CAPITULO 9
CUANDO las ruedas del moderno Douglas DC-10 en el que viajaba se posaron en el suelo del aeropuerto de Gran Canaria, no podía imaginar las nuevas e inquietantes aventuras que el destino me había preparado.
Me había desplazado hasta las islas afortunadas para participar en la celebración del I Congreso Nacional de Parapsicología y Ufología. En este certamen, Javier Sierra y yo, íbamos a presentar, ante un selecto número de investigadores, nuestros primeros resultados sobre el Síndrome de DIANA.
La filosofía del congreso era crítica, pretendía desmitificar muchos de los fenómenos paranormales y ufológicos supuestamente originales, por lo que consideramos que éste era el lugar idoneo para sondear el nivel de aceptación de nuestras ideas.
Mientras aguardaba a la salida de mi equipaje pude ver, en el tumulto, al comité de bienvenida. Junto a mi entrañable amiga Judith, se hallaba Asunción Sarais y la simpática Janette Lozano, organizadoras del evento.
Judith fue la primera en verme. Lucía una sonrisa de oreja a oreja mientras se colgaba del brazo de Janette. Ésta vestía una chaqueta de corte masculino y una falda corta de color negro. Algo más separada, Asun, seguía espectante a la búsqueda de otros ponentes.
Durante la cena departimos ampliamente sobre los "visitantes de dormitorio" en un tono frívolo y desenfadado. En el desarrollo de la velada observé como Judith permanecía ausente, distante. En un principio no le di mayor importancia, achaqué su estado al stress del que había sido objeto durante las últimas jornadas con motivo de la celebración del congreso, pero una vez más estaba equivocado.
Supe lo que la ocurría al término de una de las sesiones de trabajo. Sentados en un céntrico café, próximo a la sala de conferencias, Judith, con ojos vivos y el habla desgarrada, me contó el inicio de una amarga experiencia sucedida en verano de 1990 mientras regresaba a casa[52].
Había dejado a los niños en el colegio y en la curva de salida de la autopista divisó una niebla muy espesa:
-"Fue una cosa tan imprevista -recuerda- que no me dio tiempo a frenar y me metí de lleno. Ya no recuerdo nada hasta que aparecí en la Caldera de los Marteles, en la carretera que va de Telde a la Cumbre."
Este lugar de bello paisaje se halla a unos treinta kilómetros de distancia y se accede a él por una estrecha calzada que discurre sinuosa entre dos pronunciados barrancos.
Judith, aturdida, despertó sentada al volante de su veterano Renault 5, cuando un desconocido automovilista, preocupado por su estado, golpeó insistente la ventanilla del automóvil.
Completamente desorientada se preguntaba una y otra vez cómo había llegado hasta allí. ¿Habría tenido algún accidente? No lo recordaba. Vencida la confusión inicial temió quedarse sin combustible. Cuando Judith entró en la niebla tenía menos de un cuarto de tanque, pero ahora, paradójicamente, el nivel de gasolina había aumentado: ¿Cuándo y dónde había repostado?
-" Salí a recorrer las tres gasolineras que hay entre la Garita y la Caldera de los Marteles -recuerda Judith excitada- y en ninguna supieron decirme si yo estuve allí aquella mañana. Además -concluye- el dinero de mi bolso estaba intacto …"
Judith llegó a la cumbre en algo menos de media hora, ¿cómo había llegado hasta allí si en circunstancias normales se tarda aproximadamente el doble?
Aparentemente todo concordaba con una experiencia de teleportación. El investigador norteamericano David Fideler no duda en atribuir este extraño fenómeno a las propiedades telúricas del lugar en el que se desarrolla. Según Fideler, estas "zonas ventana" aparecen en los rincones más insospechados de nuestro mundo. Michael Persinger y Ghislaine Lafrenière observaron como en el subsuelo de estas zonas hay una enorme cantidad de materia conductora que, durante periodos de gran actividad solar, se cargarían electricamente generando campos magnéticos que a su vez crearían efectos luminosos en la atmósfera. Esta cándida explicación, sin embargo, no parece satisfacer a un gran número de investigadores que ven en estas experiencias el principio de una abducción. Este es el caso del célebre abducido italiano Fortunato Zanfretta. En su segundo encuentro relató uno de estos extraños desplazamientos.
