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la realidad

Pronto se dio cuenta: era una ciudad interminable. Por lo tanto, una ciudad irreal. Y la irrealidad cansa. La irrealidad aburre. Pronto sintió hambre y las piernas perdieron el entusiasmo turístico. Al borde del desmayo se abalanzó contra un taxi.

Después de atropellarla, el taxista la puso en el asiento trasero y le puso una barra de Toblerone en la boca como si fuera un termómetro. Chupa, young lady.

—Eres una indestructible, young lady... ¿En qué idioma te hablo?

Evelyn no habló hasta que llegaron al hospital, y fue para decir que no quería entrar a ese lugar (yo solo entraría al Calixto García desmayado en una ambulancia aérea), que se sentía bien y que:

—Esta sangre no es mía.

—El uniforme tampoco, me parece.

Evelyn se examinó el cuerpo tranquilamente.

—¿No tienes más ropa? ¿O es que prefieres ser varón?

—No sé. Acabo de llegar.

—¿De dónde?

—No recuerdo. Hubo una explosión.

—¿Cómo te llamas?

el nombre

Se detuvo frente a una fachada publicitaria en 23 y Paseo.

Sucesión de imágenes de engañosa simplicidad. Un lector del tipo out (no está donde tiene que estar) estaría completamente perdido. Ella, sin embargo, acertó a leer lo único que interesaba. Eso se llama visión.

Los productos variaban, pero la fem-fetish era la misma. La lencería en el cuerpo de la fem-fetish también variaba, pero aquí la lencería no era el producto. Evelyn Z anunciaba otras cosas para hombres: máquinas de afeitar, lociones contra la impotencia o la calvicie, corbatas Calvin Klein, balones de fútbol...

Definitivamente esta Evelyn Z anuncia mejor que Evelyn B (la primera), y sus tetas virtuales pueden ponerse al lado de las de Evelyn M (lo que ya es mucho decir), pero en su mirada hay algo que ha crecido demasiado y amenaza con enfermar. En mi opinión, ninguna como Evelyn H. Ella sabía ser como una bomba de hidrógeno y al mismo tiempo como una letra muda. Eso se llama inteligencia.

Artificial, qué más da.

Como todo lo demás.

No se acordaba ni de su nombre.

—¿Cómo te llamas?

Ahora es un policía el que pregunta.

—Evelyn.

Hay policías que encuentran sospechosa la sangre.

—Voy a tener que meterte en la cárcel, niña.

Una sospecha esparcida de la cabeza a los pies.

—¿Por qué?

Le tomaron muestras de ADN.

—Por si acaso.

Ella recordó algo: allá de donde vino (dondequiera que esté ese lugar) también había policías.

playa de moluscos, mujeres grandes

La encerraron sola en una celda. Le dieron comida sintética y durmió toda la noche. Ni siquiera tuvo tiempo para deprimirse. Al otro día una mujer la despertó dándole palmaditas en las nalgas.

Evelyn vio a una gorda sonriente. A juzgar por el uniforme, era una especie de madre superiora de la cárcel.

Desayunaron juntas en una habitación con carteles de terroristas WORLD WIDE WANTED y cifras de recompensa en las paredes.

—¿Quieres llamar a tu abogado o a tus padres?

—Están muertos. Murieron en la explosión.

—¿Qué explosión? —la gorda miraba embelesada a Evelyn.

—Hubo una explosión grandísima, pero todavía no recuerdo dónde.

—¿Alguien más murió?

—Creo que murieron todos.

—Todos menos tú.

—Supongo que sí.

—Eres muy inteligente y muy linda, ¿lo sabías?

Evelyn asintió con pesadumbre. Sabía otras cosas.

La gorda fue a abrir una puerta que daba a un baño.

—Ven. Vamos a quitarte esa ropa y a bañarte.

El plural no llegó más lejos. Evelyn se desnudó sola, se metió sola en la ducha y se lavó disciplinadamente de los pies a la cabeza, esto último con un champú que olía a playa, pero una playa llena de moluscos. Cuando terminó de secarse no encontró su ropa. Se envolvió con la toalla, como alguna vez había visto hacer a las mujeres grandes (dondequiera que estén), y salió del baño.

La mujer grande y gorda estaba examinando la Tabla Periódica.

Sobre una silla, Evelyn vio un uniforme de Primaria como el que había llevado puesto, solo que limpio, muy limpio y doblado.

—Era de mi hijo. La pañoleta es nueva.

—Gracias.

—Póntelo.

Evelyn miró a la mujer. Vio un molusco grande y sonriente, envuelto en un caracol lleno de ojos demasiado brillantes, demasiado abiertos.

Evelyn dejó caer la toalla y se vistió lentamente, esperando que alguna protuberancia ventosa se alargara en dirección a su piel.

—Eres más alta que él, pero te queda.

—¿Ya puedo irme?

—Ven acá primero.

Se sentó en un parque y miró durante un rato las pandillas akrobátikas de skaterpunks y la Tabla. El molusco le había dicho lo que era: la Tabla Periódica de los Elementos Químicos. También había intentado, sin éxito, explicarle qué era un elemento químico. Evelyn le preguntó para qué servía esa Tabla. El molusco dijo que lo ignoraba, a fin de cuentas solo era una primera dama de policía, pero a lo mejor su hijo podía decirle. Su hijo era un genio.

Evelyn miraba la Tabla y pensaba qué hacer, dónde ir. Se le ocurrió que quizás la Tabla podía sugerirle algo, como si la Tabla fuera algún tipo de interfaz sensible a su voz, pero no elaboró ninguna fórmula en voz alta. Permaneció en silencio y la Tabla permaneció también en silencio, los símbolos de cada elemento químico inmóviles en su lugar. Finalmente, pensó que no tenía otra opción que ir a buscar a Dimitri.

por supuesto, está encriptada

Por un momento creyó que la gorda la estaba conduciendo de regreso a su celda.

En la celda de al lado estaba el hijo de la gorda. Un gordito que debía tener uno o dos años menos que ella, pero que parecía mucho menor.

—¿Qué es esto, un travesti de mi escuela? ¿Debo emocionarme?

—Hijo, qué manera de recibir una visita. Ella es Evelyn, y no es de tu escuela. Los dejaré solos para que puedan hablar.

La madre juró a Evelyn que su hijo no era peligroso, estaba preso por travesuras.

—Regreso a mi oficina, preciosa. Cuando quieras salir dale un grito al guardia.

Evelyn se sentó frente al gordito. Look de nerd, pero con la mirada de los nerdemonios. Transcurrió un incómodo silencio hasta que él habló:

—Si eres de las que leen el pensamiento, los míos ya los puse bajo contraseña. Si eres una hipnotizadora, a lo sumo vas a conseguir que me duerma y sueñe con tus ojos. Si eres una...

—Soy una indestructible —dijo Evelyn, para abreviar.

Al gordito debió parecerle una salida interesante. Adoptó una expresión entre admirada y reflexiva.

—Destruir es un arte —observó—. Yo pudiera destruirte, a menos que seas un residuo de una destrucción mayor. En ese caso...

