Capítulo 13
Reeve
Cuando Booker se marchó tras recibir una estresante llamada de Brysen, yo había planeado quedarme tranquila el resto del día sin hacer nada. Empezaba a estar harta de tanta inactividad. Nunca había tenido la oportunidad de quedarme sentada mientras otro cuidaba de mí, y no me gustaba en absoluto. Sobre todo porque cada mañana me despertaba sola, sabiendo que Titus estaba poniendo distancia entre nosotros durante el día de forma deliberada. Teníamos que encontrar la manera de que pudiera salir a la calle y que pareciera que estaba sola, aunque no lo estuviera. Tenía que estar en algún lugar donde Conner pudiera acercarse a mí. Aquel piso era como una fortaleza y no había manera de que pudiera ponerme las manos encima si me quedaba protegida tras unos muros impenetrables.
Estaba probando nuevos peinados frente al espejo del baño porque me moría de aburrimiento cuando sonó el móvil que me había dado Titus. Solo había dos personas que tuvieran el número, Titus y Booker, así que me quedé helada al no ver ninguno de esos números en la pantalla. Creía saber quién se encontraría al otro lado de la línea, intuía que un acento irlandés y mortífero se me metería por los oídos cuando contestara al teléfono. Me sorprendió tanto oír una voz que no había oído desde que mi familia estaba unida que me fallaron las rodillas y tuve que sentarme para no caerme.
Mi madre se parecía tanto a Rissa hablando por teléfono que era casi como hablar con un fantasma. Temblaba tanto que me costaba trabajo sujetar el móvil y apenas oía sus palabras con la sangre palpitándome en los oídos.
Me dijo algo sobre un agente federal que se había presentado en casa y les había dicho a mi padre y a ella que tenían más información sobre el asesinato de Rissa y de su novio. Me dijo que el agente era muy amable, guapo y educado. Me dijo que el agente pensó que debía ser ella la que me llamara porque era información que toda la familia necesitaba saber. Mi madre no había vivido mucho desde el día en que enterramos a mi hermana. Sus palabras se me clavaron como trozos de cristal. Me pidió que fuera a casa. Yo no había ido a casa a verlos en casi seis años. Me separaba el tiempo y el enorme secreto que guardaba, y ahora Conner estaba manipulando la situación, de modo que no me quedaba otra opción.
Quería que les contara lo que había hecho. Él sabía que mi mayor miedo era admitir ante mis padres el papel que había desempeñado en lo ocurrido tras la muerte de Rissa. Estaba utilizando en mi contra cosas que yo le había contado, que había compartido con él, cuando pensaba que estaba enamorada. Era el mismo diablo, un ser retorcido. No me pasó inadvertido el hecho de que estuviera intentando alejarme de la seguridad del apartamento mientras Titus y Booker estaban fuera. Me pregunté si no se habría dado cuenta aún de que había agentes federales vigilándome en la sombra, o quizá le diese igual.
Le prometí a mi madre que intentaría llegar a casa pronto. Ella lloró y, cuando colgué el teléfono, supe sin lugar a dudas que volvería a sonar. No sé cómo había conseguido Conner mi número, pero ya estaba cansada de intentar averiguar cómo se las arreglaba para ir siempre un paso por delante. En su lugar debía concentrarme en atraerlo hacia mí.
Nunca entendería cómo un hombre tan horrible podía tener una voz tan bonita. Era sin duda una de las armas más poderosas que tenía en su arsenal. Su acento fue solo una sombra cuando pronunció mi nombre.
—Reeve. Mi preciosa, preciosa Reeve. Es una pena que las cosas hayan salido así. Tenía grandes planes para ti.
Me quedé mirando el teléfono como si fuera a morderme. Sus palabras se me habían agarrado al cuello.
—¿Porque me querías, Conner? ¿Tenías planes porque me querías? —Sonaba rencorosa y despechada, y así me sentía. No soportaba que me hubiese engañado de ese modo. No soportaba que hubiese añadido más maldad a mi vida cuando yo solo quería bondad. No soportaba pensar que iba a matarlo y, entonces, aquello tan hermoso que estaba surgiendo entre Titus y yo se marchitaría y moriría.