Viajaba en un Fiat 127, matrícula de Génova 683521, propiedad de la "Val Bisagno", compañía de seguridad para la que trabajaba.
El Beta 68, clave con la que era denominada su unidad, comunicó hallarse envuelto por una extraña neblina que dificultaba su visión y ocasionaba la pérdida de velocidad en el motor de su coche.
Cuatro minutos después, Zanfretta comunicó nuevamente con la central para hacer saber que el coche se había detenido ante una luz de gran tamaño y de origen desconocido.
El operador que no desconocía la anterior experiencia del guardia jurado, no perdió tiempo y llamó inmediatamente a su mando superior, el teniente Cassiba.
Acto seguido, varios compañeros iniciaron la búsqueda de Zanfretta. La noche era terrible. El termómetro señalaba casi cero grados y una densa niebla envolvía toda la zona de Torriglia.
Finalmente, tras una larga búsqueda, hallaron en un margen de la estrecha carretera al Beta 68. Curiosamente, a pesar del frío reinante, el techo del automóvil estaba muy caliente e, incluso su interior, parecía un horno.
Sin embargo, una de las particularidades de este encuentro fue la ascensión al monte Marzano en un tiempo record. Zanfretta invirtió sin ser un gran piloto algo menos de cuatro minutos en cubrir el trayecto mientras que, habitualmente, los compañeros de la Val Visagno tardaban algo más del doble.
En cierta ocasión colocaron atados al eje de las ruedas unos alambres con objeto de determinar si el coche era elevado o no. Dichos alambres fueron hallados tras la experiencia del 26 de diciembre de 1978 partidos.
Todas estas experiencias hicieron de Zanfretta un hombre precozmente senil, en el que se desarrollaron grandes inquietudes.
Judith es, también, una mujer de grandes inquietudes. Seguramente ha contribuído a ello las dotes extrañas e inquietantes que, en ocasiones, parece poseer.
Hace unos años, Judith llegó a convertirse, sin pretenderlo, en una especie de adivina que aconsejaba a las compañeras y amigas que, como ella, se acercaban a las cotas peligrosas de la mediana edad. Nunca había tratado de comprender la naturaleza de aquellas extrañas visiones que, en ocasiones, llegaban a abrumarla. Lo que sí sabía, no obstante, es que esas visiones aparecían cuando menos lo esperaba y que no tenía el menor control sobre ellas.
En 1989, un año antes de su extraña experiencia, formó parte en Gran Canaria de un grupo ideológicamente vinculado a la misión RAMA. En su paso por el grupo experimentó algunos estados de trance en los que los supuestos extraterrestres se comunicaban a través de ella.
El "channeling", como llaman los anglosajones a este fenómeno, ha tenido una extraordinaria proliferación mundial en los últimos diez años. La canalización, sin embargo, es un fenómeno que, al igual que el misticismo, ha formado parte de la experiencia humana desde tiempos inmemoriales. Aparece como un elemento esencial en los orígenes de prácticamente todos los grandes movimientos espiritistas. Aunque todavía no comprendamos sus orígenes o su mecanismo, el fenómenos es una experiencia crucial para los seres humanos de todas las culturas y épocas.
En la canalización hay diferentes fuentes implicadas, así como distintas clases de temas supuestamente comunicados que pueden ofrecernos una visión de la personalidad del medium o canal.
Gracias a un minucioso control que el grupo tuvo de las sesiones de canalización, OUI-JA y psicografía, unas ciento cincuenta fichas aproximadamente, pude hacerme una idea cercana de la personalidad de nuestra protagonista.
Según pude saber más tarde, encuestándome con algunos miembros del grupo de Judith, ésta parecía ser el motor de la fenomenología que les circundaba[53]. Gustavo G., con el que me entrevisté en Las Palmas, recordó una curiosa experiencia que le tocó vivir junto a Judith:
- Sucedió una noche, mientras permanecíamos a la espera de un contacto en Agaete. Judith cayó en trance, me asusté, no había forma de que me acostumbrara a este tipo de experiencias. De súbito -recuerda Gustavo- empezó a describir su ascensión por un túnel, muy similar al descrito por Raymond A. Moody en su libro 'Vida después de la vida'.
