CINCO
Mary Sherman era alta y elegante; una mujer de poco más de cuarenta años. Parecía que hubiera salido de una fotografía de Beatón: impecablemente vestida por Balmain, estaba muy consciente de que dentro de poco tiempo sería primera dama de los Estados Unidos. Era astuta, fría y calculadora y tenía una ardiente ambición para su marido y para ella misma. Tenía un encanto frío y magnético. Mostraba un interés irresistible por la gente, que sentía en cuanto la conocía, que sus problemas eran los problemas de ella; era un truco que servía muy bien a su marido.
Al entrar Sherman a la grande y cómoda mansión en la cual vivía desde hacía diez años, Mary estaba sentada en su escritorio, escribiendo cartas. Se dio vuelta, lo miró inquisidoramente con sus impersonales ojos azules y se puso de pie.
— ¡Henry! Estaba esperando. —Se acercó a él y le besó la mejilla sin afeitar con una pequeña mueca de desaprobación.
— ¿Salió todo bien? ¿Qué pasó?
Durante el viaje de regreso desde el aeropuerto Kennedy a Washington, Sherman se había quitado el bigote postizo, pero aún conservaba los anteojos oscuros. Había recogido su coche en el aeropuerto, pero el regreso no había sido tan afortunado como la ida. Al entrar por la puerta trasera de la imponente mansión, Morgan, uno de los agentes del F.B.I. responsables de su seguridad, había surgido de las sombras. Los dos hombres se enfrentaron; había genuino horror en los ojos de Morgan.
Sherman había comprendido la posición de Morgan y le había dirigido una sonrisa amplia y cordial, estrictamente reservada para las personas que lo podrían votar.
—Tenía ganas de tomar un poco de aire fresco, Morgan —dijo—, así que me deslicé afuera. Me siento muy bien ahora. —Puso la mano sobre el brazo de Morgan, dándole unas palmaditas, como había hecho con tantos posibles votantes—. Me porté mal. Lo siento. Mejor que quede entre nosotros ¿eh?
Antes de que el horrorizado agente pudiese contestar, Sherman había entrado en la casa.
—Morgan me vio cuando yo entraba —dijo Sherman, quitándose el saco—, pero le tomará más trabajo del que vale su puesto pasar el informe. —Se dejó caer en un sillón—. Siéntate Mary... deja que te cuente.
Ella se sentó a su lado.
— ¿La encontraste?
—Todavía no. —Sherman procedió a contarle su conversación con Dorey y lo que éste estaba haciendo.
Mary lo miraba con ojos incrédulos.
— ¿Quieres decir que sólo ese ex-agente la está buscando? —exclamó—. ¡Esto es ridículo, Henry! ¿Por qué no consultaste a la policía?
— ¿Y hacer todo el asunto oficial? —Sherman movió la cabeza—. ¡Vamos, Mary usa la cabeza! No tenemos más alternativa que esperar que el hombre de Dorey la encuentre.
— ¡Un delincuente! ¡Henry!
—Él la miró.
—Tenemos que encontrarla, Mary, Mary...; este hombre la encontrará.
Ellu hizo un pequeño gesto salvaje con las manos.
— ¿Y luego... qué?
—Es posible que él logre convencerla...
— ¡Oh, por Dios! ¿Convencerla? ¿A Gillian? ¿Cómo puede alguien convencer a una pequeña fiera como ésa? —Se puso de pie y empezó a caminar por la gran habitación, haciendo entrechocar los puños.
— ¡No comprendes que está decidida a arruinarnos! ¡Por qué tuve que dar a luz semejante criatura! Oye, Henry... debes abandonar la candidatura. Por lo menos si te retiras, podemos mantener intacta nuestra vida social, pero una vez que esas inmundas películas caigan en malas manos... ¿cómo podremos dar la cara a cualquiera, y quién querrá volver a vernos?
Sherman se puso fatigosamente de pie. Cruzó hasta el teléfono, consultó su agenda de bolsillo y marcó el número particular de Dorey en París.
— ¿A quién estás llamando? —preguntó Mary con voz aguda.
—Dorey puede tener noticias para nosotros.
Dorey estaba en cama, durmiendo, cuando lo despertó el sonido de la campanilla del teléfono. Instantáneamente estaba despierto y alerta.
— ¿Eres tú, Dorey? —reconoció la voz de Sherman.
—Sí... ¿llegó bien de regreso?
—Bien... ¿Tienes alguna noticia para mí?
—Sí... algunas buenas..., algunas malas. Debo tener cuidado. Estamos hablando en una línea abierta. —Hubo una pausa, luego continuó— ¿Se acuerda del tío Joe?
Sherman se puso rígido.
—Es claro que sí. ¿Qué pasa, John?
—Sus sobrinos están interesados ahora. El señor Cain fue reconocido al salir de Orly. Los sobrinos de Joe saben que el señor Cain y yo nos encontramos.
La cara de Sherman se relajó con el impacto. Mary, que lo estaba mirando, salió alarmada.
— ¿Qué pasa, Henry?
Él la hizo callar con un gesto de la mano.
— ¿Saben lo de la película? —preguntó a Dorey.
—No creo, pero demuestran curiosidad. Mi hombre está avisado.
—Bueno, sigue, ¿Qué más?
—Mi hombre se va a Garmisch... debe partir dentro de una hora más o menos —dijo Dorey—. He recibido información que el sujeto que le interesa a usted está allí.
— ¿Garmisch... Alemania? ¿Estás seguro?
—Sí. El sujeto se hospeda en el Hotel Alpenhoff.
— ¿Crees que tu hombre puede manejar esto?
—Si él no puede, nadie puede.
—Entonces supongo que debo aceptar esta situación... No estoy contento con ella, pero depende de ti.
—Haré todo lo mejor posible, señor. —La voz de Dorey sonaba inexpresiva. La evidente falta de confianza de Sherman lo había herido.
—Lo llamaré a usted de nuevo —y colgó.
Lentamente, Sherman colocó el receptor en su sitio y se volvió para mirar a Mary.
—Un agente ruso me reconoció en Orly y ahora los rusos están detrás de esto.
Mary se llevó una mano a la boca; su cara se puso color cera.
— ¿Quieres decir que saben lo de estas películas inmundas?
—Todavía no, pero están investigando. Este hombre Girland ha localizado a Gillian en el Hotel Alpenhoff, en Garmisch.
— ¿Garmisch? ¿Qué está haciendo allá?
Sherman se encogió de hombros con impaciencia:
— ¿Cómo puedo saberlo? Girland está ahora en viaje hacia allí.
Repentinamente Mary golpeó con sus puños el respaldo del sofá.
— ¿Qué puede hacer un hombre como él? ¡Dios! ¡Desearía que esa perra estuviera muerta!
Sherman se movió, incómodo.
—Será mejor que lo sepas, Mary...; me encontré con Radnitz en París... por supuesto, me reconoció.
Mary lo miraba fijamente y sus ojos de azul acero se agrandaron.
— ¿Radnitz? ¿Te reconoció?
—Sí. Fue una de esas cosas...; en fin le conté lo que estaba pasando.
— ¿Quieres decir que le hablaste de Gillian y de esas inmundas películas?
—No tenía alternativa.
Mary se dejó caer sobre el sofá.
— ¡Henry! ¡Radnitz sólo piensa en ese contrato! ¡Ahora te va a extorsionar!
Sherman la miró con paciencia.
—Te estás portando como una estúpida. Radnitz no puede esperar el contrato a no ser que yo sea presidente. Está dispuesto a ayudarme. —Cruzó hasta el mueble que hacía las veces de bar, se preparó un whisky con soda, fuerte, volvió y se sentó otra vez.
— ¿Radnitz, ayudarte? —La voz de Mary era chillona—. No creerás que un hombre como ese ayudaría a alguien.
—Mary, hace un momento dijiste que deseabas que Gillian estuviera muerta...; ¿lo dijiste en serio? —preguntó Sherman sin mirarla.
Ella tuvo la sensación de que la pregunta era grave. Por un largo instante se quedó sentada inmóvil, sin expresión en el rostro. Finalmente dijo:
—Si ella estuviera muerta, tú llegarías a presidente de los Estados Unidos. Si sigue viviendo y continúa extorsionándonos, no serás presidente... así que..., sí..., supongo que desearía que estuviera muerta.
Sherman clavó la mirada en sus propias manos.
—Radnitz dijo lo mismo. Dijo que podía arreglarlo. Yo... yo le dije que lo hiciera...; yo estaba alterado, pero antes de que él entre en acción, yo quería hablar contigo... Luego, si tú estabas de acuerdo, tenía que decirle dónde la puede encontrar. —Se pasó la mano por la nuca, mientras miraba por la ventana—. Él sabe dónde está, por supuesto. Él sabe todo, pero si le digo que está en el Hotel Alpenhoff en Garmisch, él tendrá la prueba de que le estoy dando mi aprobación para que nos libre de ella.
Mary se inclinó hacia adelante, con los ojos brillantes.
—Bien, ¿qué estás esperando? —preguntó ella—. Hemos luchado y luchado para llegar donde estamos. ¿Por qué deberán arruinarse nuestras ambiciones y nuestro modo de vida, sólo porque hemos tenido la mala suerte de engendrar este ser odioso y despreciable? ¡Llámalo a Radnitz y dile dónde está Gillian!
Sherman se movió en su silla. Sus manos temblorosas recorrieron su cara traspirada.
—Es nuestra hija, Mary.
— ¡Llámalo!
Se miraron fijamente un largo rato, luego Sherman movió la cabeza.
— ¡No! ¡No podemos hacer esto, Mary! ¡No podemos!
— ¿Y los rusos? ¿Suponte que descubrieran lo de este animal degenerado? ¡No podemos permitir que semejante criatura nos extorsione! ¡Hay que hacerla callar!
Sherman hizo un gesto de impotencia.
—Suponte que esperáramos hasta que Girland la encuentre. Quizá podría inculcarle un poco de sentido común. —Se puso de pie—. Me voy a la cama.
—Sí... —La mirada de Mary era extraña. Sus ojos parecían remotos—. Hotel Alpenhoff, Garmisch. ¿Eso dijiste?
—Sí.
— ¿Y dónde está Radnitz?
Sherman vaciló.
—Georges V, París. —Desvió la mirada de ella—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Vete a la cama, Henry —dijo Mary tranquilamente—. Necesitas descansar.
Sherman vaciló de nuevo, luego se dirigió hacia la puerta. Se detuvo y la miró. Los ojos fríos y duros de su esposa se clavaron en los de él.
—Vete a la cama, Henry —repitió.
Sherman salió del salón. Se movía despacio, como un hombre viejo que se dirige a la cama conducido por su enfermera.
Ella lo oyó subir la escalera, y oyó el ligero crujido de las tablas del piso cuando él se dirigió al dormitorio.
Por un largo rato Mary Sherman se quedó sentada mirando fijamente por la ventana el sol que salía anunciando un nuevo día. Su cara estaba pétrea. Sólo el brillo de sus ojos sugería el torbellino que había en su mente.
Finalmente tomó el teléfono. Pidió a la operadora que la comunicara con el Hotel Georges V, en París.
Un Thunderbird negro se detuvo bajo la marquesina del Hotel Georges V y el portero se adelantó para abrir la puerta.
Lu Silk se deslizó fuera del auto.
—Estaciónelo... no tardaré —dijo secamente y entró en el vestíbulo. Cruzó hasta donde estaba el conserje de pie detrás de su escritorio.
—El señor Radnitz —dijo Silk.
El conserje había visto a Silk varias veces. Lo conocía como un hombre que no daba propinas y resultaba desagradable a los empleados. Inclinó la cabeza fríamente, levantó el receptor del teléfono, habló brevemente, luego dijo a Silk:
—Cuarto piso, monsieur, departamento 457.
Silk lo miró desdeñosamente.
—Como si no lo supiera. —Se dio vuelta y caminó hacia los ascensores.
Lu Silk 3 era el asesino a sueldo de Radnitz: un hombre alto, delgado, de aproximadamente cuarenta años, con una cara en forma de hacha, el ojo izquierdo de vidrio y una cicatriz blanca en la mejilla izquierda. El pelo, muy corto, era blanco. Usaba un traje de franela gris oscura que le quedaba muy bien, y llevaba un sombrero flexible negro en la mano. Hacía algunos años que trabajaba para Radnitz. Cuando éste quería librarse de alguien molesto, llamaba a Silk. Con U$S 15.000 de honorarios por matar y un ingreso anual fijo de 30.000, trabajara o no, Lu Silk se ganaba satisfactoriamente la vida.
