20
SIR HENRY MERRIVALE MAESTRO DE CEREMONIAS
Paso alrededor de una hora antes de que sir Henry Merrivale pudiera proseguir, una vez que se aplacaron el tumulto y los gritos.
—Antes de proceder a demostrarles que Charles Drake, el socio más joven de Drake, Rogers y Drake, es la única persona en este maldito caso que pudo haber matado a Félix Haye —dijo sir Henry Merrivale—, sería mejor destacar el recuerdo, por demás diabólico, que había utilizado Haye para contener a Drake en caso de que fuera el asesino. ¿Me atiende?
El inspector jefe Masters le contestó.
—Sí, señor, le atiendo. Lo hemos descifrado —añadió, suspirando profundamente—. Pero también quiero agregar dos palabras. Llevo en la policía treinta años. Comencé en la División K, Limehouse, en los días en que Limehouse era realmente peliaguda. He trabajado entre pillos toda mi vida, pero declaro que, hasta que se me presentó este caso, nunca vi una banda de pillos semejante en todos mis días. Y todos de cuidado, por añadidura.
—Bueno, ¿qué otra cosa esperaba, hijo? —le preguntó Merrivale, inspeccionando el silencioso grupo con aire de tolerancia. Parecía casi paternal—. ¿Qué otra cosa buscaría Haye sino pillos? Él los atraía; o, mejor dicho, ellos le atraían. ¿Y cuál era la joya, la alhaja de su colección? Un ave negra del bufete de abogados más acartonados de Londres: Drake, Rogers y Drake. El joven Charles Drake, que ahora tiene cincuenta y tres años, había estado birlando valores que les habían sido confiados de una manera que…
»Como ustedes comprenderán, si no hubiera sido por la incuestionable rectitud de ese bufete, y la confianza profesional que inspiraba, nunca podrían haber ocurrido esas cosas, y el plan del asesino no habría tenido posibilidades de llevarse a cabo. Les he hablado del viejo Drake, el padre de Charles, que vino a verme en un principio. Estima sobre todo su integridad, su Creador y su familia, en el orden mencionado. Wilbert Rogers también.
»Y ahí se ve el esmero del plan de Haye. ¡Confía a ese bufete, para que se abran en el caso de su muerte, pruebas que acusan a un socio del mismo! El único lugar de la tierra donde Charles Drake no soñaría buscarlas. Haye sabía que Drake, Rogers y Drake nunca aceptan encargos de esa clase, a menos qué estén los tres socios presentes para abrir lo que se ha dejado en depósito. La caja de Pandora nunca habría tenido el efecto de la de Haye. Charles Drake habría sido descubierto por su propio padre. ¿Y por qué, pensó Haye, iba Charles a sospechar de esa inocente caja con el nombre de Judith Adams? Ese nombre le despistaría, como nos ocurrió a nosotros, maldito sea.
»Pero Félix Haye no era muy inteligente. Estimó en menos la capacidad de Charles Drake. Se equivocó.
Se habían llevado el prisionero. No había dicho una sola palabra en todo el rato. Sanders no podía olvidarse de sus grandes ojos grises asustados, que se movían detrás de las gafas como ratas detrás de un biombo. El único trastorno lo había ocasionado un repentino e inesperado ataque de histerismo por parte de Bonita Sinclair, que ya se había calmado.
Al oír las palabras del inspector jefe, varias personas se habían erguido en sus asientos.
—Debo insistir —dijo Bernard Schumann con cierta acritud—, en que me opongo a que se me llame criminal.
Bonita Sinclair no dijo nada.
—No estoy seguro de que lo haga —dijo Blystone meditativamente—. Pero hay otras partes que me interesan más. Todavía no veo cómo el nombre de Judith Adams pueda en alguna manera señalar a Charles Drake. Sostienes que Charles Drake es la única persona que puede haber cometido el crimen. Tampoco comprendo tal cosa. Me gustaría oír los pasos del sentarse y pensar que seguiste para descubrirlo.
Sir Henry Merrivale, con los codos sobre la mesa, se refregó las sienes con la mano, y, antes de contestar, miró fijamente El cubil del dragón durante un momento. Luego, sacó un lápiz y un sobre arrugado de su bolsillo.
—Muy bien —dijo con un gruñido—. Resolvamos el problema. Ustedes conocen la teoría del crimen que hemos adoptado, la cual en sus partes esenciales es correcta. Los huéspedes bebieron atropina. El asesino apuñaló a Haye, se deslizó fuera de la casa, fue a Gray’s Inn, trepó hasta la oficina, volvió con el botín y sembró con él los bolsillos de la gente.
»Al principio, y hasta anoche, yo iba a ciegas en la oscuridad. Creía que el asesinato y el robo en la oficina de Drake habían sido ejecutados por Peter Ferguson, actuando de acuerdo con su esposa, mistress Sinclair. ¡Que el diablo me lleve! ¡Qué simple habría sido todo entonces! Eso resolvía nuestro mayor problema, el envenenamiento de las bebidas.
»En ese caso, las respuestas eran sencillas. Ferguson se introdujo y envenenó las bebidas, mientras nadie las observaba, aquí, en el salón. Luego, salió de la casa por la puerta trasera, descorriendo el cerrojo; fue hasta Gray’s Inn, abrió la caja, cosa que no le resultaría difícil, volvió y echó el cerrojo a la puerta. Ni siquiera habría tenido necesidad de prestar atención a las puertas cerradas. El tipo era un ladrón nocturno extraordinario, que podía trepar y deslizarse por las cañerías de los desagües, como en verdad hizo cuando se esfumó.