Dirigí mi mirada hacia Judith que, a mi derecha, se hallaba espectante y sin participar en la conversación.
- Este túnel -prosiguió Gustavo- tenía un recodo en el que un ser la invitaba a aproximarse.
- ¿Conducía a algún lugar? -interrumpí.
- Sí -intervino al fin Judith-, a una estancia ovoide que despedía luz por todas partes. En una de las paredes -prosiguió- pude ver lo que parecía una mesa de operaciones.
- Tal vez fueron recuerdos de un secuestro en su infancia -apuntó Asun.
Si como intuía estas comunicaciones "mediúmnicas" tenían un alto grado de animismo, Judith, efectivamente, podía estar liberando recuerdos de un hecho traumático del pasado, no necesariamente de un secuestro, sino procedentes de su más tierna infancia o, incluso, del nacimiento.
Arthur Janov y Leslie Feher[54] observaron relatos parecidos al de Judith en algunos pacientes sometidos al Renacer Primordial o terapias análogas. Estos especialistas afirman que el origen de las neurosis se halla en lo que experimenta el paciente al nacer, y que revivir el trauma del nacimiento puede resultar terapéutico. Si Janov está en lo cierto, entonces la ascensión por el túnel de luz que Judith había descrito simbolizaría el cordón umbilical, la sala ovoide la placenta, la sensación de paz la misma que sentiría el feto mientras flota en el líquido amniótico, etc….
- Experiencias como ésta -expresé con firmeza- pueden funcionar como reequilibradores de tensiones emocionales[55]
Judith permanecía con las cejas levantadas y una expresión inquisitiva. Yo era consciente de que sólo había una manera de manejar la situación: decir todo sin rodeos.
- En ocasiones -proseguí-, el trauma es más cercano. Os propongo un ejemplo para que lo entendáis. Imagináos que habeis hecho mucho ejercicio físico, habeis sudado y, lógicamente, vuestro nivel de agua ha disminuido, por lo tanto, vuestra boca se reseca. Para cubrir ese desequilibrio el cuerpo siente sed. Pero también puede suceder que sintamos sed cuando alguien está bebiendo delante nuestro sin que tengamos necesidad de agua. Bebemos por que se nos ha contagiado la necesidad. En los ovnis -concluí- ocurre algo muy similar. Puede que precisemos crearlos o puede que nos sean transferidos.
Judith me miró fijamente; después una sonrisa le hizo entornar los ojos.
- De modo que crees que todo puede ser obra de mi mente para satisfacer alguna necesidad de tipo emocional -intervino-.
- No exactamente. Esta es una posibilidad, desde luego, pero tendría que investigar más profundamente.
- Entonces los extraterrestres no son reales -dijo Asun algo decepcionada.
- Depende de lo que entiendas por realidad -respondí-. Nosotros somos el destello de la conciencia que crea el pensamiento, el cual, a su vez, crea la realidad. Carl Jung se refirió a un inconsciente colectivo cuyos componentes estaban estructurados en varios arquetipos. Cuando contactamos con los arquetipos, a través de sueños, arte, mitos o estados religiosos o de meditación, nuestra psique activa la energía de estos arquetipos y se traducen en experiencias individuales absolutamente reales.
Una risa ronca y maliciosa escapó de la garganta de Gustavo quien, con una expresión hosca en la cara, permanecía atento a la conversación.
- Insinúas, entonces, que los contactos se hacen perceptibles cuando el cerebro de los testigos se encuentra en determinado régimen vibratorio en el que las defensas psíquicas están abolidas.
- En efecto, el canal de contacto con esta "civilización" puede que sea el mundo onírico.
- Pero yo no dormía cuando entré en la nube de la curva -interpuso Judith.
- Sí, pero la conducción monótona, es una de esas situaciones que facilita la entrada a estados de trance …
- … Y, entonces, ¿cómo llegué hasta la Caldera de los Marteles? -interrumpió.
- Eso es un misterio que todavía hay que resolver.
Permanecimos sentados unos minutos más en la terraza del bar Tulia. El cielo era de cobalto y una fría brisa vino a disipar nuestras discrepancias. A pesar del interés que me había despertado el caso, iba a dejarlo en suspense hasta que no finalizara las investigaciones pendientes. Sin embargo, el destino no estaba del todo conforme con mi criterio de prioridades.