Evelyn le extendió la Tabla Periódica. No se le ocurrió otra manera de callarlo.

—Tu mamá insistió en que te preguntara para qué sirve esto. Creo que pretende que nos hagamos amigos.

Después de decirlo le sonó ridículo: aquel niño de calabozo, hundida la cabeza electrónica en una tabla con números y letras, era una imagen difícil de vincular con las palabras mamá y amigos.

—Ya veo. Hay información valiosa aquí, y por supuesto, está encriptada. Parece el trabajo de un aficionado, pero has venido a ver a un profesional. Claro que dadas las condiciones en que me encuentro, te va a costar el doble.

—No tengo dinero. La Tabla no me interesa. No sé por qué le interesaría a alguien. No sé por qué la tenía cuando caí en esta ciudad.

—¿No eres de LH? Sorprendente.

—Creo que vengo de un lugar muy, muy lejano.

—Entiendo. Eres una chica indocumentada. Buscas trabajo. Ahora dime, ¿por qué razón debería ayudarte?

—No te lo he pedido.

—Un punto a tu favor: si es cierto lo que dices, aquí nadie te conoce y puedes serme útil como envenenadora. Otro punto a tu favor: hoy me siento generoso.

—Pero yo no sé envenenar.

—Que te crees tú eso. Mírate en cualquier espejo.

Evelyn enrolló la Tabla Periódica. El gordito anotó en un pedazo de papel, con una caligrafía esmeradamente lenta, una dirección y un nombre: DIMITRI.

—Dile que vas de parte de Gibson Praise Jr.

Antes de salir, Evelyn lo miró con un salto de ternura en el estómago.

—Tú eres uno de esos niños que saben leer a los tres años, ¿no?

—¿Leer? Muñeca, a los tres años yo había escrito un manual en verso para hackers y estaba aburrido de toda esa mierda. Ya he dejado muchas cosas atrás.

(no) todo se mueve

El tal Dimitri regentaba un Pubix en la Manzana de Gómez.

Evelyn llegó al amanecer. El local estaba cerrando. Vio una barra con televisor, mesas, jukebox, billar, máquinas expendedoras de materia... Salían muchachas de varios maquillajes. Una de ellas le indicó a Evelyn un pasillo y una puerta.

Dimitri era un tipo de acentuada tristeza. Miró confundido a Evelyn. No hay, por otra parte, otra manera de mirarla.

—¿No usan saya las niñas?

—Yo no tengo.

—Yo tengo muchas.

—Vengo de parte de Gibson Praise Jr.

—Oh, no, otra vez... ¿Qué fue lo que te dijo?

Evelyn le contó. No sabía muy bien qué era lo que estaba contando.

Después Dimitri contó otra cosa. Dijo que ya todo el mundo se había olvidado de Gibson. La moda Praise había pasado. Todas sus redes se habían desconectado y vuelto a conectar de otra manera. Probablemente la acusación de terrorismo cultural no se sostendría, pero igual iban a enviarlo a un búnker sub-16 en las afueras y allí seguiría engordando su leyenda hasta que la pervertida de su mamá moviera influencias para llevarlo de regreso a casa. Entonces iba a tener que aceptar la realidad.

—¿Cuál realidad? —preguntó Evelyn.

—Todo se mueve —sentenció Dimitri.

—¿Todo? —continuó ella, menos interesada que divertida. Luego Dimitri la invitó a su casa. El automóvil no volaba o no podía volar y Evelyn conoció las dificultades para moverse en el tráfico atascante de una ciudad atascada.

Ella nunca había estado en un piso tan alto. Dimitri le dijo que lo que se veía allá abajo era un río de lava negra llamado Almendares.

Almendares™ es también un diseño de camas de agua termorreguladoras como la que Dimitri tenía en su piso. Ella tampoco había visto una cama tan grande.

Esa noche durmieron juntos.

cosas que nunca van a cambiar

Evelyn abrió los ojos en el instante en que una mujer entraba al dormitorio seguida por Dimitri.

—Vaya, no pierdes el tiempo. ¿Una de tus trabajadoras sociales?

—Sexuales —corrigió él—. Y ella no tiene nada que ver con eso.

(Ni con la sociedad, ni con el sexo, ni con estas escenas.)

—Menos mal. Es casi una niña.

—Tú eres casi una niña.

—Dimitrasto, por favor. Esta conversación ya la tuvimos.

La mujer abrió un ropero lleno de ropas de mujer. A una señal suya empezaron a entrar y salir unos hombres vestidos de negro.

—¿Qué es esto? ¿Contrataste una agencia Me Llevo Todas Mis Cosas?

—No todas. Hay cosas que nunca van a cambiar. Esas se quedan aquí.

—Voy a extrañar tus frases. La fe de tus frases. La voy a extrañar muchísimo.

La mujer abría cajones y cajas: de joyas y de zapatos. Los hombres entraban y salían llevándose hasta los percheros.

Esa noche, Evelyn lo escuchó levantarse una o dos veces y pasearse por el living y salir a los balcones a mirar el río y a llorar. Soñó, sin razón alguna para soñarlo, pura acumulación de datos (pura acumulación de elementos), que Dimitri era un tipo triste enamorado de habanartes y habanadas periódicas (¿de dónde salían esas palabras?) hasta no poder dormir. Hasta desear escapar de ellas llevándoselo todo.

transmisor incorporado

—¿También tienes un niño aquí?

Evelyn se levantaba en ese momento de la cama, intentando cubrirse con la sábana. La mujer había encontrado el uniforme. Miraba a Dimitri.

—¿Contrataste toda la escuela, Dimitrófilo?

—Ese uniforme es la ropa de ella. La única ropa que tiene.

—Pero es de varón.

—No me había dado cuenta.

La mujer extendió el uniforme hacia Evelyn:

—¿No estás un poquito grande para esto?

Ella no supo si se refería a un poquito grande para ponérselo o un poquito grande para quitárselo. No dijo nada.

La mujer dio un salto.

—¡Lo tengo! Dimitrasto, por favor, préstame el teléfono.

—Mi teléfono no quiere hablar contigo. Déjame el mensaje.

La mujer hizo una mueca y le pidió el celular a uno de los hombres de negro. El hombre le dijo que ellos usaban transmisor incorporado. Se sacó un cable de la oreja y se desenredó otro cable del cuello. Ella deletreó un número y un segundo después estaba hablando:

—¿Fei? Encontré lo que le hace falta al IS-47: una niña.

—...

—No, Fei, escúchame: una niña que no es tan niña, pero que todavía es una niña, ¿me copias?

—Exacto, y vestida todo el tiempo con uniforme escolar, pero de varón.

—¿Cómo que cuál uniforme? El de la pañoleta, idiot...

Evelyn dejó de escuchar. Cogió su ropa y se fue al baño.