»Eso parecía bastante fácil. Claro está, como insistí ayer, había algunas objeciones que hacer. Si Ferguson era el asesino, ¿para qué iba a quedarse dando vueltas al edificio después del crimen, hacer tan notoria su presencia y rebuznar como un asno, para desaparecer luego? Pero era la mejor teoría por el momento, y parecía la más probable. Pero eso me presté anoche a esa incursión en casa de mistress Sinclair.
»Pero ustedes saben lo que ocurrió. La teoría reventó. Delante de mis propios ojos. Ferguson fue limpiado con atropina. Vi las manos del asesino; pero, al mismo tiempo, mistress Sinclair estaba en compañía de Masters, en Scotland Yard. El cielo comenzaba a encapotarse. Pensé que más valía que me preparara para sentarme y pensar un rato.
»¿Qué teníamos hasta el momento? Con Ferguson fuera de combate, parecía absolutamente cierto que el asesinato de Haye habría sido ejecutado por uno de los invitados a la fiesta. ¿Entienden? Había un testigo, Marcia Blystone, delante de la puerta del edificio. Pero era fácil que un invitado hubiera bajado las escaleras, saliendo por la puerta de atrás, fuera hasta Gray’s Inn, regresara y cerrara nuevamente esa puerta. Tenía que ser así. Tenía que ser, porque nadie de fuera, sin Ferguson en el panorama, podría haber abandonado definitivamente el edificio, ya sea dejando la puerta de atrás cerrada con cerrojo y encadenada, o saliendo por la puerta de delante sin ser visto por el testigo.
»Pero si excluíamos a alguien de fuera, de nuevo nos encontramos con el problema de cómo fueron envenenadas las bebidas. Los invitados juraban que era imposible.
»Entonces fue cuando descubrí la treta de la nevera y la atropina en los cubitos de hielo.
»Hasta aquí vamos bien. Creo que hemos afirmado que los únicos asesinos posibles son mistress Sinclair, sir Dennis Blystone o Bernard Schumann. Si queremos ser precisos, debemos agregar otro más, Riordan, el encargado, que también estaba en el edificio. Pero pare de contar.
»Ahora, si alguno de ustedes tres, los tres primeros, puso a helar la atropina, ¿cuándo lo hizo? ¡Que el diablo me lleve si lo pudo hacer después de haber llegado aquí para la reunión de aquella noche! Haye llegó a las once menos veinte; Schumann a los cinco minutos, mistress Sinclair y sir Dennis Blystone a las once en punto. Inmediatamente, fueron preparados los cocktails. Es imposible que después de haber llegado, alguna de esas personas pudiera haber ido a la cocina, sacado la bandeja de los cubitos de la nevera, quitado los cubitos de hielo, vertido agua y añadido la atropina, y pudiera volver a poner la bandeja en su sitio sin que nadie lo notara. No, hay que descartarlo; y descartarlo también sobre la base de que los nuevos cubitos no habrían tenido tiempo de congelarse. De manera que los cubitos envenenados fueron preparados en algún momento del día antes de las once menos cuarto.
Schumann se inclinó hacia delante, levantando la mano.
—Perdón, ¿me permitirá la cátedra una pregunta? —inquirió—. ¿Por eso la policía parecía tan interesada en descubrir qué habíamos estado haciendo hasta la hora en que nos reunimos aquí?
Sir Henry Merrivale asintió.
—Desde luego. Pero, como ven, todavía no había ido muy lejos. Esas eran mis ideas anoche. Tratando de desmenuzar todo esto, me dije: ¿no se podría precisar un poco esa hora? ¿No se podría precisar la hora en que el asesino puso a congelar los cubitos? Tuvo que entrar en algún momento de ese día, y…
»Sí, había un testigo que podía ser útil. Un gentil e inocente testigo, como supuse hasta entonces. El testigo era Charles Drake, el servicial abogado, a quien Bob Pollard había interrogado. Charles Drake llegó al apartamento de Haye a las seis en punto de la tarde. Fue personalmente a devolver una botella de cerveza que acaba de ser enviada del laboratorio de análisis químicos. No sucede a menudo que el socio más joven de un antiguo y prestigioso bufete se escabulla de su oficina para hacer recados que podrían hacerse por correo o por un botones. Pero Drake, el equilibrado Drake, se había enterado, por teléfono, de que Haye se proponía ofrecer una reunión esa noche, de manera que sintió curiosidad.
»¿Qué sucedió cuando llegó Drake? Félix Haye estaba vistiéndose para salir a cenar. Había estado bebiendo un poco; cocktails, como de costumbre. ¿Qué hizo Haye? Fue al dormitorio y siguió vistiéndose. Mientras tanto, Charles Drake fue a la cocina, donde dejó la botella de cerveza y se quedó allí un rato, como afirmó él mismo, escribiendo una nota de advertencia para poner encima de la botella. Durante este intervalo, Haye estuvo en el dormitorio, hablándole a gritos.
»Pero Haye había estado bebiendo. ¡Cocktails! ¿Eh? Luego no podía haber atropina en el hielo que usó en ese momento. Inmediatamente después salió, con Drake, a las seis y unos minutos. Me pareció que la maniobra de los cubitos debía de haber sido llevada a cabo en el intervalo entre la hora en que Haye salió a cenar y la hora en que volvió, a las once menos veinte.
