Capítulo 7
Reeve
Podía tolerar muchas cosas. Era inmune a las palabras desagradables y no tenía mucho aprecio por la gente que las usaba sin cuidado. Me había acostumbrado a oír que era una rata. Con frecuencia la gente murmuraba que me dedicaba a apuñalar por la espalda. Me habían llamado chivata, traidora, pero peor aún era la decepción que veía en los ojos de Titus cada vez que me acercaba y se daba cuenta de quién era realmente la que le estaba tocando, qué tipo de mujer era la que hacía que sus ojos perdieran el color y ardieran de deseo. Me destrozaba la poca dignidad que me quedaba cuando me miraba así, porque la decepción no iba dirigida a mí, sino hacia sí mismo. Luchaba contra su deseo, contra esas cosas tan poderosas que surgían dentro de él cuando nos tocábamos, y me dolía que no se rindiera. No estaba segura de si Titus sabría realmente que esas cosas estaban allí, pero yo las veía en él, y las veía más claras cuanto más se esforzaba él en negarlas. Al policía le atormentaba algo más que su deber de servir y proteger, y yo deseaba hurgar en eso.
Al parecer, la situación entre el guapo detective y yo molestaba también a Honor. Yo conocía a Keelyn Foster fuera de Spanky’s porque era una de mis clientas habituales cuando trabajaba en el Distrito cortando el pelo. Era dura como el acero, decía lo que pensaba y, si alguna vez hubo una reina en La Punta, esa era ella. Era resistente e increíblemente guapa. También era muy sincera y no tuvo reparos en decirme a la cara que Titus era un buen hombre, demasiado bueno para mujeres como yo, y que sería mejor que apartara mis manos ensangrentadas de él. Debió de ser ridículo. Me dijo aquello vestida solo con un tanga brillante y unos zapatos de tacón altísimos que hacían que casi fuese de mi misma altura. Pero lo vi en sus ojos grises y fríos. Realmente pensaba que Titus estaba por encima de mí, pensaba que yo iba a enfangarlo y a arrastrarlo hasta el nivel donde ella y yo nos encontrábamos, y no le parecía bien. Me fastidió, tal vez porque hubiera algo de verdad en ello, tal vez porque supiera que a Honor le preocupaba realmente el daño que podría sufrir la reputación de Titus al relacionarse conmigo. Yo solo deseaba ayudarle y, en cuanto me daba la vuelta, alguien me escupía a la cara que iba a hacerle daño quisiera o no.
Le dije a Honor que se apartara. Le dije que Titus era un hombre adulto capaz de decidir él solito con quién quería pasar su tiempo. Ella entornó los ojos de un modo especulativo y cruzó los brazos por encima de sus pechos desnudos. Debería haber resultado algo ridículo y vulgar, pero no fue así. Parecía feroz y protectora, como una antigua guerrera amazona, y eso me alteró más aún. A mí me preocupaba Titus tanto como a ella. Dios, estaba totalmente colada por ese tío, tenía un encaprichamiento provocado por las primeras impresiones que iba convirtiéndose en algo más profundo a medida que descubría más cosas sobre su deseo de cuidar de los inocentes. Yo era la que más arriesgaba y la que más tenía que perder en aquella farsa que estaba desarrollando con él.
Ella me dijo entonces que sabía que tramábamos algo, que de ninguna manera el guapo detective cabrearía voluntariamente a su hermano saliendo conmigo, y que además no se mostraría tan cariñoso y tocón porque no era así con nadie. Lo que terminó de molestarme fue la suposición de que ella conocía a Titus mejor que yo, que sabía bien cómo actuaba. Sin pensar le clavé el dedo en el pecho y le dije que obviamente él se mostraba así de cariñoso y tocón con alguien a quien deseaba de verdad. Ella me dirigió una mirada depredadora y, sin poder evitarlo, reaccioné, me abalancé sobre ella y la tiré al suelo sin darle oportunidad de defenderse. La primera norma de La Punta era no mostrar jamás ninguna clase de debilidad, así que ataqué antes de que me atacara ella. Era la lógica de la calle.