Cuando salió del baño, la mujer le obsequió una tarjeta plástica, una caricia en el pelo, una sonrisa:

—Puedo hacerte famosa. Si te interesa, llámame. Pero si no lo haces, recuerda que el personaje más importante de los últimos años existe gracias a ti.

cualquier planeta

En el aeropuerto, no sé cuál aeropuerto, en cualquier aeropuerto, se despidieron brevemente. Dimitri era práctico en asuntos de niñas perdidas. Ella le preguntó adonde se iba. Él dijo:

—Moscú I, Manchester, Vancouver, Bombay, Moscú II, Denver, Estocolmo, Río, Moscú III, Praga, Hanoi, L.A., N.Y., Moscú IV, Sidney, Punta Arenas... No sé todavía.

Y dijo:

—Cualquier ciudad del planeta.

Y dijo:

—Lo malo es que cuando uno se cansa de todas las ciudades no hay otro planeta adonde ir.

Para Evelyn la palabra planeta, movida de un lado a otro con tanta tranquilidad, funcionó como un interruptor.

En la tarjeta plástica había una palabra: PRODUCTORA. También había un teléfono de muchos dígitos que Evelyn memorizó y borró de su memoria varias veces antes de decidirse a llamar desde una cabina del Dimitripuerto. La fueron a buscar dos hombres de negro en una limusina ídem. Bienvenida al espectáculo, muchacha.

no hablemos más de chocolate

La Productora: un personaje con una idea bien delimitada.

—No, querida —dijo devolviéndole la Tabla Periódica a Evelyn, quien se la había dado con la secreta intención de deshacerse de ella: ¿para qué tenía que seguir cargando con una Tabla Periódica?—. Es suficiente con el uniforme. No conviene enfatizar la idea de la niña escolar. Y cuando te digo que no conviene, es que no conviene.

Evelyn terminó su segundo batido energético y se lanzó al ataque de una barra de Toblerone, cortesías de una oficina donde hasta los muebles parecían estar en función suya. La Productora le puso delante un bolígrafo y una hoja impresa.

—Es un contrato, Emily.

—Evelyn.

—No, Emily, escucha: todo el mundo sabe quién es Evelyn. Millones de hombres y de mujeres sueñan con ella. La ven en la calle, en las revistas, la han visto en otros IS, algunos incluso la buscan, ¿entiendes lo que quiero decir? Tú eres otra cosa. Tú vas a ser una imagen para las páginas en construcción, el insomnio y las salas oscuras. Quizás vas a ser la próxima femfetish... Tienes toda la boca embarrada, cariño.

(Límpiasela tú con la lengua.)

Evelyn cogió una servilleta.

—¿Te gusta mucho?

Evelyn asintió.

—Pues vas a ganar mucho dinero cuando firmes este documento.

Evelyn firmó. Podía firmar cualquier cosa. Se sentía al margen de los documentos.

—Muy bien, Emily —dijo la Productora—, no hablemos más de chocolate. El chocolate no hace la felicidad. Se trata de aprovechar tu talento. Yo adivino el talento. En cuanto te vi dentro de mi cabeza, vestida ya tú sabes cómo, me dije: Una estranguladora.

—Tampoco sé estrangular.

—¿Cómo que tampoco?

Ella pensó en un espejo.

Miró el cristal de la mesa.

No era lo mismo.

una pequeña maniobra para distraer la novedad del espacio

Le pusieron un asistente a Emily. Un tipo alegre, todo lo contrario del Dimitritipo. Se llamaba, o le decían, Clon Juan.

Le compraron a Emily un apartamento en un edificio de la calle Infanta/Clon Juan se encargó de decorarlo apropiadamente. Tuvo la iniciativa, o la extrema delicadeza, de empapelar las paredes con segmentos y ampliaciones de Tablas Periódicas rosadas y floridas.

—¿Es una broma? —le preguntó Evelyn.

Clon Juan, entrenadísimo, respondió que sí, que por supuesto, era una broma, ja ja ja, una pequeña maniobra para distraer la novedad del espacio o algo así. Entonces Evelyn descubrió los juguetes. Uno encima del televisor y otro colgando de la lámpara.

Se movían.

—Pareces sorprendida —observó Clon Juan.

Yo nunca los he visto. No lo he podido ver todo. Evelyn los describió como conjuntos raros. Uno era el ensamblaje de un compás, una cajita de polvos de maquillaje y espejuelos de armadura plástica, todo eso atravesado por alambres y cruzado por bandas de piel de conejo. El otro era como un iPod sujeto con presillas a un bombillo y con un pincel a modo de antena sobresaliendo de un tazón rajado y con meditas.

Se movían.

—¿Qué son?

—Es tu primer trabajo en un Irreality Show, ¿verdad? Claro, debí imaginarlo, si todavía eres una niña. Apuesto a que aún no has tenido la primera regla.

La tuvo en ese momento. Pero no se dio cuenta. Así de nerviosa la habían puesto los juguetes. Así de shock la tenían que no lograba retirar la vista de sus estructuras anómalas.

—¿Qué son?—repitió.

—Bueno, te voy a decir lo que no son: no son una broma. Pero no te preocupes. Ya te acostumbrarás. Lo mejor que puedes hacer es no pensar en ellos.

Clon Juan vio la sangre que salía del calzoncillo y bajaba por las piernas de Evelyn.

—Oh, no. La alfombra, Emily, ten cuidado... Todavía virgen y ya estás teniendo un aborto, ja ja ja.

La sangre (que sí era suya) fluía en abundancia hacia el suelo.

Ahora está frente a un chino

—¿Qué eres? en un set de fondos azules.

—No soy actriz.

El chino asiente.

Eso es bueno.

El chino se llama Fei.

—¿No tengo que actuar?

El chino mirándola absorto.

—¿No te aprieta el short?

El chino fascinado con su ropa.

—Sí. Un poco.

Las manos a los muslos vírgenes.

—Luces bien.

Las manos a las nalgas vírgenes.

—Gracias.

Otro chino se acerca.

—Te voy a presentar a mi hermano.

El rostro de mirar extraño.

—Akuma.

El pelo de púas de colores.

masculinamente

Con el teléfono pegado al oído, Evelyn registraba en los cajones de la ropa.

—No sé por qué te impresionaron tanto —le decía la Productora—. Nadie le encuentra nada de particular a esos objetos. Y por supuesto que son completamente inofensivos.

Encontró un montón de uniformes.

Uniformes limpios con olor a limpio.

Planchados y doblados.

Todos para ella.

—Los llamamos «irrealitys». Están programados para grabarte.

—...

—Bueno, no exactamente para grabarte a ti, sino para grabar a partir de ti, para grabar lo que aparece cuando estás tú. Aquello que no eres tú pero que tú señalas como si fueran direcciones. Los irrealitys conectan, asocian.

Camisas.

Shorts.

Pañoletas rojas.

Talla: quinto o sexto grado.

Sexo: oficialmente masculino.

—No, no espero que entiendas. En realidad, nadie lo entiende muy bien. El caso es que con el material elaborado por los irrealitys los hermanos Long completan el trabajo. Mañana conocerás a los hermanos Long.

