Capítulo 10
Titus
Sentía como si un desconocido se hubiese instalado en mi cuerpo. Hacía y decía cosas que yo no haría ni diría, tomaba decisiones que yo no tomaría jamás. Yo quería achacarlo al cansancio, al estrés de haber estado a punto de perder a mi hermano, a la frustración que sentía por descubrir demasiado tarde quién era Roark y por qué había declarado la guerra a la ciudad. Pero la verdad era que yo había crecido en esas calles, había librado mi propia batalla para sobrevivir y convertirme en el hombre que era, así que tenía tanta mierda bajo las uñas como cualquiera. Las partes oscuras de mi ser siempre habían estado enterradas en mi interior, cubiertas por mi sentido del honor o mi deseo de hacer del mundo que me rodeaba un lugar mejor para los inocentes y desamparados. Las capas que ocultaban toda esa oscuridad y brutalidad iban haciéndose cada vez más finas, y lo que se dejaba entrever era la esencia misma del hombre que realmente era.
El alma de ese hombre no tenía reparos en absorber todo lo que pudiera de Reeve. Ella hacía que las aristas fueran más redondeadas. Aquellos ojos azul marino me proporcionaban calma y esa boca, y las cosas que hacía con ella, hacía que el zumbido de todas las cosas malas que me acompañaban a casa se acallara durante unos minutos. Era como la belladona. Hermosa y suave por fuera, delicada al tacto. Pero, cuando se te metía dentro, cuando consumías alguna parte de ella, sabías que era mortífera. Por dentro era tan peligrosa como yo, después de aquel polvo animal en el salón, me daba cuenta de que ya no me importaba. Ya no quería buscar razones para mantenerme alejado. Me gustaba estar con ella. Me gustaba que quisiera asegurarse de que estuviese bien. Me gustaba que me mirase como si lo fuera todo para ella y, al minuto siguiente, me desafiara a darle todo lo que tuviera. Estaba harto de obligarme a sentirme mal por el deseo que me atraía hacia ella. En su lugar quería dar rienda suelta a ese deseo.
Siempre tenía cuidado durante el sexo, y no solo con la protección. Sabía que tenía tendencia a ponerme intenso, a olvidar que mi compañera no sentía la misma necesidad de olvido que yo. En más de una ocasión el sexo había acabado mal porque yo había dejado suelta a la bestia y la chica no había podido soportarlo. A Reeve no le importaba. No es que tentara a la bestia que merodeaba en mi interior, es que la pinchaba con un palo y la provocaba para que saliese a jugar. Despertaba partes de mí que con frecuencia olvidaba que existían. Exigía más y más.
Era la misma bestia interior que me exigía mostrarle a Roark lo que se estaba perdiendo. La deseaba, y me sentía tan vulnerable y cargado de emociones después de que Bax se despertara al fin que sabía que cualquier muestra de compasión o ternura en su dulce rostro me haría abalanzarme sobre ella. Fue una ventaja añadida el poder restregárselo a Roark por la cara. Fue algo grosero. No fue elegante y tanto ella como yo nos merecíamos algo mejor que eso, pero, en cuanto me dijo que todo iba a salir bien, perdí la cabeza. Tal vez fui demasiado lejos, quizá me dejé llevar por el ansia y la necesidad, pero el resultado habría sido el mismo. La habría poseído. Estaba destinado a dejarme llevar con o sin Roark mirando. Y además aquel pequeño acto de venganza me hizo sentir bien. Esperaba que Reeve no me lo echara en cara. Pensaba explicárselo todo y aclararle mi momento de enajenación y lujuria en cuanto hubiera dormido un poco y no sintiera que mi cerebro estaba hecho de algodón dulce.
