriba. Aquí se detuvo, escrutó el espeso bosque que estaba debajo. Desenganchó la cuerda, maniobró alrededor de las púas y se dejó caer del otro lado del muro.
Se detuvo para enroscar la cuerda de manera que le entrara en el bolsillo, luego extrajo de una funda que llevaba al hombro una Mauser 7.63, con silenciador. Moviéndose como una sombra atravesó el bosque hasta llegar a un claro entre el bosque y el bien cortado césped.
La luna estaba oculta detrás de las nubes y Malik apenas podía divisar las luces del Schloss a la distancia. Se agachó contra un árbol, cuidando su arma, y esperó. Lentamente pasó una hora y de pronto empezaron a ocurrir cosas.
Desde la ventana del primer piso, Malik vio un hombre salir al balcón. Hubo una breve aparición de una mujer pero el hombre la empujó violentamente adentro. El hombre trepó sobre la barandilla del balcón, quedó suspendido un momento y cayó pesadamente a la terraza de abajo. Recobró el equilibrio y se lanzó por los escalones hacia el césped.
Malik se puso de pie para observar.
De repente, el brillante rayo de luz de un reflector se encendió en el techo del Schloss e iluminó al hombre que corría.
Malik observó la breve, trágica lucha entre el hombre y los dos perros alsacianos. El hombre empezaba a correr rápidamente hacia él, se oyó el estampido de un rifle de caza y vio al hombre desplomarse.
Malik se deslizó silenciosamente hacia la oscuridad del bosque. Permaneció allí inmóvil, mientras dos hombres atravesaban el césped y llevaban el cuerpo inerte de nuevo al Schloss.
Lu Silk y von Goltz estaban en la terraza iluminada mirando hacia el bosque. Von Goltz tenía un micrófono en la mano.
Hablaba lenta y claramente. Su voz era recogida Por los parlantes en el bosque y a lo largo de las Paredes del Schloss. Decía: "No pueden salir del parque. No se acerquen a las paredes. Hay una corriente eléctrica letal. Regresen por favor. El señor Rosnold no está malherido, se está reponiendo. Por favor, vuelvan".
Al oír esto, Silk se movió impacientemente.
— ¿Está seguro de que no pueden escapar?
Von Goltz desconectó el micrófono.
—Imposible...; nadie puede salir ahora. Las paredes y los portones son mortales, pero podría llevar tiempo encontrar a Girland y a la chica. Si yo tuviera más perros, lo lograríamos en seguida, pero sin ellos...
— ¿No puede conseguir más?
Von Goltz meneó la cabeza.
—Los dos perros que mató ese cochino estaban enseñados para cazar hombres. Los perros de mis vecinos son perros comunes de caza. Además, harían preguntas. Cuando haya luz, haremos una cacería en el bosque. Podría hasta resultar divertido, ya que esos dos no pueden salir de la propiedad. —Se detuvo para proseguir luego—: Pero si intentan trepar las paredes... Conectó nuevamente el micrófono y volvió a repetir la advertencia de que las paredes eran mortales.
En las sombras, Malik escuchó e hizo una mueca.
Girland, de pie en el balcón del tercer piso que daba sobre la terraza oculto en la oscuridad, también escuchó y sonrió.
Retrocedió a la gran habitación oscura, que parecía estar llena de muebles pesados y cerró las ventanas.
—Está dando resultado —dijo, acercándose a Gilly—. Creen que estamos en el parque, como yo pensé que lo harían—. Extrajo una poderosa linterna eléctrica y paseó el rayo de luz por la habitación—. Parece lo suficientemente grande como para ser una estación de ferrocarril. —Tomándole la mano, la guió por el pasillo entre los muebles hasta que llegaron a una puerta. Suavemente la abrió, escuchó y dirigió la luz de su linterna hacia lo que parecía un pequeño cuarto de estar—. Quedémonos aquí —dijo— parece menos grandioso.
Jadeante y temblorosa, Gilly lo siguió al cuartito y él cerró la puerta. Con la linterna la condujo hacia un sofá cubierto de polvo.
—Siéntate.
Se sentaron uno al lado del otro.
— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella—. Él podía sentir que estaba temblando—. Si nos encuentran... nos matarán, ¿no es así?
—Primero tienen que encontrarnos —Girland se inclinó hacia ella—. No empezarán a buscarnos hasta mañana cuando haya luz. Con un poco de suerte buscarán en el bosque. Mientras ellos están allí afuera, yo bajaré a buscar un teléfono. Llamaré al ejército norteamericano en Munich. Llegarán en masa y saldremos caminando. No hay de qué preocuparse. Sólo tienes que hacerte a la idea de que hoy no vas a cenar, y esperar hasta mañana por la mañana.
— ¿Llamar al ejército? ¿Estás loco? —Gilly trató de ver la cara de Girland en la penumbra—. ¿Por qué habrían de molestarse por nosotros? ¡Debes llamar a la policía!
—No...; al ejército de los Estados Unidos —dijo Girland—. Porque, tesoro, da la casualidad de que eres la hija del futuro presidente. Cuando yo les diga que te han secuestrado todo el ejército norteamericano destacado en Alemania, con todos sus tanques y aviones vendrán corriendo a rescatarte.
