14

En California, Ruth entrecerró los ojos para observar la luz procedente del éste, una oleada incandescente. Parecían pequeños soles asomando de repente en la bruma matinal. ¿Tres? ¿Cuatro?

«Por lo menos cuatro», pensó mientras parpadeaba para deshacerse de aquellos puntos blancos, pero era una luz abrasadora y antinatural. El lino vello de su cuello se le erizó como rígidas agujas de metal. Permaneció inmóvil durante varios segundos. Ni siquiera respiraba. Parecía que su cuerpo se hubiese convertido en un diapasón, temblaba estaba muy alerta. La pendiente rocosa que tenía bajo sus pies estaba quieta v fría, pero la brisa del oeste generó un mar de corrientes al atravesar el pequeño grupo que la rodeaba. Entonces, aquella gente tan cordial reacciono. Los once se apiñaron para protegerse unos a otros, v se agarraron a las mochilas a las mangas de las chaquetas para aumentar la conexión.

—¿Qué coño ha sido eso? —gritó Alex.

—Mike… —dijo Samantha.

—¡Ah! —Mike estaba de rodillas v se tapaba la cara.

Debía de haber estado mirando directamente al objetivo cuando aquellas estrellas artificiales estallaron sobre la tierra.

«Dios mío», pensó Ruth. ¿Cuántas más habrían explotado en otros lugares? Podría haber ataques por todo el planeta arrasando lo poco que quedaba de la humanidad. ¿Y si India o China se habían convencido finalmente de dar el paso antes de que lo hicieran los demás?, a atrocidad que aquello implicaba la atravesó como un fantasma y Ruth se tambaleó, mareada y sin sentido. Pero estaba allí, como siempre, abriéndose paso a través del grupo para cogerla del brazo.

Hiroki protestó por los empujones emitiendo un leve quejido. Los otros empezaban a recuperarse de la impresión. Alex y Sam se arrodillaron para ayudar a Mike, pero Newcombe miraba su reloj, v Ruth no entendía por qué.

—¡Mike! ¡Dios mío, Mike! —gritó Samantha. Cam tenía una expresión feroz.

—¿Estás bien?

—¿Qué?

—Mírame. ¿Estás bien?

Los ojos marrones y desprotegidos de Cam tenían una mirada resuelta, v Ruth se quedó mirándole. Sintió el viento limpio en su pelo v percibió el aroma a pino y a tierra húmeda. Habían caminado por la pendiente este bajo las cimas de los exploradores para despedir a Brandon y a Mike, que planeaban explorar los picos más cercanos del pequeño valle para volver antes de que nadie les viese. D Mac todavía estaba indeciso. El método de compartir la nanovacuna no había ayudado. Mike pensó que era genial, pero incluso Brandon dudó a la hora de beber de la sangre que Cam se había extraído de la mano izquierda.

Ruth había considerado un modo de administración menos impresionante. Los nanos eran más pequeños que un virus y podían absorberse a través de la más mínima imperfección en la piel. Debería bastar con frotar su saliva en los brazos de los chicos o con algo tan simple como un beso, pero tenían que estar seguros. Si la restregaban sobre la piel, la vacuna podía perderse o quedar inerte, y un beso podría administrar una cantidad demasiado pequeña que podría perderse. Ingerir la sangre era el método más seguro. Los nanos también eran más resistentes que un virus, de modo que resistirían los ácidos estomacales y pasarían al torrente sanguíneo.

Aun así, bebería era horrible. Los chicos estaban asustados a pesar de las palabras de aliento de Cam. Ruth se había estado preparando para despedirse de él. No se había acercado a ella en toda la mañana. También había cogido su mochila. Cam y Newcombe decidieron que lo mejor era mantener las armas y el equipo cerca todo el tiempo, por mucho que se fiasen de los exploradores. Ruth había llevado la suya todo el rato por el registro de datos. Era consciente de las ganas de Cam de ir al este con Mike y Brandon. Era muy típico de él unirse a su misión, ofreciendo su experiencia y su fuerza. Ya le había dado a Mike sus prismáticos dos mecheros y una pequeña cantidad de gasas estériles y de desinfectante para que loschicos fuesen equipados lo mejor posible. «¿Pero y si hay más bombas?».