Salí de la ducha, me froté la cabeza con una toalla y me envolví la cintura con otra. La cama situada sobre la plataforma elevada parecía el paraíso, y apenas lograba mantener los ojos abiertos mientras me dirigía hacia ella. Estaba tan cansado que ni siquiera me fijé en que Reeve estaba sentada al borde del colchón hasta que me dejé caer y estuve a punto de darle una patada. Se había puesto unos pantalones negros ajustados y un jersey ancho que dejaba al descubierto uno de sus hombros. Llevaba el pelo recogido en una coleta en lo alto de la cabeza y, a los ojos del mundo, parecía una chica normal preparándose para entrar a trabajar en algún salón de belleza moderno. Pero no había nada normal en aquella mujer, y las cosas que la hacían tan complicada eran las mismas que la hacían tan tentadora.
—¿Dónde crees que vas? —le pregunté con voz cansada.
—Tengo que hacer un recado. Me va a llevar Booker. Tengo que salir de aquí durante unas horas.
Había estado allí metida todo el tiempo que yo había pasado en el hospital. Probablemente estuviera volviéndose loca. Estaba cumpliendo órdenes y pasando desapercibida. Yo era un imbécil por no pedir prestado un teléfono o incluso utilizar el de la habitación de Bax para decirle cómo estaba la situación. Se merecía un descanso y la oportunidad de salir del loft, pero yo era un cabrón egoísta y quería que se quedara conmigo. Quería que me dijera que todo saldría bien una y otra vez, y desde luego no quería que se acercara a Booker después de lo que había ocurrido entre nosotros en el salón. Si hubiera estado al cien por cien de mis energías, tal vez hubiera podido expresar todo lo que sentía con palabras que ella pudiera entender. Pero, como estaba al cincuenta por ciento, volví a convertirme en el tío en que me convertía cuando estaba con ella, el tío salvaje y codicioso consumido por el deseo. El que saqueaba sin preguntar. El que se olvidaba de ser civilizado.
Me incorporé para poder rodearla por los brazos y tirar de ella mientras me dejaba caer sobre la cama, de modo que aterrizara encima de mí. Me giré para quedar tumbado de costado con su espalda pegada a mi torso. Había perdido la toalla en algún momento, pero estaba demasiado cansado para que me importara, y su postura rígida según la abrazaba indicaba que no le interesaba lo más mínimo el hecho de que yo estuviera desnudo y abrazándola junto a mí. Me daba igual. Sentí que se me aceleraba el corazón y que mis miembros comenzaban a pesar. Hundí la nariz en su pelo y aspiré su esencia floral y femenina. Nada en toda la ciudad olía tan bien.
—Necesito dormir. Quédate conmigo una hora y después te llevaré donde quieras ir. Tengo que volver al hospital de todos modos. —Hablaba medio dormido y no supe si había llegado a pronunciar las palabras o si las había imaginado mientras la oscuridad iba envolviéndome.
Reeve se retorció contra mí hasta que yo la apreté con más fuerza entre mis brazos y le coloqué una mano sobre el vientre para que se estuviese quieta. Me aseguré de que cada centímetro de su cuerpo estuviese pegado al mío. Aquello era un sueño hecho realidad.
—Dormirás mejor si tienes la cama para ti solo. —Me susurró las palabras, pero yo las oí como si las hubiera gritado.
—No es verdad. Todo parece mejor cuando tú estás cerca. Dame solo una hora, Reeve. Por favor. —Aspiré su olor y supe que no podría seguir discutiendo en cuanto me relajara. Siempre parecía estar pidiéndole que me diera cosas, algo que iba en contra de mi carácter. Yo nunca acaparaba; al menos hasta que ella regresó a la ciudad.
No podía mantenerme despierto por más tiempo para ver si accedía a quedarse o no, pero, cuando al fin el sueño me atrapó, me dormí pensando en un prado tranquilo y en un cielo a punto de volverse azul marino.