»Así es. Pero esta mañana temprano nos han llegado dos nuevas fuentes de información: las declaraciones de Peter Sinclair Ferguson y la solución del persistente acertijo de Judith Adams, a quien nadie podía identificar. Miré las declaraciones de Ferguson, y rugí con tremenda vehemencia. Uno de mis ojos comenzó a abrirse. Miré de nuevo, y se me abrió el otro. Ahora bien, Ferguson no era la verdad personificada; pero se refirió con vivacidad a los hechos al hablar de Schumann, aunque se equivocara en sus suposiciones, y también lo hizo con respecto a su esposa. No había razones para dudar de su relato del asesinato de Haye, porque en su conducta se basaba en él. Había sido asesinado precisamente porque sabía lo que sabía. A menos que estuviera diciendo la verdad, su asesinato no tiene sentido, y ciertas enigmáticas observaciones de su declaración perderían su significado de manera total.
»¿Enigmáticas? ¡Así me condenen, ya lo creo que eran enigmáticas! Ferguson se estaba haciendo el escurridizo, antes de llevarnos al final y revelar quién había matado a Haye. Pero oigan lo que dice. Masters, déme una copia de esas declaraciones.
»Describe cómo estaba situado en el dormitorio de este apartamento, observando esta habitación a través de una rendija de la puerta. Su declaración coincide exactamente con los demás hechos que conocemos. Dice de qué manera se sentaron alrededor de esta mesa, y cómo comenzó Haye a hacerles pasar las de Caín. Aquí cita las palabras de Haye. Oye que las cinco famosas cajas están en el estudio de Drake, Rogers y Drake, en un cajón más grande con el nombre de Haye pintado en la tapa. Esa es su señal, y se prepara para ir a introducirse en las oficinas de los abogados.
»Pero, inmediatamente después de esta observación, viene esta otra sorprendente y totalmente carente de sentido:
»También observé el ropero, lo cual me hizo salir.
»¿Cuál es el sentido de esa frase? El único ropero en el apartamento es ese enorme que hay en el dormitorio. Bueno, hasta ahí todo va bien. Pero ¿por qué habría de observarlo? ¿Por qué le hizo salir?
»¿Era posible, muchachos, que hubiera otra persona en el apartamento, uno de fuera, escondido en el ropero?
»Sigan a Ferguson a partir de entonces. Baja, busca la dirección de la oficina de Drake, oye que alguien baja muy de prisa y le sigue. Ambos salen por la puerta de atrás, dejándola abierta. En la calle, Ferguson ve quién es la persona, y escribe: Se sorprenderán cuando lo diga. ¿Por qué habríamos de sorprendernos? Los huéspedes del comedor eran demasiado sospechosos. Lo que sigue es un verdadero manjar.
»La persona va a la oficina de los abogados, sube por una escalera de incendio, y parece abrir el pestillo de la ventana con un cuchillo. Entra y sale dos minutos más tarde. La hora, doce y cuarto.
»Repito: dos minutos. Luego, Ferguson, una anguila experimentada en robos con escalo, entra y echa una ojeada a la oficina. Oigan de nuevo las palabras de Ferguson: Un cajón, con el nombre de Haye pintado encima, yacía en el suelo con la cerradura rota. Un trabajo difícil. Estaba vacío. Recorrí las oficinas… Eran las doce y media cuando salí.
»Un trabajo difícil, dice Ferguson. Eso tiene mucha miga. Y tenía razón. ¿Había sido llevado a cabo el robo a esa hora, por la persona que Ferguson había seguido desde Great Russel Street?
»Mi opinión, con la mano en el corazón, que les someto para que decidan ustedes mismos, es que no es posible. Esa persona va a la oficina, encuentra la caja, logra forzarla, un trabajo difícil, saca su contenido y se va. Todo en dos minutos. ¿Es eso todo? No, señor. ¿Qué nos dicen esa mañana Drake, Rogers y Drake? Durante ese mismo asalto ha sido robada una elevada suma en valores perteneciente a Haye, que no estaba en la misma caja, sino en la caja fuerte.
»Colirio. Colirio británico garantizado, de la mejor calidad.
»¿Miente Ferguson en este punto? Es posible, pero si lo hace, ¿dónde está el sentido de las palabras que ha escrito, y por qué es asesinado? Hasta ahora podemos verificar su historia del asesinato y sus corolarios. Supongamos, para seguir la discusión, que sea verdad, hasta que podamos demostrar lo contrario. De las declaraciones de Ferguson obtenemos los siguientes puntos: 1) El robo en la oficina de Drake no fue realizado a las doce y cuarto. Fue realizado mucho antes; 2) fue llevado a cabo por alguien que tenía una llave para abrir la caja fuerte de Drake, Rogers y Drake; y 3) fue realizado por alguien que sabía que Félix Haye depositaba valores en esa oficina, y que sabía, además, qué valores eran y dónde podía encontrarlos.
»Eso por sí solo es suficiente para producirle a uno una sensación rara en la nuca. Pero suponiendo nuevamente que la historia de Ferguson sea verídica, ¿dónde nos lleva eso, muchachos? Si el robo había sido efectuado, no podemos decir que la persona, a las doce y cuarto, sacó las pruebas, los cuatro relojes, los mecanismos de despertadores y lo demás. No podemos decir que la persona llevó esas cosas a Great Russell Street, y sembró los bolsillos de los invitados. Eso ya había ocurrido.
