CAPITULO 14
EN aquella soleada pero fría mañana me sentía afortunado, nervioso, feliz. Una vez más procedí a la lectura de las 37 páginas del diario que Judith me había enviado. Tal como había previsto había recordado muchos más detalles.
"Esta tarde -escribía- uno de los ATS del hospital me pidió que hiciera un electrocardiograma a un paciente. Cojo el aparato y se lo conecto al enfermo. En ese momento -continúa- parece como si algo pugnara por salir a flote en mi mente. Como si se me "atropellaran" los pensamientos -explica.
Cuando llegué a casa -proseguía- y me acosté, traté de recuperar el recuerdo y entonces, con claridad meridiana me veo tumbada en una camilla recorriendo un pasillo de luces hexagonales y paredes curvas al fondo del cual hay una puerta circular de color gris-acero. No puedo ver quien lleva la camilla pero, indudablemente, avanza hacia la puerta. Al acercarme veo una especie de marcas o dibujos en la puerta que, acto seguido, se abre a ambos lados. Al entrar en la habitación, que se encontraba vacía, surgen de las paredes algunos aparatos que me resultan familiares.
A la derecha -reza el diario- hay dos monitores de televisión o de ordenador, no puedo precisarlo, que emiten una suave luz azulada, así como una cónsola de mandos. Al frente no hay nada y a la izquierda una especie de vitrina que contiene un casco.
Sin saber cómo ha aparecido una persona vestida con un mono de color rojo. Me da la espalda. Sólo distingo que es bajito y con las extremidades superiores excesivamente largas para su estatura. Este ser parece como si manipulara algo en la vitrina donde se encuentra el casco. En ese instante siento que hay alguien detrás de mi, trato de mover la cabeza para verlo, pero me siento inmóvil. Creo que van a colocarme ese casco y siento mucho miedo (aún cuando escribo esto). A partir de este momento (no se si por el miedo) no puedo recordar más."
El escrito venía acompañado de algunos dibujos que trataban de reproducir fielmente el pasillo y las cónsolas de mando.
Levanté la mirada del papel y la perdí entre los libros y el desórden de mi despacho, un escalofrío recorría mi espalda y empecé a sentir un enorme vacío. Un vacío producido por la falta de explicaciones, de soluciones.
Era evidente que, tras la regresión hipnótica, Judith estaba tratando de poner en órden sus recuerdos y que de no ser una creación de su mente, unos seres de apariencia similar a los descritos por Hopkins y Strieber en sus libros, habrían sometido a nuestra protagonista a un exámen físico y psíquico con algún fin todavía no desvelado.
Algo en mi interior anunciaba que el episodio vivido por ella en la carretera no era más que el punto de partida de una larga serie de sucesos que nadie podía determinar cuando acabarían. Es más, el hecho que Judith siempre destacara en el campo de las facultades psíquicas, ayudaba, en cierta medida, a que los sucesos que se desarrollaban a su alrededor adquirieran esta apariencia.
Podía sentir palpitar mi sien izquierda, las preguntas llegaban a toda velocidad a mi mente: ¿Iban estas experiencias a transformar su personalidad? ¿Podían ser las experiencias actuales un ardid de su mente para volver al contacto? ¿Era su mente el motor de las experiencias paranormales que rodeaban a la abducción? o, por el contrario,¿formaban parte de la misma? ¿Qué objeto tenía todo este teatro? ¿volver al contacto?.
Me revolví en el asiento, crucé las piernas y presté de nuevo atención al diario: "Lo que en estos momentos me ha impulsado a cojer el bolígrafo y escribir es una gran tristeza -rezaba el escrito-. Me siento totalmente aislada, no tengo en quien confiar. Presiento que algo va a ocurrir y lo peor de todo es que no tengo control sobre ningún tipo de suceso".
Podía imaginarmela con ojos tristes, sola en su escritorio sacando fuerzas de flaqueza para narrar sus propios sentimientos. En muchas ocasiones le había manifestado la necesidad y la conveniencia de contar su historia a Juan, su marido. Juntos podían afrontar más fácilmente la crudeza de la experiencia fuera real o no.
A continuación decía: "Las lágrimas pugnan por salir, pero mis hijos estan conmigo y no puedo mostrar mis sentimientos ante ellos. Sólo deseo poder hablar con alguien que me entienda que pueda vaciarle todo lo que llevo dentro: mi inquietud, mi miedo, mi incertidumbre, incluso, mi temor a un estado de desequilibrio mental…"
Sentimientos parecidos a estos habían impulsado a decenas de personas a compartir sus experiencias en reuniones organizadas. Sin embargo, para Judith, tales pensamientos eran el preludio de otra experiencia desgarradora. Así era. La noche del 29 al 30 de marzo se despertó cerca de las dos de la madrugada y pudo ver una luz en la habitación. "Mi reacción fue más de enfado que de miedo" -escribía. Una bola de color blanco-amarillento del tamaño de un balon, paseaba tranquilamente por el dormitorio.