—No —dijo Gilly con fiereza—. ¡Nunca me aprovecharé de la podrida reputación de mi padre!
Girland suspiró.
— ¿Estás segura?
—Sí... yo nunca...
—Bueno... bueno..., no te ofusques. Lo has dicho todo. ¿Así que no quieres que el ejército de los Estados Unidos te salve?
— ¡No!
— ¡Qué lástima! Hubiese sido divertido ver a un montón de tanques echando abajo los portones, y a generales gordos venir corriendo por el camino de entrada. Bueno, te diré lo que tienes que hacer. Te vas abajo, y buscas al conde. Cuando lo encuentres le dices que no quieres aceptar favores de tu padre, y que por favor te corte el pescuezo.
Gilly se quedó muda por un momento.
— ¡Oh, te odio!—exclamó, golpeando sus rodillas con los puños—. ¡Eres horrible... no comprendes!
—Me temo que sí. El inconveniente contigo es que has crecido demasiado rápido físicamente y mentalmente en forma demasiado lenta. Estamos perdiendo el tiempo. ¿Estás segura que no quieres que el ejército te rescate?
— ¡Prefiero morir!
—Probablemente podrías hacerlo. Bueno..., está bien. Las chicas de principios me aburren. Siempre son un estorbo. Muy bien, entonces, yo me iré. Tú quédate aquí hasta que te encuentren. Yo no necesito el ejército de los Estados Unidos para que me saque de aquí. Puesto que tú te mantienes firme en tus principios, te dejo con ellos. Hasta pronto... y gracias por la sesión de cama, que fue maravillosa.
Al ponerse de pie, Gilly lo tomó del brazo.
— ¿No me abandonarás aquí?
—Sí... a desgano, pero te dejo. Creo que debo cuidarme yo solo. Las chicas hermosas con ideas políticas siempre son un escollo. Dame diez minutos de tiempo luego quédate ahí sentada o vete abajo a hablar con el conde. Quién sabe, a lo mejor se casa contigo, aunque yo sospecho que te cortará tu hermoso pescuezo.
— ¡Te odio!—explotó Gilly—. ¿Cómo puedes pensar en abandonarme?
—No te alteres, nena —dijo Girland, tranquilizador—. Es por tu gusto. Hay otra alternativa posible. —Se sentó nuevamente—. Tú y yo podríamos llegar a un acuerdo. Yo podría sacarte de aquí sin llamar al ejército de los Estados Unidos pero tendríamos que llegar a un acuerdo antes.
— ¿Qué quieres decir? ¿Qué acuerdo?
—Tendrías que prometerme que en el futuro dejarás tranquilo a tu padre. También tendrías que prometerme que dejarás de andar por ahí con esa organización "Ban War" de débiles mentales y que nunca, nunca, volverás a hacer una película pornográfica.
Ella tomó aliento, temblorosa.
— ¡De modo que realmente estás trabajando para mi padre!
—No... estoy trabajando para mí. Soy un mercenario. Acepté el trabajo de tu padre por el dinero. Él me importa un bledo, pero cuando tomo un compromiso, lo cumplo. O me das tu palabra o te abandono. Yo puedo cuidarme solo. Francamente, Gilly, ni tu padre ni tú me importan un comino. Si te parece que puedes cuidarte sola vete a París a hacer más películas inmorales, sigue adelante y hazlo.
—Esto es extorsión —dijo Gilly, repentinamente calma.
— ¿Y qué? ¿Va contra la ley extorsionar a una extorsionista?—preguntó Girland—. Hay tiempo... piénsalo..., yo voy a admirar el paisaje.
Atravesó la habitación, abrió el ventanal y salió silenciosamente al balcón.
El largo dedo escrutador del reflector estaba todavía investigando en el bosque. Podía ver un grupo de hombres con la librea del conde que atravesaban el césped hacia el bosque. Nuevamente oyó la voz metálica del conde por los altoparlantes, repitiendo su advertencia de que las paredes eran letales.
Permaneció afuera en la oscuridad observando la actividad de allí abajo, alegrándose de que ahora no hubiera perros. Sin embargo, había bastantes hombres. Los contó a ojo... posiblemente veintiséis o treinta. Era difícil contarlos porque desaparecían y reaparecían continuamente a la luz del reflector. Por fin, decidió que Gilly ya había tenido tiempo suficiente para tomar una resolución. Si no obtenía su promesa —y se preguntaba cuánto podría valer la palabra de ella— no la abandonaría, de todos modos, pero esperaba que su fanfarronada la hubiera impresionado. Entró nuevamente en la oscura habitación, cerrando las puertas detrás de sí.
— ¿Y bien? ¿Nos despedimos aquí? —preguntó.
Apenas podía verla, sentada en el sofá. Estaba mirando hacie él.
—Si te doy mi palabra, ¿qué garantía tengo de que me sacarás de aquí?
— ¿Qué garantía tengo yo de que cumplirás tu promesa? —Girland fue a sentarse a su lado.
—Cuando yo prometo algo lo cumplo. Está bien... soy una perra... soy mala... no tengo moral... soy una perdida... pero sé cumplir con mi palabra.