»Había ocurrido mucho antes de las doce menos cuarto. Pero esos artículos, como ven, tenían que ser puestos en los bolsillos de los invitados de alguna forma. No podían ser colocados hasta que quedaran inconscientes, y los invitados no quedaron inconscientes hasta alrededor de las doce menos diez. De modo que…
»El asesino puso las cosas en sus bolsillos y atravesó a Haye con el estoque, entre las doce menos diez y medianoche. Entonces concluyó su trabajo. Abandonó el edificio. Fue a Gray’s Inn, y echó una última mirada por las oficinas de los abogados para cerciorarse de que nada había sido descuidado. Luego, se fue a su casa.
»¿Ven cómo encaja con los hechos, si es verídico? Las declaraciones de Ferguson sugieren a un extraño escondido en el ropero. Un extraño cuya identidad nos sorprenderá, un extraño que echó una breve mirada a la oficina en dos minutos, y luego se largó para su casa. ¿Eh? ¿Niegan que esto sugiera a un extraño que se va a su casa? Miremos nuevamente las declaraciones.
»Después de ver que el asesino se retira, después de inspeccionar por sí mismo la oficina de los abogados, Ferguson vuelve a Great Russell Street. Esto es lo que dice: La maldita puerta del fondo, por la que yo y esa otra persona habíamos salido del edificio, de nuevo estaba cerrada por dentro. No me esperaba tal cosa. No lo comprendía.
»Bueno, ahora… Si el asesino hubiera sido un miembro de la reunión de Haye, uno que estuviera dentro, ¿por qué iba a sorprenderse Ferguson? Porque, después de todo, el asesino habría estado dentro. No, muchachos. Le sorprendió porque sabía que el asesino había terminado su trabajo, se había limpiado las manos, y se había retirado a su casa.
»Pero allí parecía que nuestra grande, hermosa y floreciente teoría se derrumbaba.
»La puerta del fondo, con cerrojo; la puerta principal, vigilada; el de fuera, puf. ¿Eh? Pero eso no me preocupaba tanto como antes. Hasta contemplé la idea de que la chica, Marcia Blystone, podría ser la asesina o una cómplice del asesino.
—¡Oiga! —protestó Sanders.
—¿No habrá pensado de veras que yo…? —dijo Marcia.
—¡Oh! ¡Oh! —dijo sir Henry Merrivale, con una voz de ultratumba—. ¿Que no lo pensé? Como he señalado en otra ocasión, tú has sido el obstáculo más persistente y entusiasta de la justicia en todo el caso. Nunca dijiste la verdad cuando tuviste ocasión de decir una mentira. Hurtaste las declaraciones de Ferguson en mis propias narices, y sólo las devolviste cuando viste que no había nada comprometedor en ellas. Pero de ninguna manera te imaginaba con una llave para abrir la caja fuerte de Drake, Rogers y Drake, y tampoco te imaginaba con conocimiento de la situación de los asuntos económicos de Haye.
»Habiéndote observado en acción durante tu pequeña incursión en casa de mistress Sinclair, tampoco te podía imaginar como una asesina, ladrona probaba, ni como una cómplice experimentada. No encajabas en el cuadro.
»Había comenzado a ser bastante evidente, sin embargo, quién podría encajar.
»¡La buena viejecita, Judith Adams! —dijo sir Henry Merrivale con sentimiento—. Sir Dennis Blystone me habló de ella, y de su libro sobre dragones. Podía haberlo sospechado. En realidad, lo hice. No era ninguna prueba. No era nada más que un vil ejemplo de la manía de Haye de hacer retruécanos, en la peor fórmula de Cómo animar una reunión. El erudito estilo de Judith Adams, y su predilección por los idiomas, que hasta Timothy Riordan había observado, le suministraron la información.
Señaló malignamente con el dedo.
—Tú, Denny. ¿Cuál es la etimología de la palabra dragón?
Fue Schumann quien contestó:
—Ya he observado eso, sir Henry, del latín draco, que significa serpiente amaestrada…
—¡Serpiente amaestrada! —gruñó sir Henry Merrivale—. Seguro. Serpiente amaestrada. Ahora, escuchen —recogió el libro— lo que la buena viejecita Judith tiene que decir sobre el tema: «La draco de los romanos no era la serpiente de aliento de fuego de la leyenda cristiana, sino una serpiente mansa, ocasionalmente venenosa, que las familias ricas criaban como animal doméstico. De ella deriva también la palabra inglesa drake, que significa una pieza pequeña de artillería. En español, el latín draco se ha convertido en dragón; en la época isabelina se le aplicaba el mote a sir Francis Drake, durante sus incursiones». Ahí está, Félix Haye no pudo resistirse, ni a la serpiente amaestrada, ni a la pequeña pieza de artillería, ni a la repetición del nombre. ¿No se lo imaginan riéndose entre dientes con la broma? No fue muy sutil, me parece. Y murió por no serlo. El dragón Drake…
—Mi ayudante, míster El Hakim —dijo Schumann— es algo español, como ya le he dicho. Ayer, el sargento no podía entender por qué estuvo tan divertido cuando lo oyó discutir amargamente por teléfono sobre ese libro. Haye se ha referido a menudo a Charles Drake con ese sobrenombre.
—¡Oh! ¡Oh! Y a usted —dijo sir Henry—, tuvieron que bajarle los calcetines antes de que largara la información.
»No importa. Volvamos a la verdadera prueba.
