Capítulo 3
El calor recorría mis venas como si fuera estricnina. ¿De verdad había firmado por mí? ¿Cómo se atrevía? Iba a aceptar el acuerdo, pero habría apreciado que me dejaran elegir. Giré el volante hacia casa de Kate e irrumpí en su apartamento sin llamar.
―¿Por qué no me dijiste que era él?
Perpleja, me siguió hasta el salón.
―¿Quién?
Me dejé caer en el sofá.
―Jake Sutherland.
Los ojos se le salieron de las órbitas.
―¿Ese Jake Sutherland?
―Ah, ¿sabes quién es?
Entrecerró un ojo e inclinó la cabeza hacia un lado.
―Claro, ¿quién no sabe quién es?
―Yo. No presto atención a toda esa basura de los famosos. Lo sé sólo porque lo he buscado en Google mientras venía hacia aquí.
Aún no había respondido a mi pregunta y estaba empezando a enfadarme.
―¿Por qué no me avisaste de que era él?
Levantó la barbilla y me miró fijamente.
―No sabía nada. El viernes íbamos a tener la primera cita.
Estaba libre de culpa. Al parecer a ella tampoco le habían hablado de su cliente. Me tranquilicé al saber que mi amiga no formaba parte de una conspiración para ocultarme información.
―No puedo hacerlo.
Levanté una mano para protestar, me levanté del sofá de un salto y me paseé de pared a pared.
Se me quedó mirando con la boca abierta, totalmente estupefacta.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Se te van a meter moscas en la boca, será mejor que la cierres.
Me volví a desplomar en su sofá y me cubrí los ojos con el brazo.
El sofá se hundió y lancé una mirada por encima de mi brazo.
Kate estaba esperando a que le soltara todo.
Suspiré y me incorporé.
―Es tan misterioso… No entregó ninguna ficha y Rosalyn no fue de mucha ayuda. Lo dejó pasar como si no importara. Es la primera vez que la veo saltarse las normas.
―¿Qué? ¿Rosalyn no te dio la ficha con la información del cliente? ―Kate frunció el ceño, confusa.
La habitación daba vueltas y yo tenía la garganta seca. Tosí. Ahora era yo la que estaba enferma. Me di aire con la camisa.
―No. Me dijo que era un hombre importante, como si con eso bastara. Si es tan rico e importante, ¿por qué no puede conseguir una cita normal?
―¿Qué dijo de tu dimisión? ―me preguntó.
Me dolían las sienes. Comencé a masajearlas, cerré los ojos y gruñí una respuesta:
―Sorprendentemente le pareció bien y eso me resultó muy raro. No sé qué se esconde en la manga.
Kate asintió.
―¿No estás exagerando?
Cogí un cojín cuadrado de terciopelo rojo y lo abracé.
―No lo sé. Este tío... no es como nadie que haya conocido antes.
Se pasó la mano por el pecho.
―¿Lo has buscado en Google?
―Claro.
Lo primero que había hecho nada más montarme en el coche fue buscar en Google su puñetero nombre.
―Es Internet. ¿Cómo puedo saber si lo que he leído es verdad? ¿Y por qué coño no rellenó la puta ficha? ¡Leer sobre los resultados de las acciones de su compañía el trimestre pasado no me dice nada sobre él!
Kate se movió y se cruzó de brazos.
―Si tú fueras un multimillonario estirado, ¿perderías el tiempo en rellenar una ficha para una agencia de acompañantes?
La comisura de mi boca formó un mohín enfurruñado.
Había llegado a no entender en absoluto las agencias de acompañantes ni a los hombres que las utilizaban. Cuando más lo pensaba, más atónita estaba.
―¿Tendría necesidad de recurrir a una agencia de acompañantes?
―Mmm... Tienes razón. ¿La cita sigue prevista para el viernes?
Mi mente se aceleró. El viernes estaba a la vuelta de la esquina. Me aparté algunos mechones de pelo de la frente sudorosa.
―Sí. Una subasta benéfica. Todo lo que tengo que hacer es arreglarme y acompañarlo. Es sólo una noche, Kate.
Se puso rígida y apretó los labios.
―Sí, es sólo una noche ―dijo con la mirada fija en el suelo.
Estaba empezando a hartarme. La examiné con atención.
―¿Qué me estás ocultando?
Dio un respingo; sus pupilas se dilataron cuando sus ojos se encontraron con los míos.
―Nada.
―Vale ―dije alzando el tono al final de la palabra.
Con hombros decaídos, me miró por el rabillo del ojo.
