CUATRO
Con las manos húmedas y el corazón palpitante, Henry Sherman entregó su pasaporte falso al oficial de uniforme azul en el aeropuerto de Orly. El hombre dio un vistazo a la fotografía, miró a Sherman, asintió con la cabeza, selló el documento y lo devolvió con un breve "Merci, monsieur."
Sherman atravesó la barrera, consultó el tablero y averiguó que su vuelo salía de la puerta Nº 10. Miró su reloj. Tenía veinticinco minutos antes de partir. Un buen rato, sin apuros, pensó al caminar por el largo corredor hacia la puerta Nº 10. Se detuvo ante el quiosco de revistas para comprar el New York Times y un par de libros de bolsillo. Cuando estaba por irse, escuchó un anuncio por el altoparlante:
"Habrá una hora de demora en el vuelo AF 025 a Nueva York. Los pasajeros para Nueva York tendrán a bien dirigirse al centro de recepción. Se les informará cuándo deben acercarse a la puerta Nº 10."
Sherman vaciló. Esto podría ser peligroso. Cuanto más tiempo permaneciese en el aeropuerto, mayores eran las posibilidades de ser reconocido.
—Qué molesto, ¿no? Especialmente para usted dijo una voz suave a su lado.
Sherman se sobresaltó y se dio vuelta. Quedó rígido al ver al hombre gordo y bajo que se había acercado silenciosamente y estaba ahora parado delante suyo.
El hombre tenía los párpados caídos, una gruesa nariz ganchuda y la piel muy bronceada de los que andan mucho al sol. Usaba un sombrero negro flexible y un traje oscuro de "tweed" inglés, impecablemente cortado. Sobre el brazo llevaba un abrigo liviano de cachemira color negro. Un grueso diamante destellaba en su corbata. Otro, engarzado en un pesado anillo de oro, brillaba en su grueso dedo mayor. La camisa, el pañuelo en el bolsillo superior, los zapatos de lagarto negros, estaban inmaculados. Destilaba poder, dinero y lujo y bien podía hacerlo, pues este hombre era Hermán Radnitz conocido internacionalmente como uno de los hombres más ricos del mundo, cuyos gruesos dedos se extendían como los tentáculos de un pulpo sobre todo el globo financiero; una araña mortífera sentada en el centro de su red, moviendo banqueros, estadistas y aun redes menores, como un ajedrecista mueve sus peones
Radnitz era la última persona de la tierra que Sherman esperaba o quería ver. Supo inmediatamente que Radnitz era demasiado astuto como para no reconocerlo. No había caso de intentar disimular.
—No debemos ser vistos hablando juntos —dijo Sherman rápidamente—. Es demasiado peligroso.
—Sin embargo, hablaremos —dijo Radnitz con su voz gutural—. La puerta marcada "A". —La señaló—. Entre allí. Yo iré en seguida.
—Lo siento, Radnitz, yo...
—Usted no tiene alternativa —dijo Radnitz. Hizo una pausa y sus ojos velados parecían charquitos de agua helada cuando los clavó en Sherman—. ¿O cree que puede tenerla?
La amenaza era incontestable. Sherman sólo dudó un breve instante, luego asintió y se alejó con el corazón martilleándole el pecho y la respiración entrecortada. Llegó a la puerta marcada "A", la abrió y entró en una sala de espera lujosamente amueblada; una habitación, supuso, reservada a los V.I.Ps. Unos segundos más tarde, Radnitz se le unió. Cerró la puerta y dio vuelta la llave.
— ¿Puedo preguntarle qué está haciendo aquí, Sherman?—preguntó con mortal cortesía—. ¡Viajando con pasaporte falso y un ridículo bigote postizo! ¿Acaso se ha vuelto loco?
Sherman se irguió en toda su imponente estatura. Aunque sentía miedo de Radnitz, estaba decidido a mantener su dignidad. Después de todo, se repetía a sí mismo, él era el futuro presidente de los Estados Unidos. El rechoncho alemán debería tenerlo en cuenta.
—No sé lo que quiere decir. Estoy perfectamente bien. Si le interesa tanto, tuve que venir por un asunto urgente y privado. Tan urgente que tuve que recurrir a este..., digamos subterfugio.
Radnitz se sentó en un sillón. Sacó una pitillera de cuero de foca de su bolsillo, eligió un cigarro, le tronchó la punta con un cortador de oro, luego lo encendió lenta y deliberadamente. Sólo después de estar satisfecho de que el cigarro estaba tirando bien, miró a Sherman nuevamente. Este estaba ahora sentado sobre el brazo de un sillón frente al suyo, secándose nerviosamente la traspiración de la cara con un pañuelo.
— ¿Tan urgente y tan privado como para arriesgar su candidatura a presidente de los Estados Unidos? —preguntó Radnitz suavemente.
— ¡No puedo discutirlo con usted! —La voz de Sherman era cortante—. No estaría aquí si no fuera de vital importancia.
