Los gritos de soldados pidiendo auxilio atrajeron la atención de varios de los muertos caníbales al túnel de entrada a la mina. Aun así, el número de ellos que seguía vagando o intentando entrar en el interior del barracón seguía siendo demasiado alto como para intentar llegar hasta allí. Melville seguía oculto en la penumbra de la entrada de la galería, atento a cualquier cambio en los ruidos que procedían del interior; no podía descuidar que dos de aquellas criaturas habían entrado y, por lo que sabía, era más que probable que la doctora Moreau hubiese caído bajo sus garras y, por tanto, en esos momentos ya debía ser una de ellas. Escrutó el techo de la cueva y pensó que quizás podría atar una cuerda a una flecha de una ballesta e intentar lanzarse con ella al tejado del barracón desde la roca que había cerca de la entrada de la galería; no obstante, tras meditarlo, convino que quizás eso fuera viable si su constitución física fuera otra muy distinta.
Finalmente, el tan temido ruido se produjo a sus espaldas; al volverse vio a la transformada doctora Moreau ir en pos de él con los brazos levantados que le conferían el aspecto de un sonámbulo putrefacto; de su boca babeaba saliva negra y de la herida de sus alas también goteaba la misma sustancia. John Melville no lo dudó ni un segundo: amartilló el percutor de la pistola y descargó un disparo certero en la frente de la doctora; ésta se desplomó al acto; ya había visto el mismo efecto cuando uno de los soldados apuñaló a un infectado en la frente, parecía que ese era el único modo real de detenerles.
Se acercó hasta el cadáver de la doctora; el cuerpo estaba demacrado como si, durante el tiempo que estuvo infectada, algo lo hubiese estado consumiendo desde dentro. Se inclinó sobre ella para observarla mejor, levantó los ojos en dirección a la galería en la cual aún permanecían los otros dos muertos; tras asegurarse de que aún estaban lo suficientemente lejos, centró de nuevo su atención en el cadáver de la doctora. En su pecho se formó una protuberancia que desapareció de nuevo. Instintivamente, Melville se apartó, no deseaba que ninguna extraña criatura saliera del interior del cadáver y se le pegase en la cara. Aún recordaba una vieja novela que había leído en su juventud; en ella unas criaturas del espacio usaban ese método para la metamorfosis de larva a adulto. Se arremangó y cogió una de las flechas de la ballesta izquierda y sin miramientos la clavó en el pecho de la difunta doctora; un chasquido metálico sonó y de allí surgió una varilla de metal a la que le siguieron siete más. Finalmente, y desgarrando la piel del pecho, brotó un artefacto de metal dorado, una réplica de gran tamaño de las arañas mecánicas que le habían atacado a su llegada a Nueva Hispania. El abdomen del insecto casi del tamaño de un melón estaba formado por cristal y metal; en su interior pudo ver una materia gris palpitante y, antes de que el detective pudiese reaccionar, ya se había escabullido entre sus pies, saltando al exterior de la galería; moviéndose en zigzag y esquivando a los muertos caníbales, abandonó la mina en dirección a la ciudad de Cíbola.
Melville apenas tuvo tiempo de reaccionar, los dos muertos se estaban acercando demasiado; accionó el gatillo y derribó a los dos muertos. El detective apuntó al cadáver más cercano, esperando que se repitiera lo que había visto unos segundos antes; al ver que no era así, desvió su atención al otro cuerpo, pero en ninguno de los dos surgió ninguna araña como la que había visto.
Extrañado, Melville regresó junto al cuerpo de la doctora, pero aparte del agujero en el pecho, no parecía haber ninguna anomalía que el hecho de parecer haber sido consumido desde dentro. Mirando con más detenimiento, el detective creyó ver algo semejante a un tubo de goma en la herida y que parecía introducirse en el interior del cuerpo. Una repentina explosión en la mina le obligó a aparcar todos esos interrogantes: una blanca humareda entraba a raudales en la galería donde él estaba.