―Es raro que un cliente quiera una acompañante para una sola noche ―confesó.
Tenía razón, pero yo sencillamente no quería afrontarlo.
―Después de una cita conmigo, estoy segura de que no querrá más. No soy precisamente la más guapa de la agencia.
Frunció el ceño.
―Venga ya, Chloe. ¿No has visto cuántas cabezas se giran cuando pasas por delante?
Era muy amable por su parte intentar que me sintiera mejor sobre mi aspecto físico, pero en el fondo ambas sabíamos que yo no era una supermodelo. Ni de lejos.
―Te eligió a ti, la atractiva rubia de piernas largas, no a mí ―le recordé.
―Eso qué más da. Sólo vio una foto de la agencia. Además, la apariencia no lo es todo. Si yo tuviera tu cerebro, no estaría haciendo este traba… ―Se mordió el labio superior, después metió los labios hacia dentro, como intentando impedir que su boca soltara la verdad.
En mi cara asomó una incontenible sonrisa de superioridad.
―Exactamente. Una cita más y se acabó, me voy a la universidad. Esperemos que no sea un asesino psicótico.
Ladeó la cabeza y abrió los ojos como platos.
―¿Tenía pinta de psicótico?
Sentí una excitación por todo el cuerpo al imaginar sus ojos pecaminosos y su fuerte mandíbula. Deseaba detener mi lengua ahí para saborear cada centímetro de él. Aparté el pensamiento y me recompuse.
―No, tiene pinta de ser un completo coñazo. No es en absoluto mi tipo.
Kate me miró alucinada, con la ceja levantada.
―Este tío te mola, ¿verdad?
Me froté la nuca dolorida. Lo último que necesitaba era que pensara que aquel tío me interesaba. No era cierto y, además, nunca volvería a sustituirme si creía que me gustaba. Y yo necesitaba que volviera al trabajo, no que intentara liarme con el primer soltero solitario que se cruzara en mi camino. Levanté la frente.
―Claro que no.
Sus ojos se iluminaron. Saltó del sofá con un gemido de dolor y se puso una mano en la cadera.
―Te gusta.
Me humedecí los labios y me mordí el interior de las mejillas.
―Kate, siéntate, estás mala.
―Chloe Madison, Jake Sutherland te pone, se te ve en la cara.
«No me importa lo que mi cara diga, no pienso saltarme las normas por un cliente».
―No me enamoraría de alguien de la agencia ni por todo el oro del mundo.
* * *
Los días pasaron volando y el viernes llegó antes de lo que esperaba. Empecé a vestirme a las cinco en punto. Me puse el maquillaje con dedos temblorosos y cuando me di cuenta de que no estaba lo suficientemente bien, me lavé la cara y volví a empezar. Mi vestido de raso azul celeste se me pegaba al cuerpo al caminar y lo levanté con cuidado. La tela acentuaba mis curvas, resaltando mis zonas femeninas; el vestido se adhería a mis anchas caderas.
―Creo que nunca te había visto prestar tanta atención a tu atuendo. ―La voz de mi padre sonó desde el umbral de la puerta.
El suave tejido del vestido se arremolinó en torno a mí al acercarme a él rápidamente.
―Papá, deberías estar en la cama. ¿Qué haces levantado?
―Estoy intentando convencerte de que no vayas. Ya no estás en el instituto y no puedo impedirte que salgas por esa puerta, pero que me aspen si te dejo ir sin un buen consejo.
Apreté los labios. Ya era lo suficientemente difícil ir a aquel evento sin tener a mi padre encima. Tenía que cortar la conversación de raíz.
―Ya lo hemos hablado. Falta poco para que esto termine.
―Estás espectacular ―dijo mi padre mientras los dos mirábamos mi reflejo―. ¿Con quién tienes la cita? ¿Con algún empollón rarito y solitario que no sabe cómo hablar con una mujer?
Ojalá fuera un empollón. Me mordí el labio e intenté reprimir mi curiosidad por Jake. Llevaba toda la semana pensando en él y la verdad es que estaba empezando a molestarme el pasar todo mi tiempo fuera del trabajo centrada en él sin cobrar por ello. Me forcé a sonreír.
―Probablemente. No importa. Es un evento benéfico y esas cosas casi siempre duran hasta después de medianoche.
Mi padre me miró con ojos entrecerrados y se acarició la perilla, que llevaba demasiado larga.
―No pareces preocupada.
Era lo mismo de siempre, así que ¿por qué iba a darle importancia? Miré mi reloj con detenimiento y di un elaborado bostezo.
