CAPÍTULO IX

Viviana Sanford se había quedado en lo alto de la escalera, observando como muy sorprendida a Rory Brennan, Melba Rischer, Zeb Marvin y los seis agentes que penetraran en la casa por la ventana. La joven y atractiva sirvienta parecía no comprender por qué era apuntada por tantas armas a la vez, como si fuera el más peligroso de los delincuentes.

Seguía vistiendo la delgada blusa color salmón y la corta falda amarilla, que le permitía exhibir sus magníficas piernas hasta la mitad del muslo.

Magníficas, sí, porque ya no las tenía azuladas ni rugosas.

Habían recobrado su color y su tersura natural, como el resto de su cuerpo. Ojos, dientes, lengua, uñas... Todo volvía a ser normal, de ahí el tremendo estupor de Rory y Melba, que no conseguían reaccionar.

El comisario-jefe Marvin, como no conocía a la sirvienta del geólogo, preguntó:

—¿Quién es, Brennan?

El periodista hizo un esfuerzo y respondió, aunque en tono muy quedo:

—Viviana Sanford.

—¿La sirvienta del profesor Fellner...?

—Sí.

—¿No la habían matado los extraterrestres...?

—Sí.

—Entonces, es que ha resucitado.

—Eso parece.

—Y de piel azulada y rugosa, nada, ¿eh? La chica no puede estar más hermosa y más deseable —opinó Marvin, con una sonrisa.

Sus hombres sonrieron también.

—Bajad las armas, muchachos —ordenó Marvin—. Estamos asustando a la chica.

Los agentes bajaron los fusiles.

Viviana Sanford, más tranquila, empezó a bajar la escalera.

—¿Qué significa esto, señorita Rischer...?

Melba, que seguía estupefacta, balbuceó:

—¿Cómo..., cómo es posible...?

—¿El qué, señorita?

—Tú estabas muerta, Viviana.

La sirvienta respingó.

—¿Cómo dice...?

—Te habían liquidado los extraterrestres.

—¿Extraterrestres...? —parpadeó cómicamente la atractiva morena.

—Rory y yo encontramos tu cadáver.

—Pero, ¿qué está diciendo, señorita...? ¡No pudieron encontrar mi cadáver, yo nunca he estado muerta! ¡Y muchos años que tarde en estarlo!

Melba, perpleja, miró a su novio.

—¿Nos habremos vuelto locos, Rory? —musitó.

—Me resisto a admitirlo —rezongó él.

—¿Cómo se explica, entonces, que Viviana...?

—Estoy tan desconcertado como tú, Melba.

El comisario Marvin preguntó:

—¿Dónde está el profesor Fellner, Viviana?

—Salió.

—¿Adónde fue?

—No me lo dijo.

—Su sobrina y su novio aseguran que fue secuestrado.

—¿Qué...? —respingó de nuevo la sirvienta.

—No es cierto lo del secuestro, ¿verdad?

—¡Desde luego que no!

—Ni lo de los seres de otro mundo, por lo que veo.

—¿Por qué habla de seres de otro mundo, comisario...?

—Ellos secuestraron al profesor Fellner, según Rory y Melba. Y la mataron a usted. Por cierto, ¿sabe que tuvo una muerte horrible...?

—¿De veras?

—Sí, su cuerpo se volvió azul y la piel se le llenó de arrugas, como si fuera una vieja.

Viviana Sanford se estremeció.

—¡No me asuste, comisario!

Zeb Marvin no pudo contener la risa.

—Disculpe, no era ésa mi intención.

—No vuelva a hablar de mi muerte, entonces. Estoy viva y deseo continuar así.

—Que está viva, salta a la vista. Y que desee continuar así, es lógico. Yo tampoco siento el menor deseo de morirme, se lo aseguro.

Viviana se encaró con Melba y Rory.

—¿Por qué dicen ustedes que el profesor Fellner ha sido secuestrado, señorita Rischer...?

Melba no supo qué responder, estaba demasiado anonadada.

Rory, por su parte, inquirió:

—¿Tardará mucho en volver el profesor Fellner, Viviana?

—No lo sé.

—¿Seguro que no te dijo dónde iba?

—No, no me lo dijo.

—Qué raro.

—¿Por qué?

—Apuesto a que no vuelve esta noche.

—¿Insiste en que fue secuestrado, señor Brennan...?

—Lo que fue de él, no lo sé. Como tampoco sé lo que te ocurrió a ti. Pero sí sé que el profesor Fellner no regresará. Ni esta noche, ni nunca.

La sirvienta miró al comisario Marvin, visiblemente asustada.

—¿Por qué habla así el señor Brennan, comisario...?

—No le haga caso, Viviana. Es evidente que tanto él como la sobrina del profesor han sufrido una pesadilla.

—¿Los dos la misma pesadilla, comisario? —replicó Rory.

—Sí, eso parece.

—¿Y no lo encuentra raro?

—Bueno, no es muy frecuente que dos personas sueñen lo mismo, pero a veces sucede.

Rory apretó los puños.

—Sugiero que vayamos a la casa de los Wallace.

