Capítulo 2
La mañana del lunes no tardó en llegar. Los rayos de sol entraron por la ventana de mi habitación, iluminando las sábanas blancas de mi cama mientras me estiraba y me apartaba algunos mechones de pelo de la cara. Me levanté de un salto, me di una ducha, me puse una falda de tubo negra y una blusa de seda fucsia y desayuné antes de ir a ver a mi padre. Aún estaba medio dormido en la cama cuando asomé la cabeza. El médico le había dado el alta el día anterior.
Me preparé para la inminente conversación durante el trayecto en coche y ensayé las frases que le diría a Rosalyn. Temía su respuesta pero aun así me arrastré al discreto edificio. Rosalyn estaba hablando con una de mis compañeras en el mostrador. Se detuvo y se giró, como si hubiera sentido mi presencia detrás de ella.
―Buenos días ―saludé.
Ambas me respondieron un «buenos días» al unísono y Rosalyn me llevó a su despacho. El olor a madera y a lavanda me golpeó.
―Siéntate, Chloe ―me ordenó Rosalyn antes de sentarse en su silla giratoria. Entrelazó los dedos por detrás de la cabeza y se reclinó―. Kate me dijo que vas a sustituirla en este encargo.
Asentí.
―Así es. ¿Te parece bien? ―Me acobardé y esperé la respuesta de la mujer de cabello rizado que se mantenía en muy buena forma.
―¿Por qué me iba a parecer mal?
―No lo sé. Yo… Bueno, tengo que decirte algo más ―tartamudeé.
―¿Sí? Dime.
Volví a asentir.
―Llevo aquí dos años y eres una jefa maravillosa, pero tengo que seguir con mis estudios y explorar otras opciones. No puedo seguir con este trabajo para siempre.
―No, es verdad ―coincidió Rosalyn con una ceja levantada―. Tienes mi permiso para irte y aceptaré tu carta de dimisión cuando la presentes. Ahora vamos a hablar del encargo nuevo. ―Cambió de tema con rapidez―. El cliente debería llegar en menos de una hora.
Sus palabras se desvanecieron mientras mi mente buscaba algún rastro de oposición. ¿No debería estar más sorprendida o enfadada? El proceso de dimisión había transcurrido con demasiada facilidad y eso me asustaba. Me aclaré la garganta y me sentí incómoda durante el resto de la reunión.
Comentamos unos datos básicos del cliente. Por lo visto era tan nuevo y resplandeciente que a Rosalyn ni siquiera le importó que yo dejara el trabajo. Su mano temblaba al dejar una carpeta en la mesa de cristal negro.
Abrí la carpeta y vi una única página con un nombre impreso. Jake Sutherland. El nombre me resultaba familiar, pero mi mente estaba en blanco, al igual que el folio. Lo cogí y le di la vuelta. ¿Era una broma?
―Aquí no hay nada. ¿Dónde está su ficha?
Cruzó los brazos.
―No nos la ha proporcionado. Dijo que trabajaríamos únicamente con la información necesaria.
¿Quién era aquel hombre? ¿Y si no era quien ella creía que era? No me gustaba, no me gustaba ni un pelo. Abrí la boca para rebatir justo cuando la puerta se abrió.
Entró.
Intenté reprimir el grito ahogado que me brotó de la garganta y cerré la boca de golpe. Toda la oficina guardó silencio; su cabello oscuro y liso atrajo la atención de todas las chicas de la habitación. Un aura de dominancia lo rodeaba al mirar a su alrededor con sus ojos azules, serios e inmutables, que apuntaron en mi dirección hasta encontrarse con los míos, penetrando en lo más profundo de mi alma. Sentí un ardiente deseo entre los muslos al tiempo que resistía un escalofrío.
―Señor Sutherland ―lo saludó Rosalyn levantándose de la silla de cuero negro y acercándose a él con presteza.
Me quedé paralizada al contemplar la posibilidad de salir con aquel hombre. Era muy atractivo, con diferencia el hombre más atractivo que jamás había visto en ese despacho y seguía con la vista fija en mí. Saqué los dedos del tejido de punto de la silla y me levanté.
―Es un gran placer conocerlo por fin ―borbotó mi jefa, intentando volver a atraer su atención―. Le agradezco que haya venido hoy a hablar de este tema con nosotras.
Parpadeó y centró su atención en la pelirroja de baja estatura. Le dedicó una sonrisa de cortesía.
―Por supuesto.
Rosalyn nos presentó. Él se giró hacia mí.
―Señorita Madison. Es un placer conocerla.
Oírle pronunciar la palabra «placer» me hizo cerrar los ojos por unos instantes antes de obligarme a recuperar el control de mí misma. Era un acuerdo de trabajo. El problema era que su profunda voz me había provocado una ola de calor que se extendía por mi entrepierna. Su aroma a sándalo flotó hasta mí, embriagándome y haciendo que me temblaran las extremidades. Me puse rígida e intenté ocultar cualquier cambio evidente en mi respiración. Respiré profundamente y luché por mantener la compostura. Era ridículo. No era el primer hombre atractivo que entraba por aquella puerta. Mi reacción era estúpida e inútil. «Contrólate, Chloe». Sólo era un hombre. Repetí esas palabras en mi cabeza mientras extendía una mano temblorosa hacia él.
―Señor Sutherland, también para mí es un placer conocerle ―dije con entusiasmo.
«Basta». Tomé aire y relajé los hombros.
La calidez de su suave mano hizo que la mía se derritiera. Su tacto me calmó los nervios y me tranquilizó. Sus fuertes hombros mostraban una curvatura esculpida bajo el traje negro. Su piel tersa resplandecía.
No había forma de evitarlo. Era un hombre arrebatador, salvaje.