***
Melville no se atrevía a lanzarse en la humareda, sabiendo que en la mina debía haber, al menos, una veinte de muertos caníbales. El ruido de detonaciones de armas de fuego le confirmó la sospecha de cuál había sido la causa de la explosión: el almirante Farragut había regresado con más soldados.
El rechoncho detective cargó los huecos vacíos del tambor del revólver e intentó vislumbrar el camino hasta el barracón; corrió hacia allí, a su derecha vio una figura con los andares y movimientos de uno de los monstruos, apretó el gatillo estirando el brazo para minimizar la posibilidad de errar, pues no podía permitirse el lujo de quedarse sin balas. Avanzó unos metros más y frente a él descubrió a otra de aquellas criaturas, detrás de ella se veía el contorno del edificio de madera; un sonido a sus espaldas le advirtió de que se aproximaba uno de los muertos. Giró su cuerpo cuarenta y cinco grados, la pistola apuntaba a la criatura que le bloqueaba el paso y extendió su brazo izquierdo accionando los resortes de la ballesta; apretó ambos gatillos, librándose de los dos atacantes al mismo tiempo, pasó por encima del cadáver y entró de golpe en el interior del barracón, a lo lejos se oían los gritos y las detonaciones del nuevo destacamento que el almirante había llevado luchando con las restantes criaturas.
—¡Detective Melville! ¡Me alegro de ver que está a salvo! —Las palabras de T'Challa fueron las primeras en darle la bienvenida a la penumbra del interior del barracón.
El rechoncho detective se alegró del recibimiento que acaba de hacerle el hombre-pantera y le tendió la mano.
—Gracias, para mí también es una alegría ver que no han sucumbido a esas mortales criaturas.
T'Challa lo miró con el rostro grave y apesadumbrado.
—No olvide que ellos antes eran miembros de mi especie —expresó en un maullido.
—Y la responsable ha sucumbido a su propia toxina —explicó Melville, rememorando lo ocurrido en el interior de la galería.
Las detonaciones producidas por las armas de fuego de los soldados se estaban acercando. Melville recargó una vez más el tambor de la pistola y miró a los abatidos soldados que a duras penas habían logrado escapar junto a T'Challa.
—Debo de reconocer que el almirante Farragut es un hombre sorprendentemente valiente y vigoroso para un hombre de su edad.
Los dos soldados se miraron con cierta perplejidad y uno de ellos asintió al otro conminándole a hablar.
—En realidad, el almirante tiene veintinueve años de edad. Su aspecto es el resultado de desobedecer al Amo del Mundo.
T'Challa se aproximó escrutando a los soldados y maulló:
—¿El Amo le envejeció cincuenta años?
Melville intervino:
—Pero, ¿Quién es ese Amo y dónde se oculta? Por lo que yo sé, la doctora Moreau se ha limitado a seguir las órdenes del que llamáis Amo del Mundo.
Los tres presentes miraron con incredulidad la afirmación del regordete detective.
—¿El Amo es el responsable de esto? —preguntó T'Challa que no intentó ocultar su enfado y rabia.
John intentó calmar al hombre-quimera.
—No tengo ninguna prueba, tan sólo digo que eso es lo que afirmó la doctora Moreau. Pero, si queremos averiguar la verdad, tendremos que hacerle una vista al Amo ¿no? —sentenció el detective.
Un crujido les hizo volverse hacia la puerta.
—¿Una visita al Amo? ¿Para qué? —Las preguntas fueron formuladas por la severa voz del almirante Farragut.
T'Challa fue el primero en reaccionar y se aproximó al militar.
—Almirante, el extranjero dice que la doctora Moreau seguía órdenes del propio Amo del Mundo y que el atentado de Cíbola y la creación de un ejército de muertos caníbales forma parte del plan del Amo para llevar a nuestros mundos a una guerra. La pregunta es: ¿Con qué fin busca que nuestros mundos entren en guerra?
***
Las especulaciones se vieron interrumpidas por dos soldados más que entraron en el barracón.