Al escuchar ese susurro tenso y salvaje, Girland quedó impresionado.
—Si no cumples esta promesa —le dijo—, no habrá nada en el mundo que te salve. ¡Estarías mejor muerta!
—Oh, ¡deja de repetírmelo!—dijo Gilly enojada—. ¡Cuando prometo, cumplo! ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Pero ¿cómo puedes sacarme de aquí con vida?
—No puedo jurarlo, Gilly. Ahí afuera hay treinta hombres armados. La pared está electrificada. Hay un experto tirador con un rifle de caza, que sabe disparar rápido. Hay un conde que no nos dejará ir fácilmente. Muchas cosas en contra..., pero haré lo posible. Sin ti, podría salir, pero contigo la operación llevará más tiempo y será más difícil, pero no imposible. Te sacaré de aquí si puedo. No tienes otra alternativa. Sin mí, no saldrías nunca. Conmigo tienes una buena posibilidad. Si fallamos... tu promesa no importaría. Han matado a Rosnold... tienen que matarnos a nosotros. Es así de simple. Tendrás que hacer exactamente lo que te diga. Debes tratar de no perder el control. Esto no será fácil... pero es factible.
—Muy bien... cuando me saques, te daré mi palabra y la cumpliré.
—Acepto. Ahora, vamos a explorar un poco. Tenemos toda la noche por delante. Busquemos una cama.
— ¿No vas a decir que puedes pensar siquiera en dormir?
¿Por qué no? Tenemos mucho tiempo por delante antes de partir.
— ¿Por qué no podemos irnos esta noche?
—Quiero esas películas. Cuando se las entregue a tu viejo me va a dar diez mil dólares. Necesito ese dinero, así que nos quedamos hasta que lleguen las películas. Entonces —y no antes—, nos iremos.
— ¡Estás loco!—la voz de Gilly subió un tono—. ¡Nunca las conseguirás! ¡Jamás nos dejarán salir de aquí!
—Tranquilízate, Gilly. Debes tener confianza. Yo no saldré de aquí sin las películas. Ya te he dicho que tienes bastantes posibilidades de escapar. Déjalo en mis manos. Ahora, vamos... quiero encontrar una cama.
Al ver la hilera de hombres que venían hacia el bosque donde él estaba, Malik penetró silenciosamente en la maleza. Cada hombre que avanzaba portaba una poderosa linterna además de una escopeta, y los rayos de luz perforaban la oscuridad. Esto no le preocupaba a Malik. Él nunca hubiera ordenado una búsqueda en el bosque en semejante oscuridad. Era imposible encontrar a un fugitivo en estos alrededores, a no ser que algún ruido delatara su presencia.
Miró hacia arriba al árbol contra el cual estaba parado. Alcanzaba a ver una rama baja que estaba a su alcance. Dio unos pasos hacia atrás, tomó impulso y saltó. Se izó fácilmente, y un momento más tarde estaba trepando al árbol con la agilidad de un gato. Se detuvo a mitad de camino. Se puso a horcajadas de una rama y apoyó la espalda contra el tronco.
Esperó, mirando hacia abajo, viendo los rayos penetrantes de las linternas que avanzaban, oyendo el crujido de los arbustos al entrar los hombres al bosque, Pasaron debajo de él y siguieron. Se encogió de hombros desdeñosamente.
La búsqueda continuó durante una hora, luego el que guiaba el grupo decidió por fin que estaban perdiendo tiempo y energías. Los hombres volvieron a través de los arbustos. Ya eran las 20.30 hs. y Malik, que miraba a los hombres caminar lentamente por el césped para volver al Schloss, decidió que estaban pensando en su cena. Los miró desaparecer por la entrada lateral. Un hombre corpulento que vestía la librea del conde, subió los escalones hasta donde estaban sentados esperando, dos hombres.
— ¿Bien? —preguntó ásperamente von Goltz.
—Es imposible e inútil, Excelencia —dijo el hombre. Era Sandeuer, el mayordomo de confianza de von Goltz, un hombre de unos cuarenta años de edad con el rostro tostado y carnoso y ojos inquietos y escrutadores.
—No podemos esperar encontrarlos en esta oscuridad. Mañana... sí, pero no ahora.
— ¿Está seguro de que los encontrará mañana?
Sandeuerr se inclinó.
—Llevará un poco de tiempo, Excelencia, pero no podrán escapar. Además, mañana ya tendrán hambre y sed.
Von Goltz lo despidió con un ademán. Cuando se hubo ido, Silk terminó su whisky con soda y contempló a von Goltz.
— ¿Está satisfecho?
Von Goltz se encogió de hombros.
—Tengo que estarlo. Podrían ocultarse en cualquier lugar del bosque. Aunque mis hombres conocen cada centímetro del terreno, Sandeuer tiene razón. En la oscuridad es imposible. Cuando haya luz, con los hombres que tengo, los encontraremos. Girland está desarmado. Yo hice revisar su ropa y su valija mientras estaba en la piscina. No tiene armas. Así que... es cuestión de tiempo.
Uno de los lacayos salió a la terraza para anunciar que la cena estaba servida.
En el amplio comedor, ambos hombres se sentaron a comer una cena bien presentada y bien preparada.
