CAPÍTULO XII
Buck Nolan entró en su habitación.
Seguía llevando en brazos a Cynthia Keith.
El escritor encendió la luz, cerró la puerta, y depositó a la periodista sobre la cama.
—Encenderé la chimenea —dijo.
—Sí, la habitación esta fría —respondió la joven.
—Desnúdate y metete en la cama.
—No, prefiero esperarte a ti —sonrió Cynthia.
Buck la besó en los labios.
—En seguida estoy contigo, cariño —dijo, y se acercó a la chimenea.
Colocó adecuadamente unos cuantos leños y les prendió fuego.
Como el resplandor de las llamas iluminaba suficientemente la habitación, el escritor apagó la luz.
—Mejor así, ¿verdad? —preguntó a la periodista.
—Mucho mejor —asintió ella.
Buck Nolan se despojó del negro jersey y quedó en camiseta, sentándose así en la cama, junto a Cynthia Keith, que se había descalzado.
La tomó por los hombros y besó cálidamente su boca.
Ella colaboró en la caricia, al tiempo que se subía el delgado suéter de lana, que Buck le ayudó a quitarse.
Cynthia Keith quedó con el torso desnudo.
Buck Nolan bajó la mirada y contempló los jóvenes y altivos senos femeninos, los suaves pezones, las rosadas aureolas... Los tomó entre sus manos y los acarició tiernamente.
—Tienes unos senos preciosos, Cynthia.
—¿De verdad te gustan?
—Son maravillosos.
Cynthia le cercó el cuello con sus brazos y tiró suavemente de él, al tiempo que se dejaba caer hacia atrás, quedó tumbada en la cama y Buck sobre ella, el rostro muy cerca de sus rosados y palpitantes pechos.
El escritor adivinó que la periodista deseaba que se los besara y se apresuró a complacerla, mordisqueando también sus graciosos pezoncillos.
Cynthia gimió de placer y apretó la cabeza de él, musitando:
—Buck, vida mía...
Nolan, entre besos y caricias, la despojó de los pantalones de pana y de la sucinta y delicada braguita lila, dejándola completamente desnuda. Él también se desnudó totalmente.
Continuaron los besos y las caricias, cada vez más ávidas, más apremiantes, hasta que se hizo imperiosa para los dos la necesidad de unir sus cuerpos desnudos íntimamente.
Buck Nolan separó suavemente las piernas de Cynthia Keith y se colocó entre ellas, para penetrarla e iniciar el acto sexual.
En aquel preciso instante, tan emocionante y tan maravilloso para los dos, se escucharon tres estampidos seguidos.
Buck y Cynthia respingaron a un tiempo.
—¿Qué ha sido eso, Buck...? —exclamó la periodista.
—Yo diría que disparos —adivinó el escritor.
—No han sonado muy lejos de aquí...
—Juraría que en el cementerio.
—¡En el cementerio! —repitió Cynthia, estremeciéndose.
—Sí.
—¡El inspector Felton dejó un detective allí, para proteger a Harold Birney, el vigilante de día que debía prestar servicio también esta noche, en lugar de William Daly!
Todavía flotaban en el aire las palabras de la periodista, cuando se escucharon otros tres disparos, igualmente seguidos.
—Debe ser el detective quien dispara —adivinó Buck Nolan.
—¿Estarán Elizabeth Holmes y William Daly en el cementerio, Buck...?
—Seguro.
—Habrán atacado al detective y al vigilante...
—Me temo que sí.
—La pistola no servirá de nada...
—De nada, nosotros lo sabernos muy bien
—Dios mío, ya deben de estar chupando su sangre —musitó la joven, horrorizada.
—Pobres desgraciados. Nada podemos hacer por ellos. Aunque nos vistiésemos a toda prisa y corriésemos hacia el cementerio, llegaríamos tarde. Hay varios centenares de metros.
—Una cosa sí podemos hacer, Buck.
—¿Qué?
—Avisar al inspector Felton.
—¿Estás dispuesta a contárselo todo?
—Bueno, por el momento sólo le diré que hemos oído disparos en el cementerio. Eso hará que venga inmediatamente a Layton, con algunos de sus hombres. Si, como tú y yo sospechamos, hallan muertos en el cementerio al detective que dejó de guardia y a Harold Birney, le diremos todo lo que sabemos.