—Mi querido Sherman, creo que usted está olvidando nuestro convenio —la cara de Radnitz era ahora una máscara fría, repugnante—. Permítame recordarle que el dinero que hace posible que usted llegue a presidente de los Estados Unidos, suma U$S 35.000.000. Permítame recordarle también que la mitad de ese dinero es mío..., que lo he sacado de mis propios fondos. —Se inclinó hacia adelante y sus ojos se encendieron repentinamente con una furia contenida pero ardiente—. ¿Se imagina que voy a tolerar un comportamiento estúpido por parte de cualquier hombre que me deba semejante suma? ¡Comportamiento estúpido... por llamarlo de alguna manera! Usted ha sido imprudente y considero que el riesgo que ha corrido al venir aquí es incalificable. Si alguien lo reconociese... algún periodista mercenario... cualquiera..., sus posibilidades de llegar a presidente estarían completa y definitivamente perdidas y mi dinero también. Yo le prometí que lo haría presidente. A su vez, usted me prometió el contrato del Embalse Arcadia. ¡Y aquí está ahora, con su ridículo disfraz..., en París!
Sherman se retorció incómodo. Era cierto que él y Radnitz habían hecho un convenio. Radnitz quería el contrato para construir el Embalse Arcadia... el proyecto más grande y más costoso de la agenda del futuro período presidencial y que costaría a la nación U$S 500.000.000. Sherman había estado de acuerdo en que Radnitz recibiera no sólo el contrato; sino también el cinco por ciento total del costo como honorarios, si él llegaba a presidente. Sherman sabía que si no hubiera sido por la enorme influencia política de Radnitz y por sus incalculables millones, él no hubiera sido nominado para la presidencia a pesar de su fortuna personal. Así que habían hecho el convenio.
Sherman recurrió a su encanto que había conquistado a tantos de sus opositores; pero en esta pequeña y lujosa habitación, comprendió que no hacía mucho impacto. Con una sonrisa forzada dijo:
—Vamos, Radnitz, no tiene por qué preocuparse. Usted no se habría enterado de esta visita mía si no hubiera sido por este encuentro casual... nadie más lo sabe.
— ¿Casual? ¿Dice que yo no me hubiera enterado? —La voz gutural sonaba áspera a los oídos de Sherman—. Yo lo supe cuando salió de Nueva York. Sabía que estaba en París. Sé que se encontró con Dorey, de la C.I.A. Es por eso que estoy aquí, dos horas antes de mi vuelo a Rabut. Y estoy aquí porque quiero saber por qué ha corrido este riesgo irresponsable. ¡Exijo saberlo!
Sherman lo miró fijamente, acobardándose un poco ante la furia enceguecedora que ardía en los pequeños ojos venenosos.
— ¿Usted lo sabía? —Sherman sintió que la sangre se retiraba de su rostro—. ¡No lo creo! ¿Cómo podía saberlo?
Radnitz hizo un gesto salvaje e impaciente con la mano.
—Usted es una inversión importante, Sherman. Tengo agentes bien pagados que me mantienen informado sobre todas mis inversiones..., especialmente usted. Le estoy preguntando por qué está aquí.
Sherman se pasó la lengua por los labios resecos.
—Este es un asunto privado, no tiene nada que ver con usted. Yo no puedo contestarle.
Radnitz chupó su cigarro. Sus ojos encapotados no se apartaron de la cara sudorosa de Sherman.
— ¿Por qué acudió a Dorey y no a mí?
Sherman vaciló, después dijo con un esfuerzo:
—Dorey era mi única esperanza de ayuda. Él y yo somos amigos desde hace mucho tiempo... quiero decir, realmente amigos.
— ¿Así que a mí no me considera su amigo?
Sherman lo miró a los ojos, luego movió lentamente la cabeza.
—No...; lo considero un socio poderoso, pero no un amigo.
— ¿Así que ha puesto su confianza en el tonto de Dorey? —Radnitz hizo desprender las cenizas de su cigarro, que cayeron a la gruesa alfombra verde—. Usted está empezando a preocuparme. Me pregunto ahora si tiene la personalidad, la autoridad y la capacidad de dirigir que requiere un gran presidente. —Se inclinó hacia adelante—. ¿No se da cuenta de que cuando usted tiene problemas urgentes y personales, no debe recurrir a sus amigos? Debe recurrir a gente como yo, que tiene en usted una inversión y que sabe cómo manejar cualquier tipo de problema. Así que dígame... ¿cuál es este problema suyo tan urgente y personal?
— ¡Dorey no es ningún tonto!—exclamó Sherman—. ¡Se ha encargado de esto y estoy seguro de que obtendrá buenos resultados!
—Yo le he preguntado cuál es este problema urgente y personal. Tengo derecho a saberlo.
Sherman pensó rápidamente. Quizá había sido irresponsable al venir a París para consultar a Dorey, quien sólo le había podido ofrecer los servicios de un hombre que, Dorey mismo lo admitía, no era muy derecho. Tal vez debía haber consultado a Radnitz y dejado el sórdido asunto en sus manos, pero Mary había estado en contra de consultarlo. Ella odiaba y temía al rechoncho alemán. Cuando Sherman le había preguntado si ella creía que debía ver a Radnitz, ella le había suplicado que no lo hiciera. Ahora, aunque todavía se negaba a aceptar la opinión de Radnitz sobre Dorey, Sherman dudaba si no hubiera hecho mejor en desoír el consejo de su mujer y acudir, en cambio, inmediatamente a Radnitz. Al fin y al cabo, Radnitz llevaría todas las de ganar al ayudarle y además tenía una influencia enorme.