Von Goltz, a quien le gustaba la buena comida, notó que Silk jugueteaba con lo que le ponían delante. Su cara delgada, de forma de hache, no tenía expresión y su único ojo no demostraba animación alguna.
—Sírvase un poco más de este lenguado —dijo von Goltz—. Está excelente.
—No..., he comido suficiente. —Silk empujó su plato.
— ¿No le agrada?
Silk se encogió de hombros con impaciencia.
—Muy bueno... muy bueno —contestó secamente—. Pero no tengo apetito.
Este comentario irritó a von Goltz, a quien le hubiera gustado una segunda porción del lenguado cocido con colas de langostas picadas y una espesa salsa de crema. Fastidiado, indicó al lacayo que cambiara los platos.
— ¿Está preocupado por algo? —preguntó, mirando fijamente a Silk.
—Lo discutiremos más tarde —dijo Silk al llegar a la mesa el segundo plato, un sabroso corderito.
Ahora le tocaba a von Goltz estar preocupado. Radnitz le había advertido sobre Girland. Por el momento, éste se le había escapado entre los dedos.
Girland estaba al aire libre con doscientos acres de bosque para ocultarlo. Aunque von Goltz estaba seguro de que Girland no podría salir de su propiedad y de que no tenía armas, podría llevar bastante tiempo arrinconarlo.
La llave que hacía funcionar la corriente en las paredes, estaba en la cabaña del portón de entrada. Por la mañana, cuando llegaran los proveedores, sería necesario cortar la corriente para permitirles entrar...
Girland podría descubrir esto y tratar de saltar la pared. Pero, ¿acaso podría descubrirlo?
Perdiendo repentinamente el apetito, von Goltz dejó su comida a medio terminar. Se volvió hacia el lacayo que estaba detrás de su silla y le dijo que buscara a Sandeuer inmediatamente.
Silk también había perdido interés por la comida, y nuevamente había alejado su plato.
— ¿Qué pasa? —preguntó mirando a von Goltz.
—Es por ese Girland... —von Goltz se puso de pie—. No me gusta pensar que está ahí afuera... libre. Ya sé que no puede escapar, pero...
Se abrió la puerta y entró Sandeuer.
— ¿Qué ocurre en la cabaña? —preguntó von Goltz.
—Está bien, Excelencia —dijo Sandeuer, haciendo una reverencia—. Tengo allí tres hombres armados. Se quedarán de guardia toda la noche.
Von Goltz se tranquilizó.
—Bien. Asegúrese de que estén continuamente alertas.
—Sí, Excelencia. —y Sandeuer se retiró.
— ¿Un poco de queso, tal vez? —dijo von Goltz, sentándose otra vez a la mesa. La tranquilizadora noticia le había devuelto el apetito. Ahora estaba arrepentido de haber mandado retirar el plato de carne.
—Para mí no —dijo Silk con impaciencia y atravesó la habitación hasta la puerta abierta del ventanal. Salió a la terraza y clavó la mirada en el bosque a través del césped iluminado por la luna.
Von Goltz contempló la canasta de quesos, vaciló y luego maldiciendo entre dientes, retiró su silla y se reunió con Silk en la terraza. No le gustaba Silk. Este americano alto y frío carecía de modales, y su despiadado rostro lo enervaba. Sabía que era hombre de confianza de su tío. Estaba seguro de que si Silk hablaba mal de él, tendría que irse del Schloss. No se hacía ilusiones con respecto a su tío. Cuando un hombre no satisfacía a Radnitz era despedido o, peor aún, desaparecía.
— ¿Qué pasa ahora? —preguntó, autoritario.
—Estoy tratando de ponerme en el lugar de Girland —dijo Silk encendiendo un cigarrillo—. Estoy empezando a pensar si no nos estarán engañando. Suponemos que, porque Rosnold trató de escapar, Girland y la chica también lo intentaron. Suponemos que mientras Rosnold mataba los perros, Girland y la chica bajaron a la terraza y se fueron al bosque hacia la derecha en vez de cruzar el césped como hizo Rosnold. Pero ¿y si no lo hicieron? ¿Si en vez de eso, se fueron arriba? Si yo hubiera estado en su lugar, creo que hubiera hecho eso. Hay muchas habitaciones en esta casa... Muchos lugares donde ocultarse. —Miró a von Goltz—. Podríamos pasarnos días enteros buscándolos en el bosque, mientras todo el tiempo se ocultan aquí.
Von Goltz se puso rígido.
—Seguramente Girland no sería tan estúpido como para dejarse atrapar aquí —dijo—. Tuvo una oportunidad para salir..., seguramente la habrá aprovechado.
— ¿Usted cree? Él no puede saber que usted no tiene más perros. Yo creo que podría estar aquí todavía..., con la muchacha.
—Pronto lo sabremos. Haré registrar la casa.
—Aunque no estén aquí —dijo Silk— eso dará a sus hombres algo que hacer. Sí... haga registrar la casa. —Volvió al comedor—. Creo que ahora comeré un poco de queso —y se sentó a la mesa.
Von Goltz mandó llamar a Sandeuer.
