Capítulo 1
―No puedo hacerlo. ―Di un sorbo a mi taza de café y dejé que me quemara la garganta―. La semana que viene lo dejo.
Mi mejor amiga desde hacía ocho años, Kate, puso cara de cordero degollado.
―No digas bobadas, Chloe. Ni siquiera has presentado tu dimisión, hay que avisar con dos semanas de antelación. ¿No es hora de que me devuelvas el favor que te hice? ―me suplicó, agarrando mi mano y atrapándola entre las suyas.
Se me encogió el estómago. Se refería al trabajo de acompañante que me había conseguido. Se suponía que me sacaría del apuro hasta que encontrara un trabajo de verdad, pero nunca lo había encontrado. Además, el dinero me venía bien y teníamos buenos clientes, siempre y cuando ignorara que los viernes por la noche los pasaba con hombres solitarios y desesperados. En fin, al menos estaba ganando una pasta los fines de semana en vez de gastármela.
El mayor problema era el evidente rechazo que la gente sentía hacia mi trabajo. No me tiraba a los tíos con los que trabajaba, pero joder, a la gente le encantaba juzgar. Obviamente, dejé de contarle a la gente que trabajaba de acompañante y comencé una entretenida ronda de farsas. Pero ya me había cansado del juego y me estaba haciendo mayor. Estaba cansada de mentirle a todo el mundo. ¿Y cuánto tiempo podía pasar antes de que mi cerebro se volviera idiota por no aprender una habilidad de verdad?
La situación de Kate era peor que la mía. ¿Estaba ahí estancada de por vida? Mi mente no lograba encontrar una respuesta.
―¿No deberías dejarlo tú? Llevas cuatro puñeteros años haciendo este trabajo. ¿Por qué no cambias a algo nuevo?
Hizo una mueca y me miró como si estuviera loca.
―¿Como qué?
Mis pensamientos se detuvieron en seco. Ahí me había pillado, yo tampoco tenía ni idea de qué hacer con mi vida. Necesitaba el dinero y no podía aceptar una reducción de mi salario para ponerme a aprender algo nuevo, no con la enfermedad de mi padre. Alguien tenía que llevar comida a la mesa. Una tenía que hacer lo que fuera para mantener a su familia. Volví a prestarle atención a Kate.
―Como ir a la universidad.
Una risa frívola le vibró en el pecho y su abdomen se movió arriba y abajo.
―¿De verdad crees que quiero ir a la universidad como tú, señorita puritana?
Me puse tensa. ¿Puritana? Me mordí la lengua. Era un cumplido teniendo en cuenta cómo me ganaba la vida.
―¿Qué problema tienes con ir a la universidad?
―No soy lo suficientemente lista pa eso. ―Kate descartó la idea haciendo un gesto con la mano―. Tengo veinticinco años, Chloe. ¿No crees que soy un poquito demasiado mayor para ir a la universidad?
Llevaba el último par de meses intentando convencer a Kate de que dejara la mierda de trabajo de acompañante y de que fuera conmigo a la universidad, pero insistía en que era demasiado tonta y mayor para entrar y para cambiar de vida. No era eso, era que el dinero le gustaba demasiado. Dejé de tocar torpemente la cremallera e intenté convencerla otra vez.
―¿No tienes más energía ahora que cuando tenías dieciocho años? Apúntate y aprieta el acelerador. Cuando acabes, serás una persona mejor.
Cuando acabé el instituto mi padre no pudo permitirse pagarme la universidad, así que empecé a trabajar de acompañante porque era una buena forma de ganar dinero para entrar en la Facultad de Arquitectura. Tenía un plan: trabajar de acompañante, ganar pasta y ponerme a estudiar, pero entonces mi padre se puso enfermo y me quedé más de lo que esperaba.
No me había dado cuenta de que Katie estaba hablando hasta que vi que sus labios se movían.
―… ya sé que tú estás preparada para dejarlo, pero por favor, Chloe, te lo ruego. Rosalyn ya está lo suficientemente mosqueada conmigo por haberme pedido la baja en medio de todo el jaleo.
Kate había decidido operarse las tetas porque creía que no tenía suficiente «de arriba». Se suponía que se recuperaría en dos o tres semanas, pero había pasado un mes entero y todavía no estaba curada.
Rosalyn, nuestra jefa, al principio estaba entusiasmada con el aumento de pecho, pero cuando la plantilla se redujo tuvo que contratar a otras chicas para cubrir los puestos.
―No deberías haber jugado con la madre naturaleza ―le dije con un tono lleno de desaprobación.
Una línea se le dibujó entre sus ojos ambarinos.