Cuando me desperté, el loft estaba a oscuras y ya era bien entrada la tarde. Desde luego había dormido más de una hora, según el reloj digital que había junto a mi cartera, mi pistola y mi placa sobre la mesilla. Me desperté solo. No debería haberme sorprendido después de haberla presionado y acosado como un maniaco. Era una chica dura, pero cualquier chica necesitaba un poco de delicadeza y yo no le había ofrecido ninguna. Daba igual lo que hubiera hecho en el pasado, las decisiones que hubiera tomado y que nos situaban en lados opuestos de la ley, aun así se merecía lo mismo que cualquier otra chica dispuesta a entregarse, y yo no le había dado nada cuando se lo merecía todo por cuidar de mí.
Maldije en voz baja, me tapé los ojos con el brazo y traté de no pensar en todo lo que había hecho mal en lo referente a Reeve. Todo empezó cuando se la entregué a Roark. No debería haber permitido que una placa me hiciera creer automáticamente que él era uno de los buenos. Yo lo sabía bien. Eran policías corruptos los que me habían llevado malherido hasta Novak. Eran policías los que engrosaban las nóminas de los jefes del crimen desde antes de que yo me hiciera detective. Cada vez resultaba más difícil encontrar gente honrada, y aun así me habían repulsado tanto sus actos, me había escandalizado tanto que una chica tan guapa hubiera hecho algo tan horrible, que solo había querido borrarla de mi vista y de mi mente. Pensaba que, estando en manos del policía federal, el deseo que sentía cada vez que la miraba dejaría de luchar contra mi mente, que me decía que solo me traería problemas. Quería que fuese el problema de otro porque me sentía culpable por desearla. Pensaba que me traería problemas, pero eso no me impidió admirar su sinceridad desmedida al confesar las cosas horribles que había hecho. El tira y afloja de mis sentimientos hacia aquella belleza problemática hizo que me deshiciera de ella lo más rápido posible antes de hacer una estupidez como llevármela a la cama o enamorarme de ella.
Oí abrirse la puerta suavemente y después el ruido de los zapatos sobre el suelo. Aparentemente estaba intentando no hacer ruido por si acaso yo seguía dormido, así que grité:
—Estoy despierto.
Ella no respondió, pero oí que sus pasos cambiaban de dirección y empezaban a subir las escaleras.
—No quería despertarte. Parecía que necesitabas descansar. —Llegó arriba, recorrió mi cuerpo con la mirada y se sonrojó.
Yo miré hacia abajo y sonreí. Seguía tumbado sobre las sábanas y completamente desnudo. Solo bastó que ella estuviese en la misma habitación para que mi pene comenzase a agitarse con interés.
—Así es. No pensaba con claridad. ¿Te has encargado de lo que tenías que hacer?
Habría jurado ver un brillo de culpabilidad en su mirada, pero entonces centró la atención en lo que estaba sucediendo por debajo de mi ombligo y su expresión cambió.
—Sí. Booker se ha encargado de ello, y además te he comprado esto —murmuró ligeramente cuando sacó una cajita del bolso y me la lanzó. Aterrizó sobre mi pecho con un golpe seco. Levanté el teléfono móvil y la miré con una ceja arqueada.
—¿Me has comprado un teléfono?
Ella se encogió de hombros y se quitó el bolso. Lo dejó caer al suelo con un fuerte golpe e hizo una mueca. Yo fruncí el ceño y cambié de postura para poder pasar las piernas por el borde de la cama. No estaba acostumbrado a que alguien hiciera algo por mí, y cada vez que me daba la vuelta ella estaba haciendo algo considerado y amable.
—Gracias.
—Bueno, dijiste que no tenías y supuse que necesitabas uno de usar y tirar, ya que es probable que Roark esté rastreando todo lo que haces. No es para tanto. —Se mordió el labio inferior y a mí se me puso dura al instante. No podía fingir que no estaba prestando atención a todo lo que hacía. Estaba totalmente desnudo en más de un sentido y ella lo veía todo—. ¿Quieres vestirte e ir a ver a Bax? Yo iré contigo si no te importa. Quiero ver cómo está Key.
