CAPÍTULO VIII

 

El murciélago se posó en el suelo, entre unos árboles próximos a la casa de Buck Nolan.

Un instante después, aquella especie de rata voladora se transformaba en un ser humano.

En un hombre.

En William Daly...

El que, hasta la noche pasada, fuera vigilante nocturno del cementerio de Layton, apretó rabiosamente los puños al ver que, colgados en la puerta y en las ventanas de la casa, había sendos crucifijos y ristras de ajos.

No podría acercarse a ella, mientras estuviesen allí.

El olor del ajo era irresistible para «ellos».

La cruz su peor enemigo.

Era el símbolo de Dios, del Bien, y «ellos» eran una cosa del Demonio, del Mal.

William Daly, con los ojos brillantes de furia, despidiendo literalmente fuego por ellos, dio una vuelta completa en torno a la casa, sin aproximarse en ningún momento a ella.

Tenía la esperanza de que, en alguna de las ventanas laterales o posteriores, hubiesen olvidado colgado el crucifijo y la ristra de ajos.

Desgraciadamente para él, no era así.

Todas las ventanas estaban protegidas.

No podía entrar en la casa.

Y, lo que era peor, Elizabeth Holmes no podría salir.

Sí.

Elizabeth Holmes estaba allí.

En aquella casa.

En el sótano de aquella casa, más concretamente.

Bien oculta.

Allí había dormido todo el día.

Pero ya era de noche.

Elizabeth Holmes no tardaría en despertar.

Y, en cuanto despertase, sentiría sed.

Sed de sangre.

De sangre humana.

 

* * *

 

Las palabras de Cynthia Keith habían erizado la piel a Buck Nolan, quien tartamudeó:

—¿Qué... qué el cadáver de..., qué el cadáver de William Daly ha..., ha desaparecido...?

La periodista de La Gaceta Londinense asintió gravemente con la cabeza.

—Sí, Buck.

—¿Y el médico forense qué...?

—Muerto. Sin sangre en el cuerpo. Y con esas marcas azuladas en el lado izquierdo del cuello —repitió Cynthia.

El escritor quedó sin habla.

Estaba tan pálido como la periodista.

Cynthia Keith dijo:

—Supongo que ya te habrás convencido, ¿no, Buck?

—¿De la existencia de los vampiros?

—Sí.

Buck Nolan no respondió.

Empezaba a creer que Cynthia Keith tenía razón, pero se resistía a confesarlo.

La joven explicó:

—Según afirman los libros de vampiros que yo he leído, la persona que muere por haber sido mordida por un vampiro, vuelve a la vida la noche siguiente, convertida también en vampiro. William Daly murió anoche, al ser absorbida toda su sangre por Elizabeth Holmes. Esta noche, ha vuelto a la vida. En el depósito de cadáveres. Mordió al doctor Forrest y chupó hasta la última gota de su sangre. Luego, abandonó d Depósito. Nadie lo vio salir. También tengo explicación para eso, Buck. Nadie vio salir a William Daly porque William Daly se convirtió en un murciélago y escapó por la pequeña ventana de la sala de autopsias, pasando por entre la reja.

—Convertido en murciélago... —musitó el escritor, incrédulo.

—Sí, Buck. Los vampiros pueden transformarse en murciélagos. Los libros lo aseguraban de una manera categórica. Yo, como ya te dije esta mañana, no lo creía posible. Ahora, sin embargo, estoy absolutamente convencida de que es cierto. Lo sucedido en el depósito de cadáveres, no admite otra explicación.

Era cierto.

No la admitía.

Buck Nolan, al menos, no encontraba ninguna otra.

Tras mirar largamente a la joven periodista, con fijeza y sin un solo pestañeo, preguntó:

—¿Vas a contárselo todo al inspector Felton, Cynthia?

Ella, después de unos segundos de vacilación, respondió:

—No; por el momento, no. En primer lugar, porque no me creería. Y, en segundo lugar, porque, aunque lograra convencerle, no conseguiríamos nada.

—¿Por qué no?

—Es de noche. Buck. Y la noche es de los vampiros, cuando mejor pueden demostrar su infinito y maligno poder. No se puede luchar contra ellos de noche. Lo más que se puede hacer, es defenderse de ellos. Con ristras de ajos y cruces. Eso los ahuyenta. En esta casa estamos seguros, Buck, te lo garantizo.

Cynthia Keith, claro, ignoraba que Elizabeth Holmes estaba en el sótano de la casa, esperando el momento de abandonarlo y atacar a Buck Nolan, cuya sangre necesitaba imperiosamente.

 

* * *

 

Buck Nolan estaba callado.

Serio.

Pensativo.

Cynthia Keith se acercó a él y se cogió de su brazo.

—¿Tienes miedo, Buck?

—Un poco, sí —confesó el escritor.

—No corremos ningún peligro, créeme.

—¿De veras piensas que los ajos y los crucifijos detendrán a Elizabeth Holmes?