Llegó al cuarto piso y tocó el timbre del departamento 457. La puerta fue abierta por Ko-Yu, el sirviente y chófer japonés de Radnitz.
—Hola —dijo Silk al entrar—. El viejo me está esperando —Ko-Yu miró a Silk con cara inexpresiva y de manera indiferente.
—El señor Radnitz lo espera.
Silk entró a la gran sala de estar lujosamente amueblada donde estaba Radnitz sentado en su escritorio, dictando algo a su secretario, Fritz Kurt, un hombrecito delgado que levantó la vista al entrar Silk.
Radnitz interrumpió su dictado y despidió a Kurt con un gesto de la mano. Hubo una breve pausa mientras Kurt se retiraba, luego Radnitz dijo:
—Tengo trabajo para ti.
—Eso es fácil de adivinar —Silk no temía a nadie y nunca demostraba respeto cuando hablaba con Radnitz. Era el único de los empleados de éste que no le decía siempre que sí. Se sentó y cruzó una pierna sobre la otra. ¿Quién es esta vez?
— ¿Estás dispuesto a viajar inmediatamente?
—Por supuesto. Siempre tengo una valija en el auto. ¿A dónde?
—Munich. Radnitz abrió un portafolio y sacó un abultado sobre—. Aquí están tus instrucciones, con tu pasaje y tus cheques de viajero. Tienes que despachar a dos personas. Una chica: Gillian Sherman. Un hombre: Pierre Rosnold. Hay una fotografía de la muchacha aquí, pero no tengo ninguna del hombre, aunque están juntos. Esto es importante, Silk. Tú recibirás treinta mil dólares cuando yo sepa que ambos han sido eliminados.
Silk se levantó, cruzó hasta el escritorio y tomó el sobre que Radnitz le ofrecía. Volvió a su silla, se sentó y extrajo el contenido del sobre. Se detuvo a observar la fotografía de Gillian Sherman. Su belleza no surtió sobre él ningún efecto. Hacía muchos años —más de los que él mismo recordaba— que Silk había perdido todo interés en las mujeres. Leyó dos hojas de instrucciones escritas a máquina, luego levantó la vista.
— ¿No les doy el golpe hasta recobrar las películas? ¿Cómo sabré yo que están recobradas?
—Este hombre, Girland, las tendrá. Será vigilado constantemente. No tienes que preocuparte por eso. Tu trabajo es despachar a estos dos cuando se te ordene que lo hagas.
— ¿Cómo quiere que se arregle esto?
Radnitz eligió un cigarro de una caja de cedro con tapa de oro.
—Un accidente... quizá un accidente de caza, podría ser.
— ¿Los dos? —Silk meneó la cabeza—. No..., uno podría recibir un tiro por error, pero no ambos, la policía alemana no es estúpida.
Radnitz se encogió de hombros, impaciente. Los detalles pequeños siempre le aburrían.
—Lo dejo en tus manos. Yo tengo una casa cerca de Oberammergau. Tengo un hombre de confianza allí, y ya está avisado. Él hará todo lo necesario. Su nombre es Conde Hans von Goltz. Te esperará en el aeropuerto de Munich y te llevará a mi casa. Para ese entonces, von Goltz tendrá información para ti. No necesitas llevar armas. En mi casa hay todo lo que puedas necesitar. Tengo unos treinta hombres que cuidan la propiedad. Los puedes usar si quieres.
Silk guardó el sobre en el bolsillo y se puso de pie.
—Será mejor que me vaya si he de tomar el avión de las 14 hs.
—Ten cuidado con Girland —advirtió Radnitz—. Es peligroso.
Silk mostró sus parejos dientes blancos en una viciosa sonrisa.
—Tendré cuidado —dijo, y salió del departamento.
Puesto que Mary Sherman había olvidado decirle a Radnitz que los rusos también estaban interesados en la cacería de la hija del futuro presidente, Silk salió del Hotel Georges V pensando que sólo tendría que vérselas con Girland. Si hubiese sabido que tendría que enfrentar a Malik también, se hubiera sentido menos seguro de que iba a ganar el dinero fácil, mientras guiaba su Thunderbird hasta el aeropuerto de Orly.
Sintiéndose un poco cansado, Girland pasó por la aduana del aeropuerto de Munich y cruzó el gran hall hasta la oficina de alquiler de autos Hertz. Viendo hacia dónde iba, Labrey, que lo había estado siguiendo, se detuvo. Tenía poco dinero extra. No había ninguna posibilidad de que él alquilara un auto. Observó a Girland mientras hablaba con la empleada.
Girland enseñó su tarjeta de crédito Hertz y dijo a la chica, una bonita rubia, que quería un Mercedes 230.
—Sí, señor —dijo la muchacha— ¿Cuánto tiempo le parece que lo va a necesitar?
—No sé. —La chica le resultaba atrayente a Girland—. Depende de lo que me guste su país. Si es tan hermoso como usted, tal vez pase el resto de mis días aquí.
La chica lanzó una risita tímida y se ruborizó.
—Digamos... ¿una semana?
—Déjelo en blanco... no sé. Girland se inclinó sobre el mostrador mientras ella llenaba el formulario, luego lo firmó.
—Le pediré el auto, señor. —Habló por teléfono y luego colgó el tubo—. Dentro de cinco minutos, señor. —Lo miró con adoración y sonrió—. La puerta de salida está a su derecha.
—Gracias.
Intercambiaron rápidas miradas y sintiéndose considerablemente revitalizado, Girland dejó el aeropuerto y se quedó esperando bajo el pálido sol que llegara el auto.
—Perdóneme, señor —dijo una voz a su lado—. Por casualidad, ¿usted no estará por ir a Garmisch?
Girland se dio vuelta. De pie a su lado había un alto y delgado joven de largo pelo rubio, que usaba anteojos verdes. Tenía una mochila a la espalda.
—Seguro —dijo Girland—. ¿Quiere que lo lleve?
—Me vendría muy bien —dijo Labrey— pero no quisiera ser inoportuno.
En ese momento un Mercedes negro se arrimó a ellos. El chófer de chaqueta blanca se bajó y saludó a Girland.
— ¿Usted conoce el auto, señor?
—Oh, seguro. —Girland echó su valija en el asiento trasero. Le dio una propina al hombre, luego volviéndose hacia Labrey, continuó: — ¡Arriba!
Girland se instaló al volante y puso el auto en marcha.
Labrey dijo:
—Muchas gracias, señor. —Desde un comienzo, la conversación había sido en francés—. Usted es americano, ¿no es verdad?
—Así es.
—Parece americano, pero su francés es perfecto.
—Creo que me las arreglo. ¿De dónde es usted? preguntó Girland mientras conducía velozmente por la ruta hacia Munich.
—Soy de París. Estoy de vacaciones. Pienso cruzar caminando el valle Isar hasta Bäd Tolz —dijo Labrey. Había usado provechosamente su tiempo a bordo del avión leyendo una guía de Alemania que había comprado en el aeropuerto de Orly.
—Linda región para caminar —dijo Girland. Labrey lo miró evasivamente.
— ¿Usted viene de vacaciones o por negocios, señor?
—Un poco de cada cosa. ¿Va a caminar desde Garmisch?
—Sí, pero me quedaré en Garmisch unos días si puedo encontrar un hotel económico.
—No tendrá problema en cuanto a eso. Hay muchos buenos y baratos para elegir. —Girland hablaba por experiencia propia, pues a menudo había venido a Garmisch a practicar deportes de invierno.
Labrey decidió no hacer más preguntas, pues Malik le había advertido sobre Girland. Era realmente buena suerte estar viajando con este ex-agente de la C.I.A. que, obviamente, no tenía la menor sospecha. Labrey estaba satisfecho consigo mismo.
La conversación giró sobre París y los clubs nocturnos Labrey pudo nombrarle a Girland dos o tres que éste no conocía y Girland le habló a Labrey de más de una docena que él nunca había visto. Charlando de esta manera llegaron a Munich y Girland, que conocía el camino, tomó la ruta exterior y llegó a la E.6 que iba directamente a Garmisch, a menos de 100 kms. de Múnich. Una vez que estuvo en esta carretera, Girland aumentó la velocidad y en poco más de una hora y media estaba en la atiborrada calle principal de Garmisch.
Deteniéndose cerca de la plaza, dijo:
—Encontrará tres o cuatro hoteles allí a su izquierda.
— ¿Usted va a uno de ellos? —preguntó Labrey al abrir la portezuela del auto.
—Mi hotel está ubicado en esta calle. —Girland le tendió la mano—. Que tenga felices vacaciones.
—Gracias por el viaje señor.
Girland asintió con la cabeza, puso en marcha el coche y siguió hasta el Hotel Alpenhoff. Labrey medio corrió, medio caminó detrás del Mercedes, que se movía lentamente pues el tránsito era pesado. Vio que Girland giraba el coche en la entrada al hotel y satisfecho de saber dónde se hospedaba Girland, fue en busca de un hotel barato para hospedarse él.
Al entrar Girland al vestíbulo suavemente iluminado del hotel, un hombre bajo y macizo de polera color canario y pantalones blancos se detuvo para dejarlo pasar. Detrás de él había una muchacha en quien Girland reconoció inmediatamente a Gillian Sherman, por la película que había visto. Estaba seguro de no equivocarse. Ella era ligeramente más alta que lo corriente. Su cabello de color bronce estaba cortado en forma de yelmo y le sentaba extraordinariamente a su cara atractiva y bronceada por el sol. Llevaba puesto un sweater blanco de escote cuadrado y pantalones stretch negros, que revelaban su figura sensual.
Girland se detuvo de inmediato y se hizo a un lado para dejarle pasar. Ella lo premió con una mirada prolongada e interrogante y una sonrisa mientras decía:
—Merci, monsieur.
—Vamos Gilly, ¡por el amor de Dios!—dijo el hombre en francés—. Ya estamos atrasados.
Fueron hasta donde estaba estacionado un T.R.4 rojo, subieron a él y con un violento rugido del escape, el hombre condujo el coche peligrosamente rápido hacia la calle principal y se alejó, perdiéndose de vista a toda velocidad.
Girland se acercó al mostrador de la recepción y dejó su valija en el suelo.
—Soy el señor Girland. Tengo reservada una habitación aquí —dijo al empleado—. ¿Era el señor Rosnold el que se acaba de ir? Me parece haberlo reconocido.
—Correcto, señor.
— ¿No se marcha todavía, verdad?
—Oh no, señor. Se queda con nosotros otra semana.
Satisfecho, Girland llenó un formulario, subió a su habitación, sacó sus cosas de la valija y se cambió la ropa por una remera y un par de pantalones vaqueros. Puesto que sólo eran un poco más de las 11 hs., decidió dar un vistazo a la campiña, pues adivinó que Rosnold y Gillian pasarían el día afuera.
Al dejar su habitación, vio acercarse por el corredor a una anciana camarera del hotel. Girland le sonrió y preguntó en su alemán fluido:
— ¿Sabe si el señor Rosnold está en este piso?
—Está justo allí —respondió la mujer, devolviéndole la sonrisa. Señaló una puerta exactamente en frente de la de Girland—. Pero ahora ha salido.
Girland le agradeció y siguió su camino. Sentía que había comenzado este trabajo no sólo con suerte, sino muy bien.
Al alejarse Girland del hotel, Labrey, que estaba sentado en un café cercano, lo vio. No podía hacer nada. Tendría que esperar a que llegara Malik, pero, por lo menos, sabía dónde se hospedaba Girland. El próximo paso sería averiguar por qué había venido a Garmisch.
Girland volvió al hotel para almorzar. Había llegado hasta Wies, donde había visitado la más hermosa iglesia rococó de Alemania, según los conocedores. Girland no era un admirador de esta manifestación del arte, así que después de echar un rápido vistazo en torno del macizo y recargado interior, había resuelto regresar lentamente, saboreando el hermoso paisaje, las lomas, los bosques y el verde de las ricas praderas en primavera.
Fue mientras guiaba por un angosto camino bordeado de flores silvestres que divisó delante suyo un auto "sport" rojo, detenido al costado de la banquina. Disminuyendo la velocidad, vio que la capota estaba baja y que Gillian Sherman ocupaba el asiento del acompañante. Bajó la velocidad a paso de hombre, y al acercarse, vio que Rosnold estaba examinando su motor.
Mi día de suerte, pensó Girland, y se arrimó.
— ¿Necesita ayuda? —preguntó en francés.
Rosnold lo miró. Era un hombre de alrededor de cuarenta y cinco años, bien conservado y de cuerpo bien formado y musculoso. Sus ojos estaban un poco demasiado juntos y su boca era dura, pero era razonablemente buen mozo. Sonrió, una sonrisa de labios apretados, luego levantó las manos en un gesto de impotencia.