No nos tiramos del pelo. No chillamos delicadamente. No. Nos enzarzamos a puñetazos. Incluso me agarró la cara interna del muslo con la punta de uno de sus tacones letales e hizo que empezara a sangrarme la pierna. Me dolió mucho, pero también me dolieron sus acusaciones, razón por la que me abalancé sobre Titus en cuanto la puerta del cuarto de baño se cerró tras él.
No pensaba con claridad. El calor de sus manos al apartarme de encima de la stripper, el brillo cegador de sus ojos al contemplar mi cara ensangrentada... todo eso me nubló el cerebro. Solo pensé en que yo también quería lo mejor para él y que, pese a resistirse, él también me deseaba. Así que le rodeé el cuello con las manos, noté las cosquillas que sus pelillos cortos me hacían en las yemas de los dedos y lo besé tras decirle que tenía razón al asegurar que sí que pasaba algo.
Me aferré a él con fuerza porque supuse que me apartaría, pensé que me diría que aquello era demasiado y que no había nadie allí ante quien seguir fingiendo. Supuse que se apartaría y me miraría con desprecio en sus ojos azules.
Sin embargo, obtuve algo completamente inesperado por parte del serio y decidido Titus King. En vez de distancia, me empotró contra el lavabo con tanta fuerza que el borde se me clavó en los muslos. En vez de desdén, me encontré con un hombre que me besaba con la misma ferocidad que yo a él. Me encontré con un muslo pegado al mío mientras me separaba las piernas y con una erección que resultaba imposible de ignorar, incluso con las capas de ropa que tenía pegadas a mis zonas más sensibles, y que de pronto estaban húmedas y ardientes.
Di un respingo cuando Titus le dio un codazo al soporte metálico del papel y lo tiró al suelo al levantar una mano para agarrarme del cuello y meter la otra por debajo del dobladillo de la camiseta que me había comprado. El baño era pequeño y Titus no lo era. No había mucho espacio para maniobrar y aun así logró subirme al lavabo y sacarme la camiseta por encima de la cabeza sin romper nada más y sin hacerme daño.
Yo respiraba entrecortadamente y estaba segura de tener los ojos muy abiertos mientras me aferraba a él como si fuese el último salvavidas que encontraría jamás y, sin él, fuese a ahogarme inevitablemente. Me incliné hacia delante y volví a besarlo, saboreé la sangre y aquella pureza tan propia de Titus. Su sabor era igual que su presencia: fuerte, seguro y potente. Sabía a justicia y a honor. A redención y a arrepentimiento. Sabía a bondad, y yo sabía que nunca me cansaría de aquello.
Enredé mi lengua en la suya. Succioné y dejé que me llenara desde dentro. Clavé las uñas en su piel al sentir que tiraba con impaciencia del sujetador que acababa de comprarme. El tejido negro no fue rival para sus dedos insistentes y pensé que iba a desmayarme de placer cuando me acarició el pezón con el pulgar. Jadeé contra su boca y él me acercó más a la erección que palpitaba bajo sus pantalones, siguió besándome con más firmeza y me hizo ver luces a mi alrededor.
Había quienes me habían tocado en el pasado, hombres que sabían lo que hacían, que me hacían sentir deseada, hermosa y necesaria. Pero nadie me había hecho sentir poseída y devorada como lograba Titus. Lo notaba en las caricias de su pulgar sobre mi pecho, lo notaba en la fuerza de sus dedos en mi nuca, lo notaba en la presión de su pierna cuando me acercaba más y más a él. Estaba por todas partes, incluso donde no nos tocábamos, y tenía la impresión de que jamás podría dejarlo a un lado, lo que significaba que tendría que meterme dentro de él y buscar mi espacio allí.