Ésta era la segunda vez que se interrumpía la cena de Sandeuer. Cuando recibió el mensaje de que el conde quería verlo de inmediato, soltó su cuchillo y tenedor con un juramento. Los cinco sirvientes de más edad que comían con él, ocultaron sus sonrisas. Sandeuer no era popular. El chef dijo que mantendría caliente la comida de Sandeuer y éste, todavía echando maldiciones, corrió escaleras arriba al comedor.
—Es posible —dijo von Goltz, cortando un gran trozo de queso— que los fugitivos no hayan escapado al bosque. Podrían estar aún aquí. Lleve hombres y registre todas las habitaciones.
Sandeuer pensó en su comida sin terminar.
—Sí, Excelencia —dijo haciendo una reverencia—, pero permítame sugerirle que, puesto que las habitaciones superiores no tienen luz y están repletas de muebles, una búsqueda minuciosa con linterna será muy difícil. Si me permite sugerirlo, la búsqueda sería mucho más eficaz mañana por la mañana cuando se puedan abrir los postigos y se pueda examinar cada centímetro de las habitaciones de arriba.
Von Goltz miró a Silk, quien alzó los hombros.
—Muy bien, pero haga apostar un hombre en cada descanso. Deberá quedarse allí y vigilar. En cuanto sea de día comenzará la búsqueda.
Sandeuer se inclinó y regresó a su comida después de dar instrucciones de que debían vigilarse los rellanos.
Girland decidió que sería más seguro subir al quinto piso del Schloss. Se había asegurado del número de pisos (ocho en total) al llegar. Al subir al quinto piso, tendría tres más en los cuales maniobrar si fuese necesario. Tomando a Gilly de la mano y usando apenas la linterna, la guió por el largo pasillo hasta el pie de la escalera. La gruesa alfombra amortiguaba sus pasos. Sólo podía oír la rápida respiración de Gilly y, muy débilmente, el sonido de los platos de la cena que estaban sirviendo abajo. Pensó con pena en la comida que se había perdido.
Subieron silenciosamente el largo tramo de la escalera, se detuvieron un momento y siguieron ascendiendo otro tramo. El rellano estaba completamente a oscuras. Ninguna luz de la planta baja llegaba a reflejarse por el ojo de la escalera hasta allí.
Girland se detuvo a escuchar. No oyó nada y alejándose del final de la escalera, encendió la linterna. Una tela blanca y burda cubría la alfombra; había un ligero olor a humedad y almizcle. Guió a Gilly por el corredor. A ambos lados había puertas, se detuvo ante la quinta de ellas. La abrió suavemente tratando de ver en la oscuridad; escuchó, luego encendió su linterna. La habitación era grande. Contra una de las paredes había una cama de cuatro columnas. Las ventanas tenían pesados postigos. Girland entró en el cuarto y Gilly lo siguió. Él cerró la puerta
—Ésta nos servirá —dijo—. Vamos, vamos a la cama.
—Me gustaría salir de este lugar horrible —dijo Gilly mientras él la guiaba hacia la cama.
—Mañana saldrás. ¿Tienes hambre?
Sintió que ella se estremecía en la oscuridad.
—No.
—Feliz de ti... yo sí. Bueno, Dumas dijo cierta vez que el hombre que duerme, cena. Así que vamos a dormir.
—Yo no podría..., tengo mucho miedo.
Girland se tendió sobre la cama y la hizo acostar a su lado.
—Lástima que no pensaste en tener miedo cuando hiciste esas películas —dijo, rodeándola con un brazo—. No te diste cuenta de que te estabas jugando la vida cuando empezaste con esta idea de extorsionar a tu padre...? ¡Él sí que es duro!
— ¡Lo haría de nuevo! —dijo Gilly, aunque sin mucha convicción en la voz. Se alejó de él— ¡Y basta de reprenderme!
—Lo siento... me había olvidado de que eras una mujer moderna y equilibrada.
—Oh cállate. ¡Me vas a enloquecer! Escucha: suponiendo que fuéramos a ver al conde y le dijéramos que le daríamos las películas y yo prometiera no hacer ni una más si nos dejara ir... ¿qué pasaría si hiciéramos eso?
—Una idea maravillosa. —Girland rió—. Él tendrá las películas mañana de todos modos. ¿Por qué habría de confiar en ti? ¿Por qué te dejaría ir?
—Pero tú vas a confiar en mí.
—Sí... pero yo tengo que hacerlo, él no. Vete a dormir —y Girland se alejó de ella, se puso cómodo y cerró los ojos.
En pocos minutos había caído en un sueño liviano, mientras que Gilly dirigía su mirada temerosa hacia el invisible cielo raso. Después de un rato empezó a recordar su vida pasada. Aunque todavía odiaba a su padre y a su madre, comenzaba a lamentar lo que había hecho. Desgraciadamente tuvo que admitir que Girland tenía razón. La organización "Ban War" no tenía ningún fundamento. Sólo se había unido a ella porque sabía que su padre se enojaría. Pensó en Rosnold y se dio cuenta con sorpresa de que no lamentaba no verlo nunca más. Se dijo a sí misma que él había ejercido una maléfica influencia sobre ella. Sin su persuasión y su adulación, ella nunca hubiera hecho esas horribles películas. Sintió qeu el calor de la vergüenza la invadía. ¿Cómo pudo haberlo hecho? Por supuesto que esa dosis masiva de LSD había hecho que las películas parecieran divertidas en su momento. Si Rosnold no le hubiera dado la droga, ella no habría hecho lo que hizo. Ahora estaba segura de ello.