―¿No quieres ayudar a una amiga en apuros?
Se me hizo un nudo en el estómago. Tenía razón. La mitad del tiempo Kate era un dolor de muelas, pero era una amiga fiel y esperaba lo mismo de mí. Me resistí a la idea de dejar de lado mis propias esperanzas y sueños para ayudarla.
―Un encargo más no me va a matar ―refunfuñé.
―¡Genial! ―Kate me rodeó el cuello con los brazos y apretó, intentando ahogar mi último resquicio de vida―. Gracias por aceptar, es muy importante para mí.
―Sólo esta vez ―le recordé a la vez que estiraba el dedo índice para darle énfasis―. Después, se acabó. No voy a volver.
Kate me mostró una amplia sonrisa y asintió. Su rostro resplandecía por primera vez en toda la conversación.
―Ya lo sé. Y estoy orgullosa de ti por elegir una carrera mejor que ésta.
Se me encogió el corazón al pensar en mi padre, que estaba esperando mi visita. Los paramédicos lo habían metido a toda prisa en una sala de urgencias porque había tenido una complicación cardíaca la noche anterior mientras yo estaba terminando con un cliente. Por suerte para los dos, no fue grave. Tenía que admitir que encargarme del cliente de Kate no me haría ningún mal y el dinero me vendría bien. Las facturas médicas de mi padre no acababan nunca. Me levanté del sofá de felpa.
―¿Cuándo tengo que quedar con el cliente?
Kate tocó con nerviosismo el botón de su pijama.
―El próximo lunes por la mañana. Va a venir a arreglar unos asuntos con la jefa. Avisaré a Rosalyn de que me vas a sustituir. ¿Le has dicho que lo dejas?
Tragué saliva. Llevaba tiempo temiendo enfrentarme a la jefa. Habría estado mal mandarle un mensaje para decirle que me iba. Llevaba dos años trabajando para la irritable pelirroja y ésta era conocida por perder la paciencia y por sus gritos. Yo nunca lo había presenciado porque siempre me esforzaba por hacer mi trabajo lo mejor que podía. El lunes sería el día. Me la jugaría y lo dejaría hecho.
―Iré el lunes cuando él esté allí y de paso hablaré con Rosalyn. Lo entenderá.
Ni siquiera yo me creía esa mentira tan optimista. No tenía ni idea de cómo reaccionaría Rosalyn y eso me preocupaba.
―¿Podría obligarte a que te quedaras? ―musitó Kate.
El corazón comenzó a latirme con fuerza.
―Ah, no. Claro que no. Rosalyn no se iría de rositas si me saliera con esas. Me la llevaría al Ministerio de Trabajo tan rápido que le daría un mareo.
Di un profundo suspiro y calmé los tensos nervios del cuello. La jefa solía ser justa; los clientes tenían que seguir las normas. Si un cliente en concreto molestaba a una de nosotras, Rosalyn nos permitía rescindir el contrato y nos pagaba de todas formas. A nadie se le obligaba a tener relaciones. Nunca. Era una decisión personal y si a algún cliente le parecía mal, podía irse con sus negocios a otra parte. En ese aspecto, respetaba a Rosalyn. Era verdad que a veces se mosqueaba, pero al menos nos defendía. Me limpié el sudor de las palmas de las manos en los pantalones.
―Debería irme ―dije girando el picaporte―. Todavía tengo que ir a ver cómo está mi padre.
―Gracias otra vez por el favor, Chloe. Significa mucho para mí, de verdad. Te estaré eternamente agradecida.
Me dio un abrazo antes de que cerrara la puerta.
El calor de Florida me asfixiaba. Un último encargo y habría terminado con el trabajo de acompañante. No es que odiara el trabajo. De hecho, me gustaba bastante. Jugaba a disfrazarme y bebía champán bueno. Acompañaba a hombres sin cita a bailes de gala y me pagaban por ello. Todos ganábamos, ¿no?
El problema era que me había hecho una promesa a mí misma y ahora la estaba rompiendo. Odiaba no alcanzar mis objetivos. Quería encontrar a mi príncipe, casarme y tener mi propia familia. Mis futuros hijos jamás descubrirían que trabajé de acompañante, aunque no me acostara con mis clientes.
Las ruedas del taxi giraron debajo de mí. Los vehículos pasaban a toda velocidad mientras la gente caminaba por la acera. El taxi se paró cuando vimos el hospital por la ventana, pagué al conductor y me bajé para ir a ver a mi padre.
Estaba despierto y de buen humor cuando entré a su habitación. Llevaba una de esas batas de hospital, sólo que esta vez era de un color diferente. Su rostro se iluminó al verme. Sonreí, me acerqué a él y le di un casto beso en su mejilla seca.
