Capítulo Ocho
El jardín estaba preparado con todo lo que podía pensar. La noche siguiente, después de un largo día de reuniones, Dvar lo había preparado todo para un picnic perfecto con su reina. El jardín, por sí mismo, era un precioso lugar. Tenía bonitos zarcillos colgantes de hiedra y madreselva. Había bonitas estatuas de mármol de querubines y ángeles. Y subrayándolo todo estaba la fuente central que se iluminaba por las noches y cambiaba de color en un bucle sin fin del azul al rosa, del rosa al lavanda y vuelta a empezar. Sin embargo, lo más destacado del jardín eran los innumerables y tupidos rosales. Habían sido una colección de concurso de su madre. Cada uno tenía un tipo diferente de flores y él estaba rodeado por explosiones de pétalos de color rojo sangre, naranja y blancos. Algunas eran de color violeta o incluso más oscuras, especialmente a la luz de la luna.
Para cenar, había preparado algo sencillo, solo algo de pan plano y dátiles. La carne era pierna de cordero, que era fácil de poner dentro del pan plano para llevárselo a la boca.
Cuando Amy entró en el jardín, se evaporaron todas sus reservas sobre follar con ella por todas partes. Llevaba un conjunto que él le había comprado en el bazar en secreto, un par de pantalones árabes que conjuntaban con un top cruzado incrustado de diamantes y rubíes. Había finas capas de gasa por encima de su vientre, técnicamente cubriendo su desnudez, pero él podía ver fácilmente a través de la tela la franja de maravillosa piel blanca qua había debajo. Estaba intrigado y encantado con el zafiro azul que adornaba su ombligo.
A juzgar por ese detalle y por la cantidad de horquillas y peinetas en su cabello – su largo cabello – él asumió que Phedre la había ayudado con la elección de vestuario, así como a añadir extensiones a su pelo.
Lo aprobaba.
Joder, a juzgar por la forma en que su miembro de había endurecido y apretaba contra la tela de sus pantalones, estaba definitivamente seguro de que todo él lo aprobaba de sobra.
Todo ello quedaba totalmente redondeado por las largas líneas de kohl en sus ojos, las largas y luminosas pestañas alrededor de sus profundos ojos color zafiro y los labios, pintados de rojo sangre. Esos labios que él no podía esperar para que envolvieran su erección. El toque final era la sencilla cadena de plata que colgaba en su cuello con el reluciente ojo turco azul guardado a salvo entre sus pechos.
Finalmente, se puso de pie esperando que ella no se diera cuenta de cómo de entusiasmado se sentía al verla. Ella había pasado la noche anterior en el harén cuando su sesión de planificación se alargó y un día entero sin ella casi se le había hecho demasiado largo. Fue como si hubiera corrido la Maratón de Boston y solo al final, solo ahora, solo después de más de cuarenta y dos kilómetros, le estuviera permitido beber agua. Dvar la abrazó fuerte mientras sonreía.
“Mi jequesa, estás adorable, realmente tan sexy como ninguna fierecilla podría estar.”
Ella le miró y él notó ese delicioso sonrojo coloreando sus pálidas mejillas. “Me alegro de que te guste. Yo… el palacio entero es alucinante. He sentido como si cada habitación, cada atracción, fuera más hermosa que la anterior.”
Él se rio entre dientes y la condujo hasta la manta. Detrás de él, la fuente estaba iluminada en morado, lo que complementaba magníficamente el brillo de sus ojos. “Has visto muy poco. Cuando las cosas se calmen, no puedo esperar para llevarte a los establos para que veas lo hermosos que son mis caballos árabes premiados. Mi tío los criaba y yo adquirí la costumbre de mi primo Munir. Los disfrutarás,”
“Yo… no sé montar,” dijo ella, mirando a la manta mientras de sentaba. “Eso no será un problema, ¿verdad?”
Él sonrió. “No creo. Después de todo, fierecilla, tengo la sensación, de que hay pocas cosas que no puedes manejar. Realmente, te has ganado el corazón de mi pueblo, y el mío propio.”
Ella asintió y él vio cómo su garganta se movía arriba y abajo ligeramente al tragar. “Supongo.”
Frunciendo el ceño, metió la mano en la cesta y puso la comida sobre la manta. También sacó champán y sirvió para ella en un vaso. “Pareces preocupada. ¿Algo va mal, Amy?”
Ella parpadeó y él se dio cuenta de que debía ser porque había usado su verdadero nombre. No le parecía correcto provocarla llamándola señorita Monroe – después de todo, en breve sería su esposa legalmente, una vez que se hicieran los arreglos para la ceremonia. Ella iba a ser la jequesa Yassin y su antiguo nombre no tenía lugar aquí, entre ellos.
“No es nada.”
