CAPITULO 5

AQUEL día deseaba estar en casa, presentía algo raro, no sabía exactamente qué. Sin embargo, fiel a mis principios acudí a mi cita con Dolors, en un café próximo a la emisora de televisión en la que elaboraba mi programa sobre paraciencias. Detrás de la puerta de cristales esmerilados se extendía un salón de dimensiones vastas e imprecisas. No sé si los espejos que decoraban las paredes estaban sucios o, simplemente empañados, o si era el efecto de la iluminación crepuscular que reinaba en el ambiente. El espacio estaba dividido por las propias butacas que unas de espaldas a las otras, dotaban de intimidad a cada reservado. La tonalidad dominante era la del color marrón, marrones los objetos, las butacas, las mesas, las puertas e incluso la barra. La impresión que tuve fue que entraba en un café de los años sesenta, si no hubiera sido por el sonido de las tragaperras, la música pop o por los combinados de vodka con naranja que una pareja de adolescentes tomaban junto a una mesa de billar.

Tras pedir un café con leche localicé a Dolors y me senté junto a ella.

-Hola, ¿cómo estás? -pregunté cordialmente.

-Muy bien, ¿y tú?

La noté inusualmente callada, cogió con su diestra un

cigarrillo y lo dirigió a su boca temblorosamente.

-Tengo que contarte algo, pero me da corte -dijo al fin.

-¿Quieres jugar a adivinar el pensamiento? -pregunté cínicamente.

El camarero irrumpió con los cafés con leche. Tenía también aspecto de los años sesenta, de cara enjuta y ojos febriles. Vestía camisa blanca, con pajarita, tal como marcan los cánones. Su cabello, estirado a dos bandas y discretamente engominado, le otorgaba ese aspecto añejo que sintonizaba con el ambiente.

-No es nada importante … Sólo un sueño -me explicó.

-Bueno, pues cuéntamelo.

Con parsimonia propia del que quiere acaparar mayor atención, dirigió la taza a los labios, bebió un sorbo y empezó a hablar:

-Verás, soñé que me encontraba en una "nave" o un "avión" de material parecido a la madera.

Fruncí el ceño y esbocé una irónica sonrisa.

-Habían unos seres muy altos -continuó-, de unos dos metros, con mentón cuadrado, labios prominentes, ojos rasgados, grandes y azulados, sin vello en el rostro y absolutamente calvos. Sus dedos eran, igualmente, largos y sin uñas …

-Puede que estés sugestionada por los últimos acontecimientos que has vivido recientemente. Todo ésto es nuevo para tí -sugerí.

-No sé, es una sensación extraña que me hace pensar que ésto no es sólo un sueño … En esta vivencia -insistió- veo a Próspera Muñoz[29] sentada y condescendiente con ellos, y le dicen que si quiere que la devuelvan debe tomarse una cápsula para olvidarlo todo …

No dejaba de ser curioso, era la segunda persona que me hablaba, en un corto espacio de tiempo, de un ser humano dentro de una nave alienígena, (Mariví también lo había hecho). Dolors sólo conocía a Próspera por una intervención en TVE que apenas había tenido lugar hacía veinticuatro horas; bien es cierto que yo le había hablado de ella, pues durante los meses posteriores a las Jornadas de Vinarós, me interesé por su caso y la visité con asiduidad.

Yo soy un hombre con reacciones lentas y, de repente, no supe que decirle. Lo que me contaba era tan febril y delirante como el caso de Mariví, además, yo tampoco era la persona más indicada para investigar aquel caso. Dolors era mi amiga y no deseaba sometarla a interminables pruebas que siempre dan la impresión de incredulidad y de desconfianza.

-… El sueño -decía Dolors- terminaba de forma extraña; nos estrellábamos contra un avión y daba la impresión de que no había pasado nada, como si esos seres no tuvieran sentimientos. Igual que cuando un niño rompe un vaso.

-¿Cómo vestían? -interrogué.

-Tenían botas negras de caña alta, su traje es rojo brillante de cuello alto y con un símbolo negro a la izquierda de su pecho.

Le pedí a Dolors que dibujara ese símbolo en una hoja de mi cuaderno de notas. Se trataba de un círculo en el interior del cual se hallaba un flecha con dos puntas, una en cada extremo.

Se produjo un tenso y prolongado silencio en el transcurso del cual pensé que mi amiga era víctima del "efecto contagio" que Javier Sierra había detectado entre los contactados estudiados durante el proyecto CATCE (Catálogo de Contactados Españoles). También el sociólogo norteamericano Ron Westrum observó este efecto contagio en un número elevado de informes de abducción que coincidían, curiosamente, inmediatamente después de la publicación de un complejo caso siendo en su dinámica y comportamiento muy similares a los fenómenos de histeria colectiva.

Estos se producen eventualmente, cuando un estímulo dado, desata la inquietud y engendra una serie de sucesos de tipo neurótico.

Un incidente muy conocido en los medios sociólogicos profesionales es el caso del "anestesista fantasma" de Mattoon (Illinois).

Este se inició durante la noche del primero de septiembre de 1944, cuando una mujer denunció a la policía que alguien había abierto la ventana de su alcoba y la había rociado con un gas de olor dulzón que la había paralizado parcialmente las piernas.