Rápidamente tomó una decisión.
—Se lo voy a decir. —Brevemente, contó a Radnitz lo de la película inmoral, la carta amenazante, que además había otras tres películas y que necesitaba encontrar a su hija.
Radnitz estaba sentado inmóvil chupando su cigarro, sus ojos velados, mientras escuchaba.
—Ya ve —concluyó Sherman, levantando sus manos en un gesto de impotencia—, yo estaba desesperado. Dorey es el amigo. Él me está ayudando. Yo tuve que arriesgarme a venir aquí, pero ahora comprendo que me apuré demasiado. —Sonrió forzadamente—. Ahora veo que debía haber acudido a usted.
Radnitz dejó que el humo de exquisito aroma escapara de sus finos labios.
— ¿Así que Girland está manejando este asunto?
Sherman lo miró.
—Parece que usted conoce a este hombre.
—Hay pocos hombres de su clase, felizmente pocos, no sé. Una vez lo empleé con resultados desastrosos. Es inteligente, astuto y peligroso... y un hombre en quien no confiaría.
—Dorey dijo que era mi única esperanza de recobrar las películas.
—Sí..., creo que Dorey tiene razón. Si uno le paga bastante, Girland rinde. Podría encontrar las películas y también a su hija. —Radnitz miró intrigado a Sherman—. ¿Y después qué?
Sherman se movió, incómodo.
—Voy a destruir las películas y controlar a mi hija.
— ¿Sí? ¿Cuántos años tiene su hija?
—Veinticuatro.
— ¿Cómo piensa controlarla?
—Razonando con ella... convenciéndola...
Radnitz hizo un gesto impaciente con las manos.
— ¿Qué sabe usted de su hija, Sherman?
Sherman desvió la vista, frunció el entrecejo y dijo lentamente:
—Siempre fue cansadora, indomable... una rebelde. Reconozco que no sé mucho de ella. Hace tres años que no la veo.
—Ya lo sé. La he hecho vigilar..., ella es parte de mi inversión. —Radnitz se acomodó en el sillón—. ¿Qué siente usted por ella?
Sherman se encogió de hombros.
—No puedo decir que ella signifique mucho para mí. Simplemente no hay lugar para ella en mi modo de vivir. Sería imposible tenerla con nosotros, en la Casa Blanca... absolutamente imposible.
Hubo una larga pausa, luego Radnitz dijo, con su voz tranquila y mortal:
—Suponiendo que le ocurriera algún desgraciado accidente y usted la perdiera... ¿le importaría?
Sherman miró fijamente al hombre rechoncho que le recordaba un Buda de piedra.
—No entiendo...
— ¡Está haciéndose el tonto!—dijo Radnitz con voz salvaje—. Usted oyó lo que le pregunté: Si nunca más viera a su hija, ¿le importaría? Es bastante simple, ¿no?
Sherman titubeó, luego meneó lentamente la cabeza.
—No. A decir verdad, sería un alivio para mí estar seguro de que nunca la vería de nuevo. Pero ¿por qué discutirlo? Está aquí, fastidiando y tengo que aceptarlo.
— ¿Sí? —Otra vez Radnitz dejó caer cenizas en la alfombra—. Su hija representa un estorbo permanente para usted mientras viva. Suponiendo que Girland tuviera éxito y consiguiera las películas... ¿de qué le sirve eso a usted? Ella puede filmar otras películas y puede hacer otros escándalos. El hecho es que los odia a usted y a su modo de vida tanto como usted la desprecia a ella y al suyo. He mandado hacer una investigación sobre su hija. Está envuelta en esa estúpida organización "Ban War". Anda con un hombre llamado Pierre Rosnold que dirige esa inútil asociación sólo para ganar dinero. Ella está bajo su influencia. Rosnold tiene mentalidad para la política, si a eso se le puede llamar mentalidad. Ambos están decididos a que usted no sea presidente. Él, porque usted apoya la guerra del Vietnam y porque quiere aprovechar su propio poder; ella, porque usted es su padre, y quiere vengarse por la forma en que la ha dejado de lado —Radnitz se detuvo para mirar a Sherman—. Los hijos tienen un sistema para saldar las cuentas. Usted quería librarse de ella, ella se resintió y ahora cree que lo tiene a usted atrapado. —De nuevo Radnitz se detuvo—. Es por eso, —continuó— que usted debió traerme este problema a mí. Dorey podía hallar a su hija, pero no podía hacerla callar, ni tampoco a Rosnold. —Los ojos de hielo observaban a Sherman—. —Pero yo puedo y lo haré.
Sherman sintió que el sudor brotaba en su frente.
—No puedo escuchar esta clase de conversación —dijo—. Estoy seguro de que no quiere decir realmente lo que parece estar insinuando.
— ¿Qué otra solución tiene este problema?—preguntó Radnitz—. Sugiera algo. Girland probablemente encuentre a su hija. ¿Después qué?
Sherman no encontró respuesta para esto. Se mordisqueaba el labio, mirando fijamente la alfombra.
