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Otra cosa: el buitre tiene la costumbre de desaparecer. Nunca me dice adonde va.

—Me voy. Punto y aparte.

Se mueve apurado y no me mira. Se pone sus gafas de sol en medio de la noche y carga con una mochila militar.

—¿Adonde? —le pregunta Evelyn, y entonces él se da cuenta de que esta vez he llegado acompañado por una criatura distinta. Que no viene precisamente al parque de diversiones.

—Afuera —le responde Frank, paralizado dé pronto—. ¿Tú vienes a buscarme?

—No... Sí... No sé. —Evelyn me mira. Yo hago una presentación que no parece muy convincente: Ella es la última estrella del último irreality. Cosas de adultos. Su personaje hasta ahora mismo se llamaba Emily. Y él es...

—Yo estoy saliendo para un asunto, chicos y chicas. Cosas de extranjeros.

...y ella tampoco es de aquí, por cierto, digo para terminar la presentación.

—¿Afuera de la ciudad? —sigue preguntando Evelyn Excesiva.

—Sí. La misma Habana del futuro.

—¿Vas volando?

—¿Crees que soy un pájaro o algo así?

—Nunca había visto a nadie como tú.

Tú debes haber visto unas cuantas cosas, intervengo yo. Tú debes haber visto todo lo que nosotros podamos inventar para ti, y un poco más allá.

Después acompañamos a Frank hasta la cerca rota y despintada de la Villa, por donde acabamos de entrar Evelyn y yo. Después no nos separamos ni nos despedimos. Después lo acompañamos un rato más por las calles del Sector Sevillano y por la Avenida Bejucal. Después él se va, se sigue yendo, y nosotros lo seguimos acompañando por pura inercia. Porque Evelyn piensa que todavía está en peligro, que continuarán buscándola, y no es cierto. Porque en realidad soy yo el que huye, el que ocupo su lugar, el que ya estaba huyendo.

Hasta donde ustedes me lleven.

Frank se cuela por la ventana de una casa y sale con unos tenis Nike.

—Mira a ver si son de tu talla.

—¿Por qué lo hiciste?

—Nike me paga por hacerlo.

Frank observa a Evelyn mientras ella se calza.

—¿Qué edad tienes?

—No sé.

—Estás como para pedirte un autógrafo.

Al amanecer dejamos atrás los últimos suburbios del sur. Hace horas que Frank se me ha acercado confidencialmente para preguntarme no de dónde salió ella (a él no le importa, yo no sabría decirle), sino por qué está desnuda.

—Estoy bien así. ¿Vamos a caminar mucho?

No sé. No sé por qué tuve que desvestirla. Yo no tengo nada que ver. Yo solo estaba en el lugar y en el momento. Y tuve una visión.

—Kilómetros —dice Frank— Con K.

—No soy una niña. Yo sé escribir.

—Yo no. ¿Se puede saber qué es eso?

La Tabla Periódica de los Elementos Químicos. No le den más vueltas. No hay nada de entertainment ahí.

—Es como un oráculo desfasado o algo por el estilo, mira —Evelyn desenrollando la cartulina como un mapa—. ¿Debo seguir con estos dos amigos lejos del show?

—¿Show? Oye, ¿por casualidad tú no serás...?

Aquí (chirriante) la Tabla Periódica pone:

GRAMÁTICA CHIRRIANTE DE UNA MESA DE POSPRODUCCIÓN QUE HA ADQUIRIDO VIDA PROPIA

—Muy bien, muy bien —celebra Frank—. Supongo que eso responde tu pregunta. ¿Me la prestas un rato?

Con o sin preguntas sin responder, parece que seguimos los tres juntos. Frank con la Tabla. Ella conmigo y contándome capítulos imposibles. En algún momento cruzamos esa frontera invisible y definitiva donde la ciudad ha desaparecido a nuestras espaldas y frente a nosotros se extiende el paisaje semidesértico.

Arena. Mucha arena. Y mucho más.

El buitre nostálgico, susurrando al viento:

Vermilion Sands... Ballard.

¿Quién?

Igual puede ser una canción. (Ballad).

Una balada más pegajosa que esta.

Descansamos bajo las ramas de un árbol extinguido, sobre los asientos de la cabina de una concretera volcada. Ahora todo va a ser así. Y no nos hemos tomado ninguna pastilla.

Frank regresa de una exploración de cercanías. Dice que hay que estar atento a no se sabe qué peligros. Regresa acompañado por un tipo que le dice a Evelyn:

—Eh, tú eres La Asesina En Serie De La Serie De Televisión, ¿no?