—Te quiero casi tanto como me querías tú a mí, Reeve. Pensaba que los que usan a las personas se reconocen a distancia. Pensaba que eso era lo que estábamos haciendo... usándonos.
Resoplé.
—Pensaba que estábamos empezando una relación. Pensaba que eras diferente.
—Ya somos dos. Yo pensaba que comprenderías por qué hago lo que tengo que hacer. Pensaba que hablábamos el mismo idioma de venganza, que ambos opinábamos que había que hacer lo que fuese para enmendar un error.
Me estremecí al oír la palabra «venganza» y pensar en lo poderosa que podía ser en las manos equivocadas. Me pasé los dedos por el pelo.
—¿Por qué has ido a casa de mis padres, Conner? ¿Qué estás intentando hacerles?
Se rio y noté un vuelco en el estómago. Me llevé un brazo a la cintura y me doblé hacia delante. Sentía que cabía la posibilidad de que vomitara.
—Voy a ofrecerles la verdad. ¿No crees que se merecen saber el papel que desempeñaste para que el asesino de su hija acabara ante la justicia? ¿No crees que deberían estar orgullosos de ti, admirarte por lo que arriesgaste? —Volvió a reírse—. Estoy ayudándote a enfrentarte a tus miedos, querida. ¿No crees que ya es hora de sincerarse, quitarte ese peso de encima? Regresaste a La Punta para acabar conmigo, pero se te olvidó que allí siguen viviendo muchos de tus secretos. Hay muchas maneras de hacer sufrir a alguien, Reeve, y creo que tú deberías experimentarlas todas antes de que volvamos a encontrarnos.
No estaba intentando hacer nada a mis padres. Estaba intentando hacérmelo a mí. Me había marchado porque no me sentía bien. No me sentía bien sabiendo lo que había hecho y no sintiéndome culpable en absoluto por la decisión que había tomado. No podía quedarme allí y mentir a mis padres a la cara, así que me marché, y ahora él iba a obligarme a regresar. Iba a hacer volar a mi familia por los aires una vez más, utilizándome a mí y mis decisiones pasadas como dinamita. Cerré los ojos con fuerza. Tenía razón: había más de una manera de hacer sufrir a alguien. Sentí el dolor creciendo en mi interior.
—Esperas que les diga lo que hice. Quieres que les diga que acudí a Novak.
—No lo espero, cuento con ello. Si no lo haces, la próxima llamada que recibas será de tu nuevo novio, porque él se encontrará los cuerpos. ¿Me comprendes?
—Los matarás de todos modos. Es a lo que te dedicas. —Y, aunque mis padres y yo no estuviéramos muy unidos, no podría permitir que les hiciera eso. Ellos eran inocentes, su único delito era estar emparentados conmigo. Su muerte sería culpa mía y, aunque yo era fuerte, el peso de más culpabilidad y más cuerpos acabaría por aplastarme.
—Yo no he matado a nadie que no lo mereciera. —Aquella voz seductora me rogaba que le creyera.
—¿Ah, sí? ¿Y qué me dices de la chica del muelle? ¿Quieres que crea que no tuviste nada que ver? Era igual que yo.
Él soltó una carcajada.
—Y tan deslenguada como tú. Puede que me tomara un interés personal y me excediera intentando enseñarle lo que les ocurre a las chicas guapas y deslenguadas. Es hora de volver a casa, Reeve. Ve sola. Si el poli aparece, las cosas no irán bien para nadie.
Sollocé ligeramente.
—Querrá saber dónde estoy. No dejará que desaparezca de su vista sin más. —Para empezar, a Titus le cabrearía que hubiera abandonado el piso. Cuando descubriera el motivo, pensaría que era una idiota por haber caído en una de las trampas de Roark.
—Bueno, entonces será mejor que consigas algo de tiempo. Hemos tardado en organizar esta pequeña reunión y no pienso dejar que tu nuevo novio me estropee la diversión. Tengo que hacer otra llamada, pero te veré pronto, Reeve. —Noté que me lanzaba un beso a través del teléfono antes de finalizar la llamada.
