¿Cuándo? ¿Cómo?

¿Con una mina?

¿Por guita?

¿Qué le hiciste?

¿Lo mandaste preso?

El hombrecito siguió riendo.

- No, no. ¡Yo me burlé de ese estúpido ahora, delante de todos. Porque yo… ja, ja, ja… yo…¡Yo no soy Peter!

Me fui del consultorio riéndome a carcajadas. Tenía la imagen del maltrecho hombrecito creyendo que cagó al grandote. A medida que caminaba algunas cuadras, la risa se me fue pasando y me inundó una extraña sensación de autocompasión…

EL SUEÑO DEL ESCLAVO

Ya me había olvidado del enojo de aquel día.

Sentía que me importaba muchísimo más el tema de la mentira

en sí misma.

Había estado pensando toda la semana sobre el tema. Redescubriendo mi propia tendencia a mentir, recordando mentiras mías y de otros; y siempre volvía a chequear el concepto que Jorge había sembrado y crecía con fuerza:

"Si hay un problema en la mentira, lo tiene el mentiroso"

Me trabé un poco con las mentiras "piadosas". Al principio, parecían pertenecer a otra categoría. Parecía que allí no había un juzgamiento y autocondena. Ni siquiera un intento de evadir responsabilidades. Sin embargo, hilando fino. SI había un precio que yo no quería pagar cuando mentía para cuidar al otro. Yo no quería enfrentarme con su dolor, o con su impotencia o con su enojo. Y como si esto fuera poco, me daba cuenta de que en muchas de estas mentiras piadosas, lo que pasaba era que me ponía en el lugar del otro (me identificaba con la víctima, diría mi terapeuta). Y entonces, transitaba pensamientos alineados bajo el título de "Si esta fuera mi realidad, yo preferiría no saberla" Y desde este lugar, me sentía con derecho a decidir por el otro que no se enterara.

Dicho así, me daba cuenta de que la mentira era mucho más una manipulación macabra que un acto de piedad. ¡Qué horror!

Otra vez una mentira que no es para el otro. Que es para mí. ¿Con quién es la piedad? ¡Conmigo!

Casi todas las mentiras son piadosas, sólo que piadosas con uno mismo, piadosas con el que miente… -Piadosas para con uno mismo -le conté.

- Qué bueno, Demián. Nunca lo había pensado así. Me parece una idea poderosa -premió el gordo-. Las mentiras "piadosas" siempre son sospechosas y abren interrogantes, a veces complicados desde el punto de vista moral y filosófico. Uno de los planteos éticos más trascendentes que conozco es el dilema socrático del hombre y el esclavo.

La última vez que llegó a mí, lo mencionó Lea en un grupo de parejas que coordinábamos juntos. Cuando la escuché, resonó dentro de mí y recordé vagamente haber leído alguna vez la historia, restándole importancia. Sin embargo, al ver la discusión planteada entre quienes escuchaban y asistir a mis propios procesos interiores, me di cuenta de que tenía una cosa más que agradecerle a Lea aparte de su amistad… El relato es bien simple:

Voy paseando por un camino solitario, disfruto del aire, del sol, de los pájaros y del placer de que mis pies me lleven por donde ellos quieran. A un costado del camino, encuentro un esclavo durmiendo. Me acerco y descubro que está soñando, de sus palabras y gestos adivino… sé lo que sueña:

El esclavo está soñando que es libre. La expresión de su cara refleja paz y serenidad. Me pregunto…

¿Debo despertarlo y mostrarle que sólo es un sueño, y que sepa que sigue siendo un esclavo? ¿O debo dejarlo dormir todo el tiempo que pueda, disfrutando aunque sea en sueños, de su realidad fantaseada?

- ¿Cuál es la respuesta correcta?… -agregó Jorge. Me encogí de hombros.

- No hay respuesta correcta -siguió Jorge-. Cada uno debe encontrar la propia respuesta, y no hay lugar afuera donde buscarla.

- Yo creo que me quedaría paralizado frente al esclavo, sin saber qué hacer -dije.

- Voy a darte una ayudita, que por lo menos en algún caso te puede servir, mientras estás paralizado acércate al esclavo y míralo. Si el esclavo soy yo, no lo dudes:

¡DESPIÉRTAME!

LA ESPOSA DEL CIEGO

Ese día venía vindicativo.