—No nos creerá, Cynthia.
—Es posible que no, aunque ahora tenemos una prueba.
—¿Cuál?
—Tu escopeta.
—¿Mi escopeta...?
—Sólo alguien con poderes sobrenaturales podría doblar sus cañones como si fuesen de hojalata.
Buck Nolan asintió con la cabeza.
—Sí, tienes razón, Cynthia. Mi escopeta es toda una prueba. Tal vez consigamos convencer al inspector Felton.
—Ojalá lo logremos. Vamos, apártate de encima de mí; rápido.
—Sí, pero no creas que lo hago con gusto —rezongó el escritor, retirándose.
—Tampoco a mí me gusta tener que interrumpir esto, pero...
—Estábamos en lo mejor, maldita sea.
—Volveremos a estarlo, no te preocupes —sonrió la periodista.
—Espero que sí —suspiró Buck Nolan, resignado.
El y Cynthia empezaron a vestirse con rapidez.
* * *
Hacía algo más de una hora que la joven periodista de La Gaceta Londinense había hablado con el inspector Felton.
Buck Nolan y Cynthia Keith aguardaban en el salón la llegada del inspector de Scotland Yard y sus hombres, quienes ya debían de hallarse en el cementerio de Layton.
De pronto, sonó el timbre de la puerta.
Buck y Cynthia brincaron del sofá.
—Debe ser el inspector Felton —adivinó la periodista.
—Seguro. Vamos a abrir —repuso el escritor.
Caminaron los dos hacia la puerta.
Buck Nolan abrió.
Efectivamente, se trataba del inspector Felton, al que acompañaban cinco hombres, nada menos.
Los seis miraban, extrañados, las ristras de ajos y los crucifijos que colgaban en la puerta y las ventanas de la casa.
El inspector Felton, que frisaba en los cuarenta años de edad, alto y fornido, de rostro duro y enérgico, interrogó:
—¿Qué diablos significa esto?
—¿Se refiere a las ristras de ajos y a los crucifijos, inspector...? —preguntó Cynthia Keith.
—¡Naturalmente que me refiero a eso!
—Es una larga historia, inspector —carraspeó Buck Nolan.
Felton iba a decir algo, pero Cynthia se anticipó, preguntando:
—¿Qué pasó en el cementerio, inspector?
—Harold Birney y el detective Crown están muertos. Sin sangre en el cuerpo. Y los dos tienen esas malditas marcas azuladas en el cuello.
Buck Nolan y Cynthia Keith se miraron.
El escritor, gravemente, dijo:
—Lo suponíamos, inspector.
—¿Por qué?
—Nosotros estuvimos a punto de seguir la misma suerte.
—¿Ustedes...?
—Sí, inspector.
—¿Quién les atacó? ¿Cuándo? ¿Con qué?
Como Buck Nolan dudaba en responder, lo hizo Cynthia Keith:
—Fue Elizabeth Holmes, inspector.
Felton creyó no haber oído bien.
—¿Qué fue quién...?
—Elizabeth Holmes, la mujer que reposaba desde hace más de doscientos años en la tumba que fue abierta por el rayo que cayó anoche en el cementerio. El inspector Felton y sus hombres denotaron el más absoluto de los asombros.
Cynthia Keith, que ya contaba con ello, prosiguió:
—Elizabeth Holmes mató a William Daly, inspector. Le mordió en el cuello y bebió hasta la última gota de su sangre. Por unas extrañas circunstancias que luego le explicaré, William Daly resucitó en el depósito de cadáveres y dio muerte al doctor Forrest, absorbiendo toda su sangre. William Daly escapó por la ventana de la sala de autopsias y vino a Layton, a reunirse con Elizabeth Holmes, quien había pasado todo el día oculta en el sótano de esta casa, sin que Buck Nolan lo sospechara. Elizabeth Holmes intentó acabar con Buck y conmigo, pero, gracias a Dios, supimos cómo defendernos de ella y la obligamos a huir. También a William Daly, que entró en la casa en su ayuda. Ellos mataron a Harold Birney y al detective Crown, inspector. Y bebieron su sangre...