El miedo de Ruth se había convertido en una carga intensa, y de forma reflexiva se apretó contra Cam para pasar. Él se pus» tenso al sentir sus manos en el pecho. Había malentendido el gesto. Entonces ella sintió que le había infundido a él su gran temor. A espaldas de Cam había un montón de granito inclinarlo y la arrastró hacia allí para utilizar la roca como escudo. —¡Aquí!— gritó.

Los demás se unieron a ellos, lentos y aturdidos. —¡Eso ha sido una bomba atómica!— exclamó Alex. —Tiene que haber sido una bomba atómica, ¿verdad? ¡Se están bombardeando!

El joven sentó a Mike contra una roca enorme v le apartó las manos de la cara para intentar ver los daños. Brandon se acercó, y después llegaron Newcombe y D Mac. Ed condujo a Kevin y a Hiroki hacia el espacio seguro y todos se arrodillaron.

Incluso hechos una piña formaban un minúsculo puñado de vidas. Ruth volvió a dirigir la mirada al cielo esperando ver alguna señal. Nada había cambiado. Unas tenues nubes corrían en la brisa con una calma pasmosa.

Newcombe se hizo un hueco junto a Alex delante de Mike.

—Abre los ojos —dijo—. Tienes que abrirlos para que podamos ver qué tienes, chico. —¡No puedo!— gritó Mike.

Ruth pasó los dedos sobre el guijarro grabado que aun guardaba en su bolsillo.

—¿Eso era Utah? —preguntó—. ¿Dónde ha sido? El tono desesperado de su voz le avergonzaba porque aquella terrible luz cegadora no debería deseársele a nadie pero si la explosión había tenido lugar en Colorado… si el holocausto había sucedido tan lejos…

—Deberíamos probar con la radio —dijo Newcombe—. Saca la radio.

—Sí.

Cam se quitó la mochila y la apoyó sobre el regazo de Kevin.

Estaban demasiado apretados como para dejarla en otra parte. Sacó una cantimplora y un trozo de tela. Después sacó la pequeña caja de control y los auriculares de aluminio.

—No tienes quemaduras —informó Newcombe a Mike—. ¿Ves algo?

—Un poco. Veo formas. —Bien. Eso es bueno.

Newcombe se volvió y extendió la mano para coger la radio.

—No —dijo Cam pausadamente.

Ruth les miró a ambos, sorprendida de que Cam todavía desconfiase de él, hasta que se dio cuenta, al mismo tiempo que Newcombe, de que Cam ya no estaba pendiente de ellos, y se giró.

Todos lo hicieron. —Joder— dijo Alex.

Más allá de la línea de rocas, Ruth vio un inmenso arco de distorsión en la atmósfera; una convulsionante onda expansiva de fuerza y calor. Se extendía como un círculo en la superficie de un estanque, aunque era tan grande que sólo podían ver una parte del creciente agujero en el cielo.

Poco a poco se dio cuenta de que debía de ser a cientos de kilómetros de distancia, y en un área de cientos de kilómetros. Crecía muy deprísa y hacia el oeste, en dirección contraria al viento. Avanzaba rompiendo el aire y apartando las escasas nubes.

—¿Dónde ha sido? —repitió Ruth con la voz aguda de un niño.

—¡Dios mío! ¡Señor! —exclamó Samantha—. ¿Qué hacemos? —preguntó Cam mirando la radio en su mano.

Entonces se la ofreció a Newcombe, pero el soldado miraba al cielo como todos los demás. No reaccionó hasta que Cam le puso el aparato contra el hombro.

—Sí. Vale. —Newcombe buscó a tientas los auriculares—. La radiación —dijo Cam.

Entonces, la ladera de la montaña del otro lado del valle dio una especie de salto. La tierra empezó a ascender por la pendiente. Las rocas chocaban y se rompían produciendo un sonido similar al de los disparos. En las zonas más bajas, los árboles se balanceaban. Algunos se cayeron. Al sureste, una nube roja de insectos salio del bosqueen medio de la confusión.

