CAPÍTULO 3.
LA DENUNCIA DE STRAUSS
Intento de chantaje a Lerroux.
A finales del verano de 1933, el Gobierno, presidido por Manuel Azaña, parecía tener agotadas todas sus posibilidades, no bastándole la confianza de una Cámara que había sido elegida hacía dos años. Esta ocasión es aprovechada por el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, para encargar a Alejandro Lerroux la formación de un nuevo Gobierno. Al no obtener la mayoría parlamentaria, Lerroux es sustituido por Diego Martínez Barrio, su segundo en el Partido Republicano Radical, quien preside la etapa coyuntural que lleva a la disolución de las Cortes y a unas elecciones que se fijan, a doble vuelta, para el 19 de noviembre y el 3 de diciembre.
Alejandro Lerroux García
El gran malestar en muchos sectores por la legislación anticlerical, la mala situación económica, el desgaste del poder en condiciones contradictorias y hasta equívocas, la abstención proclamada por los anarquistas, la dispersión de la izquierda…, fueron algunas de las circunstancias que determinaron el resultado de aquellas segundas elecciones republicanas en las que las izquierdas resultaron derrotadas. Formó gobierno Lerroux, quien se presentó al nuevo Parlamento el 13 de diciembre, obteniendo la mayoría gracias a los votos derechistas de la CEDA, el grupo que contaba con el mayor número de diputados en la Cámara. Contando siempre con el apoyo del bloque parlamentario radical-cedista, al primer gobierno de Lerroux le sucede otro que es presidido por Samper (28 de abril de 1934), volviendo el jefe radical a presidir el Consejo de ministros en octubre de 1934, contando por primera vez con representantes de la CEDA en su gabinete. El 6 de mayo de 1935, tras una nueva crisis, Lerroux accedió a una última presidencia del Consejo que se prolongaría hasta el 21 de septiembre del mismo año, en que es sustituido por el independiente Joaquín Chapaprieta.
En la primavera de 1935 —entre el 3 de abril y el 3 de mayo, según nos cuenta Jesús Pabón [52]—, el presidente del Gobierno, Alejandro Lerroux, recibe una extraña carta. La misiva viene firmada por Daniel Strauss, quien la ha enviado desde La Haya. En ella se incluye un minucioso informe acerca de relaciones y contactos mantenidos en España por el remitente durante el año anterior y cuyo fin había sido intentar la legalización de una ruleta de su invención llamada Straperlo. Strauss solicitaba a Alejandro Lerroux ser indemnizado por los perjuicios económicos que, según alegaba, le habían sido causados. Ya sabemos que las personas que habían tratado más directamente con Strauss —entre ellas, el sobrino y ahijado de Lerroux—, pertenecían al Partido Republicano Radical, incluso ocupando puestos preeminentes en la Administración.
Así nos relata Lerroux la llegada y el contenido de aquella carta:
«No recuerdo a punto fijo qué día, llegó a mis manos un pliego bastante voluminoso, procedente del extranjero. Rompí el sobre, leí las primeras líneas y volví precipitadamente las hojas para buscar en la última la firma. Firmaba Strauss. El nombre no me decía nada ni me recordaba persona conocida.
Volví a la primera hoja y recomencé la lectura. Se me denunciaba que persona de mi apellido y familia, y otros de mi amistad, habían estado en relación con el firmante para tratar de poner en explotación un aparato de juego inventado por él y titulado el Straperlo, en el cual, afirmaba el inventor, se suprimía el azar y actuaba solamente el cálculo; que después de viajes, gestiones y gastos cuantiosos le habían abandonado sin conseguir la autorización necesaria para la explotación y sin cumplir el compromiso de indemnizarle. Requería mi intervención para que yo les obligase a la indemnización de los perjuicios y a reembolsarle los gastos, señalando una crecida cantidad de florines o pesetas. Grosso modo, este era el resumen del documento [53]».
Convencido de que se trata de un intento de extorsión —el chantaje económico rezumaba en el documento desde la primera hasta la última letra [54]—, Lerroux ignora el contenido de la carta de Strauss y procede a su archivo. Pasadas unas semanas sin haber recibido respuesta a su escrito —mi despreciativo silencio le decide a emprender otro camino [55]—, Daniel Strauss confía su reclamación al abogado y diputado francés Henri Torres [56], un viejo conocido de Lerroux a quien don Alejandro había recibido en su casa de San Rafael hacía unos años y con quien había coincidido en Valencia, en 1932, con motivo de la llegada de los restos de Vicente Blasco Ibáñez, cuando fueron trasladados desde la ciudad francesa de Mentón donde había fallecido en 1928. Henri Torres envía a Madrid a su primer pasante, el también abogado Gastón Cohen Debassan, quien llega a la capital de España bien pertrechado de fotografías, cartas y copias de documentos como pretendidas pruebas del derecho que le asiste a Strauss en su reclamación. El encargo que trae Debassan a Madrid es exponerle a Lerroux la gravedad del caso y la conveniencia de «arreglar el asunto» para así evitar que se promueva un escándalo: Arreglar el asunto era, según parece, darle al ya bien definido caballero de industria algunos centenares de miles de pesetas [57]. Tras negarse a recibir al enviado del abogado Torres, Lerroux muestra la misma actitud de desprecio que adoptó con la carta que le había sido remitida por Daniel Strauss:
«En mi casa me visitó el amigo [58] que había estado al frente de mi despacho de abogado, mientras ejercí la profesión.
Su continente era grave. Me llevaba una noticia desagradable. (…) En efecto, venía por encargo de un pasante de Henri Torres, abogado de París, llegado a Madrid aquella mañana. Le había entregado unos documentos que puso sobre mi mesa. En suma, se trataba de la denuncia de Strauss, inventor del Straperlo.
La misión del pasante consistía en proponerme que para evitar el escándalo de una reclamación por la vía judicial, se le abonasen al Strauss no sé cuántos cientos de miles de francos. Y para convencerme de la gravedad del caso, esta vez venía la denuncia acompañada de una colección de documentos copiados, fotografiados y originales.
Me negué a examinar aquellos papeles. Informé a mi amigo de los antecedentes que yo tenía y del anterior asalto, conato de chantaje, que de seguro desconocía Maitre Torres. Y le rogué que no volviese a hablarme del asunto.
—El pasante de Torres —me dijo— esperará la resolución de usted durante cuarenta y ocho horas.
—Pues aconséjele que si no quiere perder el tiempo —le repliqué—, tome el primer tren de regreso.
Y dejé correr el mío sin volver a ocuparme de aquella segunda tentativa [59]».
Aunque parecía lógica la actitud de desdén adoptada por Lerroux ante las características chantajistas del asunto, el líder radical fue incapaz de imaginar que aquella denuncia de Daniel Strauss podía derivar, gracias a las complicidades que se dieron, en un sonado escándalo político de gravísimas consecuencias para su partido, para él mismo y para la República.