—El maldito se acaba de detener. ¿Sabe algo de autos?
Girland bajó del Mercedes y se acercó al T.E.4 A propósito evitó mirar a Gillian.
—Trate de hacerlo arrancar —dijo—. Vamos a ver cómo suena.
Rosnold se deslizó bajo el volante. El dinamo zumbó, pero el motor permaneció muerto.
— ¿Está bien de nafta?
—Tiene tres cuartos de tanque.
—Podría tener una suciedad en el carburador. ¿Tiene herramientas?
Rosnold buscó el estuche de las herramientas y se lo entregó. Le llevó a Girland diez minutos conseguir que el motor volviera a arrancar. Se retiró un paso y sonrió.
—Ahí tiene...; es muy simple cuando uno sabe cómo hacerlo.
Rosnold dijo agradecido:
—Muchas gracias. Usted es muy amable.
—Me alegro de haberlo podido ayudar. —Ahora Girland miró a Gillian, quien le dirigió una sonrisa amplia y fascinante.
—Creo que usted es maravilloso —dijo.
—Si usted me lo permite, madame, quisiera retribuirle el cumplido —dijo Girland. Le clavó su larga mirada de admiración, que tantas veces había provocado hormigueos en las espinas dorsales de tantas chicas. Luego volvió a su auto y se alejó.
En el hotel disfrutó de un buen almuerzo, luego subió a su habitación, se desvistió, se puso una bata corta y se tendió sobre la cama. Girland tenía fe en el descanso cuando había tiempo para ello. En un minuto, más o menos, estaba dormido.
Se despertó poco antes de las 18 hs., se dio una ducha, se afeitó, se puso un traje color azul noche, una polera blanca y zapatos de gamuza negros. Se contempló en el espejo de cuerpo entero. Satisfecho, arrimó un silloncito a la puerta, la abrió un poco y sentó a esperar.
A las 19.30 hs. oyó abrirse una puerta y se puso alerta. Inclinándose hacia adelante, espió por la abertura y vio a Rosnold salir de su habitación, introducir una llave en la cerradura y hacerla girar. Girland alejó el sillón y salió al corredor. Él también echó llave a su puerta y se volvió para dirigirse al ascensor.
Rosnold lo reconoció y le sonrió.
—Así que nos encontramos de nuevo —dijo y le tendió la mano.
Girland estrechó la mano de Rosnold.
—No sabía que se hospedaba aquí —dijo—. ¿No tuvo más problemas con el coche?
—No..., gracias a usted. Si no está apurado, no me niegue el placer de convidarle una copa —dijo Rosnold—. Le estoy muy agradecido.
—De ninguna manera —Girland acomodó su paso al de Rosnold—. Estoy aquí pasando unas cortas vacaciones. Estuve encerrado en París demasiado tiempo, y sentí necesidad de estirar las piernas. ¿Conoce algún buen restaurante por aquí? Las comidas de hotel siempre terminan por cansarme.
Llegaron al ascensor y descendieron a la planta baja. Rosnold dijo:
— ¿Está solo? Entonces venga a comer con nosotros. Yo lo consideraría como un honor.
—Pero su esposa... —Girland dejó la frase pendiente.
Rosnold se echó a reír.
—No es mi esposa. Andamos juntos, estará encantada, ya me ha dicho que usted le parece un sueño.
Girland rió también.
—Por cierto que usted sabe lo que elige.
Entraron al pequeño bar y tomaron la única mesa del rincón. Ambos pidieron whisky escocés doble con hielo.
—Yo estoy en el negocio de fotografía —informó Rosnold mientras esperaban las copas—. ¿Cuál es su ocupación?
—No puedo decir que tenga una sola —dijo Girland y sonrió—. Yo trabajo en varias cosas: soy agente para esto y aquello. Trabajo cuando tengo ganas, lo cual no sucede muy a menudo. Supongo que tengo suerte. Mi viejo me dejó una fuerte cantidad de dinero, de la cual me ocupo.
Rosnold parecía impresionado. Contemplaba la ropa de Girland, que había sido comprada a uno de los mejores sastres de Londres con el dinero de Dorey. Miró la camisa de treinta dólares y la corbata de Hardy Amies.4
—Algunos tienen toda la suerte del mundo. Yo tengo que ganarme la vida trabajando.
—Parecería que no tiene de qué quejarse.
—Oh, me las arreglo.
Al llegar las bebidas, Gillian Sherman entró al bar. Llevaba un "palazzo" liviano de cóctel, color escarlata, de lana y nylon y una cadena dorada alrededor de su fina cintura. Girland pensó que estaba sensacional. Ambos hombres se pusieron de pie.
—Esta es Gilly... Gillian Sherman. —Rosnold parpadeó, luego se volvió hacia Girland—. ¡Lo siento..., diablos! No me he presentado yo. Mi nombre es Pierre Rosnold.
Girland estaba mirando a Gilly.
—Mark Girland —dijo y tomó la mano que ella le ofrecía.
Su apretón era frío y firme. Malicia y sexo bailaban en sus ojos mientras lo contemplaba.
—Señorita Sherman, este breve encuentro ha colmado mis vacaciones.
— ¿Qué le hace pensar que va a ser breve? —preguntó Gilly al sentarse—. Pierre, un Cinzano con "bitter", por favor.
Cuando Rosnold se fue al bar, Girland dijo:
—Dos se hacen compañía...
Ella lo miró.
— ¿No puede decir algo más original?
—Sí, yo creo que sí podría.
Se miraron fijamente uno al otro. Girland le dirigió la mirada intensa que cultivaba expresamente para una ocasión semejante. Era completamente falsa, pero tenía un efecto devastador sobre la mayoría de las mujeres. Gilly reaccionó como él había esperado que lo hiciera. Se inclinó hacia adelante y le sonrió.
—Sí..., creo que podrías —murmuró.
Rosnold se acercó con su copa y la posó delante de ella. Se pusieron a charlar. Cuando Girland así lo deseaba, podía ser humorista, divertido y a menudo vulgar. Representó su papel sin tropiezos y a los pocos minutos era el centro de la atención de Rosnold, que sonreía apreciativamente y de Gilly, que se doblaba en dos de risa.
En el momento en que la charla estaba más animada, entró al bar un hombre alto y delgado. Tendría unos cuarenta años de edad, cabello grueso y rubio que despejaba una frente angosta. Su cara bronceada era larga y angosta y sus ojos alertas tenían un color celeste desteñido. Usaba un "smoking" de terciopelo color verde botella, camisa blanca con volados, corbata de cordón verde y pantalones negros. Alrededor de su muñeca izquierda, gruesa y musculosa, llevaba una pesada cadena de platino, y un Omega del mismo material en la muñeca derecha. Tenía el aire confiado y ligeramente arrogante que está reservado a los inmensamente ricos. Paseó la mirada sobre los tres que estaban sentados a la mesa en el rincón; luego se sentó en un taburete del bar.
—Buenas noches, conde von Goltz —dijo el barman, haciendo una reverencia—. ¿Qué se le ofrece?
—Una copa de champaña... como siempre —dijo el hombre, y sacando de su bolsillo una pesada cigarrera de oro, eligió un cigarrillo. El barman se acercó para encendérselo.
— ¡Uau!—susurró Gilly—. ¡Qué maniquí!
Girland se dio cuenta de que se había distraído de su concentración en él. Ahora estaba contemplando con ojos calculadores la espalda del hombre rubio.
Rosnold le tocó el brazo.
— ¿Te importaría volver tus ojos a mí, chérie? —dijo con voz ligeramente áspera.
—Cómpramelo, Pierre... ¡es simplemente estupendo! —Gilly había levantado premeditadamente la voz.
El hombre rubio se volvió y la miró. Sonrió con una sonrisa fácil y agradable.
—Por su francés me doy cuenta de que usted es americana, mademoiselle, y adoro los americanos que no tienen inhibiciones. —Se deslizó del taburete y les hizo una pequeña y rígida inclinación. Luego mirando a Rosnold, .continuó—: Pero quizá me esté entrometiendo, señor. Si es así, me iré con mi copa al salón.
Rosnold y Girland se pusieron de pie.
— ¿Entrometiéndose? ¡Por supuesto que no!—dijo Rosnold—. ¿Quiere sentarse con nosotros?
—Por unos minutos... me encantaría. —Von Goltz acercó una silla—. Conde Hans von Goltz, —e hizo una reverencia.
Rosnold hizo las presentaciones, mientras Gilly continuaba mirando fijamente a von Goltz.
— ¿Quiere decir que es un conde de verdad? ¡Nunca he conocido a un conde de verdad!
Von Goltz rió.
—Me alegro de ser el primero. —Sus ojos se dirigieron hacia Girland—. ¿Y usted señor? ¿También es americano?
—Así es —dijo Girland—. Estoy pasando unas breves vacaciones aquí.
Von Goltz asintió con la cabeza.
—Esta es la región ideal para unas vacaciones.
Se sentó y comenzó a hablar de Garmisch y la zona aledaña. La conversación pronto se tornó general. Cuando von Goltz hubo terminado su copa de champaña, Rosnold le ofreció otra, pero él meneó la cabeza.
—Gracias, pero me temo que debo irme. Por favor, discúlpenme. Tengo una cita para cenar. —Miró a Gilly—. Si no tienen otra cosa que hacer, quizá a usted y sus amigos les gustaría visitar mi modesto Schloss 5 cerca de aquí. Podría interesarles. Puedo ofrecerles toda clase de diversiones. Hay piscina de agua caliente, un hermoso bosque, mil doscientos acres de parque para cabalgar y cazar... aunque, en esta época del año, sólo puedo ofrecerles palomas y conejos. Si alguno de ustedes monta, tengo caballos también. Me daría un gran placer ser vuestro anfitrión.
Gilly batió palmas y sus ojos se agrandaron.
— ¡Sería maravilloso! ¡Me encantaría ir!
—Mi propiedad es grande y a menudo solitaria—dijo von Goltz y alzó los hombros—. Vivo solo. Me gustaría que se quedaran cinco o seis dias. Les aseguro que no se aburrirán. ¿Me harán el honor de aceptar?
Gilly se volvió a Rosnold. — ¡Oh, vayamos! ¡Parece absolutamente divino!
—Es muy amable de su parte —dijo Rosnold—. Si usted está seguro de que no seremos una molestia, aceptaremos encantados su invitación.
Von Goltz miró a Girland, sonriendo.
— ¿Y usted, señor?
Este debe ser realmente mi día afortunado, pensaba Girland. Ahora tendré oportunidad de hablar con esta chica a solas.
—Gracias —respondió—. Como le dije, estoy aquí de vacaciones. No hay nada que me gustaría más. Es usted muy amable.
Von Goltz se encogió de hombros.
—Será un placer para mí. —Se puso de pie—. Mandaré uno de mis sirvientes aquí mañana a mediodía. Él los guiará hasta el Schloss, que está a una hora de auto de Garmisch. Llegarán a tiempo para almorzar. —Tomó la mano de Gilly y la rozó ligeramente con los labios. Luego estrechó la mano de Rosnold y la de Girland—. Hasta mañana... buenas noches —y con una sonrisa de satisfacción salió del bar.
— ¡Qué les parece! —dijo Gilly en cuanto el conde no pudo oiría—. ¡Un verdadero conde de carne y hueso! ¡Y tiene un castillo! ¡Caramba!
Rosnold miró a Girland con una expresión de perplejidad en los ojos.
—No sabía que los alemanes fuesen tan hospitalarios... ¿y usted?
Girland rió.
—Dudo mucho si usted o yo hubiéramos sido invitados de haber estado solos. Me parece que mademoiselle, con su traje rojo, atrapó la atención del conde.
—Entonces ambos tendrían que estarme muy agradecidos —dijo Gilly, riendo—. De todos modos, avisemos que nos vamos, Pierre. Si nos quedamos en el castillo una semana, no tiene sentido reservar las habitaciones aquí.
—Sí. —Rosnold se puso de pie—. Y cuando hayamos avisado que nos vamos será hora de ir a comer. Yo tengo apetito.
Los tres se dirigieron a la recepción.
—Hemos sido invitados al castillo del conde von Goltz —explicó Rosnold al empleado—. Nos iremos mañana a la mañana. ¿Tendrá lista mi cuenta?
—Por cierto, señor. Lo pasará muy bien con el conde —dijo el empleado, evidentemente impresionado.
—Lo mismo vale para mí —dijo Girland.
Salieron al patio donde estaban estacionados los automóviles.
—Vengan en mi coche —dijo Girland—. Hay más lugar.