Me encantaba el Titus serio y gruñón al que atormentaba a diario. Pero el Titus descontrolado era irresistible mientras me acariciaba el pecho y resoplaba contra mi cuello cuando metí una mano entre nosotros y comencé a estimular su erección a través del pantalón. Su lado salvaje cuando lo dejaba en libertad era la cosa más embriagadora que jamás había visto y sentido, y sabía que lo mejor sería aprovechar cada segundo, porque, cuando recuperase el sentido común, Titus se enfurecería por haber dejado abierta la jaula y haber permitido que su bestia interior deambulase libre durante unos minutos robados en el cuarto de baño de un club de estriptis.
Agarré la tela vaquera que le separaba de mí y eché la cabeza hacia atrás bruscamente cuando su boca abandonó la mía y aterrizó con precisión sobre el pezón que había estado atormentando con su pulgar. Sentí el fuego inundando todo mi cuerpo y en los oídos comenzó a zumbarme algo que iba más allá de la pasión.
Su boca era ardiente y codiciosa. Me sorprendía y excitaba sobremanera que mi leal detective no recurriese a las caricias suaves. Utilizaba con brusquedad las manos y los dientes. Titus era áspero y resultaba increíble. Murmuré su nombre e intenté meter las manos por debajo de su cinturón de cuero, pero no había suficiente espacio. Estábamos demasiado pegados el uno al otro y él me tenía atrapada mientras consumía mi piel con la boca. Yo jadeaba y me retorcía, deseaba poder tocarlo también, pero no me dejaba. De hecho, aquellos dedos fuertes me tiraron del pelo hasta que me lloraron un poco los ojos.
—Para. —Su voz sonó rasgada y vibró contra mi garganta cuando abandonó mi pecho y me clavó los dientes en el cuello, que se estremeció bajo sus labios.
—Quiero tocarte. —Sonaba desesperada y ñoña. Dos cosas que no había sido nunca antes de conocer a ese hombre.
—No. No vamos a hacer esto. —Siguió besándome y mordisqueándome detrás de la oreja y deseé preguntarle de qué diablos estaba hablando, obviamente estábamos haciendo algo, pero entonces se movió con una rapidez insólita para un hombre de su tamaño, dio un paso atrás y me atravesó con una mirada de fuego—. No vamos a hacer esto, punto, pero desde luego no vamos a hacerlo en el baño de un club de estriptis después de que hayas empezado una pelea, y sin ninguna protección... —Dejó la frase a medias y me miró negando con la cabeza, como si estuviéramos los dos locos—. He tomado algunas decisiones cuestionables desde que has vuelto a la ciudad, Reeve, pero, pese a mi reciente comportamiento, yo sí sé dónde poner el límite.
Me quedé mirándolo. Respiraba aceleradamente, lo que le hizo mirarme el pecho desnudo. Si hubiera sido otra persona, me habría tapado para ocultar mi vergüenza. Pero no era otra persona, era yo misma, y ya estaba harta de aquel juego de calor y frío que se traía conmigo. Lo miré con ojos entornados y me bajé de la repisa donde me había subido. Dio un paso atrás, pero no había mucho espacio, así que acabó con la espalda contra la puerta mientras yo me acercaba y terminaba de quitarme el sujetador. Me observó con desconfianza hasta que lo tuve delante. La resistencia y la pasión libraban una batalla en su mirada azul y plata.
En mi vida yo había hecho muchas cosas equivocadas por culpa de los hombres equivocados. Esta sería la primera vez que haría algo equivocado por el hombre adecuado. Me daba igual el lugar y lo que pudiera salir de aquello, deseaba aquella parte salvaje solo para mí. Cierto, el lugar dejaba bastante que desear, pero pensaba hacerme con la parte de Titus que me correspondía y él no me detendría, aunque tampoco era que quisiera hacerlo de todos modos. Cierto, no podría poseerme aquel día. Tenía razón al decir que mantener relaciones sexuales sin protección sería un error estúpido por nuestra parte, pero se equivocaba al asegurar que nunca sucedería, y él mismo lo sabía. Lo vi en el rubor de su piel bronceada cuando agarré la hebilla y pasé por ella el extremo del cinturón. Debería haber resultado sucio y sórdido. No fue así. Resultó agradable e inevitable.