Si llegaba a salir de este lío, se dijo, empezaría una nueva vida. ¡Al diablo con su padre! Si él llegaba a presidente, los americanos que lo votaron tendrían su merecido. Ella, Gillian, tendría que irse de París. La gente de "Ban War" nunca la dejaría en paz si se quedaba. Iría a Londres. Tenía un primo allí que trabajaba en la embajada norteamericana, tal vez podría ayudarla a conseguir un empleo. Escuchó la suave respiración de Girland y sintió envidia de él. Recordó su noche de amor. Él era la clase de hombre que le gustaría atrapar, pero sabía que no tenía esperanzas. Era un solitario..., se había llamado "mercenario" a sí mismo. No contemplaría la posibilidad de tenerla consigo mucho tiempo.
Pensó en él con envidia. Los hombres tenían todas las ventajas.
De pronto se puso rígida y su corazón empezó a latir rápidamente. ¿Había oído voces? Se incorporó a medias y la mano de Girland se cerró sobre la suya. Él se había despertado instantáneamente.
— ¿Qué pasa?
—Me pareció oír voces.
—Quédate aquí.
Aunque no podía verlo en la oscuridad sintió que la cama cedía cuando él se levantó silenciosamente.
— ¡No me dejes! —murmuró con voz urgente.
— ¡Espera aquí! —su voz era apenas un susurro, pero lo suficientemente severo como para hacerla permanecer en la cama.
Girland se acercó a la puerta para escuchar. Al no oír nada, puso la mano sobre el labrado pestillo dorado y lo bajó suavemente, luego empujó la puerta.
Su vista dio contra una luz vaga. Venía del final de la escalera. Luego oyó que un hombre decía en alemán:
— ¿Estás bien allí abajo, Rainer?
Una voz contestó algo que Girland no llegó a entender.
— ¿Yo?—dijo la primera voz—. ¿Cómo puedo estar bien aquí, sentado en la escalera por el resto de la noche?
Se oyó una risa, luego silencio.
Girland entreabrió la puerta y espió hacia el pasillo. Vio un hombre corpulento, que vestía la librea del conde, sentado en el escalón superior de la escalera. Entre sus rodillas había una escopeta sostenida por las manos entrelazadas. La vista de ese hombre sorprendió a Girland. ¿Por qué estaba allí? se preguntó. ¿Podría ser acaso que el conde sospechase que Gilly y él no se habían fugado al bosque, sino que estaban ocultos en el Schloss? A Girland le pareció que ésta debía ser la razón por la cual este hombre estaba de guardia en la escalera. Pero si el conde creía que estaban todavía aquí, ¿por qué no había organizado una búsqueda? Girland meditó sobre esto y comprendió lo difícil que sería registrar un lugar tan amplio en la oscuridad. Parecía que el conde había clausurado los descansos y estaba esperando la luz del día.
Girland cerró suavemente la puerta y volvió a la cama. Se sentó junto a Gilly y le contó lo que había visto, y lo que le parecía a él que iba a suceder por la mañana.
— ¿Quieres decir que saben que estamos aquí? —Gilly suspiró, aterrada.
—No pueden saberlo, pero creo que sospechan que podríamos estar aquí. Ahora, tranquilízate. Tenemos mucho lugar para maniobrar. Si haces exactamente lo que te digo no nos encontrarán. Pero si te asustas, nos descubrirán.
— ¿Qué vamos a hacer?
—Esperaremos. Tenemos mucho tiempo.
Gilly estuvo a punto de hablar, pero calló. Hubo una larga pausa, mientras Girland se tendía en la cama.
—Tranquilízate y déjame pensar —dijo.
Gilly trató de relajarse, pero era imposible. Se esforzó por quedarse quieta. El tiempo se arrastraba lentamente. De repente se dio cuenta de que la respiración de Girland había variado levemente, y comprendió que dormía. Yacía al lado de él, deprimida y envidiosa de su completa indiferencia por el peligro que los estaba cercando. Luego oyó un ruido que la hizo poner rígida: un leve, pero claro sonido de ronquidos que venían del corredor.
Girland dijo suavemente:
— ¿Oyes eso? El guardia se ha quedado dormido.
—Oh... yo creía que tú también estabas durmiendo.
—Estaba, pero tengo sueño muy liviano. —Ella lo dejó deslizarse de la cama. Fue a la puerta, la abrió con cuidado y atisbo el corredor. Vio al guardia, sentado sobre el peldaño superior, con la cabeza apoyada contra la barandilla. De él provenían los suaves ronquidos.
Girland cerró la puerta y encendió su linterna. Se dirigió hasta las grandes ventanas.
—Vamos, Gilly, tenemos mucho que hacer.
Ella se levantó de la cama y se acercó a él.