Gilly se deslizó en el asiento delantero y Rosnold se sentó atrás.
— ¿Adonde vamos? —preguntó Girland.
—Doble a la derecha cuando salga del hotel. El restaurante está a unos ocho kilómetros de aquí. Yo lo guiaré —dijo Rosnold.
Observados por Malik y Labrey, que estaban sentados en el café de enfrente, se alejaron del hotel en el coche de Girland.
Formaban un curioso trío parados fuera de la estación de ferrocarril de Garmisch. Vi con su largo cabello rubio, pantalones celestes y sweater rojo de lana, quedaba absurdamente pequeña al lado de Malik, que llevaba un saco corto de cuero negro y amplios pantalones de corderoy del mismo color y cuyo cabello plateado parecía un yelmo de acero bruñido. Max Lintz, con un sweater burdamente tejido, color marrón, pantalones marrones y una gorra de lana marrón en la cabeza, estaba del otro lado de Vi, sus veloces ojitos examinando sospechosa y fijamente a los que pasaban.
Habían llegado unos minutos antes. Eran poco más de las 19 hs. Cuando Malik llegó al aeropuerto de Munich había ido a la oficina de "Hertz" y había alquilado un Volkswagen 1500. Mientras esperaba que llegara el auto, había notado que un hombre alto, de pelo blanco, con un ojo de vidro, u quien había visto en el avión, estaba parado cerca de él, Malik apenas lo miró y Lu Silk, sin saber quién era este gigante, le dirigió la penetrante mirada de su único ojo, frío y duro y luego desvió la vista.
Un gran Mercedes negro se acercó y el conductor hizo una seña a Silk, que cruzó la calzada y subió al coche. Al alejarse éste, llegó el Volkswagen.
Malik indicó a Lintz que subiera atrás. Vi se sentó al lado de Malik, alejándose lo más posible de él. Malik había inspirado terror a Vi en cuanto lo había visto en el aeropuerto de Orly. Él se le había acercado, le había clavado la mirada de sus malvados ojos verdes y había preguntado abruptamente:
— ¿Mademoiselle Martin?
Ella había asentido, muda.
Malik extendió una mano enorme y de aspecto cruel.
—Su pasaporte.
Con manos temblorosas, ella había buscado el documento en su bolso y se lo había entregado.
—Sígame —y se dirigió a grandes pasos al aeropuerto. Juntos fueron a la barrera policial. Por un breve momento, Vi se había sentido tentada de gritarle al oficial de policía que la raptaban, pero recordando la amenaza de Paul, el terror la mantuvo callada.
En el salón de recepción, Max Lintz se les había unido. Había mirado a Vi sin interés y luego había llevado a Malik a un lado. Ambos hombres hablaban en alemán, ignorando a Vi que estaba de pie, incómoda, temblando un poco, mientras esperaba.
En el avión, Malik la había dejado sentarse sola, mientras él y Lintz ocupaban dos asientos detrás de ella. Durante todo el viaje habían hablado suavemente en alemán, mientras Vi permanecía sentada pensando tristemente en lo que sería de ella.
Mientras esperaban afuera de la estación del ferrocarril, había juntado coraje y le había pedido a Malik su pasaporte.
Él se dio vuelta y la miró como si hubiera sido la primera vez que la veía y no le gustara.
—Yo lo guardo —replicó cortante, y miró hacia otro lado.
— ¡Pero es mío! —gritó Vi con un repentino arranque de valor—. ¡Usted no puede guardárselo! ¡Démelo!
Lintz se volvió para mirarla fijamente al tiempo que Malik le decía con su voz chata y sin vida:
—Yo lo guardo.
Vi se mordió los labios y se alejó. Se sentía atrapada y otra vez el terror se apoderó de ella, dejándola fría y temblorosa.
—Aquí está —dijo Lintz de repente.
Labrey vino corriendo por la calle hasta donde estaban ellos.
—Me perdí —dijo sin aliento, ignorando a Vi—.Lamento llegar tarde.
Malik lo llevó aparte.
— ¿Qué ha pasado?
—Girland está en el Hotel Alpenhoff —dijo Labrey—. Ha alquilado un Mercedes. En este momento está en el hotel.
— ¿Hay un hotel cerca de allí?
—Justo en frente. Ya reservé para todos nosotros.
—Entonces vamos allí ahora. —Malik miró a Labrey—. Te has portado bien.
Vi y Labrey subieron atrás en el Volkswagen y Malik y Lintz adelante. Vi puso su mano en la de Labrey y lo miró suplicante, pero él retiró la suya. Sabía que Malik podía verlos por el espejo y le tenía miedo.
Tardaron sólo unos minutos en llegar al Hotel Alpenhoff. El hotel de enfrente era más modesto. Malik envió a Lintz y Vi adentro y él y Labrey ocuparon una mesa en la vereda y pidieron cerveza. Desde donde estaban podían mirar directamente hacia el patio del Hotel Alpenhoff.
Vieron al conde von Goltz que se alejaba en un Rolls Royce de color plateado. Él no significaba nada para ellos. Diez minutos más tarde vieron salir a Girland, Gilly y Rosnold, subir al Mercedes de Girland y alejarse.
— ¿Quién es la chica? —preguntó Malik.
—No la he visto antes.
Malik se quedó pensativo, luego dijo:
—Quiero el reloj pulsera de tu amiga.
Labrey lo miró, boquiabierto.
— ¿El reloj de Vi?
— ¡Tráemelo! —El tono cortante en la voz de Malik lo hizo saltar. Corrió hacia el hotel, subió la escalera hasta el dormitorio de Vi, a quien encontró sentada en la cama con la cabeza entre las manos. Ella levantó la vista al entrar él y se puso de pie de un salto.
— ¡Me ha quitado el pasaporte! —dijo salvajemente—. ¡Debes recobrarlo! ¡Paul! Yo...
— ¡Cállate! ¡Dame tu reloj!
Ella pareció encogerse al mirarlo fijamente.
— ¿Mi reloj? ¿Para qué?
— ¡Dámelo! —La cara delgada de Labrey tenía esa expresión viciosa que siempre la asustaba. Con dedos temblorosos abrió el cierre de la pulsera de metal dorado y le entregó el reloj. Arrancándoselo, Labrey salió de la habitación y bajó corriendo hacia la calle.
—Aquí está —dijo, dándole el reloj a Malik.
Malik lo examinó, frunciendo su corta y gruesa nariz.
—No es gran cosa, pero tendrá que servir. Espera aquí. —-Se puso de pie y se dirigió al borde de la acera llena de gente. Tuvo que esperar un momento antes de que se cortara la corriente de tráfico, luego cruzó la calle y entró al vestíbulo del Hotel Alpenhoff.
El empleado de la recepción levantó la vista de su trabajo al detenerse Malik delante de su escritorio. Se levantó e inclinó la cabeza respetuosamente.
— ¿Sí, señor?
—Una señorita salió de aquí hace unos minutos —dijo Malik en fluido alemán—. Llevaba una chaqueta y pantalón color rojo. Al subir al auto, se le cayó esto. —Mostró el reloj—. Quiero devolvérselo.
—Gracias, señor. Se lo daré con mucho gusto.
Malik lo miró con una sonrisa sugestiva.
—Me gustaría entregárselo yo mismo. ¿Quién es?
—La señorita Gillian Sherman. Creo que ha salido a cenar, pero volverá esta noche.
—Entonces le devolveré el reloj mañana. ¿Quiere decirle que lo encontré?
—Por supuesto, pero usted tendrá que venir mañana antes de las diez, pues la señorita Sherman nos deja. —El empleado adivinó que este gigante mal vestido esperaba una recompensa.
—Si yo no la encontrara aquí, ¿sabe usted adonde va?
—Se quedará en el Obermitten Schloss —le dijo el empleado— la propiedad del conde von Goltz.
—Entonces volveré antes de las diez.
Malik atravesó el vestíbulo hacia la hilera de cabinas telefónicas. Se comunicó con el agente soviético en Munich. Se enteró de que el Obermitten Schloss pertenecía a Hermán Radnitz. Malik conocía bien a Radnitz. Habló unos minutos con el agente, dándole instrucciones de llamar a Kovski a París.
El agente prometió llamarlo de nuevo al hotel en cuanto se hubiera puesto en contacto con Kovski. Malik dejó dicho a la telefonista del hotel dónde lo podría encontrar y se fue al salón a esperar. Una hora más tarde, se concretó su llamada a Munich. Escuchó la información que le daban, gruñó las gracias y colgó.
Era pasada la medianoche cuando Girland regresó a su habitación del hotel. Habían disfrutado de una buena velada. La comida había sido un tanto copiosa, pero excelente y el restaurante alegre y divertido. Gillian y Rosnold resultaron una buena compañía.
Si no hubiese sido por Dorey y por este trabajo cansador, pensó Girland mientras se desvestía, hubiera disfrutado plenamente de las horas que había pasado con estos dos, pero conciente de que tenía que ganarse los diez mil dólares de Sherman, trataba de concentrar su mente sobre la mejor manera de conseguir las tres películas de Gillian.
Ahora harto de buena comida y vino alemán, no podía preocuparse y decidió dejar el problema para mañana. Mañana, los tres estarían en el castillo del conde. Seguramente habría una oportunidad de hablar con Gillian durante su estadía de cinco días.
Se dio una ducha, se metió en la cama, y encendió un cigarrillo, Gillian le había hecho impresión. Era hermosa, alegre, divertida y sensual. Le resultaba difícil creer que había tomado parte en las películas que él había visto. Pensando en ella, Girland llegó a la conclusión de que le gustaba.
Rosnold también había resultado divertido. Girland no tenía prejuicios para con la gente. Si este hombre ganaba dinero filmando películas pornográficas, no era asunto suyo, se dijo. Lo que Rosnold hiciera para ganarse la vida no le importaba a él. Esa era la filosofía de Girland. Era la gente misma la que era importante y no lo que hacía.
Estaba terminando su cigarrillo y pensando que ahora iba a dormir, cuando a su lado zumbó la campanilla del teléfono, sobresaltándolo.
Levantó el receptor.
— ¿Sí?
—Soy yo.
Reconoció la voz ronca de Gillian y se puso alerta de inmediato.
—Hola... ¿qué quieres?
—Me siento sola.
—Cosa rara... yo también me siento solo.
— ¿Nos sentimos solos juntos?
—Entonces no estaríamos solos, ¿no es así? Dos personas juntas no pueden sentirse solas, ¿verdad?
—Algunas pueden.
Hubo una larga pausa mientras Girland contemplaba el cielo raso, tratando de decidir si esto sería un paso bueno o malo.
—Estoy en la habitación 462. Está al final de tu corredor —informó Gilly.
— ¿Te gusta estar al final del corredor?
Gilly rió ahogadamente.
—Esto es una invitación, estúpido, no una lección de geografía.
Girland decidió que la invitación era arriesgada.
Gilly era propiedad de Rosnold. No le gustaba robar.
—Es demasiado lejos —dijo con firmeza—. Vete a dormir, —y colgó el tubo.
Aplastó su cigarrillo y se relajó en la cama. No tuvo mucho que esperar. La puerta se abrió suavemente, y Gillian se deslizó en su habitación, cerrando la puerta silenciosamente tras ella.
Llevaba una bata blanca que cubría un camisón corto, y chinelas celestes. Estaba muy atractiva.
—Hola —dijo Girland, sonriéndole—. ¿Tan sola te sentías?
Ella se acercó a los pies de la cama y lo miró con rabia.
— ¡Eres un cochino! —exclamó—. ¡Cuando recibiste mi invitación tendrías que haber venido tú!
—Te dije que fueras a dormir —le recordó Girland—. Pero puesto que no quieres dormir y yo tampoco quiero dormir, será mejor que te metas aquí antes de que te resfríes.
Arrojó a un lado la frazada y la sábana y se corrió para dejarle lugar.
—Si te imaginas que voy a dormir contigo ahora, estás muy equivocado. ¡Sólo vengo a decirte que creo que eres un cochino!
Girland puso la frazada y la sábana de nuevo en su lugar.
—Eso ha quedado registrado..., soy un cochino. Buenas noches —e inclinándose hacia el velador, lo apagó. La habitación quedó sumergida en la oscuridad.
— ¡Enciende la luz! —dijo Gilly enfáticamente—. ¿Cómo voy a encontrar la salida?
—Tropezando con los muebles. Yo quiero dormir —dijo Girland desde la oscuridad—. Buenas noches..., te veré mañana.
Tanteando su camino dio la vuelta a la cama, mientras Girland, sonriendo en la oscuridad, una vez más hizo a un lado la frazada y la sábana. Hubo una pausa y luego él oyó el susurro de la ropa que caía al piso.