Tras colgar el teléfono, me quedé allí mirándolo durante largo rato. No volví en sí hasta que me di cuenta de que estaba llorando y las lágrimas golpeaban la pantalla. Ir a ver a mis padres era un riesgo estúpido. Podría tomar un taxi hasta su casa, explicarles lo que había hecho, y aun así Conner podría enviar a Zero a por ellos, pero, si no iba, morirían seguro. No había manera de ganar en aquella situación y, como siempre, al final yo acabaría perdiendo. Supuse que en realidad no tendría elección, que ya era hora de volver a casa y confesar ante las personas que me habían criado, así que llamé a mi madre y le dije que iría a casa a cenar. Me sorprendió que le emocionara tanto la idea de verme, y la promesa de nueva información, algo que le permitiese dejar atrás la muerte de su hija, hacía que estuviese entusiasmada. Aquello hizo que se me encogiera el corazón.
Me puse algo de maquillaje, porque decidí que lo necesitaba como pintura de guerra para darme fuerzas, y llamé a un taxi. Titus intentó llamarme, una y otra vez, pero no me dejó ningún mensaje y supe que, si intentaba hablar con él, si intentaba explicarle lo que estaba haciendo y por qué, no me permitiría ir sola. Una parte de mí deseaba que se tratara de un elaborado plan para que abandonara la fortaleza y Conner pudiera atraparme. Llevaba la pistola en el bolso y estaba preparada para el enfrentamiento. Mucho más que para aquel cara a cara con mis padres. Ya me había costado bastante contarle a Titus lo del asesinato por encargo cuando me entregué; no podía imaginar lo que sería encontrar las palabras adecuadas que justificaran mis actos ante mis padres.
Conner no solo era malo, era retorcido y cruel. Sabía que decirles a mis padres que había organizado un asesinato, que había vendido mi alma a Novak, pondría fin a los pocos sentimientos que pudieran albergar hacia su hija. No se trataba tanto de hacerme daño a mí como de obligarme a destruir su mundo una vez más, convirtiéndome en una persona tan mala como él. Quería recordarme lo mucho que nos parecíamos, que también era una manera de recordarme lo diferentes que éramos Titus y yo. Eso me escocía. Me quemaba por dentro. No deseaba que fuera cierto, pero no podía negarlo.
Llamé al taxi y decidí apagar el teléfono. Eso no mantendría a Titus alejado para siempre, pero le retrasaría el tiempo suficiente para que yo pudiera hacer aquello. Supuse que, si los federales todavía me seguían en busca de Conner, le informarían de que me había marchado. Le envié un mensaje diciéndole que me iba a casa antes de apagar el móvil, con la esperanza de que eso le diese una vaga idea de lo que me proponía. Sabía que él tendría un sinfín de preguntas que hacerme cuando me encontrara, pero, por el momento, no podía permitir que su corrección endulzara la incomodidad y la inquietud que saboreaba mientras me dirigía hacia las afueras de la ciudad.
Mis padres todavía vivían en La Punta. Tenían un adosado detrás de un centro comercial que hacía tiempo que había sido abandonado. El lateral del edificio donde vivían estaba cubierto de grafitis y tenían verjas en todas las ventanas. Mis padres no tenían problemas de drogas ni habían apostado en toda su vida. Habían sido dos jóvenes que se habían enamorado sin remedio, habían tenido un bebé demasiado pronto y nunca habían logrado prosperar en ningún trabajo como para invertir en su futuro. Mis padres eran trabajadores pobres, siempre lo habían sido, y en La Punta habían encajado a la perfección. Mi madre trabajaba como camarera, había sido así desde la adolescencia, y mi padre era conserje en un gran edificio de La Colina. Solía ir de un trabajo a otro y, aunque nunca habíamos tenido dinero extra cuando yo era pequeña, siempre había habido suficiente.
Al contemplar la pintura descascarillada de la puerta de entrada se agolparon los recuerdos en mi cabeza. Solo veía a mi hermana. Solo sentía la pérdida y el vacío que siempre rondaban en mi interior cuando pensaba en Rissa. Tuve que contener las lágrimas cuando levanté la mano para llamar a la puerta.