Lo reconozco. Él me reconoce. Me apunta con una uña pintada de negro:

—Y tú eres el que estaba en aquel Hotel Hiperconectado, ¿no? Caminabas como un fantasma por los pasillos. Yo te di unas pastillas.

—Él dice que se llama Vector R —informa Frank.

—Factor R. ¿No les parece un buen nombre para una banda?

—Factor. Vector. Una diferencia brutal.

—Llámenme R. Para que sea más fácil.

Es que no queremos que nada sea más fácil.

—Mucho gusto, R —sonríe Evelyn.

—El gusto es mío, belleza. ¿Qué hacemos ahora?

—Ahora vas a decirnos qué estabas haciendo cerca de aquel búnker —señala Frank.

Yo me pongo a buscar en los bolsillos el improbable frasco de pastillas. Desde el horizonte, los rayos de sol vienen rebotando sobre los búnkeres. Ante el interrogador con pico que interpreta Frank, R sigue insistiendo en que él no es un fugitivo:

—No puedes fugarte de un búnker sub-21. Es pura mitología. Conozco a alguien que está metido en uno de esos. Yo solo pasaba por ahí, ya te dije, voy camino a un concierto, uso atajos. ¿Adonde van ustedes?

Aparece increíblemente el frasco de pastillas.

—Gracias por guardármelo. Tenía que soltarlo para que no me cogieran con eso arriba. Conozco a alguien que lo cogieron con menos.

R se traga una pastilla. Frank continúa mirándolo con desconfianza.

—Tú tienes como un aire de aura tiñosa, ¿no? —le dice R. Evelyn se ríe y le pregunta qué es lo que hacen.

—¿Las tiñosas?

—Las pastillas.

—Lo hacen todo más fácil.

—No me digas —dice la tiñosa.

—¿Quieren probar? —dice R.

Una para ella. Una para mí.

¿Pero no eran rosadas?

—No, siempre fueron así de transparentes.

—Como bolitas de cristal —sugiere Evelyn.

Tragamos. Veo a Frank envuelto en una nube. Va apareciendo poco a poco otro disfraz de plumas o de garras, el pelo mal teñido, distinto color en las uñas.

Se me ocurre que Frank es una especie de control de calidad.

¿Y hay riesgo de sobredosis?

—Siempre hay riesgo de sobredosis —explica R, que no debe tener idea de lo que está hablando—. Hay riesgo de sobredosis aunque nunca te tomes nada.

Destino R: la explanada del viejo cementerio donde ya no hay restos humanos ni de ningún tipo. Todo ha sido convenientemente saqueado y removido. Ahora acuden multitudes en peregrinación periódica, en largos viajes químicos, a escuchar música y a vomitar. R va a un concierto de Pomo para Ricardo.

—A pesar de que tocan y cantan mal —se excusa—. Son muy malos.

—Yo iría precisamente por eso —acota Frank, que va para otra parte con el mismo misterio con que suele decir que viene de otra parte.

—Háblanos de Cuba —le pedimos a Evelyn cuando ella se despierta en su improvisada cama en el interior de algún fuselaje enterrado.

—Háblanos de Cuba —porque ella habla dormida mientras R y yo vigilamos su sueño. Ella habla en sueños de su planeta mientras R y yo nos turnamos para atisbar sus movimientos bajo la manta.

Los pequeños pechos.

Las redondas nalgas.

Las nacientes caderas.

El vello amanecer de los muslos.

Entonces ella se despierta y habla con todo el cuerpo.

Habla de una casa comunal y de unos padres nómadas.

De algo parecido a una secta, de ídolos muertos, de profecías.

De signos que aparecen por todas partes, de un refugio artificial.

Habla del pánico, los destellos, el estruendo final. El espacio.

Y eso ya no es Cuba, y ya estamos cansados, pero quién la saca del trance: recuerdos oscuros de ver pasar estrellas, nebulosas, cúmulos, cometas, sus manos aferradas a la Tabla Periódica como única tabla de salvación, todo como un gran sueño intergaláctico que no comprendes y del que nunca te despiertas del todo.

R y yo nos vamos quedando dormidos.

Frank nos despierta para seguir andando por la Tierra.

Le pregunta Evelyn a Frank:

—¿Por qué te fuiste de tu planeta?

R me ha preguntádo a mí:

—¿Tú sí eres de aquí, verdad?

¿De aquí de dónde? Si ya no se sabe en qué espacio-tiempo estamos...

—Tuve que irme. —Frank espanta animales con un palo. Ratas del Cretácico atraídas por el fuego que hemos encendido, moviéndose entre la chatarra y los arbustos—. Muchos tuvieron que irse a otros lugares, pero ya no importa.