— ¿Va a permitir que una chiquilla degenerada se interponga entre usted y la Casa Blanca?—preguntó Radnitz—. Debido a la manera en que usted la trató en el pasado, no se detendrá ante nada con tal de impedir que usted llegue a presidente... y tiene el poder para hacerlo si se le permite. Estas películas pueden ser halladas y destruidas... no son nada. No son las películas las que deben destruirse..., es ella.
Una voz que brotaba del altoparlante en la pared interrumpió la conversación.
"Los pasajeros del vuelo 025 a Nueva York deben dirigirse a la puerta Nº 10. Gracias."
Sherman se apresuró a ponerse de pie.
—Debo irme —dijo con voz ronca. Miró a Radnitz furtivamente por un breve instante y desvió la mirada—. Estoy seguro de que puedo dejar esto en sus manos...
Pero Radnitz no iba a permitir que este alto y pálido candidato a presidente de los Estados Unidos se le escapara, ni que se desligara de sus responsabilidades, ni que dejara a salvo su conciencia tan fácilmente.
—Voy a cancelar mi vuelo —dijo—. Estaré en el Hotel Georges V. Cuando llegue a su casa telefonee a Dorey y averigüe qué está pasando. Luego llámeme. ¿Entendido?
Sherman asintió y empezó a acercarse a la puerta.
—Un momento... —Los ojos helados estudiaron a Sherman—. ¿Debo suponer que puedo arreglarlo todo para vernos libres de su hija?
Sherman tragó saliva y se secó la cara con el pañuelo.
—Yo... debo consultarlo con Mary...; pero si usted cree que no hay otra alternativa... yo..., yo supongo que debo dejarlo en sus manos. Gillian siempre ha... —Se detuvo con un estremecimiento—. Debo irme.
—Muy bien, entonces esperaré noticias suyas. Es su responsabilidad. Actuaré cuando usted lo diga.
Cuando Sherman salió de la habitación, Radnitz hizo una mueca de desdén.
Vi, sentada sobre la cama, escuchaba con los ojos muy abiertos lo que Labrey le decía. Él estaba sentado en el gastado sillón, frente a ella, con un cigarrillo entre los dedos manchados de nicotina, los ojos brillantes, tras los cristales verdes.
Al principio ella creyó que él estaba bromeando, pero ahora comprendía que hablaba en serio. A medida que él hablaba sentía que un escalofrío de miedo la recorría. ¡Paul trabajando para los rusos! Sentía un terror infantil hacia todo lo relacionado con los rusos. Había visto todas las películas de James Bond. Había adorado a Michael Caine en sus películas de espionaje. Había leído sobre Philby y Blake. Los espías la fascinaban siempre y cuando se quedaran en la pantalla, en los diarios o en los libros, pero ahora Paul estaba diciéndole que ella estaba comprometida... ¡de pronto era una espía para Rusia!
—No lo haré —dijo con fiereza—. ¡No tendré nada que ver con ello! ¡Llévate tus cosas y vete! Ahora... ¿me oyes? ¡En este mismo instante!
— ¡Oh, cállate! —dijo Labrey con tono aburrido—.
Vas a hacer lo que yo te diga. Sólo tú tienes la culpa de esto, porque te gustan los pantalones. Si hubieras dejado a Girland en paz no estarías en este lío. Ahora tendrás que ser útil.
— ¿Girland? —Confundida, Vi se sujetó la bata—. ¿Qué tiene que ver en esto?
— ¡No seas tan condenadamente tonta! Girland es un agente como yo. Te vas a encontrar con él esta noche. Queremos saber qué está tratando de hacer, y tú vas a averiguarlo.
—Entonces no lo veré. ¿Un espía? ¿Él es un espía? ¡Yo no tendré nada que ver con esto! ¡Junta tus cosas y vete!
—Mi jefe ha decidido que vas a trabajar para nosotros —dijo Labrey tranquilamente—. Él lo ha decidido, así que trabajarás para nosotros o si no... —Se detuvo y la miró fríamente a través de sus anteojos verdes.
Vi tembló. La suavidad de la voz de él resultaba mucho más eficaz que si le hubiera gritado. Ella estaba acostumbrada a que los hombres gritaran y se enojaran. Durante su corta experiencia como prostituta, muchos hombres le habían gritado y ella había aprendido a manejarlos, pero esta voz tranquila, mortal, la aterraba.
—O si no... ¿qué? —preguntó con voz temblorosa.
—Tienen una técnica para las mujeres que no quieren cooperar —dijo Labrey—. Las mujeres son fáciles. No puedes tener esperanzas de escapar y esconderte. Tarde o temprano, dondequiera que estés, te encontrarán. Hay dos cosas que pueden hacer: estás caminando por una calle y aparece un hombre. Tiene un pulverizador con ácido; te lo arroja en la cara, y la piel se te cae como cuando pelas una naranja. Esta es una de las cosas que pueden hacer. La otra es que te agarren y te empujen dentro de un auto y te lleven a alguna casa que han alquilado. Después te hacen cosas. No sé exactamente qué es lo que hacen... no me he tomado el trabajo de preguntarlo, pero las chicas, después del tratamiento, no caminan bien. —La miró fijamente— Tienen que mantener las piernas separadas cuando caminan... así que cojean. He oído decir que las chicas prefieren el ácido al otro tratamiento.
