Capítulo 6

Una cálida sensación envolvió a Dex. ¡La primera palabra de Annie!

En realidad había estado pidiendo más violencia, algo poco conveniente, pero había hablado. Esa personita se había comunicado directamente con ellos.

Solo era un paso hacia más palabras, luego frases cortas y, en poco tiempo, su hija conversaría.

Era un milagro.

Dex la abrazó. ¿Cómo iba a poder renunciar a ella?

Sintió un nudo en la garganta cuando vio los tres rostros que miraban a Annie. Rocky estaba pálido pero feliz. Grace, con gesto protector y severo. Y las atractivas facciones de Jim estaban llenas de ternura.

¿Tendría razón? ¿Pertenecería su hija a ese lugar en vez de estar con una familia adoptiva?

Pero si Annie se quedaba allí, Dex no se sentiría capaz de estar lejos. Y vería de cerca de Jim y a su nueva mujer, sin duda perfecta, darle a Annie todo el amor y apoyo que ella no podía.

Eso le partiría el corazón. Ella deseaba ser esa mujer perfecta, pero no lo era. Sus torpes intentos podrían engañar a otros adultos, pero dejarían insatisfechas las necesidades de Annie. Y también las de Jim.

Dex sabía sobre relaciones sentimentales aún menos que sobre maternidad. Ninguno de sus novios le había durado mucho. Y además de no entender a los hombres, no se entendía a sí misma. No sabía, por ejemplo, por qué Jim le había aterrorizado tanto aquella noche que estuvieron juntos, haciendo que le mintiera y le dijera que se mudaba.

Tampoco entendía por qué él la había olvidado tan rápidamente y le había pedido la mano a otra mujer. Todo era muy confuso, un pantano en el que Dex se hundiría para siempre si no tenía cuidado.

La vida para Dex era más segura estando sola. Y Annie estaría también más segura con una nueva familia. No importaba lo perfecta que fuera la futura mujer de Jim, estaría resentida por tener que cuidar a la hija de otra mujer.

Haré un diario con sus primeras palabras —dijo Dex—. Así sus padres adoptivos las tendrán anotadas.

¿Padres adoptivos? —preguntó Grace.

Dex y yo discrepamos en ese asunto —dijo Jim.

Podrían vivir aquí —sugirió Rocky—. Es muy grande.

¿Vivir aquí? —repitió Grace perpleja—. ¿Sugieres que un par de padres adoptivos se muden a la mansión del padre del bebé? ¡Tú has visto demasiados culebrones!

No veo culebrones —replicó Rocky—. Y me niego a que volvamos a pelearnos.

Porque perderías —dijo Grace.

Jim levantó las manos.

Rocky, ¿cómo va la cena? Y Grace, creo que ha terminado por hoy.

Gracias, señor. Lo veré en lunes en la bandera, si no antes —dijo la mujer.

Buenas noches, Grace.

Se fue y Rocky se dirigió a la cocina.

¿Qué es eso de la bandera? —preguntó Dex.

Es cuando izamos la bandera, a las ocho de la mañana en los días laborables.

Dex se preguntó si la futura señora Bonderoff disfrutaría viviendo en una base de los marines. Por otro lado, quizá la futura señora Bonderoff también fuera un marine.

Ponte cómoda. La cena estará lista enseguida —dijo Jim señalando un sofá.

Gracias —Dex dejó a Annie en el suelo y se sentó.

La niña gateó hasta una estantería y se quedó mirando las columnas de libros.

Creo que antes mencionaste que estás con el doctorado —comentó Jim relajándose en un sillón.

Estoy trabajando en mi tesis.

Puedes traer aquí todo el material —dijo Jim—. Tengo en casa varios ordenadores. Puedes usar el que quieras.

Estoy trabajando en mi tesis despacio —aclaró Dex.

Annie gateó hacia las puertas del jardín. Fuera, apareció la figura de un hombre delgado, que cerró las puertas y desapareció. Dex no pudo ver bien su cara, pero le pareció notar una boca delicada y ojos grandes y tristes.

¿Quién es?

Kip, el jardinero —respondió Jim—. Solía ser un bravucón, pero casi murió en un accidente de helicóptero. Las heridas de la cabeza cambiaron su personalidad.

¿Cómo es que todos tus empleados eran marines?