—No esperará encontrarlos muertos, ¿verdad? —sonrió Marvin.

—No sé lo que encontraremos, comisario, pero hay algo que ni usted ni nadie puede rebatir.

—¿A qué se refiere, Brennan?

—Al helimóvil de los Wallace. Está ahí afuera, y puedo demostrarle que no es el mío. Se hallaba posado frente a la casa de los Wallace. Y no creo que Melba y yo pudiésemos cogerlo en sueños, ¿verdad?

Zeb Marvin dio una cabezada de asentimiento.

—Está bien, vamos a casa de los Wallace —accedió, seguro de no encontrar allí nada de particular.

* * *

Rory, Melba y el comisario Marvin fueron en el helimóvil de los Wallace, escoltados por dos helimóviles policiales, quedándose el resto de los hombres en la casa del profesor Fellner.

Antes de posar los aparatos voladores en el suelo, Rory y Melba pudieron comprobar que los cuerpos de Eric y Karin habían desaparecido, lo mismo que los cadáveres de los cuatro extraterrestres que el periodista liquidara con la pistola de rayos láser.

—¡Tampoco están, Rory! —exclamó Melba.

—Ya lo estoy viendo —rezongó Brennan.

—Accedí a venir para que se convencieran —dijo el comisario Marvin, sonriendo.

Rory lo maldijo con el pensamiento y posó el helimóvil de los Wallace, parando seguidamente el motor. Los otros dos helimóviles se posaron también y los doce agentes saltaron al suelo.

Rory, Melba y el comisario-jefe descendieron también.

El periodista caminó decididamente hacia la puerta de la casa y su novia le siguió. Zeb Marvin exhaló un suspiro y fue tras ellos, convencido de que los Wallace estarían viendo tranquilamente la televisión.

—Pareja de chiflados... —murmuró, cada vez más seguro de que Rory y Melba lo habían soñado o imaginado todo.

El periodista ya estaba pulsando el disco de llamada.

Treinta segundos después, la puerta se abría y un hombre de unos cuarenta años se dejaba ver, envuelto en una bata.

A Melba se le escapó un gritito.

¡Era Eric Wallace...!

* * *

Rory Brennan se quedó mirándolo fijamente, sin poder explicarse cómo era posible que Eric Wallace hubiese vuelto a la vida y ofreciese el mismo aspecto que antes de recibir el rayo azulado que transformó su cuerpo y le causó la muerte.

El cuarentón pareció sorprenderse al ver tantos policías armados con fusiles delante de su casa.

—¿Qué es lo que pasa...? —preguntó.

—¿No me recuerda, señor Wallace? —preguntó a su vez Rory.

—No.

—¿Y a ella tampoco?

Eric observó a Melba.

—No, lo siento.

El comisario Marvin intervino:

—No los ha visto nunca, ¿verdad, señor Wallace?

—Así es.

Rory no supo controlarse y lo agarró bruscamente de la bata.

—¡Estuvimos aquí esta noche!

—¿Qué dice?

—¡Soy Rory y ella es Melba! ¡Llamamos a su casa porque nos perseguían los extraterrestres y necesitábamos un helimóvil para huir!

—No sé de qué me habla.

—¡Usted y su mujer intentaron huir con nosotros! ¡Su esposa se llama Karin y es rubia! ¿Se atreve también a negar eso. ..? —rugió el periodista.

Justo en aquel momento, apareció una mujer de unos treinta y cinco años de edad, envuelta también en una bata. Tenía, efectivamente, el cabello rubio.

—¿Qué sucede, Eric...? —preguntó, mitad sorprendida y mitad asustada por la actitud violenta de Rory.

Este y Melba clavaron sus ojos en ella.

¡Era Karin Wallace...!

¡Y estaba tan viva y tan natural como su marido!

* * *

El comisario-jefe Marvin puso su mano sobre el hombro derecho de Rory Brennan.

—Suelte al señor Wallace, Brennan.

El periodista obedeció, aunque lo hizo lentamente y de forma maquinal, sin apartar los ojos de Karin Wallace. Tampoco Melba Rischer podía dejar de mirarla con asombro.

Zeb Marvin interrogó:

—¿Se llama usted Karin, señora?

—Sí —respondió la esposa de Eric.

—¿Había visto antes a este joven y a esta chica?

Karin los observó a los dos.

—No, nunca.

—¿Es suyo ese helimóvil, señor Wallace? —siguió interrogando Marvin, señalando el aparato volador que se hallaba posado en medio de los dos helimóviles policiales.

—Sí, claro —asintió Eric.

—¿Y no lo han echado de menos...?

—¿Qué quiere decir?

—Rory y Melba se lo llevaron, hace ya un buen rato, y lo han devuelto ahora.

—¿Qué...? —exclamó Eric, poniendo la misma cara de sorpresa que su mujer.

Zeb Marvin suspiró.

—Es evidente que ni se habían enterado. Bien, no les molestamos más. Sigan viendo la televisión —dijo, agarrando del brazo a Rory y a Melba y obligándolos a caminar, como si los llevara detenidos.