"Subía, bajaba, iba de un lado a otro. El perro, en la planta baja, no dejaba de aullar. Juan y los niños ni se enteraban. Me dio la sensación de que la luz realizaba un chequeo completo a la habitación". ¿Era este el sentimiento de vigilancia que sentía un paranoico?, recordé la sonrisa somera y fugaz del doctor Sánchez, la sonrisa de un médico que simpatiza con tu caso pero que te trata como a cualquier otro paciente. No, por supuesto que Judith no era paranoíca al menos eso indicaban los test.
"Mientras duró la experiencia -continuaba el escrito- sentí un fuerte olor a azufre y una sensación de inmovilidad, el tiempo discurría como si ya careciese de sentido". Podía notar la tensión en su mano ahora las palabras eran más largas en su trazo: "Tan de súbito como apareció -concluía-, desapareció desvaneciéndose ante mis ojos. Me quedé sentada en la cama, asustada, indignada, hasta que escucho unas voces, miro hacia la puerta y distingo la silueta de cinco pequeños 'enanos' que parecen deliberar sobre algo. Ese es mi último recuerdo. Al día siguiente desperté con un profundo dolor de cabeza."
En ocasiones, al despertar, había encontrado pedacitos de hierba y arena volcánica en la cama como si hubiera paseado descalza por el campo y luego al tenderse en la cama los pequeños trocitos se hubieran desprendido de su piel. En otras notaba molestias en su nariz y descubría que había sangrado, como si le hubieran colocado durante la noche una sonda nasogástrica.
No tenía más remedio que reprimir mi disgusto por no poder ofrecerle la fórmula magistral que terminara con sus desgarradoras experiencias, aunque en el fondo no estaba convencido de que fueran tan desagradables. Según pudo constatar James Harder, miembro del proyecto VISIT el 95% de los abducidos, una vez revivida su experiencia bajo regresión hipnótica experimentan recuerdos placenteros e incluso beneficiosos.
¿Serían los abducidos actuales una nueva forma de contacto más acorde a los tiempos en los que nos hallamos inmersos?.
Volví a dejar el pliego de papeles y ensimismado en la pregunta me levanté y miré de soslayo al reloj que colgaba de una de las paredes de mi atiborrado lugar de estudio, retomé el hilo de mis pensamientos:
-De hecho -mascullé- las pretendidas diferencias entre los contactados y los abducidos no son tantas.
El 25% de los abducidos, en efecto, tuvo posterior a su experiencia otros avistamientos de OVNIS, lo que rompe con el tópico relativo a que la experiencia de abducción es única. Muchos abducidos, tal como les ocurre a los maltrechos contactados, creen que se les ha entregado instrucciones muy concretas acerca de alguna misión o tarea que deben llevar a cabo, aunque sean incapaces de recordar cuándo y de qué se trata exactamente. Y, finalmente, el contenido de su mensaje es el mismo.
En ambos casos los protagonistas han desarrollado facultades psíquicas, se han visto frecuentados por fenómenos de tipo paranormal o, simplemente creen seguir en contacto telepático con los extraterrestres, como si todos sus actos fueses espiados. El único rasgo diferenciador -concluí- es la voluntariedad de entrar en contacto. Mientras que los contactados tienen un interés manifiesto y buscan intencionadamente el contacto a través de diversos medios, tales como la escritura automática, la OUI-JA o la canalización, los abducidos se encuentran con el fenómeno de forma abrupta.
Aunque Judith se negaba a aceptar que estas experiencias en su dormitorio, cada vez más frecuentes, fueran un reclamo para volver al contacto, yo veía cada vez con mayor claridad el rumbo de su evolución personal. Ya había ocurrido en otras ocasiones, Francisco Padrón o su amigo Emilio Bourgon, abducidos en la playa de la Tejita, en Tenerife, habían dado un giro hacia lo místico. "Es la única salida que nos queda: el misticismo" me dijo en cierta ocasión la abducida murciana Próspera Muñoz. También Miguel de María, secuestrado en diciembre de 1977, en Peñalver nos narra, en la segunda de sus cuatro abducciones, como los extraterrestres lo invitaron a visitar su planeta, devastado como consecuencia de una guerra nuclear celebrada 50.000 años atrás. "Era un aviso de lo que va a suceder en la Tierra" -dijo.