Eran mis colegas —Jim se echó hacia atrás y cruzó las manos detrás de su cabeza—. Yo era un auténtico agitador cuando terminé el instituto. El surf no era suficiente aventura para mí, así que me alisté.

¿Aplazaste los estudios? —preguntó Dex.

No exactamente. Recibí algunos cursos en el servicio militar, cursos de informática, pero nunca conseguí ningún título.

Dex supuso que eso no debía ser raro en su campo, ya que había oído que Bill Gates había dejado Harvard.

¿Entonces cuando dejaste el ejército tus amigos vinieron contigo?

No enseguida. Yo me marché hace diez años, a los veinticuatro. Cuando tenía veintiocho, Rocky perdió una pierna en un asalto. No se estaba adaptando bien a la vida civil, así que un año después, cuando yo estaba planeando construir esta casa, le pregunté si podía trabajar para mí.

Pensándolo bien, Dex había notado en Rocky una ligera cojera. No era extraño que Grace no dejara de ganarle.

¿Y Grace?

Ella dejó el ejército hace cuatro años, ya que sufrió una depresión clínica. Fue un trastorno químico. Y con el seguro médico que tienen mis empleados, recibió el tratamiento adecuado y ahora está bien.

¿Y cuánto tiempo lleva aquí Kip?

Vino justo después de Grace. Sus médicos pensaron que la jardinería le proporcionaría un entorno tranquilo, y parece que funciona. Pero creo que se siente solo.

Eran unos empleados poco corrientes. Dex admiró la lealtad de Jim hacia sus amigos, pero no estaba muy segura de cómo podría afectar a Annie un ambiente tan excéntrico. Quería que su hija tuviera un hogar perfecto.

En ese momento apareció Rocky en la puerta.

La cena está lista —anunció.

Dex y Jim entraron en el comedor. En una esquina, un parque lleno de juguetes esperaba a Annie, que se puso muy contenta cuando la metieron dentro.

La enorme mesa estaba puesta con mantel de lino blanco, porcelana fina y cubiertos de plata. En el centro, había candelabros encendidos. En un aparador había fuentes con carne de ternera, zanahorias glaseadas, patatas con perejil y ensalada César.

¡Delicioso! —exclamó Dex—. Rocky, es un tesoro.

El hombre se ruborizó.

Me gusta cocinar.

Dex estaba a punto de preguntar para quién era el tercer servicio cuando Rocky empezó a servirse. Obviamente, tenía la costumbre de cenar con Jim.

¿Y Grace y Kip? —preguntó Dex poniéndose detrás de él.

Kip es demasiado tímido para comer en compañía —respondió Jim poniéndose detrás de ella, haciendo que Dex sintiera su calor en el trasero y recordara que esa había sido una de las posturas que realizaron durante aquella noche—. Grace prefiere judías enlatadas y fruta a la comida de Rocky, o al menos eso dice.

Una mujer perversa —murmuró el mayordomo mientras ponía patatas junto a su filete—. Cuando no estaba ladrando órdenes a las tropas, solía ser callada y educada. Yo creí que esa era su verdadera personalidad, y me pareció muy bien. No sabía que tenía una depresión.

Fue una suerte que apareciera Jim —dijo Dex—. Ella debió sentirse fatal.

Ojalá siguiera deprimida —gruñó Rocky—. No me daba tantos problemas.

Jim se sentó en la cabecera de la mesa, con Rocky y Dex cada uno a un lado. Mientras cenaron sin dejar de conversar, ella se sintió intrigada al oír que las acciones de Jim se habían disparado gracias a un nuevo chip.

¿Qué iba a hacer con más dinero? ¿Comprar más coches, construir otra mansión, planear la mejor boda del siglo?

No envidiaba a la novia. Dex odiaba las ceremonias pomposas. Cuando ella se casara, quería una ceremonia tranquila, con amigos y familia.

¿Pero en qué estaba pensando? ¡Por supuesto que envidiaba a la novia! No porque ella quisiera casarse con Jim, sino porque le gustaría ser el tipo de mujer que pudiera hacerlo.

Estar tan cerca de él era una agonía. No dejaba de desear tocar sus mejillas afeitadas y meter las manos en su pelo.