Cuando mi madre abrió, supongo que esperaba verla mayor, consumida aún por la pena y el dolor. Pero no fue así. De hecho estaba igual que antes de que Rissa fuera asesinada, y aquello me desconcertó tanto que di un paso atrás. Sin embargo, la distancia entre nosotras no duró mucho, porque se acercó y me dio un abrazo. Me quedé tan perpleja por el contacto físico que no le devolví el abrazo. Aquel recibimiento tan cariñoso me descolocó e hizo que la razón de mi presencia allí después de tanto tiempo resultase aún más difícil de asimilar.
—Qué guapa estás. Ha pasado tanto tiempo. —Me condujo por un pasillo muy familiar plagado de fotografías de mi infancia. Fotografías en las que aparecíamos Rissa y yo de pequeñas. Los recuerdos me golpearon con tanta fuerza que tuve que apoyar una mano en la pared para no perder el equilibrio. Mi madre me miró con preocupación y me guio agarrándome del codo hasta el pequeño salón, sin parar de preguntarme dónde había estado y qué había estado haciendo. Mi padre estaba en su sillón viendo la tele. Parecía tan normal, igual que mi madre, que estuve a punto de dejarme caer en el sofá cuando mis corvas chocaron contra él. ¿Cómo habían seguido con su vida? ¿Cómo habían superado el dolor y la pena sin hacer algo al respecto? Me quedé mirándolos a ambos con asombro. Aquella no era la familia que había dejado atrás. Aquella era una familia que se había curado y había seguido su vida sin mí.
Tragué saliva cuando mi madre me dio una palmadita en la rodilla.
—Me ha encantado oír tu voz hoy, Reeve. Tu padre y yo te echábamos de menos. Todos los días nos preguntamos cómo te irá. —Había tanto cariño y amor en su cara que quise inclinarme hacia delante y llevarme las manos a la tripa porque sentía como si me hubiesen dado una patada en el estómago.
Mi padre murmuró para darle la razón y siguió viendo la televisión. Yo tomé aire y clavé los dedos en la palma de la mano.
—Yo también os echaba de menos. Era difícil estar aquí. Demasiados recuerdos. —Iba a tener que decirle a mi madre que los recuerdos casi me ahogaban y preguntarle cómo conseguía ella que no le pasara.
—Bueno, los recuerdos son lo único que nos queda, así que intentamos aferrarnos con fuerza a ellos.
Conner sabía lo que estaba haciendo. Aquello iba a matarme mejor que una bala en el cerebro o un navajazo en el corazón. Estaba matando mi alma, asesinando mi espíritu, y el muy cabrón lo sabía. Iba a enturbiar los pocos recuerdos buenos a los que se aferraban mis padres. Esos recuerdos quedarían manchados para siempre cuando les dijera hasta qué extremos había llegado para vengarme del asesino de Rissa.
—Nos emocionamos mucho cuando ese agente tan guapo llamó a la puerta y nos dijo que tenía información nueva. Sabíamos que era imposible que Rissa estuviera metida en esas cosas tan horribles que nos dijeron cuando murió.
Empecé a sentir un sudor frío que me mojaba la piel y tuve que parpadear lentamente y obligarme a respirar.
—Ese agente os mintió, mamá. No tiene ninguna información nueva sobre Rissa. Ella murió porque su novio era un traficante y un proxeneta. Murió porque se enamoró de un mal hombre y él le hizo daño. Murió porque había tomado malas decisiones y al final estaba tan jodida como él.
Mi madre se llevó las manos a la boca. Mi padre me miró desde su sillón, pero no se levantó. Así que continué.
Suspiré y le dije a mi madre:
—El agente vino a veros porque conoce secretos sobre mí. Secretos horribles y oscuros, y quiere que os los cuente para que sepáis qué clase de persona es realmente vuestra hija. —Tuve que tomar aliento porque el horror que vi en la cara de mi madre estuvo a punto de dejarme sin palabras—. Quiere que os diga lo que hice cuando descubrí que Rissa había muerto. Quiere que confiese que me volví un poco loca, que me consumió la necesidad de venganza y la pena y al final yo también tomé malas decisiones. Ni siquiera sigue siendo agente federal, y no creo que lo fuera nunca. Tenía una placa, pero la usaba para sus propios fines, no para ayudar a la gente. Es un mal hombre y está intentando hacer daño a muchas personas. Me ha obligado a venir aquí para haceros daño.