—Te odio —dijo Gilly—, pero ahora que estoy aquí, me quedo.
—Pensé que lo harías. Es un fastidio tener que caminar todo a lo largo de ese corredor. —Girland extendió las manos, las deslizó por la espalda desnuda de ella atrayéndola hacia sí.
Se quedó inmóvil, mientras ella se recostaba sobre él. Ella empezó a desabrocharle el saco del pijama. Las manos de él resbalaron por su espalda para asir sus firmes nalgas. Ella lanzó un largo suspiro de éxtasis y su boca buscó la de Girland.
Durante su azarosa carrera, Girland había conocido muchas mujeres. El acto amoroso siempre había sido para él una experiencia única. A veces se sentía desilusionado, otras satisfecho, pero esta experiencia con Gilly era algo que nunca había sentido antes.
Más tarde, descansaron lado a lado, ambos sin aliento. Girland no podía recordar un episodio más excitante ni más agotador.
La luz de la luna entraba por las aberturas en las persianas, haciendo un diseño sobre la alfombra. El sonido de autos veloces iba y venía. Vagamente, Girland podía oír la música swing del café de enfrente.
Gilliy le tocó el pecho. Suspiró.
— ¡Yo sabía que tendrías que ser bueno, pero no pensé que podrías serlo tanto!
—Duerme —dijo Girland—. Nada de post-mortevis.
Ella se enroscó a su lado, una pierna sobre las suyas, su cara cerca de la de él, su aliento tibio y perfumado rozándole el cuello.
Durmieron.
La luz del sol que penetraba por las persianas, hizo despertar a Girland. Apretó los ojos y luego los abrió a la vez que bostezaba. Gilly yacía a su lado, hermosa en su abandonada desnudez. Respiraba suavemente, y un rayo de sol bañaba sus pezones de color rosa nacarado.
Girland apoyó suavemente la mano sobre el ápice de sus muslos. Ella murmuró algo y volviéndose hacia él con los ojos todavía cerrados, deslizó sus brazos alrededor suyo.
Esta pasión somnolienta fue menos violenta que la otra, pero más suave y más satisfactoria. Una vez ella dejó escapar un grito y su cuerpo se puso rígido, pero luego se abandonó nuevamente, con la respiración rápida e irregular. Durmieron otra vez.
Más tarde aún, Girland se despertó, levantó la cabeza y miró su reloj pulsera. Eran las nueve y veinte. Zamarreó suavemente a Gilly.
—Hora de que te vayas a tu habitación —dijo—. Son bien pasadas las nueve.
— ¿A quién le importa? —dijo Gilly adormilada, estirando su hermoso cuerpo—. Bésame.
Pero Girland estaba atento al riesgo. No tenía idea de la hora a que se levantaba Rosnold. No quería que éste encontrara vacía la habitación de Gilly. Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Antes de abrir la ducha, gritó:
— ¡Vete a tu cuarto! Te veré abajo dentro de una hora.
Cuando se hubo afeitado y duchado, regresó a la habitación y vio que ella se había ido. Se sentía relajado y satisfecho. Pidió tostadas, dulce y café y después se vistió. Abrió las puertas del ventanal y se quedó parado respirando el penetrante aire de mayo, mirando el movimiento de la gente en la calle de abajo.
En el modesto hotel opuesto al Alpenhoff, Malik salió de su habitación y atravesó el corredor hasta la de Labrey. Llamó y sin esperar respuesta, entró.
Vi estaba en bombacha y corpiño. Se estaba maquillando delante del pequeño espejo. Labrey se estaba poniendo los zapatos.
— ¡Entre nomás! —dijo Vi con rabia, arrebatando su bata y tratando torpemente de ponérsela—. ¿No tiene educación?
Malik la ignoró. Arrojó su pasaporte sobre la cama, luego hizo señas a Labrey de que lo siguiera. En el pasillo de afuera, Malik dijo:
—No tengo más trabajo para ustedes por el momento. Deben volver a París. —Tomó de su gastada billetera varios billetes de 100 marcos y se los entregó a Labrey—. Estoy contento con tu trabajo. Lintz y yo podemos arreglarnos uhora. Tú debes presentarte a Kovski. Dile que todavía estoy siguiendo a Girland. No le digas nada más. ¿Entiendes?
Labrey asintió. Estaba aliviado al pensar que podía llevar a Vi de regreso a París. Habían pasado una noche borrascosa.
— ¿Y ella? —preguntó Labrey.
—Dile que trabajará para nosotros más adelante. Dale un poco de ese dinero. Hay bastante para los dos —dijo Malik—. Yo creí que podría usarla aquí, pero ahora no hace falta. Váyanse pronto.
Dejó a Labrey y fue abajo a reunirse con Lintz que estaba sentado a una mesa frente al hotel.
— ¿Has avisado que nos íbamos? —preguntó Malik al sentarse.
—Sí..., estamos listos para partir.
—Me libré de esos dos de arriba —dijo Malik—. Han cumplido su propósito. Ahora sólo serían un estorbo.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Lintz.
—Aquellos tres irán a Obermitten Schloss en algún momento, esta mañana —dijo Malik, encendiendo un cigarrillo—. Los seguiremos allí. Esto es como un rompecabezas, pero ahora las piezas van entrando en su lugar. Ahora sé que esta chica, Gillian Sherman, es la hija del futuro presidente de los Estados Unidos, y que están distanciados. Ella vive con Pierre Rosnold, el hombre con quien está viajando. Él se especializa en películas pornográficas. La chica no tiene moral y podemos suponer que ha hecho una película pornográfica. Sabemos que Sherman tenía un proyector que le entregó a Dorey y éste a su vez se lo pasó a Girland. Creo que es evidente que la chica está extorsionando a su padre. Ahora entra en escena el sobrino de Radnitz. Sabemos que Radnitz y Sherman tienen un acuerdo. Radnitz recibirá un importante contrato de Sherman, si éste llega a presidente. Sería de interés para Radnitz que la chica dejara de extorsionar a su padre. La muchacha, Rosnold y Girland han sido invitados al Schloss de Radnitz... ¿por qué? Conociéndolo a Radnitz, van allí a hacerse degollar.
— ¿Qué nos importa? —preguntó Lintz, mirando a Malik.
—Sí. Por razones que no discutiré contigo, nos importa —dijo Malik tranquilamente.
Media hora después, cuando los dos hombres todavía se hallaban sentados mirando el movimiento de la multitud que pasaba por la angosta acera, Labrey y Vi salieron del hotel. Labrey llevaba una valija. Se detuvo al lado de Malik.
—Ya nos vamos —dijo—. ¿Hay algo más...?
Malik meneó la cabeza.
—No...; han sido útiles... ahora, váyanse.
Vi se paró lejos de Malik. Apenas podía creer que estaba por alejarse de este gigante de pelo plateado que tanto la aterraba. Con Labrey, empezó a caminar hacia la estación de ferrocarril.
—Linda chica —dijo Lintz, fijándose en las piernas de Vi, mientras se alejaba rápidamente por la calle.
—Una puta —dijo Malik indiferentemente—, pero será útil.
—Sí —Lintz rió, pero al ver que la cara de Malik estaba en blanco y sus ojos pensativos, cortó su risa y permaneció callado.
Unos minutos antes de mediodía un Mercedes negro viró hacia el acceso al Hotel Alpenhoff y se detuvo frente a la entrada. Un hombre bajo, grueso, que usaba una librea verde de tela y cuero, entró al hotel.
Malik se puso alerta.
Unos minutos más tarde el hombre salió, seguido por Gillian, Girland y Rosnold. Dos botones llevaban su equipaje.
—Ya se marchan —dijo Malik—. Ve a buscar nuestras valijas.
Lintz entró al hotel.
El hombre bajo y grueso de librea verde estaba hablando con Girland.
—Si usted me sigue con su coche, señor, lo guiare hasta el Schloss estaba diciendo—. Queda a una hora de viaje.
Gilly dijo a Rosnold:
—Yo quiero ir en el Mercedes. Tú síguenos... ¿qué te parece?
— ¡No! —dijo Rosnold, cortante—. ¡Tú vienes conmigo!
Oyendo de lejos este intercambio de frases, Girland fue hacia su Mercedes y subió a él. Sin esperar a ver si Gilly ganaba la discusión, puso en marcha el motor y siguió al Mercedes negro hasta la ruta.
Viéndolo partir, Gilly hizo una mueca y se encogió de hombros. Subió al T.R.4.
Rosnold dijo:
— ¿Estás metida con ese tipo?
Gilly lo miró y meneó la cabeza.
—Si voy a meterme con alguien, será con el conde... él tiene la plata.
Rosnold subió al auto y puso en marcha el motor.
—Yo podría cansarme de ti, si no puedes mantenerte alejada de otros hombres.
Gilly le hizo una mueca.
— ¿Eso sería muy desastroso?
Rosnold la miró enfadado, luego salió a la carretera y siguió a Girland.
El conde von Goltz estaba sentado en una silla de cuero de alto respaldo, frente a Lu Silk, que se hallaba en un sofá tapizado de cuero.
Ambos estaban en el hall principal del Obemitten Schloss; una vasta habitación con vigas de madera que soportaban el cielo raso abovedado. Un gran ventanal daba al magnífico parque de bien cuidado césped y árboles nudosos. Más allá del jardín estaba el bosque.
El conde von Goltz era sobrino de Hermán Radnitz. Si no hubiera sido por Radnitz, von Goltz estaría ahora cumpliendo una sentencia a perpetuidad por asesinato y violación. Cuando tenía dieciséis años y vivía con sus padres en la propiedad que éstos tenían al este de Hamburgo, se había encontrado con una chica estudiante de vacaciones. Ella había entrado sin quererlo a la propiedad de von Goltz y le había preguntado el camino hasta la carretera principal para Hamburgo. Estaban completamente solos los dos y von Goltz le había hecho ciertos requerimientos que fueron rechazados. Von Goltz estaba acostumbrado a salirse con la suya. Hubo un forcejeo y después de la brutal violación, había estrangulado a la chica. Dejó el cuerpo semioculto entre los helechos y regresó a su casa. Le contó a su padre lo que había hecho. Uno de los guardianes del coto, que odiaba a von Goltz, había oído los gritos de la muchacha. Había llegado al lugar unos minutos después de haberse ido von Goltz y encontró el reloj de éste cerca del cadáver. Se había desprendido de la muñeca de von Goltz durante la lucha.
Daba la casualidad que Hermán Radnitz estaba en el Schloss, pasando unos días con su hermana, la madre de von Goltz. El padre de éste, horrorizado ante lo que su hijo le había contado, acudió a Radnitz, quien les aconsejó que no hicieran nada. El cadáver de la muchacha sería encontrado tarde o temprano. Los padres y él dirían que von Goltz había estado con ellos toda la tarde.
Pero no tenían en cuenta al guarda que había dado la alarma. Llegó la policía y el hombre les dio el reloj de von Goltz. Aunque los padres y Radnitz afirmaron que el muchacho no había salido del Schloss en toda la tarde, fue arrestado. Sus manos estaban muy rasguñadas. Pálido y tembloroso, dijo a la policía que había estado haciendo rabiar a uno de los gatos de la granja, pero esta explicación no fue aceptada.
Entonces Radnitz habló con el guarda del coto. A cambio de una suma estipulada, el guarda dijo a la policía que von Goltz le resultaba antipático y que había fraguado la historia del encuentro del reloj cerca del cadáver de la chica, para perjudicarlo. En realidad, lo había hallado en otra parte de la propiedad y había tenido la intención de guardárselo. Luego Radnitz habló con el jefe de policía, quien tenía ambiciones políticas. Fue fácil para Radnitz llegar a un arreglo ventajoso y a su vez, el jefe retiraría la acusación de asesinato. Se había salvado a duras penas, y el joven von Goltz estaba agradecido.
Un año más tarde los bombardeos destruyeron la propiedad de von Goltz y ambos padres habían muerto. El hijo había servido en el ejército alemán y cuando fue dado de baja, Radnitz lo mandó llamar y le ofreció la administración de su rica propiedad en Bavaria. Tendría un ingreso adecuado, manejaría la propiedad y estaría en general a disposición de Radnitz. Von Goltz aceptó inmediatamente esta proposición y durante los últimos veinticinco años se había desempeñado como mayordomo de una de las más hermosas propiedades privadas de Alemania. Algunas veces Radnitz visitaba la finca, daba un vistazo, comprobaba si su sobrino cumplía bien con su deber, cazaba algo y se iba. Había veces que von Goltz recibía repentinamente órdenes de visitar Berlín Este, donde se encontraba con hombres andrajosos que le daban paquetes o cartas para entregar a Radnitz. Una vez recibió orden de ir a Pekín, donde recogió otro misterioso envoltorio, pero este trabajo de correo no era muy frecuente. Von Goltz estaba conforme con hacer lo que su tío le ordenaba sin discusión, con tal de permanecer en el Schloss para cazar, entretener a sus amigos, tener mujeres que venían de todas partes de Europa en cortas visitas, y disfrutar de la ilusión de que este espléndido Schloss y la propiedad eran suyos.