»Le he pedido a Masters que comprobara los movimientos de mistress Sinclair, sir Dennis Blystone y Bernard Schumann durante el día del asesinato de Haye. Estaba bastante seguro de que la atropina había sido introducida en la bandeja del hielo entre las seis, hora de la visita de Drake, y las once menos veinte. ¿Pudo haberlo hecho alguno de ellos? Además, ¿pudo alguno de ellos realizar el robo verdadero en casa de Drake, Rogers y Drake?
»No es posible.
»Durante esta mañana y esta tarde, el sargento Pollard ha recogido informaciones que daban cuenta de los movimientos de mistress Sinclair durante el día de autos, hasta la hora en que llegó aquí con sir Dennis Blystone, a las once. También han sido comprobados los movimientos de Dennis. Lo mismo ha sucedido con Schumann, que pasó el día entero, hasta una hora tan tardía como para no dejar lugar a dudas, con testigos de una integridad impecable, como lo son lord y lady Thurnley. Ellos lo han confirmado. Ninguna de esas tres personas podía ser responsable del asesinato y, o, del robo. Ninguna de ellas se acercó a este apartamento o a la oficina de Drake.
»Pero ¿quién vino a este apartamento a las seis en punto?
»Charles Drake, y solamente Charles Drake. ¿Quién tuvo una magnífica oportunidad para verter la atropina en la bandeja de la nevera, mientras Haye se vestía en el dormitorio? Drake. ¿Quién pasó largo rato en la cocina? Drake. ¿Quién conocía los detalles de la reunión de esa noche, la hora en que iba a comenzar y quiénes iban a asistir? Drake.
»¡Apretémoslo más todavía! Félix Haye bebió cocktails con hielo, pero sin la droga, a las seis de la tarde. Luego salió. ¿Pudo algún otro haber venido al apartamento después y hacer la mala jugada, además de Drake? No me refiero solamente a mistress Sinclair, o a Dennis, o a Schumann; ¿pudo algún otro haber hecho eso?
»No. Al salir, Haye ordenó al encargado Timothy Riordan que viniera a arreglar el apartamento, lo que hizo en seguida. Como un buen hijo, se sentó en la cocina y pescó una mona brutal con el whisky de Haye. Y, como buen hijo, tampoco le iban a pescar al lado de la botella. Sabía a qué hora volvería Haye, y no pensaba mover un dedo hasta entonces. Y cuando se fue, se llevó el resto de la botella consigo. Pero borracho, o sobrio, o como estuviera Timothy, nadie pudo haberse deslizado en la cocina y hacer de las suyas con el hielo mientras el irlandés estaba allí.
»Por supuesto —dijo sir Henry Merrivale en tono de disculpa—, pueden decir que el siniestro asesino fue el propio Timothy, y que envenenó el hielo. Pero me temo que esa teoría esté llena de lagunas. Dudo que jamás se le haya ocurrido pensar en el hielo, lo cual es una buena cosa, pues si no, sería hombre muerto. Dudo que se pueda pensar en Timothy como asesino durante más de sesenta segundos, teniendo en cuenta las pruebas al mismo tiempo, y creer que encuadra en el perfil del culpable más que Marcia Blystone o, digamos, lady Blystone.
»De todas maneras, quedaba una objeción muy seria. Si Drake era el asesino, ¿cómo se cerró y echó la cadena a esa puerta trasera? Sin ese inconveniente, se nos hacía el monte orégano. La respuesta es a la vez poética y apropiada. A Timothy, que estaba lleno de whisky, se le despertó el alma cuando oyó el golpe de la puerta que se abría a las doce y cuarto, y se levantó como un leal hijo que es y echó el cerrojo.
»Ahora, el itinerario completo de Charles Drake está bastante claro. Haye le tenía cogido, pero no dejaba ver que le tenía cogido. Mejor dicho, trató de no hacerlo. Pero Haye era un pésimo actor. Si mostraba lo que sabía se le estropeaba la broma. Probablemente, Drake se enteró varios meses atrás de que Haye conocía su proceder delictivo en el bufete. No estaba seguro de la cantidad y la calidad de las pruebas que Haye tenía en su contra. Pero Drake, que era un hombre práctico, tomó medidas prácticas. Le mandó a su cliente una botella de cerveza cargada de atropina.
»Es algo curioso. Drake habló con Pollard como un cínico artífice del crimen, un artista de madura experiencia; y tal vez creía serlo. De cualquier manera, Drake sabía una cosa: Si uno se desliza en una farmacia, con bigotes postizos, y compra un poco de veneno con alguna torpe excusa, y firma el libro con un nombre falso, le pescan, más seguro que dos y dos son cuatro. Uno puede ir a cinco farmacias diferentes y dejar rastro para que le identifiquen con la misma facilidad, como señaló Monte Cristo hace muchos años. La única manera de comprar veneno sin despertar sospecha es comprarlo en cantidades tan enormes que a nadie se le ocurra pensar dos veces en el asunto. Por ejemplo, tomemos la nicotina, un veneno tan mortal como el mejor. Uno no puede comprar un paquete de nicotina. Pero hay lugares en un distrito de Kent donde se puede comprar un camión cargado de ella y largarse sin que se le haga una sola pregunta. Lo mismo sucedió con la atropina de, Drake. Se estableció como fabricante de colirios. Compró a un mayorista una botella de diez onzas de atropina pura, cantidad tan grande que nadie pensó que pudiera ser usada como veneno.