También merodean algunos Entelodon del Oligoceno, ya más evolucionados y más grandes y parientes de los cerdos, atraídos por la misma chatarra y por el olor de la política.

Resumen de la historia de Frank contada a la Tabla con intervenciones, reacciones, respuestas o resúmenes de la Tabla:

El poder es algo que circula entre bandadas. Un sistema circulatorio con nanomáquinas de último diseño dirigidas a distintos puntos. Dos bandadas con muchas ramificaciones o derivaciones se enfrentaban por la permanencia o la preminencia en el gobierno de V: Test de Turing vs. Balada de la Reina Adolescente. Digamos que bajo cierto estándar pueden ser considerados buenos nombres para bandadas. En común tenían la sátira. —GRACIAS A TODOS AQUELLOS QUE UN DÍA CAMBIARON EL SLOGAN—. La sátira es algo que se disputa con arco. Existen los llamados Iconos de la Sátira (SatirIcon, según logo comercial impreso en las puntas de las flechas), que en realidad nunca le han disparado a nada. Eso es lo que piensa Frank, que por supuesto tampoco se llama así. Junto a otros como él de otras desbandadas sin nombre (pero desbandada ya es un nombre y un sistema), se dedica a satirizar las sátiras gobernantes como quien lo hace en serio. Se vuelve metasatírico, lo cual es más o menos absurdo. —LLEGADO ESTE PUNTO EN REALIDAD NO HAY NINGUNA RAZÓN PARA DETENERSE—, Empieza a meterse en problemas. Se busca enemigos posados en lo alto. Trabaja rodeado de alarmas. Lo de menos es la paranoia, los sobrecitos de azúcar mezclados con los sobrecitos de cianuro de potasio. Lo que de verdad preocupa a Frank es que en algún momento tenga que abrir la boca y que de su boca salga la frase correcta. Un graznido. No le cabe duda de que se inventan toda clase de juegos de scrabble con tal de hacerlo jugar. Las palabras sobre la mesa. —EL JUEGO DE LAS PIEZAS ÍNTIMAS HABÍA LLEGADO A UN PUNTO MUERTO—. Finalmente consiguen involucrarlo en un asunto turbio. Tráfico de coagulantes. Lo meten preso. Lo ayudan a escapar, se defiende. Pero su genoma ya no está en las listas de derechos humanos y de otros derechos (el de hacer otras listas). O sea, que ya es un monstruo. De los que están bajo mirilla telescópica. Solo le queda disfrazarse para que no lo reconozcan y dar un salto a la atmósfera sin cuenta atrás. —YO HE VISTO COSAS QUE USTEDES NO CREERÍAN—. Lo mismo de siempre.

La canción de cuna de las instalaciones abandonadas.

Estaciones de tránsito solitarias y„ vacías como espejismos.

Entramos a un Wendy’s. Lo único bueno y rápido que hemos comido son pastillas.

En este Wendy’s, por supuesto, solo hay mesas sucias y paredes agrietadas. Salpicaduras de toda clase. A la pelirroja con pecas y con trenzas del logo le han pintado (le he pintado yo) dos largos colmillos. El piso es un charco arenoso donde flotan los absorbentes y los vasos plásticos.

R va al frigorífico y regresa con las manos vacías.

—¿No encontraste nada? —pregunta Frank.

—Les digo lo que encontré si me prometen que no nos lo vamos a comer.

—Yo quiero comérmelo —dice Evelyn.

Ya estamos mirando el cadáver tirado en el frigorífico.

—Es Peter Pop—dice R—. El de la burbuja.

¿Seguro?

—No.

—Peter Pop —eructa Evelyn Extasiada.

Recuerdo el performance. The Crystal Ball. Alguna vez se puso de moda en las viejas calles de La Habana.

—Es raro verlo fuera de la burbuja —dice R, agachándose al lado del viejo Peter.

—¿Más raro que verlo muérto? —se interesa Frank, que nunca lo vio con vida, no le hubiera interesado. El cuerpo del adolescente, como de quince espumosos años, está vestido con el mismo traje plateado de trapecista cuyos reflejos cegaban a más de uno en cada performance.