―No lo estoy. Sólo es una transacción comercial que va a darle un buen subidón a mi cuenta.
―Está bien. Bueno, entonces intenta pasarlo bien ―refunfuñó.
Le miré.
―Lo intentaré. Te he preparado ese pan de maíz que te gusta tomar con chile. Intenta no llenar esto de pedos mientras no estoy.
Mi padre y yo solíamos hacer bromas groseras en casa. Era la única manera de alejar a mamá de sus pensamientos.
―Vale, te guardaré los más ricos y sabrosos para cuando vuelvas ―respondió con cara seria, aguantándose la risa.
No morderme las uñas con la manicura recién hecha mientras esperaba al chófer fue todo un logro. No sabía qué hacer. Me abaniqué la cara y recé para que los poros no me empezaran a sudar. ¿Por qué coño estaba tan nerviosa? Después de media hora, alguien dio un suave golpe en la puerta y el chófer me dijo que el señor Sutherland me estaba esperando a la puerta de su ático. Iríamos a recogerlo y después nos dirigiríamos juntos al evento benéfico. Era lógico, no tenía sentido aparecer en coches diferentes.
Me despedí de mi padre antes de montarme en el coche. El viaje hasta su casa no fue muy largo. Entreví la silueta musculosa del señor Sutherland cuando nos detuvimos al lado de otro todoterreno negro. Llevaba uno de aquellos trajes de negocios que sacaban el máximo provecho de su complexión fuerte y dura. Se bajó y nuestros ojos se encontraron por primera vez desde el lunes. Reprimí un escalofrío y di un profundo y refrescante respiro. Sólo era un hombre.
―Buenas noches, señor Sutherland ―saludé con tono profesional, recordándole que se trataba de un acuerdo profesional y nada más. Me puse la mano en el muslo para recordarles a mis rodillas que no temblaran, pero de nada sirvió cuando recorrió mi cuerpo lentamente con la mirada. Probablemente quería asegurarse de que no lo avergonzaría y evidentemente no lo haría. Estaba cualificada para aquel trabajo.
Se humedeció los labios.
―Buenas noches, señorita Madison. ¿No cree que sería más adecuado que nos tuteáramos?
Tenía razón. Su voz masculina me ayudó a relajar mis hombros tensos.
―Por supuesto.
Entramos uno tras el otro en el coche sin pronunciar palabra. Estaba acostumbrada a que mis clientes anteriores me hablaran hasta el hartazgo mientras yo estaba obligada a escucharlos. No me importaba. Estaba entrenada para ello y tenía que actuar con profesionalidad. Así que oírle tarareando en voz baja me pilló por sorpresa. Se sentó en el lado opuesto del coche, como si estuviera respetando mis límites. La distancia hizo que quisiera acercarme a él; necesitaba hablar con él para saber por qué estaba haciendo aquello, gritar con todas mis fuerzas y exigirle que me contara su vida al completo. Pero en lugar de eso, crucé las piernas y fingí mirar las luces nocturnas del centro de la ciudad.
El evento benéfico tenía lugar en un edificio que me resultaba familiar y en el que probablemente había estado antes, tal vez en un evento de negocios parecido a aquel. Acepté la mano que Jake me tendió. Su mano fuerte y masculina me envió descargas eléctricas que causaron estragos por todo mi cuerpo. Logré componer una sonrisa de agradecimiento al tiempo que mis pies se posaban con suavidad en el bordillo. No me soltó la mano mientras nos dirigíamos hacia la entrada. Tenía que aceptarlo, en mi ficha decía que estaba más que dispuesta a coger de la mano a los clientes.
Ahora desearía no haberlo puesto. Me sonrojé al sentir una explosión de calor por todo el cuerpo.
A medida que avanzábamos por la alfombra roja, se empezó a oír una animada banda de jazz a través de las puertas. Los paparazzi estaban en primera fila disparando sus cámaras con largos objetivos mientras seguíamos caminando. Mostré algunas sonrisas, tal y como me habían dicho que debía hacer durante mi formación, con la intención de salir lo más simpática posible. Las mujeres murmuraban, probablemente preguntándose quién coño era yo y por qué yo iba agarrada de su brazo. Caí en la cuenta de que Jake Sutherland era un conocido multimillonario y de que gente de todo el país lo conocía. ¿Yo en qué mundo vivía? El lunes debió de resultarle extraño que no revoloteara a su alrededor como hacía todo el mundo. Me dije a mí misma que debía recordar disculparme por mi ignorancia con respecto a los famosos.