El temblor atravesó los veinticinco kilómetros de valle y ladera en un momento. Después corrió hacia su cima. El suelo se sacudió. Una de las rocas que tenían encima se desprendió, sólo unos centímetros, pero cayó sobre otra losa de granito y el roce produjo un chirrido ensordecedor. Sobre el grupo llovieron pequeños trozos de piedra que abrieron dos pequeños cortes en las mejillas de Brandon. La mayoría gritó. Cam apartó a Ruth de allí, pisó a Samantha y cayó sobre Ed y Hiroki.

La tierra volvió a detenerse. Era la agitación del propio grupo la que extendía el caos, y D Mac y Newcombe empezaron a calmar a los demás.

—¡Parad! ¡Parad!

—¡Ya está, ya ha parado!

Entonces el suelo volvió a moverse. Ruth dio un grito ahogado y se quedó en el suelo, pero aquel movimiento era muy diferente. Era más ligero, como una réplica.

—¡Tranquilos! —gritó Newcombe.

Pero Hiroki empezó a quejarse de nuevo y Alex gritaba sin parar sin decir nada.

—¡Ahhh! ¡Ahhhh!

Hilos de polvo y polen llegaban por el oeste de la montaña que tenían tras ellos, elevados por el viento provocado por el temblor. Formaba franjas marrones y amarillas y avanzaba hacia el éste.

Ruth estaba tumbada de costado al otro lado de la pila de granito y observaba la inimaginable marca del cielo. Cam se acercó a abordarla de nuevo. Cuando la cogió de la cintura, ella sintió algo más que miedo animal. Sintió gratitud. Con su intento de escapar a la roca no había conseguido mucho, pero había revelado sus prioridades. Había dejado a todo el mundo atrás por ella.

Samantha estaba llorando y Alex daba pequeños pasos entre los otros chicos y se apretaba los puños contra la cabeza.

—¡Cabrones! —dijo—. ¡Putos cabrones!

El resto guardaba silencio. El instinto de esconderse era muy fuerte, y Brandon emitió un pequeño quejido mientras su padre le secaba las heridas con la manga sucia de su camisa para detener la hemorragia.

—Nueve minutos y medio —comentó Newcombe mientras miraba su reloj de nuevo.

Su autocontrol era increíble, y Ruth le increpó sin pensar, llena de envidia e incredulidad. —¿¡Qué estás haciendo!?— gritó.

—Han pasado aproximadamente nueve minutos y medio desde la detonación hasta el primer temblor —explicó Newcombe.

Parecía más bien que estuviese hablando consigo mismo, como si estuviese intentando memorizar la información, y Ruth sabía que lo escribiría en su cuaderno en cuanto tuviese la oportunidad.

—¿Y eso qué significa? —preguntó—. Debe de haber sido cerca.

—No lo sé —dijo Newcombe.

—¡Debe de haber sido en Utah, o incluso en alguna parte de Nevada! —No lo sé.

Samantha se apretó contra D Mac sollozando. Hiroki y Kevin se recogieron en otro lado con las manos en el suelo. Entonces Ruth se dio cuenta de que ella también estaba llorando. ¿Cuándo había empezado? Se pasó la mano por la humedad de su rostro y apartó la cara de los niños. Deseaba con todas sus fuerzas apoyarse en Cam y cerrar los ojos, pero no se había ganado ese derecho. Sólo podía pasarse el brazo sano por encima de la escayola y abrazarse a sí misma.

De todos modos, él ya estaba ocupado con Newcombe y Alex. El chico se había agachado con los dos hombres y formaban una tensa barrera alrededor de la radio. No habían encontrado nada excepto la constante estática, emisora tras emisora.

—David Seis, aquí George —dijo Newcombe—. David Seis, ¿me recibes? Nada.

—¿Alguien me recibe? Volved. Quien sea. ¿Me recibís? Aquí California. Nada.

—Sé que funciona —dijo Newcombe—. ¿Lo ves? Las baterías funcionan, y debemos de estar lo suficientemente lejos como para que el sistema de circuitos no se vea afectado por el pulso electromagnético.

—¿Entonces qué pasa? —preguntó Alex.

—El cielo. Míralo. Hay demasiadas interferencias.

Newcombe sacó sus prismáticos y miró hacia el éste, después al norte y al sur.

—Ha sido muy intenso —dijo en voz baja—. Desde mi punto de vista ha sido más allá del horizonte, ¿verdad?