—Toma estas cortinas para mantenerlas juntas. Cuando ella hubo asido fuertemente el pesado terciopelo, él tomó la gruesa soga verde y dorada que corría y descorría el cortinado y se colgó de ella con todo su peso. Por un momento resistió, luego se soltó y cayó al piso. Hizo lo mismo con el otro lado de la cortina. Luego fue hasta la segunda ventana. En pocos minutos tenía ocho trozos de un metro cada uno de la pesada cuerda de cortina en el piso; comenzó a anudarlos.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Gilly, que sostenía la linterna para que él pudiera ver.
—Confundiendo la situación —dijo Girland-—. Cuando estás en un lío, la confusión es tu mejor amiga.
Abrió una de las ventanas, soltó la aldaba del pesado postigo de madera, y lo empujó. Luego salió al balcón y miró hacia abajo. No había luces en ninguna de las ventanas de abajo. La luz de la luna iluminaba la gran extensión de césped y el bosque distante sólo era visible por el contorno de las copas de los árboles.
Empezó a largar la cuerda anudada por la pared exterior, manteniéndola bien alejada de ventanas y balcones. La punta de la soga finalmente pendía sobre el balcón del segundo piso.
—Necesitamos dos cuerdas más —dijo—. Espera aquí, yo iré a buscarlas.
—Déjame ir contigo.
— ¡Haz lo que te digo! —dijo Girland con tono cortante, y se dirigió hacia la puerta. La abrió, contempló al guardia dormido durante varios minutos, luego se deslizó hacia el corredor. Entró en la habitación de al lado. Un momento más tarde regresaba tan silenciosamente como había ido, con dos largos más de cuerda. Anudó éstos a la punta de la cuerda que pendía de la ventana y continuó dejándola caer hasta que tocó el suelo. Ató el extremo a la barandilla del balcón y regresó a la habitación.
—Puede ser que los engañe —dijo—. Aún si no lo hiciera, eso nos dará tiempo.
— ¿No podríamos usar esa cuerda? ¡Podríamos salir de aquí!
Girland meneó la cabeza.
—Yo podría, pero tú no, así que no lo haremos.
Ella le tomó la mano.
—Una vez que estemos libres, prometo dejar en paz a mi padre. Nunca más lo molestaré. Lo prometo.
--Muy bien, pero primero tenemos que salir de aquí. Vamos, quítate los zapatos. Yo quiero ir a ver los otros cuartos. Este es demasiado pequeño.
Ambos se sacaron los zapatos, Girland abrió la puerta, contempló al guardia dormido y guió a Gilly hacia el corredor. Silenciosamente se alejaron del pie de la escalera a lo largo del corredor, hasta su extremo más lejano. Allí se encontraron con una puerta de hojas dobles y trabajadas. Girland usó por un instante su linterna.
—Espera —dijo suavemente.
Se adelantó, escuchó contra la puerta, hizo girar el picaporte y la abrió. Escuchó otra vez antes de encender la linterna. El haz de luz apenas penetraba la inmensidad de la habitación que parecía ser una sala de banquetes. Por un instante, Girland se sobresaltó al ver sombras de siluetas a lo largo de las paredes. Un nuevo examen con la linterna le demostró que era un amplio hall lleno de armaduras, colocadas en soportes, y las paredes cubiertas de armas. No llegaría a saber que en esta habitación se encontraba una de las más espléndidas colecciones de armaduras italianas, alemanas e inglesas que Hermán Radnitz había traído de todas partes de Europa.
Volvió hasta donde Gilly lo esperaba.
—Tenemos mucha compañía —dijo—. Ven aquí adentro. Esto parece un escondite tan bueno como podríamos desearlo.
Al entrar ella, Girland cerró suavemente la puerta.
El guardia en la escalera seguía durmiendo.
Desde su apostadero en la copa del árbol, Malik observó a Girland salir al balcón del quinto piso y dejar caer la cuerda de cortina anudada hasta el segundo piso. Lo vio inclinarse sobre la barandilla del balcón, mirar hacia abajo y desaparecer de la vista. Malik adivinó que estaba buscando más cuerda.
La brillante luz de la luna iluminó el frente del Schloss y Malik se dio cuenta de que sus anteojos de noche no le hacían falta. Acomodó sus anchas espaldas contra el tronco del árbol y esperó. Girland volvió, agregó dos trozos más a la cuerda y sujetó el extremo a la barandilla del balcón.
Así que iban a intentar escapar pensó Malik. El descenso sería peligroso: con la chica, doblemente peligroso. Continuó observando con interés.
Pero no sucedió nada más. El postigo de madera permaneció a medio abrir; el balcón quedó desierto. Lentamente, pasó media hora. Entonces Malik decidió que la cuerda era un elemento para despistar. Asintió aprobando. Varias veces se había enfrentado con Girland y cada vez aumentaba su admiración por la forma en que éste resolvía las situaciones. Así que después de todo, Girland había decidido permanecer en este enorme Schloss, pero insinuando a los que lo buscaban, que él y la chica habían huido al bosque. Malik aprobaba el plan.
Se quedó montado en la gruesa rama del árbol media hora más. Hacía largo rato que todas las luces del Schloss se habían apagado. La cacería iba a comenzar cuando se levantara el sol detrás de las sierras.