Y no dejaba de recordar lo mucho que había deseado hacer el amor con él sobre una alfombra gruesa y suave llena de cojines. Se le ocurrían un montón de posturas originales, pero su alfombra había resultado demasiado pequeña y áspera.

Él le había sugerido que fueran a su casa y mencionó que tenía una alfombra ideal en su dormitorio.

Y en ese momento, Dex se dijo que bajo ninguna circunstancia debía entrar en su dormitorio.

Parece que Annie está lista para irse a dormir —observó Jim.

Dex se sobresaltó.

¿Perdón?

La niña está bostezando —dijo Rocky—. Yo puedo subirla.

No, gracias —dijo Dex, que quería disfrutar de cada minuto que le quedara con su hija.

Nosotros nos ocuparemos —le dijo Jim al mayordomo—. Váyase a descansar.

Rocky miró a la niña con melancolía.

Mi hermana menor tiene un bebé no mucho mayor que Annie. Debe dormir de espaldas, sin almohada.

Gracias por el consejo.

Y Rocky se marchó.

Has mencionado que Kip se siente solo. Yo creo que Rocky también.

Le gustaría tener su propia familia —dijo Jim—. Al perder la pierna empezó a pensar que las mujeres no se interesarían por él. Yo no puedo convencerle para que vaya a una agencia de citas. Está convencido de que fracasaría completamente.

Eso es ridículo —opinó Dex.

Yo también lo pienso.

Jim sacó a su hija del parque y se la puso contra el hombro. El movimiento fue sorprendentemente natural, considerando que él había tenido poca experiencia con bebés hasta esa tarde.

Mientras Dex seguía a la pareja y subían por una escalera, supo que ese hombre había nacido para ser padre. Pero Annie también necesitaba una madre. Una verdadera madre que la amara, no simplemente que la soportara.

Dex necesitaba saber más sobre la futura prometida de Jim. Suponía que podía hacerle algunas preguntas discretas, pero le dolía mucho pensar en esa mujer.

En lo alto de las escaleras había un vestíbulo central alrededor del cual se abrían muchas puertas. Dex se sintió como si estuviera en un hotel.

Jim se dirigió hacia la puerta que había junto a la del cuarto de Dex. Rocky se la había enseñado anteriormente, pero ella no había entrado.

En ese momento siguió al millonario a una habitación aireada con papel de pared de flores amarillas, y una cama con dosel de encaje. Una cuna, que debían haber llevado esa tarde, estaba contra la pared más cercana, frente a una mecedora.

En el extremo más lejano de la habitación, Dex pudo ver el cielo a través de unas puertas de cristal, tras las cuales había un balcón.

Esta habitación parece decorada especialmente para una niña —observó Dex.

Así se hizo —Jim dejó a Annie sobre el cambiador—. Yo siempre he querido niños. ¿Cómo se cambia el pañal?

Dex le enseñó. Cada vez que sus manos se rozaban, ella tenía que reprimir fantasías salvajes.

Imaginó que la alfombra de su habitación podía ser color canela, como la de ese cuarto, que sentía mullida bajo sus pies. Ojalá los dos pudieran hundirse en ella, sentirla contra su piel.

A su lado, la respiración de Jim se aceleró. ¿Estaría pensando lo mismo?

Aquella noche en la fiesta de la facultad, se habían encontrado los dos en la misma onda, notando el brillo de las estrellas a la vez, inclinándose uno hacia el otro como si lo hubieran planeado, bailando como si fueran una pareja habitual.

Fue sorprendente, considerando lo diferentes e incompatibles que eran.

«Ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí», pensó Dex, apartándose unos centímetros. Ella no encajaba junto a un hombre sofisticado que ganaba millones por segundo, ni en una mansión que podría haber sido diseñada para visitas turísticas.

Sus padres eran personas estudiosas, y su casa pequeña y llena de montañas de papeles. No podían entender que la gente se preocupara de su aspecto. No les impresionaban las marcas ni los ricachones de Florida donde vivían.

Para ellos, la mujer ideal era Brianna, la hermana de Dex, directora de una revista literaria, casada con un periodista de investigación y que vivía en un pequeño apartamento en el distrito del Soho en Nueva York. No tenían mucho dinero y no querían hijos, pero eran los preferidos del círculo intelectual.

¿Qué te parece? —Jim levantó a su hija, a quien había puesto un pijama rosa.