Miré por la ventana, el día estaba muriendo y una profunda tristeza me invadió. Taciturno salí a las sórdidas calles de la ciudad, el viento azotaba como alambre de espino, flagelando mi cerebro y mis pensamientos. Mi corazón deseaba creer en esos seres del espacio que alguna vez a lo largo de los duros años de investigación había creído ver montados en sus naves, pero algo en mi interior me advertía que esos seres no procedían de mundos lejanos, que Orión, Erra, o el Retículo estaban vacíos, desencantados, como los ojos de los abducidos que había estudiado, ojos oscuros como el mar, solitarios y empapados de sueños, de temores de anhelos.
No cabe duda de que algo les sucedió a los abducidos. Cuanto menos tuvieron una experiencia emocionalmente real. Pero, ¿En que medida fueron inducidos sus relatos?
Me senté en un banco, estaba tan absorto en mis pensamientos que podía tratarse de cualquier banco. A mi alrededor varias mujeres acercaban, cogidos de la mano, a sus hijos al estanque para que vieran a los patos y su firme navegación por las turbias aguas. Mientras tanto los pensamientos seguían llegandome a la mente con fluidez:
¿El relato de los abducidos era lo que los secuestradores querían que dijeran o se trata realmente de la realidad?, o se trata de la realidad del testigo, o es la inducción del hipnólogo o, finalmente, es una inducción de unos grupos de control?.
Numerosos incidentes atribuídos a los OVNIS son en realidad una serie de operaciones secretas llevados a cabo por las agencias de inteligencia tal y como sospecha el documentado investigador Enrique de Vicente.
Proyectos como MK-Ultra pasaron inadvertidos durante dos décadas, hasta que una comisión senatorial comenzó a destaparlo[62].
A comienzos de los años sesenta ya existían técnicas capaces de provocar en una persona alucinaciones o amnesias que bloqueaban experiencias indeseables.
Durante los años ochenta, los estudios sobre el cerebro habían avanzado en progresión geométrica. Las nuevas tecnologías abrían unas posibilidades de exploración insospechadas e inconcebibles. Se especulaba sobre la forma en que los campos magnéticos y las ondas electromagnéticas podían afectar al cerebro, cómo operaban sus procesos electroquímicos y cómo estos podían controlarse desde el exterior.¿Se imaginan poder desarrollar un dispositivo por el cual pudiera leerse el estado anímico de una persona sin que ella se diera cuenta?.
Los secuestros no proliferan hasta fines de los sesenta y sus víctimas mostraron síntomas de manipulación mental y genética. Muchos abducidos, incluída Judith, creen haber sufrido implantes en sus cuerpos, que a veces son detectables a través de rayos X[63].
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Numerosas historias apoyan estas especulaciones. Paul Bennewitz un físico que compartía sus aficiones entre la electrónica y la ufología. Vivía en la zona residencial de Four Hills, en Alburquerque, Nuevo Méjico, muy cerca del emplazamiento de la Base Aérea de Kirtland, un foco de actividades gubernamentales y militares dirigidas, en aquel tiempo, a la denominada "Guerra de las Galaxias".
Bennewitz había estado en contacto directo con un caso de abducción investigado conjuntamente con el catedrático de la Universidad de Wyoming, el Dr.Leo Sprinkle. Se trataba de una mujer y su hijo que, al parecer, mantuvieron contacto con los ocupantes de un OVNI. Bennewitz se convenció de que la mujer había sido víctima de un implante, es decir, poseería, insertado en alguna parte de su cerebro, un microaparato que ofrecería eventual información a sus secuestradores. Tras algún tiempo de experimentación Bennewitz afirmó haber interceptado unas ondas electromagnéticas de baja frecuencia, ondas ELF, procedentes de la base de Kirland. Cuando Bennewitz hizo público su descubrimiento el servicio de inteligencia tejió una campaña intoxicadora para desacreditar al incauto físico en su creencia de que los extraterrestres tenían una base allí.
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Estuve un buen rato sentado en el parque, cuando el frío me devolvió a la cruda realidad. Caminé distraído cruzando luces y sombras como un espectro que discurre por un sueño ¿Estában viviendo los abducidos, y con ellos yo, una psicosis creada por los medios de comunicación? ¿Estarían los extraterrestres secuestrando a ciudadanos de nuestro planeta para llevar a cabo experimentaciones genéticas? ¿o se trataba de una antiquísima realidad que se manifestaba ahora con un ropaje cósmico?. En realidad poco importaba porque fueran lo que fueran Mariví, Dolors o Judith eran, siguen siendo, la punta de un Iceberg gigantesco que puede transtocar por completo nuestra visión de las cosas y nuestra propia existencia.
Josep Guijarro
mulde(a)ctv.es
Terrassa 22 de mayo de 1993