El día anterior había recibido instrucciones escritas de Radnitz y por primera vez desde que fuera su administrador, las órdenes le hicieron vacilar.
"Es necesario —escribía Radnitz— obtener de la chica esas tres películas. Puedes usar cualquier método que te parezca apropiado, pero debes convencerla de que te las dé. Envío a Lu Silk, que se encargará de la muchacha. No necesitas tener nada que ver con lo que se hará con ella. Silk es un profesional bien pagado y es extremadamente eficaz, pero tu tarea es conseguir las películas. Hasta que no las tengas en tu poder, Silk no deberá proceder con el paso siguiente."
—Se lo he simplificado todo —dijo von Goltz, tomando sorbos de su champaña—. Ellos llegarán pronto. Una vez que estén aquí, no les dejaremos irse. Conseguiré sacarle las películas a la chica, después le dejaré a usted deshacerse de todos ellos.
Silk asintió.
—Muy bien —dijo—. Me mantendré oculto hasta que usted consiga las películas. —Meditó un largo momento, luego continuó—: Les seguirán la pista hasta aquí, ¿comprende? En el hotel sabrán que vienen. No pueden hacerse humo simplemente.
Von Goltz se encogió de hombros.
—Ese es asunto suyo. El mío es conseguir las películas.
Silk sonrió.
—Será un ejercicio mental que me divertirá. —Se puso de pie—. Me quedaré donde no me vean. Tenga cuidado con Girland. Los otros dos son inofensivos, pero él es peligroso.
—Mi tío ya me lo advirtió.
Silk abandonó la habitación. Subió lentamente la ancha escalera hasta el segundo piso. Después de caminar por un largo corredor, donde pendían armas medievales a ambos lados, llegó a su departamento, que consistía en un dormitorio y una amplia sala de estar. Entró en él, cerró con llave la puerta y cruzó hasta la ventana que daba sobre la terraza y la entrada principal. Se sentó, encendió un cigarrillo y miró fijamente y sin expresión el largo y sinuoso camino, mientras esperaba que llegaran los huéspedes.
La entrada a la Obermitten Schloss era imponente. Las paredes de pedernal y piedra que rodeaban la propiedad tenían seis metros de alto y púas de acero de aspecto cruel montadas a lo largo del borde superior. El gran portón de hierro se abrió cuando el Mercedes negro disminuyó la velocidad para atravesarlo. Girland lo seguía. Sus ojos agudos vieron que en ambas hojas del portón había escudos heráldicos de metal negro. Inscriptas en un brillante dorado a la hoja estaban las iniciales H. R. Esto lo intrigó. ¿H. R.? Se quedó pensando. ¿Por qué no H. v. G? Al seguir al Mercedes negro a lo largo del camino sinuoso, bordeado a ambos lados por tupidos alerces, empezó a sentirse algo inquieto. No podia explicarse su intranquilidad, pero la oscuridad de los árboles que se proyectaban impidiendo que penetrara la luz del sol, y las paredes con sus peligrosas púas le dieron la repentina sensación de que estaba por entrar en una trampa. Se dijo a sí mismo que eran tonterías, pero la sensación persistió.
Miró por el espejo retrovisor y vio que el T.R.4 venía detrás. Siguió al Mercedes negro durante por lo menos cinco kilómetros, y de repente se dio cuenta de que el oscuro bosque había acabado y amplias extensiones de césped impecable con fuentes ornamentales que escupían agua y canteros de narcisos y tulipanes constituían un magnífico paisaje contra un fondo de límpido cielo azul con nubes blancas que flotaban perezosamente. Contra este paisaje se recortaba el Schloss: un edificio imponente, magnífico, con torrecillas, terrazas adornadas con estatuas de mármol y una entrada con arcos a través de los cuales podrían pasar fácilmente dos camiones a la par.
Gilly descendió del T.R.4 y se acercó a Girland, que salía de su coche.
— ¡Mira esto! —exclamó ella—. ¡Es lo más grande y más perfecto que he visto en mi vida!
Rosnold se reunió con ellos. Se paró mirando hacia arriba al edificio y meneando la cabeza con admiración.
Las enormes puertas de doble hoja de madera se abrieron, y von Goltz salió a la terraza. Los saludó con la mano y les hizo una seña de que subieran los tres tramos de escalera de mármol que llevaban a la terraza principal.
—Bienvenidos —dijo sonriendo.
Mientras dos sirvientes de librea aparecieron para llevar sus valijas, los tres subieron los escalones y se reunieron con von Goltz.
— ¡Qué lugar de ensueño! —dijo Gilly, excitada—. ¿De veras que vive acá usted solo? Deben haber por lo menos cincuenta habitaciones...
Von Goltz rió. Evidentemente estaba complacido por la excitación de ella.
—Para ser exactos hay ciento cincuenta y cinco habitaciones —le dijo—. Es absurdo, por supuesto... un anacronismo, pero a mí me encanta el lugar. Hace veinticinco años que vivo aquí y no podría soportar el tener que dejarlo.
Girland estaba mirando los muebles del jardín. En cada silla de hierro forjado había un escudito con las iniciales H. R. Miró rápidamente a von Goltz que guiaba a Gilly y Rosnold hacia la entrada del Schloss. Los siguió.
—Fritz los llevará a sus habitaciones —dijo von Goltz haciendo una seña a un hombre bajo y grueso de librea—. Querrán arreglarse un poco. ¿Podríamos almorzar, digamos, dentro de media hora? —Se detuvo y luego continuó—: Los he puesto a todos juntos en el primer piso. —Rió—. Es fácil perderse aquí.
Veinte minutos después Gilly entró al enorme dormitorio de Girland, con su cama de cuatro columnas y su espléndida vista del parque y el bosque a la distancia.
Llevaba puesto un sencillo vestido blanco y alrededor de su cuello bronceado por el sol, había un collar de grandes cuentas azules.
— ¿No es maravilloso?—dijo reuniéndose con él cerca de la ventana abierta—. ¡Mira esa cama...! ¡Está hecha para el amor!
Girland rió.
—La mente con una idea fija. Cualquier cama está hecha para el amor... depende de quién la ocupe.
—Yo estoy al lado. —Bajó la voz al continuar—. Te visitaré esta noche.
Girland levantó las cejas.
—No recuerdo haberte invitado.
Ella rió.
—A mí no me engañas, Casanova. Sabes que me deseas. Me desearías ahora... de cualquier manera, vengo esta noche.
—Puede que tengas razón. —Girland la contempló. Estaba realmente tentadora—. Dónde está Rosnold.
—En su cuarto. Vamos abajo. Estoy desfalleciendo de hambre.
Cruzaron juntos la habitación. En la puerta, Gilly se detuvo. Miró serenamente a Girland y dijo:
—Bésame.
Al tomarla Girland en sus brazos, oyó un llamado a la puerta. Se separaron rápidamente y Girland abrió. Rosnold estaba parado en el corredor.
Miró a Girland larga y escrutadoramente.
—Me estaba preguntando hasta dónde habrían llegado —dijo dirigiéndo su mirada a Gilly.
—Bien, aquí estamos. Yo estaba investigando este cuarto... ¡míralo! Es maravilloso, ¿no? —dijo Gilly inocentemente.
Rosnold paseó la mirada por la habitación y asintió.
—Todo es fantástico. ¡Lo que costará mantenerlo!
Oyeron una discreta tosecilla detrás de ellos y volviéndose, vieron a Fritz de pie a sus espaldas.
—La comida está servida, por favor... —dijo—. Vengan por aquí.
El almuerzo fue impecable, servido en un enorme salón de alto cielo raso en el cual cabrían doscientas personas. Había mucamos de librea verde y oro parados detrás de cada silla. La comida comenzó con caviar blanco, servido con vodka helado; luego, pechuga de pato silvestre en salsa de vino, con un clarete Auson 1949. El postre, acompañado de un Sauternes dorado, consistía en frutillas de invernáculo en un sorbete de champaña.
Durante la comida, von Goltz charló agradablemente, concentrando su atención sobre Gilly, pero incluyendo también a Girland y Rosnold.
Girland notó que toda la platería de mesa tenía las iniciales H. R. y esto lo intrigó nuevamente.
Cuando se dirgían desde el gran comedor a la sala para tomar el café, no pudo más y preguntó:
—¿Quién es H. R.?
Von Goltz lo miró severamente y luego sonrió.
— ¿Se fijó en las iniciales? En realidad este lugar no me pertenece a mí, sino a mi tío.
—Una comida perfecta, conde —dijo Rosnold mientras se hundía en un sillón—. Lo felicito. Su chef está a la altura de los de mi país y eso es ponderarlo mucho.
—Él es francés —dijo von Goltz.
Se sentó sobre un sofá tapizado de satén, al lado de Gilly. Hubo una pausa mientras un mucamo servía café y cognac.
Cuando éste se hubo retirado, von Goltz miró directamente a Girland.
—Usted mostró curiosidad por mi tío. Creo que lo conoce.
Girland encendió un cigarrillo. No le gustaba la expresión que tenía ahora la cara de von Goltz. Aunque permaneció tranquilo, se puso mentalmente alerta.
— ¿Ah, sí?
—Sí. Es Hermán Radnitz.
La sonrisa de Girland permaneció cortés y fácil. Así que habían entrado en una trampa, pensó y respondió:
—Por supuesto. Una vez hicimos un negocio juntos. ¿Cómo está?
—Muy bien.
— ¿Lo visitará a usted mientras estemos nosotros aquí?
—No. —Von Goltz cruzó una pierna sobre la otra. Sorbió su café, mirando pensativamente a Girland—. No creo que debamos perder más tiempo, señor Girland. ¿Usted comprende ahora que ha caído en una trampa?
Girland dejó su café y levantó la copa de cognac.
—Si Radnitz está'detrás de esta invitación, puede suceder cualquier cosa. —dijo con ligereza.
Gilly estaba escuchando esto con expresión perpleja.
— ¿Podríamos oír nosotros también el chiste, por favor? —dijo—. No entiendo.
—Desde luego —dijo Girland estirando sus largas piernas—. El tío del conde es uno de los hombres más ricos y más malvados del mundo. Si no fuera tan rico, ahora estaría a buen recaudo entre rejas. Su verdadero nombre es Heinrich Kunzli. Hizo una fortuna proveyendo a los nazis y a los japoneses de jabón, fertilizantes y pólvora. Eso parece bastante inofensivo, ¿no? Pero los nazis y los japoneses convinieron en suministrar las materias primas para estos productos. Dichas materias primas eran los huesos, el pelo, la grasa y los dientes de los millones de asesinados en los campos de concentración. El buen tío del conde echó los cimientos de su enorme fortuna convirtiendo en dinero los despojos de los cadáveres de los judíos y otras víctimas de la última guerra. —Girland sonrió a von Goltz—. ¿Es cierto, no es así, conde?
Von Goltz dejó ver sus dientes en una sonrisa sin alegría.
—Sí..., es más o menos asi, pero ahora todo eso es historia antigua. —Miró a Girland con ojos chispeantes—. Usted es un hombre entrometido y estúpido, Girland. Esta vez dejará de inmiscuirse.
Girland sorbió su cognac y asintió con la cabeza.
—Yo he oído eso antes... no puedo decir que me esté sacando canas.
Gilly exclamó:
—Por el amor de Dios... ¿qué significa esto?
—Déjeme explicarle —dijo tranquilamente von Goltz—. Usted está extorsionando a su padre. Tiene tres películas que amenaza con enviar al partido de la oposición, a no ser que él retire su candidatura. Yo quiero esas películas. —La miró fijamente, con ojos repentinamente fríos—. Tengo intención de conseguirlas.
Gilly se puso de pie de un salto. La sangre le subió a la cara y luego se puso blanca. Sus ojos relampagueaban de ira.
— ¡No las conseguirá! —gritó—. ¡Pierre! ¡Salgamos de aquí! ¡Vamos..., no te quedes ahí sentado como una momia! ¡Vamos!
Rosnold estaba observando a von Goltz, quien jugueteaba con su copa de cognac, tranquilo y sonriente. Su sonrisa le produjo un escalofrío en la espalda. Miró a Gilly.