―Por favor, ignora cualquier grito que puedas oír. Sólo buscan mentiras para alimentar al público ―me dijo Jake al oído; el calor de su cuerpo se trasladó al mío.
¿Con cuántas otras acompañantes había trabajado ya? Sonaba como un profesional.
―¿Hay alguna mentira que contar? ―La pregunta se me escapó antes de que tuviera tiempo de reprimirla. Inmediatamente me arrepentí. Era muy poco profesional, pero cada ápice de mi cuerpo deseaba saber más de aquel misterioso hombre.
Sonrió de lado y fijó su atención en mí.
―Posiblemente.
Había una gran multitud esa noche, algo que no estaba acostumbrada a ver. Había asistido antes a eventos benéficos, pero aquello iba mucho más allá. Las masas de gente me ponían nerviosa, me hacían desear que la tierra se abriera y me tragara. Dejé de preocuparme y me prometí prestar más atención a mis palabras.
―¿Quieren una copa de vino, señor Sutherland y señorita...? ―preguntó un delgado camarero, tendiéndonos su bandeja de bebida.
―Madison ―añadió Jake señalándome. Mi apellido se deslizó por su lengua sin esfuerzo alguno.
Cogí una copa y le di las gracias al camarero. Di un pequeño sorbo y saboreé el aterciopelado líquido, sintiendo cómo su calidez se deslizaba por mi garganta. Era un vino exquisito y probablemente costaba lo que yo ganaba en un mes. Ganaba más que cualquier persona de mi edad, pero eso no significaba que pudiera darme lujos. Tenía que cuidar de mi padre. No estaba rejuveneciendo precisamente y, según el médico, su enfermedad cardíaca podría empeorar si no se trataba a tiempo.
―Ven, Chloe. Me gustaría que conocieras a alguno de mis compañeros ―dijo Jake cogiendo mi mano y dirigiéndose a un grupo de parejas.
Oh, oh… No, eso no estaba bien. ¿Y si me habían visto antes como acompañante de otra persona? Se descubriría mi falsa identidad. ¿Cómo afectaría eso a su reputación?
No debía de importarle, porque nos dirigimos a ellos. Rápidamente lo saludaron sin dirigirme siquiera una mirada. Por cómo hablaban y se comportaban, podría decir que veían a Jake como su rey.
―Os presento a la señorita Madison ―dijo Jake, haciendo que todos volvieran la mirada hacia mí. Puse una sonrisa fingida y extendí la mano para estrechársela.
―Encantada de conoceros.
Un coro de voces me saludó antes de que todos volvieran a dirigir su atención a Jake. Estirados.
Lo dejé allí, disculpándome para ir al baño para refrescarme, a pesar de que había llegado sólo cinco minutos antes.
Jake me miró mientras me alejaba sin prisa. Parecía confundido.
―Pausa para ir al baño ―le dije. Seguro que lo entendería.
Asintió. Sentí sus ojos posados en mi espalda mientras me alejaba.
Me dirigí al baño después de que un camarero me indicara la dirección y me encontré una gran cantidad de mujeres retocándose. Algunas hablaban mientras otras se arreglaban el maquillaje. Me acerqué a ellas e intenté no escuchar los cuchicheos.
Cuando salí del baño, no ví a Jake por ninguna parte. No había ninguna regla en la agencia que nos obligara a quedarnos pegadas a nuestros clientes durante toda la cita, pero de todos modos recorrí la sala para buscarlo.
Jake no era un hombre inseguro. Era completamente distinto a cualquiera con el que hubiera trabajado antes. Los otros eran dependientes, necesitados. Él parecía independiente de todo aquello. Y algo me decía que le gustaba esa libertad. ¿Era aquel el motivo por el que no tenía novia?
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando por fin me quité los tacones. Sólo había estado de pie unos minutos y me daba la sensación de llevar horas caminando. Decidí ignorar el intenso dolor que se extendía desde los talones hasta los lados de mis pies.
Mi mandíbula se puso tensa al tiempo que mi respiración se volvía superficial. ¿Se había olvidado de mí? Bueno, lo mismo daba, iba a pagar la factura y yo cogería el dinero tanto si había estado con él como si no. Entonces, ¿por qué me molestaba no haberlo visto durante media hora? ¿Era yo ahora la que se comportaba de forma dependiente? Saqué el móvil del bolso para comprobar, sin resultado, si tenía algún mensaje y después me puse a mirar Facebook.
Una voz masculina familiar hizo que se me erizara la nuca.