El inspector Felton boqueó, pero no consiguió articular palabra alguna, a causa de su estupor.
Cynthia Keith habló más claro todavía:
—Elizabeth Holmes es una mujer vampiro, inspector. Por eso su cuerpo sigue intacto, después de más de doscientos años de su muerte. Los vampiros, como todo el mundo sabe, aunque casi nadie lo crea, se alimentan de sangre humana. Y, la persona que tiene la desgracia de ser mordida por un vampiro, vuelve a la vida a la noche siguiente de su muerte, convertida también en vampiro. Es el caso de William Daly. Y sucederá lo mismo con el doctor Forrest, el detective Crown y Harold Birney, a menos que les atravesemos el pecho con sendas estacas. Esa es la única manera de acabar con un vampiro. Y tiene que ser de día. De noche, no es posible. Su poder es infinito, desde que oscurece hasta que amanece. Trae tu escopeta, Buck, y cuéntale al inspector Felton por qué se partió su culata y quién dobló sus cañones como si fueran de mazapán.
Buck Nolan fue en busca del arma, regresando rápidamente con ella.
Se la mostró a Felton, explicando:
—Los cañones los dobló Elizabeth Holmes con sus manos, inspector. Los vampiros tienen una fuerza increíble. Y los huesos muy duros. La culata se partió cuando golpeé con ella el cráneo de la mujer vampiro. Y ella se quedó tan pancha.
El inspector de Scotland Yard seguía sin poder hablar.
Buck Nolan añadió:
—Minutos antes, disparé mi escopeta contra William Daly, pero, aunque no erre ninguno de los dos tiros, el tipo se quedó tan fresco. Un instante después, se convirtió en un murciélago y emprendió el vuelo, desapareciendo. También Elizabeth Holmes se transformó en murciélago, cuando Cynthia la obligó a salir de esta casa, junto con William Daly, amenazándolos a los dos con un crucifijo. Este que cuelga de la puerta, precisamente. En cuanto a los ajos...
Fue Cynthia Keith quien sustituyó al escritor en la palabra, explicando al inspector Felton lo de los ajos y los crucifijos, contándole lo que pasó cuando ella aplicó el crucifijo en las desnudas nalgas de Elizabeth Holmes.
El miembro de Scotland Yard se resistía a creer lo que estaba oyendo, pero a cada minuto que pasaba se hallaba más convencido de que Buck Nolan y Cynthia Keith decían la verdad.
Era, además, la única explicación para todo lo sucedido.
No había otra.
El ataúd vacío de Elizabeth Holmes...
Los cuerpos sin vida y sin sangre de Richard Forrest, Harold Birney y el detective Crown...
El de William Daly, desaparecido aquella misma noche del depósito de cadáveres...
Los cañones de la escopeta, doblados como si fueran de plástico...
Sí.
Tenía que admitir como verdadera la historia del escritor y la periodista, por fantástica que pareciera.
Existían los vampiros.
Y estaban en Layton.
Multiplicándose con rapidez.
Y todos parecían tener la misma consigna: morder al prójimo, para beber su sangre.
¿Podía haber un horror mayor...?
El inspector Felton se pasó la mano por el rostro, visiblemente pálido, y preguntó;
—¿Tienen idea de dónde pueden encontrarse en este momento Elizabeth Holmes y William Daly?
—No, inspector —respondió Cynthia Keith—. Y es inútil buscarlos de noche. Ni todo un ejército lograría dar con ellos. Hay que esperar a que amanezca.
—Pero...
—Si lo que teme es que sigan matando, tranquilícese. Por esta noche, no creo que ataquen a nadie más. William Daly absorbió toda la sangre del cuerpo del doctor Forrest. Más tarde, él y Elizabeth Holmes bebieron la sangre del detective Crown y de Harold Birney. Deben de estar saciados.
—Me gustaría estar seguro de eso.
—Ya verá como Cynthia está en lo cierto, inspector —intervino Buck Nolan—. Sabe mucho de vampiros.
Felton lanzó un suspiro.
—De acuerdo, empezaremos a buscarlos tan pronto como amanezca.