—Almirante, hemos logrado acabar con la mayoría de ellos, aunque algunos han logrado escapar en dirección a la ciudad. Debemos ir tras ellos —anunció el más próximo al grupo.
James Farragut asintió y los soldados salieron gritando órdenes a sus compañeros. El almirante se volvió a mirar al hombre-pantera y al detective; pareció como si quisiera decirles algo personal, pero cambió de idea y ordenó a los dos soldados que le siguieran abandonando el barracón.
El detective comprobó las balas que le quedaban en la caja y acabó por recargar el tambor con las últimas. Mientras introducía una de las balas, se le ocurrió que tenía que haber un modo más cómodo de llevar la munición y sin riesgo de perderla.
"Quizás un cinturón con enganches donde encajar las balas sería bastante más práctico."
Sonrió pensando en que, si salía de esta, le haría el encargo al viejo talabartero de su barrio; suspiró, levantó la vista hacia T'Challa y dijo:
—La doctora Moreau aprovechó la confusión para escabullirse hacia el interior de la galería de la derecha. No creo que fuera una acción desesperada, sino que, más bien, me pareció que sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Esa galería debe de ocultar algo que era de interés para la doctora; voy a entrar en ella e intentar descubrir de qué se trataba.
T'Challa se volvió y abrió un pequeño armario que había a su derecha, de su interior sacó dos cilindros sostenidos cada uno por una fina asa de metal, los agitó y desprendieron una luz blanca; le tendió uno al detective. Este, cuando acercó su mano, notó que la luz era cálida e interrogó al quimera con la mirada.
—Es un mineral que desprende luz y calor, es el mismo que cubre el techo de las cuevas. Si no recuerdo mal, creo que el almirante Farragut lo ha comparado a la luz de vuestro Sol. Por lo que sé, en el interior de los cilindros hay una piedra de este mineral del tamaño de una bala; lo llaman Oricaltium.
Salieron del barracón y ascendieron por la suave cuesta que conducía hasta la galería; las rugosas paredes de la galería se retorcían primero a la izquierda y luego a la derecha hasta que llegaron al punto donde estaban los tres cadáveres. Melville se acercó al de la doctora y aproximó la lámpara a la herida por la que había surgido la araña de metal. No cabía ninguna duda, de la carne desgarrada sobresalía un tubo de goma y no tardó en descubrir varios tubos más.
—Mire esto; parecen finos tubos de goma. Creo que de algún modo estaban conectados a la araña mecánica —Señaló en descubrimiento al hombre-pantera.
Melville levantó la lámpara en dirección al fondo de la galería, pero hasta donde alcanzaba la luz no parecía que hubiera nada que pudiera dar una pista de porqué aquella galería era tan especial.
—Esta galería la abrieron buscando Oricalco Dorado, pero, al no encontrar ninguna veta, se optó por abandonarla y abrir las otras galerías; o, al menos, eso consta en los registros históricos. Claro que eso ocurrió antes de que fuéramos creados por la doctora —afirmó T'Challa.
El detective siguió adentrándose en el pasillo rocoso; durante unos minutos no se apreció ningún cambio hasta que, de repente, la galería terminaba en un muro rocoso. John Melville examinó de cerca con ayuda de la lámpara la pared, sin hallar ninguna marca o algo que explicase por qué la doctora había intentado huir por ese camino.
Toda las elucubraciones del detective y el hombre-pantera se vieron interrumpidas por un intenso y molesto zumbido que llenó el pasillo rocoso, Melville sintió una fuente calor en el bolsillo de su chaleco e, intentado resistir el dolor que le producía el zumbido, hurgó en él, sacando el cilindro dorado que le había lanzado Von Frankenstein; ésta era la fuente del zumbido y al mismo tiempo emitía un pulso de luz y calor. Tocó la superficie del cilindro buscando algo resorte que apagase el extraño dispositivo; no lo apagó, sino que se produjo un chasquido y la pared frente a ellos retrocedió ascendiendo, dejando a la vista un pasillo de paredes metálicas. Al instante el zumbido y los destellos emitidos por el cilindro cesaron de inmediato.