Ruth necesitaba oír aquello.

—Ni siquiera podríamos verlo si fuese en Colorado, ¿verdad? Está demasiado lejos.

—No lo sé.

Newcombe desplegó el mapa de Norteamérica. Colocó su cuaderno a un lado y apuntó: «9.5».

—¿A cuánto está Leadville? ¿A mil ciento treinta kilómetros de aquí? Digamos mil ciento sesenta. ¿Qué otro lugar podría ser un objetivo? ¿White River?

—Espera, esto lo sé —dijo Mike tapándose todavía los ojos con las palmas de las manos—. Con la curvatura del planeta… A mil ciento treinta kilómetros sólo podríamos verlo si fuera, eh…

—Pero White River ya se ha rendido —dijo Newcombe—. ¿Por qué iban a atacarles a ellos? Y menos con una bomba nuclear. Ni siquiera con una bomba de neutrones. La tierra es demasiado valiosa.

—Sólo podríamos verlo si estuviese a noventa y cinco kilómetros de altura —les dijo Mike—. Es imposible.

—Pero debe de haber sido en las montañas —dijo Newcombe—. No hay nadie por debajo de la barrera, de modo que han debido atacar un punto elevado.

—Leadville está sólo a tres mil metros de altura.

—Pero era como un foco, ¿verdad? Joder, mirad como está todo —dijo Newcombe olvidando que Mike estaba medio ciego—. Atravesó el cielo.

—La atmósfera no mide noventa y cinco kilómetros —insistió Mike.

Pero se equivocaba. En un punto tan bajo como el pico del Monte Everest ya no había cantidades de oxígeno suficientes para la vida, a ocho mil ochocientos cincuenta metros de altura, pero Ruth sabía que las capas gaseosas que envolvían el planeta se elevaban por encima de la órbita de la estación espacial, a más de trescientos veinte kilómetros por encima del nivel del mar, aunque los puntos más lejanos de la exosfera eran muy finos.

Ruth tenía que creer en lo que había visto con sus propios ojos. Debía tener en cuenta la formación de Newcombe. Leadville era la ciudad más poderosa del continente, el objetivo más valioso, y la luz de una bomba tan catastrófica a aquella altitud podría haberse desplazado perfectamente por el cielo. Quizá el fogonazo hubiese rebotado. No cabía duda de que la columna de calor tras la luz se había elevado por encima de las nubes y su fuerza había retumbado a cientos de kilómetros.

¿Llegaría a alcanzarles? «La radiación», había dicho Cam. Y Ruth sintió que el salvaje vaivén de sus emociones volvía a cambiar. Empezó a llorar. No había hecho muchos amigos durante su corto periodo en Leadville, pero los miembros de la EEI estaban allí, junto a casi todas las personas que conocía en su vida: James Hollister, sus compañeros de investigación, y otra gente que había hecho todo lo posible por ayudan Cuatrocientos mil hombres y mujeres. Con toda probabilidad se habrían evaporado, pero no sabía qué pensar de Gary LaSalle y las armas tecnológicas que había desarrollado para apoyar los planes dementes e inhumanos de Kendricks y del consejo presidencial.

¿De qué iba todo aquello? ¿Quién había lanzado el misil? ¿Los rebeldes? ¿Un enemigo extranjero?

Ruth apoyó su mano sana en la tierra y pasó los dedos por una huella, como si las marcas fuesen una especie de braille. Como si hubiese respuestas.

—No puede haber sido en Colorado —dijo Mike.

—¡Mira, chico, alguien acaba de soltar unas cuantas cabezas nucleares! —gritó Newcombe—. ¡Haz el f…!

Cam intervino.

—Tranquilos —dijo.

Llevaba varios minutos callado, y Ruth sabía que aquélla no era la primera vez que se había apartado para observar el estado de ánimo de los demás antes de solucionar un problema.

—Da igual —dijo.

—¡¿Cómo que da igual?! —exclamó Alex.

—Fuese lo que fuese, tenemos que decidir qué vamos a hacer. Opino que deberíamos empezar a movernos. Hoy. Ahora. —Cam señaló hacia el éste, hacia el valle que tenían a sus pies—. Tenemos que intentar llegar hasta el mayor número de gente posible y marcharnos de las montañas.