Me froté la cara con una mano y giré el cuello hacia un lado. El crujido que emitió fue tan fuerte que ella lo oyó desde donde estaba.
—¿Key?
—Keelyn... Honor, como sea que la llames tú. Solía venir al salón de belleza en el que trabajaba yo antes de... —Se quedó callada. Antes y después siempre parecían ser indicadores importantes—. El caso es que nunca ha tenido una vida fácil y no tiene muchas amigas porque es un poco perra, pero a mí siempre me ha caído bien. Creo que le gustaría ver una cara amiga.
—¿Amiga? ¿No os disteis una paliza la una a la otra la semana pasada?
Volvió a encogerse de hombros y se acercó un poco más. Se humedeció los labios y se quedó mirando la erección que ahora se alzaba firme entre mis piernas.
—En La Punta no hay mucha diferencia entre amigo y enemigo. A veces la misma persona desempeña ambos papeles.
La tensión que había entre nosotros crepitaba como si fuese algo vivo. La electricidad circulaba de un lado a otro.
—Reeve, ven aquí. —Bajé la voz y empecé a notar el calor espeso y denso en las venas.
Ella ladeó la cabeza hacia un lado y entornó los párpados de forma casi imperceptible.
—Mejor no. Te he dado la hora que pedías, Titus. Creo que no estoy preparada para darte nada más ahora mismo. Sé que quieres que Roark dé el siguiente paso. Sé que estás furioso porque ha estado a punto de matar a Bax, pero nadie gana una partida así si todos los que juegan son peones.
Mierda. Sabía que estaba cabreada por lo de las ventanas, y aun así se había quedado conmigo mientras dormía. Eso me dio ganas de agarrarla y aprisionarla bajo mi cuerpo para siempre.
—Tú no eres un peón, pero yo soy un idiota. Mira, cuando entré por esa puerta tenía tantas cosas en la cabeza... —Me quedé callado y tomé aliento—. Apenas podía soportar los nervios mientras esperaba a ver si Bax sobrevivía, y entonces abrió los ojos. Tenía que explicarles a todas las personas que me importan que el legado de Novak seguirá jodiéndonos la vida. Tenía que decirle a Bax que tiene otro hermanastro aparte de mí, y que este quiere matarlo. —Negué lentamente con la cabeza mientras la miraba—. Todo eso tenía que ir a alguna parte, y esa parte fuiste tú. Te deseaba, Reeve. Vine aquí a verte en vez de irme a mi casa o al apartamento del centro. La jodí, pero lo que pasó entre nosotros tiene que ver contigo y conmigo, no con él.
Ella arrugó la nariz como si estuviera reflexionando sobre la validez de mis palabras. Así que le tendí una mano.
—Ven aquí y te lo demostraré. Las persianas están bajadas. No hay nadie en esta habitación salvo tú y yo. Te deseo con o sin público. Te lo demostraré si vienes aquí.
Reeve estaba dudando. Sus ojos me decían que quería recorrer la distancia que nos separaba, pero la rigidez de su cuerpo y sus pequeños puños apretados me decían que no me creía del todo cuando le aseguraba que nuestro anterior encuentro había estado basado en el deseo y la pasión, no en el orgullo masculino y en la sed de venganza. Eso me hizo sentir fatal. Ahora que ya había dormido y no me sentía abrumado por un sinfín de emociones que era incapaz de nombrar, sabía que en aquel momento la deseaba a ella más de lo que deseaba vengarme de Roark por lo que le había hecho a mi hermano.
—¿Alguna vez te he dado razones para dudar de mí antes de esta mañana? —le pregunté suavemente.
Al fin relajó los dedos un poco y dio un paso hacia mí.
—No, pero tampoco hace tanto tiempo que nos conocemos.
—No tengo ningún plan oculto. Sabes que te deseo y que es complicado porque te necesito para llegar hasta Roark. Admito que ninguno de los dos estaba fingiendo realmente sentirse atraído por el otro y que algo estaba destinado a pasar entre nosotros. Ahora que ha pasado, ya no intento frenarlo. Tú me deseas, aquí me tienes.