Preciosa —declaró Dex respirando el aroma a talco e inocencia.

Jim dejó a Annie en la cuna de espaldas, como le había dicho Rocky. La única nota discordante era el edredón, que tenía un diseño geométrico en colores negros, morados y blancos.

El gusto de la doctora Saldivar es muy diferente del mío —dijo Jim—. Le diré a Grace que compre algo más apropiado.

No tiene sentido gastar mucho dinero ya que Annie no va a quedarse.

Los dos se miraron, cada uno en un extremo de la cuna.

¿Por qué estás tan decidida a dar a la niña en adopción? —preguntó Jim.

«Porque si no puedo ser su madre no quiero volver a verla. Me partiría el corazón», pensó Dex.

Pero no se lo dijo, porque no esperaba que Jim elogiara sus sentimientos. Él era el hombre más poderoso de la ciudad, y ella posiblemente la más impotente.

Dex pensó en alguna excusa racional para justificarse.

Seguro que sabes lo difícil que será todo cuando la gente se entere de su origen. Los cotilleos y las burlas.

Nadie tiene que conocer su origen —declaró Jim.

La gente querrá saber quién es su madre. Y mucha gente ha visto a Annie con la doctora Saldivar durante los nueve meses anteriores. Bien se enteren de la verdad o imaginen una aventura entre la doctora y tú, sería un desastre.

La gente puede hablar —admitió Jim—, pero… Ven aquí, quiero enseñarte algo —dijo, sin terminar la primera frase, acercándose a las puertas de cristal y abriéndolas.

Dex le siguió y salieron al pequeño balcón, donde soplaba una brisa fresca.

Bajo ellos, se extendía la ciudad de Clair de Lune. Desde esa altura, ella pudo ver a la izquierda la empresa de Jim y a la derecha el campus de la universidad.

Directamente delante, bajando la pendiente y perdiéndose en la distancia estaba la ciudad. Dex vio los barrios llenos de árboles, tiendas, e incluso el edificio de doce plantas donde ella y Jim se habían visto ese día.

Es una vista espectacular —admitió Dex.

La vista es tanto simbólica como real —explicó Jim—. No pretendo fanfarronear, pero en muchos aspectos yo controlo esta ciudad. El alcalde me consulta a menudo sobre temas relacionados con los negocios e incluso la Cámara de Comercio usa mi nombre para animar a otras empresas a que se instalen en la ciudad.

Nada de eso era nuevo para Dex.

¿Y?

¿Crees de verdad que la gente sería muy dura con mi hija? —preguntó Jim.

Tenía razón, pero ella no iba a admitirlo.

Los niños son crueles. Y yo tampoco quiero que sea una niña mimada.

Eso son excusas. Hay alguna otra razón por la que quieres que la adopten.

Alarmada, Dex se dio cuenta de que era un hombre muy perspicaz. Le daba miedo que Jim viera lo vulnerable que era ella, lo mucho que anhelaba cosas de las que no era emocionalmente capaz de ocuparse.

No creo que yo esté hecha para ser madre —dijo con la mayor naturalidad que pudo.

Pero yo sí estoy hecho para ser padre.

¡No es suficiente!

Tú quieres que me mantenga a distancia porque pasamos una noche juntos, ¿verdad? —insistió Jim—. Si yo fuera un auténtico extraño, no te opondrías a que me quedara con ella, ¿cierto?

Aunque Dex supuso que eso marcaría cierta diferencia, no era el auténtico problema.

No tengo nada contra ti.

No hay razón para ello —le recordó Jim—. Tú fuiste la que dijo que se marchaba.

No estamos hechos el uno para otro. Y lo acepto.

Yo también.

Al menos estamos de acuerdo en algo.

Jim le tocó el hombro, provocando en la piel de Dex espasmos eléctricos.

Dex, si hice algo que te molestara, por favor, perdóname. El futuro de nuestra hija es demasiado importante para arruinarlo.

Ella inclinó la cabeza, sintiendo los ojos húmedos.

La felicidad es algo más que una casa elegante y vistas desde el balcón. Implica amor, comprensión y apoyo emocional.

Y yo pienso darle todo eso a Annie —le aseguró Jim.

«Pero si ella es como yo, sabrá desde el principio que no pertenece a este lugar», pensó Dex.