Evelyn (ocupada ella misma en ser otro fenómeno, otro objeto volador) tampoco lo conocía. Yo alguna vez lo vi:

La gigantesca bola de cristal rodaba sobre las cabezas de la gente. El artista la hacía rodar, moviéndose dentro de ella con alocadas piruetas, jugando con los haces de luz que generaba su propia danza. En ocasiones podía pensarse en el vuelo caótico de un insecto atrapado. La bola zumbaba electricidad y la gente saltaba sobre ella, y todos la empujaban con las manos, centenares de manos apoyadas en el cristal ayudando a la bola a desplazarse, lanzándola al aire, haciéndola rebotar en las azoteas y en las patrullas aéreas, de un barrio a otro, de una zona horaria a otra, trazando las líneas de un recorrido caótico que visto desde un satélite (depende del satélite) quizás no sugiriera otra cosa más que lo mismo de siempre. The Crystal Ball of Peter Pop.

—¿Alguien se tragó esa burbuja alguna vez? —pregunta Frank.

—Habanact —murmura R, temblando de frío o de miedo—. Habanasco.

No sé si se han dado cuenta, pero este frigorífico sigue funcionando. Es posible que todo el restaurante haya despertado de manera diabólica y entonces...

Evelyn se tumba y se desliza sobre Peter Pop.

Rozamiento de superficies.

—Te vas a congelar así desnuda —observa R.

—O vas a descongelarlo a él —dice Frank, y ya no hay más comentarios sobre termodinámica.

Salimos.

Evelyn sale arrastrando un cuerpo.

Nadie la ayuda. No hace falta.

Solo la miramos.

—¿Cuál es tu idea diabólica, Emily?

Solo le preguntamos adonde piensa ir con él, cómo se lo piensa llevar.

Ella señala hacia una esquina de lo que alguna vez fue un parqueo.

Una silla de ruedas.

Modos de desplazarse: en motos y diversos motores todoterreno, gente diversa y dispersa que (además de ir a los conciertos) va a realizar sacrificios rituales y a practicar deportes extremos (necesariamente extremos). Casi nadie va a pie, como vamos nosotros. Se cuentan kilómetros de peligros de la periferia. Sin contar el sol.

—Si te pierdes aquí —advierte R—, te pierdes para siempre.

—¿Tú te perdiste? —pregunta Evelyn, sin trusa y sudorosa.

—Si te pierdes aquí —dice Frank—, más tarde o más temprano te encuentras un anuncio de TropiKola Light.

Una fauna microscópica acecha en el aire, flotando: un zooplancton, una dosis de contaminación visual entre la publicidad no deseada.

Células voraces como del principio de la vida, desplazándose de un lado a otro sin representar el menor peligro, hasta ahora, para nadie.

—¿En Cuba tú eras así?

—¿Así cómo?

Se llama necrofilia.

—Apuesto a que lo asesinaron.

—¿Quién? ¿Quiénes?

R y yo dejamos de vigilar su sueño. Evelyn se acuesta con Peter Pop, lo desnuda, le da vueltas, se acomoda sobre él, lo abraza, hunde la cabeza en su cuello y en sus piernas, se frota y se queda dormida contra el frío de Peter Pop.

—Ya estás muy grande para jugar con muñecas.

Y todavía eres muy pequeña para jugar con muñecas.

—¿No vamos a pasar por un cementerio? Pues lo dejamos ahí.

—No es exactamente el cementerio de mascotas Pet Sematary. Ya ni siquiera es...

Es cierto, no sabemos qué decirle.

Frank insiste en sus exploraciones y rodeos cada vez que nos detenemos a descansar.

—Al menos no parece que lo hayas asesinado tú —le dice a Evelyn en medio de un círculo de ruinas que recuerda sospechosamente al teatro Trianón demolido—. Por cierto, creo que nos siguen.

R se alarma:

—¿Mataste a Vega Boy de verdad?

—Creo que sí.

Y no solo a el. «De verdad».

—Dime que no mataste también a la que hacía de investigadora secreta y agente doble. La supermodelo, quiero decir.

Yo nunca vi la Serie, pero... ¿quién era esa?

—Déjenme tranquila —Evelyn empuja la silla. La cabeza de Peter Pop se balancea de lo más alegre cuando las ruedas tropiezan con las rocas y los fósiles.

—¿Por qué lo hiciste?

—Dijo que la dejaran tranquila, Ripper —Frank mira por unos prismáticos, y mira continuamente la Tabla Periódica, y mira la sonrisa rígida de Peter Pálido como quien busca imitar algo de ella.

—Tenía que hacer algo —responde Evelyn Evasiva. —Pero él salió después en otro programa en vivo... y estaba vivo.

Tendrá dobles.

—Ah, claro.

Cuerpos Vega.

—Yo estoy segura de haberlo estrangulado bien.

—¿Y te gustó hacerlo?

Evelyn besando a Peter otra vez, muchas veces:

—Sí. Mucho.

—Eres una sicópata prodigio.

Cuban psychos.