Tan pronto como apareció la noticia en primera página del diario local, los avisos a la policía se incrementaron hasta alcanzar la cifra de siete en una sola noche.

La policía de Mattoon, al verse impotente, tuvo que recurrir a las fuerzas del estado, avisando a expertos criminólogos. El tiempo transcurría y los intentos por localizar al gaseador resultaban siempre infructuosos. La prensa, entonces, empezó a hablar de excesos y de histeria. La última noticia registrada correspondió a la noche del día 12 de septiembre, desde entonces no se ha vuelto a hablar del gaseador, que por supuesto nunca se encontró.

D. Scott Rogo considera que, a menudo, estos hechos guardan relación con los convencimientos religiosos, y no suceden sólo entre personas sino también entre colectivos e incluso poblaciones.

"Cuando un grupo de gente -escribe- de una determinada población se entera de que ha ocurrido un 'milagro' en la ciudad vecina, provoca inconscientemente un 'milagro' similar en la suya".

Una de estas "epidemias" se abatió sobre Baden-Baden, en Alemania, en 1872, cuando empezaron a formarse cruces en las ventanas de varias casas de toda la ciudad. Si se borraban fregándolas, volvían a formarse, y ni siquiera el ácido podía acabar con ellas. Estas cruces en las ventanas pronto se extendieron a la vecina localidad de Rastadt.

Evidencias similares han sido recogidas, también, en los Estados Unidos. Según un informe publicado por el New York Times, unas misteriosas imágenes habían empezado a aparecer en las ventanas de Cincinnati, Ohio, un año antes del fenómeno de Baden-Baden. La "epidemia" se inició el 18 de enero de 1871, cuando los vecinos empezaron a descubrir retratos de personas desconocidas grabados en los cristales de las ventanas. Una plaga similar de retratos en las ventanas se abatió sobre Sandusky, Ohio, aproximadamente en la misma época.

Tanto Javier Sierra como yo estábamos convencidos de que el mejor antídoto contra el contagio era, sin lugar a dudas, la información, o lo que es lo mismo, comprobar las historias que recogíamos y tratar de enmarcarlas dentro de otras referencias conocidas. No en vano, decía William Moore que: "Cada vez que alguien repite información insustancial sin verificar ni confirmarla como tal, está contribuyendo al proceso de desinformación"[30].

Dolors había vivido con intensidad su encuentro con Mariví, esto le hizo meditar sobre su infancia; encontró analogías, halló lapsos de tiempo perdido, y una misteriosa piedra que escondió y no recordaba dónde. Todo era tremendamente coherente para ella, no era influencia o contagio, se trataba de algo real.

En ocasiones este proceso de desinformación puede partir del rumor popular. El caso más paradigmático en este sentido lo constituye la emisión radiofónica que Orson Welles dirigió la noche del 30 de octubre de 1938 en los Estados Unidos.

La novela radiofónica estaba concebida como un reportaje en directo que trataba de simular lo que ocurriría si un platillo volante aterrizara en Nueva York anunciando la invasión de la Tierra por parte de unos maléficos marcianos.

Los millares de norteamericanos que sintonizaron, por casualidad, la audición fueron literalmente sacudidos por el pánico. Hubo quien trató de huir en su automóvil, quien salió a la calle en busca de ayuda o quien, simplemente, fue en busca de sus seres más queridos para afrontar juntos la desgracia. De los seis millones de personas que se calcula escucharon el programa, un millón fue profundamente trastornado por él.

Jose Mª Ibáñez[31] escribe: "El rumor vuela, rastrea, serpentea, se incuba y corre. Físicamente es un animal sorprendente: veloz e inaprensible, no pertenece a ninguna familia conocida. El efecto que tiene sobre los hombres se parece al de la hipnosis: fascina y subyuga, seduce y suscita".

El proceso siempre es el mismo. Circula una voz de procedencia desconocida. El movimiento se amplia hasta alcanzar el paroxismo; luego, se precipita como pequeñas chispas y termina apagándonse hasta desaparecer en silencio. No era el caso de mi amiga, que conocía los sucesos de primera mano pero que, sin embargo, no poseía información para constrastar o simplemente digerir.

* * * * *

Dolors me miraba con atención, con sus ojos abiertos y sin parpadear, provocando así un ligero estravismo ocular que resultaba gracioso. Mientras, yo seguía ensimismado, inmerso en mis cábalas. Comprendí que urgía dar explicaciones…sin embargo algo en mi interior me empujaba a ocultarle mis pensamientos. Temía hacerle daño. Opté por sugerirle que se dejara llevar por su intuición, que emulara a Shirley Maclaine (Dolors sentía, desde la lectura de "Lo que se de mí", una profunda admiración por la artista). Si se trataba de un nuevo caso de visitantes el tiempo lo diría.

Decidí regresar solo a casa. Anduve pensativo por las engalanadas calles del centro de la histórica Egara (1) mi ciudad natal, que de este modo anunciaba la llegada de la Navidad con todo su esplendor. Los villancicos resonaban en las paredes de las casas con su voz infantil, y los escaparates de los comercios, igualmente ornamentados, se mostraban más imaginativos y sugerentes que nunca. Las gentes ataviadas con ropas de abrigo se guarecían del húmedo frío, el mismo que me devolvió a la realidad. No volvería a ver a Dolors hasta el año entrante, el 1990, un año que habría de depararme grandes sorpresas.