Mi madre se puso en pie y comenzó a dar vueltas de un lado a otro frente a mí.
—¿De qué estás hablando, Reeve? Esto no tiene sentido. —Aún tenía esperanza. Lo notaba en su voz. Si no hubiera planeado ya matar a Conner, ahora lo haría. No soportaba tener que ser yo la que le arrebatara esa esperanza.
—Yo sabía que el novio de Rissa fue quien la mató, y sabía que iba a salir impune. Muere demasiada gente en La Punta como para que fueran a preocuparse por una joven, aunque estuviera embarazada. Era demasiado. Demasiado daño, demasiado dolor, demasiada injusticia. Decidí que tenía que aprender una lección del mismo modo que él la enseñaba, así que fui a hablar con Novak.
Mi madre soltó un grito ahogado y apartó la mirada. Miró a mi padre con los ojos muy abiertos y él al fin se levantó. Se acercó y le pasó un brazo por los hombros temblorosos.
—Le prometí cualquier cosa. Le habría entregado mi alma, mi cuerpo, todo mi dinero con tal de dejar de sentir toda esa rabia y ese dolor. Él me dijo que se encargaría del novio y eso hizo. —Agaché la cabeza para que el pelo me tapara la cara y noté que las uñas me rasgaban las palmas de las manos hasta hacerme sangre—. El novio de Rissa murió porque yo quería que muriese. Era la única manera de poder seguir viviendo.
Oí que mi madre murmuraba en voz baja antes de abandonar la habitación arrastrando los pies. Cuando finalmente levanté la mirada, estábamos solos mi padre y yo, y él me miraba como si fuera una desconocida.
—Nosotros te educamos mejor que todo eso. Toda forma de vida tiene valor y tú no eres quién para juzgar. No le dimos la espalda a Rissa cuando se metió en las drogas. No dejamos de quererla cuando empezó a vender su cuerpo por ese chico. Seguíamos valorando el bien que había en ella. ¿Cómo pudiste hacer eso, Reeve? ¿Cómo pudiste pactar con un monstruo como Novak? ¿Dónde está el bien en algo así?
—Sentía que tenía que hacerlo. Rissa se merecía algo mejor de lo que tuvo. —¿Cómo era posible que mi padre no quisiera que el hombre que había hecho daño a Rissa pagase por ello? ¿Por qué era yo la única que pensaba así?
—¿Y te hizo sentir mejor después? ¿Te trajo paz?
Solo pude negar con la cabeza. Parecía asqueado por lo que había hecho. No me sorprendía, pero aun así me dolía.
—No. Nada me trae paz.
—Porque no hay cura para la pena. Solo se puede esperar y, día tras día, poco a poco, empiezas a asumirlo. Pero lo que hiciste tú... —me miraba negando con la cabeza—... ni siquiera el tiempo puede enmendar esa clase de error. Siempre estarás ligada a un asesino, Reeve, y nosotros ya hemos tenido suficiente muerte y pérdida en esta familia. ¿Por qué has venido? Nos iba bien. ¿Por qué creías que teníamos que saber eso?
Tragué saliva para evitar que sus palabras me golpearan como puñetazos.
—No tenía elección. El agente que vino aquí está intentando vengarse de todas las personas que cree que le han perjudicado, y yo soy una de ellas. Ha amenazado con haceros daño a mamá y a ti si no me sinceraba. Y puede que os haga daño de todos modos, así que deberíais tener mucho cuidado. La venganza puede volver loca a una persona. —A mí me había pasado eso y no estaba ni la mitad de loca que Conner.
—¿Daño? Esa no es la palabra adecuada para describir lo que has hecho aquí hoy, Reeve. Perdimos a una hija por sus vicios y por haberse enamorado del hombre equivocado. Ahora perdemos a otra por su egoísmo y su impulsividad. No deberías haber venido. Si esto es lo que venías a traer, deberías haberte quedado lejos, muy lejos.
—Tenía que hacerlo. —Era cierto. Aquella era la reacción que esperaba, pero aun así me estaba desgarrando por dentro.