—¿Qué quiere decir eso?

Frank masticando un chicle rosado que se encontró: —¿Había sicópatas presos en Cuba?

R se alarma:

—Oye, ¿dijiste que nos seguían?

Yo consigo llevarme una pastilla a la boca. Miro alrededor y trato de escuchar.

No los hemos visto, no los hemos oído, pero sabemos que ya están sobre nosotros y no sabemos nada más.

Me acerco a Frank. Le pregunto de qué se trata ahora.

—No sé —le dice a la Tabla—. No puedo saberlo todo. La Tabla lo mira (lo lee) y pone: TRANSGAVIOTAS. La Tabla lo mira (lo lee) y pone: COPY N PASTE.

Entonces los veo.

Emergen de los escombros.

Son cuatro y son muchos.

La primera impresión es que mantienen algún contacto con el suelo, y ruedan, y son acuosos y transparentes y extienden porciones de una membrana. Luego se hacen visibles la boca y la doble hilera de dientes y a correr.

—¡Corran! —grita Frank.

—¡Corran! —grita R.

Doble volumen.

El eco no tiene tiempo de regresar a nuestros oídos.

Levantamos polvo.

Caemos por una ladera polvorienta.

La silla de ruedas se hace pedazos, pero el cadáver no. Evelyn se lo ha echado al hombro. Pudiera cargar con el cadáver de cualquiera de nosotros y seguir corriendo.

Ahora la veo correr delante de mí: veloces zancadas deportivas, las nalgas sucias y vibrantes, la espalda fina y firme, la cabeza de Peter Pop balanceándose con tanto ímpetu que parece que se va a desprender.

En plena desbandada saltamos basurales y estatuas derribadas, cruzamos carreteras sin terminar, nos arrastramos por tuberías de silicio.

Detrás de nosotros, en pleno come-come, en plan come-come total, los Fagocitos acortan la distancia devorando hélices rotas, trozos de mármol, neumáticos. Todo lo que encuentran a su paso.

Por suerte encontramos donde escondemos. Nos metemos dentro de una gigantesca aleación metálica con forma de platillo volador. Cerramos la escotilla.

Con lo cual solo ganamos un poco de aire y de tiempo.

—Estarán esperándonos afuera, por supuesto —dice Frank.

—Pero... Pero... ,—R sin aliento todavía—. Los Fagocitos no comen...

—Esos cuatro parecían bastante hambrientos, qué quieres que te diga.

—¿Por qué tenían que cogerla con nosotros? —dice R, y se pone a examinar de cerca el material que nos rodea con actitud de metalero experto, pero demasiado fatigado para entender algo a estas alturas.

—Si nos quedamos aquí un rato, a lo mejor se van a buscar otra comida a otra parte.

—Bueno, supertiñosa, si nos quedamos un rato a lo mejor estas paredes nos fríen. Esto aquí dentro tiene pinta de ser el sitio más radiactivo del fin del mundo —R me mira—. ¿Tú qué crees?

No.

No vengas a hablarme a mí de radioactividad.

Evelyn hecha un bulto tembloroso con su amante bajo una camilla de disecciones. Todo el instrumental listo.

Y yo también.

Me acerco a ella.

Le hablo en voz baja.

Psss... Escucha...

Ella me mira.

—¿Vamos a salir?

Cuando tú quieras.

—Pero... —dudando.

Tú sabes lo que hay que hacer.

—No.

Sí.

—¿Por qué? —a punto de llorar, como la primera vez que la vi. Pero sé que no habrá lágrimas. No en esos ojos tan brillantes.

Porque tú eres la heroína, ¿recuerdas?

—Nunca quise serlo —y aprieta su cuerpo contra el otro cuerpo. Los dos se confunden.

Tienes que dárselo a ellos. Solo llegarán hasta aquí.

Y entonces tú y yo podremos continuar...

—Continuar... —repite ella con un soplo de burla.

Entre los cuatro lanzamos a Peter Pop escotilla afuera. Después nos asomamos. Salimos del ovni. Vemos a los Fagocitos destrozando a Peter Pop. Desgarran la tela, la carne, arrancan los miembros flácidos y la cabeza con sonrisa incluida. Evelyn vuelve la cabeza. Las membranas de los Fagocitos se pliegan, se hinchan. Se lo comen todo. Después se van.

Después Factor R se aparta de la ruta.

(De nuestra ruta no indentificada aún.)

Aquí Factor R se despide de nosotros:

—Adiós, chicos y chicas y... —por última vez, mira confundido a Frank—. Suerte adonde sea que vayan y...