Vi lo miraba horrorizada.
— ¡No lo creo! ¡Estás tratando de asustarme!
Labrey se puso de pie.
—Piénsalo. Dale vueltas en tu cabecita. No estoy tratando de asustarte, sólo te tengo lástima. Tienes un anzuelo en la boca ahora... y no se puede sacar. Irás a ese restaurante y te encontrarás con Girland esta noche. Averiguarás qué está planeando. Si no lo descubres, recibirás el tratamiento. Nada puede salvarte. Puedes correr, pero siempre te encontrarán, así que... piénsalo.
Salió del sórdido cuarto y bajó los escalones de tres en tres hasta llegar a la puerta de calle.
Girland abrió con todo cuidado la puerta que daba a la oficina de Mavis Paul y entró silenciosamente en la habitación. Si había esperado tomar por sorpresa a la bonita secretaria de Dorey, se decepcionó. Ella estaba a punto de entrar en la oficina de Dorey y tenía la puerta entreabierta.
— ¿Tú otra vez? —dijo sonriendo a medias. Entró en la oficina de Dorey dejando la puerta abierta de par en par—. Está el señor Girland, señor.
—Hágalo pasar —dijo Dorey, dejando la lapicera y haciendo a un lado un expediente.
Girland entró a la amplia oficina y guiñó sugestivamente el ojo a Mavis, quien lo pasó por alto.
— ¿Me haces un favor? —dijo deteniéndose—. ¿Me comunicas con el Hotel Alpenhoff en Garmisch, por teléfono?
Mavis miró interrogativamente a Dorey, quien aprobó.
—En seguida —dijo y evitando acercarse a Girland, salió de la habitación.
Girland se acercó y se sirvió uno de los cigarrillos de Dorey. Se sentó sobre el brazo del sillón para visitas y encendió.
—Estoy progresando. Quería consultar con usted. ¿Qué sabe usted de "Ban War"... una organización?
Dorey se encogió de hombros.
—Es como las demás... tienen unos cinco mil socios..., la mayoría son jóvenes. Sus cuarteles están en un sótano-club del Left Bank. Yo diría que son bastante inofensivos. A veces arrojan un ladrillo, se agazapan en las calles, pintan letreros en las paredes, y en general se divierten. No son más violentos ni más viciosos que el resto de las brigadas "anti"... cualquier cosa.
—Gillian Sherman es socia —y Girland procedió a informar a Dorey lo que había averiguado esa tarde—. Así que parece que Rosnold y ella se han ido a Garmisch. Yo tomaré el vuelo de las 7.50 a Munich mañana. Allí alquilaré un auto y seguiré a Garmisch. —Dejó caer la ceniza en el cenicero de Dorey—. Yo podría alcanzar a esta muchacha... ¿qué debo hacer con ella si la encuentro?
—Debe convencerla de que le dé las otras tres películas y hacerla volver a París con usted. Debe traérmela a mí. Yo me encargaré de que la manden a su casa.
Girland levantó las cejas.
—Y si me dice que me tire al río... ¿entonces qué?
Dorey se movió con impaciencia.
—Eso es parte de su trabajo, Girland. Es libre de ofrecerle cualquier cantidad razonable de dinero si quiere cooperar. A Sherman no le importa lo que pueda costar, con tal que consigan las películas y que su hija vuelva a casa.
— ¿No se le ha cruzado por su pequeño cerebro a Sherman, que tal vez a ella le importe un bledo el dinero?
Dorey se puso rígido.
—Esa no es manera de hablar de su futuro presidente, Girland. ¿No comprende que esto es una emergencia nacional?
Girland rió.
— ¡Oh, vamos! No hay nada de eso. Es una emergencia particular de Sherman. Seguramente el pueblo americano podría fácilmente encontrar otro presidente. Pero ¿a mí qué me importa? Supongamos que a ella no le interese el dinero. Todavía existe gente a quienes no les interesa... por extraño que parezca. ¿Me autoriza a raptarla?
— ¡Yo le estoy pagando veinte mil dólares para traer aquí a esa chica y conseguir las películas! No quiero discutir la forma de hacerlo... ¡hágalo!
Se oyó un golpecito en la puerta y Mavis se asomó.
—Tengo la comunicación con el Hotel Alpenhoff —dijo y se retiró. Girland levantó el receptor del teléfono de Dorey.
—Con la recepción, por favor —dijo y continuó— ¿Está alojado allí el señor Pierre Rosnold? —Escuchó la respuesta luego dijo—: No, gracias. Sólo quería estar seguro de que todavía estaba con ustedes. Por favor resérveme una habitación para una persona, con baño privado, para mañana... tres o cuatro días. Mark Girland. Bien... gracias. Y colgó.
—Todavía está allí —dijo Dorey—, y me imagino que ella también lo estará.
— ¿No puede partir esta misma noche?
Girland meneó la cabeza.
—Demasiado tarde esta noche. —Estaba pensando en su cita con Vi Martin. Él creía en el placer antes que el trabajo—. Saldré a primera hora mañana. Estaré en Munich a las 9.15, tomaré un coche de Hertz en el aeropuerto y calculo llegar a Garmisch a las 11.30. ¿Puede decirle a su secretaria que me haga una reserva para el vuelo de las 7.50?