Reeve dio otro paso más y estiró la mano hasta que las yemas de sus dedos rozaron los míos.
—El problema no es el deseo, Titus. Es todo lo demás.
Llevaba razón, pero no podía pensar en eso hasta haber encerrado a Roark. Esa era otra batalla que tendríamos que librar y no sabía en qué estado estarían los luchadores cuando llegara el momento de luchar o sacar la bandera blanca. Como ya estaba a mi alcance, la agarré de la muñeca y tiré de ella hasta que quedó situada entre mis piernas. Mi pene apuntaba felizmente hacia ella. Coloqué las manos en sus caderas e incliné la cabeza hacia delante para apoyarla entre sus pechos. Ella enredó los dedos en mi pelo y me estremecí de placer. Estaba intentando calmarme, pero me pregunté si sabría que sus caricias tenían el efecto contrario. Me daban ganas de devorarla, y eso era justo lo que iba a hacer.
—No puedo hacer más ahora mismo, Reeve, esto es lo único que tenemos. Es esto o nada. —Le pasé la mano por detrás hasta ponerla en su trasero y la acerqué más. Cuando estuvo pegada a mí, comencé a subir las manos por su espalda bajo el jersey ancho. No parecía llevar nada debajo. No había sujetador que me estorbara mientras deslizaba la palma de la mano por su columna y me llevaba con ella la prenda.
Me soltó la cabeza y me rozó los hombros con las manos. Su caricia me hizo estremecerme y, cuando le hube quitado el jersey, la estreché contra mí y tiré hacia la cama para que quedara tendida encima de mí. Quería que estuviese tan desnuda como yo, así que le di la vuelta para ponerla debajo y comencé a quitarle los pantalones antes incluso de que me diera luz verde. Metió tripa al tomar aire cuando empecé a bajárselos por sus piernas kilométricas.
—Entonces supongo que es esto —dijo con voz aterciopelada mientras yo le quitaba las botas y volvía a subir para quedarme suspendido sobre su cuerpo. Mi erección acariciaba sugerentemente la piel de su vientre. Siempre me resultaba agradable, incluso cuando no la estaba tocando.
La miré y le prometí con todo mi corazón:
—Haré que esto merezca la pena. Haré que esto sea suficiente hasta que podamos tener más. Esto me importa, sea lo que sea, y por ahora esto es todo, ¿de acuerdo?
Ella me miró con solemnidad durante unos segundos, el tiempo suficiente para que mi pene se impacientara y se moviera contra su cuerpo como si tuviera voluntad propia. Eso le hizo arquear una ceja y noté un vuelco en mi interior al ver su media sonrisa.
—De acuerdo —dijo—. De todas formas, esto contigo es mucho mejor que todo lo demás con cualquier otro.
Iba a ser mi perdición. Iba a ser mi corrupción y mi vicio. Iba a ser mi adicción y mi compulsión y yo me iba a lanzar de cabeza sabiendo que el aterrizaje iba a ser duro para ambos.
Le di un beso apasionado en la boca. Un beso salvaje, pero no me detuve ahí. Podría perder la noción del tiempo besándola, disfrutando de sus suaves mordiscos, lamiéndola entera como si fuera un dulce. Me dejó besarla hasta que ambos quedamos sin aliento, hasta que nos dolía, y me encantó. Me encantaba que me permitiera hacer mi voluntad con ella sin dudar, sin miedo, pero no era eso lo que quería en esta ocasión. Ella siempre daba; ahora me tocaba a mí. Solos ella y yo y todo lo que yo pudiera darle. Todo lo que deseara darle.