»Pero Haye no bebió de la botella de cerveza. ¿Sospechó acaso quién se la había enviado? Tengo la idea de que sus sospechas estaban bastante bien encaminadas. Si no, ¿por qué llevó la botella a sus abogados, e hizo que ellos, incluyendo a Charles, la mandaran al laboratorio de análisis químicos? Habló mucho de ello con Drake. Le pidió que pusiera el asunto en manos de una empresa de detectives privados. Pero, de todas maneras, dudo de que Haye sospechara que Drake fuera capaz de un asesinato, más de lo que sospechaba de un médico como Blystone o una chica con muchos maridos como mistress Sinclair.
»Luego, Haye fue a depositar las cinco cajas, saltando de contento con la bonita trampa que había tendido a sus enemigos. Para sus enemigos y para Drake, en el caso de que no hubiera juego limpio. Drake adivinó sus intenciones. Apuesto doble contra sencillo a que Drake comprendió lo de Judith Adams y abrió su propia caja, muy poco tiempo después.
»No sabemos cómo le tenía cogido Haye. No es probable que Drake nos lo diga. Pero el contenido de esa caja debe de haber demostrado que lo que Haye realmente sabia, era como para poner los pelos de punta. Eso era demasiado peligroso. Evidentemente, Haye tenía que morir.
»Drake esperó a la fiesta o reunión de dirigentes que se realizaría en breve. Sin duda, Haye había dejado escapar algunas indirectas sobre sus propósitos, y Drake se estaba preparando. Tuvo que representar un robo falso y hurtar las cajas, tanto las de los demás como la suya propia. Me inclino a pensar que se hizo con las cinco cajas antes del verdadero día del robo y del asesinato. Las abrió y encontró los curiosos artículos con descripciones e historias completas escritas por Haye, un comentador infatigable, sobre Blystone, Schumann, míster y mistress Sinclair Ferguson.
»Entonces, Drake tuvo su idea genial. Supongamos que, durante la reunión, pudiera darse maña para administrarles la atropina. ¡No para matarles! Solamente para hacerles perder el sentido. Entonces podría entrar en el apartamento a salvo. Podía hacer una pequeña investigación para ver si Haye tenía más pruebas. Podía matarle con la famosa espada de Haye o con el sable que guardaba en su casa. Eliminaría a Haye y alrededor de él estarían sentados tres asesinos en potencia, sin conocimiento. Pondría algunas pruebas en sus bolsillos. Algunas, nada más. Cosas incongruentes, como relojes y lupas, que serían desagradablemente difíciles de explicar cuando se descubriera el cuadro, como esperaba que se hiciese.
»¿Se dan cuenta? Divulgar el secreto completo sería estúpido. Podrían perder el ánimo con las investigaciones y hacerse demasiado amigos de la policía. Si sólo se encontraban insinuaciones acusadoras, se unirían para borrar las huellas de sus feos pasados. Se unirían para decir mentiras, se escudarían unos a otros. Y los tres tirarían inconscientemente hacia el mismo lado, para salvar el tocino y esconder, de paso, la cara de Drake. No estaba mal.
»Había un punto incómodo. Las pruebas en contra de mistress Sinclair consistían en un par de cartas, comentadas por Haye. Nada más. Si Drake metía esos documentos en su bolso, el gato iba a salir aullando, y algunas mujeres, él no conocía a ésta, tienen la costumbre de charlar demasiado con la policía. Pero ahí estaban las informaciones confidenciales sobre Peter Ferguson, su marido, que Haye había obtenido por medio de los amables comentarios de mistress Sinclair.
Aquí, sir Henry Merrivale hizo un guiño por encima de las gafas a Bonita, que le sonreía con cara plácida.
—Usted no creía realmente que Peter Ferguson hubiera muerto. ¿No es así? De otra manera, habría cobrado esa póliza de seguro que era tan tentadora. Haye tampoco creía que estuviese muerto, pero no podía invitarle a la reunión, porque nadie sabía dónde estaba. De modo que Charles Drake decidió tomar la cal viva y el fósforo, reliquias de la antigua caja de herramientas de Ferguson, que usted conservaba y que Haye obtuvo, y las introdujo en su bolso para subrayar la conexión entre usted y Ferguson.
Bonita Sinclair se encogió de hombros.
—No es tan tarde esta noche como para estar preparada para hacer confidencias. Pero ¿puedo formular una pregunta? Supongamos que el propio Drake fuera invitado a la reunión. ¿Qué habría pasado si Haye le hubiera invitado?
Sir Henry Merrivale la miró fijamente.
—¡Pero, muchacha! —dijo—. ¿Y estropear la broma? ¿Echar a perder el preciso plan de Haye? ¿Cómo iba a dejar que Drake supiera que sospechaba de él, sin ponerle al tanto del juego de Judith Adams, o, por lo menos, sin que se enterara de sus ideas con respecto a su abogado? ¡Oh, no! Drake sabía que allí estaba a salvo.
»Bueno, cuando Drake recibió la noticia esta noche es la noche, estaba listo. Decide ir a ver a Haye, alrededor de las seis de la tarde. ¿Adivinan por qué? Su cliente estaría vistiéndose para la cena y mojándose el gaznate con un cocktail antes de salir. Por lo tanto, Drake tenía una excusa admirable para renovar el hielo de la nevera.
»Con respecto a su robo en la oficina, se las debe de haber arreglado entre las seis y media y, digamos, las diez y media, después que los empleados se hubieran retirado. Por ahora, no sabemos si fue entonces cuando robó los valores de Haye, o si los había hurtado largo tiempo atrás, como conjeturo. Rompió la cerradura de la caja de documentos, forzó la ventana, y salió en seguida.
