Tercera parte
Pasó mucho tiempo antes de que Shimriti se sintiera en condiciones de subirse nuevamente al tren. Casi no había sido su decisión, sino más bien un devenir natural e inevitable. Cada calle y cada acción la conducían a la estación, al andén, al tren...
Como todos, ella no quería equivocarse y subir antes de tiempo, ya que eso la llevaría a destinos verdaderamente desagradables.
Ni siquiera tenía ya (a mano del maestro para que te diera consuelo o le señalara el mejor camino. «Bienvenida a la ciudad de los buscadores», le había dicho al poco tiempo de llegar a Data. «A la próxima estación sólo pueden llevarte tu trabajo y tu deseo de saber más.»
Y después de decirlo, sencillamente, había desaparecido.
Desde la ventanilla, esperando la partida hacia Gnosis, Shimriti divisó cómo los otros dos trenes, que salían de la misma estación, se alejaban del destino dirigidos a lugares que habían crecido a expensas de los ansiosos y los desubicados, los que se suben al tren antes de tiempo para no seguir siendo conscientes de lo que no saben.
Uno se desviaba hacia Nec, el pueblo habitado por los que niegan lo que no saben, la ciudad donde viven todos tos necios y algunos vanidosos (hay quienes equivocadamente los llaman «egoístas» debido a un problema semántico, derivado de que una montaña de Nec, muy poblada, se llama Elego, y porque ciertamente algunas veces su acento o su manera de hablar se parece a la de los egoístas propiamente dichos; pero el gentilicio adecuado para los que viven en Elego es «ególatras». Los verdaderos egoístas son buscadores o conocedores, y no es usual que sean necios ni vanidosos).
El segundo tren se desviaba hacia Superlatus, la ciudad donde terminan viviendo los que equivocan el rumbo y, creyendo haber llegado a la sabiduría, piensan que lo saben todo aunque continúan siendo ignorantes, ahora desterrados.
Shimriti no pudo evitar compadecerse de ellos.