—Mátalos a todos, Ripper —lo interrumpe el buitre—. Ahora que estás inspirado.

La gente empieza a llenar el cementerio donde al anochecer empezará el concierto. Todavía los rayos de sol rebotan en los brazaletes y en los cascos. En las botellas que se empinan. Son casi todos jóvenes y de complexión urbana.

¿Por dónde vinieron ellos? No vimos a nadie.

—Usaron atajos —me explica R.

¿Y nosotros no?

—¿Me puedo quedar con las pastillas? —pregunta Evelyn.

Las ha estado usando como si fueran antidepresivos. No surten efecto.

Algo en ella ha empezado a alejarse y alejarse todavía más.

Y no solo de La Habana.

Cerca de allí: nos acomodamos para pasar la noche en otro fuselaje. Evelyn se duerme inmediata y profundamente, a pesar de la música atronadora. Me siento a hacer nada al lado de Frank, que está leyendo la superficie incesante de la Tabla Periódica, su rostro iluminado (literalmente) por los parpadeos electroquímicos de la escritura. Me siento a pensar en los personajes perdidos que debemos parecer, él y yo, ahora mismo, bajo esta luna que parece un trazo de viñeta.

Resumen del concierto intervenido a distancia por la Tabla:

Arrancan los teloneros. Para hipnotizar el ambiente. Un grupo llamado Hipnosis. Guitarristas rubias. Mariposas oscuras editadas en el aire a toda prisa. Un grupo llamado Agonizer. El público babea adrenalina. Algunos se amontonan alrededor de unos bloques de Te- tris generados por una mente anónima en el tumulto.

—A MÍ NO ME GUSTA LA POLÍTICA PERO YO LE GUSTO A ELLA—. Un grupo llamado Yoss. Versiones y revisiones de Iron Maiden o Manowar o cualquier otra referencia muy distante y muy pesada. Un vocalista se lanza al público envuelto en una bandera y el público se retira y lo deja estrellarse contra el suelo. Un grupo llamado Combat Noise. Daños colaterales producto del audio y la demasiada luz y los demasiados cables mal cruzados. Todo el tiempo la metralla dispersa y cegadora de los flashes, el humo del hielo seco. Y siguen saliendo teloneros. —GIRLS DONT CRY GIRLS DONT CRY GIRLS DONT CRY GIRLS DONT CRY—. Un grupo llamado Golden Popeye's Theory. Danzan vírgenes de cabelleras peinadas como relámpagos. Se presenta un libro de autoayuda (Aprenda a regresar de entre los muertos en su tiempo libre), se discute sobre el estilo y se declaman poemas que en realidad son recetas caníbales para cocinar hombres lobo. Un grupo llamado Médula. —RECORDANDO MIAMI O MELBOURNE CON UNA MOUNTAIN BIKE PONCHADA EN EL CEREBRO—. Un grupo llamado Escape. Coros religiosos batidos con lenguas megacity, de LH hiperactiva y lejana, de fábulas emergentes. Los últimos ídolos de la costa del dienteperro. Un grupo llamado Chlover. Súbitos estrenos de canciones monstruosas, como abortos quemados en vivo, como bichos deformes con miembros amputados. Alguien aprovecha la ocasión para hacer una recogida hardcore de firmas destinadas al olvido. Un grupo llamado Acid Rain. Etcétera. Otros cultos paganos de pacotilla. Y Pomo Para Ricardo nunca llega. Nunca se aparecen. Nunca tocan. Por suerte. —DESDE QUE KOZER MURIÓ EL CUARTICO ESTÁ IGUALITO—. «Tanto ruido para nada», me dice Frank al amanecer, antes de irse a sobrevolar los despojos.

Como si fuera de verdad un buitre.

Seguimos caminando hacia el sur.

Vemos las grúas abandonadas, solitarias. Y las escuchamos. Escuchamos el silencio de todas esas grúas y de vez en cuando vemos pasar al coyote y al correcaminos.

También vemos:

(lista)

cráteres

barricadas

fotomontajes

piscinas rotas

cines demolidos

trozos de muralla

destrozos de invernadero

ruinas de la Edad de Oro

huellas de pisadas bestiales

borrosos estadios de béisbol

hogueras encendidas para nadie

valles que recuerdan el fin del mundo

llanuras que parecen el fondo del mar

autoestopistas varados en medio de la nada

migraciones hacia otros conciertos más remotos

nubarrones con anuncios impresos (distintas marcas)

suelos secos con ganado de vacas desolladas

senderos excavados en las dunas

colonias de termitas Prigogine

2 o 3 demonios de Maxwell

[1] móvil perpetuo de segunda especie

pulpos pulp (especie Lovecraft)

1/2 esqueleto de cucaracha gigante

antenas parabólicas

señales de tránsito

extrañas turbinas

esfinges

coprolitos

tormentas de mierda

grafittis incomprensibles

cuerpos blindados

francotiradores

traficantes de heroínas

poliadictos etc.