»Seguramente, estuvo en Great Russell Street antes de las diez y media. Iba a deslizarse en el apartamento y esperar la llegada de los invitados. Sencillo, en un apartamento donde hay un ropero en el dormitorio tan grande como una alcoba. Creo que consiguió un duplicado de la llave del apartamento de Haye, pero no la necesitó. La puerta estaba abierta, porque Timothy, el encargado, estaba dentro, en la cocina, rociándose con whisky.
»Charles Drake entró en el dormitorio y esperó. No anduvo rondando mucho, excepto para desconectar el teléfono, una vez que Timothy se hubo marchado haciendo eses, para el caso de que alguien tratara de comunicarse antes de que la atropina hiciera efecto y diera una alarma prematura.
»Ustedes saben lo que sucedió. El peor momento fue cuando Peter Ferguson, apareció en el dormitorio, y comenzó a escuchar con cuidadosa atención a través de la puerta. Drake no conocía a Ferguson ni podía saber qué Cristo estaba haciendo. Pero Ferguson, quienquiera que fuese, podría ser un inofensivo escribiente del piso de abajo, como parecía, y Drake no se preocupó mucho. Ferguson había visto a las personas de la otra habitación. No había visto a Drake, o por lo menos así lo creyó nuestro abogado, y Ferguson se fue justamente antes de que las visitas se desplomaran envenenadas con atropina.
»Hum. Bueno. El error de Drake fue que actuó demasiado rápido. Puso los artículos en los bolsillos de las distintas personas. Hizo un poderoso esfuerzo, aplacó sus nervios, e hirió a Haye por la espalda.
»Luego, quiso salir en seguida de aquí. No estaba acostumbrado a tales cosas, ¿comprenden?
»Pero no perdió el completo control de sus nervios. Su ladino propósito era sugerir que uno de los visitantes se había arrastrado fuera, llegado a Gray’s Inn, robado su oficina, y vuelto a esta casa. Ese renegado casi nos mete definitivamente esa idea en la cabeza. Por eso dejó las puertas abiertas cuando se fue, la puerta del apartamento de Haye y la puerta de fondo del edificio. Por eso dejó el estoque apoyado en un lugar tan visible como la escalera.
Las oficinas de la Compañía Anglo-Egipcia estaban a oscuras. No sabía que Ferguson iba detrás. ¿Pero se dan cuenta del astuto plan de Drake? No le importaba que le vieran en la vecindad, siempre que nadie le viera demasiado de cerca. Alguien iba a Gray’s Inn, en el caso de que un paseante nocturno notara el hecho y la policía lo comprobara más tarde. Pero…
Sir Henry Merrivale se interrumpió y miró a Schumann.
—Hable, hijo. Usted ha contado al inspector jefe que Ferguson conocía a Charles Drake personalmente, usted ha dicho eso esta tarde, ¿verdad?
Schumann asintió.
—Sí. Oí a Ferguson hablar de ello hace unos diez años. Dijo que la manera bamboleante de andar de Drake era muy notoria, semejante a la de un marinero. Supongo que fue así como Ferguson le reconoció cuando salió del edificio.
—Del edificio —dijo sir Henry Merrivale con divertida amargura—. Seguro. Charles Drake hubiera salido por la puerta principal en vez de por la de detrás. Menos trabajo, pero… miró a través de los cristales de la puerta de delante y vio… —sir Henry Merrivale se dirigió a Marcia— a ti, esperando allí, bajo el farol, justo frente a él.
»De paso, hija, también obstruiste el camino de la justicia en otro sentido. No sabías que había cuatro relojes en los bolsillos de tu padre hasta que tú y Sanders descubristeis los cuerpos rígidos en esta habitación. Mientras Sanders bajó a telefonear a la policía y a la ambulancia, encontraste los relojes en los bolsillos de Denny. Sabías qué querían decir. De modo que, cuando regresó el doctor, le contaste sin pestañear la fantástica historia de que los había pedido prestados antes de salir esa noche. El arte de despistar, como ven, para evitar que pensáramos en rate…, bueno, no importa.
»Estábamos hablando de Drake, y ya casi se acaba la historia. Drake echó una rápida ojeada a su propia oficina, sólo para probar que alguien había estado allí; y también, como un artista, para manipular el pestillo de la ventana y demostrar que había sido forzado desde fuera. A las doce y cuarto, se fue a su casa que está en Bloomsbury Square, a diez minutos de su oficina. Naturalmente, como han adivinado, fue al perseguidor Ferguson a quien vio el sereno descolgándose desde la ventana de la oficina, exactamente a las doce y media. Para entonces, claro, Drake estaba en su casa y pudo contestar la llamada telefónica del sereno, que chillaba por el atraco.
»Debió de preguntarse qué diablos pasaba, cuando el sereno dijo que el ladrón había escapado a las doce y media, proporcionándole de esa manera una coartada. Ya en camino para investigar el robo —dijo al sargento Pollard que se había vestido y había ido a su oficina más tarde— pasó cerca de Great Russell Street. Su intención era llamar desde un teléfono público y decirle a la policía que pasaba algo raro en el apartamento de Haye.
»Pero se dio cuenta de que pronto se descubriría el asesinato. Vio a Marcia Blystone y al doctor Sanders discutir bajo el farol y luego entrar en el edificio.