Me alejé antes de que pudiera hacer el ridículo. De alguna manera conseguí encajar mi trasero en un asiento mientras ellos también se sentaban para discutir el trato. Me esforcé en concentrarme en las palabras que salían de la boca de Rosalyn. Estaba hablando de Kate.
Dios mío, él ni siquiera sabía que le habían cambiado de acompañante. ¿Y era aquel el cliente de Kate? ¿Estaba fumada? ¿Cómo podía siquiera plantearse el rechazar a un tío tan guapo como aquel?
Se me aceleró el pulso. Yo no era ni por asomo tan despampanante o elegante como Kate, que era una rompecorazones. Ella era el sueño de todo hombre y yo era la chica castaña del montón que iba a su lado. Estaba claro que el señor Sutherland se sentiría decepcionado por el cambio de última hora y me preparé para el inminente rechazo.
Su mandíbula se relajó cuando esbozó una sonrisa, y volvió a centrar su atención en mí.
Rosalyn redirigió su mirada hacia mí.
―¿Qué opina, señorita Madison?
Odié que me hiciera una pregunta justo cuando apenas podía concentrarme. Los ojos de él se posaron en mí con mayor interés, provocando un cosquilleo por todo mi cuerpo. Me quedé en blanco. Mierda. ¿Qué me estaba pasando? Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra. Levanté la cabeza.
―Sin duda prefiere esperar a Kate. Pronto estará recuperada y de vuelta al trabajo ―afirmé mientras me levantaba de la silla.
Mis largas piernas se tambaleaban de forma humillante. Necesitaba escapar mientras aún podía sentir la alfombra bajo los pies.
Rosalyn puso los ojos en blanco.
―Siéntate ―me ordenó.
No quería avergonzar ni a Rosalyn ni al cliente de Kate. No era una buena pareja para él, pero de todos modos me senté, evitando mirar a los ojos a la imponente criatura sentada junto a mí.
―Será mejor que me retire y deje que os conozcáis ―sugirió Rosalyn. Se giró hacia el señor Sutherland y le dio una palmadita en la mano―. Por favor, hágame saber si Chloe es una buena candidata para este trabajo.
Una punzada de pánico se apoderó de mi pecho. «Por favor, no me dejes aquí sola con él».
El silencio aumentó el espacio que nos separaba.
Noté un ligero sudor en el labio superior mientras sus ojos perforaban los míos.
―No muerdo ―murmuró―. No a menos que tú lo quieras.
La excitación recorrió mis terminaciones nerviosas al imaginarme sus labios en mi cuerpo. Una imagen de él mordiéndome el cuello hizo que me humedeciera. Apreté los muslos. «Nada de liarse con tus clientes, Chloe». Me grabé a fuego aquella advertencia en el cerebro, repitiéndola como un mantra para no olvidarla. Traté que la ardiente mirada que me dirigió no me afectara..
Antes de que cualquiera de los dos pudiera abrir la boca para hablar, Rosalyn entró de nuevo en la sala sosteniendo en la mano una carpeta de papel de manila. Relajé los hombros e inmediatamente me disculpé para ir al baño.
Fuera quien fuera ese hombre, era dominante y peligroso. Rezumaba poder y eso me acojonaba. Y lo que me asustaba aún más era que sus ojos me atraían como si hubiera una fuerza magnética cargada detrás de él. Su intensidad me atravesó y se aferró a cada ápice de mi alma.
El baño de mujeres olía a perfume francés y me encerré en el primer aseo. Hundí la cara entre las manos, pero no me salieron las lágrimas. Se trataba más bien de un ataque de pánico.
Aquello tenía que terminar. Le diría a Rosalyn que me buscara a otra persona. Alguien que no fuera tan fuerte y dominante, que no estuviera tan bueno.
No. «Puedo hacerlo». Repetí las palabras mientras caminaba hacia la sala de reuniones. Iría a la cita. Me concentraría en el premio: el dinero. Por eso estaba haciendo aquello. Era por la pasta. Examiné mis piernas y quise gritarles que dejaran de temblar.
Mi frente chocó contra un torso duro. Reboté hacia atrás y di un traspié. «Oh, no». Era él. Perdí el equilibro y me sujeté al dispensador de agua.
De repente me rodearon unos brazos fuertes que impidieron mi caída.
El señor Sutherland me miró fijamente; una línea se marcaba entre sus ojos azules.
―¿Está bien? ―Su voz sonó profunda y prístina por su amplio pecho.
Asentí, despejando la confusión de mi cabeza, y volví a tropezar como una idiota. Me agarró por la muñeca, sujetándome. Otra vez. Me forcé a esbozar la sonrisa más elegante que pude y recuperar la compostura, como si nada hubiera ocurrido.
―Gracias ―balbuceé, levantando el mentón.
Atravesé el vestíbulo luchando por controlar una cojera en ciernes.
―De nada ―dijo divertido―. ¿Está segura de que se encuentra bien?
¿Qué tenía aquel hombre que me hacía perder la conciencia de lo que me rodeaba?
―No parece muy estable. Tal vez debería sentarse ―me aconsejó.
―No, no, no hace falta, de verdad. Estoy bien, pero gracias por preocuparse, señor Sutherland. Le veré donde nos tengamos que reunir.
Frunció sus húmedos labios e inclinó la cabeza hacia un lado.
―¿No le interesa nuestro acuerdo?
Tragué saliva e intenté evitar que un ardiente hormigueo se apoderara de mis mejillas y mi cuello.
―Sí, claro que me interesa. Lo siento, se me ha ido la cabeza por un segundo. Voy a entrar y firmar el contrato con Rosalyn.
Capturó mis ojos con los suyos.
―Ya lo he hecho. Mi chófer la recogerá a las siete en punto.