Evelyn separó un poco las piernas y se tocó la almohadilla que le cubría el sexo. Al parecer, todavía estaba sangrando. Aquello era horrible.

—Si te afectan, si te provocan algo, escóndelos.

—...

—A los hermanos no, querida, a los irrealitys. Algunos actores los llevan como accesorios personales cuando trabajan, pero eso no es obligatorio. Tú, sencillamente, haz como si no existieran.

Evelyn separó un poco más las piernas y un poco la almohadilla de su sexo. Se tocó. La humedad de su sangre en la palma de su mano. En la punta de sus dedos. Aquello ya no estaba tan mal.

Siguió tocándose.

—¿Me estás escuchando, Emily?

—...

trivia y lugares comunes

Clon Juan localizó almohadillas sanitarias y le dijo a Evelyn que se pusiera una. Pero ella estaba tan fuera de órbita que Clon Juan terminó realizando la operación él mismo.

—No temas, no soy de los que les gustan las niñas —dijo al acomodarle el calzoncillo—. Aunque ya tú estás dejando de serlo, como es evidente.

Evelyn le dijo que no entendía.

—Quiero decir, estás dejando de ser niña para convertirte en mujer, no para convertirte en otra cosa, tú sabes... Es que hay tipos a los que les gustan las niñas como tú, y aún más jóvenes que tú, pero en otro sentido de la palabra gustar... Y hay tipos que, en ese mismo sentido de la palabra, prefieren otra cosa, es decir, niños varones... Que a mí tan jóvenes como tú (aunque no lo eres, ni varón ni tan joven como pudieras serlo, pero es la idea, ¿entiendes?), a mí tan jóvenes como tú, decía, tampoco me gustan, pero en todo caso me gustarían más que... Estoy armando un enredo del carajo..

Clon Juan le dijo a Evelyn que él era un Clon Gay. Después le explicó el significado de la palabra gay. El de la palabra clon quedaba fuera de su alcance.

—A mí no me gustan los hombres —declaró Evelyn.

—A tu edad, a mí tampoco me gustaban.

—¿Y si siguen sin gustarme? —Por alguna razón, aquí Evelyn recordó haberse bañado en la cárcel.

—Cualquier cosa que hagas se está haciendo hace mucho tiempo, ya tiene un nombre, ya tiene revistas y películas, héroes y traidores, trivia y lugares comunes. Mira, Emily, no me pagan para darte malas clases de educación sexual —Clon Juan extrajo irnos papeles de una carpeta—. Concentrémonos en el guión, ¿está bien?

El IS-47, más conocido como Prehistorias, iba por la cuarta temporada y al parecer chapoteaba en un lodo carbonífero. El único movimiento era el de las arenas movedizas. Perdía aire. Perdía audiencia. Para entonces yo también andaba medio perdido (por razones que no relataré más adelante), así que no vi a Emily, el personaje antídoto, o el personaje inyección letal, hasta que me encontré con Evelyn fuera de la pantalla (en la medida en que eso sea posible). No tengo idea de qué pasó después con las historias de Prehistorias.

una y otra vez, como en xianggang

Su rutina era ir y volver a ir a los Estudios 23 y M.

Tenía un chofer que la llevaba y la traía sin atropellar a nadie.

Tenía un camerino del mismo tamaño que la celda donde durmió una noche.

Le explicaron que todo se rodaba en interiores. Sobre espacios n-dimensionales en blanco que al mismo tiempo podían ser azules, rosados, etc.

Los espacios exteriores no se manipulan: se inventan. Sobre todo si ya existen como espacios posibles en algún exterior de la ciudad.

Porque la ciudad también se inventa. Una y otra vez. Que me lo digan a mí.

—Aquí nada es como en Xianggang —la queja con que Fei empezaba todos los días—. ¿Practicaste con la pañoleta, Emily?

Evelyn se acostumbró a la agitación reinante. Al movimiento reiterado. A que todos los asistentes de todo, vestidos de diversas formas como hombres o como mujeres, tuvieran el rostro idéntico al de Clon Juan.

A la voz de acción, ella se zafaba del cuello la pañoleta de tela fina, triangulada, y rodeaba con esta el cuello del actor o de la actriz de turno. Luego tiraba con fuerza de las puntas. El personaje fingía debatirse por respirar. Hasta la asfixia. Entonces ella volvía a anudarse la pañoleta. Delicadamente. Aplausos.

como si tú supieras de

—Olvídate de las escenas —le dijo el director—. Las escenas se hacen con cualquier cosa. Yo me ocupo de cuando están terminadas o no. Tú lo estás haciendo bien.

Aunque allá en el lugar de donde vino jamás estuvo en una filmación, Evelyn, como todo el mundo, tenía ideas innatas sobre lo que implicaba filmar y le parecía que Prehistorias se estaba filmando improvisadamente. A golpes de dados. Con descuido y ligereza. Con reguero.

—Todo lo contrario —le dijo el director—. Demasiado acartonamiento. Demasiada corrección. Allá de donde vengo las cosas sí se hacen de verdad.

Curiosidad por lo que significa «hacer las cosas de verdad».

Y por qué alguien se iría de un lugar así.

—¿Usted viene de un lugar que explotó?

—Parece que lo tuyo va a ser la onda expansiva, ¿eh?

Evelyn había empezado a recordar: Una sensación de vuelo infinito sin sense of wonder y sin consciencia. Un viaje a través del espacio más exterior hasta caer en esta ciudad con una...

—Improvisación, reguero... Lo que pasa es que aquí no están listos para...

—Cállate, Fei —dijo Akuma—. Como si tú supieras de lo que estás hablando.

vueltas de

Sus compañeros de reparto encontraban a Emily fenomenal, así que Evelyn no tardó en hacerse de una amiga entre lo más apetecible del cast.

—Puedes llamarme Yory —le dijo Yoraisy G.

Un día sintió vueltas de mareo al mirar aquello que Yoraisy usaba como brazalete.

Vueltas de agujas y de piedras en su muñeca, trenzadas con mangueritas de suero por las que rodaban coágulos, pequeños relojes o guijarros colgantes.

—Emily...

El brazalete vibrando.

—Emily, ¿te sientes mal?

—No... No me gustan esas cosas.

—Uy, no me digas que te dan miedo los irrealitys. (No le pongas carita a Evelyn. Parece una niña pero es algo más.)

—No me dan nada. Es que parece como si fueran algo más que...

—Solo son irrealitys, Emily. Por aquí hay muchos. En los IS es así. A ti deben haberte puesto uno o dos. —Sí. Pero los boté.

La sonrisa de Yory desapareció del rostro de Yoraisy G. Pestañearon los ojos de diamante. La voz se hizo baja en la Yory Room:

—Tú no puedes hacer eso, Emily.

—Le dije a mi asistente que se deshiciera de ellos. Yo no quería ni tocarlos.

La actriz se quedó mirándola fijo. Cientos de covers de revistas la miraban. Evelyn sintió de pronto el deseo de tocarla, y tocarla mucho. Por un instante, pensó que podía enamorarse de ella hasta llorar.