Del show al shock, Evelyn Espectáculo.

En cuanto a Frank, era como si estuviera desplazándose por su hábitat natural. Como si todo aquello no fuera más que una ampliación de Villa S.

Villa S ampliada y repetida y dinamitada en las Afueras.

—Ya casi llegamos—nos dice.

Poco antes, un cartel nos había dicho: POR AQUÍ SE VA A SITIOCAMPO. O: POR AQUÍ NO SE VA A SITIOCAMPO. Señalaba una dirección. Nosotros tomamos otra.

A lo lejos se divisa una cabaña. Avanzamos hacia ella. Evelyn va montada en mi espalda, aferrándose a mí con sus cuatro extremidades fatigadas.

Una colchoneta tirada en un solar yermo, y una cabaña destartalada. Con la puerta abierta. Oscuridad. Frank entra y se quita la mochila y las gafas. Yo me quito a Evelyn, tal vez para siempre, y escucho la voz que proviene de las sombras:

—Salgan de aquí, o disparo.

Un figura entrando a la franja de luz, precedida por el cañón de una escopeta.

—Soy yo, viejo blanco. Soy Frank.

Es, efectivamente, muy viejo y muy blanco y habla con la boca y la nariz tapadas por una mascarilla de cirujano:

—¿Y ellos?

—Ellos forman parte de la acción.

—Ya veo. Acción desnuda y descerebrada.

—Más o menos.

—¿Ya terminaste tu libro?

—¿Cuándo aterrizan?

—Mañana. Justo a tiempo.

Frank se vuelve hacia nosotros:

—Les presento al Albino.

El Albino deja a un lado su escopeta y dice:

—Lindas teticas. ¿Son suyas?

Su nombre es Evelyn,

—Lo acabo de recordar...—murmura ella—. Mi verdadero nombre...

viene de mucho más lejos, una distancia mayor que cualquier distancia donde puedas estar tú, y está cansada. ¿Ok?

El Albino me mira y asiente:

—Voy a traer la colchoneta.

Tras la cabaña, de pronto aparece bajo el cielo de nubes púrpuras lo que el Albino denomina la Playa: con mucho mangle distribuido, pero sin gota de mar.

Una línea espectral, apenas un declive separa la arena que se termina de la arena que comienza y se extiende en calma hasta el horizonte o más allá, quién sabe hasta qué distancias inimaginables.

Unos paneles solares se encargan de justificar unas cuantas farolas y de levantar al máximo las luces de neón, bastante artesanales, de un supermercado. Completan el cuadro un hangar y, de fondo, algún que otro hotel devastado.

Finalmente llega un momento en que estoy solo, contemplando esta Playa En No Sé Dónde. El Albino (no me cabe duda de que está loco) se acerca a mí y me dice:

—Hasta aquí llegan rumores, ¿lo sabías?

Rumores?

El asiente:

—Circulan por estos parajes, y los cambian.

Me alegra saberlo. Que los cambien, quiero decir.

—Algunos son rumores enemigos.

Tú debes escuchar un montón de voces, ¿no es cierto? Viviendo solo en este lugar...

—Sé que han caído otras, por ejemplo. Todas muchachitas igual que ella. Y todas traen cosas, cosas perfectas, como para orientarse. Pero ninguna sabe realmente por qué vino a parar aquí ni para qué sirve lo que trajo.

El Albino queda en silencio unos instantes, mirando el horizonte. Yo lo miro a él: su piel arrugada y con manchas, la máscara que le cubre la boca y la nariz. Pienso en cosas contaminadas, en peligros de contagio latentes en el aire.

—Increíble. Después del aterrizaje seguir con vida, y seguir funcionando.

Increíble. Entonces tú y Frank son algo así como viejos amigos en el desastre.

—Es una cuestión topográfica. Yo siempre estoy aquí, y él viene con frecuencia. Aquí se le ocurrió la idea de escribir un libro.

Sí. Un libro que no ha podido terminar.

—Recuerdo que regresaba de hablar con uno de los suyos, uno de sus contactos —el Albino señala a lo lejos, algún sector de la Playa—, y venía con el buche inflado, es decir, más inflado de lo normal, casi como si estuviera empastillado, repitiendo palabritas como carroña y picotazos.

Pues ha empeorado desde entonces.