***
Se adentraron en el pasillo metálico avanzando con cautela; Melville pistola en mano iba en cabeza listo para actuar si fuera necesario. Tras unos breves minutos por el desconcertante pasillo, llegaron a una sala de proporciones ciclópeas repleta de enormes máquinas. En el centro de la misma hallaron varios depósitos del tamaño de un hombre, semejantes a los que Melville vio en el otro laboratorio, salvo que en estos no flotaban los cuerpos inmóviles de los quimeras; en ellos flotaban réplicas de la doctora Moreau.
—¡Gemelos artificiales! —exclamó el detective incapaz de salir de su asombro—. Había leído informes que teorizaban sobre la posibilidad de crear un gemelo idéntico, pero no pasaban de ser meras especulaciones. ¡Esto es increíble!
T'Challa permanecía callado observando las máquinas; en máquinas como aquellas había sido creado y por ello el hombre-pantera sentía cierta reverencia hacia ellas.
Se aproximaron a uno de los tanques cilíndricos más cercanos; en su interior la copia de la doctora Moreau estaba sostenida por una maraña de tubos que se introducían en su pecho. Un chasquido sonó por encima de ellos, un brazo mecánico se activó desplazándose a donde estaban ellos; al principio pensaron que les iba a atacar, pero se equivocaron, el artilugio mecánico se dobló, introduciéndose en el interior del tanque extrayendo el cuerpo del gemelo artificial; lo izó y giró hacia la derecha, depositándolo en una de las camillas de acero distribuidas al fondo de la sala. El brazo mecánico usaba un sistema de raíles fijado en el techo para desplazarse por toda la sala.
Un repiqueteo sonó a sus espaldas; se volvieron como un rayo, esperando ser atacados por un muerto caníbal que hubiese escapado de los soldados del almirante, pero lo que iba hacia ellos era la araña mecánica que Melville había visto salir del pecho de la doctora. Su actitud no fue agresiva, sino más bien esquiva; pasó entre ellos moviéndose de un lado a otro hasta que llegó a la camilla, flexionó sus patas metálicas y brincó a la superficie de metal. Se movía de forma frenética, anduvo por encima del inmóvil cuerpo hasta la altura del pecho. El brazo mecánico arrancó los tubos de goma y la araña saltó, encajándose en el orificio del pecho, clavó sus patas y emitió una luz azulada. Con un grito desgarrador el gemelo artificial revivió, incorporándose en la camilla.
Ni Melville ni T'Challa era capaces de hacer otra cosa que estar ahí petrificados de asombro ante lo que acaban de presenciar.
La nueva doctora Moreau se llevó las manos a la cabeza aturdida, mirando sus manos como si no comprendiera muy bien qué había ocurrido; segundos más tarde se echó a reír de forma incontrolada, necesitó unos minutos hasta que pudo serenarse y gritó:
—¡Ha funcionado! ¡Maldito sea, Frankenstein! ¡Ha funcionado! —Y rompió a reír otra vez.
Antes de que Melville y T'Challa pudieran acercarse o esconderse, la doctora descendió de la camilla; la piel de su cuerpo se iba expandiendo hasta cubrir por completo la araña mecánica y accionó los controles de un panel cercano.
—No imaginé que nos volveríamos a ver tan pronto, detective —dijo la doctora sin perder su buen humor—. Ha llegado el momento de acabar con su persistente interferencia.
Un silbido resonó por encima de sus cabezas y dos brazos mecánicos se abalanzaron sobre ellos golpeándolos en la cabeza.
—T'Challa, mi creación más perfecta y también la más traicionera. ¿Acaso creíste que como Prometeo podías alzarte contra tu creador? —Cambió su expresión a desafiante—. Lamentaré destruirte, pero creo que puedo darle un mejor uso a tu cuerpo.
Accionó los controles de nuevo y los brazos mecánicos los alzaron en vilo, llevándolos hasta dos de camillas metálicas donde les inmovilizaron.