—Es claro que sí. Su pasaje lo estará esperando en el aeropuerto.
—Entonces me voy.
—Manténgame informado, y tenga cuidado.
Cuando Girland se dirigía a la puerta, Dorey dijo:
—Hay una cosa que debe saber: Malik está en París.
Esta noticia lo detuvo en seco.
—Yo creía que estaba en Moscú, parado en un rincón con un bonete de burro en la cabeza.
—Está en París y probablemente parado en una esquina. Conociendo a Kovski, creo que él pondría a Malik en este asunto si realmente piensan hacerle un lío a Sherman.
—Eso haría de este trabajo un verdadero placer —dijo Girland—. Bueno. Gracias por decírmelo.
Dorey se puso de pie y acompañó a Girland a la puerta. Se detuvo allí. Se quedó parado en el vano mientras Girland pasaba junto a Mavis, quien no levantó la vista de su máquina de escribir. Consciente de que Dorey lo observaba, Girland siguió su camino hacia la calle.
Tomó un taxi hasta el estudio de Benny Slade, se aseguró de que los dos guardias que había contratado estaban cumpliendo su misión, recogió su coche y volvió a su departamento. No se tomó el trabajo de comprobar si lo estaban siguiendo. El momento en que debería asegurarse de que no lo seguían sería a la mañana siguiente, cuando saliera para el aeropuerto de Orly. Ahora podía relajarse, reservar una mesa en Chez Garin, preparar una valija, darse una ducha, luego tomar un par de copas, y tenderse sobre la cama hasta la hora de encontrarse con Vi Martin.
Girland llegó a Chez Garin unos minutos antes de las 21.00 hs. Fue recibido por Georges Garin, quien, antes de venir a París, había vivido unos años en Nuits St. Georges, donde nacen los auténticos y exquisitos vinos de Borgoña.
Cuando Girland estaba por sentarse a su mesa, llegó Vi. En cuanto la vio acercarse a él, supo que algo andaba mal. El brillo poco natural de sus ojos y la sonrisa rápida como una mueca que le dirigió cuando él se puso de pie, le hicieron dudar si no estaría drogada. Se sintió decepcionado. Ahora había algo en ella que la hacía menos atractiva y menos excitante sexualmente que la primera vez que la había visto.
Se deprimió más aún cuando ella declaró que no tenía apetito. Él había esperado que disfrutara del ambiente de este elegante restaurante, pero ella ni miró a su alrededor, así que cuando Garin se les acercó Girland explicó que mademoiselle preferiría algo muy liviano. Garin sugirió su truite soufflée, explicando que la trucha primero se deshuesaba, luego se rellenaba con carne de lucio picada. La trucha se cocinaba en manteca y se servía acompañada de una salsa de manteca con almendras y pasas.
Al servirla, Girland vio que Vi se impresionaba mientras Garin describía el plato, pero dijo rápidamente que parecía maravilloso y que lo tomaría. Sintiéndose cada vez más deprimido, Girland pidió un steak au poivre en chemise. Garin sugirió una tajada de salmón ahumado con camarones a la manteca para empezar la comida.
Vi estaba en efecto, drogada. Aterrada por las amenazas de Labrey, había decidido hacer lo que él le ordenara. Para levantar su ánimo había tomado cuatro comprimidos de "Purple Heart" antes de dejar su habitación; ahora, su efecto la hacía sentir aturdida, atrevida pero desganada. De algún modo consiguió comer el salmón ahumado. Charlaba con Girland sobre Benny, su trabajo de modelo, lo magnífico que era el restaurante, las películas que había visto últimamente, en un torrente incesante de palabras que pronto le pusieron a él los nervios de punta.
Bueno, no puedes tener suerte con todas, pensó Girland, mientras jugueteaba con su copa de Chablis. Estaba maravillosa a la vista. Ahora estaba dopada hasta los ojos y, ¡por Dios mujer! ¡Deja de charlar así!
De pronto, al darse cuenta de que lo estaba aburriendo y aterrada al pensar que no estaba encarando bien las cosas, Vi reaccionó.
—Pero háblame de ti —dijo efusivamente—. Quiero saber todo sobre ti... todo. ¿Cómo te arreglas para vivir tan bien, sin trabajar?
En ese momento llegaron la truite soufflee y el steak au poivre y Girland se dedicó a discutir con Garin sobre el borgoña que correspondía beber con la carne. Habiéndose decidido por el Nuit-St. Georges 1949, que sabía le costaría muchísimo pero que creía merecer como compensación por haber caído con esta charlatana, dirigió nuevamente su atención hacia esta belleza rubia que lo apabullaba ahora con su efusivo interés por su modo de vida.
—No voy a decir que vivo bien —dijo Girland—. Me las arreglo. Hace quince años que vivo en París. Hay muchas maneras de ganar dinero aquí y allá, si uno conoce a la gente apropiada y sabe lo que tiene que hacer.
Vi movía la trucha en su plato con el tenedor. No tenía ganas de comerla. Los comprimidos le estaban haciendo sentirse mal.