(Esquizografias... Desterritorialización..:)

—Lo suponía —dice el Albino, y de pronto yo escucho algo.

De pronto estoy escuchando algo que suena más como un quejido que como un rumor y que me impulsa inevitablemente hacia la cabaña.

—Lo que te acabo de decir... Ella no es la única... ¡Recuérdalo! —grita el Albino a mis espaldas—. ¡Ella no es única!

Abro la puerta y los veo.

Frank encima, cubriéndola.

El aura sobre el cuerpo.

El cuerpo de ella efervescente.

Sobre la colchoneta sucia, siquiátrica.

La carne molida en la envoltura evelynesca.

Un furor donde resplandecen los dientes de una virgen, sus arañazos de placer.

Me voy sin decir y sin respirar nada. Nada más. Camino desorientado algunos metros y entro en el supermercado.

Allí encuentro:

(lista)

calcomanías

relojes de cuco Swatch

todo tipo de armas de fuego

[15000] latas de atún

bikinis salados

sacos de cemento

lámparas de rayos UV

botellas de vodka Absolut (Absolut Absurdity)

sprays de («Pura Fragancia», «Pasión Irresistible») insecticida

carritos de compra repletos de billetes con la cara cortada

oxígeno y accesorios de buceo en la basura

pasaportes falsos

yogures desnatados

barritas de Toblerone

cupones de mercado negro

ketchup (extra hemoglobina)

torres altísimas de Mister Potato Crisps

productos que se desplazan solos

jarrones que se acaban de romper

la discografía completa de los bares antiguos

la colección completa de cierta revista de Sci-Fi & Design

un manual zen con el que se puede aprender a (contratapa) «escuchar el sonido de la palmada de una sola mano y sentir la alambrada de púas cuando solamente están las púas, sin el alambre»

manuales de juegos de rol

antologías del New Weird

disolventes industriales

souvenires de coral y de carey

conceptos en rebaja

encurtidos

engranajes

robots transformers

monstruos chinos de yeso

monster trucks por control remoto

una enorme cafetera que dice TIME MACHINE

sobrecitos de cosas instantáneas

etc.

Son dos. Han caído del cielo con sus cabezas rojas y sus alas desplegadas, justo allí, donde me había señalado el Albino, lugar límite o pista de aterrizaje última.

Frank está con ellos. Hablando con ellos.

Yo los observo sentado en los restos de una balsa.

Frank gesticula. Los otros mueven la cabeza.

Puede que algo no se entienda bien. Todavía.

Evelyn viene a sentarse a mi lado en la balsa, callada, y luego de unos minutos más de reunión, Frank viene hasta donde estamos nosotros y comienza a hablarle a ella, solo a ella, y yo me hago el que estoy escuchando y termino por escuchar algunas cosas.

Le dice que tiene que hacerlo, que es lo mejor para ella, para mí. (Me dice que las cosas han cambiado en V, que el exilio ha terminado, que es el momento de regresar.) Que su planeta es ahora, quizás, el único lugar donde ella estará a salvo. (Que ya no puede regresar a V, no sabe por qué, sencillamente ya no puede.) Que su planeta puede ser una linda casa, un hogar posible, no para él pero sí para ella. (Que le han traído el mensaje que estaba esperando desde hace tiempo, pero ahora se da cuenta de que no tiene el mismo sentido de antes, o que el sentido no es el mismo desde aquí, o...)

—Y bien, ¿qué dices tú?

Evelyn me mira.

Los ojos muy confusos, el pelo muy enredado.

Se va pareciendo al recuerdo.

—¿Yo sola?

Estarás bien.

—¿Bien dónde?

Ve hasta donde ellos te lleven.

Esto es el final. Los dos buitres llevándose a Evelyn. Cada uno la sostiene por un brazo. La elevan cada vez más. Su desnudez y su blancura se hacen más pequeñas y se desvanecen en el cielo, tragadas por todo lo alto. Frank todavía comenta:

—Deliciosa e imposible criatura.

Pero él se quedó con ella. Frank se quedó en la Tierra con la Tabla Periódica de los Elementos Químicos, que por supuesto no funciona ni funcionará nunca como un oráculo aleatorio ni nada parecido a esto. (¿Dónde están las respuestas?) Si acaso unos cortos circuitos generadores de residuos de texto. Una burla que no sirve para nada.

—Puede servir, no estoy seguro —y todavía mirando más allá de las nubes—. Vámonos antes de que empiece a llover. Hay una ciudad esperando.

Emprendemos un regreso interminable. Ahora sin la amenaza del sol.

Muy pronto nos estará cayendo encima la lluvia ácida.