»El resto, Masters podrá llenarlo con los detalles rutinarios. Ferguson había vuelto a Great Russell Street, como dice su manuscrito. Estuvo presente cuando se descubrió el asesinato. No estaba seguro de nada. Las cosas colocadas en los bolsillos de las personas le molestaron horriblemente. Pero sabía que Drake era el asesino. Y, al día siguiente, se puso en contacto con Drake con bonitos planes de chantaje. Evidentemente, no iba a compartir esa veta de oro con su mujer. Mientras ella iba a Scotland Yard, invitó a Drake a Cheyne para charlar. Drake también estaba preparado para eso. Ya saben cómo.
»Pero la parte más triste fue que la compañía de detectives particulares, la Everwide, la firma que él mismo contrató, había rastreado el veneno antes de que Haye o Ferguson fueran asesinados. Cuando se enteraron de lo que había sucedido, no supieron qué diablos hacer. Pero, como se trataba de un asesinato y estiman en mucho su reputación, dijeron primero a Drake que tenían información, y luego se dirigieron a la policía. Cuando Masters y yo oímos que habían prevenido a Drake, supimos que era hora de apretarle los tornillos y hacer una reconstrucción del delito en su presencia. Él estaba aquí por la fuerza, sujetado por Pollard y Wright, en la otra habitación. Míster Schumann ha proporcionado las demás pruebas. No solamente sabía la jugarreta de Judith Adams que había inventado Haye, sino también…
—Fui el último en perder el conocimiento en esa mesa —dijo Schumann con mucha calma—. Creo que le vi entrar en la habitación antes de perder totalmente el sentido. Pudo haber sido una alucinación provocada por la atropina, aunque ahora sé que no. Pero, los ángeles me protejan, ¿cómo iba a hablar sin delatarme a mí mismo… por otras cosas?
Estiró la mano y dio un golpe en la mesa. Luego, exhaló un trémulo suspiro. Todos estaban silenciosos.
Fuera había comenzado a llover, lentamente al principio, y, luego, con un susurro creciente, hasta que terminó por resonar como la lluvia de dos noches atrás. Sanders también recordó otra cosa. Hacía dos noches se había devanado los sesos con un problema en el Instituto Harris, lo último que le había preocupado antes de encontrarse envuelto en este caso. Se trataba del caso Smith, y el problema consistía en averiguar cómo había sido introducido el arsénico en el helado. Ahora lo sabía.
En medio del silencio, lady Blystone se puso de pie. Desde que sir Henry Merrivale había hablado francamente sobre cierto punto, ella no había vuelto a abrir la boca.
—¿Debo entender —dijo tranquilamente— que este caso se ventilará en los tribunales?
—Así es —contestó sir Henry, mirándola inexpresivamente.
—¿Estas cosas horribles, esta suciedad sobre mi marido va a ser mencionada en el juicio?
Blystone tenía la cara desencajada, pero sonreía.
—No importa, Judy —le dijo tratando de calmarla—. Puedo cuidarme. No me importa. He aprendido a reírme de ello.
—Pero a mí sí me importa —contestó ella. Estaba poseída por esa silenciosa y tensa rigidez de la ira—. Yo no he aprendido a reír, si es que tú encuentras consuelo en eso. No creo que me interese aprender. ¿Por qué crees que he soportado todo esto? ¿Incluso venir aquí esta noche? ¿Soportarte a ti? ¿Soportar otras cosas? Porque no soportaré la ignominia en mi familia. No puedo aguantarlo. Me mataría.
—¡Pero oye, Judy…! Nuestro crucero…
—Planeamos ese viaje —contestó— cuando creía que el asunto sería decentemente silenciado. Ahora no puedo decir que me interese. Buenas noches, Dennis. Buenas noches…, señores. No, Marcia, quédate donde estás. Daré instrucciones a mis abogados para que inicien el divorcio mañana. Casi no será necesario que mencione en la demanda —agregó sin mirar a Bonita Sinclair— el nombre de la cómplice del demandado. De esa manera, puedo lavarme las manos en el asunto tan pronto como sea posible, aunque no sea legalmente.
Salió de la habitación, sin prisa. Blystone dio un salto y se le acercó a grandes zancadas.
—Sí, corre detrás de ella —dijo Bonita Sinclair—. Corre detrás de ella, y pierde lo que te queda de alma y de paz. Ve a que te regañe hasta que quedes medio muerto, y no puedas estar cómodo ni con tu propia hija. O quédate con la que te complaces en llamar una ramera mercenaria como yo, y haz la prueba de ser feliz como tú sabes que puedes serlo. Nunca viví hasta que te encontré. Nunca viví hasta que me encontraste. Haz lo que te plazca y condénate. Pero, hagas lo que hagas, trata por lo menos de decir, ante todo, una palabra de agradecimiento a un amigo que puede que mastique tabaco y ofenda a tus relaciones literarias con su jerga vulgar, pero que fue el único que te tendió la mano y trató de ayudarte cuando te viste realmente en apuros.
Sir Henry Merrivale emitía sonidos balbucientes de furor. Era la única vez en su vida que Masters le había visto sin saber qué hacer. Sanders, en cambio, miraba a Marcia. Y ésta retiró con tranquilidad la mano que apoyaba en la de su prometido. Se aclaró la voz. Dio unos pasos con aire casi furtivo, y tocó el brazo de la otra mujer.
—Mistress Sinclair —dijo—. Perdóneme.
— FIN —