Me acomodé entre sus piernas y comencé a bajar por su cuerpo. La besé en el cuello y sentí su corazón acelerado bajo mis labios. La besé en mitad del pecho y observé cómo con esa simple caricia sus pezones se endurecían. Me acerqué para succionar cada uno de ellos. Les hice el amor con los labios y con la lengua hasta que ella no paraba de retorcerse bajo mi cuerpo, clavándome las uñas en la piel. Abandoné los pezones húmedos y brillantes y seguí bajando para poder lamer la planicie de su vientre. Se estremeció de placer cuando hundí la punta de la lengua en su ombligo y después susurró mi nombre cuando llegué hasta la cima de sus pliegues húmedos. Movía las piernas incansablemente a ambos lados y yo le agarré las rodillas, le separé más las piernas y me arrodillé frente a ella en el suelo.
Brillante. Hermosa. Secreta. Prohibida. Esquiva. Misteriosa. Reeve era todas las cosas por las que los hombres rompían las normas que yo había cumplido desde el inicio de los tiempos, y estaba tumbada frente a mí como un banquete para los dioses. Se suponía que debía ser una cuestión de dar, no de recibir, pero, cuando me miró con aquellos ojos azul oscuro, no pude negar que yo estaba recibiendo tanto como estaba dando. La igualdad de aquella situación me embriagó y me resultó extrañamente tranquilizadora. Era como si las cosas entre dos personas tuvieran que ser justo así, y jamás había experimentado algo parecido.
Deseaba tocarla, pero sobre todo deseaba saborearla. Su brillo me atraía. Me incliné hacia ella, utilicé la yema del pulgar para frotar sus pliegues resbaladizos y encontré su clítoris cargado de deseo. Al primer roce de mi lengua ella arqueó la espalda sobre la cama. Al segundo tiró de mí y agitó la cabeza de un lado a otro. Tenía los ojos cerrados y respiraba como si hubiera corrido un maratón. Estaba excitada y caliente como el infierno mientras se movía al ritmo de mis lengüetazos sobre sus zonas más sensibles.
Añadí el roce de los dientes y cambié de postura para poder añadir un dedo o dos a la ecuación. Ella dobló las piernas a ambos lados de mi cabeza y clavó los talones en el borde del colchón. Sus músculos internos me apresaban, tiraban de mí, y hacían que mi excitación palpitara en mi interior. Notaba que se acercaba, sentía que cada vez estaba más tensa y más húmeda según la estimulaba. Habría pasado días enteros con la cara entre sus piernas, pero quería que se corriera, quería ver cómo se precipitaba al abismo. Levanté la mirada y gemí contra su sexo, lo que le hizo gritar mi nombre.
Ahora tenía los ojos abiertos y me miraba. Tenía un intenso rubor en las mejillas y en el pecho. Se había llevado las manos a las tetas y se acariciaba los pezones con los dedos. Joder, era perfecta. Tenía los ojos casi negros de pasión y vi que estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Era hermosa, y me encantaba el sabor que dejaba en mi lengua y su tacto húmedo en mis dedos.
Ejercí un poco más de presión, introduje otro dedo y eso fue todo. Prácticamente levitó sobre mi boca y su torrente de deseo me consumió. Mientras se estremecía y convulsionaba a mi alrededor, me aparté lo justo para darle un beso en la cara interna del muslo. Aún no me había afeitado, así que dejé un rastro de humedad allí donde se posaban mis labios. Resultaba sexy como el infierno.
Me incliné hacia un lado para poder alcanzar la cartera y di gracias a Dios por haber escuchado la voz interior que me decía que iba a necesitar más de un preservativo si iba a estar cerca de ella. Lo saqué y se lo entregué a Reeve, que me miraba con rubor y con los párpados hinchados. Me agaché para besarla como deseaba, con mucha lengua y sin darle un respiro. Ella no tardó en agarrar mi miembro erecto y enfundarlo en el preservativo. Cerré los ojos un instante cuando deslizó las manos entre mis piernas y me apretó suavemente las pelotas. No tenía límites y creo que eso era lo que más me gustaba de ella.
