CAPÍTULO XI
Rory Brennan posó el helimóvil de Melba Rischer a más de doscientos metros de la casa de Norbert Fellner y en dirección opuesta a donde se alzaba la casa de los Wallace, para mayor seguridad.
Paró el motor, las hélices perdieron fuerza, y el periodista y su novia descendieron del aparato. Con paso silencioso y cauteloso, caminaron hacia la casa del profesor Fellner.
Rory esgrimía la pistola de rayos láser en la diestra y con la izquierda apretaba la mano de Melba, cuyo corazón latía con fuerza, a causa de su nerviosismo.
De su miedo, más bien, porque temía que se encontraran de pronto con varios de aquellos horribles seres de piel verdosa y llena de grietas, armados con extraños pero temibles fusiles.
La muchacha contenía hasta el aliento.
Rory, más tranquilo que ella, aunque sabía igualmente que se estaban jugando la vida, siguió avanzando sigilosamente hacia la casa del geólogo, tirando de su novia.
Alcanzaron la casa sin descubrir un solo alienígena.
Esperaron unos cinco minutos, agazapados, y como no ocurrió nada, se decidieron a penetrar en la casa por una de las ventanas laterales. Se colaron con rapidez, aunque sin hacer el menor ruido.
La casa estaba silenciosa.
Rory y Melba se adentraron en ella.
De pronto, descubrieron a Viviana.
A la resucitada Viviana.
¿O a la doble de Viviana...?
Pronto saldrían de dudas, porque Rory estaba dispuesto a averiguar de qué color era actualmente la sangre de la sirvienta.
Viviana les daba la espalda en aquel momento, por lo que no pudo verles. Estaba junto a la puerta del salón, como dudando si entrar en él o no.
De repente, se dio la vuelta y descubrió al periodista y a su novia.
Como Rory la apuntaba con su pistola, la morena dio un grito.
—¡Señor Brennan...! ¡Señorita Rischer...!
Rory le sonrió.
—Tranquilícese, Viviana.
—¿No se habían marchado...?
—Sí, pero hemos vuelto.
—¿Para qué?
—Queremos hablar con el profesor Fellner.
—Salió, ya se lo dije.
—Le esperaremos.
—Puede que tarde en volver...
—No importa. No tenemos ninguna prisa, ¿verdad, Melba?
—Así es —respondió la sobrina del geólogo, que observaba fijamente a Viviana Sanford.
Se preguntaba, naturalmente, si sería la auténtica Viviana o no.
La sirvienta preguntó:
—¿Por dónde entraron, señorita...?
—Por una ventana —respondió Melba.
—¿Y por qué no llamaron a la puerta?
—Pura precaución —contestó Rory.
Viviana clavó sus ojos en la pistola de rayos láser.
—¿Por qué me apunta, señor Brennan?
—Oh, disculpa, no me había dado cuenta —sonrió el periodista, bajando el arma.
La sirvienta, más tranquila, sonrió también y preguntó:
—¿Les sirvo algo de beber, señorita Rischer?
—¿Te apetece, Rory? —preguntó Melba.
—Desde luego.
—Pasen al salón —rogó Viviana.
Rory y Melba entraron en el salón y la sirvienta les preparó las bebidas. Todavía no había terminado, cuando el periodista se le acercó y la sujetó por detrás.
Viviana dio un respingo.
—¿Qué hace, señor Brennan...?
—Abrazarte.
—¿Delante de su novia...?
—Ella no se enfada por eso.
—¿Cómo es posible?
Rory, en vez de responder, sujetó a la morena con un solo brazo, el derecho, y con la mano izquierda cogió una de las copas, por su base.
Después, hizo chocar la parte superior contra el mueble-bar.
La copa, de fino cristal, se rompió.
—¿Por qué ha hecho eso...? —exclamó la sirvienta.
—Queremos saber si eres uno de ellos, Viviana.
—¿Qué?
—¿De qué color es tu sangre?
—¡Roja, como la de todo el mundo!
—Veámoslo —dijo Rory, y le produjo una leve herida en el dorso de la mano, con la copa rota.
La sirvienta emitió un gritito de dolor.
De la pequeña herida, brotaron unas gotas de sangre.
¡Y no era roja!