—A ella... y a William Daly.

Buck Nolan respingó.

—¿William Daly...?

—Estoy segura de que han venido a Layton.

—¿Cómo los sabes?

—Lo dicen los libros, Buck. Los vampiros no viven solitariamente, sino en grupo, formando una especie de comunidad en un determinado territorio. Y esa comunidad es regida por un jefe. En este caso, el jefe es Elizabeth Holmes, y el territorio escogido para formar esa comunidad, Layton.

—Si lo que dices es cierto, los habitantes de Layton están en peligro...

Cynthia Keith cabeceó afirmativamente.

—Lo están, Buck.

—¿Y no podemos hacer nada para impedir que...?

—Nada absolutamente, Buck. Si les decimos a los habitantes de Layton que hay vampiros en la región, y que deben poner crucifijos y ristras de ajos en las puertas y ventanas de sus casas, para protegerse de ellos, nos tomarán por locos y se carcajearán de nosotros hasta que se les salten las lágrimas.

Buck Nolan dio un suspiro.

—Tienes razón, Cynthia. Yo sería el primero que reaccionaría así, de hallarme en su lugar. A pesar de todo lo sucedido, te confieso que todavía tengo mis dudas sobre la existencia de los vampiros.

—¿Qué más pruebas quieres, Buck?

—No sé. Encontrarme con uno de ellos cara a cara, tal vez.

—Ya te encontraste anoche con uno: Elizabeth Holmes.

—Sí, pero no me mordió, no chupó mi sangre. Ni siquiera pude ver sus colmillos de vampiro. Sólo sé que su cuerpo estaba muy blanco y muy frío.

—Es lógico que esté blanco y frío, aunque aparentemente esté vivo, se trata de un cuerpo muerto, que piensa y se mueve gracias al diabólico poder de Satanás.

Buck Nolan sintió un escalofrío.

—¿Quieres decir que anoche hice dos veces el amor con un cadáver...?

—Así es, Buck. Aunque Elizabeth Holmes se comportara y gozara como una mujer viva, la realidad es que lleva más de doscientos años muerta.

—Qué horror...

—Mañana, en cuanto salga el sol, la buscaremos. Si conseguimos dar con ella, encontraremos también a William Daly. Acabaremos con los dos, Buck. Sé cómo se mata a un vampiro: atravesándole el pecho con una estaca. Luego, habrá que hacer lo mismo con el doctor Forrest... y las personas que esta noche sean atacadas por Elizabeth Holmes y William Daly.

—Confiemos en que no sean muchas.

—Dos, a lo sumo. En el cuerpo de un ser humano hay mucha sangre, Buck. La suficiente como para saciar a un vampiro hasta la noche siguiente. Buena prueba de ello es que Elizabeth Holmes no te mordió anoche, pese a que te tuvo en sus brazos, absolutamente a su merced. Con la sangre de William Daly tuvo suficiente.

—Sí, eso debió ser —suspiró el escritor, y se acercó a una de las ventanas.

Cynthia Keith respingó nerviosamente.

—¿Qué vas a hacer, Buck...?

—Dar un vistazo a los alrededores de la casa.

La periodista corrió hacia él y lo sujetó.

—¡No te asomes, Buck!

—¿Por qué?

—¡Puede ser peligroso!

—¿No dices que los crucifijos y las ristras de ajos impiden a los vampiros acercarse?

—Sí, pero...

—Sólo será un momento, Cynthia. Quiero saber si Elizabeth Holmes y William Daly andan por ahí afuera.

—Buck, no... —insistió la joven.

El escritor se soltó de ella y miró por la grieta de la ventana.

Al instante dio un respingo.

—¡Cynthia!

—¿Qué sucede, Buck...?

—¡Hay un hombre entre los árboles! ¡Y está completamente desnudo!

A la periodista se le puso la carne de gallina.

—¡Debe ser William Daly! —adivinó.

—¡Mira tú, Cynthia!

La joven aplicó el ojo a la grieta de la ventana.

—¡Si, es él! ¡William Daly, el vigilante nocturno del cementerio! —confirmó.

Buck Nolan corrió en busca de su escopeta.

La empuñó decididamente y regresó junto a la ventana.

—¡Aparta, Cynthia!

—¡Buck! ¿Qué vas a hacer?

—¡Abrir la ventana y pegarle dos tiros a William Daly!

—¡No le harán nada!

—¡Eso tengo que verlo para creerlo!

—¡No abras la ventana, te lo suplico!

Buck Nolan no hizo caso.

Abrió la ventana, se echó la escopeta a la cara, apuntó al pequeño y escuálido cuerpo desnudo de William Daly, y apretó el gatillo.

Por dos veces.

El escritor se convenció de que Cynthia Keith estaba en lo cierto, los disparos no abatieron a William Daly, quien un par de segundos después se convirtió en murciélago y emprendía el vuelo, perdiéndose en la oscuridad de la noche.