El cuero emitió un silbido que reverberó en el pequeño espacio de azulejos.
—Esta decisión cuestionable es mía, no tuya, y yo nunca he prestado mucha atención a los límites, detective.
Le quité el cinturón y empecé a bajarle la cremallera, que sonó con fuerza en el pequeño cubículo. No me sorprendió que me agarrara la muñeca. Lo que sí me sorprendió fue que no me la apartara, sino que la mantuviera inmóvil, y yo notaba el algodón de sus bóxer y el calor de su erección quemándome los nudillos.
—¿Por qué? Esto no significará nada. No cambia lo que hay entre nosotros. Pasar ese límite, lo veas o no, no cambia lo que estamos haciendo.
Clásico de un policía, querer interrogar y buscar siempre un motivo. Ladeé la cabeza y él gimió cuando los mechones más largos de mi pelo acariciaron mis pechos desnudos.
—Tú cuidas siempre de todo el mundo. A lo mejor yo quiero cuidar de ti. —Arqueé una ceja y me humedecí el labio inferior con la lengua—. Esto va a ocurrir, Titus. Puedes resistirte todo lo que quieras, pero lo ves venir desde kilómetros y kilómetros de distancia.
Nos quedamos mirándonos en silencio durante lo que pareció un minuto entero, después él echó la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que golpeó la puerta y me soltó la mano al mismo tiempo.
—Normalmente evito los problemas cuando vienen hacia mí.
—Pero no este tipo de problemas.
Terminé de bajarle la cremallera, excitada por mi victoria en más de un sentido. No se había entregado a mí permanentemente, pero sí por el momento, y eso me bastaba. Me reí suavemente al liberar su miembro palpitante de los confines de sus calzoncillos. Todo él era impresionante. No me sorprendía. Era lo mejor de lo mejor y, claro, su pene entraba en esa misma categoría. Se agitó en mi mano cuando froté con el pulgar la punta, donde la evidencia del deseo de su cuerpo goteaba pese a cualquier reticencia de su mente.
Gruñó en respuesta cuando me arrodillé ante él. No era una postura que me gustara mucho adoptar por un hombre, porque denotaba debilidad y sumisión, pero allí me sentía poderosa, como si estuviese reclamando lo que era mío. Me daba igual lo poco apropiado del lugar o del momento. Borré todo aquello de mi mente cuando me metí su miembro en la boca y comencé a succionar. Había entornado los ojos y lo que yo veía cuando me miraba era una tormenta plateada. Seguía luchando, se negaba a moverse conmigo, se negaba a tocarme... al menos hasta que volvió a despertarse la bestia cuando rodeé la punta de su erección con la lengua varias veces. Añadí las manos a la mezcla, agarré con una de ellas la base de su pene y entonces él me agarró súbitamente del pelo y comenzó a empujar hacia mí.
—Eres jodidamente peligrosa —dijo con voz rasgada mientras me daba lo que yo deseaba. Murmuré para darle la razón y utilicé la otra mano para aferrarme a sus nalgas firmes—. ¿Por qué no puedo resistirme a ti?
Parecía enfadado, pero no dejó de moverse y tuve que concentrarme en lo que estaba haciendo porque, una vez más, no actuaba con suavidad y delicadeza, y era mucho lo que estaba intentando manejar. Dios, quería manejarlo de mil maneras diferentes. Apreté con más fuerza y eché la cabeza ligeramente hacia atrás cuando él me guio con sus manos ásperas.
Ahora tenía los ojos abiertos del todo y con su intensidad intentaba fundirme sobre el suelo del baño. Vi que su pecho empezaba a subir y bajar con más rapidez. Noté que su pene se agitaba bajo mi lengua mientras yo succionaba todo lo posible. Sentí que el músculo al que me aferraba se endurecía como una roca entre mis dedos, entonces blasfemó y todo acabó en un torrente de deseo ardiente.