— ¡Siéntate y cállate! —le dijo severamente—. ¿No ves tonta, que estamos atrapados?
— ¿Atrapados? Él no puede detenernos... ¡Yo me voy aunque tú no vengas!
Gilly atravesó corriendo la habitación, abrió de un tirón la puerta y se precipitó en el gran hall. Corrió hasta la puerta de entrada, que encontró cerrada con llave. Forcejeó con los cerrojos mientras seis hombres corpulentos que vestían la librea del conde la miraban con caras impávidas. Los pestillos eran inamovibles y con un grito de furia giró, volvió rápidamente a la sala, pasó velozmente delante de los tres hombres que la miraban y se lanzó a la terraza. Debajo, en el camino de entrada, estaba el T.R.4 rojo. Con un suspiro de alivio, empezó a cruzar la terraza para bajar corriendo los tres largos tramos de escalones de mármol. Entonces se detuvo en seco.
Dos enormes perros alsacianos negros que estaban al pie de las escaleras le gruñeron. Sus colmillos blancos hicieron que la recorriera un estremecimiento de miedo. Miró fijamente a los perros hipnotizada de horror. Agazapados y todavía gruñendo, los animales empezaron a subir lentamente los escalones hacia ella. Gilly perdió el control. Giró rápidamente y corrió de vuelta hasta la sala.
—Esos perros... —comenzó diciendo, sin aliento, pero se detuvo cuando von Goltz rió.
— ¿Por qué no se sienta? —preguntó—. No puede escapar. Sí... esos perros la harán pedazos si es lo bastante estúpida como para provocarlos. ¿Dónde están las películas?
Gilly lo enfrentó, blanca y asustada, pero sus ojos todavía relampagueaban de ira.
— ¡No las conseguirá! —Se volvió hacia Rosnold—. ¡Haz algo! Dile... ¡no te quedes ahí sentado! ¡Haz algo!
—Ya te lo advertí. —Rosnold estaba pálido e inquieto—. Yo no sigo adelante. Ya estoy harto.
Girland escuchaba toda esta escena. Por un momento lo habían olvidado. La acción tenía lugar entre Gilly y Rosnold, con von Goltz como espectador interesado.
— ¡No las tendrá!—gritó Gilly, golpeando sus puños uno contra el otro—. ¡No puede obligarnos a dárselas! ¡No puede!
—Usted está equivocada —dijo von Goltz con voz aburrida— Cuando yo quiero algo, siempre lo consigo. ¿Quiere que le haga una demostración de mis poderes de persuasión?
— ¡Váyase al diablo! —le gritó Gilly con ojos chispeantes—. ¡No tendrá esas películas! Si no nos deja ir, yo llamaré a la policía.
Von Goltz la miró como quien mira a un chico difícil.
—Usted es todavía muy joven y muy estúpida. ¿Cómo va a llamar a la policía?
Gilly se volvió desesperadamente hacia Girland.
— ¿No vas a hacer algo?—le preguntó acercándose hacia él y parándose a su lado—. ¿Qué clase de hombre eres..., quedándote ahí sentado? ¡Sácame de aquí!
—El conde tiene los cuatro ases —dijo Girland tranquilamente—. Yo no apuesto contra esa ventaja. Dale las películas.
Se alejó de él disgustada.
— ¡No las conseguirá! —dijo, volviéndose para enfrentar a von Goltz—. ¿Comprende? ¡No las conseguirá!
Von Goltz la alejó con un ademán. Ahora miraba a Rosnold y sus ojos centelleaban con furia reprimida.
—Se da cuenta, naturalmente, de que tengo medios para persuadirlos a los dos —dijo—. ¿Por qué no evitar las cosas desagradables? ¿Dónde están las películas?
Rosnold se pasó la lengua por los labios secos.
— ¡Si se lo dices, te mato! —gritó Gilly furiosa—. Él no puede forzarnos...
Von Goltz se levantó rápidamente de la silla. Pegó a Gilly en el rostro con el dorso de la mano, con cruel violencia. Ella se tambaleó a través de la habitación, tropezó con una mesita y cayó al piso de espaldas.
Girland se miró las manos. Este no era el momento de entrar en acción. Sabía con certeza que si hacía un gesto, la gran habitación se llenaría de los sirvientes de von Goltz.
Rosnold se incorporó a medias, mirando a Gilly que yacía gimiendo y llevándose las manos a la cara dolorida.
—Les pido disculpas —dijo von Goltz, tranquilamente—. No quería nada desagradable, pero esta chica estúpida parece no entender la situación. —Se detuvo y miró a Rosnold—. ¿Dónde están las películas?
—En mi banco, en París —dijo Rosnold.
— ¡Cobarde asqueroso!—gritó Gilly, poniéndose de pie— ¡Cómo pudiste decírselo! —Comenzó a cruzar la habitación hacia Rosnold, pero Girland saltó de su silla y le intercedió el paso. Esquivó su puño y la atrajo hacia él.
—Tranquilízate —le dijo suavemente—. No te alteres. No puedes ganar siempre.
Ella lo miró fijamente un largo rato, luego se desprendió de sus manos y se alejó vacilante de él para ir a sentarse.
Girland volvió a su sillón y se sentó sobre el brazo. Sacó su atado de cigarrillos, lo sacudió para que saliera uno, y lo encendió.
Von Goltz dijo:
—Escribirá una carta a su banco, señor Rosnold, diciéndoles que entreguen las películas al portador. —Señaló un escritorio que estaba en un rincón de la habitación—. Allí encontrará papel y sobres. Cuando mi mensajero regrese de París con las películas, ustedes tres quedarán libres para irse de aquí.
Rosnold titubeó, luego se levantó y se dirigió al escritorio. Escribió rápidamente unas líneas, puso una dirección en el sobre y entregó la carta a von Goltz para que la leyera.
—Excelente. Gracias por su cooperación. —Von Goltz se puso de pie—. Dentro de dos días estarán libres para irse. Mientras tanto, diviértanse, por favor. Les aconsejo no salir de la terraza. Los perros son sumamente peligrosos. Sin embargo, hay una piscina en la terraza de atrás que pueden usar. Hay una sala de billar también. Están en su casa. Los veré a todos a la hora de cenar. Si necesitan algo, por favor díganselo a Fritz.
Los dejó y se llevó la carta. Una amplia sonrisa mostraba su satisfacción.
Girland se puso de pie.
—Después de semejante comida, creo que necesito una siesta —dijo. Miró a Gilly—. Tal vez nos encontremos dentro de un par de horas en la piscina.
Salió al hall, donde los sirvientes estaban parados observándolo. Él les clavó la mirada y ellos se la devolvieron, impávidos. Silbando suavemente para sí, subió la escalera hasta su cuarto.
A las 16 hs. Girland salió de su habitación en traje de baño y con una toalla sobre el hombro. Fritz estaba esperando en el pasillo. Se inclinó ante Girland y lo guió hasta la pileta de natación. /
Ésta se encontraba al fondo del Schloss y situada de tal manera que recibía el sol de la tarde. Tendría unos veinte metros de largo, un alto trampolín y a su alrededor habían mesas, reposeras y sombrillas.
Girland se zambulló y nadó un largo rato, luego, volviéndose sobre sus espaldas, flotó en el agua tibia y azul, mirando el cielo despejado. No hacía más que unos minutos escasos que estaba en el agua, cuando apareció Gilly, en una bikini blanca. Entró al agua con una ágil zambullida y pasó nadando al lado de él, con un "crawl" rápido y ostentoso.
Girland la observó mientras ella se dio vuelta, tomó impulso contra el costado de la piscina y se dirigió al otro extremo. Nadaba bien: casi como una profesional. Cuando llegó al extremo opuesto, se encaramó sobre la pared y permaneció sentada, con los pies en el agua.
Con un "crawl" lento y perezoso, Girland nadó hacia ella. Al llegar a su lado, hizo pie y la miró.
— ¿Se te pasó el mal humor? —le preguntó con una sonrisa.
— ¡Oh, basta!—dijo agriamente— ¡Esto no es divertido! ¿Qué nos irá a pasar?
Él la tomó por los tobillos y la tiró al agua. Salpicó al caer a su lado. La mano de él la sostenía, manteniéndole la cabeza fuera del agua.
—Nos están observando —le dijo él—. Hay un hombre en la ventana de la derecha del segundo piso que nos vigila.
Gilly dio una vuelta a la pileta nadando y volvió donde estaba Girland.
— ¿Quién es?
—Sé tanto como tú. Vamos a tomar sol. No levantes la voz y quédate tranquila. Recuerda que te están vigilando.
Salieron de la pileta y se tendieron sobre las reposeras. Apareció el gordo Fritz con cigarrillos y un encendedor. Les preguntó qué les gustaría beber. Gilly rehusó con la cabeza, pero tomó un cigarrillo. Girland despidió a Fritz con un ademán. Cuando se hubo ido de la terraza, Girland dijo:
—Espero que ahora comprendas el lío en que estamos metidos.
Gilly encendió un cigarrillo y se volvió a medias sobre un costado, para mirarlo.
—Me tienes intrigada... ¿qué tienes tú que ver en todo esto?
—Tu padre me contrató para conseguir las películas. —Girland hablaba suavemente. Estaba tendido de espaldas, mirando al cielo azul—. Lo que no entiendo es cómo una chica como tú pudo haber hecho semejantes películas.
— ¿Me estás diciendo que trabajas para mi padre? —Gilly se incorporó a medias, luego controlándose se dejó caer en la reposera.
—Eso es lo que te estoy diciendo. Yo trabajo para cualquiera que me pague —dijo Girland—. No me gusta tu padre. No me gustas tú. Esto es un trabajo..., nada más que eso.
— ¿Yo no te gusto? —Gilly lo miró enfurecida—. ¡Anoche no pensabas lo mismo!
—Cuando una mujer entra en mi dormitorio y se arroja sobre mi, especialmente cuando está tan bien provista como tú, yo tomo lo que me ofrece —dijo Girland—. Pero eso no quiere decir que me guste o que signifique algo para mí.
—Oh, ¿y por qué no te gusto?
—Porque eres una extorsionista. —Girland dejó escapar el humo por las aletas de la nariz, contemplando la punta encendida de su cigarrillo—. Las extorsionistas nunca fueron mi tipo.
Gilly yacía inmóvil, con las manos sobre los pechos. Su rostro había perdido el color y su boca era ahora una línea fina y dura.
—Muy bien..., soy una extorsionista. ¿De qué otra manera podía impedir que mi padre llegara a presidente? No me importa un bledo por mí misma… nunca me importó, pero he resuelto que no va a ser presidente. Usé la única arma que tenía para impedirlo.
Girland volvió la cabeza para observarla.
— ¿Por qué quieres detenerlo?
—Te diré: porque no está capacitado para altos cargos. Porque es débil, vanidoso y estúpido. Porque él y mi madre sólo piensan en ellos mismos y en alcanzar el poder.
—Ese es tu punto de vista... no digo que estés equivocada. Estás trabajando con Rosnold, ¿no es cierto? La organización Ban War te divierte, ¿verdad?
— ¿Y por qué no?
—Es la vieja historia de siempre, Gilly...; a la gente le gusta más ser cabeza de ratón que cola de león. Si Rosnold y su organización no estuvieran tan interesados en ti —y lo están porque puedes impedir que un hombre sea presidente— no estarías causando problemas. ¿No es acaso porque la organización te ha hecho importante como persona, que estás extorsionando a tu padre?
—Muy bien... si quieres pensar eso... ¡No me importa! Hay muchos motivos... En fin él me arruinó la vida... ¡Ahora yo voy a arruinar la suya!
— ¿Estás segura que fue él quien arruinó tu vida?—preguntó Girland—. ¿Estás segura de que no lo estás culpando a él en vez de culparte a ti misma?
— ¡No me vengas con ésas!—dijo Gilly con fiereza—. Ninguno de mis padres me quería; hicieron todo lo posible para librarse de mí. Así que ahora estoy en condiciones de hacerles algo que realmente los avergonzará. No espero que me creas, ni me importa, pero te diré que odié hacer esas películas. Pierre me prometió que una vez hechas, mi padre no podría ser presidente... de modo que las hice.
— ¡Oh, vamos! —dijo Girland impaciente. —No te creo. ¿Por qué no reconoces los hechos, Gilly? Eres una perra inmoral. Has permitido que esta tambaleante organización se te subiera a la cabeza. Te parece glorioso ser alguien importante, porque estás en situación de impedir que un hombre llegue a presidente de los Estados Unidos. Si no fuera por Rosnold y su organización, te importaría un bledo que tu padre llegara a presidente o no.