—Igual que tenías que hacer un trato con un hombre terrible para poder obtener tu venganza. «Tener que» y «querer» son criaturas muy diferentes. Creo que deberías marcharte.
—Lo siento.
Me puse en pie y me tambaleé hacia la puerta.
—Deberías sentirlo. —La voz de mi padre había sido dura durante toda la conversación. Yo había dejado a mi madre en un estado casi catatónico, pero a él le quedaron fuerzas para decirme—: No vuelvas, Reeve. Estábamos curados, habíamos seguido con nuestra vida sin ti.
Se habían curado porque él tenía razón: solo el tiempo y la aceptación de la pérdida permitían la curación. A mí todavía me quedaba por aceptar la muerte de mi hermana. Seguía anclada en ese momento, viendo la tierra cubrir el ataúd de Rissa mientras la rabia y la furia me devoraban por dentro. Nunca volvería a sentirme plena.
Abrí la puerta y salí a las escaleras de cemento que conducían hasta la puerta. Tropecé porque me sentía débil por el rechazo y la decepción, pero unas manos fuertes me agarraron. Últimamente parecía estar siempre allí para agarrarme cuando me caía. Ni siquiera levanté la mirada, simplemente me apoyé en su pecho y empecé a llorar. Titus no hizo preguntas. Solo me abrazó y me llevó hasta su coche. El vehículo resaltaba como un ejemplo de libertad y de justicia en aquel lugar sin ley y, una vez dentro, me desmoroné por completo. Los gemidos sacudieron mi cuerpo cuando puso el motor en marcha y se alejó de casa de mis padres. Era como estar dejando atrás todo mi pasado.
—No vuelvas a apagar el móvil.
Solté un hipido al oír su voz y parpadeé para secarme las lágrimas y ver dónde íbamos. La ciudad iba quedando atrás y fuimos ascendiendo a toda velocidad por La Colina y hacia las montañas. Yo nunca había subido tan alto. Había nacido y me había criado en la ciudad, así que lo más cerca que había estado de la naturaleza era paseando por la hierba en el programa de protección de testigos. El paisaje era oscuro e imponente, pero también hermoso.
—Tenía que hacerlo. Si hablaba contigo, sabía que me disuadirías o insistirías en venir conmigo. Conner me dijo que los mataría si no iba sola. Además, no era necesario que volviera a explicarte lo que había hecho. —Afrontar el desprecio de mi padre era difícil, pero verlo de nuevo en la cara de Titus me habría destrozado.
—Puede que Roark vaya a por ellos de todos modos.
—Puede. Pero se trataba más de destrozarme a mí que de hacerles daño a ellos. Él supuso que mi padre me miraría como si no quisiera volver a verme, y tenía razón. Le había dicho que nunca podría decirles a mis padres lo que había hecho. Admitirlo siempre fue uno de mis mayores miedos. Y resulta que tenía razón para temer. —Apoyé la frente en el cristal de la ventanilla y pregunté—: ¿Cómo me has encontrado?
Resopló y las ruedas derraparon cuando la gravilla se convirtió en tierra.
—Llamé a los federales. Aunque estoy un poco molesto conmigo mismo por no averiguar lo que significaba «casa» cuando me enviaste el mensaje.
Yo murmuré para darle la razón.
—¿Dónde vamos?
—A lo alto de la montaña. Allí solíamos hacer carreras por dinero. Bax tuvo una racha de suerte a los dieciséis años que hizo que los demás dejaran de hacerlo, pero sigue siendo un lugar agradable para pasar un rato tranquilo.
—No creo que la tranquilidad me venga bien ahora mismo. —Me sentía helada y anestesiada—. Pero gracias por venir a por mí.
Él blasfemó y el coche derrapó de nuevo, pero no parecía interesado en aminorar la velocidad. Su voz sonó áspera y rasgada cuando me habló.
—Mi madre es una borracha. Agarró una botella en cuanto nací y no la ha soltado desde entonces. Nunca le interesó mucho ser madre, pero era guapa y tenía la capacidad de atraer a hombres muy poderosos y peligrosos.
—Como Novak.