Ambos respirábamos entrecortadamente cuando yo me eché hacia atrás y volví a ponerme en pie. Nos miramos como combatientes en vez de como casi amantes, y me di la vuelta sin decir una palabra para limpiarme la sangre de la cara y vestirme. Cuidar de aquel hombre era algo arriesgado y, si Conner no acababa apretando el gatillo primero, los sentimientos que albergaba hacia Titus bien podrían suponer mi final.
Me aparté el pelo de la cara y lo miré a través del espejo. Él también me miraba mientras se abrochaba los pantalones.
—No sé, Titus, pero, si no puedes resistirte a mí, quizá deberías dejar de intentarlo tanto. En este lugar, nunca sabes con qué mierda te encontrarás mañana, así que se valora tener algo que te haga sentir bien aunque sea durante unos segundos.
Él se pasó las manos por el pelo y después abrió la puerta. No había manera de disimular lo que habíamos estado haciendo. Se le notaba. Llevaba mi huella y yo la suya. Me encantaba.
—Tú no deberías ser quien me haga sentir bien, Reeve. —Ahí estaba. La cruda realidad de lo que había entre nosotros. Él a un lado de la raya y yo siempre en el otro.
—Pero así es, y tendrás que aprender a vivir con ello. —Pasé frente a él y volví a entrar en el club con la esperanza de que no viera que me temblaban las piernas. Di un golpe de melena y me metí las manos en los bolsillos dando por hecho que él nos guiaría hacia la puerta. Desde luego esa noche habíamos causado impresión y, si Conner tenía ojos en el club, se enteraría de que acabábamos de salir del mismo cuarto de baño después de mantener relaciones sexuales. Misión cumplida, aunque mi corazón y mi ego hubieran sufrido un duro golpe con las últimas palabras de Titus.
Me sorprendió y me molestó un poco que se detuviera frente a uno de los escenarios donde se encontraba Nassir con Chuck. Vi que ambos hombres me miraban de arriba abajo antes de sonreír con suficiencia al detective. Las luces se atenuaron de pronto y por el sistema de sonido comenzó a sonar una vieja canción de jazz. Miré hacia el escenario cuando un foco lo iluminó y una chica vestida con un sexy atuendo de gánster se subió encima. Llevaba el clásico sombrero. Llevaba los tirantes, llevaba una pistola en el liguero. Incluso un puro encendido entre los dientes mientras se paseaba por el escenario con sus zapatos de tacón alto. Intenté no echar chispas cuando los tres hombres dejaron de hablar para mirarla mientras su camisa blanca caía al suelo, seguida poco después por su diminuta falda negra. Tenía un gran cuerpo y estaba animando a la multitud, pero incluso con las luces cegadoras del escenario parecía que estaba mirando directamente a Titus.
Resoplé y giré la cabeza al notar que un cuerpo se me ponía al lado. Key se había vestido y ahora tenía un ojo morado, pero aun así estaba muy guapa. Me sonrió cuando la miré con rabia.
—Pegas como una chica.
Yo resoplé a modo de respuesta.
—Esos zapatos que llevas son mortales.
—¿Por qué crees que los llevo siempre? —Estiró la pierna y me fijé en que llevaba unos zapatos de tacón altísimo y afilado, incluso aunque se hubiese puesto unos vaqueros y una camiseta. Ladeó la cabeza hacia los hombres, que parecían embebidos con el espectáculo erótico del escenario. Yo quería darle una patada a Titus.
—Vas a tener que pelearte no solo conmigo por él. Vas a tener que pelearte con Bax, con la ciudad... Dios, incluso tendrás que pelearte con él mismo si lo deseas.
Arqueé una ceja cuando la música se aceleró y pareció subir de volumen. La chica ya solo llevaba puesto el tanga y más que bailar se restregaba sobre el escenario. Parecía estar haciendo el amor con un hombre invisible.