***
Como si ya hubiese previsto aquella posibilidad, la nueva doctora Moreau se acercó a la camilla donde descansaba el cuerpo inconsciente del hombre-pantera; en su mano sostenía una araña metálica no mayor que su palma y la depositó encima de la cabeza del quimera.
—Tenía grandes proyectos para ti, mi creación más perfecta, y deseaba que el Amo del Mundo estuviera equivocado respecto a ti —Acarició la frente de felino con aire de melancolía—. En fin, este va a ser mi mayor sacrificio, pero es la voluntad del Amo.
Tocó el abdomen del insecto de metal y éste brilló a su contacto. Las patas del bicho se agitaron en dos sacudidas y se puso en marcha, desplazándose por la cabeza hasta situarse entre los dos ojos; extendió dos colmillos que clavó con fuerza, acto seguido levantó una a una las patas y las fue clavando en la cabeza del hombre-pantera, quedando fuertemente sujeta en ella.
—Destruisteis mi toxina, huésped maligno, tal y como predijo el Amo del Mundo; así que yo tuve la precaución de crear una variante y un método distinto de propagarla —Sonrió satisfecha al ver a T'Challa abrir los ojos, en ellos percibió completa sumisión y obediencia. Accionó los controles del panel detrás de ellas y un ensordecedor repiqueteo surgió del interior de un enorme tanque de metal situado a su izquierda.
Miles de arañas metálicas semejantes a la que ahora controlaba al hombre-pantera surgieron del interior del tanque y se desplegaron en todas direcciones, saliendo por el pasillo que comunicaba con la mina y, desde allí, a Cíbola y las demás ciudades subterráneas.
Melville se agitó a medida que recuperaba la consciencia; verse atado en la camilla no le sorprendió, empezaba a convertirse en una costumbre. Lo que si le llenó de horror fue ver el mar de arañas mecánicas desplazándose por las paredes y el techo saliendo del laboratorio.
—¿Qué demo…? —Logró articular el aturdido detective.
—¡Justo a tiempo! Me alegra que haya decidido asistir a mi triunfo —Levantó los brazos y extendió sus alas—. Mis arañas buscarán y someterán a todos los quimeras del reino, mis hijos se convertirán en mis guerreros y ellos se alzaran contra los asesinos de mi padre.
Liberó a T'Challa y le tendió un puñal de hoja dorada.
—Arráncale el corazón y se lo enviaremos a su gobierno en una caja dorada —Ordenó la doctora Moreau, completamente fuera de sí.
El hombre-pantera bajó de la camilla y tomó el arma de afilada hoja; sus ojos vidriosos no mostraban mi un sólo atisbo de voluntad propia. Se aproximó al indefenso detective y alzó el puñal en alto. La detonación sonó en el instante en que el brazo del hombre-pantera iniciaba su descenso en una trayectoria que habría perforado el pecho del detective. T'Challa se desplomó hacia atrás, empujado por el impacto de la bala en su cabeza. La doctora y el detective buscaron al tirador y sólo vieron un resplandor rojizo y una voz atronadora:
—¿No se cansa, doctora, de intentar ir más allá de lo que se le ha ordenado? Ya tiene su ejército de guerreros sin mente; siga con su plan tal y como se le ordenó.
La doctora Moreau cerró sus puños con fuerza, clavándose las uñas en las palmas hasta hacerlas sangrar.
—¡Frankenstein! ¡Maldito sea!
Se produjo un silencio sólo roto por el sonido de las metálicas patas del ejército de arañas y, finalmente, resonó de nuevo el eco de la atronadora voz:
—¡Limítese a seguir las ordenes! ¡El detective es cosa nuestra! ¡Vuelva a desobedecer y se enfrentará a la furia del Amo!
La doctora echó un último vistazo al cuerpo inerte de T'Challa; en sus ojos pudo percibirse un atisbo de tristeza por la muerte de su creación y sacudiendo la cabeza salió del laboratorio, siguiendo a las últimas arañas mecánicas.