Y tenía que confiar en su instinto. Ese hombre y esa casa la aterrorizaban de tal modo que no podía soportar dejar allí a su bebé.

Te guste o no, Annie es una versión en miniatura de mí. Cualquiera puede verlo. No encajará, y las bromas y rechazos de los otros niños le harán más daño del que nunca puedas imaginar.

Annie también es parte de mí —dijo Jim despacio—. Encajará. Le encantará esto. Por favor, escucha…

Justo cuando ella giró para entrar, él apretó más su hombro. El contacto hizo que Dex perdiera el equilibrio y se desplomara sobre Jim.

Instintivamente, Dex levantó los brazos y se sujetó contra su pecho. Había olvidado lo bien definidos que estaban sus músculos, lo sólido que era y lo segura que se sentía a su lado.

Los brazos de Jim la rodearon, y Dex levantó la barbilla. La boca de Jim se posó en sus labios, sabiendo a vino y a deseo.

Dex le puso la mano en la mejilla y luego en el pelo. Jim la guió dentro de la casa, lejos de algún posible mirón y la besó con más profundidad.

Al sentir la lengua de Jim, el cuerpo de Dex se llenó de ardor. Se apretó con fuerza contra él y descubrió que estaba completamente excitado, y experimentó el mismo deseo de abandonarse que en la noche de la fiesta.

Al notar la mano de Jim bajo su jersey tocándole la cintura, deseó que le tocara los pechos. Los dos respiraban con dificultad. Dex sabía que debía parar.

Entonces un sonido alegre llamó su atención. ¡La niña! Miró y vio a Annie de pie en su cuna, observándoles.

Más —dijo la pequeña.

Dex no supo si reírse o ruborizarse. Jim soltó una risita.

Tiene razón —declaró.

No —Dex suspiró y se apartó—. No podemos hacerlo. Prácticamente eres un hombre casado.

Ni siquiera estoy comprometido —dijo Jim—, pero aunque Nancy aún no me haya dado una respuesta, debo serle fiel.

A Dex le alegró oír eso, ya que a pesar de ser el mujeriego más conocido de la ciudad, parecía que tenía escrúpulos.

En cualquier caso, los dos estamos de acuerdo de que somos incompatibles —le recordó Dex—. Y tenemos una hija. ¿No es problema suficiente para una relación?

Estoy de acuerdo en que la situación es complicada —Jim se pasó una mano por el pelo—. Supongo que tienes razón. Necesitamos que siga siendo algo platónico.

Aunque no pareció gustarle, Jim se marchó. Dex se quedó inmóvil hasta que oyó la puerta de la habitación principal cerrarse.

Da da —dijo Annie.

Dex la sacó de la cuna y se sentó en la mecedora con ella. No podía creer que hubiera besado a Jim Bonderoff. Si Annie no les hubiera interrumpido, podrían haber…

Se meció despacio. ¿Por qué había estado a punto de perder el control? No dudaba que él tuviera ese efecto en muchas mujeres, podía entenderlo, pero eso no disculpaba su propia debilidad.

No volvería a suceder.

La mecedora se movía despacio, acunando a la niña y a ella misma. Dex empezó a canturrear una nana. Al principio no pudo identificar la canción hasta que llegó al estribillo Hi Lili, Hi Lo.

Era el tema de una vieja película de Leslie Carón, Lili. De niña, Dex la había visto en la televisión con su madre, que también la había visto años antes.

El tema de la canción le había sonado familiar en aquel entonces, y le había salido sin pensarlo mientras mecía a su bebé. Solo había una posible explicación, y era que su propia madre debió cantárselo de pequeña.

Qué curioso. Sarah Fenton no era el tipo de mujer que pudiera imaginar cantándole a un bebé. Llevaba el pelo ensortijado cortísimo y sonreía poco. Sus gustos en lo referente a divertirse consistían en óperas de Wagner y ballet ruso, y cualquier ternura que hubiera demostrado desapareció cuando sus hijos eran adolescentes.

Dex meció a la niña un poco más y siguió cantando, y deseó que, a diferencia de su madre, ella pudiera albergar para siempre esos dulces sentimientos. Pero la historia acostumbraba a repetirse.

Cuando Annie se quedó dormida, Dex la metió en la cuna y se marchó.