— ¡Dios! ¡Te odio!—dijo Gilly—. ¡Nada de lo que has dicho es verdad!— Se incorporó e inclinándose sobre él, continuó fieramente—: ¡Este conde tendrá las películas! ¿Qué me importa? ¡Cuando vuelva a París haré otras, y mi padre no será presidente!
— ¿Cuando vuelvas a París? —Girland aplastó su cigarrillo—. ¿Qué te hace pensar que volverás a París?
Ella lo miró fijamente y sus ojos se abrieron.
—Por supuesto que volveré a París. ¿Qué quieres decir?
—No puedes ser tan Cándida —dijo Girland contemplando una nube que flotaba—. Cuando von Goltz consiga las películas se asegurará de que ninguno de nosotros salga de aquí, y de que ni tú ni Rosnold filmen jamás otra película pornográfica.
Gilly se quedó inmóvil por un largo rato, frunciendo el entrecejo y luego sus ojos se abrieron con el impacto.
— ¡Pero no puede hacer eso! ¿Cómo va a poder? Él dijo que una vez que tuviera las películas estaríamos libres para irnos. ¡En cuanto yo vuelva a París, haré más películas!
—El truco está en que no volverás a París.
Gilly empezó a decir algo y calló. Perdió el color mientras miraba a Girland.
—No querrás decir...
— ¡Es claro! Cuando lleguen las películas, tu hermoso conde se librará de nosotros para siempre. —Girland levantó la cabeza y miró a través del extenso e inmaculado césped hacia el bosque distante y denso—. Hay bastantes sitios convenientes allí para un triple entierro.
— ¿Quieres decir que nos matará? —Gilly se sentó—. ¡No lo creo!
—Si en algo se parece a su encantador tío y estoy seguro de que es así, no vacilará en eliminarnos como tú no dudarías en aplastar una mosca.
—Pero no puede matar a tres personas... así como así. —Su voz estaba ronca y sus ojos alarmados—. ¡No lo creo! En el hotel saben que estamos aquí. Cuando se nos de por perdidos, si es que eso ocurre, habrá una investigación. La policía... él no puede... no se atrevería.
—Vi algo interesante desde la ventana de mi cuarto antes de bajar aquí —dijo Girland, cerrando los ojos enceguecido por el sol—. Uno de los sirvientes de von Goltz se fue en tu T.R.4. Otro se fue en mi coche. Adivino que el T.R.4 aparecerá en el estacionamiento de Munich y mi auto en cualquier otra parte. Sí, la policía vendrá, naturalmente, pero von Goltz es importante en la zona. Les dirá que vinimos aquí por una noche y luego nos fuimos a París. No tiene idea de qué nos puede haber pasado. No puedes esperar que la policía se ponga a cavar cada metro de esta enorme propiedad con la esperanza de encontrar nuestros cadáveres, ¿no?
Gilly se estremeció.
—No lo creo..., ¡estás tratando de asustarme porque me odias!
Girland se encogió de hombros.
—No te odio, Gilly. Sólo creo que eres una chica muy traumatizada y tengo que reconocer que estoy aburrido de chicas traumatizadas. Escucha: el mensajero llegará a París esta noche alrededor de las 22 hs. Recogerá las películas mañana por la mañana, y tomará el vuelo de las 14 hs. de regreso a Munich. Estará aquí con las películas alrededor de las 18 hs. Así que tenemos desde ahora hasta las 18 hs. de mañana para imaginar la manera de salir vivos de aquí.
Gilly preguntó:
— ¿De veras crees que este hombre nos matará a los tres cuando consiga las películas?
Girland se puso de pie y se envolvió los hombros con la toalla. Desde su altura le dirigió una sonrisa.
— ¿No lo harías tú si estuvieras en su lugar? —dijo, y atravesó la terraza para ir a su habitación.
Gilly paseó la mirada por la extensión de césped. Al borde del bosque vio a los dos perros alsacianos negros, con las cabezas descansando sobre las patas delanteras, mirando hacia ella.
Con una súbita sensación de miedo se puso de pie, tomó la toalla y corrió tras de Girland.
En la ventana del piso superior, Lu Silk hizo caer la ceniza de su cigarrillo y se puso de pie. Miró los perros a la distancia, luego cruzó la habitación hacia una mesa donde había un rifle calibre 22 con mira telescópica. Levantó el arma y la balanceó en sus hábiles manos de asesino. Le gustaba jugar con ella. Llevó el rifle a la ventana y apuntó a la cabeza de uno de los perros alsacianos. La línea de la mira telescópica se centró en la cabeza del animal. Silk corrigió ligeramente la mira y el perro quedó enfocado; luego, satisfecho, bajó el arma y la puso contra la pared. Oyó una llamada a la puerta y entró von Goltz.
—Los dos autos se han ido —dijo cerrando la puerta—. ¿Está seguro de que no será peligroso deshacerse de ellos aquí?
—Sí. ¿Dónde si no? —Silk se sentó. Puso un cigarrillo entre sus labios delgados—. ¿Dónde podremos enterrarlos?
—Hay un basural en el bosque que está permanentemente lleno de brasas encendidas —dijo von Goltz—. Pueden arrojarse ahí. La basura de la mañana los cubrirá.
— ¿Puede confiar en sus sirvientes?
Von Goltz vaciló.
—Sí..., creo que sí.
Silk lo miró fijamente. Su único ojo observaba escrutador al conde.
—Eso es asunto suyo...; si usted está seguro, entonces está todo arreglado.
Von Goltz dio una vuelta a la habitación.
— ¿Cómo lo va a hacer? —preguntó finalmente.
—Un poquito de práctica de tiro al blanco... puede ser divertido. —Silk fue hacia el rifle calibre 22 y lo levantó—. Ésta es una espléndida arma. Envíelos al jardín y les daré como a conejos.
Von Goltz vaciló.
—Cuidado con Girland.
Silk sonrió.
—Le daré a él primero —dijo, y puso el rifle sobre la mesa.
En cuanto Girland entró en su dormitorio supo instantáneamente que alguien había estado allí mientras él se hallaba en la piscina. Había esperado que fuera así. Después de cerrar la puerta con llave, fue hasta su valija y volcó el contenido sobre la cama.
Contempló el fondo de la maleta vacía con satisfacción. Quienquiera que fuera el que la habia revisado, había sido un aficionado. Apretó el pequeño resorte escondido bajo el forro de la valija, el fondo se abrió, revelando una bandeja en la cual ocultaba sus armas profesionales. Consistían en una pistola automática Walther con cargador de 8 balas, un cuchillo de doble filo de navaja y una bomba de gases lacrimógenos. Cuando Girland viajaba por negocios, lo hacía bien equipado.
Satisfecho de saber que ninguna de sus armas había sido descubierta cerró la falsa tapa y volvió a poner su ropa en la valija.
Luego se quitó el traje de baño mojado, se secó con la toalla y se puso una bata. Salió al balcón y se sentó en una silla de mimbre, desde la cual podía ver el impecable césped. Estuvo allí sentado un rato, fumando, pensando y observando a los dos perros alsacianos que rondaban el pasto áspero al borde del prado y del bosque.
Cuando empezó a disminuir la luz y el aire se puso fresco, volvió a su habitación. Tomó una ducha caliente y se vistió para la cena. Se estaba haciendo el nudo de la corbata cuando la puerta se abrió de golpe y Gilly se precipitó dentro, con los ojos muy abiertos por el susto y el rostro blanco.
— ¡Tienes que detenerlo!—chilló tomando a Girland del brazo—. ¡Está tratando de escapar!
La mente de Girland reaccionó inmediatamente.
— ¿Dónde está?
— ¡Está bajando desde su balcón a la terraza!
Girland salió rápidamente al balcón. Llegó a tiempo para ver a Rosnold caer a la terraza de abajo. Llevaba una de las hachas medievales que había sacado de la pared del corredor. Al divisarlo Girland, Rosnold empezaba a cruzar la terraza.
— ¡Rosnold, vuelva! —gritó Girland.
Gilly se reunió con él en el balcón. Ella también gritó a Rosnold, pero él no les hizo caso.
— ¡Vuelva! —atronó Girland, pero Rosnold siguió adelante. Bajó los escalones de la terraza al césped de dos en dos y desapareció en las densas sombras. Podían oír sus pasos sordos cuando comenzó a atravesar corriendo el césped.
De pronto, en el techo del Schloss se encendió un reflector... una enceguecedora cinta de luz. Alcanzó a Rosnold que corría a través del césped otorgándole una grotesca sombra cinco veces mayor que él mismo, que huía. De la oscuridad apareció un perro alsaciano, moviéndose rápida y silenciosamente. Rosnold se detuvo en seco, se volvió y enfrentó al animal cuando éste se abalanzaba sobre él. La hoja del hacha, que brillaba bajo la luz del reflector trazó un arco y se oyó un crujido cuando destrozó la cabeza del perro. Mientras Rosnold empezaba a correr de nuevo, apareció el segundo animal. Se abalanzó sobre él mostrando los colmillos. Rosnold se hizo a un lado y el perro lo sobrepasó, rebotó y volvió a saltar. Rosnold estaba preparado y nuevamente el hacha describió un arco. El perro lanzó un gemido de dolor y rodó, llevándose la pata herida a la boca.
Gilly ahogó un grito y se cubrió la cara. Girland, inclinado sobre la barandilla del balcón, miraba. Con el hacha manchada de sangre todavía en la mano, Rosnold salió disparando hacia la izquierda y por un breve momento la luz del reflector lo perdió de vista, luego lo volvió a alcanzar mientras él continuaba su camino corriendo muy rápidamente a través del césped. Estaba a cuatro o cinco metros de la entrada del espeso bosque, cuando se oyó el estampido de un arma de fuego.
Lu Silk, de pie en su balcón, precisamente arriba del de Girland, sintió una oleada de satisfacción al bajar el rifle 22. Rosnold había dado un gran salto en el aire como un conejo herido cuando el pequeño proyectil le había dado contra la parte posterior de la cabeza para atravesarle el cerebro. Teniendo en cuenta lo rápido que corría Rosnold, y la escasez de luz, Silk decidió que éste era el mejor tiro que había disparado en mucho tiempo. Dio unas palmaditas al mango del arma para demostrarle su agradecimiento.
— ¡Lo mataron!—gemía Gilly mirando fijámente a través del césped el cuerpo inmóvil de Rosnold iluminado por el reflector—. ¡Yo se lo dije! ¡Le avisé pero se asustó! ¡No quiso escucharme!
Girland no le prestaba atención. Volvió rápidamente a su dormitorio corrió hasta su valija y arrojó el contenido sobre la cama. Abrió el falso fondo, sacó la pistola automática de su lugar y se la puso en el bolsillo de la cadera. Luego volvió a poner las cosas dentro de la maleta y la cerró de un golpe.
Gilly entró al cuarto desde el balcón, con la cara blanca y temblando.
— ¡Serénate! —dijo Girland ásperamente—. ¡Ésta es nuestra oportunidad! ¿Dónde está tu pasaporte?
Ella lo miró fijamente, como deslumbrada.
— ¿Pasaporte?
— ¿Dónde está?
—En mi cuarto.
—Ve a buscarlo. ¡Rápido!
— ¡Lo mataron! —Empezó a estrujarse las manos.
Girland la asió para sacudirla.
— ¡Busca tu pasaporte!
—Llorando, salió a ciegas de la habitación corriendo hacia su dormitorio. Girland fue tras ella. Cerró su puerta y al entrar al otro cuarto, ella estaba revolviendo en su bolso. Se lo arrancó, lo abrió, se aseguró de que el pasaporte de ella estaba dentro, luego asiéndola del brazo, corrió con ella hacia el pasillo.
— ¡No hagas ruido!
Moviéndose silenciosamente, la empujó escaleras arriba al piso superior, se detuvo para mirar a lo largo del corredor y la empujó nuevamente por el siguiente tramo de la escalera. Mientras subían a tropezones, Girland oyó el sonido seco de los pies de los sirvientes de von Goltz que subían corriendo las escaleras del piso inferior.
Girland llegó al tercer descanso que estaba a oscuras. Se detuvo para inclinarse sobre la barandilla y asomarse por el ojo de la escalera. Vio tres hombres de librea que venían por el corredor en el descanso del primer piso lanzarse dentro de su dormitorio.
Esperó lo suficiente como para ver que uno de los sirvientes salía de la habitación y corría hacia la escalera gritando:
— ¡No está allí!
Entonces, al tiempo que empezaba a sonar una campana, Girland tomó del brazo a Gilly y la guió silenciosamente por el oscuro corredor.