—Eso parece maravilloso. —Le palmeó la mano y le sonrió—. Por ejemplo dime, ¿qué haces mañana?
Completamente aburrido de ella ahora, Girland miró su reloj.
—A esta hora, mañana estaré en Garmisch —dijo—. Tengo un pequeño asunto allí.
— ¿Garmisch? ¡Qué maravilla! ¿Qué clase de asunto?
Girland la miró pensativo, luego sonrió.
—Oh, un asunto. ¿Qué haces tú mañana?
—Voy a posar para Benny.
¡Garmisch! pensaba Vi, consciente ahora de que se sentía mal. Tragó la saliva que le subía a la boca. ¡Garmisch! ¡Eso era lo que Paul quería saber! Bueno, por lo menos se había enterado de algo. Se daba cuenta de que Girland estaba desilusionado con ella y no lo culpaba. Paul había dicho que él era un agente. Ella tenía miedo de hacer más preguntas. Podía hacerle sospechar.
Toda la alegría y la felicidad se habían ido de su vida ahora. Recordaba la amenaza de Paul: "Tienes un anzuelo en la boca... y no va a salir". El terror que la estaba royendo le había estropeado la velada. Había cometido una locura al tomar tantas píldoras. De pronto la vista de la truite soufflée le dio vuelta el estómago. Pensó que si no salía en seguida, haría algo de lo cual tendría que avergonzarse.
Se volvió desesperada hacia Girland, con el rostro pálido y gotitas de traspiración sobre el labio superior.
—Lo siento muchísimo... no me siento bien... tengo esta horrible cosa al hígado.-.., me está matando... —Se puso de pie apresuradamente—. Yo... perdóname, lo siento...
Notando su evidente angustia, Girland se levantó rápidamente, la tomó del brazo y la condujo al hall de entrada. Garin se acercó, solícito.
—Un taxi —dijo Girland— Mademoiselle no se siente bien. —Cuando Vi hubo terminado de ponerse el abrigo, había un taxi esperando.
—Quiero irme sola a casa —dijo a Girland. No podía soportar su compañía un solo segundo más, tal era su terror—. Gracias... lo lamento...
—Por supuesto, no te preocupes te llevaré a casa —dijo Girland tranquilamente.
Vi gritaba histéricamente:
— ¡Quiero irme sola! ¡Déjenme sola!— salló corriendo, subió al taxi y se alejó.
Girland se quedó mirando el auto, luego se encogió de hombros.
No se puede ganar todas las veces, se dijo, al dirigirse de nuevo a su mesa, sintiéndose deprimido. ¡Su velada había fracasado!
Habían retirado el steak au poivre para mantenerlo caliente. El sommelier le sirvió Borgoña. Cuando le trajeron nuevamente su plato, Girland descubrió que había perdido el apetito. Una velada horrorosa, pensó, pero recuperó algo de su optimismo después de beber una copa del magnífico vino.
Más tarde, salió del restaurante y subió a su pequeño Fiat. Estuvo sentado un largo rato, pensando qué podía hacer. Eran las 21.50 hs. Se preguntó si debería ir al Club de Póker, donde los partidos estarían en pleno auge, pero decidió que no.
No tenía ganas y además, recordó, tendría que levantarse horriblemente temprano para alcanzar el vuelo de las 7.50 a Munich. Sintiéndose deprimido, resolvió regresar a su departamento.
Uno de estos días, se dijo, mientras conducía en medio del tráfico lento, tendrás que encontrarte una mujer permanente. Te estás cansando de cuidarte a ti mismo..., corriendo detrás del arco iris.
Sus pensamientos lo pusieron aún más sombrío hasta que de pronto divisó una muchacha rubia que corría por la vereda. Usaba una minifalda roja y un ajustado sweater blanco. Corría con gracia y agilidad, y sus largas piernas eran delgadas y hermosas; sus grandes pechos saltaban gozosamente- al correr.
Girland se alegró inmediatamente. Mientras hubiera chicas como ésa, se dijo, habría felicidad y esperanza en este triste, triste mundo.
En un estado de ánimo mucho mejor siguió viaje a su departamento.
Vi estaba acostada. Se sentía mejor. Había llegado al baño del octavo piso justo a tiempo para vomitar y ahora se sentía tranquila aunque con un poco de frío y de miedo. Empezó a pensar en esa deliciosa trucha que había quedado en el plato, en Chez Garin; se dio cuenta de que tenía hambre. La puerta se abrió de golpe y entró Labrey. Se detuvo en el vano, fulminándola con la mirada.
— ¿Qué diablos estás haciendo de regreso aquí? —gruñó. Entró en la pequeña habitación y cerró la puerta de un golpe—. ¿Por qué no estás con Girland?
Temerosa, Vi se alejó de él.
—Estaba enferma... lo vi, sí... Tomé demasiadas pastillas, tuve que irme.
Labrey estaba de pie a su lado. Parecía a punto de pegarle.
— ¿Enferma? ¿No averiguaste nada nada, perra estúpida?
— ¡No me hables así! —Vi trató de incorporarse pero él le puso una mano en la cara y la empujó sobre la almohada.
— ¡Contéstame!
—Me dijo que se iba a Garmisch mañana.