―Ahí estás ―dijo Jake, acercándose a zancadas a mí. Su traje se pegaba a sus fuertes muslos.
Aparté la mirada de su cuerpo y lancé el teléfono al bolso. Miró el bolso abierto y frunció el ceño.
―¿Te aburro?
Mierda. No le gustaba que usara el teléfono. No tenía nada que ver con que me aburriera, sino que sencillamente lo usaba para distraerme. Era la única forma de apartar mi mente de él, pero no iba a decírselo.
―No, señor, lo siento. No te encontraba por ningún sitio cuando salí del baño. ―Me esforcé al máximo por parecer atenta y me puse de pie. Mi cabeza sólo alcanzaba a la altura de su pecho, ya que me sacaba entre quince y veinte centímetros―. ¿Qué te gustaría hacer ahora?
Posó su mirada en la mía y frunció los labios.
―¿Qué te gustaría hacer a ti, Chloe?
Su lengua húmeda llenaba de lujuria el espacio entre nosotros cada vez que pronunciaba mi nombre. No sabía cuál de sus palabras hacía que una palpitante excitación se extendiera por todo mi cuerpo, pero necesitaba que parara. Su pregunta revoloteó por mi mente. La imagen de aquel hombre sembrando besos por todo mi cuerpo hizo que sintiera una oleada de calor en la entrepierna. Deseaba que me devorara por completo, y todo aquello tenía que acabar.
El calor pasó de la nuca a mi cara. Me enderecé.
―Ningún cliente me había preguntado eso nunca.
Esta vez fue él el que se quedó sorprendido. Dejó caer su peso de un pie a otro e hizo un círculo con los labios, como si fuera a silbar.
―Imbéciles desconsiderados.
Se me escapó la risa. No pude evitarlo. Sus comentarios eran de lo más estrafalarios y consiguió que me relajara. A lo mejor aquello no estaba tan mal después de todo. Jake Sutherland no era tan intimidante como creía al principio. ¿Lo había juzgado demasiado rápido por su apariencia y me había olvidado de centrarme en lo que había detrás?
―¿Sales con chicos además de las citas que te organiza la agencia? ―Su voz sonó curiosa.
Se me aceleró el corazón. La pregunta me había sorprendido; era personal e indiscreta y daba por hecho que no tenía vida.
―Claro que salgo con chicos. De vez en cuando ―mentí.
Ladeó la cabeza.
―¿Alguien interesante?
Me burlé de su pregunta.
―¿Crees que estaría aquí si hubiera alguien interesante?
―¡Ostras! ―dijo Jake sacudiendo la mano con rápidos movimientos de la muñeca y riéndose―. Sí que muerdes. Ahora estoy empezando a pensar que de verdad te parezco aburrido.
Mi lengua siempre me metía en problemas.
―No, lo siento. No quería decir eso. Quiero decir que no he encontrado a nadie lo suficientemente impresionante como para empezar una relación seria. Tú… Tú no me pareces aburrido para nada. Me pareces fascinante.
Ya estaba dicho. Desde que había vuelto a intentar salir con alguien no había sentido ningún interés por un hombre. Había creado un perfil en dos o tres páginas web de citas y había salido con un par de chicos, pero no salió bien. Pero, ¿qué sentido tenía? Podía dejar que un tío me invitara a cenar y morirme de aburrimiento o podía dejarles pagar la cena y que me dieran un fajo de billetes. Prefería lo segundo. El sexo nunca era una opción. Si hubiera tenido relaciones con todos los hombres con los que había salido como acompañante, sería sencillamente una prostituta. Jake Sutherland era el primer hombre que despertaba mi interés.
Sus ojos destellaron ante el cumplido y su boca se curvó en una sonrisa.
―Acepto el cumplido.
¿Por qué le estaba hablando a un completo desconocido de mi vida amorosa o, más bien, de mi falta de ella? No le importaba, y de todas formas él nunca elegiría a alguien como yo. Para él yo era simplemente una acompañante. Mercancía dañada. No era ni por asomo tan elegante como muchas de las mujeres que había en la subasta y no aspiraba a más que a ser la acompañante de un hombre en una mierda de fiesta.
Pero ahí era donde se equivocaba. Puede que mi primer trabajo hubiera sido como acompañante, pero eso no significaba que no tuviera sueños. Era trabajadora y ambiciosa ―de ahí que quisiera dejar el trabajo para ir a la universidad―, y no hacía falta que Jake se enterara de nada de aquello. Justifiqué todo en mi mente mientras el anfitrión corría el telón. «Céntrate en la recompensa, Chloe».