Él tomó un sorbo de su propia bebida, disfrutando de la forma en que las burbujas le hacían cosquillas en la nariz. “¿No tienes hambre? Es una comida sencilla y te prometo que he reservado el pichón para otra noche.” Hizo un gesto hacía el cordero, preparado a fuego lento y que prácticamente se desprendía del hueso. “No tienes nada en contra de esto, ¿verdad?”
Ella se rio un poco, con parte de su ánimo y habitual buen humos de vuelta. “No es eso. Y además, el otro día estaba de broma con el pichón. Me comí uno entero yo sola y fue la carne más condenadamente jugosa que jamás haya comido.”
Él sonrió con suficiencia y se acercó lentamente a ella. “Hay hoy otras cosas incluso más suculentas para tu boca, te lo prometo.”
Ella se rio entre dientes. “Creo que me he dado cuenta.” Amy sorbió su bebida y después tomo unos pedazos del pan plano. “Es solo que el encuentro con el harén ha sido más abrumador de lo que podía haberme imaginado. Ellas son tan hermosas y yo no sé… aún no estoy segura de cuánto va a durar esto.”
Dejando su bebida, él extendió la mano y acarició su mejilla. “No he pedido a ninguna que sea mi esposa y me ayude a gobernar a mis súbditos. Hablo en serio.”
“Y estoy deseando saber a dónde va esto. No hay nada más para mí si vuelvo a casa, y estos últimos días han sido más que alucinantes, pero sé que nada dura para siempre. Mis padres no lo consiguieron.”
A él se le abrieron las ventanas de la nariz y movió la cabeza. “Yo no soy así.”
“Tienes veintitrés mujeres a menos de setenta metros de aquí que están deseando cubrir cualquiera de tus necesidades y saben cuáles son. Esa Kamala no lo guarda en secreto, en absoluto.”
Dvar lo pensó. Había cosas que adoraba hacer con Kamala, o, al menos, había adorado hacerlas. Esa chica siempre quería probar cualquier cosa, era tan flexible y elegante y estaba tan ávida... Lo echaría de menos, pero nunca podía haberse imaginado que su novia americana fuera tan contraria a un harén, puesto que los matrimonios abiertos eran mejores que un divorcio.
Tomó las manos de ella entre las suyas y las apretó firmemente. “¿Eso es lo que te molesta tanto? ¿Lo que tengamos Kamala y yo? Ella no es alguien a quien yo jamás haya considerado mi igual.”
“Entonces, puede que yo solo sea un poco de estímulo verbal y una yegua de cría, si es que llegamos tan lejos alguna vez.”
“No, no es eso en absoluto.”
“Entonces, ¿podemos intentarlo solo nosotros? ¿Podemos construir algo antes? Sé que el harén es una tradición y tú has tenido años para disfrutar de todos sus beneficios, pero significaría mucho para mi si yo fuera la única mujer a la que acudieras. ¿Te parece justo?”
Él respiró profundamente y sintió como se apretaba su mandíbula. Cuando habló, su voz sonaba baja y cargada de intención. “Tú no fijas los límites en nuestra relación. Yo estoy al mando, fierecilla, y pensé que lo sabías.”
“Tú sabes que mi hermana nos visitará pronto. Acabamos de salir en las noticias de Al Jazeera y sé que Alexis me llamará para comprobarlo. Incluso si no me dejas contestar, ella y Farzad estarán aquí lo antes posible para verlo con sus propios ojos. Me iré con ellos, lo juro, si no lo intentas y me das prioridad. Dame un año, y si no es suficiente, si todavía necesitas a Kamala o al resto del harén, entonces veremos que hacemos.”
“Sigues poniéndome condiciones.”
“No me importa. Te dejaré si sigues adelante con el harén.”
“Es una tradición.”
Sus ojos brillaban con fuego azul. “Si me quieres, tendrás que demostrármelo.”
Claro que se lo demostraría…
Dvar empujó toda la comida fuera de la manta, sin preocuparse de si aterrizaba en la fuente o entre los rosales. Entonces, se estiró para cogerla y ella trató de empujarle, pero ¡maldita sea! ella era suya y había necesitado cantidades de paciencia inhumanas para esperar tanto, para no abalanzarse sobre ella en el momento en el que entró en el jardín.
Ella se retorció bajo sus esfuerzos, pero él la sujetó tumbada, sujetándole las muñecas por encima de la cabeza y manteniéndola así. Sus caderas estaban aplastadas contra las de ella y cuando se quedó quieta debajo de él, supo que había sentido su erección tratando de entrar en ella, había sentido dentro de él su excitada pasión.
Él se inclinó más hacia abajo y rozó con sus dientes la piel de su cuello y Amy se estremeció y gimió debajo de él. Ella ya no luchaba para quitárselo de encima. Él la araño de nuevo con los dientes, esta vez dibujando el camino hacia el hueco de su clavícula. Arqueó su larga lengua y comenzó a lamer su suave piel para probar su sabor, de adelfa y especias, de verano cálido y frescura verde. Era divina.