Arqueó una de sus canosas cejas y estudió mi cara como si hubiera algo que evaluar.
―¿Adónde has ido?
El estómago me dio un vuelco. Él odiaba la profesión que había elegido, pero teníamos un pacto de sinceridad y nunca le mentiría. Tragué saliva.
―Fui a ver a Kate. Me pidió que la sustituyera.
Su rostro se ensombreció y sus labios se convirtieron en una fina línea.
―¿Has pedido ya cita para hablar con el orientador de la universidad?
Me apoyé en una silla vacía que había al lado de su cama y me puse firme.
―Todavía no. Voy a hacerle este favor a Kate, está enferma y no puede trabajar.
―¿Enferma? ¿Qué le pasa?
Mierda. Me mataría si le hablara a alguien de su percance con el aumento de pecho. Me mordí el labio inferior.
―No puedo contártelo.
―¿Es así como te vas a ganar la vida? ¿Enrollándote con idiotas que no pueden conseguir citas?
Estaba empezando a mosquearme. No estaba enrollándome con nadie y ahora hasta mi propio padre dudaba de mí. Yo no era ese tipo de chica. Creía en el amor y en que hubiera atracción física antes de tener relaciones. Y por el momento no había amor en mi vida, así que tampoco había sexo. Lo desafié.
―¿Crees que he tenido relaciones con esos hombres?
―¿Acaso podrías no tenerlas? ¿Quién coño paga para tener una simple cita y algo de conversación?
Mi mente buscó las palabras adecuadas. Él no lo entendía y yo hacía mucho que estaba cansada de defender mi trabajo.
―¿Crees que a todo el mundo le resulta tan sencillo encontrar el amor como a mamá y a ti?
No dijo nada. Mi madre y él habían tenido el amor más fuerte que jamás hubiera existido.
Tuve la suerte de crecer en una familia llena de amor, pero ¿quién más había vivido eso? El amor era un golpe de suerte. Ese estrecho vínculo sencillamente no existía en ningún otro sitio y mi padre era tan inocente como para dar por hecho que era fácil encontrar el amor.
―¿Crees que es tan fácil? La mayoría de la gente se engaña a sí misma y pasa toda la vida con la persona equivocada. La mitad de los matrimonios acaban en divorcio y casi todos los demás también deberían separarse. El matrimonio es un juego de simulación. No culpo a mis clientes y la verdad es que creo que es inteligente por su parte no tener citas, porque es un lío.
Mis palabras pesimistas de pronto me perturbaron. ¿Realmente había llegado a creer que todo era una farsa? Me acababa de tapar la boca con la mano cuando los labios de mi padre se curvaron en una sonrisa.
Se cruzó de brazos y levantó la cabeza.
―No puedes enamorarte si no estás dispuesta a ello.
―El amor está sobrevalorado. ―Sentí un nudo en la garganta. ¿Por qué estábamos hablando de mi vida amorosa, o más bien de mi falta de ella? Rápidamente cambié de tema―. Kate está enferma. Perderá el trabajo si le fallo y tengo que ser buena amiga.
Debió de darse cuenta de que estaba perdiendo la batalla porque su sonrisa de superioridad se le borró de la cara.
―Estoy seguro de que esa compañía tiene docenas de acompañantes, Chloe. ¿No puede sustituirla otra persona?
―Es el último encargo ―insistí―. No quiero que se quede sin trabajo, es mi mejor amiga y le destrozaría quedarse en la calle. Y además nuestra amistad se iría al traste.
Agachó la cabeza y frunció el ceño. Me puso un dedo delante justo como yo había hecho con Kate un poco antes.
―Un último trabajo. Después empiezas a mover el culo y te vas a la universidad.
Al final se dio por vencido y coloqué mi mano sobre la suya.
―Te prometo que después de esto, se acabó. Pero ahora necesito que dejes de preocuparte y que te centres en ponerte mejor, ¿vale?
―Vale. Tú céntrate también. Vete a la universidad y estudia. No acabes siendo como yo, Chloe.
―Demasiado tarde. ―Solté una carcajada―. Me voy corriendo a la tintorería. Mañana por la mañana estoy aquí para…
―¿Chloe? ―Los ojos resueltos de mi padre se encontraron con los míos.
Interrumpí mi cháchara.
―Dime.
Me apretó la mano.
―Gracias.
Lo conseguiría. Estaba pagando las facturas del hospital y seguiría haciéndolo las próximas semanas. Sólo eran dos o tres semanas más. ¿Qué era lo peor que podía ocurrir?