El guión no le exigía concentrarse demasiado. Su personaje casi no tenía diálogos. Se la pasaba vagando todo el tiempo por una Habana inventada, cruzando tramas secundarias, montando taxis y entrando y saliendo de hoteles calientes, estrangulando a su paso para generar nuevas tramas secundarias. Básicamente, un personaje del tipo AFH (Angel From Hell) con la compleja misión de alimentar una papelera de reciclaje.

fanfiction es lo que son

—Te digo que ella y yo no nos entendemos —decía Fei—. ¿Sabes lo que es el reciclaje para ella?

Evelyn suponía que «ella» era la Productora. Nunca preguntaba nada cuando presenciaba discusiones entre los hermanos Long.

—...y entonces le dije algo así: El organismo es tuyo pero yo soy el biólogo. Yo hago el tejido conectivo. Construyo las hélices de colágeno.

—Me gusta tu manera de hablar de un equipo de irrealizadores.

—El equipo somos tú y yo, Akuma. Está bien.

—Tú, yo, y los nuevos guionistas.

Nunca preguntaba nada porque nada le resultaba más interesante que permanecer invisible para los chinos,

—¿Los nuevos qué?

—Los voy a contratar. Un grupo habanero, adivinando al mismo tiempo que se le permitía estar presente en la discusión porque ella era, después de los chinos, el ser más extraño en aquel show.

—Fan-fics —gruñía Fei— Escritores de fanfiction es lo que son.

—Y escritores de fiktion kruda, también.

—¿Post-post-post-punks? Creí que todos estaban muertos.

—Así es. Uno de los muertos puede estar delante de ti.

Fei todo el tiempo descalzo y despeinado, vestido solamente con un pantalón ancho, anchas las espaldas. Akuma con sus estrambóticas configuraciones en el pelo, tatuajes móviles y protuberancias de metal. Evelyn entre los dos, practicando técnicas de felación cruda con una barra de Toblerone.

—No quiero a esa gente.. No quiero trabajar con tipos que no conozco y que probablemente se crean Charlie Kaufman otra vez.

—El tema no es querer. Los necesitamos. Emily sola no va a levantar el IS-47. Y te das cuenta de que no nos hemos arreglado bien con los irrealitys aborígenes que tienen aquí.

Evelyn escuchando frases que sonaban para su oreja entre el idioma completamente chino y el zumbido indicador de peligro.

—Te digo una cosa: si los traes, tú y yo vamos a tener problemas.

—Ya los tenemos, Fei. ¿No te parece?

Silencio. Miradas. Corten.

—Mierda. En Xianggang todo era diferente.

—Kaufman ni Kaufman...

De vez en cuando Evelyn decía algo en medio de una escena, como: «Estoy cansada de abrocharme esto», o: «¿Después de esta terminamos?», o: «¿Puedo estrangularlo de verdad?», etcétera. Inexplicablemente, muchas de esas líneas se iban incorporando al guión.

ustedes los iguales

Fuera de los estudios, en casa, Evelyn se aburría. Encontraba que la televisión era un asco (y no lo era, gracias a hallazgos y novedades) y que los libros que le traía Clon Juan, hallazgos y novedades editoriales, eran todos un asco (gran lectora, Evelyn).

Una de esas noches aburridas desenrolló la Tabla Periódica con la idea de decidir por fin qué iba a hacer con ella. Estaba sola en su cuarto pero no en la casa. Escuchaba post-post-post-rock y escuchaba las dos voces que venían de la sala: Clon Juan y Vega Boy, el actor de la máscara.

—Quítatela aunque sea una vez. No le diré a nadie que te he visto el rostro.

—No se lo dirás a nadie porque entonces tendría que matarte.

—Ay, sí, mátame... —suspiro clónico.

—Traje una para ti. Es igual que la mía.

—Oh, ¿así es como lo haces?

Evelyn examinó los símbolos y la organización de los elementos químicos.

Bajo su mirada, de pronto, un parpadeo eléctrico recorrió filas y columnas.

Se encendieron algunas posiciones, las letras y los números cambiaron, los símbolos se movieron.

Evelyn comprendió que la Tabla Periódica construía palabras, señalaba direcciones para leer esas palabras, organizaba frases. Asustada, dio un salto lejos del rollo de cartulina. Saltó de la cama. Fue a asomarse a la puerta del cuarto. Pensó que el suceso quizás implicara cambios de voltaje o de estructura en el mundo que la rodeaba, con todas sus escenas adentro. Pero allá afuera su asistente y el actor de la máscara seguían como si nada hubiera pasado.

—Así que te excita esto, ja ja ja...

—De todas formas ustedes son todos iguales.

—No, handsome. Los iguales son ustedes.

—Cállate y aprovéchalo.

Vega Boy le había puesto a Clon Juan una máscara plateada igual que la suya. Solo que la máscara del actor no dejaba ver otra cosa que los ojos, y la máscara del asistente no tenía más abertura que la boca. Evelyn vio la cabeza de Clon Juan tragándose completa la barra que salía de la entrepierna de Vega Boy. La curiosidad pudo más que las arqueadas. Evelyn espió la técnica un par de minutos antes de volver a la Tabla.

—¿No piensas venirte?

—Si lo hago, te mataría.

—Ay, sí, mátame, ja ja ja...

De nuevo en la cama, Evelyn se preguntó otra vez por qué había caído aquí con una Tabla Periódica, sola y desnuda y únicamente con úna Tabla Periódica. Pero esta vez se lo preguntó como preguntándoselo a la cartulina. En voz alta.

Y la Tabla Periódica respondió.

Otra cosa, pero respondió.

Y aunque no supo qué quería decir la respuesta, Evelyn acertó a leer cada línea que se movía ahí dentro.

en vivo y en texto

Todo el mundo sabe que un Irreality Show es un paquete mediático que incluye misterio, rumores, premieres, entrevistas en vivo y en texto, flashes de fotógrafos, eventos promocionales, etcétera.

Algarabía de fans.

A Evelyn le arrojaban pañoletas. Le pedían que firmara y que besara pañoletas. Le suplicaban «Por favor estrangúlame». Le preguntaban el color de la ropa interior de Emily.

A la venta todas las tallas de uniformes escolares para vestirse igual que ella.

A Vega Boy le arrojaban flores. Lluvia de pétalos sobre su cuerpo: muy alto, muy largo el pelo trenzado hasta la cintura y un montón de músculos. Nadie que le hubiera visto el rostro vivía para contarlo, pero todos narraban que era criminalmente hermoso.

Se había acostado con tod@s varias veces seguidas.

—Mira cómo le tiran florecitas a La Máscara —le dijo una actriz a Evelyn una vez—. Mañana las tirarán al mar o al espacio cósmico. Es así. Se olvidarán de él antes de que a alguien se le ocurra que quizás no sea un humano sino un androide al que no le terminaron la cara. En cambio a mí, que si algo me tiran es semen, nunca me van a olvidar.

—¿Por qué?

—Porque yo soy Yailene S.

También a la venta todas esas colecciones de habanablues que un día hablaron de la escena del Teatro Trianón y de Yailene.