***
Una nueva ráfaga de detonaciones sonó en el laboratorio; a ambos lados del cuerpo de Melville impactaron los proyectiles, rompiendo las correas que lo mantenían sujeto a la camilla de acero. El detective no se lo pensó ni un segundo y saltó fuera de la camilla para refugiarse detrás de ella. En la mesa donde reposaban varios utensilios quirúrgicos pudo ver su revólver; con pasos cautelosos y de cuclillas se aproximó a ella con el fin de recuperar el arma.
—No tiene nada que temer —Resonó la voz del hombre-máquina que permanecía oculto en algún lugar de la estructura del techo.
Melville no dio muestras de aceptar aquella afirmación; a pesar de que le había liberado, no tenía ni idea de cuáles eran las verdaderas intenciones del hombre que se llamaba a sí mismo Víctor Von Frankenstein.
—Ahora tiene una nueva misión; debe asegurarse de que la doctora Moreau no pueda usar otro de sus gemelos artificiales para resucitar de nuevo —El tono sonó más a una sugerencia que a una orden.
El detective permaneció en silencio intentando descubrir cualquier sonido que delatase la ubicación del extraño hombre-máquina.
—Por la reacción de la doctora diría que usted le enseñó cómo fusionar carne y máquina; le ayudó a crear sus cuerpos de recambio —acusó el detective, sintiéndose más seguro al recuperar la pistola y comprobar que aún quedaban tres balas en el tambor.
Tras unos instantes de silencio, como si Frankenstein estuviese evaluando qué respuesta podría darle al detective, respondió con firmeza:
—Como ya le dije, me limito a cumplir órdenes. Con el tiempo comprenderá que, al final, sólo son planes dentro de un plan mucho mayor; uno en el que parece que usted es la clave de todo. El cilindro que le di abre la puerta final y, además, me ordenaron construir y entregarle esto —Con aquellas últimas palabras le lanzó una pequeña caja de metal firmemente cerrada, que aterrizó a escasos metros de la camilla tras la que se había refugiado.
Con cierto reparo, las regordetas manos del detective tomaron la caja de metal y la abrieron. En su interior Melville descubrió al menos unas treinta balas idénticas a las usadas por su pistola.
—¿Cómo es posible? —Tomó una de ellas y la encajó en el tambor del arma comprobando que eran del calibre adecuado.
—Detective, hallará las respuestas más adelante; ahora tiene una misión por delante. Primero destruir los gemelos de la doctora Moreau y luego detener la guerra antes de que empiece. Tras ello obtendrá las respuestas a sus preguntas y se le encomendará una nueva misión —Las últimas palabras resonaron como un eco alejándose.
Melville se puso en pie y miró a su alrededor, buscando cualquier indicio de la presencia del hombre-máquina, pero fue en vano. Finalmente, los ojos del detective se posaron en las filas de tanques en cuyo interior flotaban los gemelos artificiales de la doctora Moreau. Frankenstein estaba en lo cierto: si quería acabar de una vez con la amenaza de la doctora, debía eliminar la posibilidad de que pudiera resucitar con un nuevo cuerpo. Se acercó al panel de control de los brazos mecánicos; tras varias pruebas para determinar su funcionamiento, logró crear un bucle en sus movimientos en los que tomaban un cuerpo inerte y le perforaban el corazón, impidiendo así que pudieran ser poseídos por la araña mecánica que transportaba el cerebro y la consciencia de la doctora Moreau.
Con el ánimo recuperado, Melville dejó que las máquinas siguieran destruyendo los cuerpos inertes de los tanques y se alejó del laboratorio, regresando al pasillo que conducía de vuelta a la mina. Buscó en su bolsillo el cilindro de metal; para su sorpresa descubrió algunas de las ampollas de cristal que le había entregado el hombre-guepardo, rompió la parte superior y bebió en compuesto de vitaminas y proteínas; en segundos notó que recuperaba las fuerzas. Sacó el cilindro dorado y pulsó la superficie superior, la puerta del laboratorio se cerró y Melville se prometió que regresaría para destruir completamente aquel lugar.