Asintió en la oscuridad y vi la rigidez de su mandíbula mientras me hablaba.
—Novak y mi padre, Elias King.
No pude evitar soltar un grito ahogado. La vida de Elias King era un cuento de terror que los padres contaban a sus hijos para que volvieran a casa pronto por las noches y no se descarriaran. El suyo era un nombre que se susurraba con miedo cuando las jóvenes oían sus fechorías a modo de advertencia. Elias King era un asesino en serie. Un hombre que había violado y asesinado a más mujeres de las que podía contar con los dedos de las manos y de los pies. Por no mencionar que, cuando al fin lo arrestaron, disponía de suficiente heroína para alimentar a todos los yonquis del estado durante años.
—No. —Era imposible que aquel hombre tan maravilloso, asombroso y correcto proviniera de alguien tan horrible como Elias King. Titus tenía monstruos en su interior, pero no podía creer que hubiera nacido de ellos.
—Sí. Creo que mi madre sabía lo que se proponía; eso fue lo que le hizo empezar a beber. Pero aprendió la lección y, cuando se quedó embarazada de Bax, tuvo el detalle de no marcar a su hijo con el apellido de un asesino. Durante toda mi vida yo he tenido a un asesino en serie siguiéndome allá donde voy.
—Dios mío, Titus. No tenía ni idea.
—No mucha gente lo sabe. No es algo que vaya anunciando por ahí, y King es un apellido bastante común, así que la gente no suele establecer la relación. Mi madre se quedó embarazada de mí poco antes de que él se fuera. Ni siquiera lo he visto nunca en persona. Solo sé lo que sabe el resto del mundo gracias a las noticias y a los medios de comunicación. Está condenado a muerte, pero no paran de posponer la fecha.
—Pero aun así... —Me quedé callada, intentando asimilar aquella revelación tan asombrosa.
—Cuando tenía quince años, tenía un amigo llamado Jordan. Su madre solía traerlo al taller de Gus y pasábamos el rato trasteando con los coches. Él era de La Colina, pero yo no le daba mucha importancia hasta que un día su madre le dijo que no hablara conmigo, no por mi padre, sino por el lugar del que provenía. Yo llevaba los genes de un asesino, pero ¿no quería que fuéramos amigos porque era pobre y de La Punta? ¿En serio? Fue una mierda, pero hizo que me diera cuenta de que mi vida siempre sería así. Ya era horrible llevar el apellido de un asesino, pero además era del lado malo de la ciudad y nadie querría tener algo que ver conmigo.
Yo respiraba entrecortadamente y el corazón me retumbaba en los oídos. No podía creer que estuviese contándome todo aquello. Dejándome entrar en la jaula donde tenía encerrados a sus monstruos.
—Bueno, resulta que la madre de Jordan pasaba mucho tiempo en el taller, y no porque tuviera problemas con el coche. Estaba allí porque se acostaba con Gus. Le dije que, si no me permitía ir a La Colina con ella, si no me daba la oportunidad de terminar el instituto e ir a la universidad para poder ser algo en la vida, se lo contaría todo a su marido. Gus, como era así, accedió a ayudarme si ella no cedía.
—¿Y qué hizo? —Apenas me salía la voz, fascinada como estaba por aquel lado oculto suyo.
—Había un vídeo. Gus no era tímido. La mujer me llevó consigo a su mansión, me metió en un instituto privado de La Colina y me dejó quedarme allí hasta que me gradué. Me abrí camino hacia el futuro con chantajes y dejé atrás a mi hermano pequeño para defenderse solo. Ojalá pudiera decirte que lo hice para poder volver y ayudar a Bax y a mi madre, para poder cuidar de ellos, pero lo hice porque quería ser algo más que un chico pobre de la ciudad. No era una cuestión de dinero; era cuestión de cómo me veía la gente. Con un uniforme me respetaban, y daba igual si estaba en La Colina o en La Punta. Importaba. En mi primer año patrullando me di cuenta de que podía cambiar las cosas. Podía evitar que los chicos como Bax se vieran atraídos por el mundo criminal. Podía ayudar a las chicas a trabajar en algo que no fuera una esquina. Podía cambiar las cosas y hacer algo útil, siendo mejor persona y alejándome todo lo posible del legado de Elias King. Quería que los inocentes, las personas que todavía tenían una oportunidad, tomaran las decisiones correctas, que tuvieran un futuro. Mis razones para ser policía no fueron tan nobles y altruistas como la gente cree, y tengo que vivir con ello. Por eso trabajo tan duramente, por eso todas las personas de mi ciudad, buenas o malas, me importan. Todos tienen decisiones que tomar, Reeve, y no siempre son las correctas. A veces son necesarias. El hecho de que hagas cosas malas no te convierte automáticamente en una mala persona. Hay una zona gris que tiendo a ignorar porque no me gusta recordar que yo también pasé mucho tiempo allí. Eso no es justo para ti.