Meditó sobre lo que haría. Girland estaba adentro librado a sus propios medios. La chica resultaría más bien un estorbo que una ayuda. Malik recordó una oportunidad en que Girland le había devuelto su pistola, diciéndole a la chica que lo había querido matar:
—No te pongas nerviosa, nena. Él y yo estamos del lado malo de la cortina. Los dos somos profesionales... trabajando en el mismo negocio sucio. Llega un momento en que podemos olvidar a los cochinos de arriba que mueven los hilos...
Malik recordaba vividamente el incidente. Sabia que eso era algo que él nunca hubiera dicho a un hombre a quien tenía atrapado irremediablemente. Las palabras de Girland le habían hecho una tremenda impresión. Llega un momento en que podemos olvidar a los cochinos de arriba que mueven los hilos...
Malik pensó en Kovski, complotando en su escritorio, con su traje raido manchado de comida, su energía y sus pensamientos dedicados sólo a la maldad... un pequeño cochino... Si, Girland tenía razón. Pero Girland con la chica, estaba ahora atrapado en el Schloss. Malik decidió que éste era el momento de pagar su deuda. Recordó una frase que le habían inculcado a fuerza de repetición cuando estudiaba inglés: One good turn deserves another.6¡Cuántas veces había repetido este dicho mientras la melancólica maestra de nariz roja corregía su pronunciación! La frase era un cliché, pero éstos suelen ser ciertos.
Descendió, balanceándose de rama en rama, hasta que cayó sobre el musgo y las hojas muertas del bosque. Luego se deslizó silenciosamente como un gato grande y peligroso, bordeando el bosque hasta que llegó a la orilla del césped. Aquí se detuvo y estudió el frente del Schloss. Su próximo paso sería peligroso. Aunque no se veían luces, no podía saber si alguien estaba vigilando. Sus gruesos dedos se cerraron sobre el mango de la pistola Mauser. Sacó el arma de su funda, luego moviéndose rápidamente, cruzó a la carrera el césped hacia el refugio de las sombras del Schloss. Se detuvo al pie de los escalones que llevaban a la terraza y esperó. No oyó nada. Nadie gritó, nadie dio la alarma.
Satisfecho, subió los escalones y llegó a la terraza, luego se abrió camino rápidamente, pasando por delante de las mesas y las sombrillas plegadas hasta donde colgaba la cuerda de cortina. Puso su arma nuevamente en la funda y se tomó de la cuerda. Tiró de ella con su fuerza increíble. Resistió. Tiró de nuevo: nuevamente resistió.
Apoyando sus pies contra la pared, comenzó a subir lenta y uniformemente hacia el primer balcón. Allí hizo una pausa, asiendo la barandilla del balcón con la mano izquierda, los pies calzados detrás de una de las cabezas de dragón que decoraban la pared. Escuchó y esperó, luego se dirigió al segundo balcón. Trepar era cosa fácil para él. Era un hombre de gran fuerza y capacidad. Además, carecía de nervios. La idea de que la soga se podía romper y él estrellarse a muerte, no le significaba nada.
Por etapas llegó por fin al balcón del quinto piso pasó las piernas sobre la barandilla y se detuvo delante del postigo y la ventana abiertos.
Había subido silenciosamente, pero sabía que Girland tenía el sentido del oído altamente desarrollado. Entrar caminando a la densa oscuridad del cuarto sería buscarse líos. Se quedó en el balcón escuchando, pero no oyó nada. Girland podría estar cerca, oculto a la vista, pensando que uno de los hombres del conde había subido por medio de la soga.
—Girland, soy Malik —dijo en su inglés gutural. Impostó la voz para que fuera suave—. Girland..., soy Malik.
Esperó. Había silencio. Se adelantó lentamente, encendiendo su poderosa linterna. El haz blanco iluminó parte del cuarto. Se quedó en el vano de la puerta, dirigiendo la luz de la linterna hacia la cama de las cuatro columnas y alrededor de la habitación. Convencido de que estaba vacía, entró. Se paró en el centro del cuarto. Así que Girland había proporcionado una pista falsa y se había ido. Malik aprobó con la cabeza. Pero, ¿dónde estaba?
Se dirigió silenciosamente hasta la puerta, la abrió con cuidado y en seguida quedó petrificado al ver una leve luz vacilante en el pasillo. Miró hacia afuera, contempló un momento al guardia dormido, y se encaminó con todo sigilo hacia el corredor.
Las puertas lo enfrentaban. En algún lugar de este piso, razonó Malik, Girland y la chica estaban ocultos. Vaciló. Tenía que tener cuidado de no despertar al guardia que dormía. No podía ir de cuarto en cuarto, llamando a Girland. Sería imprudente entrar en cualquier habitación sin avisarle primero a Girland quién era. Por fin, decidió alejarse lo más posible del guardia dormido y buscarse un escondite.
Se dirigió sin hacer ruido a lo largo del corredor, hasta llegar a la puerta de doble hoja en el extremo más alejado.
Miró hacia atrás, se aseguró de que el guardia dormía aún, y empujó suavemente la puerta. Aquí se detuvo, escuchó, no oyó nada, y dio un paso hacia el gran salón de banquetes.