Por un instante solo se escuchó el viento.

—Antes de que lancen más bombas —terminó Cam.

—Sí. Sí, de acuerdo —respondió Newcombe.

Los exploradores estaban confundidos. Mike aún se tapaba los ojos y Brandon se apretaba la palma de la mano contra la mejilla herida.

—Nos separaremos —dijo Cam con un tono agresivo.

Entonces señaló a Ed y Alex.

—Tres grupos. Tú, tú y nosotros. Es lo mejor.

Estaba de espaldas al agujero del cielo, de cara a ellos.

—Tenemos que hacerlo —dijo—. Levantaos. Nos vamos.

D Mac y Hiroki siguieron a Ed hasta su campamento para recoger las demás mochilas y sacos de dormir mientras Cam se quitaba el vendaje de la mano izquierda de nuevo. Volvió a abrirse el corte de cuchillo que se había abierto antes y vertió su sangre en una taza de hojalata.

—No —suplicó Samantha a su hermano—. Por favor, no.

Brandon negó con la cabeza.

—No podemos quedarnos aquí, Sam, y lo sabes.

Alex bebió de la taza rápidamente y Kevin hizo lo mismo. El líder de los jóvenes volvió a cogerla al ver que Samantha se negaba.

—Tiene razón —dijo Alex—. Vamos. Tiene razón.

—Quédate conmigo —le pidió ella.

El suelo volvió a temblar ligeramente, y luego oyeron a uno de los chicos gritar desde la cima de la montaña. Entonces la tierra dio una sacudida. Ruth seguía sentada, pero perdió el equilibrio de inmediato. Pensaba que había rebotado. Cam y Newcombe cayeron de golpe alrededor de ella. Uno de los dos le dio una patada en el brazo y sintió un dolor tan intenso que casi pierde el conocimiento. Entonces escuchó unos gritos: el de Samantha, el de Brandon y el suyo propio.

Poco a poco se dio cuenta de que se había acabado. Buscó a Cam y vio su rostro de dolor. Estaba tumbado de lado, sacándose la tierra del corte de su mano herida. Kevin se quejaba mientras se palpaba el tobillo. Ruth oyó más gritos procedentes desde arriba.

—¿Qué está pasando? —dijo Mike.

—Todas las fallas del continente se deben de estar resintiendo —dijo Newcombe—. O eso creo. ¿Alguien ha visto otro estallido?

Todos negaron con la cabeza.

—Vosotros vivíais aquí —continuó—. ¿Hay alguna falla cerca?

—Es California —dijo Mike—. Claro.

—El primer temblor ha sido la bomba. Puede que el segundo también. No lo sé. Joder. Esperemos que ya se haya terminado.

—Detrás de ti —dijo Cam.

Al éste, la mañana había vuelto a convertirse en noche. Ruth estaba convencida de que la inmensa distorsión de la atmósfera estaba avanzando más despacio, pero ahora una mancha negra y tóxica ascendía desde el punto más lejano del horizonte y avanzaba tras la onda expansiva. Se acercaba como una fina y creciente masa de oscuridad.

Era lluvia radiactiva, restos pulverizados que por un momento se habían vuelto más calientes que el sol.

Todos bebieron, incluso Samantha. Después cogieron las mochilas y guardaron los cuchillos y unos cuantos recuerdos valiosos. Hiroki tenía una vieja y reluciente moneda de veinticinco centavos. Se la mostró a Mike y después la apretó contra su mano como si le diera un regalo. Brandon repitió el gesto con su gorra de los Gigantes y se la ofreció a Alex.

Antes de dividirse, los exploradores se abrazaron unos a otros, gritaron y lloraron. D Mac se volvió de manera espontánea hacia Cam y le abrazó también. Y de repente los niños envolvieron a Ruth. Mike le hizo daño en el brazo. Alex le dio un beso en la mejilla.

Era la despedida perfecta contra el cielo enturbiado. Ruth jamás olvidaría su coraje y esperaba volverlos a ver de nuevo. Pero cuando comenzó a descender la colina tras Cam en dirección este apretó los puños y se preguntó hasta qué punto avanzaría contra el viento la lluvia radiactiva en dirección éste.