Una ferocidad. Un lujo.

Una entrevista a Evelyn:

PREGUNTA: ¿De dónde vienes?

RESPUESTA: De otro planeta.

Ya en la primera temporada, Prehistorias prometía historias de cuerpo subversivo. La Compañía Productora había traído de no sé dónde a dos hermanos irrealizadores con la intención de abrir un camino nuevo en las malezas tropicales de la pantalla. Decir que Fei Long hacía combinatorias de making-off, y que los actores que dirigía interpretaban un personaje y al mismo tiempo se interpretaban a sí mismos como personajes, no es decir nada todavía. Y de acuerdo con la leyenda, capítulo que tocara Akuma Long capítulo que se convertía en contracapítulo: disidencia, masturbaciones varias, ADN extraterrestre.

Un hombre entra al camerino.

—¿Quién es usted?

Oscura la piel. Canas.

—Mi nombre es Guillermo Caín.

Evelyn se pregunta cómo habrá entrado.

—¿Qué quiere?

Seguramente es periodista.

—Soy de la revista Póster(s).

El hombre muestra un ejemplar.

—No la conozco.

A lo mejor es un crítico serio.

—No la conoce nadie.

Evelyn lo invita a sentarse.

—¿Y a usted?

El hombre luce enfermo.

—¿A mí qué?

Divertido y enfermo.

—¿Alguien lo conoce?

Evelyn empieza a sospechar —En realidad, yo estoy muerto, que aquel hombre está ahí no a causa de Emily, sino porque ha visto una posible relación entre ellos.

alas de murciélago de goma

El show tenía frecuencia quincenal. A Evelyn no le gustaba verlo.

No le gustaba verse a sí misma en medio de toda esta locura.

La única noche que vio un capítulo completo no estaba en su casa. Una de las actrices acababa de comprarse un hotel e invitó a Evelyn a bañarse en la suite presidencial. Envió un helicóptero a recogerla. Cuando Evelyn llegó, ella tenía encendida una pantalla que ocupaba toda la pared.

—Ven, siéntate, ponte cómoda —dijo Yulema C ofreciéndole una copa.

El personaje de Yulema C ya había muerto estrangulado por la pañoleta, pero seguía apareciendo como un fantasma. El fantasma de una mujer todo el tiempo desnuda. El cuerpazo de la reina de los cortometrajes bizarros.

—Lo haces cada vez mejor, Emily. Supongo que te lo han dicho.

Entre determinadas escenas, se intercalaban escenas de rodaje y escenas behind the scenes. El montaje era perverso. En el capítulo de esa noche llegaban al set los nuevos miembros del equipo. Los fíkcioneros que ya Evelyn había visto.

Los escritores de fanfiction.

La pandilla akrobática de fiktion punks.

Fei dice: «Espero que sean extras y no lo que yo estoy pensando». Akuma ha tomado el control de las cámaras. Hay planos cerrados del grupo: unos tipos con aspecto good girls, rostros educados, trajes nuevos, botellitas de agua mineral. Uno de ellos dice: «Es que, de hecho, somos extras».

Fei furioso. Mira a la pantalla.

Hay un corte a otra escena.

(Un corte a una escena de hotel.)

—Parece que habrá peleas de hermanos. Long fights. —Yulema C sonrió. Ya las había habido y ella, por supuesto, estuvo allí. Todo se había filmado—. Y seguro que todo se va a filmar.

Evelyn miraba de reojo un irreality puesto en la pared. Era como un extintor de incendios en miniatura, con etiquetas de whisky JB, telaraña de empalmes que fijaban una peineta de coral o de carey y un par de alas de murciélago de goma.

Definitivamente, no se acostumbraba.

—¿Qué es lo que hacen con ellos? —preguntó, intentando controlarse.

—¿Con esas cosas? Desarmarlas y armarlas y después ponerse a escribir... qué sé yo. No es sencillo y no creo que alguien lo sepa, ni siquiera los chinos.

Cuando acabó el capítulo, la actriz se abrochó la bata y le dijo:

—Te acompaño al baño. No vaya a ser que te me pierdas.

La suite era más grande que la noche con todas sus criaturas voladoras allá afuera.

—¿Estás cansada?

—¿Cansada de qué?

—De caminar tanto.

—No. ¿Y usted?

—Yo no me canso.

—Es verdad, se me olvidaba.

—Espero que no te moleste caminar al lado de un muerto.

—No me molesta. Lo encuentro un poco...

—¿Irreal?

—...

—...

—La ciudad es interminable, ¿no cree?

—Primero que todo, yo no usaría más la palabra «ciudad» ni la palabra «interminable», pero entiendo lo que quieres decir.

—Quiero decir que llevamos un día caminando y nada de esto se repite.

—Se repite el mar.

—Cierto, el mar.

—A la gente se le olvida. Es una especie de requisito.

—Quizás el mar lo rodea todo.

—Estás hablando de una isla.

—Sí.

—¿No es un poco pesado ponerse a hablar de una isla?

—No.

—...

—...

—Quizás un día alguien te lleve adonde todo esto termina. Al final.

—También puedo llegar yo sola.

—No te lo recomiendo.

—¿Por qué?

—Porque quizás no regreses.

—Usted sabe mucho de La Habana.

—Una vez viví aquí. Pero ha cambiado.

—Es normal. Todo se mueve.

—No es normal. Parece como si le hubieran inyectado algo.

—Yo le tengo odio a las inyecciones.

—Te imaginas, si tú fueras una inyección.

—No puedo imaginarme eso.

—Tienes razón. Es difícil.

—Yo dentro de un pinchazo...

—Tú el pinchazo. Cosas pasando a través de ti.

—Horrible. Pero hay cosas que nunca van a pasar.

—Me refería a que ha cambiado desde un interior manipulado desde un exterior.

—Eso no tiene mucho sentido.

—Arquitectura conjetural.

—Claro, claro.

—¿Ves la tienda de videos allá enfrente?

—Sí.

—Antes, por ahí estaba la entrada del cementerio.

—¿Cuál cementerio?

—Un cementerio grande cuyo espacio se ha ido llenando de otras construcciones, como si se tratara de llenar una especie de vacío.

—Y usted estaba enterrado en ese cementerio.

—No veo por qué debiera estar enterrado en ninguna parte. Estoy caminando al lado tuyo.

—...

—...

—¿Qué hacen con los cadáveres si no hay cementerio?

—Ah, con los cadáveres se pueden hacer muchas cosas.

—Quemarlos.

—Por ejemplo.

—Poner y quitar partes.

—Ok. Has visto Prehistorias.

—Olvidarse de ellos.

—Por supuesto.

—Recordarlos.

—Recordar los fluidos que contenían, más bien.

—Hablando de recordar, yo no recuerdo mucho de mi planeta.

—Se nota. He leído todo lo que le has contado a los medios miedosos.

—Unos rostros finales, unos gritos mientras yo me elevaba, yo sola impulsada hacia el cielo y luego flotando en una inmensidad de color negro, alejándome de algo que ya no estaba ahí.