¡Tenía un tono verdoso!
Melba, aterrada, gritó:
—¡Es uno de ellos, Rory...!
* * *
La falsa Viviana Sanford tuvo una reacción inesperada.
Violenta.
Peligrosa.
Sí, porque obligó a Rory Brennan a soltar la pistola de rayos láser, que cayó al suelo.
El periodista intentó recuperar el arma, pero la falsa Viviana lo empujó y lo hizo caer de espaldas.
Por fortuna, Rory supo arrastrar en su caída a la sirvienta y logró que tampoco ella pudiera recoger la pistola.
La falsa Viviana se convirtió en una fiera.
Su fuerza era muy superior a la de una mujer normal.
Y también su resistencia.
Rory pudo comprobarlo cuando le asestó un puñetazo en la barbilla.
Con un golpe así, cualquier mujer hubiera perdido inmediatamente el sentido, pero la falsa Viviana apenas lo acusó, respondiendo con un hachazo al cuello del periodista, propinado con el filo de su mano derecha.
Rory emitió un rugido de dolor.
—¡Maldito! —barbotó, tratando de impedir que el extraterrestre que adoptara el físico de Viviana Sanford le soltara otro hachazo, porque podía partirle el cuello.
Los dos rodaron por el suelo.
A causa del terrible forcejeo, la blusa de la falsa Viviana se había abierto de par en par y sus rotundos pechos estaban totalmente visibles.
Lo mismo ocurría con sus formidables piernas.
Y con su macizo trasero, porque el minúsculo slip rojo apenas cubría una décima parte de él.
Por todo ello, a Rory Brennan le resultaba muy difícil recordar que no estaba peleando con una mujer de verdad, sino con un ser de otro mundo que había adquirido ese aspecto tan excitante y tan tentador.
Melba Rischer, en cambio, no podía olvidarlo.
Por eso, en cuanto tuvo oportunidad, se apoderó de la pistola de rayos láser y esperó el momento de disparar sobre la falsa Viviana.
Afortunadamente, no fue necesario, porque Rory consiguió clavarle el puño en el hígado. En la zona del hígado, al menos, porque cualquiera sabía si allí debajo había un hígado o algún órgano totalmente distinto.
En cualquier caso, el alienígena lo acusó terriblemente y prácticamente se quedó sin fuerzas, momento que aprovechó el periodista para asestarle varios puñetazos seguidos.
La falsa Viviana perdió el conocimiento.
Y, como la nueva forma de su cuerpo la controlaba con su mente, al perder el sentido ya no pudo seguir manteniendo la personalidad de la sirvienta del geólogo y el extraterrestre empezó a transformarse.
* * *
El espectáculo no pudo ser más horroroso.
Primeramente, el hermoso cuerpo de la falsa Viviana Sanford se tornó verdoso y deforme. Luego, empezó a encogerse, hasta alcanzar el tamaño de aquellos seres llegados de algún lejano mundo.
Le desapareció el pelo, se le juntaron los ojos y se convirtieron en uno solo, grande, redondo y salido, se le hundió la nariz, quedando sólo un orificio que palpitaba ligeramente, le cambió la boca, le cambiaron los dientes, la lengua se volvió bífida, como de reptil...
Rory y Melba contemplaban la horrible metamorfosis con los ojos muy abiertos y el estómago encogido, pues aquello impresionaba mucho más que observar a uno de aquellos seres ya formado.
Cuando la transformación concluyó, Rory se acercó a su novia, se hizo cargo de la pistola de rayos láser, que Melba casi había dejado caer, a causa de los temblores de su mano, y le pasó el brazo por los hombros, oprimiéndola contra sí.
—Mi segunda teoría era la buena —dijo—. Estos seres son mutantes.
—Entonces, los Wallace... —murmuró Melba.
—Los Wallace murieron, lo mismo que Viviana, y dos de estos seres adoptaron la personalidad de Eric y de Karin. Con ellos hablamos, la segunda vez.
—¡Qué espanto!
—Debemos alegrarnos, Melba, porque tenemos la prueba que necesitábamos para convencer al comisario Marvin de que nuestra historia era cierta.
—¿Te refieres a este ser...?
—Sí, vamos a llevárselo al comisario.