Y era suya,
Solo suya.
“Y ahora, ¿las reglas de quién estamos siguiendo?” preguntó él.
Ella le miró furiosa, incluso mientras él sujetaba sus muñecas. “Las mías.”
Él se encajó en ella casi dolorosamente, su miembro provocando su núcleo a través del tejido de sus ropas. “No. ¿Las reglas de quién, fierecilla? Sabes cuáles son. ¡Dilo!” él dio más fuerza a sus palabras succionando fuerte en su hombro, dibujando un chupetón amoratado, la piel volviéndose morada bajo sus labios. “¡Dilo!”
Ella gimió, sus ojos azules sombreados por sus pesados párpados. “Tus reglas, Dvar. Solo las tuyas.”
Él buscó a través de la tela del top y encontró su pezón derecho. Podía imaginar ese pico de color rosa oscuro bajo su mano. Masajeó su pecho y pellizcó el pezón entre sus dedos, convirtiéndolo en un punto atractivo punto duro. Amy gritó y corcoveó contra él, pero no de desesperación – sino de necesidad. Necesidad pura y animal y él tampoco podía ocultar su deseo.
Por eso les pareció que les llevaba demasiado tiempo quitarse la ropa. Pero ella pronto estuvo echada delante de él, desnuda de cintura para abajo, sus bellos rizos oscuros como un atractivo bosque delante de él. Él se inclinó y besó el ápice de sus muslos mientras sus manos jugaban con sus pechos y los agarraban.
Sentándose de nuevo, la sonrió. “¿De quién eres?”
“Tuya, solo tuya,” dijo, incorporándose y pasando los dedos, hábiles y delicados, por su miembro. “Te necesito dentro de mí, Dvar, por favor.”
Él se lo agradeció. Después de todo, había pasado mucho tiempo desde su ducha. Se situó encima de ella y deslizó su miembro en el interior de sus suaves pliegues. Él siseó al sentir el calor de ella, el maravilloso y apretado ajuste que parecía masajearle en toda su longitud mientras él entraba centímetro a centímetro. Encajaban de forma alucinante, como si ella estuviera hecha para él. Sus caderas se movieron por su cuenta entonces, su propia pasión atávica desbordándose. Él intentó ir despacio, hacer el amor con ella como había estado deseando, pero era más rápido que eso, cargado de hambre y urgencia.
La sentía increíble y él dejó que una de sus manos se deslizara por sus caderas y las apretara mientras la otra bajaba para tocar su clítoris. Amy siseó y le clavó las uñas lo mejor que pudo en los omoplatos, bajo la camisa. Le gustaba el aguijón de dolor que le producía su forma de agarrarse, los indicios de algo más en su jadeo. Se movió con él, sus piernas enlazadas alrededor de su cintura. El ritmo aumentó entre ellos y él sintió que sus pelotas se tensaban con anticipación. Ella se incorporó y le besó, sus lenguas entrelazadas. Eso fue todo.
Él se corrió entonces, derramándose dentro de ella, sintiendo las espirales de placer atravesándole hasta que cayó sobre la manta. Ella se echó junto a él, gritando su propio placer y estremeciéndose a su lado. Al final, cuando ambos terminaron, él la arrastró a sus brazos y la sujetó muy cerca de él. La besó en la parte superior de la cabeza, evitando la peineta en forma de cabeza de halcón que llevaba, la que hacía que su cabello brillara como el ébano en contraste con sus rubíes. Dvar habló.
“Te quiero.”
Oh, Alá, ¿realmente había salido eso de sus labios?
Él parpadeó despertándose a la vez que ella, como si les hubieran derramado un cubo de agua fría por encima. Era demasiado difícil de creer, de comprender realmente. Él solo había amado a su familia. Sí, había estado entretenido con alguna mujer o cautivado por su talento, pero esta saciedad era completamente diferente y mucho más real.
Unos ojos azules, grandes y asustados le devolvieron la mirada. Amy se mordió el labio y titubeó antes de hablar. “No lo entiendo.”
“Te quiero y tienes razón, no hay nadie más. No volveré a estar con el harén, nunca más.”
“Yo…”
Él la besó de nuevo, pero ella estaba todavía debajo de él. Tirando de ella, introdujo una mano en su cabello. Era tan suave y sedoso al tacto que tenía que recompensar generosamente a Phedre por el trabajo de cambio de imagen que había hecho. “Di algo.”
“Me importas, y voy a intentarlo. Agradezco mucho que estés de acuerdo conmigo en lo del harén, pero eso es todo lo que te puedo dar en este momento.”
Él asintió y la acercó más a él, sintiendo su cuerpo delgado y enjuto contra el suyo. No era todo lo que él quería, pero tendría que servir por ahora porque no iba a dejar ir a su fierecilla.
Nunca.