—Yo he estado peleando todos los días de mi vida. A veces pienso que lo único que me queda es pelear. —Si por algo merecía la pena pelear, era por el tiempo que tuviera con Titus antes de que todo explotara a nuestro alrededor.
Ella me dirigió una sonrisa auténtica, no la que empleaba para sacarles el dinero a los hombres o hacer que la gente pensara que no era más que una stripper tonta. Le daba un aspecto completamente diferente. Pasó de ser una diosa del sexo a una mujer normal, una que resultaba ser asombrosamente guapa.
—Pelear es lo único que sabemos hacer. Es agotador. —Le di la razón con un murmullo y me planteé seriamente ir a pellizcar a Titus en el brazo cuando la bailarina se puso en pie con una acrobacia y caminó provocativamente hacia el borde del escenario. Escupió el puro para deleite de su público y sacó la pistola que llevaba en el ligero. Apuntó con ella a la multitud. Pensé que era de juguete, quizá llena de agua o de esos petardos de plástico.
Me equivocaba.
Antes de que apretara el gatillo, a mí me arrolló un camión. En realidad no fue un camión, pero me lo pareció cuando Titus me tiró al suelo con todo el peso de su cuerpo. Se oyeron los disparos en el club, al igual que los gritos de dolor de hombres y mujeres mientras la pistola seguía disparando. Oí que Titus le gritaba algo a Nassir y después desapareció mientras se llevaba la mano a la pistola. Yo intenté ir tras él, pero había cuerpos por todas partes, corriendo hacia la puerta para intentar escapar del tumulto. Giré la cabeza para ver dónde había acabado Key y me quedé con la boca abierta al ver la mancha carmesí que decoraba su pecho.
Me arrastré a cuatro patas por el suelo, intentando no pensar en lo asqueroso que resultaba aquello, hasta que llegué junto a ella. Tenía los ojos muy abiertos y le costaba respirar. Hacía unos minutos había intentado darme una paliza y ahora parecía que se estuviera muriendo delante de mí. Coloqué las manos sobre la herida de bala y le dije:
—Oye, no puedes ir a ninguna parte. Este lugar te necesita. —Me refería a la ciudad, no al sórdido club de estriptis, y esperaba que ella lo supiera—. Tú me entiendes, Keelyn. —Cerró los ojos y yo apreté con más fuerza sobre la herida.
Su sangre brotaba caliente y espesa y se filtraba por entre mis dedos.
—¿Key? —No hubo respuesta, así que apreté con más fuerza y grité—: ¡Honor!
Ella abrió los ojos y me dijo:
—No me llames así.
Me reí un poco y después unas manos fuertes me apartaron de mala manera. Levanté la cabeza y vi que Nassir se arrodillaba junto a nosotras. Sin decir palabra se quitó la carísima chaqueta del traje y la tiró al suelo. Fue pisoteada de inmediato por pies que huían.
—No puedes morir. —Su voz sonaba dura mientras se quitaba la camisa blanca y la convertía en una venda improvisada con la que presionar sobre la herida. La situación era desesperada, pero aun así me tomé un instante para admirar su piel suave y bronceada. Nassir no tenía una constitución ancha como Titus, pero era atractivo y yo no tenía idea de que tuviera un enorme tatuaje cubriéndole la espalda. De hombro a hombro, bajaba por la columna y la tinta incluso desaparecía bajo los pantalones. No logré distinguir el dibujo y tampoco era el momento para ponerme a mirarlo con detenimiento.
—Puedo hacer lo que me dé la gana, Gates. No te pertenezco. —Key murmuró las palabras mientras luchaba por respirar.
—Me pertenecerías si quisieras —contestó él con un gruñido.
Me alegraba ver que Key parecía haber recuperado parte de su fuerza natural y, ahora que se había disipado un poco el humo, quise asegurarme de que Titus estuviese bien. No sabía que había entre Key y Nassir, pero era intenso y ligeramente asfixiante.
