CAPÍTULO VIII
Media docena de helimóviles de la policía de Nueva York volaban en dirección a la casa de Norbert Fellner, rodeando prácticamente el helimóvil de los Wallace, en el que iban Rory Brennan y Melba Rischer, visiblemente preocupados.
Era lógico que no se sintiesen tranquilos, a pesar de la fuerte escolta, pues sabían lo peligrosos que eran los seres que se habían propuesto destruir la Tierra y temían que los hombres del comisario-jefe Marvin no pudiesen repeler el posible ataque extraterrestre.
En cada helimóvil policial, iban seis agentes, armados con fusiles y pistolas de rayos láser. En total, pues, treinta y seis hombres, más el comisario Marvin, que viajaba en el asiento del helimóvil que pilotaba Rory Brennan.
Zeb Marvin había querido ir en el mismo aparato volador que el periodista y la sobrina del profesor Fellner por dos razones. La primera, infundirles tranquilidad y confianza con su presencia, lo cual no había conseguido. La segunda, saber más cosas sobre los seres que según ellos habían secuestrado al prestigioso geólogo, asesinado a su sirvienta y liquidado también a Eric y Karin Wallace.
Rory y Melba le habían explicado ya cómo eran físicamente los extraterrestres y los efectos que causaban los rayos azulados que lanzaban sus extraños fusiles.
El comisario Marvin se impresionó, tanto por lo primero como por lo segundo. Más aún, si cabe, por lo segundo, pues si horrible era el aspecto de aquellos pequeños y diabólicos seres llegados de algún lejano mundo, más horrible todavía era la clase de muerte que daban con sus armas.
En el fondo, sin embargo, Zeb Marvin ponía en duda todo aquello.
Le parecía demasiado fantástico.
Demasiado increíble
Demasiado espeluznante.
Si se hubiera presentado solo en su despacho Rory Brennan, no habría creído su historia, pero como lo hizo acompañado de la sobrina del profesor Fellner...
En fin, pronto sabría si la historia era cierta o no, porque ya estaban llegando a la casa del geólogo.
Segundos después, los helimóviles empezaban a posarse frente a la casa, que se veía tranquila y silenciosa. Los hombres del comisario Marvin saltaron rápidamente al suelo, empuñando sus fusiles.
Rory, Melba y el comisario-jefe descendieron también del helimóvil de los Wallace. El periodista empuñaba la pistola de rayos láser del profesor Fellner. Zeb Marvin, por su parte, empuñaba un fusil y llevaba una pistola al cinto.
Lo primero que llamó la atención de Rory y Melba, fue el no hallar ni rastro de los restos del helimóvil del periodista, que los extraterrestres hicieron estallar.
—¿No dijo usted que esos seres destruyeron su helimóvil aquí, frente a la casa del profesor Fellner, Brennan...? —recordó Marvin, observando también el césped.
—Así es —asintió Rory.
—¿Y dónde están sus restos?
—No lo sé.
—Estaban esparcidos por el césped, comisario —habló Melba.
—Pues ya no están.
—Los extraterrestres debieron recogerlos.
—No me los imagino limpiando el césped —repuso Marvin, con ironía.
Rory lo miró con seriedad.
—¿Pone usted en duda que mi helimóvil estalló, comisario?
—Yo no he dicho eso. Sólo digo que es la primera prueba de su historia que desaparece.
—Detrás de la casa están los cuerpos de los dos extraterrestres que liquidé cuando corríamos hacia los árboles. Cuando los vea se convencerá, comisario.
—Suponiendo que sigan allí —respondió Marvin.
Rory apretó los dientes.
—Vamos, comisario.
Marvin y una docena de sus hombres fueron con Rory y Melba, quedando los demás frente a la casa, vigilando los alrededores. Cuando rodearon la casa, Rory y su novia comprobaron que los cadáveres de la pareja de alienígenas habían desaparecido.
Y no sólo eso.
¡Los dos árboles alcanzados por los disparos de los extraterrestres habían desaparecido también!
¡No quedaba ni rastro de ellos!
¡Como si jamás hubiesen estado plantados en aquel lugar!
Naturalmente, Rory y Melba se llenaron de perplejidad.
Zab Marvin, que no veía cuerpo alguno tirado en el suelo, preguntó:
—¿Dónde están los cadáveres de los dos extraterrestres, Brennan?
—Se han esfumado, comisario.
—La segunda prueba de su historia que desaparece.
—La tercera, comisario —corrigió Melba.
—¿La tercera...?
—Los dos árboles alcanzados por los rayos azulados que los extraterrestres nos enviaron, han desaparecido también.
—Vaya.
—Es cierto, comisario —dijo Rory—. Estaban allí, pero ya no están.
—Los extraterrestres los arrancaron y cargaron con ellos, ¿no?
—Tal vez.
—Sin duda necesitaban leña para la chimenea de su nave.
Rory lo miró duramente.
—El chiste es bueno, pero muy inoportuno.
—Lo siento, se me escapó —carraspeó Marvin.
Melba cogió del brazo a su novio.
—Entremos en la casa, Rory. Quizá los cuerpos del otro extraterrestre y de Viviana Sanford no hayan desaparecido.
—Me temo que también, Melba —respondió el periodista.
—Bueno, no perdemos nada echando un vistazo —dijo el comisario Marvin.
—Entremos por esa ventana —indicó Rory, señalando la misma que utilizaran ellos para salir de la casa.
Zeb Marvin fue el primero en introducirse en la casa.
Después, penetraron Rory, Melba, y algunos de los agentes, quedando el resto vigilando la parte de atrás de la casa.
Como ya temía el periodista, el cadáver del primer alienígena que él liquidara también había desaparecido, lo mismo que su extraño fusil, que Rory llegó a tener en sus manos.
Y, poco después, descubrían que tampoco el cuerpo de Viviana Sanford continuaba donde ellos lo encontraran.
Lo más sorprendente, sin embargo, ocurrió a continuación.
Alguien apareció en lo alto de la escalera.
Todas las armas apuntaron inmediatamente hacia allí.
Sin embargo, nadie disparó.
Y no lo hicieron porque no se trataba de uno de aquellos pequeños seres de piel verdosa y cabeza de pera, con un solo ojo y dientes de roedor.
Era una mujer.
Morena.
Guapa.
Bien formada.
A Rory casi se le cae la pistola de rayos láser de la mano.
Melba, por su parte, puso unos ojos como platos.
Y todo ello no podía estar más justificado.
Sí, porque la mujer era... ¡Viviana Sanford!
¡La sirvienta de Norbert Fellner!
¡Estaba viva...!