Inesperada clausura a punta de pistola

El miércoles 12 de septiembre de 1934, a las seis de la tarde, como estaba anunciado, tiene lugar con gran fasto el acto de reapertura del Gran Casino al que acude más de un millar de invitados. La inauguración cuenta con las actuaciones de Conchita Chileno y su troupe y los Ballets de Suzy Florrer en el teatro del establecimiento de juego, mientras la Orquesta Aramburu, en el salón de baile, ameniza un ambiente festivo que recuerda los mejores tiempos vividos por el Gran Casino donostiarra. Las dos mesas de juego, traídas de Alemania, son atendidas por quince croupiers que Strauss ha hecho venir desde la ciudad belga de Ostende. De forma inmediata, los dos juegos mecánicos se ponen en movimiento con éxito notorio, fluyendo el dinero en grandes cantidades desde los bolsillos de los ansiosos apostadores hacia las mesas de juego. De pronto, cuando apenas han transcurrido unas horas desde la inauguración, se produce el desastre: la policía, pistola en mano, pone fin a las apuestas, desaloja a jugadores y visitantes y clausura el centro de juegos por orden gubernativa.

A la mañana siguiente, sin hacer un gran alarde informativo, los periódicos de San Sebastián dieron cuenta del cierre del Gran Casino. Al diario El Día, la noticia apenas le mereció unas líneas en páginas interiores:

«Anoche, a las 11, por órdenes recibidas de Madrid, el Gobernador Civil envió a la empresa explotadora del juego mecánico instalado en el Gran Casino de San Sebastián, una orden prohibiendo el funcionamiento de los aparatos instalados al efecto. Dicha orden fue cumplida inmediatamente y se dio aviso al público que desalojara las salas, como así lo hizo en medio del mayor orden [23]».

En los siguientes días, otros diarios de San Sebastián se refieren al suceso a la vez que mostraban su pesadumbre por la fallida reapertura de su emblemático centro de juego, tan necesario en una ciudad que no pasaba por sus mejores momentos, y exigían explicaciones al frustrado concesionario y a las autoridades donostiarras, a quienes acusan de ser poco previsores. En un suelto aparecido en El Pueblo Vasco se explicaba, no sin cierta sorna, lo acontecido durante la accidentada reinauguración:

«¡Bien, hombre…!

El comercio local andaba suspirando por los «recreos» en los que creyó ver el único medio para reaccionar contra la crisis. Asambleas, comités, manifiestos, acuerdos municipales, gestiones en Madrid, solicitudes al Gobierno… Qué no se habría hecho en torno a lo que con curioso estilo fuerista se llamaba «la plena integración de los recreos» y que en algunos escritos se llegó a calificar como «el problema más hondo y vital de la ciudad».

El otro día se oyó en los sectores mercantiles y turísticos de San Sebastián un ¡ya está! que sonaba a suspiro. Es que el Casino reabría sus puertas, mostrando la novedad de un sucedáneo de la ruleta; un aparato de posturas limitadas que por su funcionamiento mecánico permitía a la destreza luchar contra el azar, según se explicaba en el acto pre-inaugural.

Parece que el aparato fue inspeccionado oficialmente y en su visita se autorizó el funcionamiento, rubricando el visto bueno el Comité Pro-recreos que en estos menesteres debe ser algo así como el Consejo de Estado. Y la verdad es que la reapertura del Casino no pudo tener mayor éxito: el público acudió en número extraordinario y en Biarritz se organizaban ya autocars de turistas a quienes el artilugio mecánico ofrecía mayores ventajas que las veleidades del azar. El aparato parecía anunciarse ya con el mismo éxito logrado en otros casinos donde se ha establecido el mismo aparato; y fueron muchos los que se imaginaron que San Sebastián volvería a conocer el ambiente cosmopolita de otros tiempos.

Sí, sí… A la noche llegó el comisario, y con maneras demostrativas de que este funcionario no pertenecía a la carrera diplomática acabó con aquello.

¡Adiós euforia! El suspiro ilusionado que se había advertido en las clases mercantiles y turísticas de la ciudad es ya un gesto de estupor ¿Qué ha pasado? ¿Es que el concesionario podría haber hecho los cuantiosos gastos que suponen tal concesión e instalación sin asegurarse previamente una licencia oficial?» [24]

En otro suelto, aparecido en el mismo periódico el 20 de septiembre, después de algunas consideraciones relacionadas con el llamado problema de los «recreos», se leía lo siguiente:

«Por otra parte, el aire puritano del gesto prohibitivo no llega a conmovernos. En toda España se juega, sin que el puritanismo oficial haya podido evitarlo todavía. Y harto menos pernicioso que el juego extendido difusa y subrepticiamente por todas partes, resultará canalizarlo y adaptarlo con las circunstancias turísticas.

Esto es lo que se había hecho en San Sebastián, circunscribiéndolo al Casino y sustituyendo la ruleta por un aparato mecánico que según las explicaciones de su acto inaugural, permitía suplir con la destreza los juegos de azar. Era una explotación de recreo menor puramente turística; una discreta explotación de postura limitada y funcionamiento mecánico, destinándose a contrarrestar en cuanto pudiera el tirón de la Côte Basque y de sus Casinos; y era sobre todo, desde que se inauguró públicamente —y con un éxito de público que no hubiéramos creído—, una esperanza para la postrada economía de la ciudad que en ello creía vislumbrar su resurgimiento.

Ahora se ha dado un trastazo a tales esperanzas. ¿Por qué? Era lo que preguntábamos días pasados; y es lo que volvemos a preguntar hoy [25]».

A los pocos días, los donostiarras habían olvidado por completo aquel anecdótico episodio que frustraba la ilusión de ver integrado a su Gran Casino, de nuevo, en la nómina de los atractivos turísticos de la ciudad.