Labrey aspiró profundamente y se sentó en la cama junto a ella. Le puso una mano en el brazo, clavándole las uñas en la carne.
— ¿Garmisch, Alemania? ¿Estás segura?
— ¿Cómo puedo estar segura?... Eso me dijo... ¡Me estás haciendo daño!
— ¿Qué pasó? ¡Cuéntame todo!
Cuando él aflojó la presión en su brazo, Vi narró el encuentro en el restaurante y lo que habían hablado.
Labrey meditó lo que ella le había dicho y se puso de pie.
—Muy bien, quédate aquí. Yo debo hacer una llamada.
—Pero tengo hambre —sollozó Vi.
—Entonces levántate y ven conmigo. Yo también quiero comer. Al levantarse de la cama, Vi dijo:
— ¿He hecho bien? ¿Estás contento conmigo?
De pronto él le sonrió. La odiosa expresión de venganza se borró de su cara y era otra vez el Paul que ella conocía.
—Has estado formidable...; por lo menos así parece. Vámonos de aquí.
En el "bistró" de la rue Lekain, Labrey la dejó pedir la comida, mientras él se encerraba en la cabina telefónica. Logró comunicarse con la Embajada Soviética y preguntó por Malik. Aunque eran ahora las 21.30 hs., Malik todavía estaba sentado a su escritorio enfrascado en el montón de papeles que Kovski le había dejado.
Labrey le informó que Girland iba a Garmisch al día siguiente.
—Un momento —dijo Malik. Hubo una larga pausa, luego retomó la línea—. Hay un solo vuelo por la mañana a Munich, a las 7.50; el siguiente es a las 14 hs. Girland tomará el primero, usted viajará con él. Averigüe dónde se hospedará, y tenga cuidado. Ese hombre es muy peligroso. Yo los seguiré en el vuelo siguiente. Girland me conoce, de modo que no puedo viajar con él. Lo esperaré a usted en la estación de ferrocarril de Garmisch, ¿me entiende?
—Sí.
—Su amiga debe venir conmigo... puede ser útil. Dígale que esté en el aeropuerto de Orly a la 1.15 hs. ¿Cómo la reconoceré?
Labrey se puso rígido.
—No querrá venir. Es difícil.
—Debe venir. Ocúpese de ello. —El tono cortante de la voz de Malik advirtió a Labrey que no debía haber más discusiones.
— ¿Cómo la reconoceré?
—Tiene cabello rubio que le llega hasta los hombros. Le diré que lleve un ejemplar del "París Match".
—Muy bien. Deberá esperar frente a la oficina de autos de alquiler Hertz en Orly, a la 1.15 hs. El pasaje suyo a Munich estará en el mostrador de informaciones de Air France. ¿Entiende lo que debe hacer, y dónde debe encontrarse conmigo?
—Sí. Hasta mañana entonces —y Malik cortó.
Labrey se quedó parado un largo rato en la cabina, luego juntando coraje se dirigió hasta donde estaba Vi comiendo sopa de cebolla. Se sentó y empezó a comer la suya.
Ella levantó la vista y enarcó las cejas.
— ¿Qué pasa ahora?
Le dijo que debía encontrarse con Malik en Orly y volar con él a Garmisch. Vi lo miraba fijamente; la sangre se le había ido del rostro.
— ¡No! ¡No lo haré! —dijo, haciendo a un lado la sopa. Labrey esperaba esta reacción. Se encogió de hombros y continuó comiendo.
—Muy bien —dijo sin mirarla—. Ya te he advertido. Si no lo haces sufrirás las consecuencias. Ellos nunca aceptan una respuesta negativa; o haces lo que te mandan, o recibes el tratamiento.
Vi tembló.
— ¡Come!—dijo Labrey—. Me dijiste que tenías hambre.
— ¡Paul! ¿Cómo pudiste hacerme esto?—dijo con lágrimas en los ojos—. ¿Cómo pudiste?
Labrey la miró fríamente.
—Yo no he hecho nada. —Revolvió la sopa mientras la seguía mirando—. Tú fuiste tras de Girland. Si no te gustaran tanto los pantalones de cualquier tipo con plata, no estarías en este lío. No me culpes a mí. Pero fuiste tras él y ahora tienes un anzuelo en la boca, que no te puedes quitar. Te tengo lástima. O bien haces lo que te mandan o recibes el tratamiento.
— ¡Iré a la policía! —Vi dijo desesperadamente—. ¡Ellos me protegerán!
— ¿Te parece? —Labrey se encogió de hombros y terminó la sopa—. Bien, ve y diles todo. ¿Qué pueden hacer? ¿Te imaginas que te darán un guardaespaldas para que camine detrás tuyo varios meses? No puedes escapar. Estás atrapada. O haces lo que te mandan, o te sacan la piel de la cara o te meten una cuña entre las piernas.
Durante un largo rato, Vi permaneció sentada con los ojos cerrados, y los puños crispados sobre la mesa. Luego empujó hacia atrás la silla y se levantó.
—Iré a preparar una valija —dijo—. No puedo comer más.
Cuando ella se hubo ido, Labrey hizo una mueca. Él también había perdido el apetito. Cuando el mozo le trajo un bife, lo rehusó con un gesto de la mano.