- Parece que dijeras que no hay problema en la mentira, pero mentir está mal. Eso es lo que nos enseñaron. -¿Estás seguro, Demi? ¿Será cierto que nos enseñaron a no mentir? Yo no estoy tan seguro… Imagínate esta escena (sucede todos los días, en todas las casas de todas las ciudades).

El niño acaba de ser descubierto en una mentira.

El padre comprensivo y moderno, sabe que no es importante ESA mentira sino el concepto moral del mentir, así que…

El padre deja de hacer lo que está haciendo y se sienta con su hijo para explicarle en lenguaje sencillo, porqué tiene que decir siempre la verdad… pase lo que pase y caiga quien cai…

Suena el teléfono.

El hijo, que está tratando de hacer buena letra, dice: -¡Yo voy! -y corre a atender. Al rato, regresa.

- Es el corredor de seguros, papi. -¡Uf! ¿justo ahora? Dile que no estoy.

- ¿Nos enseñan a no mentir?

No creo. Nos dicen que no hay que mentir, eso sí.

Pero… nuestros padres, nuestros maestros, nuestros

sacerdotes, nuestros gobernantes, ¿nos enseñan que no hay

que mentir?

Jorge hizo una pausa, cebó un mate y siguió: -Parece que entráramos en otro campo, el campo personal y subjetivo de qué le pasa a cada uno frente a la mentira. Y, en todo caso, por qué estaría mal mentir. Miles de veces hemos

visto juntos que la sociedad en que vivimos detesta los individuos impredecibles. Esto significa una pérdida de control que complica las reglas de juego de la convivencia, por lo menos en el sistema tal como está estructurado. En este sistema, mentir está mal porque si mientes nunca voy a poder saber a ciencia cierta, qué piensas, qué haces, ni qué te pasa. Para conservar el control de la situación yo, como todos, necesitamos hechos verdaderos y si mis sentidos no alcanzan a informarme, necesito de la información que me des, necesito creer que lo que me dices es cierto.

- Pero si no puedo confiar en lo que me dicen los demás - argumenté- tampoco puedo vivir.

- Nadie puede prohibirte que confíes, Demián. Lo que cuestiono es que pretendas prohibirle al otro que mienta. -Pero, Jorge, si cada uno dijera lo que se le canta, todo se volvería un horror. Si todos mienten y nadie puede creer en nadie, la situación se transforma en un caos. -Es una posibilidad -dijo el gordo- pero no es la única. Hay otra posibilidad que es la que a mí me gusta pensar como más probable. Dijimos que uno miente porque juzgándose a sí mismo, teme el juicio de los demás. Dijimos también que el que miente ya se condenó.

Pero imagínate un mundo en libertad, un mundo de permisos

inconmensurables, un mundo donde nada tenga que ser

prohibido, inconveniente ni obligatorio…

En un mundo así, nadie se condenaría, ni se juzgaría, ni

esperaría juicios críticos de los demás. Y entonces, quzás suceda

que con la libertad de mentir o no mentir, con el permiso de decir

la verdad u ocultarla, quizás suceda que todos a la vez dejemos

de mentir y el universo se transforme por fin en un espacio

confiable y relajado…

Esa también es una posibilidad, Demián.

- ¿Estás seguro de que esa Es una posibilidad?

- No, no estoy seguro. Pero hay tantas cosas de las cuales estoy

seguro, que prefiero creer con seguridad en esta, que aunque no

lo es, por lo menos tiene la ventaja de ser deseable.

- A ti cualquier colectivo te lleva.

- No sé si me lleva, pero si tiene el número que yo espero, yo subo.

- Dime, gordo, si es verdad que tu sueño es posible, ¿por qué el mundo no se decide a transitar ese espacio "relajado y confiable", como tú dices?

- Porque primero, Demi, tiene que vencer el miedo. -¿Qué miedo?

- El miedo a la verdad. Algún día te contaré el cuento de la tiendita de la verdad. -¿Por qué no hoy?

- Porque hoy es el día de otro cuento…

Había en un pueblo un señor, que tenía una rara enfermedad en los ojos.

El hombre había estado ciego los últimos treinta años de su vida.

Un día llegó al pueblo un famoso médico a quien se consultó por su caso.

El doctor aseguró que operando al hombre, podía devolverle la vista.

Su esposa (que se sentía vieja y fea) se opuso…