Coloqué las manos en la base de su cabeza y utilicé los pulgares para echársela hacia atrás todo lo que permitían su postura y la cama. Agaché la cabeza para poder mordisquearle el cuello y le separé las piernas para poder abrirme paso hacia su interior caliente. Incluso a través del látex, me abrasaba. Tan ardiente. Tan húmeda. Tan codiciosa, con sus músculos internos acogiéndome y rodeándome. Yo deseaba hundirme en ella, saciar aquella necesidad que me comía por dentro. Se suponía que aquello era para ella, para demostrarle que esto era algo, quizá no algo más, pero sí algo al fin y al cabo. Yo tenía delicadeza, maldita sea, y la emplearía incluso aunque me cortara la respiración.
Ella subió las manos por mi espalda y me rodeó con ellas los hombros. Levantó las piernas por mis costados y noté que me clavaba los talones en el culo, instándome a acercarme más. Sin pensármelo, le clavé los dientes en la piel y ella gimió en respuesta.
—¡Titus, muévete! —No fue un suspiro o una sugerencia, sino una orden, y fue más excitante que cualquier otra cosa.
Se arqueó contra mí, se aferró a mí y se movió bajo el filo de mis dientes. Me arañó la espalda con las uñas y aquello fue suficiente para hacerme perder el control. Di un gruñido e hizo lo que me pedía. Me moví.
Le levanté más aún las piernas y la embestí. No tuve delicadeza. No tuve cuidado. No fui elegante ni romántico... simplemente la poseí y ella me lo permitió una y otra vez.
Fue algo sudoroso. Algo agresivo. Fue ruidoso y casi brutal mientras nuestras manos se buscaban, mientras nuestros cuerpos luchaban por pegarse más. Fue la mejor experiencia sexual que había tenido en mi vida.
Me olvidé de que llevaba barba y eso irritaba su piel mientras devoraba su cuello y su boca sin parar. Metí una mano entre nosotros, agarré uno de sus pezones con el pulgar y el índice y lo pellizqué hasta que gritó cuando el placer se convirtió en dolor. Me habría disculpado, pero supe que le gustaba al notar su placer humedeciendo la superficie de mi polla mientras entraba y salía de ella a un ritmo frenético. Era perfecto. Todo en ella, hacer aquello con ella era tan increíblemente perfecto que me volvía loco. Lo notaba subiendo por mi columna. Lo notaba quemándome en las pelotas. Lo notaba mientras mi miembro la embestía cada vez con más fuerza.
—Más. Quiero más.
Se le quebró la voz y eso fue todo para mí. No podía darle más, como ella deseaba, pero sí podía darle aquello.
Le levanté las caderas y la embestí con tanta fuerza que nuestras pelvis chocaron de un modo casi doloroso. Clavé los dientes en su labio inferior y succioné. Eso bastó para que se precipitara de nuevo al abismo. Gritó mi nombre contra mis labios y sentí que su cuerpo se convulsionaba a mi alrededor. Yo también estaba a punto, así que, cuando aquellos ojos oscuros me miraron con placer y satisfacción, me dejé llevar. Se lo entregué todo y, como había hecho desde que regresara a mi vida, ella lo aceptó sin queja alguna.
Me dejé caer encima de ella, respirando entrecortadamente y cubierto de sexo y de sudor. Jadeé contra su cuello mientras ella deslizaba las manos por mi espalda arriba y abajo. Me sentía ligero. Como si lo único que importase en aquel momento fuésemos ella y yo, razón por la cual no podía darle más. Ya tenía demasiado.
—Esto tiene que bastar por ahora. —Pronuncié las palabras, pero supe que les faltaba la fuerza necesaria para sonar convincentes.
—Por ahora. Vamos a limpiarnos para que puedas ir a ver a tu hermano.
Murmuré y me quité de encima para que pudiera levantarse. No quise decirle que tal vez aquel fuese el único momento que tuviéramos juntos en caso de que no pudiera atrapar a Roark antes de que él me atrapara a mí.