—Me pregunto cómo puede explotar un planeta completo. ¿Eso es el cosmos o qué?

—No me acuerdo si había ciudades como esta antes de la explosión. Creo que no.

—Y aterrizaste en La Habana con una tabla química y unos días después ya eras un fenómeno electromagnético.

—Es una manera exagerada de decirlo.

—Modesta. Sabes perfectamente lo que dejas a tu paso. —Mmm... No es gran cosa.

—Sensaciones cool.

—¿Qué?

—Sensaciones cult.

—Ah.

—Corazones incendiados.

—No entiendo por qué.

—Yo sí lo entiendo.

—Parece que usted lo entiende todo.

—Soy crítico de cine.

—Ah, verdad. De la revista Polaroid(s).

Póster(s). Con ese entre paréntesis al final.

—Yo dije una ese entre paréntesis al final.

—Whatever. Creo que me gusta más Polaroid(s).

diálogo(s)

Si la Tabla Periódica era un oráculo, se trataba de un oráculo muy defectuoso.

Evelyn volvió a interrogarla en dos ocasiones más, y en ambas obtuvo respuestas crípticas. Pero por alguna razón ella estaba segura de que eran respuestas.

Cuando Evelyn le decía algo que no era una pregunta, la Tabla también ponía algo. Ponía cualquier cosa. Por ejemplo, esta frase de segunda:

LA ESCRITURA DE UN SISTEMA AISLADO NUNCA PUEDE DECRECER

Se puede decir que conversaban. En vivo y en texto.

Como a través de una pantalla flexible y sensible.

Quizás Evelyn no entendiera la Tabla, pero le gustaba leer en ella.

Siempre había cambios en los símbolos, un desplazamiento nuevo, nuevas combinaciones.

Textos vivos.

La Tabla evitó que se aburriera durante un tiempo.

O tuvo tiempo de aburrirse con la Tabla entre una pregunta y otra:

1. Preguntó el nombre de su planeta. (Y después de preguntar enlazó por su cuenta dos símbolos-sílabas al azar para crear un nombre inverosímil de planeta).

2. Preguntó qué hacer para no sentirse tan sola, tan hastiada de tanto, para no sentir los frecuentes embates del aburrimiento. (Pero antes de preguntar ya había tomado una decisión feliz y radical al respecto).

Según Evelyn, entre las frases que originó la Tabla Periódica tras la pregunta 2 estaba esta línea de semidesierto:

PRESENCIA Y ACTIVIDAD BUITRESCAS DE MAGNITUD CONSIDERABLE

Yo no lo creo.

los kamerinos de las actrices

Escuchó a los fiktion punks:

—A lo mejor es por nuestra kulpa.

—O por nuestra kalma.

—Sabíamos que estaban lokos los dos.

—Sabíamos que el trabajo era escribir para dos lokos.

—Pero Akuma no nos dijo que su hermano trabajaba así.

Al parecer los chinos habían empezado a combatir en los rodajes. La tensión profesional había conducido a la violencia audiovisual y de ahí a la violencia física.

Y ya que estaban en eso, pues a grabar escenas de artes marciales. Casi todos los días.

No eran escenas preparadas. Fei y Akuma empezaban a discutir el guión y de pronto cruzaban insultos ilegibles y Fei le arrojaba una cámara a Akuma y Akuma agarraba un maquillista y se lo lanzaba a Fei. Entonces se redistribuía el espacio y todos los presentes (y las demás cámaras, sin contar las flotantes, las ocultas y las invisibles) formaban un círculo de estudio alrededor de ellos.

Evelyn se iba a los camerinos. Aprovechaba para meterse en las celdas revueltas de las actrices a curiosear.

En una ocasión entró a la XXX Room con un Toblerone. Miró afuera para ver si alguien la había visto entrar.

Afuera, suspendidos en el aire, dando vueltas en el aire, Fei y Akuma intercambiaban todo tipo de golpes espectaculares, increíblemente elásticos, secuencias de kung-fu o algo similar. Attacks videogameros con estelas de luz. También usaban armas. Palos de micrófono. Cables como látigos. Y seguían tirándose cosas. Prótesis. Bolsas con comida. Latas de cerveza. Rociaduras. El círculo de culto apenas los contenía.

Evelyn cerró la puerta. Todo quedó en silencio.

Se quitó el short y el calzoncillo y se acomodó en una butaca frente al espejo, con las piernas abiertas.

Mordisqueó el Toblerone, trabajó un extremo con lengua y saliva y comenzó a frotarlo sobre su clítoris. Gimió. Luego, sin dejar de mirarse en el espejo, se introdujo la barra en la vagina.

Lloró.

Siguió metiendo y sacando hasta que el Toblerone empezó a derretirse. Entonces se levantó y fue a asomarse a la puerta. La pelea había terminado como terminaba siempre: un empate de acuerdo mutuo. Akuma y Fei, cada uno a su modo, cultivaban una fuerza difícil de pensar. Evelyn pensaba en Xianggang.

Terminó de comerse el Toblerone.

Con las manos y la entrepierna húmedas de chocolate, saludó a la cámara XXX antes de salir. Fue como una despedida.

el principio

El final de la escena era el final inesperado de un juego erótico entre Emily y Vega Boy (interpretado por Vega Boy).

El acostado, desnudo, todo máscara y músculos. Ella sin quitarse todavía el uniforme, a horcajadas sobre la cintura de él, rodeando su cuello con la pañoleta.

Emily empezaba estrangulando suave y luego, sorpresivamente, estrangulaba en serio al personaje, quien descubría demasiado tarde la seriedad, el fuera de juego.

Evelyn empezó haciendo como que estrangulaba suave (su última actuación) y luego, premeditadamente, dejó de hacer como que estrangulaba y empezó a tirar de la pañoleta con una fuerza asombrosa que la asombró a ella misma (su fuerza). Vio en los ojos de La Máscara el momento en que cruzó la línea: el fuera de escena, incluso el fuera del behind the scene.

El actor dejó de fingir que era un personaje que se debatía por respirar. El actor se debatió por respirar hasta convertirse en un personaje estrangulado. Entonces Evelyn se puso de pie, miró a todos, miró la mirada de parálisis en todos... y echó a correr.

toda la velocidad

Evelyn corrió y siguió corriendo y llegó al edificio y en cuanto abrió su puerta, jadeante, los vio.

Frente a ella.

En el suelo.

Uno al lado del otro.

Como esperándola.

Como mirándola.

Como diciendo algo.

Evelyn sintió muy adentro, en el palpitar de su cabeza, lo que decían:

«Es una verdadera lástima, niña. Porque lo estabas haciendo bien. Pero has cometido un error. Acabas de portarte mal. Y ahora nosotros vamos a portarnos mal».

Al encontrárselos allí tan de repente, tan desagradables y tan frágiles y tan absurdos, Evelyn se dio cuenta de que por fin iban a hacerle daño. Había llegado el momento.

Se movían.

Hacia ella.

Hacia sus pies.