Titus estaba arrodillado junto a Chuck que también parecía estar sangrando profusamente. Miré hacia el escenario y me estremecí al ver a la bailarina hecha un ovillo como una muñeca sin vida. No me hizo falta preguntarme si estaba muerta o no, pues el hilillo de sangre que brotaba de un lado de su cabeza lo dejaba bastante claro. Era demasiado joven para tener un final así. Seguía con la pistola en la mano y había dinero desperdigado y en el aire se respiraba el olor a pólvora quemada. Parecía una escena sacada de una película de Tarantino.
Me acerqué a Titus y suspiré aliviada cuando él levantó la cabeza y me miró.
—Sabía que algo iba mal. Pero no sabía qué era. No paraba de mirarla, intentando averiguar si la conocía o si la había visto antes en otra parte... me parecía que tal vez estuviese en busca y captura. Era la puta pistola. Debería haber sabido que era de verdad.
Chuck murmuró y le pidió a Titus que le ayudara.
—Es mi trabajo, tío. Soy yo quien debería haberse dado cuenta. —Miró hacia Nassir, que seguía arrodillado junto a Keelyn—. Será mejor que busquéis ayuda para ella rápido. Si esa chica se muere, Nassir perderá la cabeza.
—Ya he pedido ayuda. —Titus se llevó las manos a las caderas y contempló la masacre que nos rodeaba—. ¿Quién era la chica?
Chuck le dio en el hombro y yo vi que se tambaleaba ligeramente mientras se llevaba la mano a la herida. Estiré un brazo para estabilizarlo y los tres miramos hacia el lugar donde se había desplomado la chica. Me pregunté si sería Titus quien habría disparado o si habría sido uno de los otros.
—La verdad es que no lo sé. Nassir la contrató para sustituir a la chica que murió en los muelles. Ella le dijo que era estudiante y que necesitaba un dinero extra. Ya sabes lo obsesivo que es con la seguridad. Seguramente la investigó en profundidad y la chica debió de pasar la prueba.
Titus se dio la vuelta y se agachó para levantar una silla que estaba volcada. Se la acercó al portero.
—Siéntate aquí antes de que te caigas. —Se pasó las manos por la cara y entornó los párpados mientras contemplaba la escena—. Podría ser Roark.
Yo me retorcí las manos y asentí para demostrarle que estaba de acuerdo con su lógica.
—La chica que mató se parecía a mí, pero también trabajaba aquí. Él sabe lo importante que es Spanky’s para La Punta y para Nassir y Race ahora que el Pozo ya no existe. Conner podría haberla infiltrado aquí.
No dijo nada, pero me di cuenta de que estaba reflexionando cuidadosamente sobre mis palabras.
—Es guapo y encantador —añadí—. Sabe exactamente qué decir para que creas que eres la única para él. La chica era joven y probablemente fuese una universitaria inocente. Él sabe cómo escoger a sus víctimas. Tal vez su misión fuese destruir Spanky’s desde dentro, entonces él se enteró de que estábamos aquí esta noche y decidió subir la apuesta. Te estaba mirando, Titus. Ese primer disparo iba dirigido a ti.
Estaba segura de ello, y estaba segura de que Conner tenía algo que ver con aquello y, a juzgar por la expresión impertérrita de Titus, él pensaba lo mismo. En ese momento se abrieron las puertas del club y entraron los técnicos de emergencias con las camillas. Keelyn y Chuck no eran los únicos heridos en el tiroteo y todos miraban a Nassir como si fuese una bomba a punto de explotar.
Aparecieron los compañeros policías de Titus y de pronto yo era la chica con la que estaba tonteando en el baño y no la otra mitad del equipo que había ido allí para cazar a una mente criminal. Suspiré y me acerqué a la barra para servirme una copa y limpiarme una vez más las manos de sangre.
Siempre había más sangre, siempre más violencia y más caos, y me daba rabia pensar que mi decisión de regresar a la ciudad había aumentado el volumen y la frecuencia de ambas cosas.
Daba gusto estar de nuevo en casa. Suspiré...