El coche al fin se detuvo en medio de una nube de polvo. Los faros iluminaron el lugar frente a nosotros. La luna estaba alta en el cielo, abriéndose paso entre la neblina y las nubes. Era del mismo color que los ojos de Titus cuando estaba excitado, cuando se hundía dentro de mí.
—Hace tanto tiempo que mis padres no estaban en mi vida que no debería sentirme como si los hubiera perdido. Pero no es así.
—Yo me sentí así también cuando encerré a Bax. Sabía que él no entendería que tenía que hacer mi trabajo y, cuando salió, la primera vez que lo vi, me dio un puñetazo en la cara. Me odiaba. —Apagó el motor y estiró un dedo para enroscar en él un mechón de mi pelo.
—No dejes que gane Roark. Cuando todo acabe, vuelve a verlos y házselo entender.
Me volví hacia él. Tenía un aspecto feroz en la penumbra. Era como debían ser los héroes, sin importar el camino que hubieran seguido para convertirse en uno.
—Ni siquiera sé si yo lo entiendo. En su momento pensaba que era mi única opción. Ahora ya no estoy tan segura. —Me incliné sobre el espacio que nos separaba y le acaricié la mejilla con los nudillos. Tenía la barba muy crecida y le quedaba bien—. Últimamente lo único que entiendo es a ti, Titus.
Él me miró con una ceja levantada y preguntó:
—¿Qué es lo que entiendes de mí, Reeve?
—Que haces que todo sea mejor. Haces que yo sea mejor, y puede que nunca sea lo suficientemente buena para ti, pero me haces sentir que puedo estar cerca de lograrlo.
Deslizó una mano hasta mi muñeca y de pronto, sin darme cuenta, me pasó por encima de la palanca y del freno de mano hasta dejarme sentada a horcajadas sobre él, de espaldas al volante. No estaba en un coche así con un chico desde que era adolescente. Me gustaba. Mucho.
—Tú también haces que todo sea mejor, Reeve, y no algo suficientemente bueno, porque esto contigo es lo mejor que he tenido nunca. —Entonces me besó en los labios y no tuve oportunidad de decirle que ya habíamos dejado «esto» atrás y estábamos aventurándonos en el «más». Saber que Titus tenía defectos, que había tomado algunas decisiones cuestionables hasta convertirse en el hombre que era actualmente, me hacía quererlo más. El lugar del que él provenía era aún más feo que el mío, y eso me resultaba precioso. Igual que sus besos por el cuello mientras tiraba de mi ropa.
Me aparté ligeramente y lo miré a los ojos.
—Yo amanso a tu bestia a todas horas, Titus. Creo que, después del episodio con mis padres, necesito que tú intentes apaciguar a la mía. Le vendrían bien unas caricias y unos abrazos. —Deseaba hacerle a él lo que él me hacía a mí, pero de un modo distinto. Deseaba tratarlo con suavidad, con ternura, amarlo hasta que estuviera sin aliento bajo mis caricias y mis besos. Deseaba matarlo de cariño. Ambos habíamos tenido tan poco de eso en nuestras vidas que podríamos emborracharnos con ello y olvidarnos del resto del mundo durante un rato.
Él arqueó las cejas y apartó las manos de mi piel.
—Dámela a mí.
Cuando se la diera, tendría que quedarse con ella. Mi bestia hecha de amabilidad y compasión encajaría a la perfección con su bestia hecha de dureza y pelea.