Evelyn se metió corriendo en el cuarto, cogió la Tabla Periódica y se escondió en el clóset. Los vio entrar. Eran rápidos. Empezaron a buscarla detrás de los muebles. Ella salió de su escondite dando un salto y escapó de la habitación cerrando la puerta tras ella. Luego salió del apartamento y cuando fue a cerrarles la segunda puerta comprendió que era inútil. Habían abierto la del cuarto. Nada los detendría.

Huyó.

Toda la velocidad que le permitía su cuerpo (mucha).

Cuando alcanzó la calle (la gente, el tráfico) tuvo la primera ilusión momentánea de que estaba a salvo. Para seguir huyendo con tranquilidad. Entonces miró atrás.

Allí estaban.

Habían salido a la cálle.

La gente y el tráfico y qué.

La persecución acababa de empezar.

En unas pocas cuadras, Evelyn ganó distancia y se metió en una cabina telefónica. Marcó un número. Respondieron. Ella apenas pudo decir:

—Me dijiste... Me dijiste que te habías... que te habías ocupado de destruir los...

—LO siento, nena—le interrumpió Clon Juan—. Pero las cosas no son así de sencillas. Queremos ayudarte. ¿Dónde estás?

Se acercaban a la cabina. Evelyn colgó.

Bajaron tras ella cuando se lanzó a las escaleras del metro.

seudomecánicas, seudomaquínicas

Evelyn se abrió paso en un túnel de personas y subió a uno de los trenes que partían. Por la ventanilla los vio llegar justo cuando cerraron las puertas. Había quien los miraba con asombro y había quien los miraba con precaución. Muchos no miraban. Como si para muchos esas cosas no estuvieran ahí, moviéndose torpe y eficazmente como criaturas seudomecánicas. El tren echó a andar.

Una mujer se acercó a Evelyn.

—Tú eres...

—No, no soy yo.

Evelyn los vio saltar al túnel. ¿Perseguir al tren? Perseguirlo, no faltaba más. Todas las líneas del metro si es necesario.

—Sí, eres tú, ¡eres tú!

—Discúlpeme, tengo que bajar.

Bajó en la estación de 10 de Octubre y Acosta. Subió a la calle. Segunda ilusión momentánea. Demoraron en aparecer escaleras arriba, pero lo hicieron. Evelyn los vio girar, tropezar, resopló resignada y pensó que después de todo esa naturaleza móvil, como de criaturas seudomaquínicas, podía ser el extremo quebradizo de una última visión suya.

Les dio la espalda y continuó la carrera.

Era de noche. Corrió mucho y en zigzag por calles solitarias y débilmente iluminadas, ya sin mirar atrás. Sentía que su ventaja era cada vez mayor. Sabía que a la larga era una ventaja inútil, una simple cuestión de desplazamientos agónicos. Entonces chocó con un tipo que se le cruzó en una esquina.

Yo soy el tipo que cruzaba esa esquina.

Aquí es donde aparezco yo.

Visto a distancia, Prehistorias quizás no fue esa renovación tan esperada (tan inesperada para algunos) de los Irreality Shows. Hay quien dice que el IS-47, con todo y sus akrobacias, no pasa de ser un ajuste de cuentas al IS-18 y al IS-46 con armas robadas del IS- 30 y del IS-25; una atadura mordaz de cabos que se dejaron sueltos en el IS-11, el IS-39 y el IS-02 (el primero); un metafórico spin-off del IS-21; incluso un crossover de piezas de personajes entre el IS-09 y el IS-41. Y es que en toda la serie de series de televisión ninguna serie se parece a otra, pero hay serialidades que emergen incontrolables. La serialidad siempre está más allá de las televisiones y las teleseries. Si hay algo seguro en esto es que los hermanos Long tenían que saberlo mejor que nadie.

Evelyn me lo contó todo después, rica en detalles, como un ángel desde la caída hasta el choque. ¿Cómo contaría un ángel?

Sé que al contármelo todo hubo cosas que contó por puro invento y cosas que nunca me contó. No sé cómo contaría un fiktion punk.

¿Qué kojones es un fiktion punk?

yo te cuento cómo son

Ella (a primera vista y de acuerdo con la ropa, era Él) estaba en el suelo. La ayudé a levantarse y recogí un rollo de cartulina que parecía ser suyo, que parecía un desprendimiento de su cuerpo y que en aquel momento parecía cualquier cosa menos una Tabla Periódica.

—Por favor, ayúdame.

Apunto de llorar.

—¿Qué te pasa?

—Me persiguen.

No me resultó extraño. Solo había que mirarla.

—¿Por qué te persiguen?

—Soy Evelyn.

Me estremecí.

—Es decir, soy Emily.

—Mucho gusto, pero...

—La asesina escolar.

—No sé de qué estás hablando, perdona.

Ella habló muy rápido, pero dijo unas cuantas palabras claves y yo comprendí perfectamente la irrealidad de la situación.

—Esto todavía es parte del show, ¿no es cierto?

Ella dijo que no sabía. Volvió a solicitar mi ayuda.

—Por favor, por favor, por favor... Ya deben estar al llegar...

con una mirada ardorosa y suplicante. No debía tener aún la mitad de mi edad, no entraba aún en la zona teen. Hubiera sido imposible no querer ayudarla.

—Quítate el uniforme —le dije—. Quítate lo que tengas debajo del uniforme y los zapatos y las medias. Quítatelo todo.

Ella obedeció. Ni un solo gesto de duda, ni una sola pregunta.

Lo dejamos todo en la esquina y nos alejamos corriendo.

Yo me detuve y miré atrás.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Quiero verlos.

—No, vámonos.

—Necesito verlos.

—Pero si no son nada.

—Solo llegarán hasta allí, no te preocupes.

—Vámonos —me tiraba del brazo—. Yo te cuento cómo son. Pero vámonos ahora.

Así que me fui sin verlos. Con la promesa de una historia.

Acompañado de una celebridad desnuda.

La celebridad me preguntó:

—¿Adonde vamos?

Respondí que a un lugar llamado Villa S, muy cerca. Le dije que íbamos a ver a un amigo que vivía allí. Caminábamos, ahora más despacio, ella más calmada, dándome la mano, en dirección a la avenida Vento.

Su cuerpo.

Su aura sobre el cuerpo.

Le pregunté, aproximadamente:

—¿De qué fauna fatal infantil provienes?

Ella me dijo que no sabía. Mencionó una explosión antes de la cual apenas recordaba nada. Reveló un nombre: Cuba.

—¿Qué es eso?

—Así se llamaba mi planeta.

Le dije que jamás había oído hablar de él.

Por último, me preguntó:

—¿Cómo supiste lo que había que hacer?

Y yo no respondí lo que había visto en su uniforme: la sospecha. Porque hay cosas que están puestas al otro lado del fetish, se lean o no, y porque mi encuentro con ella estaba poniendo fin a la historia del descubrimiento más paranoico de mi vida.

—He leído muchas imágenes que me engañaron, créeme.

Seguimos caminando alumbrados por el foco de la luna.